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La destrucción de la realidad

Tiempo de lectura: 7 min.

La mentira es un arma de la guerra, no lo vamos a descubrir hoy. El enemigo está ahí para ser derrotado y, para derrotarlo, hay que saber engañarlo. Esa es una de las diferencias que separan a la guerra de la política. Lo que no significa por cierto que la política sea una práctica destinada a buscar la verdad.

El político no es un apóstol de la verdad, como debe ser un filósofo o un científico. Los políticos mienten, y eso tampoco vamos a descubrirlo ahora. Pero a diferencias de la práctica militar, la política no puede convertir, como sucede en una guerra, a la mentira en un sistema. Quien lo hace está destinado a perder pues cuando un político es descubierto en mentiras, suele pagarlo caro, algo que nunca puede ocurrir a un mariscal de batalla, quien está obligado por su profesión a engañar a sus enemigos.

Quizás para explicarnos mejor, debemos recurrir a algunas ideas de quien dedicara muchas páginas a pensar sobre el tema de la mentira y la verdad en la política. Por supuesto, nos referimos a Hannah Arendt.

En su escrito sobre «la verdad y la mentira en la política», así como en el apartado final de su libro «Entre el pasado y el futuro», distinguía Arendt tres tipos de mentiras en la política: las mentiras de la razón, las mentiras que se deducen de las verdades de opinión y las mentiras que provienen de las verdades de hecho.

Las mentiras de la razón – dejemos de lado las equivocaciones de la razón, eso es otra cosa – son las que provienen de la no revelación de la verdad con el objetivo de alcanzar un objetivo que puede ser simbólico o real. Arendt pone como ejemplo la mentira de los gobiernos conservadores alemanes relativa a que Alemania era una sola nación durante el periodo de la Guerra Fría pese a que sabían, más aún, aceptaban, que Alemania del Este estuviera acreditada en la ONU como nación independiente (la versión socialdemócrata era más sofisticada: «una sola nación y dos estados»). En ese sentido la mentira de «una sola nación»(que jurídicamente no existía) estaba puesta al servicio de una verdad deseada por la mayoría de los ciudadanos: la reunificación de las dos Alemanias.

Ahora bien, Putin también ha dicho y escrito que Ucrania y Rusia constituyen una sola gran nación. Para reunificarlas –de acuerdo a su versión– ha invadido a Ucrania. ¿Pueden compararse entonces la consigna de la unión de Rusia y Ucrania con la de las dos Alemanias? No. En ningún caso.

En primer lugar, Ucrania existió como una nación independiente y soberana desde marzo de 1917 (La Rada Central Ucraniana). Lenin ratificó su independencia el 18 de enero de 1918. La reanexión de Ucrania a Rusia por parte de Stalin fue, en cambio, un acto de apropiación imperial, resultado del pacto nazi-soviético de 1939. En segundo lugar, la declaración de independencia de Ucrania de 1991 fue el producto de un referéndum nacional en el que los independentistas obtuvieron una victoria con más del 90 por ciento de los votos, algo que nunca habría podido suceder en el periodo de la dictadura comunista en Alemania del Este.

Sintetizando podemos decir que mientras la mentira de una sola nación estaba puesta en Alemania al servicio de una verdad histórica y política, la mentira de una sola nación elaborada por Putin está puesta al servicio de la anexión brutal de una nación independiente. Visto así, la mentira alemana era políticamente racional, mientras que la mentira rusa era y es, políticamente irracional. La primera apuntaba a la reunificación política. La segunda, a una invasión militar.

Siempre en relación con el tema de la verdad en la política, Arendt distinguía, además, dos tipos de mentiras que se deducen de dos tipos de verdades. A una la llama verdad de opinión y a la otra, verdad de hecho. Fácil deducir es que la verdad de opinión solo puede ser verdadera si se ajusta a los hechos. Decir por ejemplo, Stalin fue un gran hombre, es una opinión. Decir en cambio, Stalin mandó asesinar a millones de personas, incluyendo a toda la vieja guardia bolchevique, es una verdad de hecho. Del mismo modo, decir que Putin es una persona bondadosa, es una verdad de opinión. Decir en cambio que las tropas rusas enviadas por Putin han asesinado a miles de ucranianos civiles, incluyendo a muchos niños, es una verdad de hecho.

Las buenas opiniones son entonces las que se ajustan a los hechos. Las que no se ajustan, o no son verdades, o son verdades a medias, o son simplemente, mentiras. Ahora, la mayor perversión política, aduce Arendt, no aparece cuando las opiniones no están sustentadas en hechos, sino cuando sustituyen a los hechos. Convertir a las opiniones en hechos, es una de las principales características de los regímenes totalitarios, agregaba. Justamente esa perversión historiográfica del putinismo es la que detectó el politólogo e historiador alemán Herbert Münkler en un reciente artículo

Para demostrar la mendacidad de Putin, Münkler hace una disección del ominoso discurso que pronunciara Putin en Volvogrado con motivo del 80 aniversario de la guerra (02-02-2023) Münkler indica con razón que la batalla de Stalingrado como punto de inflexión de la guerra es una verdad subjetiva, pues para los aliados ese punto está marcado por el desembarco en Normandía en 1944. Pero suponiendo que hubiera sido así, Putin en su verdad, omitió otra verdad muy importante, a saber, que gran parte de los contingentes que lucharon en Stalingrado eran ucranianos. Hablar solo de tropas rusas puede ser considerado entonces como una mentira por omisión, u ocultamiento intencional de una parte de la verdad. Una verdad a medias no es verdadera. Esa verdad a medias – eso no lo precisó Münkler – sirvió a Putin para fundamentar tres grandes mentiras.

La primera mentira dice que la guerra que hoy emprende Rusia en contra de Ucrania fue concebida para liberar a Ucrania de un gobierno fascista. La segunda, tanto o más grande que la otra, es que la Alemania de hoy continúa la tradición de la Alemania nazi al enviar tanques a Ucrania. Y la tercera, la más horrible de todas, es que la guerra de invasión que Putin ordenó en Ucrania, tiene un carácter defensivo. Citemos a Putin: «Hoy vemos, desgraciadamente que la ideología del nacional socialismo en su moderna configuración representa nuevamente una amenaza para la seguridad de nuestro país. Nuevamente hemos sido forzados a defendernos de la agresión del Occidente colectivo».

En su capacidad de mentir, Putin ha terminado por superar al mismo Hitler. Desde que invadió a Ucrania, en 2014, efectivamente, no ha parado de mentir.

Mintió Putin cuando calificó de fascista a la revolución del Maidán en 2013, hecho en el que participaron todos los partidos democráticos de la nación, así como miembros de todas las confesiones religiosas de Ucrania. Mintió cuando afirmó, sin ninguna fundamentación geográfica ni política, que Crimea, Sebastopol y los territorios del Donbás, pertenecen a Rusia. Mintió cuando firmó los documentos de Minsk en 2015. Mintió en su tramposo artículo del 2021 al escribir que por razones naturales y sanguíneas Ucrania era solo un territorio de Rusia. Mintió en febrero del 2022 cuando comunicó que los cien mil soldados estacionados en los límites con Ucrania realizaban solo ejercicios militares. Mintió al calificar de guerra defensiva su ataque a la población civil de Ucrania. Ha mentido negando el envenenamiento a disidentes (Navalny es solo uno de una larga fila). Ha mentido cuando presentó a la OTAN como amenaza a la integridad de Rusia, en el mismo periodo en que la OTAN se comprometía a no integrar a Ucrania. Y hoy vuelve a mentir al comparar a la democrática Alemania de nuestro tiempo, con la Alemania nazi de Hitler.

De acuerdo a la partitura de Hannah Arendt, Putin miente en todos los registros. Sus mentiras son racionales, es decir, concebidas de acuerdo a un objetivo, en este caso, construir una legitimación que sea útil a la guerra de invasión. Son también mentiras de opinión, pues no están sustentadas en ningún hecho. Y finalmente son mentiras de sustitución, ya que su objetivo es sustituir hechos por opiniones.

Al final solo queda una pregunta. ¿Creerá Putin en sus propias mentiras? Si no cree en ellas, solo queda pensar que estamos frente a un desalmado sin límites, la representación del mal radical tal como lo entendió Kant (el mal situado más allá de toda ley o norma). Si en cambio cree en sus propias mentiras, estamos frente a un psicópata que ha logrado zafarse de toda contención legal y moral, un ser enloquecido actuando sin ningún control, sin más objetivo que destruir las evidencias para sustituirlas por sus visiones. Probablemente, como suele ocurrir, las dos posibilidades no se excluyen entre sí. Ahí reside precisamente el gran peligro.

Putin, al destruir a la verdad, intenta destruir a la realidad. Una realidad que comienza pero no termina en Ucrania. Probablemente, la destrucción de la realidad, por él sistemáticamente emprendida, conducirá alguna vez la destrucción de su propia persona, como ocurrió con Hitler y en cierta medida con Stalin. Si va a ser así, solo cabe desear que ocurra pronto.

Referencias:

Hannah Arendt – Zwischen Vergangenheit und Zukunft, Piper, Munchen 2000

Hannah Arendt – Wahrheit und Lüge in der Politik, Piper, München 1987

Herfried Münkler – EL MITO DE LA BATALLA DE STALINGRADO (polisfmires.blogspot.com)

Fernando Mires – LAS TRES GRANDES MENTIRAS DEl PUTINISMO (polisfmires.blogspot.com)

Twitter: @FernandoMiresOl

Fernando Mires es (Prof. Dr.), Historiador y Cientista Político, Escritor, con incursiones en literatura, filosofía y fútbol. Fundador de la revista POLIS.