Pese a todos los esfuerzos y prerrogativas del madurismo, cualquier ingenuo y/o bobalicón pudo darse cuenta de sus maquinaciones a fin de lograr ese triunfo tan anhelado y cuestionable que, con todo ardid, doña Tibisay Lucena Ramírez anuncia a las ocho de la noche, conciente, plenamente, del plan urdido, y ante la comunidad nacional e internacional poco o nada sugestionables, en virtud de los desatinos y discapacidad de un gobierno que desarrolla una dictadura a objeto de sojuzgar a su población.
La señora Lucena se presta para el anuncio de la rimbombancia del triunfo de Nicolás Maduro, con unos dos tercios de los dufragios (¿?) pero obvia el índice de abstencionismo, el cual es muy notorio en virtud de la desolación que, a escala nacional, ofrecen los centros de votación desde el momento de apertura de las mesas (seis de la mañana), y se hace más notoria a medida que avanzan las horas, junto con los cuadernos de votación donde el lector debía firmar y colocar la huella de su pulgar derecho, de espacios y hojas enteras en blanco.
No obstante, la señora Lucena con instrucciones muy precisas, tras haber realizado una gira a objeto de exponer la fiabilidad del sistema electoral cenezolano, se atreve a anunciar a toda Venezuela y a la comunidad internacional que la acechan sin tregua alguna porque su retórica no convence ya que todo se descubre, aparte de las presunciones, por las declaraciones de visos triunfalistas que ofrece la plana mayor del PSUV.
En consecuencia, el aislamiento de Venezuela se acentúa, sobre todo por la reacción, pertinente, del Grupo de Lima, cuyas actitudes y/o decisiones no deben comportar injerencia en nuestros asuntos internos, sino un llamamiento a la reflexión y no al ensoberbecimiento que podría ostentarse por semejante triunfo pírrico.