Existen efemérides de seres humanos que no se olvidan, y difíciles de borrar. Muy a pesar de esos abismos que se abren, para ocultar en las profundidades, violaciones de derechos humanos que resultan imposibles de salvar. Y que dejan un silencio inoculado, cargado de recuerdos.
A las 07:30 am de aquel viernes, la llamarada de un ser noble dejó de arder. Quedando atrás, las huellas dejadas por alcanzar sus sueños azules promisorios. Recordamos nuevamente, al Sub-brigadier del Ejército venezolano, Francisco José Ortiz Romero, cuyo corazón se detuvo en la Unidad de Cuidados Intensivos del Hospital Militar Dr. “Carlos Arvelo”, luego que se librara una intensa batalla por recobrarle la vida.
De todo el esfuerzo médico que – diligentemente le brindaron–, ninguno fue aliado a él. Las múltiples fallas orgánicas terminaron imponiéndosele. Fue como si el extraño poder del destino, se plantó alrededor de su cama para desgarrarle la vida. De ese inolvidable infortunio, de causas herméticas y de tristes consecuencias, no quedó ninguna lección aprendida. Sólo algunos homenajes póstumos y tormentosas evocaciones que cargaron a cuestas sus padres, familiares y amigos. Toda su tragedia fue enterrada, digámoslo así, en la misma fosa que guardó su cuerpo.
Pues bien, apartemos el lado oscuro que lo cubrió, para dedicarle algunas desideratas en el mes que conmemora su transcendental partida.
Francisco, el primo que ahora es espíritu, fue el segundo hijo y el mayor de los varones de los esposos Ortiz Romero. Nacido en época decembrina bajo el signo de Sagitario y el año de la Serpiente del horóscopo chino. Llegó a ser un niño alegre como todos lo de su clase del colegio San Agustín del Paraíso.
Magallanero como lo fue su papá, el abuelo Romero y el tío Freddy (espíritus también, que están con él); asimismo, como de este familiar quien le escribe, hoy 23 de octubre.
Un ¡buen… muchacho! como solía decir su padre, que gozó de múltiples cualidades: ejemplar en su conducta, deportista, estudioso, honesto, sincero, optimista, modesto y simpático. Músico del instrumento bajo, el alma de la música, que integró la agrupación de gaita, la estudiantina y la banda de guerra de la otrora Academia Militar de Venezuela.
En fin, un ciudadano venezolano que decidió voluntariamente convertirse en un soldado feliz para ser guardián de su patria. Que prestó juramento al servicio de la nación; que poseyó una unidad de espíritu, cultivada con el sentimiento del deber. Un cadete, que fue leal seguidor de unos “líderes” conductores de las riendas de su país, sin que tuviera temor de poner en peligro su propia vida.
Esas fueron sus medallas de honor que lo engalanaban cuando nos dejó a sus tempranos veinte años de feliz existencia.
–“¡Despierta Chico…, no nos deje, por el amor de Dios...!”
Msc. Arichuna Silva Romero
Twitter: @asiromantis