El régimen logró sembrar la discordia entre los venezolanos, manipular el resentimiento y poner a una parte del país contra la otra. Quebró fundamentos del gentilicio, valores e identidades, llenando de fango ideológico la conciencia social. El escalón unitario superior, el de la reunificación de la nación, exige sanar estas heridas y restablecer una cultura cívica responsable. Para lograrlo, el primer paso, es no seguir dividiendo a la sociedad entre chavismo y antichavismo.
Entre la oposición partidista, de naturaleza fundamentalmente política y la oposición social, la que se expresa en las demandas de sobrevivencia de la población, hay un largo desfase. En general, partidos y políticos, tienen una agenda de los discursos, que pocas veces desciende a la tierra arrasada cotidianamente por las crisis. Situarse en el segundo escalón implica que los partidos y los políticos dejen de flotar como burbujas desvinculadas de la sufriente realidad.
La oposición articulada a los partidos no ha podido mantener una integración estable y frecuentemente revela una división con partes tan incongruentes como las de una esfinge. Por qué no logra unirse efectivamente es un enigma que la estrangula. Ante su inexistencia, toda la oposición ( o de casi toda si se considera que hay fundamentalistas que defienden que la oposición se fortalece depurándose) clama a las élites políticas por acuerdos durables entre ellas, como primer escalón para construir confianza y potenciar la eficacia.
Si no recorremos bien esta ruta interna, no podremos abrir junto al país la ruta mayor que conduzca a una transición negociada del autoritarismo a la democracia. Negociada significa progresiva, con participación de actores pertenecientes a los dos proyectos de país enfrentados y con un desenlace nacional, pacífico y electoral.
Esta ruta se configura como solución alternativa más probable a medida que los factores internacionales, aun combinando distintos planes para lograr el restablecimiento de la democracia en Venezuela, pongan énfasis en el entendimiento interno para introducir liberalizaciones económicas, institucionales y políticas. Una vía que no está predeterminada y en la que la oposición tiene que estar unida si quiere influir en una determinada variante.
Aquellos que no ven salida, lo que descartan es que ella pueda producirse a partir de un proceso electoral. Por eso hay que debatir la pertinencia de la participación y la abstención, como tema a futuro, libre de posiciones tomadas y de pases de factura. Parece claro que la oposición no debe limitarse a alternativas que no dependen de ella, ni pedir un golpe que transfiera más poder de decisión a los militares.
Así que es urgente iniciar esa ruta interna y que las partes fragmentadas de la oposición abandonen la idea de la unidad como un medio para alcanzar la hegemonía de un determinado liderazgo.
La unidad tiene sentido sólo como una herramienta estratégica para despejar una ruta mayor para superar la crisis y realizar los cambios en una nueva convivencia entre los actuales rivales sobre la base de la vigencia de la Constitución.
Hay que renovar el concepto de unidad, dejar atrás su proclamación ritual y superar los obstáculos reales que impiden que las tres o cuatro polos de la oposición definan el alcance, el funcionamiento y la estrategia común para enfrentar un régimen que carece de viabilidad económica y social. Esa es una prioridad.