Fue allá lejos, en el territorio de mi infancia.
La televisión era en blanco y negro pero tenía magia. Y parte de esa magia se llamaba ‘Titanes en el ring’.
La fórmula era simple: un ring, público enardecido alrededor y unos personajes de ficción luchando. Mejor dicho: simulando que luchaban.
Los luchadores tenían un cierto aire bizarro: el gran campeón armenio Martín Karadajián, la Momia, la Momia Negra, el payaso que creo recordar se llamaba Pepino y toda una galería de personajes extravagantes.
Uno de los momentos más misteriosos de cada programa era protagonizado por otro personaje, alguien que no participaba de los combates pero que se suponía que tenía una tarea de enorme importancia pero cuyos detalles eran desconocidos.
Era el hombre de la barra de hielo.
La cámara lo registraba cuando aparecía entre la gente y lo seguía en su caminata al costado del ring. Llevaba una enorme barra de hielo que cargaba al hombro. Atravesaba toda la escena y desaparecía más allá mientras el locutor subrayaba el misterio que rodeaba sus incursiones.
Pues bien: en toda campaña electoral alguien debe jugar el papel del hombre de la barra de hielo.
Las campañas electorales son calientes, muy calientes, casi hirvientes.
Las emociones están desatadas. Todas las emociones. Las del candidato, las de su equipo de campaña, las de su partido, las de los militantes y las del público general.
Emociones a granel.
Explosivas.
Desordenadas.
Caóticas.
El riesgo de un clima tan marcadamente emocional es múltiple:
En ocasiones nubla el sentido y oscurece la razón, afectando negativamente la toma de decisiones
A veces proporciona una visión distorsionada de la realidad y daña severamente a la estrategia
En otras oportunidades transforma a toda la campaña en un gran caos que termina hundiendo el barco
Alguien, entonces, debe ayudar a enfriar las mentes. Desde el principio y hasta el final, incluyendo los momentos más difíciles.
Alguien debe desempeñar el rol del hombre de la barra de hielo. Y atravesar toda la campaña en ese rol.
Siempre con la barra de hielo.
Porque las decisiones de campaña deben ser serenas y frías. Porque la realidad debe ser vista tal cual es aunque sea desagradable. Porque la estrategia debe sostenerse con tranquilidad. Porque los nervios son muy malos consejeros. Porque la campaña necesita orden y organización. Porque el candidato y su equipo deben desplegar al máximo sus potenciales de razonamiento.
El hombre de la barra de hielo puede ser el consultor político externo.
O un integrante del equipo que pueda cumplir ese rol ya sea por personalidad, por formación o por experiencia.
Recuerda: toda campaña exitosa necesita del hombre de la barra de hielo.
Maquiavelo &Freud
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