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John Magdaleno (II): “El mayor costo que un régimen autoritario puede pagar en el plano doméstico es que se fracture la coalición dominante”

Artículos de opinión
Tiempo de lectura: 7 min.

Durante buena parte de su carrera, el politólogo John Magdaleno ha estudiado alrededor de 120 procesos de transición política de todo el mundo, principalmente en los últimos dos siglos. Han sido más de 10 años de trabajo investigativo en los que ha tratado de diseccionar la complejidad de cada caso, pero también aquellos patrones que se repiten dentro de contextos tan particulares.

Las elecciones presidenciales del 28 de julio abren el camino nuevamente para el debate, ¿está Venezuela a las puertas de una transición política tras 25 años bajo el modelo autoritario del chavismo? En una entrevista de dos partes para El Diario, el profesor y consultor político habló sobre las condiciones teóricas que deberían producirse para concretar una potencial salida de Nicolás Maduro del poder de forma pacífica y constitucional.

En la primera parte de la entrevista, Magdaleno explicó que para producir una transición en Venezuela, primero se debe producir una situación-límite, como una victoria opositora contundente, para que la coalición gobernante entre en un dilema sobre su permanencia. También insistió en la importancia de ofrecer mecanismos de presión e incentivos que faciliten esa negociación.

Ahora, la cuestión gira en torno a qué tan viable serán estos criterios, considerando la compleja naturaleza política venezolana, con un oficialismo que parece haber sobrevivido a diferentes intentos de transición por colapso a través de estallidos sociales e intentos de vacancia, así como a procesos de diálogo que nunca se cumplieron. Para esto, Magdaleno advierte que la oposición requiere de dos factores claves: organizarse para defender el voto el día de los comicios, y superar sus diferencias para articularse de forma más eficiente para propiciar dicha situación-límite.

Normalmente para que haya una transición debe haber un sector de la coalición gobernante dispuesto a negociar. Sin embargo, desde el arresto de Tareck El Aissami se ha visto más bien a grupos reformistas del oficialismo como Jorge Rodríguez o Rafael Lacava volverse más radicales y alineados al poder. ¿Denota esto que el chavismo más bien está cerrando filas para impedir un quiebre?

Es cierto que cuando se va a producir una transición negociada que a la postre termina siendo un episodio exitoso de democratización, suele existir previamente una subcoalición reformista dentro de la coalición dominante. A veces esta subcoalición posee creciente poder dentro del régimen y presiona internamente por las reformas, al punto de terminar imponiendo una política de distensión. Pero otras veces no tiene suficiente control ni capacidad de influencia, hasta que se presentan una o varias situaciones-límite que permiten que emerja o que su poder crezca. Pero, sin duda alguna, hay que decir que sin la existencia de ese grupo, las negociaciones pueden ser muy difíciles o, incluso, no darse. 

Me cuesta identificar sectores reformistas dentro de la coalición dominante de la autocracia venezolana, si por tal cosa entendemos no una voluntad de reforma económica sino, más bien, una de índole política”

Es decir, los reformistas del lado del régimen autoritario que facilitan una democratización, suelen promover una reducción significativa de los niveles de represión, una mayor tolerancia de la oposición y de los medios de comunicación, la liberación de presos y el regreso de exiliados, y hasta se restablece un canal de comunicación relativamente más fluido con diversos sectores de la sociedad. Pero nada de eso está ocurriendo en Venezuela, al margen de las conversaciones privadas que, se sabe, tienen lugar entre determinados actores. 

En las últimas semanas lo que más ha llamado la atención es que se permitió la inscripción de Edmundo González Urrutia y que, al menos hasta la fecha, no se han inhabilitado las tres tarjetas con las cuales la oposición concretó su postulación. Pero incluso esto último está lejos de representar una distensión o una liberalización política. Y no es sencillo intentar pronosticar si se va a producir un cambio en estas u otras materias en las semanas que siguen. 

De un autoritarismo hegemónico se puede esperar cualquier cosa y de este régimen, en particular, más. Sobre todo porque los principales decisores suelen operar con cierto nivel de “sorpresa”. Les favorece introducir creciente incertidumbre en las reglas de juego y los procedimientos. 

Lo que pienso es que si la oposición efectivamente configura una abierta mayoría en la elección presidencial, el margen de maniobra de los factores de poder del autoritarismo se va a reducir y ello podría abrir la compuerta para que “emerjan” los reformistas de la coalición dominante. Pero eso sólo lo sabremos de llegar a ese hito, para lo cual la oposición tiene que trabajar lo más intensiva y coordinadamente posible. De modo que, en el caso venezolano, pienso que la existencia de una situación límite podría estimular el surgimiento o la visibilidad de sectores reformistas. A veces no se conoce quiénes son los reformistas hasta que se produce un cambio en las tendencias en desarrollo. Así ha sucedido en unos cuantos casos en el mundo, incluyendo transiciones latinoamericanas, europeas y africanas. 

Actualmente vemos que la oposición ha logrado mantenerse unida y delegar eficientemente las funciones de su candidato en diferentes voceros y líderes. ¿Cómo aprecia esta nueva estrategia que se está aplicando?¿Está bien encaminada?

Sí, ciertamente hay coordinación estratégica entre los principales factores de la oposición y se han resuelto los principales “cuellos de botella”. Pero hay dos temas que demandan mucho entendimiento para poder pretender “fabricar” la situación límite a la que me he referido: primero, la operación de vigilancia y defensa del voto tiene que ser impecable, aún en medio de las tensiones que, estoy persuadido, se van a presentar; y segundo, es imprescindible resolver las fuentes de fricción que hay en este momento entre ciertos factores opositores, porque ello puede estar dificultando la aceleración y hasta la calidad técnica y profesional de los esfuerzos organizativas. 

Como tengo información de primera mano y estoy obligado a ser prudente en un momento tan delicado como este, sólo diré lo siguiente: la soberbia y la arrogancia tienen que dar paso a un clima de entendimiento y colaboración. Lo que el país se está jugando en las próximas semanas es demasiado importante y definitorio de nuestro futuro colectivo como para que se puedan albergar mezquindades y enconos políticos o personales. El “revanchismo”, el “sectarismo” y la “voluntad hegemónica” de ciertos factores no ayudan en nada. Este es un momento que demanda mucha madurez política e inteligencia estratégica. Si sobreviene un episodio redemocratizador, ya habrá tiempo y espacio para que las distintas fuerzas políticas le planteen sus visiones, ideas, proyectos y planes al país.

Pero este es el peor momento para pretender hegemonizar la política opositora y el debate público. Como siempre he repetido, si de veras se desea una redemocratización, es preciso que todos los actores opositores se comporten como demócratas, con estricto respeto al pluralismo político. Hay que recordar que los excesos cometidos en el “trienio adeco” constituyeron uno de los factores contribuyentes de la instalación de los 10 años de autocracia militarista que mediaron entre 1948 y 1958. 

—También existe temor de un posible fraude o desconocimiento de los resultados por parte del oficialismo tras el 28J. ¿Es viable para el gobierno elevar tanto el costo de su permanencia con una jugada así?

—Más que temor, es un escenario que hay que analizar y frente al cual hay que preparar protocolos estratégicos, precisamente para reducir su probabilidad de ocurrencia. Los mayores esfuerzos de la oposición deberían estar concentrados en ofrecer mayores garantías para que todos conozcamos, de modo fidedigno, la voluntad de los electores ese día, y en elevar el costo de cosas como la que señalas. El mayor costo que un régimen autoritario puede pagar en el plano doméstico es que se fracture la coalición dominante. Y eso es posible cuando una mayoría contundente se expresa y da muestras de su voluntad de defender el resultado. De modo pacífico, pero con firmeza. Aquí es donde el coraje y la determinación, junto a la inteligencia estratégica colectiva, juegan un rol crucial. Creo que el estado emocional y el clima de opinión del país pueden permitir expresiones de ese tipo. 

—Ciertamente el gobierno ha sobrevivido a otros mecanismos de presión y negociación en el pasado. Sin embargo, en caso de seguir en el poder después del 28J, ¿es posible una transición gestionada desde la propia coalición gobernante?

Sin presiones e incentivos y sin una situación límite, lo veo difícil. Pero aún si diéramos por descontado que ese es un escenario factible, tendríamos un problema en puertas: conforme a la investigación de Guo y Stradiotto, casi la mitad de las transiciones a la democracia iniciadas por factores de poder de un régimen no-democrático (la llamada conversión, reforma o transformación desde dentro) termina en reversiones autoritarias. 

Sabemos por intermedio de las investigaciones del V-Dem Institute de la Universidad de Gothenburg, que la gran mayoría de las transiciones a la democracia que se inician, enfrentan la amenaza de que los factores de poder del viejo régimen autoritario intenten revertir el estado de cosas. De hecho, de los 383 episodios de democratización hallados entre 1900 y 2019, 226 fueron liberalizaciones políticas que se iniciaron, pero que luego se revirtieron. En una reciente entrevista resalté los 145 episodios exitosos de democratización existentes entre 1900 y 2019, que no es un número bajo. Pero los episodios fallidos, que constituyen mayoría, deberían ser un recordatorio de los errores que no se pueden cometer.

12 de junio 2024

https://eldiario.com/2024/06/12/john-magdaleno-mayor-costo-que-un-regimen-autoritario-coalicion-dominante/