… –Cuando los jefes militares asaltaron el poder, yo era teniente en un batallón de infantería, y me faltaba poco para ser ascendido a capitán. Nunca me enteré de los preparativos de ese golpe de estado. El día de su estallido me limité a recibir órdenes del capitán de mi compañía, quien a su vez las recibió de un mayor, quien a su vez las recibió de un coronel, y así hasta llegar al Estado Mayor. La voz de mando que me dieron fue la de sacar a la calle mi pelotón armado. No se produjo reacción popular contra la sublevación de los cuarteles y yo les confieso que me causó inmensa satisfacción esa pasividad de la gente dado que, si sucedía el caso contrario, me habían ordenado disparar contra el pueblo, y esa orden significaba arruinar mi carrera militar si la desobedecía, o arruinar mi condición de hombre si la cumplía (las negrillas son mía).
(Véase el relato del Capitán en: La Muerte de Honorio, del autor Miguel Otero Silva (1980), Edit. Seix Barral, pp. 109-110. El Capitán, como acotó el autor, representa en la ficción, a uno de los muchos luchadores que tuvo Venezuela en los años anteriores a 1958).
(Cuando el grupo de tenientes coroneles asaltó el poder un 4 de febrero de 1992 (4F), yo era subteniente, y en julio de ese año me tocaba el ascenso al grado de teniente. No participé en los preparativos ni mucho menos me involucré en la ejecución de esa asonada militar. Sin embargo, no me cabe la menor duda que, la madrugada de ese día; muchos de los oficiales, sargentos y sobre todo los siempre humildes soldados, recibieron órdenes sin saber de antemano la acción nefasta que se iba a ejecutar. ¿Por qué digo esto? Porque resulta descabellado saber que, los jefes militares de aquella conspiración hubieran mandado días antes, por ejemplo, una formación en el patio de honor o haber efectuado una reunión en algún auditórium, para informar a una gran parte de sus subordinados sobre los planes de conspiración que tenían contra el gobierno nacional. La influencia como poder, que perseguía sumarlos al golpe militar que pretendían. Por otra parte, debo decir –y fue curioso– aquel día no hubo reacción del pueblo civil (siempre tan pasivo como siempre) contra la insurrección. Sólo un pronunciamiento por televisión del político Eduardo Fernández repudiando el hecho, pero en cambio, sí hubo una parte de ese pueblo en uniforme que hizo respetar y garantizar el gobierno democrático, los cuales hicieron frente y algunos de ellos, dieron sus vidas por mantener el hilo Constitucional.)
(Relato de un oficial de la Fuerza Aérea Venezolana, que al igual que muchos otros, vivieron los dramáticos acontecimientos militares del año 1992).
En aquella época yo era sino un teniente enamorado de su profesión y absorbido por un concepto fanático de la disciplina, a pesar de lo cual es lo más probable que no hubiera llegado a disparar contra el pueblo. Pero no me ocasionó preocupaciones de conciencia saber que los jefes militares tomaban el poder por la fuerza, no señores. Un coronel trajo al cuartel la misión de informar a la oficialidad subalterna que el país se encontraba en un caos, que el ejército tenía el deber de salvarlo de la anarquía, y yo lo escuché sin ninguna indignación. Les mentiría a ustedes si les contara algo diferente. (Ibíd., p. 110).
(Del fallido golpe de estado, sólo diré en este aparte, que medité mucho sobre lo sucedido. Me alegré unos meses después por un depósito de unos bolívares que hizo el gobierno de Carlos Andrés Pérez (CAP) a los militares (los llamaron “bono Chávez”) que me ayudo a salir de algunas deudas por los ínfimos sueldos que teníamos. Un tiempo después fui a cumplir una comisión en una unidad militar del Ejército, en la frontera cercana al río Arauca, y ese hecho me hizo apartarme de todo desasosiego acerca de los motivos reales que llevaron a los comandantes del 4F, a pasarle por encima al juramento de su profesión y de aquellas palabras pronunciadas por Simón Bolívar: «…un soldado feliz no adquiere ningún derecho para mandar a su patria. No es el arbitro de las leyes ni del gobierno; es el defensor de su libertad…».
No sé si lo motivos de su funesta acción – que en nada lo justificaba –, tuvieron que ver con el drama que reinaba en el país, en el cual habían ocurrido algunos acontecimientos insólitos. En primer lugar, el voto que dio una parte del pueblo soberano a CAP, para un segundo mandato presidencial. Muy a pesar, de la cuestionable y corrupta administración que tuvo en su primer gobierno. No obstante, fue elegido democráticamente (1988). En segundo plano, los sucesos del 27 de febrero de 1989, una consecuencia del hecho político instaurado y, las medidas económicas que recién se habían decretado desde el gobierno. Como recordamos, una pequeña parte de la sociedad olvidada y maltratada por muchos años, se tiró a la calle, en reclamo por las voraces medidas e inflexible que se querían implementar. Una situación de caos que se lamentó. Que, propició un ruido de sables dentro de los cuarteles. Y finalmente, aquella fulana donación de 200.000$, que se hizo al gobierno de Nicaragua; que llevó más tarde a destituir y enjuiciar al Presidente de la República por la vía democrática.
Nuevos maltratos, se sumaban al país de la vasta riqueza natural que posee a lo largo y ancho de la geografía nacional. El de la posición geoestratégica envidiable. El de la enorme reserva de petróleo que guarda en el subsuelo.
–Fue varios meses después de mi ascenso a capitán cuando comencé a preguntarme con qué objeto el alto mando había dado paso tan grave. Al principio yo levantaba trabas subjetivas a mis dudas, como si mis críticas mentales constituyeran por sí solas, una grave falta de indisciplina. Ni siquiera con Javier Entrena, mi amigo más íntimo desde la época del liceo, Javier Entrena que había continuado sus estudios y ya era ingeniero en ejercicio, osaba comentar aquellas preocupaciones, por más que salíamos juntos con frecuencia, íbamos de parranda los sábados en la noche y nos prestábamos libros. Daba por sentado que a Javier Entrena no le agradaba la existencia de una dictadura militar, basándome en sus inclinaciones naturales que yo conocía, como igualmente hubiera podido deducirlo de los libros que me prestaba. Sin embargo, jamás hablaba de ese particular y yo le agradecía para mí capote que respetara con tanta discreción mi juramento de apoliticismo formulado al adscribirme a la carrera de las armas. (Ibíd., p. 111-112).
(En julio de 1992 ascendí a teniente y, unos meses después, –el 27 de noviembre (27N)–, ocurrió otra asonada militar. Otro bochinche político reiterativo, de nuestra historia contemporánea. Otra herida en el cuerpo de nuestra decadente patria, que lo que sigue reclamando es, que quiere ser grande; colmada de progreso y bienestar. Por circunstancias que me llevaron a estar en un lugar de aquellas cruentas operaciones aéreas (estudiaba en el IUPFAN, vivía en la Base Aérea “El Libertador” (BAEL) y, ese día, amanecí con el “golpe militar” que daban furtivamente y bajo engaño, unos aviadores superiores, compañeros y subalternos; fatal momento, que me sorprendió e impidió que pudiera salir de las instalaciones de BAEL). De tal situación, me vi envuelto de forma indirecta, por estar al lado de un antiguo superior y otrora Comandante (Cmdte.), al cual respeto y estimo mucho (el mismo, que me dijo: «quédate tranquilo que todo está controlado. Tú estás en comisión de estudio. Como a las 09.00 horas saldrá un video de unos oficiales pronunciándose por televisión…». Esto, me produjo una cierta calma, luego le pregunté acerca de mi rol que desempeñaría allí y si me entregaría mi pistola Browing 9 mm, que reposaba en el parque. La respuesta que manifestó fue que no me entregaría el armamento de reglamento y que me mantuviera resguardado en las instalaciones, de la que fue mi antigua unidad).
La mañana de ese 27N transcurrió bajo una tensa calma. El caos vino después de las 10:30 horas, aproximadamente; cuando el fulano video de los militares uniformados de gala, no salió por televisión y, algunas tareas –al parecer– habían salido mal. Entonces, empezaron a despegar los aviones y helicópteros de guerra (más temprano, como a las 05.00 horas, ya habían estado volando algunos helicópteros, sobre BAEL). El día, se fue en tácticas aéreas hechas contra objetivos en tierra. Todas fallidas, por cierto, que dejaron sólo pérdidas de pertrechos militares y algunas humanas. Muchas de ellas, las vimos por televisión, otra nos enteramos por informantes que llegaban a las instalaciones donde nos encontrábamos. El único medio de comunicación que tenía mi antiguo Cmdte., era la línea telefónica de su unidad. Él tuvo la misión directa de neutralizar el área específica que le ordenaron. En ningún momento, participó operacionalmente ni logísticamente. Fue tan solo, un oficial usado de carne de cañón junto a otros, que arriesgó mucho para no tener medallas de reconocimiento.
Serían como las 12.30 horas, cuando perdió contacto con el “líder” de la operación. Una palabra obscena le escuché salir de su boca, al verse impotente porque su “jefe militar” no le respondía la llamada telefónica. Y así permaneció, esperando por el resto de la tarde. A esos de las 16:45 horas, el campo de aviación se tiñó de gris oscuro, lloviznó un poco, pero no llegó a caer un palo de agua. Un último Bronco OV-10, que sobrevolaba la Base, viró hacia el sur, quizás evitando el mal tiempo que se avecinaba. A continuación, se incrementaron los silbidos de los proyectiles a lo lejos y muy cerca de nosotros. Un sargento llegó informando que habían entrado a BAEL, unidades blindadas del tipo “Dragón” junto a tropas de infantería del Ejército. Minutos después, vimos despegar de forma crítica por el taxiway a un Hércules C-130 (pensamos que se estrellaría por la baja altitud). Dos minutos después, despegaron dos cazas F-16 y se le coloraron de escolta. Viraron en ascenso hacia el sur de la estación.
Más tarde no enteramos, que el “máximo jerarca” que había comandado la insurrección, se montó con algunos de sus gregarios insurrectos en el Hércules C-130 sigla 2716, luego que entraron las unidades del Ejército (un acto de cobardía que ascendió a bordo de esa aeronave). Atrás, había dejado en tierra, a la gran mayoría de los militares que lo acompañaron y colaboraron en su aventurado y trágico propósito (incluyendo al que fuera mi Cmdte. de unidad). Sucedió que, transcurrido unos quince minutos, mi ex Cmdte. nos dijo a todos: «vamos a esperar resguardados en la unidad, mientras llegan los soldados del Ejército». Pero de pronto, la Divina Providencia, nos envió otro sargento que nos informó que probablemente las tropas podían arremeter contra la vida de nosotros. Y fue cuando nos ordenó que escapáramos como pudiéramos. De ese hecho, casi pierdo la vida cuando intenté escapar por el lado sureste de la Base. El destino de los otros nunca lo supe. Pero al día siguiente, me enteré que todos habíamos podido sobrevivir de aquel arriesgado escape que hicimos, en medio de una sitiada base aérea.
Un episodio sui géneris, que al igual del 4F, muchos se enteraron aquella mañana de ese otro movimiento insurreccional (por ejemplo, en mi caso particular, había estudiado todo el jueves 26 para la última prueba de matemática del propedéutico que hacía en el IUPFAN, y que iba a presentar ese viernes 27N). Dramático suceso que pretendió sacar por la fuerza –en un segundo intento–, al Presidente CAP mediante unos aviones de guerra sobrevolando Caracas.
Un drama más, se había enquistado en las venas de esta Tierra de Gracias. Aquel día lúgubre, tampoco hubo reacción del pueblo civil (reacción popular) que defendiera su democracia, el cual desde la posición muy cómoda de sus hogares y cargos públicos, veían desvanecer el destino de su querido país, con las bombas, cohetes y metrallas que caían desde el cielo. Pero en cambio, si hubo una cuantiosa carne de cañón de ese pueblo noble defensor de la patria (oficiales, sargentos y soldados venezolanos), peleándose entre sí. Unos sosteniendo los pilares de la democracia, otros tantos tratando de fracturarlos. De ese enfrentamiento, dos compañeros míos, resultaron muertos. Uno a bordo como copiloto en un Tucano T-27 y el otro, que quizás, se estrelló por fallas de su avión Bronco OV-10. O, porque su silla de eyección no se le activó. Otros dos compañeros, en acción aérea sobre Caracas y BAEL, lograron salvarse milagrosamente, luego de eyectarse de sus Bronco OV-10 cuando éstos fueron abatidos.
De esa experiencia vivida, me llevó posteriormente, al encierro por casi un mes, en el lugar que implementaron como prisión. Allí me topé con muchos de los superiores, compañeros y subalternos, que habían estado en las operaciones de la Base Aérea “Mariscal Sucre”. Luego salimos de allí, el 23 de diciembre, y meses después, un panel de oficiales generales y superiores, me interrogaba en un “Consejo de Investigación”, que fue abierto para algunos oficiales por el hecho suscitado (otros fueron a juicio). De ese acto, salí sin problemas, porque se determinó que no había participado en el deshonroso evento causado a la nación. Gracias a Dios, que fue así. De lo contrario, me hubiera puesto fuera de la institución (tenía sólo tres años de graduado). Por otro lado, debo decir, que el trato no llegó a ser igual dentro de la institución que me había dado la formación: mi Fuerza Aérea Venezolana (FAV); ante la duda y el cuestionamiento, que había dejado mi estela.
Unos años después, los cimientos poco fuertes que tenía la democracia, hicieron posible la llegada a la presidencia de un ciudadano bastante avanzado de edad. Nos acordamos del Dr. Rafael Caldera. El veterano político, que luego de armar un “chiripero” y, teniendo como aliado, los hechos políticos que habían impactado la República, se abrió camino hacia Miraflores (vaya segundo accidente político, luego del CAP II). Tuvo un paupérrimo gobierno, que se dice, fue manejado por los hijos. Pero, durante su mandato, y gracias a su buena acción samaritana como socialdemócrata que era, sobreseyó la causa de los militares del 4F y 27N. Su acción pacificadora, apaciguó al país de toda conspiración militar. Haciendo que Venezuela, siguiera viviendo su estado nihilista característico, que se ha mantenido por años. Su propio laisser faire-laisser passé, codificado en el ADN del venezolano.
A finales del año 1998, se presentó un nuevo escenario de elección presidencial, que eligió a uno de los líderes del 4F: Hugo Chávez Fría, aquel que con su estilo característico, tomó juramento solemne sobre la Constitución vigente, a la que calificó de “moribunda”. Fue el primer irrespeto que se le hizo a la República, donde muchos aplaudieron aquella vergonzosa escena. De allí en adelante, un largo camino de irrespetos y actos oprobiosos nos esperaba en su recorrido.)
–A medida que se agudizaba la oposición, y ustedes lo saben mejor que yo, la dictadura militar se hacía más despiadada. Hasta nosotros, los oficiales de menor graduación, llegaban vagas noticias de lo que sucedía en las cárceles, aunque por lo general no las creíamos y nos limitábamos a comentar: “Deben ser exageraciones de los políticos empeñados en labrar el descrédito del gobierno” Un sábado en la noche me tomé unas cuantas cervezas con Javier Entrena, mi antiguo compañero de estudios, e íbamos los dos solos en su automóvil por la carretera que baja al mar. Repentinamente yo le pregunté: “¿Qué hay de cierto en eso que se cuenta?”. Él me miró sorprendido sin soltar el volante, y yo no tardé en aclararle: “¿Qué hay de cierto en eso de los atropellos y las torturas?”. Javier Entrena comprendió que desde ese momento podía hablar de política conmigo y se apresuró a desembuchar todo cuanto se había callado antes. Me contó cómo había sido asesinado Ruiz Pineda en plena calle, cómo existía un campo de concentración llamado Guasina donde los presos políticos arrebataban la bazofia a los puercos para no morir de hambre, cómo en esa Guasina había agonizado un viejo coronel revolucionario con las úlceras cubiertas de gusanos y privado de asistencia médica. Yo le pregunté entonces: « ¿Por qué cometen eso crímenes?, ¿para qué los cometen?». Y Javier Entrena me respondió secamente, sin volver la cara hacia donde yo estaba: «Lo hacen para robar». (Ibíd., p. 113-114).
–Amargo trance fue para mí escuchar las irrefutables razones de Javier Entrena. El móvil exclusivo del golpe militar había sido la codicia. El implacable aparato policial edificado con tanto esmero no era sino una muralla defensiva del pillaje. Aquella prédica de salvar al país del caos y de la anarquía, de garantizar el orden social, se convirtieron lisa y llanamente en una parada tirada a medianoche o a la luz del día por una cuadrilla de hombres armados impelidos por un solo incentivo: el entrar a saco en el tesoro público. Darme cuenta de esa realidad me condujo a una crisis de desaliento que se transformó gradualmente en crisis de indignación al recordar que para cometer tan vulgares fechoría se había invocado el honor de un ejército al cual yo pertenecía y me sentía orgulloso de haberlo elegido como destino. Supe por Javier Entrena que cada concesión minera era una vileza remunerada, cada obra pública una comisión dolosa, cada edificio escolar un tanto por ciento. Supe que incluso en la adquisición de armas y uniformes para el ejército recibía el dictador una tajada de mercenario. Los tanques de guerra se oxidaban abandonados, los motores se volvían inservibles bajo el orín y el fango, porque de ese modo era factible comprar en el extranjero nuevos tanques y nuevos motores que producirían nuevas comisiones.
–Y te faltan muchas cosas por saber – lo interrumpió el Periodista llevado por la tentación de referir una extravagante superchería–. Hace unos meses por ejemplo, el Ministro de Sanidad solicitó en el Canadá un presupuesto para equipar a todo lujo un hospital acabado de construir. Le enviaron de allá el presupuesto, tras tomar como norma el mejor hospital de Montreal, junto con la advertencia de que consideraban aconsejable, más aún, imprescindible eliminar del pedido los enormes aparatos limpiadores de nieve, absolutamente inútiles en un país tropical como el nuestro. No obstante, el dictador y el Ministro de Sanidad, resistidos a dejarse mermar en un céntimo la comisión que habían calculado, respondieron por cable: “Manden equipo hospital sin quitarle nada”. Aquellas inmensas palas destinadas a limpiar una nieve que no ha caído ni puede caer jamás, le costaron a la nación más de cien mil dólares.
–Ya enterado de los atropellos que se cometían en nombre del ejército – prosiguió el Capitán–, se me enfrentaron en la conciencia dos columnas igualmente aguerridas: de un lado mi idea inflexible de la disciplina y juramento de apoliticismo; del otro lado mi dignidad de hombre y mi rabiosa amargura ante el descrédito que se cernía sobre mi profesión. (Ibíd., p. 114-116).
(Del acto de la «moribunda» Constitución de 1961, pasamos a una nueva carta magna en 1999. Mientras se aprobaba en referéndum, el desastre natural de Vargas aparición para ser estragos; allí la FAV perdió un helicóptero Super Puma que arrojó víctimas fatales. Vino el “Plan Bolívar 2000” y el “Fondo Único Social” (los primeros nichos de corrupción). En algunas escenas vimos al Presidente usar el uniforme militar, y nos preguntábamos ¿por qué lo hacía? Empezaron a parecer las primeras hordas de choque del gobierno: los “Círculos Bolivarianos”. Una de las tantas marchas, que se hizo en contra del régimen, fue influenciada por sus líderes opositores a que se siguiera marchando hasta Miraflores (el gobiernos permitió deliberadamente su paso). Allí se produjeron los primeros muertos del régimen bolivariano. De pronto, el Presidente se desapareció, el que le seguía en mando se ocultó junto al tren ejecutivo, para dar paso a la presentación por televisión, de un grupo de oficiales de la FAN que harían su particular pronunciamiento por separado (ni siquiera se pusieron de acuerdo), en contra del gobierno y por lo sucedido el día 11 de abril, a una parte de la población cuando ejercía el derecho a la protesta. Esto llevó una horas después, por la noche, a un señor empresario a levantar su mano para juramentarse como Presidente, mientras tenía al lado a su nuevo Alto Mando Militar preparado, en flameante traje de gala y con un auditórium repleto, que aplaudía a la figura del nuevo “César”.
No conteste con eso, atentamos contra la primera industria (PDVSA), activando un paro petrolero (a pesar de ser la empresa, que por años, nos ha dado el pan de cada día). De allí, pasamos al tiempo de las leyes habilitantes; ahora la nueva Constitución que se mostraba por doquier, en varios colores y formatos, no tenía tanta preeminencia e importancia. Hasta se le quiso enmendar ocho años después. Luego prosiguieron, un sin número de actos contrarios a la República, que sería muy largo poder describirlos aquí.)
Epílogo
En estos últimos años, se ha especulado mucho sobre qué clase de gobierno tiene Venezuela, con tanto matices al descubierto. Sin embargo, en este largo y pesado caminar, a muchos venezolanos se le ha perseguido por ser disidentes, expropiados sus bienes, puestos tras las rejas como presos políticos y, otros tantos –un poco más radicales–, se hallan fuera del país. Esto, sin mencionar las muertes que han quedado impunes, cuyas almas andan por allí en pena. De igual forma, se desconoce de los métodos de tortura que se vienen empleando, por parte de un estado policial, que está al servicio de una seudo revolución, el cual sigue aferrado al poder. La última trinchera que le queda.
Por otra parte, está el hecho de no saber realmente, cuánto se le ha dilapidado a la cosa pública (Re pública). Sabemos, de algunos casos que se escaparon del laboratorio. No obstante, una cifra exorbitante nos informa que asciende, en más de un millardo de dólares, que pudo haber salido de las arcas de la nación (es decir, 83,33 planes Marshall).
Finalmente, Chávez dejó de existir, ahora está Maduro (reelecto) con su propia naturaleza y estilo, que seguirá dando fuetes para que se materialice el estado utópico. No tiene claridad (nunca la ha tenido), la oscuridad por el poder hizo que minara al país de desazón, desabastecimiento, hiperinflación, exilios y desarticulación política. Todo ello, con un fin: seguir devastando «la catedral para alinear las piedras» como refirió Antoine de Saint-Exupéry, cuando combatía en la Segunda Guerra Mundial contra el enemigo difuso que tenía al frente: el «culto de lo particular», la imposición de «una costumbre particular a los otros pueblos», el «…pensamiento particular a los otros pensamientos»; ordenado por Hitler.