Nuevamente sobre el tapete de discusión la eventualidad de convocar a un “paro o huelga Nacional”, sobre el cual el Frente Amplio Venezuela Libre inició un proceso de consulta. Adelanto mi opinión al respecto y espero que la convocatoria de un paro nacional no se lleve a cabo, pues está llamada a caer en un lamentable vacío.
Lo de un paro nacional o huelga general no es una idea nueva en la historia reciente, entendiendo por “reciente” los últimos 20 años. Todos recordamos el llamado “paro cívico nacional” o “paro petrolero” de finales del año 2002 e inicios de 2003. Y más recientemente, en julio del año 2017, la convocatoria de una “huelga general”, que concluyó en un “paro cívico” de dos días. Ambos fracasaron en su objetivo, si entendemos que este era obligar a una salida forzosa, de renuncia o de algún tipo de “intervención” del actual régimen, hoy devenido en dictadura y que se prolonga ya por 20 años.
Sin entrar a profundizar en las características de cada uno, un primer aspecto a destacar es que ambos se desarrollaron o plantearon durante lo que podríamos llamar un “auge de masas”, por parte de la oposición. El país estaba movilizado con protestas y manifestaciones, que se prolongaban por meses, y aun así esos llamados a “paro” o “huelga”, no fueron exitosos, no solo porque no alcanzaron el objetivo, ya señalado, sino porque además no lograron calar en toda la población. Es decir, afectaron sin duda a toda la población, más no se logró que ésta, especialmente los sectores más populares, se incorporaran a esa actividad política de protesta. En el primero, por ejemplo, en una gran parte de Caracas y del país la vida transcurría como si nada estuviera ocurriendo.
Son varias las razones que me hacen pensar que el llamado a un “paro nacional”, si ya en el pasado con mejores condiciones de movilización de ciudadanos fue inefectivo, hoy en día sería peor, el fracaso sería más estruendoso que en los anteriores. Al respecto, ya hace casi un año expuse las razones.
Un paro nacional, sin la incorporación activa de empresarios, trabajadores y sociedad civil en general, no va a ser exitoso, y esa incorporación es lo que ahora veo difícil. En primer término, la motivación política de la sociedad civil opositora es hoy casi nula. No hace falta argumentar mucho al respecto, está a la vista de todos. No decimos que no hay, como en los eventos ya descritos, razones o condiciones objetivas para una huelga o paro general; las razones sobran y las innumerables protestas diarias así lo demuestran. Porque, una cosa es que existan las “razones objetivas” y otra es la eficacia política de una acción, la capacidad de movilizar y capitalizar una protesta masiva y general, por más que el país arda por los cuatro costados con protestas y manifestaciones que, al ser aisladas, no dejan de ser expresiones individuales, de grupos, casi familiares, con repercusiones y respuestas solo locales.
Reitero lo ya dicho, pensar en una “huelga general” o un “paro nacional” –que son dos cosas diferentes, de las que se habla indistintamente– sea que se prolongue en el tiempo de manera indefinida o sea por pocos días, sin medir su eficacia política y sus posibilidades de éxito, en términos de la incorporación al mismo de empresarios, trabajadores y sociedad civil en general, sería un error político que la dictadura espera que cometa el movimiento democrático. Dicho de otra manera, más directa, hoy no existe el nivel de motivación para que tal evento ocurra y pueda sostenerse por tan solo días, como en 2017, o por meses, como en 2002/2003.
Independientemente de la decisión o no de sumarse a un “paro”, el sector privado, la industria privada, el sector empresarial e industrial en general –tras la expropiación y cierre de miles de empresas y la pérdida de miles de empleos– es menos significativo desde el punto de vista del empleo y tiene menos fuerza económica que la que tenía hace 15 años; y la hiperinflación lo ha debilitado aun más durante el último año. Por su parte, el sector público ha crecido enormemente, debido precisamente a la expropiación e intervención de empresas y a que el estado controla hoy además casi todo el empleo que se genera en gobernaciones (22) y en la mayoría de las alcaldías que detenta, en número que no es despreciable y de la que dependen una inmensa cantidad de trabajadores en los estados más pobres del país, en manos oficialistas.
Por ejemplo, el sector petrolero, adalid del paro en el 2002/2003, además de estar hoy semi destruido, está mucho más controlado que en el pasado. El sector eléctrico esta hoy, todo, en manos del estado. Más del 60% de la banca hoy es pública y la privada está fuertemente regulada, de allí que los bancos no se incorporarán a ningún paro. El sector de la construcción –que es otro sector que tendría que “parar” pues emplea mucha gente– está virtualmente paralizado, pero por inactividad, falta de inversión y razones económicas. Casi todo, por no decir todo, el sector metalúrgico, acero y aluminio, es público; al igual que buena parte del sector petroquímico y todo el sector cementero. En buena medida es también público y está fuertemente regulado, el sector de alimentos. El sector transporte está colapsado y no genera ni el empleo ni la actividad que generaba. Y están muy debilitados el resto de los sectores por la hiperinflación y la situación económica general del país, por el incremento de costos, aunado a regulaciones de precios y los aumentos compulsivos de salarios, que además no resuelven ningún problema a la población asalariada.
La debilidad del sector privado empresarial nos hace pensar que es muy difícil que considere su incorporación a un paro nacional. Ya algunos lo han dicho, el gremio industrial, por ejemplo. Además, si reprimir a miles de personas en una marcha o manifestación es difícil –y sin embargo la dictadura lo hace– controlar, fiscalizar, amenazar, a unas cuantas empresas es mucho más fácil y el régimen cuenta con mecanismos para ello que hemos visto aplicar de manera reiterada, “eficiente” y con saña en estos años.
Y con respecto a la incorporación al paro nacional del mermado contingente trabajador privado –pues el público es muy difícil que se incorpore– debemos considerar que hay miles, millones, de venezolanos que no se pueden dar el lujo de perder lo que significa en alimentación un día de trabajo y harán un esfuerzo por ir a sus lugares de trabajo, movilizándose por las ciudades y creando un efecto de que el “paro” solo es exitoso en ciertas zonas de ciudades como Caracas y otras capitales de estado. Quienes están empleados en el sector privado, aunque sus patronos no les descontaran el día, ese día que no trabajen, en muchos casos no comen, pues la mayoría de la gente se alimenta en su lugar de trabajo y si no hay trabajo, si la empresa está cerrada, no comen y hoy en día, con la hiperinflación, para algunos tiene más importancia la comida que el mismo salario. Muchos trabajadores, durante los paros en el 2017, que había cierres de calles y falta de transporte, caminaban largos trechos y por mucho tiempo, hasta sus lugares de trabajo, por no perder la comida. No tomar eso en cuenta es desconocer la realidad del país.
Por último, y no menos importante, otro punto que no se debe obviar es que en el país hay millones, léase bien, millones de personas que viven de la economía informal o el trabajo por cuenta propia y de lo que ganan cada día. Día que no trabajan, día que no tienen ingreso.
Todo lo señalado son factores que no se deben dejar de lado al considerar la convocatoria de un evento político, como un paro o huelga nacional, que pueda tener varios días de duración y que afectará el ingreso y la actividad económica de miles de personas.
Por eso creo que la convocatoria a un paro nacional, en este momento, sin una fase previa de trabajo político intenso sobre la población, de movilización, de explicación de propuestas alternativas sobre el país al que se aspira, etc., estaría llamada al fracaso y la pregunta es si la oposición resiste un fracaso o una frustración más en estos momentos.
@Ismael_Perez