Las dictaduras y autocracias en el mundo comparten múltiples características negativas. A lo largo de la historia, solo en contadas ocasiones han logrado mejorar las condiciones de vida de los sectores más pobres, y aun así, sus beneficios suelen ser efímeros frente al daño estructural que provocan.
Uno de los rasgos más evidentes de estos regímenes es la sistemática violación de los derechos humanos y la supresión de las libertades fundamentales. Además, desmantelan la división de poderes, una piedra angular de las democracias liberales, lo que abre paso a la corrupción como un mecanismo de supervivencia: el poder se perpetúa asegurando lealtades entre las élites que lo sostienen.
Otro aspecto nefasto de las dictaduras es su tendencia a desviar enormes recursos hacia el aparato militar y de seguridad. El temor constante a ser derrocadas las obliga a priorizar la represión sobre el bienestar de la población, lo que profundiza el deterioro económico y social.
Los regímenes autoritarios suelen actuar de manera conflictiva y agresiva fronteras afuera. Al desconocer el derecho internacional y carecer de contrapesos internos que los frenen, generan tensiones con otras naciones, lo que puede derivar en sanciones, aislamiento diplomático o incluso conflictos armados.
Sin embargo, la historia demuestra que las dictaduras no son eternas. Muchas terminan cayendo por diversas razones: crisis económicas severas, fracturas dentro de las fuerzas armadas, presión internacional y, sobre todo, el rechazo popular. La resistencia ciudadana ha sido y sigue siendo el principal motor del cambio en los regímenes autoritarios.
https://www.analitica.com/el-editorial/el-costo-de-la-dictadura-corrupcion-represion-y-crisis/