El 23 de junio confluyeron dos noticias. La derrota de Erdogan en Estambul y el fin de la visita de Michelle Bachelet a Venezuela. En las redes le habían insistido que viniera “a ver con sus propios ojos” la violación de DD.HH. Si uno ve algo no tiene que advertir que lo hace con los ojos, cosa implícita y menos, además, que es con los propios y no con ajenos. Su ausencia demostraba complicidad con el gobierno. Decidió hacerlo y una lluvia ahora de abajo hacia arriba develó que la complicidad la hizo venir. Karl Popper negaba seriedad científica al marxismo porque el mismo argumento da razón de un fenómeno y su opuesto.
Hipótesis esencial del materialismo histórico era la inevitable revolución en los países desarrollados, pero con las idénticas razones, retorcidas ad hoc, explica por qué solo ocurrió en un país atrasado, Rusia de 1917. Si viene es cómplice y si no también. Salvo gratas excepciones, demasiado en las redes sobre su visita fue tapa amarilla, mera impericia sobre protocolos de ONU y las multilaterales. Debía “denunciar” al gobierno, como si fuera operadora de un partido o una internacional de partidos y no de Naciones Unidas. A otros irritó el institucionalismo que obliga a un funcionario internacional.
Realzó a la oposición al indicar el débito de ambos contendores en la solución de la crisis, pero lo tomaron como afrenta. Retardado el despegue del avión de Bachelet por la tormenta de improperios, irrumpe la noticia del bofetón a Erdogan que trajo otro aquelarre. Turquía y Venezuela tienen lo que expertos llaman semidemocracia, semidictadura o autoritarismo competitivo, y abusos electorales parecidos. El 31 de marzo los opositores ganaron en Estambul con ventaja de 1% y el artero organismo electoral lo invalidó.
¡Acompañados tampoco!
Pero no se dedicaron a quejarse, a llamar a Trump, pedir golpes militares o urdir amenazas más ingenuas que creíbles. No lo declararon ilegítimo ni llovieron sobre mojado. No cerraron el camino del voto ni tuvieron la cachaza de fundar un frente abstencionista. Se aprietan faldas y pantalones, concurren a la reposición del proceso el 23 de junio para contarse otra vez y volvieron a ganar, ahora 9% arriba. Aquí corearon: “¡gran cosota!, Turquía es Europa y no hay una Tibisay”, haciéndose los locos frente a la brutal anulación.
Su conclusión: Lord Erdogan no es un dictador asiático sino un refinado caballero europeo, y Bachelet, no una Presidenta constitucional sino una roja zafia. Por eso nuestros activistas no celebran ni se interesan en aprender de lo ocurrido, sino en autojustificar sus chapuzas. Nuevo mantra higiénico del gato: pasar la página, mantener la división opositora y seguir la hegemonía interna irrepresentativa, torpe y desquiciada. Sin voluntad para absolver y sepultar cristianamente, nos atormentan cadáveres del abstencionismo, la alucinación y suicidas políticos, escondidos en el closet de 2002-03-05-14-16-17-18-19. No pueden a exorcizarlos.
Esa posesión diabólica sacrificó concejales, gobernadores, consejeros regionales, alcaldes, es decir, los partidos políticos. Celebrar a los turcos revive la gran burrada de 2018 que conectó los cables invertidos para no poder ganarle a nadie, ni con cincuenta países y EEUU que equivalen a cincuenta más. ¡Solos no podemos pero acompañados tampoco! Mientras la epidemia social revolucionaria cómodamente destruye, contamina, descompone, tales demócratas celebran con lógica comunista, que “se agudizan las contradicciones”. De la cubanización nacerá la libertad.
Noticias de ninguna parte
Mercedes Malavé escribe que “hasta un niño de doce años sabe que abstenerse es claudicar”. La desmadrada abstención abandonó los dirigentes locales al hambre, el desamparo. No bastaba y ahora ponen en jaque la A.N. Meten el casco y el gobierno nos despedaza, ni bien ni mal vamos a ninguna parte, y no habrá salvador acuerdo en Oslo mientras insistan. Desplomados el golpe y la invasión 23F y 30A, veremos nuevas chifladuras y apuestas desmelenadas. Desesperado por Atenea, Hefesto se abalanza para tomarla por la fuerza y aunque la diosa virgen se resiste, no pudo evitar que el apasionado herrero mojara sus piernas.
Ella se secó con un pedazo de lana y de él nació Erichtonio el primer rey de Atenas. La nueva aberración también es mitológica: la feliz criatura nacerá de la hambruna revolucionaria en ciernes y su acelerador, el embargo económico. Caminamos sin ruta en la diáspora, la miseria creciente y el autoritarismo, la cubanización hija de quienes la denuncian y un trapo. En tanto, como en todas las revoluciones, la nomenclatura va en aviones privados, deglute exquisiteces y cata buenos vinos, mientras la población apenas sobrevive.
Los cubanos aprendieron a hacer carne mechada e infusiones de conchas de plátano para sustituir el café, cuando por ventura coinciden agua y gas o electricidad, como cuenta Jesús Díaz en Dime algo sobre Cuba. En las calles habaneras sestean corroídos automóviles de los 60s cuando el comandante mandó a parar la historia. Bajo paredes cancerosas, cloacas que corren por el canto de la acera medra gente en bermuda, franela y sandalias, descompuestos, deshumanizados por el ocio y la miseria como figuras de Bacon. Al fondo el cínico y tenebroso son de Carlos Puebla: “¡aquí, aquí/esperando la invasión!”.
@CarlosRaulHer