Hay asuntos que no debemos dejar bajo la mesa. Hay que ponerlos encima, reiterarlos hasta el fastidio y no dejar que se escondan tras la epopeya oficial, particularmente desbordada en estos días de celebraciones patrias, a través de la que se nos quiere emperifollar el entorno dentro del que transcurre la vida venezolana, anunciando, por ejemplo, una nueva política financiera y anti inflacionaria que se limita a quitarle varios ceros al bolívar o una transformación a fondo del sistema judicial, después convertir al Estado de Derecho en casi una ficción.
Una gotita de amor
Como lo resaltan dos artículos recientes, uno de Pablo Liendo y otro de Vladimiro Mujica, la desnutrición en el desarrollo del niño, desde que es concebido hasta que cumple tres años de edad, ponen en grave riesgo su salud, ocasionando, sobre todo, profundas e irreversibles consecuencias en su cerebro.
En este sentido, algunos estudios que consulté reportan que alrededor del 40 por ciento de nuestros niños entre 0 y 2 años, se encuentran desnutridos y que poco más del 70 por ciento de los menores de 5 años se consideran muy mal alimentados. Estamos hablando, así pues, de una gran cantidad de venezolanos que inician su vida con limitaciones que difícilmente podrán superar y que estarán pagando a lo largo de los años una factura que les dejó la sociedad, sin saber si alguna vez tendrán la oportunidad de cancelar.
Por otro lado, algunas investigaciones revelan que, encima de la insuficiencia alimentaria las condiciones dentro de las que se desenvuelve la educación venezolana, tanto en lo que respecta a la primaria como al bachillerato, son deplorables: niveles bajos en la asistencia de alumnos, notable déficit de maestros, programas inadecuados y paremos de contar. Se trata de factores que vienen de atrás, - lógicamente agravados con la pandemia -, cuyas secuelas no son difíciles de imaginar, sobre todo en los sectores más vulnerables de la población, acentuando notoriamente la desigualdad social.
En este contexto, y sin que tengamos muy clara la situación del país en cuanto al coronavirus (estamos desinformados por tanta información, no sólo en Venezuela, desde luego), el gobierno ha asomado la oportunidad de un cercano regreso a las clases presenciales y ha tomado la decisión de relanzar el programa Una Gotita de Amor para mi Escuela, a fin de mejorar, a través de voluntarios, las instalaciones de primaria y secundaria, como si ese fuera el problema central de nuestro sistema educativo y no existieran los que resumidamente cité en el párrafo anterior, conjuntamente con los que añadiré haré al final del artículo
Incendio en la UCV
En medio del propósito que persiguen estas líneas, resulta imposible no hacer referencia al incendio que hace pocos días se generó en la Escuela de Estudios Políticos de la Universidad Central de Venezuela, parte de un rosario largo de actos violentos contra varias universidades autónomas, sin que hasta ahora se sepa, ni en este reciente episodio, ni en los demás, por qué ocurrieron y quienes son responsables. Estos hechos representan un ingrediente adicional en la configuración de un contexto caracterizado por presupuestos a niveles casi risibles, la migración de profesores e investigadores, la disminución del número de alumnos, los sueldos miserables del personal docente y administrativo, etcétera. No debe extrañar, entonces, que ahora sean instituciones que funcionan apenas a media máquina.
Mientras tanto, el gobierno busca conformar un sistema universitario paralelo, cimentado en una ideología que resulta cada vez más enredada y en el hasta ahora casi indescifrable objetivo de “contribuir al desarrollo nacional”.
Por si lo anterior no fuera bastante, se encuentra circulando un proyecto que plantea un modelo de contratación colectiva para las universidades autónomas que, entre otros aspectos, implica que 7 de cada 10 profesores e investigadores serán seleccionados por un sindicato afín al oficialismo, cobrando cuerpo lo que vendría a ser una suerte de “gestión socialista universitaria”.
Callejón sin salida
Es ya casi un lugar común indicar que la crisis política es la que ha parido las dificultades que sufre el país en todos sus espacios y, si bien es cierto que su resolución empieza a despejar el horizonte a fin de que las distintas crisis se vayan solventando, cada una a su modo, cada una a su ritmo. no es pesimista quien alerte que la tarea se llevara su tiempo, que no es cosa sencilla en ninguno de los espacio.
En el diagnóstico de la situación nacional, suele ponerse la lupa en la recuperación económica, lo que por supuesto resulta fundamental. Pero creo que en el análisis se miran desde más lejos las dificultades existentes en otros terrenos, por ejemplo, el de la educación, tema que resulta clave en este mundo en el que todo pareciera redibujarse. Un mundo marcado por la complejidad, la incertidumbre y la velocidad, nacidas de infinidad de interacciones y relaciones causales, que repercuten en nuestra forma de interpretar la realidad, en la base de los sistemas productivos, en la estructura política enmarcada dentro de la globalización y la interconexión, además, obviamente, de tener efecto en el esqueleto organizativo de las sociedades. Un mundo que llama a la unidad del conocimiento humano, la formación interdisciplinar y las sinergias necesarias entre ciencia, tecnología y ciencias sociales y humanas. Un mundo que, conforme a quienes se han ocupado de examinarlo, ya deja ver un punto de ruptura, esto es, el inicio de un nuevo período de la historia que envuelve la resignificación del ser humano, tema que ya es parte relevante del debate intelectual contemporáneo. Un mundo, en síntesis, que va dejando huella a partir de cambios profundos y acelerados que, como señalaría el poeta Mario Benedetti, nos modifican las preguntas, cuando creíamos saber todas las respuestas.
Pareciera evidente, entonces, la necesidad de pensar una transformación radical de nuestro sistema educativo en todos sus niveles, dotándolo de nuevos propósitos, de nuevos esquemas institucionales y de nuevos mecanismos de funcionamiento. Como pareciera obvio, también, anotar que en dicha transformación se juega el porvenir de muchos venezolanos, hoy en día niños y jóvenes, cuya vida actual pudiera ser la metáfora de un callejón sin salida. En suma, luce absolutamente claro que medidas rimbombantes como el Programa de una Gotita de Amor para la Escuela, no le hacen mella a una realidad tan desfavorable, cuya complejidad va más allá de la remodelación de las edificaciones y remiten, subrayo, a la formulación de políticas públicas sustancialmente diferentes a las vigentes, concebidas en función de despejar el futuro de las nuevas generaciones de nuestro país.
El Nacional, miércoles 6 de julio de 2021