Decía Kant que entre moral y política no hay ninguna contradicción, y cuando esta aparece, algo anda mal en la política, o algo anda mal en la moral. En consecuencia, si esta contradicción es constatada, importa mucho realizar el correspondiente ajuste para que moral y política no aparezcan desfasadas entre sí. Lo expuesto no significa que Kant hubiera dicho que política y moral sean lo mismo. Solo afirmó que la política no debe prescindir de un sustrato moral, lo que es distinto. En ese sentido Kant puede ser visto como un anti-Maquiavelo.
Pero que Maquiavelo haya separado a la moral de la política no se debe a que Maquiavelo hubiera sido muy maquiavélico, sino al simple hecho de que en su tiempo la razón política estaba recién apareciendo en contraposición a la razón teológica. Maquiavelo, de ahí viene su gloria, intentó emancipar a la política del pensar teológico, y lo logró. Ese mérito nadie se lo va a quitar. Pero transformar a la política en la simple consecución de objetivos sin atender a razones morales, no se le ocurrió ni siquiera al mismo Maquiavelo.
Para zanjar el litigio entre Kant y Maquiavelo, si es que hay uno, podríamos decir que, para Kant, si el político no debe ser un moralista, su acción debe estar situada en el marco de una constitución y de unas leyes, hijas genéticas de la razón moral. Mientras que para Maquiavelo la moral se deducía del poder, para Kant el poder se deducía de la moral (y de la Ley)
Una moral que no solo está en las leyes sino en su espíritu, agregaría con precisión Montesquieu, dando forma sintética a la frase de Kant, quien afirmaba que cuando no hay ley que legitime un acto, hay que actuar como si existiera una. Ese fue tal vez el motivo que llevó al kantiano Jürgen Habermas a percibir que entre la indignación moral que provocan los crímenes de Putin y una política necesaria para impedir una escalada de la guerra a Ucrania, hay algo que no encaja bien.
Las opiniones de Jürgen Habermas
Según Habermas, el compromiso moral de algunos gobiernos occidentales al apoyar a Ucrania no es excluyente con una actitud pragmática orientada a buscar una salida que no pase necesariamente por una guerra mundial y su consecuente holocausto nuclear. Ese término medio no lo conoce Habermas, ni nadie. Su ensayo titulado Guerra e Indignación, debe ser considerado como un llamado a buscar ese término medio. Por cierto, la argumentación de Habermas es mucho más matizada que esta conclusión. Podemos estar o no de acuerdo con el filósofo-sociólogo alemán. Pero es evidente que realiza un esfuerzo por buscar una política de guerra a partir de las condiciones que esa guerra determina. Todo político que se precie de tal, debería leer este breve ensayo de Habermas.
Habermas comienza su ensayo defendiendo al Canciller Olaf Scholz, muy criticado por los medios debido a sus indecisiones, vacilaciones y contradicciones para enviar armamento, sobre todo de artillería pesada, a Ucrania. Pero según Habermas, Scholz está obligado a actuar de modo dubitativo y reflexivo puesto que Alemania y Occidente caminan sobre terreno fangoso. Cada paso debe ser calculado con precisión y cautela a fin de no desatar una escalamiento que obligará a Occidente a ser parte explicita de la guerra (implícita ya lo es, olvidó decir Habermas).
Según Habermas, al no ser parte explícita de la guerra, Europa se ha atado las manos. Está encerrada en un dilema, escribe. Tal vez deberá elegir entre dos males: «la derrota de Ucrania o la conversión de un conflicto limitado en una tercera guerra mundial». Sin embargo, hay caminos que están moral y políticamente vedados, pues Europa no puede ni debe dejar jamás a Ucrania librada a su suerte. Justamente este es el punto que diferencia a Habermas de los signatarios de una carta de algunos intelectuales y artistas que pedían a Scholz no enviar armamento pesado a Ucrania.
Para Habermas no hay que capitular frente a la política del miedo ni tampoco dejarse chantajear por el dictador ruso. Pero a la vez, reconoce Habermas, el chantaje es inevitable pues «la amenaza nuclear por parte de Rusia depende de que Occidente crea capaz a Putin de utilizar armas de destrucción masiva». ¿Creerle o no? No hay ningún motivo para no creerle, piensa Habermas.
Habermas, en contra de su sobria costumbre, no pierde palabra para adjetivar de modo negativo al dictador ruso. Estamos frente una persona imprevisible, dominado por ideologías arcaicas, y aconsejado por ideólogos fascistas – esa es su opinión-. Y bien, precisamente estas deformaciones humanas son las que convierten paradojalmente a Putin en agresor y a la vez en el conductor de la guerra. Puede que Putin esté verdaderamente loco. Pero lo esté o no, lo decisivo es que lo crean loco. Gracias a esa locura, real o supuesta, está en condiciones de decidir sobre el curso de la guerra. «Esto» – dice Habermas – «proporciona al bando ruso una ventaja asimétrica sobre la OTAN, la cual, debido a las dimensiones apocalípticas de una guerra mundial – con la participación de cuatro potencias nucleares – no quiere convertirse en parte beligerante». Dicho de modo más popular, Putin tiene tomada la sartén por el mango. Su chantaje puede resumirse así: o me dejan apoderarme de Ucrania, o volamos todos.
¿Simple jaque o jaque mate?
Occidente, según Habermas, no puede dejar de apoyar a Ucrania, pero tampoco puede hacerlo con todo su arsenal so pena de desatar un escalamiento del delirante dictador ruso. Habermas no se engaña en ese punto. Sabe muy bien que si Putin se apodera del estado y del gobierno en Ucrania, las horas para Moldavia, Georgia y los países de la región balcánica, estarán contadas. Putin ha descubierto la amenaza atómica como arma de guerra y con ella ha puesto en jaque a Occidente. Todavía no es un jaque mate. Por eso mismo, parece pensar Habermas, hay que buscar una salida. En esa búsqueda, la prudencia y el cálculo racional son indispensables. Para jugar ese juego, aconseja Habermas, hay que dejar de lado toda actitud heroica.
Vivimos un periodo post-heróico, aduce Habermas. Los soldados, por los menos los occidentales, son profesionales a quienes pagamos para que nos defiendan. La guerra, para Occidente, es y debe ser una actividad instrumental, aunque sometida a una razón que viene de la moral. En otros términos, podría afirmarse que, dadas las condiciones en las que está siendo librada la guerra contra Ucrania, no hay que esperar ganar ni perder en forma definitiva y para siempre. Después de ese veredicto, el Canciller Scholz repetiría casi textualmente las palabras de Habermas: «Ucrania no puede perder esta guerra». Pero ni el uno ni el otro dijo: «Ucrania debe ganar esta guerra».
La diferencia entre no perder y ganar, aparentemente sutil, reside en que Ucrania, para no perder la guerra, no puede derrotar en términos definitivos al enemigo.
De una u otra manera, ambos bandos, para no perder la guerra, estarán obligados a hacer mutuas concesiones. De eso precisamente se trata: del curso de la guerra dependerán las concesiones que deberán hacer los unos o los otros y no como parece pensar Habermas, de las concesiones el curso de la guerra. El problema adicional es que hasta ahora Putin no ha mostrado la menor voluntad para hacer alguna concesión. Su desorbitado objetivo es reconstruir a la antigua Rusia imperial y así crear un nuevo orden mundial. ¿Cómo hacer frente a un enemigo que amenaza nada menos que con una inmolación colectiva? O preguntando otra vez en términos ajedrecistas: ¿qué hacer contra un jugador que amenaza con patear el tablero antes de reconocer un jaque? Podemos creerle, pero también no creerle, repetimos. Y bien, esa duda, es la que mantiene frenado a Occidente en su defensa a Ucrania. Pero por otro lado Ucrania no es negociable. ¿Cómo salir de ese problema? La salida no está dada: hay que buscarla. Ese es el muy modesto mensaje de Habermas.
Como seres racionales, la gran mayoría de los políticos occidentales está de acuerdo en que como en muchas guerras, la que tiene lugar en Ucrania deberá generar una salida negociada. El problema es que Putin, al estar empeñado en la anexión total de Ucrania, no quiere (todavía) negociar, y así puede continuar usando a la amenaza nuclear como extorsión (o bajo tortura, dice la profesora Adela Cortina) sin necesidad de buscar el diálogo con el enemigo. El objetivo entonces (esto no lo dice Habermas) debería ser, obligar a Putin a negociar. Ese es el punto que en líneas generales separa a los políticos de Occidente en dos grupos.
A un lado, los de tipo “kantiano”, a los que pertenece Habermas, piensan que la ayuda militar a Ucrania debe practicar una autocontención a fin de no constituirse en parte oficial de la guerra y así impedir que Putin lleve sus amenazas hacia un escalamiento irreversible en donde la guerra deberá ser decidida con el uso de armas atómicas.
El otro grupo, al que podríamos denominar “maquiavélico”, aduce que nunca Putin llegará a la negociación si no es obligado. Y para obligarlo se hace necesario expulsarlo de Ucrania. El grupo “kantiano”, apela al poder de la razón. El grupo “maquiavélico”, en cambio, a la razón del poder.
Y como el poder, en una guerra se decide con armas, las precondiciones de la negociación deberán ser deducidas desde el propio terreno militar. Esa, a mi entender, es la verdadera diferencia que separa a los políticos democráticos de Occidente, y no esa división caricaturizada por Habermas entre quienes “solo pueden imaginar la guerra desde la alternativa entre la victoria y la derrota, y los que “saben que las guerras contra una potencia nuclear ya no se pueden “ganar” en el sentido tradicional”. No, no es así.
Todos sabemos que en guerras sobre las que se ciernen amenazas nucleares, no puede haber victorias ni derrotas totales. Incluso los que gritan: “Putin a la Haya”, saben que eso es un deseo imposible de ser cumplido. Luego, la diferencia radical entre los dos sectores se puede resumir en una pregunta y después en una sub-pregunta: La pregunta: ¿Cómo evitar que la guerra se convierta en nuclear sin entregar Ucrania a Putin? La sub-pregunta:¿Haciendo concesiones militares o infligir derrotas a Putin que lo obliguen a negociar no a Ucrania, sino con Ucrania y con el Occidente democrático?
Nadie está pidiendo que Putin pida perdón y se rinda. Basta que reconozca a Ucrania como lo que es: una nación independiente y soberana, tan independiente y soberana como es Rusia.
Ese punto, lamentablemente, no lo afirma Habermas con decisión. Con cierta razón, Slavoj Žižek critica al ensayo de Habermas al sugerir que la intención del filósofo alemán es mostrar a una Alemania amenazada por dos chantajes: el atómico de Rusia y el moral de Ucrania. Sin embargo, por el respeto que me merece Habermas, prefiero interpretarlo de otro modo: el dilema de Alemania, de Europa y de Occidente, es elegir entre la amenaza de un chantaje atómico y una obligación moral y política ineludible con Ucrania Hay que ir a negociar, por supuesto. Más todavía: hay que obligar a Putin si es preciso con las armas, a negociar. Pero el tema de la independencia de Ucrania no puede estar sobre la mesa de ninguna negociación.
Escenarios
Sin la sabia reflexibilidad de Habermas, pero gracias a su experiencia política, el ex ministro de relaciones exteriores de Alemania, Joschka Fischer, ha oteado el horizonte bélico de un modo diferente, hasta llegar a dibujar tres escenarios que complementan el dualismo habermasiano (guerra nuclear – obligación moral)
El primer escenario de Fischer es el más temido por Habermas. Pero también es al que más hay que evitar, a saber, que la OTAN se vea arrastrada a un conflicto directo con Rusia, desatándose una guerra continental, y con ella, la posibilidad de un conflicto nuclear.
El segundo escenario tendría lugar si Putin, aun utilizando los medios más brutales de lucha, no logre someter a Ucrania. Pero como los líderes rusos actuales seguirían al mando – deduce Fischer- «lo mejor que se podría afirmar es que Ucrania no habría perdido y Putin no habría ganado». Esa parece ser también la tesis habermasiana.
El tercer escenario, al que Fischer, después de las atrocidades cometidas por el ejército ruso en Bucha y otros lugares, no ve como posible, sería «una suerte de tregua basada en algún tipo de compromiso negociado».
Probablemente Fischer sabe muy bien que los llamados escenarios son solo construcciones abstractas basados sobre la realidad actual la que seguramente irá cambiando en la medida en que los acontecimientos vayan precipitándose. Lo más seguro entonces es que no se dé ninguno de estos escenarios, y la alternativa que aparezca sea una combinación de ellos y otros imaginados por la inagotable fantasía humana. El pasado existió, el futuro no existe y el presente está existiendo.
Putin está matando a mucha gente, inspirado en un pasado imaginario y en función de un futuro inexistente. Esa es la locura que hay que parar. Ni Habermas el filósofo, ni Fischer el político, saben cómo. Para ser honestos, nadie lo sabe. Hay que aprenderlo. Lo único claro, y en ese punto coincidimos con Fischer, es que Europa, después de esta absurda guerra, nunca volverá a ser la misma que conocimos. La utopía de una Europa sin guerras deberá ser postergada para otra ocasión.
«Ahora tiene la palabra el camarada Mauser», escribió una vez Bertold Brecht. Eran, claro está, otros tiempos. Hoy habría que decir «Ahora tiene la palabra el camarada misil». El detalle es que ninguno de ambos camaradas, ni el fusil ni el misil, sabe hablar. Solo saben matar. No debemos darles nunca la palabra. El idioma de las armas es el de Putin. El de Occidente debe ser, no renunciar nunca a la palabra, o lo que es igual, a la política. Pero no desde fuera –en esto estarían de acuerdo Maquiavelo y Kant– sino desde los interiores más oscuros de la guerra. De una que Occidente nunca ha querido ni buscado. La guerra, en fin, es hoy la realidad. Desde ahí hay que comenzar a pensar.
Textos de referencia:
Adela Cortina – ¿NEGOCIACIÓN BAJO TORTURA? (polisfmires.blogspot.com)
Joschka Fischer – LA GUERRA A UCRANIA Y EUROPA (polisfmires.blogspot.com)
JÜRGEN HABERMAS – ¿HASTA DÓNDE APOYAMOS A UCRANIA? (polisfmires.blogspot.com)
POLIS : ARTÍCULOS DE FERNANDO MIRES SOBRE LA GUERRA DE RUSIA A UCRANIA (polisfmires.blogspot.com)
SLAVOJ ŽIŽEK – HÉROES DEL APOCALIPSIS (polisfmires.blogspot.com)
Fernando Mires es (Prof. Dr.), Historiador y Cientista Político, Escritor, con incursiones en literatura, filosofía y fútbol. Fundador de la revista POLIS, Político,
Twitter: @FernandoMiresOl