
Venezuela enfrenta un momento decisivo. Tras más de 25 años de un régimen autoritario que ha destruido las instituciones, empobrecido al país y forzado al exilio a millones, el pueblo habló con fuerza. El 28 de julio de 2024, los venezolanos votaron masivamente por el cambio y eligieron a Edmundo González como presidente. Esa victoria, respaldada por actas, testigos y la comunidad internacional, fue desconocida por un CNE secuestrado y una Sala Electoral subordinada, que ratificaron una mentira sin presentar pruebas.
Insistir en participar en nuevos procesos bajo las mismas reglas viciadas no es estrategia: es rendición. El problema no es la cantidad de votos, sino un sistema diseñado para ignorarlos. En Venezuela, el voto dejó de ser una herramienta de cambio y se ha convertido en un instrumento de control.
La verdad sobre la victoria del 28 de julio es incuestionable y todos la conocen: desde el régimen hasta la Fuerza Armada y cada ciudadano dentro y fuera del país. Esa verdad es nuestra arma más poderosa. Cederla sería traicionar el único punto de unidad real que nos queda como nación.
La reciente y exitosa operación para sacar a los asilados políticos, mantenidos como prisioneros por el régimen en la embajada argentina en Caracas, demuestra algo esencial: el régimen no es invencible. Tiene fisuras, muestra debilidad, y teme. Son acciones valientes, y decididas como esa, efectuadas en coordinación con nuestros aliados internacionales, las que evidencian que la dictadura puede ser desafiada y vencida, hasta permitir una transición en Venezuela que respete la soberanía popular.
Los regímenes totalitarios no caen con votos amañados ni con concesiones: caen por presión sostenida, fracturas internas y la fuerza de una verdad que no se calla. Sin un cambio de régimen, no hay justicia, no hay libertad y no hay futuro posible.
Hoy más que nunca, sostener esa verdad no es una opción: es un deber. Venezuela no claudicará.
Resistencia Civil Constitucional