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La comuna o “la patria primitiva"

Opinión
Artículos de opinión
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Tiempo de lectura: 3 min.

Crónicas del Olvido

1.-

La Comuna fue un sueño que duró dos meses, tan afincando en la utopía que se hizo pesadilla, porque los paraísos no existen. Y mucho menos las profecías que anuncian la máxima felicidad. París fue una fiesta de época en la imaginación de Hemingway en la plena libertad de su bohemia. Era la capital de la alegría, pero fue siglos después de aquella locura que para muchos fue iluminación, entre ellos el poeta Rimbaud, quien la vivió y la sufrió, decepcionado: fue el desastre, tanto que quedó fijada en la memoria de algunos ilusos que la convirtieron en fascinación ideológica.

La Comuna de París, aquel título que Marx alivió con afán literario, fue un episodio en el que la Revolución Francesa entubó la tragedia un siglo después. La Comuna fue la trampa para dejar ver que la felicidad era posible. Que la libertad era un derecho inalienable. Que la equidad era la igualdad. Pero todo terminó en una gran francachela que devino en muerte.

“La patria primitiva”, el llamado preterismo anidado en la cultura de la izquierda, sumó la gran parte de esa romántica locura que hoy tiene sus seguidores en la ignorancia y el aventurerismo político. Vivir en comuna, como los hippies de los sesenta, sin bañarse, sin producir, consumiendo drogas, bailando sobre el disentimiento ajeno. Bueno, esa es otra cosa. Esa es la gran pendejada del festival de Woodstock, la añoranza. ¿Quién no?

Pero, más atrás en el tiempo, la Comuna, esa vuelta al tribalismo, con la diferencia de que ya la metrópolis no era un pedazo de tierra campesina, donde el trueque y la iluminación mágica provenían de la caza y de la pesca, de la revelación y hasta de la necrofagia.

La antigua patria, la nostalgia de lo dejado atrás, la obsesión por el pasado perdido, por la infancia subrayada en la necesidad de trabajar. Ese complejo le adjudicó a “científicos sociales”, filósofos y alucinados la idea de que era posible regresar al conuco, al intercambio de baratijas, a la pala, al machete, a la muerte del mercado, a la santidad social.

2.-

Para quienes aún sienten que el pasado es una necesidad vital en sus vidas, el futuro se resiente. Quien vive del y para el pasado no tiene porvenir. Quien estudia el pasado y lo interpreta sabe que el presente tendrá un futuro. Pero los comuneros eran inmediatistas, parlamentaristas, charlatanes, vividores, desertores, asaltantes nocturnos.

El fracaso de la Comuna de París estaba en su propio seno. Era inviable. Es inviable la que hoy propugnan porque la sociedad está obligada a ser diversa. Si se atiende al llamado de la igualdad por la igualdad, según la voz de Zamora, “Todos somos iguales”, termina en un precipicio. No todos somos iguales, porque ni siquiera ante la ley lo somos, y la mejor demostración la tenemos en el TSJ venezolano, en el Sebin, en las fuerzas opresoras de este país que se han convertido en la bestia que anula los avances democráticos de una sociedad que antes fue abierta, con sus defectos, pero democráticamente abierta.

Por eso la más clara muestra del fracaso de Maduro está en invocar una Constituyente Comunal. Un anacronismo que no tiene cabida en este tiempo y mucho menos en el que viene. Los asesores del Maduro, cubanos, españoles y venezolanos asalariados, experimentan con el tejido socio/económico y cultural de este país que podría explotar de un momento a otro.

3.-

El concepto de “patria primitiva” está en el modo de producción asiática tantas veces estudiado por Marx y sus panas. Eso también fracasó. Que lo digan los chinos, hoy seguidores de las tecnologías occidentales y propulsores de empresas esclavistas y explotadoras de su propio pueblo. Que lo diga Vietnam. Algunos países africanos que hasta hace poco vivían en la edad de piedra.

La civilización occidental no es un amago. Es una realidad sustentada en la democracia. Somos herederos de la política y por tanto debemos enfrentar la locura del totalitarismo, porque la comuna, esa vertiente engañosa, un disfraz manejado por el poder absoluto, es una manera de esclavizar y mantener al margen de sus derechos a los pueblos.

La patria primitiva es la patria forajida.

La comuna de París es una imagen romántica, boba, deleznable, tan de poca “videncia” que los poetas de la época se dedicaron luego a sus asuntos –menos peligrosos- y otros se retiraron de la palabra literaria para embarcarse en el mercadeo de baratijas, esclavos y droga.

Comunista o anarquista, por el pujo de Marx y Bakunin, esos 60 días de “gloria” sólo fueron un sueño que terminó con 10 mil muertos en las calles de París. La ciudad quedó casi destruida y la ilusión convertida en una cloaca, la misma que hoy un demente nos quiere imponer.