La cúpula que controla el país vive una etapa de alta irracionalidad. No significa que no haya una lógica en las decisiones que toman para asegurarse indefinidamente el poder, sino que el precio a pagar por estas acciones es lo que resulta irracional.
Es insensato aceptar el costo personal y la destrucción total de las condiciones de vida de la mayoría de los venezolanos. Pareciera que no les importa que Venezuela termine siendo más pobre que Haití, Cuba, Nicaragua o Honduras, siempre y cuando ellos sigan detentando el control de un país empobrecido.
Como todos sabemos, la irracionalidad implica una desconexión del razonamiento lógico, lo que generalmente conduce a decisiones infundadas que terminan volviéndose en contra. Por eso, estos líderes actúan con medidas disparatadas e insensatas.
La esperanza que muchos aún albergamos es que algunos de ellos logren visualizar el futuro, no como una eterna lucha por imponer su voluntad, sino como una oportunidad para comprender las ventajas de facilitar un proceso de transición pacífica. Aún están a tiempo de buscar las garantías necesarias para lograrlo.
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