Pasar al contenido principal

De la política, la cursilería y el odio

Opinión
Artículos de opinión
Artículos de opinión
Tiempo de lectura: 3 min.

1.-

Tengo sobre mis rodillas el pesado tomo del Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española, mi muy fiel “mata burro”, como decían algunos viejos maestros de la otrora escuela venezolana, la que nos enseñó a usar ese libraco en el que a veces nos ahogamos y otras salimos ilesos. Y que me desmienta desde su lejanía mi querido profesor Manuel Bermúdez, quien también hacía lujo de estas costumbres lingüísticas.

Pues bien, con el recuerdo y el dolor (por los ausentes y por los que siempre estarán frente a nuestros ojos) de tener que repasar de nuevo las grietas de este país, resuelvo consultarlo para sacarme de dudas y establecer un contacto afectivo con quienes tienen asuntos pendientes con los significados y usos del bello idioma español, tan caro a nuestros orígenes, aunque algunos renieguen de él y se crean chinos.

Pues bien, vuelvo y digo, la Política (con mayúscula) es, según nuestro gran libro: “Arte, doctrina u opinión referente al gobierno de los Estados. // Actividad de los que rigen o aspiran a regir los asuntos públicos.// Cortesía y buen modo de portarse.// Por extensión, arte o traza con que se conduce un asunto o se emplean los medios para alcanzar un fin determinado”.

De la cursilería (con minúscula) explaya: “Acto o cosa cursi. // Conjunto o reunión de cursis”. También se puede decir “cursería”. Cursi: “Dícese de la persona que presume de fina y elegante sin serlo// Aplícase a lo que, con apariencia de elegancia o riqueza, es ridículo y de mal gusto. // Dícese de los artistas y escritores, o de sus obras, cuando en vano pretenden mostrar refinamiento expresivo o sentimientos elevados”.

Y ahora Odio (siempre con mayúscula porque hace mucho daño): “Antipatía y aversión hacia alguna cosa o persona cuyo mal se desea”.

2.-

Tres palabras que hoy están de moda, pero no sólo de moda sino que se aplican con toda su crudeza y fuerza, como para desmoronar conductas y acabar con la vida de una persona o de un país. La política, es bien sabido, es la realización de los asuntos del Estado. Es decir, construir un estado para que funcione. Un estado se construye con política, con inteligencia, con las habilidades de los seres humanos. Para que pueda haber equilibrio social, económico y cultural. Es decir, la política arropa todos esos aspectos. Recordemos a los griegos, quienes nos dotaron de las herramientas que hoy conforman el mundo Occidental. Sin ahondar, para no confundir a quienes dicen que la lectura hace daño a los ojos y a la mente.

De la cursilería, sálvanos señor. Suele aparecer producto del azucaramiento de muchos espíritus livianos, muy sensibles a cualquier motivación superficial. O por algún rasgo de ignorancia. La cursilería abunda en nuestro acontecer por los discursos que se han entronizado en nuestro ser colectivo. La política ha caído en esa trampa. De modo que política y cursilería muchas veces se dan la mano y pasean felices por todo el estamento nacional.

3.-

El odio, esa cosa purulenta que crece en el espíritu humano, sólo humano, porque los tigres ni las moscas odian. Odian los humanos. Porque el odio es un acto de inteligencia. Se elabora la tesis y sobre ella se aposenta el sentimiento aversivo. El instinto no crea el odio, lo disipa. La inteligencia acapara los sentimientos, los amontona, los hace una masa y allí se concentra el odio, como podría concentrarse la alegría, el amor, las ganas de comer chocolate o de acostarse con una mujer o un hombre.

No es preciso devanarse los sesos para entender que estamos metidos en un verdadero problema, porque la política (con minúscula), la que suele ser apostillada como “politiquería”, anda amigada con el odio. Cuando se junta el poder, en este caso esa política, y el odio, las familias o los países (total, son una familia) entran en crisis en conflictos. Aparece la violencia que es la sustitución de la Política. El odio se hace presente. Y los regímenes que lo sembraron no lo pueden controlar o detener, como no pueden controlar o detener las distorsiones de la economía. Inventan, en consecuencia, leyes inútiles e ilegales para tratar de contener el desbocamiento de la brutalidad provocada por la “política” de quien gobierna o dice gobernar.

Queda a un ladito la cursilería porque es tan inane que quien no sepa leer o entender la ética, la estética o la política, se dedica a decir sandeces, mientras el mundo afectivo se les viene encima.