Esto es algo que nos narra el escritor húngaro Sándor Márai, en su novela ¡Tierra, Tierra!, sobre lo que se vivió en su patria, luego de la ocupación soviética.
“Los campesinos sabían que no era posible defenderse de los conquistadores que llegaban del Este con métodos que no fueran la ayuda de los bosques, los hoyos cavados en la tierra y los escondrijos. El pueblo húngaro, refugiado en un sentimiento vital desesperado y anárquico ante los turcos, que robaban, saqueaban, violaban y se llevaban a los muchachos y muchachas, había salvaguardado algún reflejo nervioso de esos ciento cincuenta dolorosos años, un reflejo que permaneció intacto cuando la tragedia se presenta bajo una forma distinta. Mientras los alemanes habían robado de forma organizada e institucional, los rusos saqueaban de manera oficial y también privadamente. Es imposible conocer el valor real de su botín.
Me acuerdo del primer cochinillo que un ruso le quitó a un vecino mío, un transportista, delante de mis propios ojos. El hombre miraba al ruso que se llevaba el cochinillo con la cara pálida y los labios exangües. Con el tiempo, el cochinillo engordó. Tenía apetito y se tragó todo lo que los rusos le echaron, lo que habían ido recogiendo como botín a su paso por Finlandia, Polonia, los estados bálticos, el este de Alemania, Hungría, Rumania, Bulgaria, la parte oriental de Austria; así que engordó tanto como ningún otro cerdo en la Historia. Sólo los inocentes podían pensar que los rusos renunciarían por voluntad propia —a cambio de algún crédito americano de varios miles de millones— a esa posibilidad de engorde. Durante años y años se llevaron por barco, por carretera y por tren todo lo que encontraron en esos ricos países: se llevaron el trigo, el hierro, el carbón, el aceite, la manteca y también la fuerza humana, a los expertos alemanes, a los operarios bálticos... El cochinillo que aquel ruso se había llevado ante mis propios ojos engordó más de lo debido durante aquellos años. Todo había empezado en las pocilgas de los pueblos por donde pasaban y cogían su botín, para continuar después en las salas bien iluminadas de los ministerios de los países ocupados, cuando —bajo el foco de los fotógrafos presentes— los agregados comerciales soviéticos firmaron los acuerdos de «indemnización» y los tratados «comerciales» con sus países satélites. Hay pocos casos en la Historia moderna comparables a ese saqueo institucionalizado y constante.
El pueblo se defendía como podía.”
¿Será que ahora habrá de ser diferente? ¡Hay que quitarse el miedo! Resistir, convencer y luchar hasta lograr la libertad.
julio.davilacardenas@gmail.com