Hay gente que vive para vengarse de algo. Es más, de ella misma, como si el universo girara en torno de sus debilidades. Hay gente que se mira en el espejo y se busca la bilis bajo el párpado, previa zanja de ojo, en un remedo de fascinación por el odio. Hay –sí que los hay- sujetos que pregonan la muerte del otro y se hacen los locos cuando ésta toca a su puerta. Los hay también quienes dicen no temerle al vacío y secuestran sin pudor la alegría de los que se dicen los más felices, aun cuando la utopía siga siendo un árbol infértil.
Tema recurrente, el Conde Montecristo rebosa las calles. El pasado, ese garfio que desangra el cuello del rencor, se pasea en los ojos y en los desmanes anónimos y nominados por una atmósfera de resentimientos. Los hay de todos los colores. Los hay de todas las estaturas y pesos.
La venganza fastidia, pero cómo hace daño, cómo enferma, cómo insatisface, porque a la larga el vengador termina vengado por él mismo. Los vengadores sueñan con espadas y manoplas. Puños cerrados y maldiciones son las herramientas más visibles. Suelen pavonearse en un permanente carnaval de máscaras inútiles, nomenclaturas de una farándula arribista, desencantada. La filosofía del vengador remite a sombras que se arrastran frente al poder.
II
Los vengadores se preparan a diario, como quien estudia para un examen. Elaboran esquemas, maquetas y programas para llevar adelante su propósito. Una indelicada receta para acabar con la tranquilidad del otro o de los otros. Los hay de muchos precios. Los que cuentan las monedas tras la puerta, los que fisgonean a través de las paredes y etiquetan con franquezas a veces creíbles. La venganza –velluda y soporífera- repta sobre el descuido de la víctima, aun cuando ésta intente prepararse para eludir el zarpazo.
La venganza hincha, sobre todo si el vengador no termina su trabajo. Muchas veces muere en el intento. Otras, logra su cometido, pero la muerte, la espiritual, se aposenta tan cerca que no lo deja en paz, así crea que el olvido o la desmesura de la indolencia fabrique justificaciones. La venganza es la hija bastarda de la retórica de la arrogancia. Todo poder, por más pequeño que sea, anima esta carga. Por supuesto, la hipocresía combina muy bien con ella.
Por estos tiempos ocurre la venganza. La practican los que se creen los iluminados de la historia. Esos, hincan el diente en la carne del enemigo. Los que se proclaman reveladores del futuro. Los que pellizcan la torpeza y hasta se creen parte de los objetivos de la divinidad. Para todos hay, el mercado es variado.
III
Sucede la venganza a la vuelta de la esquina. Pasa en un diálogo de sobremesa. Acontece durante un funeral. Por supuesto, el difunto, producto del deslave emocional del vengador. Se mece como un chiste a flor de boca. La baba gozosa del rencor confirma su fuerza sobre la vergüenza de quien recibe el golpe. Los vengadores son suicidas frustrados. Único plato que se come frío, como afirma la croniquilla de ocasión, la venganza le añade a la inteligencia la probidad que nunca se ha tenido. Un vengador es la síntesis del miedo. La cobardía se suma a esta definición.
Métodos sesudos dan cuenta de venganzas preparadas con mucho tiempo. Como quien elabora una máquina para contar estrellas. Nunca termina: los astros se multiplican en la medida de su descubrimiento. Dios es parte de ese infinito. En nombre de Él, el vengador configura el edificio de su esguince anímico.
Quien mata por venganza, sabe que la daga o el disparo también lo alcanzarán a él. La vida del vengador pende de un hilo: habrá quien vengue el crimen. Eslabones de venganza sustituyen la paz. El maniqueísmo de una tal solvencia moral anida en quienes reciben los elogios de la promiscuidad social. En los asuntos públicos, como en la cotidianidad urbana o rural, la venganza se desnuda, brilla en los ojos del demente, del psicoanalizado, del engendro clínico.
Como el cinismo es producto de la inteligencia más aguda, el vengador termina esquizofrénico: su talento se limita –Diógenes a la vista- a buscar bajo la luz del sol una verdad que ningún hombre puede sostener.
24 de abril de 2018