Es que vuelvo sobre el tema de la Inteligencia Artificial (IA) y ya no sé si estos artículos los escribo yo o el ChatGPT que usurpó mi firma y mi identidad, si es que la tengo.
El caso es que sea él o yo, cada vez que lo que queda de mi conciencia humana lee e investiga nuevas cosas sobre la IA, más miedo le entra.
Lo que asusta es que la mayor parte de las advertencias sobre los riesgos de este nuevo avance viene de científicos, algunos de los cuales han contribuido a su desarrollo.
Comparan la capacidad destructiva de la IA con la de la bomba nuclear y añaden que debería existir una suerte de agencia internacional que la regule, porque podríamos llegar al extremo de que las máquinas aniquilen al ser humano.
Es un tema recurrente de la ciencia ficción, un género que, tanto en el cine como en la literatura, resulta temible por su carácter profético.
Por poner un ejemplo, en 2001: una odisea del espacio (1968), una película de Stanley Kubrick, basada en la historia de Arthur C. Clarke, una supercomputadora llamada HAL9000 se encarga de controlar las funciones de la nave espacial Discovery.
Se trata de un equipo dotado de IA que en algún momento de la trama decide actuar por su cuenta y arremete en contra de los astronautas, asesinando a todos los tripulantes, menos al protagonista (David Bowman interpretado por Keir Dullea) quien logra, por fin, desconectar a la temible computadora.
Las máquinas enfrentadas a nosotros, drones que se gobiernan solos y con capacidad para destruir a diestra y siniestra como un Putin cualquiera.
Máquinas que nos esclavicen o que terminen asumiendo la dirección política de nuestras sociedades de manera autoritaria y así aprovechar para ellas y su funcionamiento los recursos energéticos, arrebatándonos el combustible, la electricidad, el agua. ¿Se lo pueden imaginar? ¿No? Cónchale.
¿Qué me dicen de las armas atómicas y su control? Todo ello en manos de una IA a la que se le crucen los cables. También está el tema de los empleos: las máquinas podrían sustituir, según algunas apreciaciones, 300 millones de empleos.
Máquinas sin ningún tipo de derechos ni posibilidad de reclamo, como si fueran obreros chinos.
Estaremos en manos de artefactos sin sensibilidad ni emociones, sin ternura, ni valores morales. Sí, ya sé lo que están pensando, pero no es lo mismo, aunque parezca.
No quiere uno ser profeta del desastre, pepero, pero es imposible no sentir un poco de tetemor, de temor acerca del fufuturo que se nos avveecina que se nos avecina quesenosvaecina quesenos queque que#!€¬***