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Sobre la dictadura de Nicolás Maduro: diez tesis

Artículos de opinión
Tiempo de lectura: 7 min.

 

  1. Hay dos medios para verificar una realidad. A uno lo llamamos empírico; al otro, deductivoEn el episodio de las elecciones del 28 de julio en Venezuela, aplicando los dos medios, podemos verificar que el indiscutido ganador de la contienda fue Edmundo Gonzáles Urrutia. 

Desde el punto de vista empírico el 80% de las actas dadas a conocer por la oposición, lo certifica. Desde un punto de vista deductivo, el CNE, al negarse a dar a conocer «las actas de la verdad», notificó al mundo la inmensidad del fraude cometido. En ese punto no queda más que deducir que la CNE no las publicitó porque no quiere y no quiere porque no puede. Por cierto, si Maduro hubiese resultado vencedor –es lo que deduce cualquiera persona con un mínimo de sentido común– el CNE y Maduro no habrían dudado un segundo en dar a conocer esas actas. Incluso gobiernos amigos al de Maduro han solicitado a Maduro mostrar las actas. No lo hará. Las actas ya no son solo actas: son el cuerpo de un delito.

  1. Antes del mega fraude había una discusión acerca del tema si el gobierno de Maduro era dictatorial o no. Después del 28-J ya no hay discusión. La de Maduro es una dictadura de hecho y de forma.

El fraude no fue solo un fraude. Estamos hablando del peor delito imaginable en la política: el secuestro de la voluntad soberana. Un delito que impide a un pueblo constituirse como pueblo. De este modo, la lucha por la publicitación de las actas ha llegado a ser una lucha por la verdad en contra de la mentira protegida por la violencia reaccionaria de los militares y policías que forman parte de la alianza de poder.

  1. El carácter reaccionario del dictador Maduro y su grupo de generales aparece como respuesta a una sublevación constitucional, democrática, pacífica y, no por último electoral, impulsada por el pueblo venezolano articulado en torno a los líderes María Corina Machado y Edmundo González. Frente a esa sublevación Maduro y su círculo recurren a los métodos de las más antiguas dictaduras militares, reviviendo un pasado que parecía estar superado a nivel regional: el del gorilismo (en términos más politológicos, el del pretorianismo)
  2. La transformación del chavismo en gorilismo es el eslabón histórico que une a Maduro, más que con la tradición de Chávez, con la tradición de un Pinochet o de un Videla.

No deja de ser sintomático el hecho de que Argentina, Chile, Uruguay, países que en el pasado sufrieron más que otros el asalto al poder de los gorilas uniformados, son los mismos donde sus izquierdas han reaccionado de modo decidido en contra de la dictadura militar impulsada por el madurismo mediante el fraude-golpe. Cristina Fernández, Gabriel Boric, José Mujica, conocedores de la historia de sus países, han exigido, cada uno en su estilo, dar a conocer las actas que revelan la dimensión de la infamia.

  1. La diferencia entre el chavismo originario y el gorilismo poschavista no lleva necesariamente a reivindicar a Chávez.

Aquí no se trata de que Chávez hubiera sido más bueno que su sucesor. Tampoco que Maduro sea el Stalin de un Lenin venezolano llamado Chávez. No obstante, hay una diferencia. Mientras Chávez era líder de un movimiento populista, Maduro ha consumado la transición del populismo político al gorilismo militar. O lo que es igual: Mientras el militar Chávez era representante de un gobierno más social que militar, el civil Maduro es el representante de un gobierno más militar que social.

  1.   Maduro no es de izquierda ni de derecha.

Maduro, tal vez consciente de que su gobierno se encuentra en ruptura con el chavismo de Chávez, ha intentado con denuedo integrar el megafraude en el marco de una contradicción clásica entre izquierda y derecha. De hecho ha fallado. La línea demarcatoria que separa a su gobierno de la mayoría nacional e internacional que lo repudia, no tiene nada que ver con izquierdas o con derechas (nociones que por lo demás solo tienen validez dentro de una lucha interparlamentaria, la que en Venezuela no existe) sino con una contradicción dominante a nivel mundial, y esa es la que se da entre democracias y dictaduras.

En el sentido expuesto, así como en la vida cotidiana hay que evaluar a las personas de acuerdo a lo que son y no a lo que ellas creen que son, en la vida política también se hace necesario diferenciar entre los gobiernos y sus ideologías.

  1. Los estudios socioeconómicos son muy importantes pero no agotan en sí el conocimiento de procesos históricos, sobre todo si se toma en cuenta que en ellos actúan factores tan imprevisibles como el ser humano. De ahí que el acercamiento a una realidad política precisa de conocimientos de una ciencia que si bien no existe, debería existir: me refiero a la psicopolítica.

Entendemos por psicopolítica el análisis psíquico de los actores políticos. En ese sentido resulta evidente que la criminalidad política de Maduro y sus secuaces obedece a razones que solo se explican a partir de estructuras psíquicas determinadas por el carácter individual de esos actores. Desde esa perspectiva Maduro es una persona que no solo comete crímenes políticos sino además una que parece creer –ha sido el caso de otros dictadores– que los comete en nombre de objetivos superiores.

Como muchos otros dictadores Maduro reúne en sí una serie de rasgos patológicos. Efectivamente, la psicología enseña que, mientras más débil es el «Yo» de una estructura psíquica, más propensas pueden ser las personas a las pulsiones agresivas las que en la política no se presentan como tales sino encubiertas bajo formas ideológicas. Probablemente, y ese es el punto, Maduro sabe que un fraude electoral es un delito, pero cree que ese delito está justificado por un fin superior el que, de acuerdo a su imagen distorsionada de la realidad, identifica como la (nunca habida) «revolución chavista». Por lo mismo, Maduro necesita construir un gran enemigo al que hay que vencer cueste lo que cueste.

Por ejemplo, todos sabemos que en la oposición venezolana hay grupos de extrema derecha pero también sabemos que en su conjunto predominan las fracciones de centro, centro derecha y centro izquierda. Pero para Maduro –seguro, lo cree así– hay un solo enemigo al que él llama «la derecha fascista». Definitivamente Maduro sufre de delirios de persecución, delirios de grandeza y alucinaciones ideológicas. Pues bien, a seres de ese calado debe enfrentar la oposición democrática venezolana.

  1. La oposición representa y debe seguir representando al principio de realidad. Y, según esa realidad, Maduro es un gobernante anticonstitucional

¿Cómo hacer política con o contra seres desarticulados de sí mismos? Esa es la pregunta que han intentado responder quienes sufren bajo el imperio de dictaduras. La respuesta parece ser muy difícil. No obstante, hay una premisa que ha funcionado en diferentes gestas democráticas, y es la siguiente: no hacer lo que se quiere, solo lo que se debe y, cuando se pueda, sin abandonar nunca el principio de realidad.

En palabras más simples: no hacer nunca lo que el dictador quisiera, no dejarse enredar por sus falsos dilemas. Por ejemplo, es evidente que la dictadura precisa en estos momentos de un enfrentamiento violento para así justificar su criminalidad, incluso ante sí misma. Pero hasta ahora la oposición ha hecho bien al no darle ese gusto.

No hay que olvidar que la dictadura busca la guerra y por eso aplica métodos de guerra. Lo que la oposición en cambio busca, es el regreso a la política y por eso aplica métodos políticos. No hay por lo demás ninguna razón para cambiarlos.

Gracias a la política y no a enfrentamientos inútiles, la oposición, actuando con las reglas de la propia dictadura, ha logrado poner en jaque a Maduro. Eso solo ha sido posible gracias a la alianza estrecha que ha establecido esa oposición con la Constitución. Se trata, para que nadie lo olvide, de una Constitución que nació del chavismo. Pero también de una Constitución que ha traicionado Maduro. El gobierno de Maduro es anticonstitucional y eso lo saben no solo los seguidores de Maduro sino también quienes están encargados de resguardar la ley fundamental: los militares.

  1. Puede ser que la dictadura venezolana consolidada a través de un fraude-golpe sea una de las más grotescas del mundo. Sin embargo, el modelo de dominación que busca imponer no se diferencia del de la mayoría de las dictaduras de nuestro tiempo.

No deja de ser interesante mencionar el hecho de que, en rasgos generales, la dictadura de Maduro corresponde con el modelo antioccidental de gobernancia que impone Putin desde el Kremlin. Un modelo que funciona más o menos así: En la cúspide un dictador supremo en directa vinculación con los aparatos represivos (ejército, policía y servicios secretos). Más abajo, mafias económicas a las que se les permite enriquecerse siempre que no se metan en política. Más abajo, segmentos de clases medias dedicadas al consumo lujurioso. Aún más abajo, una militancia de autómatas adoctrinados en una ideología antioccidental. Y más abajo, en el fondo, un pueblo paupérrimo, hambriento, migratorio.

Cabe constatar que Putin, al igual que Maduro, siempre celebra elecciones periódicas. Y también que, al igual que Maduro, siempre se declara vencedor. Sus adversarios más peligrosos son inhabilitados y cuando no, eliminados (Navalny fue solo uno entre varios). Por lo mismo no está de más decir lo que todos sabemos: Las vidas de María Corina Machado y Edmundo González se encuentran en peligro.

  1. Emmanuel Kant argumentaba que existía el mal moral y el mal radical. El primero no es político, el segundo sí lo es. El mal radical es actuar a conciencia pura en contra de la Constitución. Maduro sería, de acuerdo a la filosofía política de Kant, un representante más de la radicalidad del malEl último de una larga fila.

X: @FernandoMiresOl

Fernando Mires es (Prof. Dr.), Historiador y Cientista Político, Escritor, con incursiones en literatura, filosofía y fútbol. Fundador de la revista POLIS