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Ismael Pérez Vigil

Usted y yo, ¿qué haremos?

Ismael Pérez Vigil

La discusión acerca de la posición opositora con relación a la participación o no en las elecciones regionales continúa sin que asome una leve luz en el fondo. Con la desventaja de que en la medida que pasa el tiempo y no hay una posición “oficial” con respecto al tema, la discusión se hace más y más amarga, florece el “dibujo libre” y las iniciativas personales y grupales.

Obviamente, la discusión no se queda en el tema de la participación electoral, va mucho más allá y se remonta también −suponemos− al pasado reciente y al más lejano, sobre todo en cuanto a recriminación de errores y fallas a dirigentes y partidos.

Hay quienes llegan muy lejos en su proclama de la no participación −no los llamaré abstencionistas, pues dicen no serlo− pero, les parece que no solo está “agotada” la vía electoral, al menos para algunos, también está agotada la opción de convocar a “la calle”, por carecer de una estrategia posterior. Y, además, señalan otros, esta opción ha sido “traicionada” y “abandonada” por líderes “negociantes”, que entregaron cualquier iniciativa a unas frustradas negociaciones que al final lo que hicieron al fracasar fue apuntalar más al régimen y languidecer las acciones de “calle”.

Imbuidos a lo mejor sin saberlo por ese espíritu de la antipolítica que fue esencia del triunfo del chavismo en 1998, además de estar contra las “negociaciones”, también están en desacuerdo con los procesos de “diálogo”, pues no tiene sentido “negociar con delincuentes”, dicen.

Algunos también, al menos después del resultado electoral en los EEUU, están desesperanzados de cualquier acción militar externa que antes esperaban y otros además señalan estar ahora en desacuerdo con el desembarque de “marines” en las costas venezolanas y en cualquier llamado a la insurrección militar, pues consideran a los militares venezolanos −con toda razón, por cierto− la mano oculta real de esta dictadura a la que estamos sometidos. Al final, tal parece que algunos solo dejan abierto un estrecho e incierto camino a una mítica “negociación”, que nunca nos dice cuál es, así como tampoco nos dicen cuál sería una probable vía para salir de este oprobio.

En el desierto que atravesamos, sin guía y sin opciones ampliamente compartidas, apenas reluce algo, más por costumbre o temor, la idea de la mítica unidad; en la cual, en realidad y por lo visto, nadie cree muy firmemente. Por temor y mito me refiero a que nadie en sus cabales y que tenga una cierta aspiración de continuar en la política, va a denigrar de la idea de la unidad pero luce que nadie está tampoco haciendo esfuerzos muy profundos al respecto.

Pareciera que estamos sumidos en una especie de abandono “dirigencial”, a la espera de que las cosas se resuelvan solas, confiados en que el tiempo todo lo cura; o que estamos esperando, nuevamente, algún milagro desde el exterior, obrado por un “informe” de algún organismo internacional o por los vientos nórdicos, que soplan de vez en cuando y de cuando en vez, como pareciera que ahora vuelve a ocurrir.

Los partidos políticos, asumo, que están en fogosa discusión interna para dirimir su futuro inmediato, como es la convocatoria de un proceso electoral, que como ya sabemos se va a efectuar con o sin la participación de la oposición democrática, tras lo cual el régimen seguirá su curso, aun con el exiguo número de votantes que se presenten, sin importarle para nada la legitimidad del proceso o nuestro reconocimiento o el de la comunidad internacional.

Los actores políticos, analistas, consultores, seguirán en su tarea de argumentar si vale o no la pena votar; si debemos o no embarcarnos en una nueva ronda de negociación, de diálogo. Con todos los argumentos que ya sabemos y no vale la pena repetir.

Los líderes, que nos han conducido hasta aquí reconocerán o no sus errores y las críticas que se les han formulado, y algunos seguirán −con poco o mucho apoyo− o surgirán otros, porque la experiencia también nos indica que siempre aparecen otros o los mismos, montados sobre las olas, o desde la profundidad de las aguas que los han revolcado. Pero, la política, también se abre paso como la vida misma. Por eso hoy mi reflexión y mis preguntas son otras. Mas intimas y personales, más ineludibles.

Nosotros dos, usted que lee y yo que escribo, que si bien tenemos y sufrimos los problemas comunes de los venezolanos −inseguridad, falta de gasolina, pésimos servicios públicos, alto costo de las cosas− pero que seguramente no estamos tan agobiados por la cotidianidad, o preocupados a muerte por el diario sustento, como millones de venezolanos, algunos de los cuales han tenido que irse del país, dejando atrás amigos, padres y hasta hijos, para intentar ayudarlos desde el exterior; usted y yo, repito, que hemos optado por permanecer aquí… ¿Qué papel nos toca ejercer en todo esto?

Porque este país también es nuestro y no está muerto, vive… aquí se trabaja duro, se invierte en lo que se puede, se estudia, se crea arte, se hace música, se lucha −en fin−, se ama y se muere, por salir de este oprobio. ¿Vamos a seguir en la amargura de quejarnos por todo? ¿Vamos a renegar del país, darle la espalda y dejarlo por imposible?

Durante cuarenta años de floreciente democracia desde 1958 nos apartamos hacia la barrera, en busca de un burladero. Nos apartamos de la política por ocuparnos de nuestros negocios, familias, actividad profesional o académica y contribuimos −en buena medida− a propalar la antipolítica que permitió que se encumbraran en 1998 los que destruyeron al país. ¿Vamos a seguir culpando a los partidos, a los líderes que ayudamos a surgir y que ahora pretendemos abandonar, por los errores y fallas en las que nosotros también participamos? ¿Vamos a continuar esperando que aparezca esa fórmula mágica de unidad, que confundimos con unanimidad, para comenzar a actuar? ¿O por el contrario vamos a intentar hacer algo, desde nuestro espacio natural de influencia, para convencer a los venezolanos de que sí hay una solución y que depende del esfuerzo de todos?

No podemos seguir lamentándonos por la falta de éxito, dando todo por perdido y regresar a nuestro rincón de las lamentaciones, desconociendo veintidós años de lucha y resistencia. Aquí se ha luchado, resistido y hecho muchas cosas durante veintidós años, en los que muchos perdieron fortunas, futuro y vidas; años de éxitos y fracasos, pero que han impedido que este régimen, de ínfulas totalitarias, se termine de adueñar del país y acabe con toda resistencia. Que no quede duda que podemos contribuir a la discusión, a difundir ideas, a aportar en la organización del país y llenarlo nuevamente de esperanza, una y otra y otra vez.

Politólogo

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Logremos uno, mayoritario.

Ismael Pérez Vigil

Una de mis religiosas lecturas dominicales es la columna de Fernando Rodríguez, en El Nacional. La del pasado domingo 7 de marzo, se titula: “El voto, claro, pero…” y ya podemos suponer de qué trata, pues es el tema que a todos nos ocupa.

La referida columna comienza con una frase contundente:No hay opositor en este país que no diga que debemos juntarnos y expresarnos para salir de este gobierno bruto, cruel e ilegal, dictatorial y militar pues…” y no puedo estar más de acuerdo con esa sentencia. Sí, pero… lamentablemente para el filósofo −y sobre todo para todos nosotros− es que esa frase no parece que se ajusta a lo que está ocurriendo en los predios opositores.

En su artículo el Dr. Rodríguez hace referencia a uno de los tantos documentos que circula en el bastión opositor −el democrático, por supuesto, porque el “alacrán” ni es oposición, ni escribe documentos− que hace un llamado a rescatar el voto y el Dr. Rodríguez, tras lamentarse que la discusión que esté planteada no sea sobre las condiciones electorales por las que se debe luchar, concluye −sabiamente− que de todas maneras se debería seguir discutiendo, pero hacer una pausa en eso de circular documentos, para lograr un mayor consenso.

Asumo que lo de la pausa que solicita el filósofo se debe a que ciertamente al que él se refiere no es el único documento que circula; son varios los que lo hacen y en particular hay otro, exactamente de signo contrario a éste, que sin llamar las cosas por su nombre, abstención, prácticamente lo hace con el circunloquio de llamar a no participar en el proceso electoral, porque éste no reúne las condiciones mínimas que se podrían desear.

Quienes proponen abstenerse o no participar −no los llamaré “abstencionistas”, pues ellos no se consideran así−, declaran no estar de acuerdo con acudir a los procesos electorales que, como ya dije, no reúnan condiciones mínimas. (No voy a abundar en que en realidad nunca las hemos tenido desde el año 1999, cuando este régimen se implantó)

Como bien sabemos, desde inmemorables años, por lo menos desde los años 60 del pasado siglo −que yo recuerde− hay en Venezuela una acendrada tendencia a resolver las discusiones de espinosos y controversiales temas con documentos, escritos, manifiestos y cartas abiertas. Adquirimos la costumbre de discutir y hablarnos indirectamente, de comunicamos a través de la prensa; y hoy ni siquiera eso, pues contamos con muy poca prensa disponible; hoy lo hacemos a través de redes sociales.

Todos recordamos, por ejemplo, que a principios de los 90 del pasado siglo, surgió aquel grupo denominado “Los Notables”, encabezado nada menos que por Don Arturo Uslar Pietri, que produjo varios documentos de impacto sobre la situación del país y lo que, a juicio de ese grupo, eran las soluciones para esos problemas. Algunos de los integrantes de aquel grupo de “notables”, que era un número variable y mudable, tuvieron una cierta −e incierta− responsabilidad en los hechos políticos que contribuyeron a la defenestración de Carlos Andrés Pérez y que nos condujeron, años más tarde −por aquello de que de esos polvos vienen estos lodos− a la desgracia que hoy vivimos.

A esa costumbre de retratarse en grupo y firmar documentos, se le suma hoy otra manía o característica, que se debe al auge que tienen las redes sociales, con sus secuelas de la llamada posverdad −inventar o exagerar cosas− o la de circular abiertamente falsas noticias y rumores, para desacreditar a alguien.

No está muy claro cuál es el alcance real y combinado de las redes sociales en Venezuela: Twitter, Instagram, Facebook, LinkedIn, por nombrar las más destacadas. Mucho menos se puede saber cuál es el impacto de los “chats” de vecinos, grupos familiares, compañeros de colegio y universidad, etc.; pero, sin duda, todos combinados, redes y “chats”, lo tienen. Por lo pronto, a todos nos hacen sentir grandes comunicadores, literatos, brillantes pensadores, o “influencers”, por usar ese término de moda en el mundo cibernético.

Con las excepciones del caso, que siempre las hay, tal parece que constreñidos, por ejemplo, a los 280 caracteres de escritura que nos permite un tuit, nos han llevado también a reducir nuestro pensamiento a ese número de caracteres y hemos sustituido por frases huecas, rimbombantes, circunloquios, las críticas y las ideas. Los insultos y la diatriba es lo que ahora se festeja. Mas pendientes de los rebotes, “likes” e incremento de seguidores, que de que se profundicen y analicen bien las cosas, en la mayoría de los casos no se difunde información y la que se difunde, aunque tenga atisbos de verdad, es solo parcial y se hace con el objetivo de sembrar la duda y desprestigiar; pareciera que el ánimo no es corregir, encontrar una solución, mucho menos buscar la verdad, sino destruir.

Por eso, no le falta razón al Dr. Rodríguez, en su artículo del pasado domingo, al concluir pidiendo un receso y sugerir una postergación de “… los manifiestos, [pues] a lo mejor logramos uno mayoritario”. Soy muy escéptico al respecto, pero vale la pena apoyar el intento.

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Sí, lo que sea, pero unidos…

Ismael Pérez Vigil

En nuestro lado de la acera −el de la oposición democrática− parece que ya muy pocos esperan una fuerza internacional interventora que solucione la crisis del país; incluso algunos así lo admiten. Se han resignado, por lo visto, a aceptar que eso era una quimera, y ya no se oye hablar de “marines”, fuerza armada multilateral, operación comando y solo algunos piensan en TIAR o R2P.

Pareciera, entonces, llegado el momento de pisar tierra nuevamente, contar con lo único disponible (sanciones internacionales contra los pro hombres del régimen, sus familias y testaferros) y dedicar los esfuerzos a organizar la oposición y la resistencia dentro del país, para confrontar el régimen en los escenarios que lucen posibles: procesos electorales y negociación, para llegar a procesos electorales.

En este sentido, en la oposición, se da nuevamente una intensa y amarga discusión sobre si se debe participar o no en las elecciones regionales que se anuncian para fin de año, y que ya algunos llaman “megaelecciones”, pues se elegiría gobernadores, alcaldes, legisladores estadales y concejales. Aún no está claro si la decisión que adoptarán la mayoría de los partidos −si no todos− que hoy se congregan alrededor del Frente Amplio o Juan Guaidó −junto con organizaciones de la sociedad civil (SC), involucradas en la lucha política−, será la de participar en ese proceso electoral o la de abstenerse nuevamente.

Los argumentos para abstenerse o votar no han variado mucho desde la última discusión en 2018 y 2020; realmente no hay planteamientos originales y nuevos en la disputa. Quienes propugnan por continuar con la política de abstención siguen argumentando que no hay “condiciones democráticas” para participar; han reemplazado el mantra aquel de: “cese a la usurpación…” etc. por un nuevo mantra: “sin condiciones electorales, nuevo CNE… no hay participación”; y quienes argumentamos −como ven me incluyo− que se debe participar, afirmamos que nunca se lograrán condiciones ideales y mientras tanto, no se puede seguir perdiendo terreno −en la mente de los ciudadanos− debido a la inactividad política. Si, porque el principal terreno de la lucha contra la opresión no es en cargos políticos, sino en la mente, en el ánimo de la gente, y la inactividad política conduce a resignación, desesperanza y huida.

Como he dicho, soy partidario de la participación electoral −no volveré, al menos hoy, a argumentar más profundamente al respecto− y confío en que solo unos pocos partidos y posiblemente solo algunas oenegés e individualidades no acepten participar. Pero, si bien espero que la mayoría de los partidos y organizaciones de la SC opten por hacerlo, no obstante, también creo que la mayoría de la población, al menos por el momento, me luce que no seguiría esta decisión de los partidos y, por tanto, la abstención seguirá en cifras muy altas, posiblemente por encima del 60%.

La abstención “histórica” se ha estacionado como un peso muerto desde 1998 por encima del 30%, entre otras cosas gracias a la campaña de desacreditación del voto, que ha venido desarrollando el régimen, con mucha fuerza, desde hace unos quince años, cuando se empezó a dar cuenta de que perdía terreno electoral. A esa campaña han contribuido algunos grupos opositores y en general, todos hemos estimulado, con esas confusas estrategias de ir y venir, de participar y abstenernos. Por eso hay que trabajar muy intensamente en contrarrestar esta tendencia y evitar que la discusión −votar o abstenerse− nos siga dividiendo, como ha sido hasta ahora.

Esa lucha pasa por entender que participar o abstenerse, en realidad no dejan de ser tácticas políticas que deben seguir a la estrategia fundamental de ganar terreno y buscar la vía más eficiente para salir de este régimen de oprobio. En ese sentido, cualquier posición que se adopte, debe seguir un principio que se considera más básico, la unidad. Sea que se decida continuar la política suicida de la abstención, sea que se decida la vía de participar electoralmente, aunque hoy luzca poco eficiente, lo importante es que sea una decisión unitaria; de allí el nombre del artículo: Sí, lo que sea, pero unidos…

La unidad no es un mantra, ni un mero principio filosófico; no es una mera consigna, es una posición de eficacia política; es el convencimiento político de que enfrentar a un régimen con ínfulas totalitarias −aparentemente monolítico− no es posible hacerlo desunidos, separados, en múltiples pedazos, que se vuelven grupúsculos, fáciles de anular. Algunos dicen que tampoco es posible salir solos, y probablemente tengan razón, pero el problema es que nadie está dispuesto a hacernos la tarea de sacar al régimen de inmediato y radicalmente, como a algunos les gustaría; por lo tanto, toca hacer la tarea interna para buscar después el apoyo internacional y crear la amenaza creíble para que se llegue a la salida que necesitamos.

Si la decisión es abstenerse −ojalá no sea así− en todo caso no puede ser como ha sido hasta ahora: un simple quedarse en casa, contemplando los resultados y regodeándonos de la cifra elevada de los que se abstienen; debe ser una abstención “militante”, por llamarla con un término muy manido, para explicarle a los venezolanos que se mantienen al margen de la actividad política, el por qué es importante la lucha contra el régimen y que quedarse en casa, no es por mera indiferencia, no es por decepción personal, ni es darle la espalda al país, si no una forma de expresar descontento e insatisfacción por el estado de cosas, por la ruina en la que estamos sumidos.

Si la decisión es participar, no basta con postular candidatos unitarios a los diferentes cargos en disputa; hay que aprovechar la movilización de las campañas electorales para organizar la oposición, para ganar en organización popular, además de recuperar algunos de los espacios políticos que se han ido abandonando. Los partidos y grupos de la sociedad civil, debemos recorrer el país con los candidatos, en tareas de movilización y “agitación política”, para mostrarle a todos que sí hay una alternativa a este régimen de oprobio; y no termina allí la tarea, el empeño organizativo debe llegar −en los estados y municipios en donde hay posibilidad de ganar− a cubrir con testigos al menos el 90% de las mesas, si no todas; y más allá aun, se deben tener algunas ideas de cómo se podrían defender los resultados en el caso de que intenten arrebatarlos, como ocurrió en el Estado Bolívar en la elección de gobernadores en 2017. Significa no solo ganar los “espacios” en juego, sino estar dispuestos a defenderlos, hasta donde sea posible, sin actos heroicos y suicidas, conscientes de que el régimen está dispuesto a desplegar sus fuerzas represivas y de choque.

En todo caso lo que no puede ocurrir es que se nos siga confundiendo con ese peso muerto de los abstencionistas indiferentes, los “hastiados” de la política, los “indignados ahítos”; pero tampoco se nos debe confundir con los oportunistas alacranes que se anotan a cualquier proceso electoral para arrimarse al “festín de Baltasar”. Por eso, cualquiera que sea la posición que adoptemos, debe ser bajo la premisa de: Lo que sea, sí, pero unidos…

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Dumping

Ismael Pérez Vigil

Voy a hacer un paréntesis en mi acostumbrado comentario político, para tocar un tema −que en el fondo también es político− no menos importante y acuciante: la situación de la empresa venezolana, en particular la industria manufacturera nacional.

La industria nacional es víctima de un depredador, eficiente y despiadado, que no ha tenido compasión para destruirla: el régimen instaurado por Hugo Chávez Frías en 1999, que continua hasta nuestros días. Cuando este régimen se hizo del poder, de acuerdo con las propias cifras oficiales, en el país había 12.700 industrias manufactureras; debido a la política depredadora del régimen −no voy a gastar tiempo en describir lo que bien conocemos y que la Confederación Venezolana de Industriales, CONINDUSTRIA, calificó adecuadamente de “cerco a la industria nacional” −, hoy el plantel industrial se reduce a poco más de 2.500 industrias. Hemos perdido la friolera del 80% de nuestra capacidad industrial y el 20% que queda, trabaja con enormes dificultades, a una fracción de su capacidad instalada. El presidente de Conindustria nos recordaba en días pasados que −sin contar los años anteriores− desde que Nicolás Maduro está en el poder, se han perdido más de 400 mil empleos industriales, que como sabemos siempre fueron los mejor remunerados.

Asentado esto, no me voy a referir más a este depredador, si no a otro igualmente letal.

Seguramente todos, en nuestro papel de consumidores que maximizamos nuestros recursos y preservamos el poder de nuestro ingreso, buscando y adquiriendo los productos que mejor satisfagan nuestras necesidades, al mejor precio posible, nos topamos con estantes y anaqueles repletos de productos importados. No me refiero a los llamados “bodegones”, sino a los estantes y anaqueles de abastos, mercados y supermercados en los que hacemos nuestras compras habituales. Tampoco me refiero, con eso de productos importados, a las especialidades y exquisiteces de algunos países que siempre han estado presentes en el nuestro, sino a cosas como: aceites comunes de España, leche de Francia, pastas de Italia, granos y arroz de Brasil, y un largo etcétera, de productos y países, que no vale la pena enumerar; seguro que todos me entienden de que hablo.

Lo más sorprendente es que esos productos, a veces de calidad igual o superior, están a precios inferiores o iguales que los productos nacionales, cuando estos se consiguen. ¿Cómo es esto posible, si esos productos deben pagar fletes internacionales y otros costos de traslado y acondicionamiento, excepto aranceles aduaneros y otras tasas, de los cuales, como sabemos, el gobierno los ha exonerado?

Desde siempre, pero sobre todo desde finales de los años 80 del pasado siglo, cuando se inició un proceso de apertura económica en el país, nuestra industria se vio sometida a la competencia de productos importados, que no solo gozan de escalas y de tecnologías mucho más avanzadas que les permiten alcanzar mejores precios y condiciones, sino que, en sus países, seguramente no están sometidos a las condiciones restrictivas de comercialización interna a las que están sometidos los productos elaborados en el país, ni sus industrias son perseguidas por el gobierno como lo son las nuestras. No obstante, nuestra industria supo enfrentar, con dificultades, ese reto y logró no solo sobrevivir, sino también exportar sus productos a otros mercados a precios realmente competitivos. Aunque hoy suene a fantasía, es bueno recordar que las exportaciones distintas al petróleo, cacao y el mineral de hierro, llegaron a ser cerca de 6 mil millones de dólares a finales de los años 90 del pasado siglo.

Pero no es por razones tecnológicas o industrias más avanzadas que se explica que encontremos hoy inundados los anaqueles con productos importados a precios más bajos que los nacionales y que incluso estén a precios inferiores a los de su mercado de origen. Este fenómeno, usualmente, se produce por dos causas fundamentales, bien porque una empresa trate de conquistar un mercado externo o por colocar en el mismo el sobrante de su producción y lo comercializa a un precio inferior al que se comercializa en su mercado de origen; o bien porque, gracias a la intervención del Estado, con algún tipo de subsidio, permite que el precio pueda ser rebajado para colocarlo con ventaja en otro mercado. Hoy en día, esta segunda causa es menos común en el mercado internacional, dada la actividad y vigilancia de organismos internacionales, como la Organización Mundial del Comercio, los diferentes acuerdos regionales y las modernas legislaciones de cada país, que protegen sus industrias y mercados de esta práctica depredadora. Aunque técnicamente son dos cosas distintas, el efecto concreto de ambas prácticas es el mismo, que el producto entre con ventaja de precio a otro mercado. Por lo tanto, me atrevo a pensar que en Venezuela estamos en presencia de la devastación que ocasiona un “dumping”.

El "dumping", para decirlo en términos sencillos, es una práctica comercial que consiste en vender un producto por debajo de su precio normal en el mercado de origen, o incluso por debajo de su costo de producción, con el fin inmediato −como dije antes− de conquistar un mercado, eliminando las empresas competidoras y apoderándose finalmente del mismo.

Siempre ha habido una discusión muy intensa acerca de cuál debe ser la actitud frente a esta práctica; algunos sostienen que la prioridad deben ser los consumidores y no cabe duda que en una economía destruida e hiperinflacionaria como la nuestra, “bajar los precios", por la vía que sea es algo que beneficia a los consumidores. Pero tampoco cabe duda que, sin tener una protección a ultranza, que disfrace y ampare la ineficiencia de nuestras industrias, tenemos que buscar fórmulas para protegerlas, proteger sus inversiones y los puestos de trabajo que generan.

No es un problema sencillo, porque, no nos engañemos, ya sabemos que va a ocurrir con estos precios tan o más bajos que los de nuestra industria; si se trata de algo temporal para colocar la sobreproducción de alguna empresa, en poco tiempo, esos productos no los veremos más en los anaqueles; y si se trata de una estrategia para conquistar nuestro mercado, los que no veremos en los anaqueles serán los productos nacionales. Pero, desaparecida la competencia y conquistado el mercado, los productos importados aumentarán de precio e incluso subirán muy por encima del precio relativo con el cual se comercializan actualmente y no solo por efecto de la hiperinflación. En el entretanto, habrán desaparecido unas cuantas industrias nacionales y las inversiones y empleos que ellas generan.

Los mecanismos adecuados de protección, para consumidores y empresas, son: proteger la libre competencia y la economía abierta para que sea esta la que regule el mercado y obligue a bajar los precios para proteger adecuadamente a los consumidores. Es fácil hacer demagogia con acusaciones de abusos y especulación, pero es la libre competencia la que mejor combate los precios especulativos o artificialmente altos y lo que mejor protege el bolsillo de los consumidores. Venezuela cuenta con dos instrumentos legales, vigentes, para protegerse de estas prácticas, que no utiliza desde 1999: la Ley para Promover y Proteger el Ejercicio de la Libre Competencia y la Ley sobre Prácticas Desleales del Comercio Internacional y su Reglamento. Sabemos que es utópico pensar que este régimen las utilizará, no solo porque son leyes de libre mercado, sino porque suponen un proceso, una investigación imparcial, la demostración de daño a la producción nacional y para este régimen es más fácil aplicar controles y represión, que no resuelven nada, que arruinan al país, pero cubren las apariencias.

No me gusta concluir en el aire un tema tan espinoso, pero ni las empresas ni el pueblo consumidor contarán con ningún mecanismo gubernamental para defender sus respectivos intereses y lograr un equilibrio. No queda por el momento sino denunciar la situación, alertar del peligro de destrucción que se cierne sobre lo que queda de nuestra industria y, por lo tanto, dejar el problema en el difícil terreno de la responsabilidad y conciencia individual.

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“Espíritu de Encontrarse”

Ismael Pérez Vigil

Mientras los partidos democráticos, agrupados en torno al Frente Amplio evalúan −eso esperamos− las fallas y errores cometidos y se ponen de acuerdo en torno a una estrategia, en diversos foros y documentos promovidos por las organizaciones de la sociedad civil, involucradas en la actividad política, se discute acerca de la “unidad”.

No podía ser de otra manera, sociedad civil y unidad, son dos temas indisolubles, a pesar de que muchas organizaciones de la sociedad civil no se caracterizan por mantener en la práctica este concepto y son comunes las divisiones y enfrentamientos, aunque no tan cruentos como en las organizaciones políticas.

Uno de estos foros a los que asistí, contó con la presencia y experiencia del Padre Luis Ugalde SJ, y es precisamente en ese foro donde Ugalde esbozó una idea central, la que considero que imbuía toda su intervención y que sirve de título a este articulo: “el espíritu de encontrarse”.

El “espíritu de encontrarse” tiene que ser el motor, la clave, de cualquier unidad política que se intente en Venezuela; sin ese espíritu, no será posible salir del laberinto en el que ahora estamos; pero, como dije, si bien esa era la idea que impregnaba su presentación, no fue la única que expuso. Mi interpretación libre de sus planteamientos los resumo de la siguiente manera:

- Ugalde nos invita a rescatar la idea de que un cambio es posible; a pasar de la resignación a la esperanza; a que cada quien se active en lo suyo, en las actividades que le son propias; pero, nos advierte Ugalde, la esperanza no es ilimitada, infinita, se agota, tiene instinto de conservación, no es posible ponerla en cualquier cosa, para no desengañarnos, desilusionarnos, esperando el “salvador”, el “mesías”, el que nos salvará sin nosotros hacer nada distinto a lo que estamos haciendo, y cuando nada ocurra decir: “eso son los políticos, yo me voy del país”; no es una actitud de “todo o nada”, es una lucha política; por ejemplo, Pérez Jiménez se proclamó ganador de las elecciones fraudulentas que organizó en 1957, menos de un año más tarde estaba fuera del poder; con esa actitud de todo o nada, no hubiera caído tampoco el Muro de Berlín, que estaba bajo una dictadura policial, brutal, y nadie se imaginaba un año antes que podría caer de la manera en que cayó.

- Esa idea lo llevó a otra, a la necesidad de valorar la política, a dejar la “antipolítica”, que la definió como “un virus más perverso que el coronavirus”. La “antipolítica” implica que la sociedad renuncia a gobernarse; y recalcó: ciudadanía es política, ciudadanía no es “montones de gente”, es una sociedad vigilante y exigente y debe haber gente −dijo− especializada en la actividad política, lo que no significa que la sociedad civil renuncie a esa actividad, sobre todo al control de los políticos.

He recalcado también en diversos artículos que los políticos no llegaron de una galaxia lejana, están allí porque los ciudadanos los pusimos allí y por la comodidad de dedicarnos a nuestras tareas, a nuestros negocios, actividades profesionales, académicas y familiares, renunciamos a controlarlos y luego nos lamentamos de sus errores, como si no fueran los nuestros.

- Ugalde planteó que debe haber objetivos comunes para salir de la situación en la que nos encontramos, del régimen actual; y aunque los objetivos cada quien los viva de una manera distinta, que cada quien los aborde desde su propio lado, los resume, más o menos de la siguiente manera: Se trata de lograr un cambio político y social, donde lo económico es solo un aspecto más; hay que lograr ayuda humanitaria para los más necesitados; lograr elecciones libres que permitan ganar espacios, entre otros objetivos. Pero lo más importante, recalcó Ugalde, es que, si bien cada quien debe caminar desde donde está, desde su propio espacio, hay que entender que en Venezuela −en alusión directa al diálogo entre Fedecámaras y el Gobierno− no habrá una respuesta económica, no vendrán las inversiones que se necesitan con urgencia y cuantía, si no hay un cuadro político diferente.

Con respecto a ese diálogo Fedecámaras-Gobierno, Ugalde añadió: “¿Con quién van a hablar?” Y fue enfático en señalar que, si la conversación es sincera, hablar no es malo, lo malo es ser ingenuo; ¿cómo? y ¿para qué?, es el problema, hay que hablar con firmeza y claridad, pero todo diálogo ayuda. Y recordar, agregó, que el gobierno siempre va a jugar a nuestra división.

- En referencia más específica a la unidad, que muchos anhelamos y esperamos, Ugalde recalcó que hay que lograrla en lo fundamental −la salida del régimen− pero no se puede aspirar a tener todos los detalles completos para comenzar la carrera; no es ninguna tragedia, insistió, no coincidir en todo, además de que no es sano ni conveniente esperar eso en una sociedad plural.

- Por último, quiero referirme a lo señalado por Ugalde con relación al tema electoral, a sí se debe o no participar en unas elecciones para las que no hay garantías. Al respecto Ugalde señaló que las garantías hay que “arrancárselas” al régimen y nunca darán unas condiciones ideales. Por ejemplo, dijo, la Consulta Popular de diciembre pasado no tuvo presupuesto ni garantías ningunas, quienes las organizaban y participaban corrieron todo tipo de riesgos y se logró, fue un éxito y nadie tenía garantías de nada.

No quiero concluir sin recalcar en la idea del diálogo y la negociación, relacionándola con otra idea, que leí en estos días, de Daniel Asuaje (El Efecto Losinsky, El Universal, 17-02-2021) que se refiere al conformismo y la adaptación: “suscribimos…. la adaptación a las circunstancias, que no es lo mismo que conformismo, el conformista sobrevive, el adaptado encuentra cómo superar sus circunstancias…” Y ese es precisamente el reto en esta época en que por diversas vías se nos convoca al diálogo y la negociación.

Resumo, en mi criterio, el mensaje de Ugalde: Tarea del político es adaptarse a las circunstancias que le toca vivir, para influir los cambios en la dirección que desea. Como bien decía Ugalde: “hablar no es malo, lo malo es ser ingenuos”. Lo importante, entonces, es el “espíritu de encontrarse”

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Diálogo de Fedecámaras.

Ismael Pérez Vigil

Las redes sociales reventaron la semana pasada comentando la reunión entre los representantes de Fedecámaras y el régimen de oprobio. Bastante ha predicado este régimen que los empresarios son unos “bandidos explotadores”, “culpables de la crisis económica”, “promotores de las sanciones” y son los “responsables” de nuestros males, solicitando al pueblo apoyo “…para librarte de ellos...”, de esta manera ya se garantizaba la “demonización” del empresariado y de paso se ponía en desventaja al gremio empresarial, fortaleciéndose el régimen a sí mismo ante cualquier eventual negociación que se fuera a dar. Ha sido así durante veinte años y no es distinto ahora. Ni siquiera hace falta que algunos opositores ayuden a la diatriba, pero si lo hacen, tanto mejor para el régimen.

Sí, hay términos, ideas, conceptos, palabras, que tan solo pronunciarlas o evocarlas producen rechazo −elecciones, diálogo, negociación− y en algunos sectores, “unidad” es una palabra que produce un respingo. Estos términos y las acciones que implican son peligrosos anatemas e inmediatamente son “satanizadas”. Nada de raro tienen, entonces, las diatribas contra los empresarios.

Algunos olvidan que desde la infausta fecha en que se inició este régimen en 1999, hasta hoy, del país han desaparecido miles de empresas y se han perdido miles de fuentes de empleo, directas; y la empresa privada, a la cual representa Fedecámaras, ha sufrido una despiadada persecución por parte de todos los entes regulatorios del gobierno. Los organismos empresariales venezolanos, casi todas las cámaras, y desde luego sus llamados organismos cúpula −Fedecámaras, Conindustria, Consecomercio, Fedenaga, Fedeagro, etc. – han estado a la vanguardia del padecimiento y de la denuncia de las arbitrariedades del régimen y a la solicitud de libertades económicas para ejercer su actividad.

Pero, tenemos que evaluar y considerar cuales son los medios propios de lucha y resistencia de cada uno de los sectores del país que se oponen a este régimen de oprobio. Por ejemplo, los empresarios no se van a escribir la palabra “paz” en las manos pintadas de blanco, ni van a desfilar desnudos con el cuerpo cubierto de pintura azul, ni se van a enfrentar a la GNB armados de escudos de cartón y máscaras antigás, ni van a salir a tirarle piedras a la policía o a enfrentarse en las calles a los “colectivos” armados del régimen. Su actividad es un tanto más discreta. En nombre de las miles de familias de las que son responsables por su sustento, acudirán, pues es su deber, cada vez que los convoquen, supuestamente a hablar de los problemas del país, tratando de buscar allí una alternativa que les impida bajar las santamarias, pues para eso siempre hay tiempo. Por cierto, bajar las santamarias y antes de esa medida extrema, dejar de invertir, son las armas de las que dispone un empresario; supongo que eso no es lo que prefieren los que los critican por acudir a dialogar.

Los empresarios congregados en Fedecámaras saben bien que la libertad es la esencia de la democracia y es en libertad como se logra el desarrollo del país y la mejor forma de generar riqueza, para ellos y para todos; y es eso −democracia y producción en libertad− algo que está en sus estatutos desde hace más de 50 años, desde la Carta de Mérida de 1962. No hace falta que ningún asesor o analista se los recuerde. Seguro que el actual presidente del Organismo lo tiene bien presente, pues más de una vez lo han dicho, lo han puesto por escrito, se lo han entregado al gobierno en cientos de documentos, lo han declarado en las conclusiones de todas sus asambleas desde 1999, cuando comenzaron las sombras que hoy nos agobian. Rápido olvidan algunos que la casi salida de este régimen en abril de 2002 se debió en parte al paro cívico convocado, entre otros, por la CTV y Fedecámaras.

Pero ya sabemos que hay palabras “malditas”, términos “satanizados” y cualquiera que evoque uno de esos términos, se expone al rechazo agresivo, a que de inmediato se lo califique de “traidor” y “colaboracionista” por los modernos “Savonarola” de las redes sociales, la mayoría de los cuales nunca han pagado una nómina y no tienen la responsabilidad de mantener abiertas empresas que son el sustento de familias venezolanas. Los empresarios, dicen, recostándose de sus sillas y teclados, lo que quieren es “cohabitar” con el régimen y en el mejor de los casos los contemplan con conmiseración por no entender que “…lo que busca el régimen es ganar tiempo”, frase que, como un mantra, se repite desde hace años, sin que nadie haya explicado aun ¿Quién le quita el tiempo al régimen? ¿Quién se lo mide? ¿Quién se lo acorta?

Creo que es un error de juicio o de análisis pensar que la “premura” que pudiera tener el régimen por mostrarse amplio y dialogante en este momento es porque “necesita” tiempo y recursos económicos y financieros. Ciertamente el país, los venezolanos, necesitamos esos recursos para aliviar la ignominia en la que vivimos, pero el régimen, no. El régimen tiene −su cúpula, por supuesto− todo el tiempo que necesita y los recursos para mantenerse; solo la ambición los lleva a buscar más, para seguir dándole palos a la piñata, no es para resolver los problemas del país.

La estructura “clientelar” que creó y mantuvo Chávez, de corte populista, donde los pobres “sintieron” que eran tomados en cuenta, se agotó. Pero este régimen ya aprendió que esa “estructura” la puede sostener con mínimos recursos económicos y máxima represión, lo cual le sale más “barato” y les deja más para ellos. Los recursos claro que los busca, cuantos más, mejor, pero ahora son para mantener, para continuar el Festín de Baltasar, el reparto con sus aliados internos: Uno, el estamento militar, que es su verdadera cara, la verdadera esencia del régimen; dos, la burocracia gubernamental de la que forman parte muchos “fieles” militantes, no militares; y tres, para mantener esa otra estructura, también clientelar, la llamada boliburguesia y los bolichicos, que pasean, deambulan, por el país y sus bodegones, comprando y remodelando casas y haciendo alarde de sus fortunas; fortunas que invierten en “negocios”, no en empresas, no en industrias; algunos de ellos incluso lo hacen en el exterior, hay que decirlo, para regocijo de los países −y sus empresas y comercios− que reciben esas “inversiones”. Solo la “pandemia”, el cuidado y el temor que se tiene de ella en algunos países ha limitado algo ese derroche y trashumancia de nuevos ricos venezolanos que se venía dando desde hace algún tiempo.

Para eso hay recursos, que es lo que al régimen le importa, y para mantener su poder; poco le importa si no hay para resolver los problemas del país, al que se ha agregado la pandemia que comienza a hacer estragos más fuertes. Los empresarios no deben olvidar que ese agotamiento de los recursos y del “modelo” populista es lo que impulsa al régimen a buscar nuevamente el diálogo. Lo que verdaderamente preocupa al régimen, es que percole la duda en esa estructura clientelar que ha creado y que comience a debilitarse y termine resquebrajándose y cada quien comience a buscar su solución individual, sin preocuparse de los demás. Para mantener esa estructura es que el régimen necesita los recursos económicos y financieros y usará todo su poder de “diálogo” para lograrlo. Saben bien los empresarios que, si ahora el régimen acude a ellos, es para seguir exprimiendo al máximo al país.

Por eso los empresarios no deben descuidar el análisis de esta situación y si no los debe detener que se “satanice” el diálogo, lo que debe preocuparlos, para este proceso de negociación o de diálogo −y para todos los que vengan, pues vendrán más−, son tres cosas: Primero, estrechar los lazos con el resto de la sociedad civil, los partidos y la iglesia, pues en esto no hay solución individual, no remontar “vuelo” en solitaria soberbia y recordar siempre que se trata del “nos-otros”, del que tanto han hablado en sus reuniones y documentos; segundo, que no hay soluciones parciales y que solo en libertad y democracia se puede crecer y generar riqueza, sé que esto lo entienden bien, pues está en sus estatutos y entre sus principios desde hace muchos años; y tercero, reeditar esa alianza, que ya funcionó a principios de este siglo, una alianza efectiva entre empresarios y trabajadores, pues solo eso les permitirá fortalecerse y fortalecer el compromiso por una mejor calidad de vida para los trabajadores, por una mejor empresa y por un mejor país.

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Crudamente Realista

Ismael Pérez Vigil

La discusión acerca de si participar o abstenerse en el proceso electoral de gobernadores, que trata de abrirse camino, tropieza con serias dificultades. Por ahora se desarrolla en redes sociales o bien en algunas entrevistas o artículos de opinión en los pocos medios que la oposición todavía tiene para expresarse; pero esta carencia de medios para realizar la discusión no es la principal dificultad. La principal dificultad es la falta de interés de la población, en general y de la oposición en particular, por el tema.

Participar en un proceso electoral parece ser la última preocupación que tiene el ciudadano común, agobiado como está por la crisis cotidiana, por la carencia de todo, de servicios públicos, de gasolina, de alimentos a precios asequibles, de empleo. Frente a todo esto, pensar en elecciones no pareciera que tiene ninguna prioridad.

Los argumentos de esta discusión, a favor o en contra de participar, realmente no han variado mucho, casi todo lo que se podría decir, lo que se podría argumentar, ha sido dicho; no hay nuevos desarrollos que valga la pena repetir.

Solo debo constatar que, lamentablemente, lo electoral parece que solo es una preocupación de algunos líderes políticos y de algunos partidos. Años de campaña del régimen por restarle importancia al voto −campaña a la que algunos sectores opositores han contribuido− más la abstención en algunos procesos electorales importantes, finalmente han hecho mella en el ánimo de la población con respecto al voto como vía de solución a la crisis del país.

Las formas en que caen las tiranías son muy variadas, pero podríamos resumir en cuatro las vías por las que pienso que puede salir este régimen de oprobio.

- La primera es que se produzca algún “milagro” o acto de “iluminación” por el cual la élite en el poder decida retirarse y abrir la negociación para que se produzca un proceso de transición.

- La segunda alternativa es una combinación virtuosa de movilización popular interna −de todas esas protestas que hoy en día se dan por muy variados y justificados motivos− con una presión internacional que ahoguen al régimen y concluya en un quiebre del bloque hegemónico de poder, que los lleve igualmente a renunciar y a aceptar una negociación para salir de la crisis.

- La tercera posibilidad es obviamente un pronunciamiento militar o golpe de estado que deponga el régimen y abra el espacio para un proceso de transición.

- Y la cuarta alternativa −la tan esperada por muchos− es una intervención externa, de fuerza obviamente, que obligue al régimen a dejar el poder y se abra un proceso de transición.

Salvo que —en los dos últimos casos— los que depongan al régimen decidan aprovechar para “prolongar su estadía”, en todos los casos, más temprano o más tarde se concluirá en la organización de un proceso electoral para que el pueblo decida quien lo debe gobernar.

Por supuesto, sería un proceso electoral que reuniría todas las condiciones de los más exigentes puristas; como mínimo: No habría presos políticos; cesaría la intervención de los partidos y estos regresarían a sus directivas originales; los líderes serían rehabilitados y podrían regresar del exilio para participar en el proceso electoral que se realice; sería depurado el Registro Electoral; se llevaría a cabo el registro de los venezolanos en el exterior mayores de 18 años y por supuesto se les permitiría y facilitaría que puedan votar en las elecciones presidenciales; habría observación nacional e internacional de organismos especializados y multilaterales como la OEA, la UE, etc.; y se darían, en general, todas las condiciones que permitan unas elecciones libres, justas, equitativas y democráticas, tal como es la aspiración normal de cualquier venezolano.

Suponiendo que se resuelven todos los problemas de que adolece el sistema electoral venezolano y el nirvana electoral descrito sea posible, si es un proceso electoral libre, justo, equitativo y democrático, se supone que el PSUV, partido del actual régimen, podrá participar con su candidato, que aunque no sea el presidente actual, tienen otros candidatos con los cuales concurrir al proceso. Cabe preguntarse: ¿Estamos en la oposición preparados para concurrir a un proceso electoral en estas condiciones?, y más importante: ¿Estaremos en condiciones de derrotar al candidato del régimen?

Dicho en otras palabras, la dificultad real y más importante es cómo evitar que nos pase en Venezuela lo que ocurrió en Nicaragua con el sátrapa Ortega que después de ser derrotado el sandinismo militar y electoralmente, regresó al poder con mucha más fuerza y hoy está convertido en un tirano que amenaza con perpetuarse.

Si hacemos algunos números veremos que esta inquietud no es meramente retórica y ese 80% que las encuestas dicen que rechaza al régimen, se expresa en las urnas de una manera diferente. La abstención instalada en el país desde el año 2000, es de aproximadamente un 30%, que, bajo ninguna circunstancia, ni en los momentos electorales más eufóricos ha disminuido. Por su parte, el régimen con todos sus “trucos”, demagogia e intimidaciones, logra mover un caudal electoral, que en sus peores momentos, ronda el 20%. Los llamados “alacranes” y el sector chavista, no madurista y los exchavistas, podrán movilizar un 5% del electorado; eso nos deja un 45% para ganar esas elecciones, que en el mejor de los casos se realizarán no antes de un año, en el que pueden ocurrir muchas cosas. Y eso si logramos ir unidos con un solo candidato. La gran incógnita es si lograremos llegar a ese proceso unificados, con un solo candidato para que tenga alguna opción real de triunfo.

Mas concretamente, ¿Cuántos candidatos “opositores” se enfrentarán al candidato del régimen, llegado el momento que se den unas elecciones libres, justas, equitativas y democráticas? Seguramente habrá uno o varios candidatos −ya lo vimos el 6D− del sector “alacrán” u “oposición participacionista”, como algunos de ellos se autodenominan; y es probable que algún sector de la izquierda, exchavista o no madurista, concurra también con algún candidato; y no faltarán los oportunistas de siempre que se anotan en estos procesos electorales, cuando hay libertad de concurrencia.

¿Lograrán Henrique Capriles, Leopoldo López y María Corina Machado “disipar” sus diferencias para que alguno de ellos sea el candidato único opositor?, suponiendo además que no surja otro candidato de AD, PJ o UNT en la competencia, sino que estos partidos, y otros menores, apoyen al candidato unitario.

La unidad, entonces, no es un tema teórico, de principios o filosófico, sino algo realmente practico y de naturaleza política, de estrategia fundamental para lograr un triunfo electoral que permita reiniciar el regreso a la democracia.

La tarea primordial, ya lo hemos dicho en otro momento es la reconstrucción de la oposición, (https://ismaelperezvigil.wordpress.com/2020/12/05/reconstruccion-opositora/) en cuatro áreas fundamentales: primero, la reconstrucción de los partidos políticos; segundo, la reconstrucción de la base de apoyo de la oposición democrática, es decir esos millones de personas y las miles de organizaciones de la sociedad civil y grupos muy activos en la resistencia al régimen, hoy ligeramente dispersos y desmoralizados; tercero, dirigir una acción específica hacia esa inmensa mayoría del país, que permanece más indiferente a la actividad política, que no se involucra y que incluso en determinados momentos ha apoyado la demagogia y el populismo del régimen; y cuarto, no descuidar y dedicar un esfuerzo importante a mantener contacto y relación con la comunidad internacional, que nos ha apoyado en estos dos últimos años y que comienza a dar señales de duda o “fatiga”.

Resumiendo, la tarea fundamental es la organización de la resistencia que durante más de 20 años se ha enfrentado al régimen y ha impedido que se consolide de manera definitiva un totalitarismo en Venezuela. En este contexto, la discusión acerca de abstenerse o participar en los procesos electorales que se presenten, adquiere otra perspectiva, pues la participación electoral tiene el doble papel que siempre se ha señalado: organizar a la oposición y defender el voto, que en algún momento volverá a tener un valor fundamental para restablecer la democracia.

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Partidos y ciudadanos, claves en la resistencia.

Ismael Pérez Vigil

La fecha que hoy recordamos –23 de enero de 1958– y los momentos de reflujo político como el que vivimos, impulsan a la reflexión y el afloramiento de temas que estaban algo pospuestos por el fragor mismo de la lucha política. Entre estos están: el siempre subyacente tema de la unidad opositora, la discusión acerca de si participar o no en procesos electorales y el papel de la sociedad civil y los partidos políticos. Los dos primeros son de carácter más práctico, pero me ocupare del tercero el día de hoy, que tiene algunas facetas más teóricas y conceptuales.

La discusión acerca del papel de los partidos y sobre todo el de la sociedad civil, el de los ciudadanos, para decirlo de otra manera, es necesario ubicarlo en su contexto, que no es otro sino considerar que este régimen tiene ya veintiún años en el poder, impulsando una supuesta “revolución” que no solo ha destruido la economía del país, sino que además ha resultado ser un plan magistral para eliminar el equilibrio entre los poderes y desmantelar las instituciones democráticas.

Mal que bien existía en el país hasta 1998 una separación de poderes y un cierto balance entre ellos, hasta el punto que fue obligado a renunciar un Presidente de la Republica –en un país netamente presidencialista como lo es el nuestro– al haberle encontrado la Corte Suprema de entonces motivos para que fuera enjuiciado por el Congreso Nacional. Lo justo o apropiado de esa decisión es otro tema, pero todo eso ya es historia, pues ahora el llamado Poder Ejecutivo, el Presidente de la Republica, tiene secuestrados y controla todos los demás poderes, que actúan a sus ordenes y bajo su caprichoso mandato. Desde Miraflores se escribe el guión que todos los demás ejecutan, la partitura que todos tocan al unísono.

Entre todas las instituciones políticas contra las que han arremetido, los partidos políticos están entre los que han llevado la peor parte; y no es por casualidad, sino porque la tiranía sabe que son la base de la democracia. Es una mezquindad no reconocer que casi todo lo que tuvimos en la Venezuela moderna –y en el fondo por lo que seguimos luchando– en materia de instituciones, estado de derecho y democracia, lo debemos a la dinámica que introdujeron los partidos, con sus reformas sociales, sus luchas económicas y sus propuestas políticas e institucionales.

Eso lo sabía bien Hugo Chávez Frías y por eso, en su empeño por destruir a la democracia, inició su gobierno continuando el ataque despiadado a los partidos políticos, recogiendo y usufructuando más de 30 años de diatribas contra ellos, no siempre justificadas. Ese intento de eliminar los partidos cristalizó en la Constitución de 1999, en la cual ni siquiera se les nombra y expresamente prohíbe que sean financiados por el Estado. Algunos pensaron, erróneamente, que esto era un comienzo de liberación y depuración, cuando en realidad al quitarles el financiamiento público se los arrojó en manos de los grupos económicos que pudieran financiarlos y de cuya influencia se pretendía liberarlos. Con esa disposición, aún vigente, se hizo más dependientes, a los de la oposición, de intereses particulares que pudieran financiarlos y se favoreció indirectamente a los del Gobierno, porque son los únicos que pueden contar con los recursos del Estado, como hemos visto hasta la saciedad en estos veintiún años.

Durante los últimos seis años el régimen ha continuado con especial saña contra los partidos, con arremetidas y persecuciones a sus líderes, encarcelándolos u obligándolos a salir del país o refugiarse en embajadas. El CNE, otro de los órganos del régimen, desconoció a los partidos democráticos, los obligo a registrarse de nuevo, con un complicado y engorroso proceso, dificultando esa actividad y suspendiéndola cuando se percató que de todas maneras los partidos opositores lograrían hacerlo. Por su parte, la Contraloría, también órgano del régimen, inhabilitó a sus líderes; y la arremetida, que el régimen cree definitiva, fue completada desde hace dos o tres años, cuando el dócil Tribunal Supremo de Justicia (TSJ) comenzó a dictar sentencias contra los partidos, tarea que concluyó el año pasado, interviniéndolos, designando a sus directivas y despojándolos de sus símbolos, recursos y sedes. Y, sin embargo, no han podido concluir con esa tarea, pues se encontraron con un obstáculo insospechado.

Simultáneamente con la llegada al poder de esta “revolución”, comenzó un proceso de resistencia al régimen. Resistencia con la que nadie contaba y que ha sido muy difícil de manejar y doblegar. Buena parte de ese factor de resistencia al régimen fue el surgimiento impetuoso de un actor inesperado: El ciudadano y la sociedad civil. Ciudadanos y sociedad civil, son actores, protagonistas indiscutibles, de este proceso de resistencia a una “revolución” que resultó ser un fraude.

El papel de la sociedad civil durante estos veintiún años ha sido clave; dio la cara, movilizó a la opinión pública, contribuyó a la discusión y no cabe duda que debe seguir participando; pero el salto modernizador hacia la plena democratización se produce solo por el auge de las organizaciones políticas y el fortalecimiento de las instituciones.

Pero esto es cierto sí, y solo sí, los partidos y sus líderes entienden ese proceso histórico, su papel en él y la necesidad de una renovación ideológica profunda. Pero esa afirmación axiomática, se ha convertido casi en un o mito ideológico, que a todos nos impulsa a compartirla. Pero el vacío que vivimos ahora parece evidenciar que esa renovación profunda y necesaria, de la que se habla, no ha ocurrido en los partidos políticos venezolanos; es todavía una tarea pendiente.

Por eso creo que la tarea política de la sociedad civil y los ciudadanos es fortalecer partidos, sindicatos, organizaciones gremiales y apertrecharse para después, para el nuevo Gobierno, para evitar que se retroceda a situaciones de inamovilidad política como las que tuvimos en los periodos anteriores. Por eso se ha hablado de un nuevo pacto político y social, para salir de este régimen de oprobio, pero para evitar también retrocesos que nos conduzcan de nuevo al punto en que nos encontramos ahora.

No todo lo ocurrido en los dos últimos años en el país es negativo, a pesar que no se logró el objetivo de salir de este régimen y reestablecer la democracia. La actividad de recolección de firmas del 12 de diciembre –que algunos ya empiezan a querer apropiarse como sus “voceros”– demostró la vitalidad que aún mantiene la oposición, constatamos que se cuenta con un “capital social” nada despreciable, con más de seis millones de participantes, tres de ellos de manera presencial, miles de activistas de cientos de organizaciones políticas y de la sociedad civil, a pesar de todas las arremetidas e intentos de intimidación por parte del régimen. Contamos, entonces, con dos componentes fundamentales, una sociedad que resiste y sus expresiones organizativas –partidos políticos y las organizaciones de la sociedad civil– como base para reconstruir y organizar la resistencia al régimen.

Durante mucho tiempo tuvimos poca capacidad de comprensión del momento político que vivíamos –los ciudadanos, me refiero–; ahora somos conscientes de que estamos enterrando todo un ciclo de la vida política venezolana. Encarnamos una realidad y una historia –me refiero al período previo a esta oscuridad iniciada en 1999– no denigremos de ella, ni la desconozcamos, pero tampoco la demos por completamente buena.

De este proceso de más de veinte años aprendimos muchas cosas sobre la política. Lo más importante, aprendimos como realmente es y no como la estudiamos en los libros o la contemplamos desde lejos. Nos servirá de mucho para la tarea que viene ahora: Construir una verdadera opción política, democrática, transparente y plural, que tenga como centro el respeto a la persona humana.

Esa es la enseñanza práctica que sacamos de este proceso y a la que hay que dedicar buenos esfuerzos.

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Las oposiciones

Ismael Pérez Vigil

La oposición democrática es una fuerza capaz de organizarse, que resiste y que no está arrinconada por el régimen, eso quedó de manifiesto en la Consulta Popular del pasado 12 de diciembre.

Casi 7 millones de participantes en la Consulta, 3 de ellos de manera presencial, a pesar de todos los factores en contra, es un capital social importante, que no se puede despreciar, al que hay que agregarle los miles de activistas –de partidos políticos y de la sociedad civil– que estuvieron en los centros de recolección o recorriendo el país apoyando a los que querían expresarse; estas son las bases para reconstruir la organización de la oposición para enfrentar internamente al régimen.

No obstante, el 2021 nos encuentra con una oposición fragmentada, aparentemente –espero– sin brújula ni política compartida, que luce irreconciliable en sus diferentes posiciones, por más que compartan el objetivo de rescatar la democracia y salir de este régimen de oprobio.

Para analizar esa oposición, si hacemos un “mapa” político del país, en mi opinión, nos encontraremos con los siguientes grupos, distintos al oficialismo: Un sector constituido por los denominados “alacranes” e integrantes de la llamada “mesita de diálogo”; un sector “desprendido” del régimen, al cual se opone; y un sector al que podemos llamar “oposición democrática”.

El denominado sector de los “alacranes” o “mesita de diálogo” está conformado por individualidades y grupos que rompieron con la política unitaria de la oposición, aceptaron el despojo que hizo el régimen de los partidos democráticos, se apropiaron de sus nombres, directivas, recursos, símbolos y colores para participar en el proceso electoral parlamentario, sin poner condiciones, sin cuestionar el proceso y los resultados, e incluso algunos aceptaron las curules que el régimen les concedió, sin ni siquiera tener los votos para ser diputados. Son la oposición “leal”, la aceptable por el régimen, siempre que se mantengan en el rincón físico –y mental– en que los sumieron en la instalación de la irrita Asamblea Nacional que tomó posesión el pasado 5 de enero. Son una especie de parias u oportunistas de la política, que el régimen no considera “suyos” y tampoco se les ve como oposición.

Al que denomino el sector “desprendido” del oficialismo lo conforman individualidades o grupos, algunos de los cuales se han acercado a la oposición democrática y los podemos considerar parte de la misma; pero hay algunos en este sector que, si bien rechazan y se oponen al “madurismo”, no han roto ideológicamente con el chavismo y por lo tanto a estos últimos no los considero oposición, de la misma forma en que los otros lo son.

Por último, está el sector mayoritario y democrático; en él podemos distinguir dos posiciones o grupos, claramente determinados. Una mayoría que postula una opción unitaria, en tormo al Frente Amplio y al “gobierno interino”; y un sector con un discurso radical, que se basa en una supuesta intervención externa, de fuerza. Entre estos sectores hay coincidencias en objetivos y algunos insisten en que las diferencias son tácticas y no de fondo, pero no es eso lo que transluce a lo opinión pública y pareciera que es más importante sentar las diferencias, que encontrar puntos de coincidencia y de unión.

Comencemos por evaluar la propuesta del sector radical que, aunque minoritario sus seguidores son muy activos, sobre todo en redes sociales. La intervención externa que proponen ha sido matizada por ellos mismos, a tal extremo que en algunos casos aparece desfigurada, desdibujada, confusa, no terminan de definir de manera clara y univoca lo que postulan. Plantean una intervención externa, sin adherentes externos y asumen la doctrina de la responsabilidad de proteger –R2P– que no se ha implementado exitosamente en ninguna parte y menos se podrá en Venezuela mientras Rusia y China tenga capacidad de veto en la ONU. Esto me luce un tanto absurdo; pero sabemos que en política cuando se propone algo absurdo e imposible de realizar, nunca te equivocas, siempre tienes la razón, porque no hay manera de comprobarlo, precisamente porque es imposible de realizar. ¿Será que esto es lo que se persigue: tener, retóricamente, en la calle, una política que diferencie? ¿Será que es más importante tener razón –su razón– que cualquier otra cosa y disfrazar el rechazo, a la unidad, por ejemplo, con complicadas filosofías y argumentos de Perogrullo, con tal de justificar esa posición?

Concluyo el punto con una frase del periodista Alonso Moleiro, extraída de un artículo suyo del pasado mes de diciembre:

La tesis de la coalición internacional para restaurar la libertad en el país, presumiblemente militar, expresada en instrumentos como la Responsabilidad de Proteger, o las cláusulas de la Convención de Palermo, no pasan de ser esbozos generales e hipótesis de conflicto con muy pocos adherentes en el terreno internacional. (“María Corina Machado, una oposición de nicho”, La Gran Aldea, 16/12/2020)

El otro sector opositor, sin duda el mayoritario, se agrupa en el Frente Amplio y su estrategia fundamental es mantener la unidad, aunque no parece tener aun una opción clara para cruzar el desierto en el que se encuentra. Lo que está claro es que este sector por el momento ha desechado la vía electoral sin proponer tácticas alternativas o formas de hacer de la abstención un instrumento de lucha eficaz, que vaya más allá de una demostración poco activa e inoperante de rechazo al régimen.

¿Significa esto que es la vía electoral la vía fundamental para luchar contra el régimen? No, y no ha sido esta la vía que se ha seguido siempre; en momentos importantes –las parlamentarias en 2005 y 2020, las elecciones de alcaldes y presidenciales en 2018– ha sido la abstención la opción política fundamental. Pero, lo que está planteado, en este momento, es sí se va a continuar con esa política, ahora que tenemos por delante procesos electorales para elegir gobernadores y alcaldes y que –como hemos visto– serán llevados adelante de cualquier manera por el régimen. De lo que se trata es que evaluemos con cabeza fría la eficacia de esa opción, los resultados obtenidos, y que si nos vamos a seguir absteniendo, que no sea para confundirnos en la indiferencia con ese 30% que ni pincha ni hiede y que una buena parte se aprovecha de las prebendas del régimen o de sus enchufados. No se puede continuar con políticas de abstención como una posición pasiva, como ha sido hasta el momento, pues se sume al país opositor, muy numeroso, en un peligroso quietismo, que se confunde, como he dicho, con la indiferencia.

¿Significa esto que creemos en que saldrá el régimen con un proceso electoral en el que gane la oposición?, no parece que esto esté claro; hemos visto que en el 2015, cuando ganamos la Asamblea Nacional, el régimen desconoció ese resultado y anuló su actividad con decisiones judiciales írritas; lo vemos también cada vez que a un gobernador o alcalde le nombran un “protector” y lo despojan de recursos, atribuciones y hasta del espacio físico para ejercer su cargo; lo vemos también con la cantidad de trampas, abusos y fraudes que despliega el régimen cada vez que hay un proceso electoral. Lo que postulamos es que la electoral sigue siendo una oportunidad para organizar a la población, a los partidos, a la sociedad civil y para seguir demostrando al mundo y sobre todo a nosotros mismos que somos mayoría y tenemos capacidad de organizarnos. Nunca se sabe por dónde se va a romper el dique de contención. Comparto con muchos que esa es precisamente la base de la estrategia.

Sin embargo, a pesar de lo dicho más arriba, no todas las secuelas de haber participado en las elecciones de Asamblea Nacional en 2015 –y otras– fueron políticamente negativas; esos procesos nos dejaron también cosas positivas, organización política y cívica, reconocimiento internacional y demostración de nuestra capacidad de resistencia. No hay duda que hoy somos más los venezolanos, y más los habitantes de otras tierras, que estamos conscientes que solo un cambio político, profundo, que deje atrás como mal recuerdo este régimen de oprobio, es la única solución a la profunda crisis, al desastre que nos agobia. Pero se hace también necesario la adopción de políticas más activas, de las cuales debemos seguir hablando.

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Virus del 2021

Ismael Pérez Vigil

El 2020 nos dejó varias secuelas con que lidiar en el año que se inicia. La pandemia de la Covid-19 no es el único mal que nos acecha. Otros dos «virus», muy perjudiciales nos afectarán gravemente en 2021: el autoritarismo y la antipolítica.

El «virus» del populismo, que está presente en nuestra historia desde hace muchos años ante la falta de recursos económicos con los que hacer demagogia y clientelismo, se trasmutó en un virus meramente autoritario que utiliza la fuerza sin disimulo, y ya como único recurso.

El régimen de facto ilegítimamente constituido ya controlaba el poder ejecutivo, tras unas elecciones presidenciales no reconocidas por la mayoría del país ni por la comunidad internacional. El régimen controlaba igualmente el poder judicial, encabezado por un Tribunal Supremo, de igual manera ilegalmente designado por una Asamblea Nacional moribunda – la electa en 2010 –, que finalizado su periodo legislativo, sin cumplir los requisitos formales y legales de convocatoria, designó magistrados varios de los cuales ni siquiera reúnen los requisitos constitucionales para ejercer esa función.

Finalmente, ahora, con menos del 20% del padrón electoral, logra hacerse con más del 90% de la Asamblea Nacional y controlar el poder legislativo, tras la elección de esa Asamblea en un proceso electoral espurio y viciado, con partidos inhabilitados y secuestrados por el régimen y que no reunió requisitos mínimos de equidad, justicia, democracia, razones por las cuales la oposición democrática se negó a participar y los países democráticos han desconocido sus resultados.

Pero el régimen, ahora desembozadamente autoritario y represivo, gobierna de hecho solamente apoyado por la fuerza de las armas, pues su apoyo popular es apenas un efímero porcentaje de la población, buena parte de la cual fue arrastrada a votar bajo chantaje o amenaza.

Pero, como dijimos, el 2020 cerró también, y esto es lo particularmente grave, con otro “virus”: un creciente sentimiento antipolítico cada vez más extendido en la población.

La antipolítica no es un fenómeno nuevo, tiene siglos en Venezuela, pero ha sido especialmente notorio desde los años 70 del pasado siglo y se ha visto exacerbada en años recientes por el fenómeno de los “indignados” de Europa y el movimiento “trumpista” en los Estados Unidos, en estos últimos cuatro años.

Algunos analistas del diario quehacer político, como Fernando Rodríguez ven a la antipolítica como una “rabiosa y dañina enfermedad” y la define tan certeramente que vale la pena repetir sus palabras:

“La practican mucho los muy acomodados burgueses que al fin y al cabo no tienen tiempo sino para gerenciar sus haberes. Los radicales fascistoides o nihilistas anárquicos. Los jóvenes que creen que la vida es suya. Profundos que tienen un destino creador que los exime de toda otra tarea. Columnistas que viven del mordisco y la patada. Culebras de las redes cloacales. Y así, así. Solo un líder iluminado, un político no político, que coincida con sus intereses y su desprecio de la omnipresencia y la diversidad del otro puede ocasionalmente despertarlos de su sueño perverso”. (El Nacional, 20 de diciembre de 2020)

Y al político, en el mejor de los casos se le ve como un mal menor, probablemente necesario, pero siempre censurable, criticable e “insultable”, valga la expresión; siempre allí, siempre presente, siempre a disposición para desahogarse contra él o como tema de burla y conversación.

Pero cada vez que tocamos este tema se nos dice que criticar las posiciones antipolíticas, antipartidos, es negarse a reconocer las fallas, los errores y las críticas. No. No se trata de negar la crítica, absolutamente necesaria y útil. De hecho, la política y las organizaciones políticas no crecen ni se desarrollan sin la crítica, sin el debate político, sin la discusión abierta. No se trata, tampoco, de negar los errores cometidos por un liderazgo opositor que obviamente no ha sido afortunado o no ha dado con las “claves” para conducir el descontento popular contra el régimen de oprobio que nos mal gobierna desde hace más de veinte años.

La dirigencia opositora ha tenido aciertos que se le deben reconocer y celebrar, pero ha cometido errores –seguramente más que los aciertos, pues de lo contrario no estaríamos aún bajo este régimen– que se le deben señalar y que deben ser motivo de análisis profundo. Pero la crítica, necesaria, indispensable, no puede servir de excusa para una predica disolutiva, corrosiva, que no busca superar situaciones sino hundirnos más en los desaciertos y errores. O bien para asumir posiciones “populares”, con las cuales estar sobre la ola y en el candelero político, sin méritos propios, sino a partir de los errores de los demás y las matrices de opinión creadas por otros.

En el campo de la vieja antipolítica –cuyos nocivos efectos hemos conocido y vivido como procesos de abstención, sin sacarle ningún provecho y sin otra expresión política de rebeldía– hay hoy en día una “variante” sutil, que puede ser muy nociva, ante la cual debemos estar alertas. Se trata de algunos “analistas” políticos, consultores, asesores, periodistas, generadores de opinión y ciudadanos “comunes” que, por redes sociales y grupos de WhatsApp, con el pretexto de la “critica” de la actividad política, aprovechan para descabezar a cuanto títere con cabeza y líder aparece en el escenario político. Culpan al liderazgo opositor no por sus errores y faltas, sino por todos los males del país, como si los males que padecemos millones de venezolanos no se debieran a un mal gobierno que tiene 21 años destruyendo al país.

Algunos, de estos “críticos” solapadamente promueven alguna opción sustitutiva, pero la mayoría se limitan simplemente al señalamiento de los errores, a resaltar las carencias, a la crítica demoledora del líder de turno, esté o no en “desgracia” ese líder, en una especie de molino de líderes o “liderofagia”, como lo llamara Tulio Hernandez (Liderofagia, Frontera Viva, 19 junio, 2020).

Resumiendo, el régimen en su fase tiránica y la antipolítica, que le hace el juego, son dos poderosos “virus” con los que la oposición y la sociedad venezolana tendrán que lidiar en 2021. Sobre esas tareas hablaremos la próxima semana.

Politólogo

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