No la tenemos fácil, pero el gobierno menos. El orden y naturaleza de los obstáculos es diferente para unos y otros. El gobierno debe convencer resolviendo a la gente los problemas que él creó, como la inflación o la destrucción del salario. La oposición debe tener una estrategia acertada para convertir descontento en votos.
Un régimen con 23 años en el poder, desgastado, ineficiente y descompuesto por la corrupción no es un atractivo; es una carga, incluso para quienes asisten a sus mítines.
Pero el gobierno cuenta con una estructura de control social y una capacidad de movilización del Estado que es varias veces mayor que la capacidad de movilización de todos los partidos de oposición juntos.
Una primera clave para tomar las oportunidades es abrir la competencia electoral a los ciudadanos, en vez de reducirla a los partidos.
Si caemos en el espejismo de valorar la competencia entre los candidatos como lo fundamental quemaremos las oportunidades en la pequeña fogata de nuestra votación dura.
Tomar la oportunidad exige que la oposición comprenda que su principal interés particular es persuadir a los ciudadanos sobre el carácter trascendente y existencial de las elecciones presidenciales del año próximo. Dar confianza en una victoria que es posible, pero no inevitable.
Tomar la oportunidad es llevar el diálogo, el entendimiento, la política de transición y las propuestas de cambio al territorio bajo influencia del régimen autoritario. Ello supone definir una relación con el gobierno que impida que este manipule la idea de una oposición buena y otra mala.
Las oportunidades de cambio ya son fuertemente bloqueadas por el gobierno en sus ataques para desacreditar organizaciones políticas completas, administrar las inhabilitaciones y reforzar la decepción y la indiferencia en los sectores que más necesitan el cambio. El gobierno se propone reconducir el descontento y enfilarlo contra la oposición.
Pero el principal riesgo de bloqueo proviene de la reorganización del extremismo político para hacer de las elecciones una guerra contra el diálogo, el entendimiento y la urgencia de unir a los venezolanos. Retornan fórmulas como “quien no está conmigo es mi enemigo”, antes aplicadas a quienes consideraron errónea la idea del poder dual y ahora aplicadas a quienes mantienen la idea del consenso.
Mantener la división entre consenso y primarias es perder.
Reaparece también la imagen que votar por el cambio es desencadenar una situación insurreccional. Si nuestra victoria se vuelve a asociar a una amenaza de violencia para cobrarla o de persecución y castigo para gobernar, solo se obtendrán aislamientos y derrotas. Lo hemos verificado en el pasado.
A buena parte de los opositores que no participan en las primarias debe interesarles su realización exitosa porque es un paso para unir fuerzas en torno a una figura con chance de ganador.
Pero es obvio que esa condición hay que comprobarla después de la selección, de cara al país.
Hace falta repetirlo: estamos ante un régimen autoritario hegemónico, cuya finalidad es prolongarse en el poder. Ese régimen no va a ceder poder si no hay una relación de fuerzas favorable al cambio y una propuesta de transición que le haga entender que abrirse a una fase no hegemónica de su proyecto es su costo menor.
Es hora de pensar en cómo ganar y hacer lo necesario: volver a la gente, tener una estrategia eficaz, luchar y unir.
La unidad se ve intrincada y la estrategia para tomar oportunidades es compleja. Pero hay que seguir hasta el final con el propósito de lograr un país de convivencia y prosperidad.