Mejor que revolucionarios es ser eternos rebeldes
Dos personas de escuelas de pensamiento tan distintas, un liberal como Karl Popper y un existencialista que por años militó en el marxismo, Albert Camus, coincidían en una cosa: que, si bien la historia por sí misma no tiene significado, podemos dárselo y que la libertad individual era vital para lograr tal fin. La dignidad de la vida humana se conquista según estos dos autores tan diferentes, a través de la rebeldía, de la oposición a la que nos guía la libertad.
Rebelde, al menos para Camus, es quien no acepta la indignidad, la injusticia, la opresión. Quien dice no y les planta cara a los tiranos de toda condición. Aquel que no se somete, que no calla frente a una realidad que envilece al ser humano. El rebelde no es un revolucionario que sueña con paraísos terrenales u hombres nuevos. No, el rebelde actúa por ese hombre que somos, aquel ser imperfecto y limitado, con el que cuenta toda sociedad humana que existe. Pero en ningún caso se resigna a que no seamos lo que sí podemos y debemos ser: dignos, respetados y especialmente libres.
Para un eterno rebelde no existen autoritarismos buenos y autoritarismo malos. Autoritarismos que se redimen ya sea para imponer la igualdad entre los hombres o garantizar el libre mercado y la democracia a futuro. Un eterno rebelde no justifica los medios en función de los fines, especialmente si el fin es el sacrificio de la vida de personas en masa con base en una ideología concreta. Los revolucionarios en cambio han mostrado a lo largo de la historia que matan con la conciencia tranquila, ya que están absolutamente convencidos de hacerlo en nombre de la razón y el progreso (o perpetuarse en el poder es para ellos la forma de conseguir esa razón y progreso). El ser revolucionario es el método perfecto para convertir a los criminales en jueces.
“El hombre rebelde” de Camus deja claro cómo están fuertemente ligados el mesianismo utópico y los derramamientos de sangre con que se caracterizan las utopías que quieren imponer su particular paraíso terrenal en el mundo de los seres humanos. Un gran lector del liberal Popper y del existencialista Camus es el también liberal Mario Vargas Llosa. Vargas Llosa, quien afirma su “rechazo frontal del totalitarismo, definido éste como un sistema social en el que el ser humano viviente deja de ser fin y se convierte en instrumento. La moral de los límites es aquella en la que desaparece todo antagonismo entre medios y fines, en la que son aquellos los que justifican a éstos y no al revés”. Vargas Llosa cita a Camus afirmando que “se trata de servir la dignidad del hombre a través de medios que sean dignos dentro de una historia que no lo es”.
El totalitarismo que la mayoría de los revolucionarios defienden, descansa su esencia en que ciertos conceptos abstractos (como PUEBLO o PATRIA), tienen más valor e importancia que los seres concretos de carne y hueso. El rechazo a esta idea es esencial para el pensamiento liberal, ya que el liberalismo (integral y no mutilado ni menos aún reducido a la mera economía) es, en su esencia, una doctrina de los medios, de la decencia y tolerancia con que nos tratamos, que rechaza la idea de un fin transcendente y que por ello no puede escudarse detrás de esa especie de “futurismo moral” (citando a Popper) propio de las ideologías, ni de una moral utilitarista, que en el fondo no es más que la versión intelectualizada de la famosa máxima “el fin justifica los medios”.
Al final quienes en el fondo defienden la libertad, se hagan llamar liberales u otros adjetivos, llegan a la misma conclusión: “La única moral capaz de hacer el mundo vivible, es aquella que esté dispuesta a sacrificar las ideas todas las veces que ellas entren en colisión con la vida, aunque sea la de una sola persona humana, porque ésta será siempre infinitamente más valiosa que las ideas, en cuyo nombre, ya lo sabemos, se pueden justificar siempre los crímenes, como crímenes de amor” (Varga Llosa, 1978, Gran Sinagoga de Lima con ocasión de la recepción del Premio de Derechos Humanos, otorgado por el Congreso Judío Latinoamericano). Eso es la esencia de ser un eterno rebelde, no un revolucionario.
17 de julio de 2018
Observador de Coyuntura nº 50
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