«—Pero entonces, ¿qué te consuela?
—La certeza de mi libertad interior —respondió Maurice tras un instante de reflexión—, que es un bien precioso e inalterable, y de que conservarlo o perderlo sólo depende de mí. De que las pasiones llevadas hasta el extremo, como ahora, acaban por apagarse. De que lo que tenido un comienzo tendrá un final. En una palabra, de que las catástrofes pasan y hay que procurar no pasar antes de ellas, eso es todo. Así que lo primero es vivir: Primum vivire. Día a día. Vivir, esperar, confiar.»
Irène Némirovsky (1903-1942) / Suite Francesa (2004)
I
A mediados del mes de junio de 1942, Irène Némirovsky, debió haber escrito muy rápido las últimas líneas de su trabajo ambicioso: Suite Francesa. Proyecto, que a la postre, quedaría inconcluso. Pues, un presentimiento le decía que le quedaba poco tiempo de vida. Su condición de judía, ya estaba bajo el control de los operarios del sistema de exterminio nazi.
De su vida, podemos reseñar, que fue toda una tribulación. En ella sola, se encarnaron, los más funestos actos malvados que se pudieron cometer a un ser humano, y que, apartando el método extremo del holocausto que se empleó en otrora; en la contemporaneidad que se vive, muchos de ellos se siguen practicando abiertamente o sutilmente, a través de otros métodos según sea el caso y bajo los auspicio de la democracia. Y es que todo, obedece a esa palabra medular que no termina de ser digerida por ciertos seres humanos: Intolerancia.
En este orden de ideas, qué diferencia existe, entre la estrella amarilla y negra que portaba Irène como una más, de los miles de judíos europeos durante la Segunda Guerra Mundial; y las etiquetas verbales de “escuálido” o “apátrida” que desde el régimen chavista-madurista se impusieron a una parte de la sociedad venezolana. Del mismo modo, cómo apreciar el éxodo que sufrió esa afamada escritora, siendo niña, tras huir con su familia de Kiev; al llegar la revolución bolchevique en 1917, por el sólo hecho que poseían una inmensa fortuna. Y lo que observamos en Venezuela, en relación al éxodo masivo de venezolanos por causa de un régimen militarista-totalitarista, que le cerró las puertas de su bienestar y progreso. Pero, no sigamos abriendo más las grietas que poseemos, las cuales son de dominio público.
Dejemos, que sean las notas de Irène Némirovsky, las que nos retraten la situación de Francia luego de la invasión nazi. En ellas veremos cómo plasmó, la actitud «aborrecible» (como la describió) de una parte de los ciudadanos franceses ante la derrota y el colaboracionismo. Muy comparable, con la situación de desazón y decaimiento que impera la Venezuela de estos últimos dieciocho años. La República que fue llamada a refundarse a partir de 1999, por todos. Donde el miedo, la cobardía, la traición, la aceptación de la humillación, la persecución y las masacres han estado a la Orden del Día.
Males, que Irène vivió día a día, esperando confiadamente que su catástrofe pasara —y esto, a pesar—, de que no tenía ninguna ilusión sobre su propio destino. El 13 de julio de 1942, los gendarmes franceses llamaron a su puerta y la detuvieron y, posteriormente, la enviaron a Auschwitz, donde murió asesinada el 17 de agosto. Su esposo Michel Epstein, lo deportaron tres meses después y también fue muerto en Auschwitz el 6 de noviembre. Por su parte, y gracias a la Divina Providencia y a la diligencia de la tutora que estaba a cargo de sus dos hijas, las niñas pudieron sobrevivir.
Recordemos seguidamente estas notas, para el presente que vivimos:
II
«¡Dios mío! ¿Qué me hace este país? Ya que me rechaza, considerémoslo fríamente, observémoslo mientras pierde su honor y la vida. Y los otros, ¿qué son para mí? Los imperios mueren. Nada tiene importancia. Se mire desde el punto de vista místico o desde el punto de vista personal, es los mismo. Conservemos la cabeza fría. Endurezcamos el corazón. Esperemos.
1942. Los franceses estaban cansados de la República como de una vieja esposa. Para ellos, la dictadura era una cana al aire, una infidelidad. Lo que querían era engañar a su mujer, no asesinarla. Ahora que ven muerta a su República, su libertad, lloran.
Todo lo que se hace en Francia en cierta clase social desde hace unos años no tiene más que un móvil: el miedo. Ha llevado a la guerra, la derrota y la paz actual. El francés de esa casta no siente odio hacia nadie; no siente ni celos ni ambición frustrada, ni auténtico deseo de revancha. Está muerto de miedo. ¿Quién le hará menos daño (no en el futuro, en abstracto, sino ahora mismo y en forma de patadas en el culo y bofetadas)? ¿Los alemanes? ¿Los ingleses? ¿Los rusos? Los alemanes le han pegado, pero el correctivo está olvidado, y los alemanes pueden defenderlo. Por eso está «Por los alemanes». En el colegio, el alumno más débil prefiere la opresión de uno solo a la libertad; el tirano lo humilla, pero prohíbe a los otros que le birlen las canicas y le peguen. Si se libra del tirano, está solo, abandonado en medio de todos.
III
Hay un abismo entre esa casta, que es la de nuestros dirigentes actuales, y el resto de la nación. Los otros franceses, como poseen menos, temen menos. Como la cobardía no les ahoga en el alma los buenos sentimientos (patriotismo, amor a la libertad, etc.), éstos pueden nacer. Ciertamente, entre el pueblo se han amasado muchas fortunas en los últimos tiempos, pero son fortunas en dinero devaluado, que no se pueden transformar en bienes reales, tierras, joyas, oro, etc. Nuestro carnicero, que ha ganado quinientos mil francos de una moneda cuya cotización en el extranjero (exactamente cero) conoce, le tiene menos aprecios que un Péricand a sus propiedades, un Corbin¹ a su banco, etc. El mundo está cada vez más dividido entre los que poseen y los que no poseen. Los primeros no quieren soltar nada y los segundos quieren cogerlo todo. ¿Quién ganará?
Los hombres más odiados de Francia en 1942: Philippe Henriot² y Pierre Laval. El primero como el tigre, el segundo como la hiena. Alrededor del uno se percibe el olor a sangre fría y alrededor del otro, el hedor a carroña.
Quieren hacernos creer que vivimos en una época comunitaria en la que el individuo debe perecer para que la sociedad viva, y no queremos ver que es la sociedad la que perece para que vivan los tiranos.
Esta época que se cree «comunitaria» es más individualista que la del Renacimiento o la de los grandes señores feudales. Todo ocurre como si en el mundo hubiera una suma de libertad y poder compartida tan pronto entre millones como entre uno solo y millones. «Tomad mis sobras», dicen los dictadores. De modo que no me vengan con el espíritu comunitario. Estoy dispuesto a morir, pero como francés y como racional quiero entender por qué muero, y yo, Jean-Marie Michaud³, muero por P. Henriot, P. Laval y otros señores, del mismo modo que un pollo al que matan para servirlo en la mesa de esos traidores. Y yo sostengo que el pollo vale más que los que se lo comerán. Sé que soy más inteligente, mejor, más valioso a los ojos del bien, que los susodichos. Ellos tienen la fuerza, pero una fuerza temporal e ilusoria. Se la quitará el tiempo, una derrota, un capricho del destino, la enfermedad (como ocurrió en el caso de Napoleón)… Y la gente se quedará boquiabierta: «¿Cómo? —dirá—. ¿Y esto era lo que nos hacía temblar?» Tengo auténtico espíritu comunitario si defiendo mi parte y la de todos contra la voracidad. El individuo no tiene valor si no siente a los otros hombres. Pero que sean «los otros hombres», no «un hombre». La dictadura se funda en esa confusión.
Napoleón sólo desea la grandeza de Francia, dice, pero le grita a Metternich: «la vida de millones de hombres me importa un comino».
Hitler: «No lucho por mí, sino por Europa» (empezó diciendo «no lucho por el pueblo alemán». Piensa como Napoleón: «la vida y la muerte de millones de hombres me importan un comino».
- Personajes de Suite francesa.
- Diputado católico por la Gironde, Philippe Henriot (1889-1944) fue uno de los propagandistas más escuchados y más eficaces del régimen de Vichy. Miembro de la Milicia desde su creación en 1943, a principios de 1944 entró en el gobierno presidido por Pierre Laval, en cuyo seno propugnó la colaboración a ultranza. Murió a manos de la Resistencia en junio de 1944.
- Personaje de la novela.
MSc. Arichuna Silva Romero
@asiromantis