Crónicas del Olvido
I
¿Ciudadanos sin ciudad? ¿Podría resolverse esa contradicción? ¿Estamos en capacidad de ser ciudadanos pese al caos propiciado por el propio ciudadano en grandes y pequeñas ciudades? ¿Vivimos en resistencia permanente contra un modelo que propicia el libertinaje? ¿Un sistema enemigo de la gente?
Todas esas preguntas podrían servir para organizar un evento comunitario en el que los propios vecinos sean los voceros de las respuestas. Es decir, que la gente hable desde sus propias responsabilidades, toda vez que ella es parte del problema y muchas veces el problema. Un vecino irresponsable es aquel que abusa de la gente que lo rodea, que pasa por encima de las mínimas razones de convivencia. A diario somos víctimas de una ingenuidad inducida, según la cual “tengo derechos” pero se violan los derechos del otro.
La “libertad”, por ejemplo, de poner a todo volumen un aparato de sonido desequilibra la paz vecinal, pone en entredicho la ejecución de un derecho que se convierte en la violación de ordenanzas que a la larga no se cumplen porque el primer desordenado es el ente municipal. Entre ellas, otra perla, haber fallado a favor del horario de las licorerías, que ya no lo son porque se han convertido en bares de acera donde se reúne la familia, equipada con música a libar en plena calle, con las consecuencias que eso trae, tanto a los festivos como a los usuarios peatonales. Generalmente se trata de gente muy “delicada” que se cree dueña de la calzada y arremete ante cualquier queja del que tiene la razón.
II
Otra de las secuelas de este libertinaje lo sufrimos a diario con los conductores. Una mayoría bastante significativa cree que conducir un vehículo le da derechos a estacionarse en cualquier sitio, sobre todo en los lugares prohibidos. Chóferes particulares, de autobuses y taxistas han convertido la ciudad en un verdadero caos frente a la misma policía que, por creerse invisible, deja que las faltas sucedan. La desaparición de Tránsito Terrestre ha convulsionado más estas polis convertidas en campos de batalla.
La ciudadanía, entonces, tiende a desaparecer en manos de estos funcionarios que desde sus despachos son incapaces de idear fórmulas para aliviar los males por ellos causados. Para quienes se dicen conserjes de la ciudad, la ciudadanía no existe. Sólo para pagar impuestos. Por eso, ya nuestras comunidades dejaron de ser organizadas para transformarse en cotos particulares, como sucede con los buhoneros, venezolanos que para el régimen son una cifra de empleo conquistado. Esta manera de ver las cosas convierte a la municipalidad en transgresora de sus propias leyes y ordenanzas. ¿Cómo pretende, por ejemplo, la Alcaldía cobrarle impuestos a comercios tapiados por los informales que no los pagan, pero que muchas veces ganan más que los negocios sujetos de reglas impositivas? Nuestras ciudades dejaron de serlo, hoy son enclaves de resistencia que contribuyen con el incremento de la ilegalidad, la violencia y la corrupción.
III
Ciudades sin ciudadanos. Un tejido social sin control. Mientras tanto, los gobernantes viven felices porque no los fastidia la obligación. Dejan hacer, dejan pasar las cosas. La destrucción de la ciudadanía tiene origen en los mensajes que emergen del poder central. De esta manera, con toda mala intención, se suscitan comportamientos enfermos, como el que a diario vemos en motorizados, peatones y comerciantes. Igualmente, en urbanizaciones donde la disparidad de conductas, provocadas por desniveles sociales y culturales, dan al traste con la tranquilidad y la armonía vecinales. Y ahora mucho más con la división que ha creado el discurso excluyente de Miraflores.
Reparar este problema costará mucho. Hacerle entender a la gente que se debe protestar ante el estado municipal porque no recoge la basura, debe ser el norte de todos. Exigir fluidez en la circulación vehicular no escapa de estos derechos. Pero hace falta que las mismas víctimas dejen de ser más tarde agresores. Para el estamento oficial, la indigencia forma parte de la basura.
¿En qué momento se comienza a ser ciudadano? En el mismo instante en que la gente tiene conciencia de grupo, conciencia de comunidad. De lo contrario, de no entenderse que cada día se vive peor en las ciudades, éstas desaparecerán en medio de epidemias, confrontaciones y limitaciones que forman parte, al parecer, de una política para sacarle provecho al caos. ¿Quién se beneficia con este desastre? Para el poder, silencio pero para los incrédulos, nadie. “Por ahora” nadie, según reza el estigma. No estamos muy lejos de saber quién gobernará sobre la inmundicia.