Los Estados en crisis, máxime la nuestra que es tan profunda, se apartan un poco, algo o mucho de lo que se puede considerar su característica y procuran amplitud, dialogo, apertura y cambios con miras a solventar el drama; este régimen parece no entenderlo así o es su deseo profundizar más aún la crisis.
Los movimientos ministeriales que pudieron ser una ocasión para la apertura, los utilizaron para continuar más cerrados y solo con los incondicionales. Los llamados cambios son más de lo mismo y en algunos casos agravados, con las consecuencias seguras de males peores para la República, cuyos cimientos tiemblan, y para cada uno de nosotros.
Lo peor es desconocer la magnitud de la crisis y pienso que el régimen lo sabe, pero cree que solo dentro de su círculo la puede atender, sin analizar que ha fracasado año tras año con el agravamiento de todos los males. La crisis es política, que se manifiesta en una profunda desconfianza del país en todas las instituciones públicas, es económica que nos ha llevado a ser uno de los países más pobres del mundo después de ser el más rico de Latinoamérica, es social como consecuencia de las dos primeras con niveles de pobreza y hambre nunca registrados, es cultural que nos ha apartado de lo que siempre hemos sido para pretender hacernos peores, es decir, el país confronta su peor crisis republicana.
El régimen debe saber de esta amarga situación y si tiene deseos de superarla debe saber que no es con las mismas fichas y el mismo comportamiento como lo va a lograr, menos aún con ministros que se estrenan con amenazas de marca mayor. Hasta Pérez Jiménez, en su tiempo final, quiso un viraje y realizó algunos movimientos en ese sentido, pero ya era tarde.
Maduro ha podido, a propósito del cambio ministerial, y ante la inconmensurable crisis nacional e integral, pensar en un gobierno que se correspondiera con el más alto interés de la República y fuese representativo del sentimiento nacional y no hacer lo que hizo, de no salir del círculo de siempre cuyo fracaso ha sido estruendoso y está a la vista de todos.
La oposición luce multicoloreada, con convergencias de las más variadas tesis ideológicas y confluencia de la inmensa mayoría de los movimientos políticos del país, mientras el régimen está sostenido por un solo partido que le es incondicional y obediente y que cada día pierde un impresionante número de adeptos y por algunas individualidades que merodean las mieles del poder.
Aunque el régimen cada día parece menos propenso al diálogo, insisto en su necesidad y urgencia para resolver en paz y civilizadamente la grave situación que confrontamos y de esa forma parar una conmoción social que con seguridad presentaría consecuencias que lamentaríamos por siempre.
Es imperioso que el régimen entienda la urgencia en que estamos y se disponga a hablar para llegar a acuerdos; la oposición lo está. Con el diálogo no renunciamos a nada y procuramos soluciones. Se que muchos, por la actitud del régimen y sobre todo la última, no admite que hablemos con él, pero al diálogo nunca se debe renunciar, menos en política; es tal vez lo humanamente más justo para desenvolvernos civilizadamente y en paz. Recordemos que Jesús, el Enviado, estuvo cuarenta días en el desierto y dialogo con el diablo que salió derrotado en sus tentaciones y Jesús victorioso con la verdad y fidelidad a sus principios.