En la tierra de “El padrino” no se venera a los delincuentes sino a los jueces. La memoria de dos de ellos ha quedado grabada en la imaginación popular: se llamaban Giovanni Falcone y Paolo Borsellino. En Palermo los niños peregrinan con sus maestros a la iglesia de Santo Domingo donde yacen sus restos. Los jueces no son sólo héroes civiles: son santos laicos.
Hasta 1986, las extorsiones, robos y asesinatos de la Mafia siciliana se juzgaron como crímenes individuales y no como la acción concertada por una organización delictiva. Todo cambió aquel año, cuando se llevó a cabo en Palermo el llamado “maxiproceso”, un juicio que puso ante el tribunal a 475 miembros de la Cosa Nostra. Los informes del mafioso arrepentido Tommaso Buscetta, recogidos por Falcone y Borsellino, resultaron cruciales para sostener el proceso. Al final, 360 acusados terminaron tras las rejas. Fue el primer gran golpe contra el crimen organizado en Sicilia.
Pese a todo, los reos confiaban en una pronta liberación. Así había sucedido siempre, gracias a las amenazas de la Mafia y a sus complicidades en todos los niveles del gobierno. Pero Falcone y Borsellino se empeñaron en el cumplimiento de las sentencias: protestaron por la cancelación en segunda instancia de algunas condenas y durante cinco años se encargaron de procesar las apelaciones de los convictos. Así lograron anular las absoluciones. Los mafiosos que habían sido liberados retornaron a la cárcel, muchos para permanecer ahí de por vida.
Aquella victoria de los jueces fue mucho más profunda que la mera condena de los criminales. Ocurrió un cambio en la percepción pública, en el ánimo social. En palabras de Falcone, se había logrado “privar a la Mafia de su aura de impunidad e imbatibilidad” (Cose di Cosa Nostra, 1991).
Naturalmente, los jueces quedaron en la mira de la Mafia. Falcone se trasladó a Roma en 1991 para dirigir el departamento de asuntos penales del Ministerio de Justicia, donde prosiguió su trabajo bajo fuertes medidas de seguridad. Pero en una visita a su tierra natal, el 23 de mayo de 1992, una carga de 500 kg de TNT y nitrato de amonio colocada bajo la autopista que conduce al aeropuerto de Palermo estalló a su paso. El juez, su esposa y tres guardias murieron en el atentado. La orden de asesinarlo provino del “jefe de jefes”, Salvatore Riina, sentenciado en ausencia a cadena perpetua en el “maxiproceso”.
También Paolo Borsellino se sabía condenado a muerte. Desde su posición de “juez antimafia”, había denunciado con energía el aislamiento en que los políticos dejaban a los juzgadores, así como la falta de voluntad del Estado para respaldar el combate contra el crimen organizado. Menos de dos meses después del asesinato de Falcone, el 19 de julio, la amenaza se cumplió: cuando llegaba a visitar a su madre en la vía D’Amelio de la capital siciliana, un automóvil bomba cargado con 110 kg de TNT estalló frente a la vivienda, causando su muerte y la de cinco escoltas.
Los crímenes llenaron de indignación a toda Italia. Miles de sicilianos salieron a las calles para manifestar su rechazo al crimen organizado, un acto sin precedentes en la isla, donde solía prevalecer el silencio ante los actos de la Mafia. Aunque Borsellino tuvo un funeral privado, en las exequias de sus guardias, celebradas en la catedral de Palermo, una multitud crispada rompió el cordón de seguridad y entró al templo para increpar al jefe de la policía y al presidente de la República.
El asesinato de los jueces resultó contraproducente para la Mafia. Ante la presión social, la respuesta del gobierno italiano fue enérgica. Gracias a un gran despliegue policial, Salvatore Riina fue detenido a principios del año siguiente. Así terminaron sus dos décadas de mando sobre la Cosa Nostra. Permaneció en prisión 24 años hasta su muerte en 2017. Decenas de otros participantes en los atentados fueron también consignados ante la justicia.
La Mafia no ha sido vencida en esa isla prodigiosa por donde han pasado todas las culturas del Mediterráneo. La Mafia, que como la langosta arrasa con todo lo viviente, mantiene aún a Sicilia en un estado de retraso. Pero en Sicilia el ciudadano no tiene dudas de dónde está el bien y el mal. En Sicilia, el ciudadano protesta, a veces solo simbólicamente, contra la Mafia.
En Sicilia, a la delincuencia no se le trata con abrazos ni se le responde con balazos: se le persigue con la justicia y se le aplica la ley. ~
29 de mayo 2023
Letras Libres
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