En la calleMe tocó recorrer algunas calles de Maracay hoy, la ciudad cuartel de Venezuela. Me tocó rozar a unos ocho mendigos: gente descalza, sucia y con las manos extendidas.
La mirada del loco renacido.
Me tocó oír de boca del trabajador de Elecentro pedirme para el café luego de pagar mi recibo. Me tocó conversar con cuatro policías de la Gobernación de Aragua y ellos maldecir a Maduro y decir a voz en cuello que el domingo “votarían” en el plebiscito.
Y una cuadra más adelante, a través de una cerca, tres soldados del Ejército (no de la GNB) llamarme casi en susurro y pedirme 500 bolívares para completar el desayuno. Me devolví agrio, pero cuando le vi la cara al muchacho, quien podía ser mi hijo, un joven de rostro limpio y ojos que me provocaron abrazarlo, bajé la guardia y le pregunté:
-¿Ustedes no reciben paga de la Fuerza Armada?
-Mire, señor, aquí hemos amanecido y no hemos tomado ni café.
Me pegué de la cerca y entonces se me salió el maestro de escuela que he sido:
-Bueno, vamos a hablar. ¿Saben lo que está pasando en el país?
Asintieron todos.
Me extendí en una charla sobre todas las desgracias que estamos viviendo. Y ellos, callados, con los ojos húmedos mientras el fusil casi tocaba con el cañón el piso de tierra del patio de un establecimiento del gobierno que se encarga de almacenar alimentos.
Cuando les hablé del domingo 16 todos dijeron que irían a “votar” contra el gobierno.
Uno que llegó de civil, vigilante del sitio, me dijo:
-Mire maestro, claro que iremos a votar. En esta vaina donde yo trabajo cuido un galpón vacío. Aquí no hay ni ratones porque no hay alimentos, no hay nada que comer.
Sólo cargaba yo 100 bolívares en efectivo. Extendí el billete y le di la mano al muchacho.
Volví la mirada a la calle y toda la miseria de una humanidad humillada entró en mis ojos.
No es poesía. Es arrechera y tristeza.