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Opinión

José Rosario Delgado

Un revolucionario socialista y bolivariano me confiesa que ya no le es posible continuar la situación que vive en carne propia después de apoyar al régimen dictatorial que impera hoy en Venezuela, ya que sus amigos, vecinos, colegas y familiares no lo soportan por ser responsable directo e indirecto de que todos estemos muriéndonos de hambre y de necesidades ante la escasez, la carestía y la barbarie que se observa en las calles y carreteras del país sin que se vislumbre una salida que permita no sólo salir de este gobierno forajido, malandro, sino emprender la reconstrucción del país sin los mismos o peores traumas que sufrimos.

Me cuenta que cuando llegó el comandante del apocalipsis se entusiasmó por “la cachucha”, pensando que la historia liberadora, la tradición democrática y la formación institucional de los militares permitirían enrumbar al país por el camino de la participación y el protagonismo popular en un ámbito de paz y tranquilidad, lejos del despilfarro y de la corrupción.

Dice que en los años ’90 tenía su buena quinta, una cabañita en la playa y otra en el campo, un “tremendo” carro, una 4x4, su jugosa cuenta en el banco, sus muchachos en colegios privados, servicio doméstico para aliviar la carga casera de la mujer, departía y compartía semanalmente con amigos y familiares en ambiente festivo de parrilladas y exquisito whisky no mayor de edad, pero sí de buena familia.

Quincenalmente iba de mercado y cada mes de compras para la renovación del teléfono inteligente de última generación, del ropero y de los utensilios de la casa, electrodomésticos incluidos, y una que otra vez invitando o aceptando invitaciones a los elegantes restaurantes de Las Delicias o San Agustín o cogiendo carretera para degustar deliciosos sancochos en leña, ricas cachapas con queso ‘e mano y chicharrón o un sencillo sándwich de pernil en La Encrucijada.

También sellaba su dominical cuadrito del 5 y 6, jugaba Kino y Triple Gordo o terminal, amén de ir al Bingo eventualmente para pasar una divertida y prometedora tarde/noche tomando en cuenta que ya no es un muchacho y quería acomodarse en la antesala de la tercera edad, cerca como tenía La Pensión del Seguro Social y, quizá, su ministerial jubilación.

Religiosamente pagaba e iba a pagar los servicios de telefonía, electricidad, agua, cabletv, Directv, gas directo, etcétera, para no sufrir los inconvenientes propios del corte por mora ni por las impertinencias de empleados o funcionarios a la hora de la limpieza, cuando la “matraca” es una solución a los problemas de ellos y una conmoción para los usuarios.

Pero todo eso y mucho más se derrumbó, se derrumbó, se derrumbó dentro de él; de humo fue la revolución y de papel, y de papel, porque lo que no ha vendido o perdido le tiene empeñado y a su familia empacando para irse a otro país que, como le dicen, les permita aunque sea comer y comer con tranquilidad, degustar el bocado en paz.

Con su magdalénico llanto mi amigo fue contándome todas y cada una de las tragedias que empezó a vivir desde 1999, con el agravante de que cada trauma que sufre la familia se le achaca a él por ser responsable directo e indirecto de todo lo que les pasa y él cree que es así, pues tiene hambre de democracia, sed de justicia, deseos de libertad, ganas de comer y sin nada qué llevarse a la boca…

  • Delicuescencia: Decadencia o descomposición social y personal como resultado de la transgresión en las reglas morales o pérdida de los valores y principios.

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Economía Social y Transformación

Los valores son pautas de conducta adquiridas a lo largo de la vida de las personas, grupos humanos, organizaciones y sociedades por influencias variadas: familiares, escolares, religiosas, políticas u otras, que permiten discernir entre cuales límites actuar ante determinados sucesos, son como rieles de un tren que conceden límites a quienes los poseen, los principios por su parte pueden entenderse como síntesis de los valores, como locomotoras que facilitan la comprensión y aplicación de los valores; el valor de la democracia por ejemplo, puede ser aplicado sin equívocos bajo el principio de “un ciudadano un voto”. La ética por su parte sería la sinergia de los valores y principios, ella tiene aposento propio en la mente de cada persona.

Los valores de unos pueden ser jerarquizados con diferencia por otros; tomemos la democracia como valor de referencia para ilustrar lo dicho. La democracia es un valor intrínseco que se inicia con el debate entre ideas en la mente de una persona, ella se exterioriza en las acciones y relaciones de esa persona con otras y, tal como la varita del Rey Midas, debe convertir en democracia todo lo que toca pues la democracia necesita de mas democracia para desarrollarse, hasta alcanzar niveles nacionales y mundiales convirtiéndose así en un preciado valor universal.

El valor y el principio de la democracia están en juego en Venezuela; dos posiciones se enfrentan: 1.- La de los ciudadanos que, vestidos de colores, la bandera en una mano, el “Gloria al bravo pueblo” en los labios, y la alegría de un triunfo seguro, exigen democracia y ocupan desde hace más de un mes las calles del país con sus pacíficas concentraciones y marchas; y 2.- la de unos mercenarios que con reconcomios azuzan a sus subalternos para que, con caras de tristeza y oscuros uniformes, arremetan contra aquellos a cambio de espejitos de ilusiones y prebendas.

La Real Academia Española (RAE) es clara en cuanto a estos términos: por voluntarios comprende: “… Que nace de la voluntad, y no por fuerza o necesidad extrañas a aquella”; 2. adj. Que se hace por espontánea voluntad y no por obligación o deber. Por mercenarios: “Dicho de un soldado o de una tropa: Que por estipendio sirve en la guerra a un poder extranjero […]; 2. adj. Que percibe un salario por su trabajo o una paga por sus servicios […]. Esta última acepción permite afirmar que no solo son mercenarios quienes reciben paga por usar armas con balas y lacrimógenas, también son aquellos de “cuello blanco” que detrás de escritorios y sofisticados equipos de computación, controlan comunicaciones, intervienen correos, y bloquean celulares de gente de oposición, entre otras actividades.

Las fuentes financieras son variadas con el erario público como base común, los guardias de la foto, los policías, los cuellos blancos y los paramilitares de los colectivos son todos funcionarios públicos. Esas fuentes se complementan con el chantaje de perder el empleo, los pagos por participar en marchas, el “pónganme donde haiga”, y las prebendas de un carnet de la patria que pretende desplazar la cédula de identidad de la que el Libertador se sentiría orgulloso. Afortunadamente existen deserciones; unos se sublevan; otros pasan a retiro o se niegan a reprimir compatriotas; los más, pasan a engrosar el 90% de ciudadanos que rechazan a quienes solo piensan en aniquilar oponentes para sobrevivir.

Sin dudas que la foto ut supra es congruente con las definiciones aportadas. La costosa pared metálica que el militarismo capitalista adquirió para su sobrevivencia, establece un claro deslinde entre voluntarios y mercenarios. La democracia es gemela de la libertad y el dúo Democracia-Libertad no acepta cuarteles. Prefiero la lentitud de miles tomando una decisión, a la rapidez de UNO decidiendo por miles.

Prof. (UCV).

oscarbastidasdelgado@gmail.com

@oscarbastidas25

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Rafael S. Mujica Castillo

El movimiento de los despolarizados, como expresión de una porción del chavismo, fundamentalmente de unos cuadros dirigentes, que no de chavistas de la base, un sector que busca un reacomodo en la nueva realidad política venezolana, dizque, queriendo dejar a un lado a la corriente madurista del chavismo, porque eso, y no otra cosa es el madurismo, una corriente surgida del chavismo, corriente que en esencia en nada se diferencia de la práctica chavista de: destrucción, segregación, corrupción, delincuencia, barbarie, involución, entre otros males.

Aparte de lo anterior, ésta corriente de despolarizados, tiene como propósito fundamentalmente dividir o debilitar el esfuerzo opositor, que en el seno de la sociedad política venezolana del presente, ha cobrado una enorme fuerza, fortaleza que día a día en éste año 2017, se disputa con el régimen las posibilidades de conducción de los destinos del país.

La posible convergencia del movimiento opositor con los factores del chavismo (llámesele como se le quiera llamar, usando denominaciones tales como: chavismo crítico, entre otros, un sofisma con el cual pretenden sí acaso criticar al madurismo, queriendo diferenciarlo del chavismo, cuando son las dos caras del mismo mal) en estos momentos circunstancialmente distanciado de su par madurista, con los cuales comparten como ya dijimos, los genes de su existencia, así como también comparten en estos 18 años, el largo recorrido en la destrucción del país y de sus posibilidades futuras.

La posibilidad de acercamiento real y operativa entre la corriente autodenominada despolitizada y el movimiento opositor venezolano nucleado a través de la MUD (Mesa de la Unidad Democrática), tiene como enorme dificultad la esencia de la antes citada corriente despolarizada, la cual es la antítesis de la más elemental idea de democracia, de la idea de libertad, de la idea de progreso de los ciudadanos a partir de la puesta en marcha de sus potencialidades y en la búsqueda de su auto realización.

En atención a lo anterior vemos con beneplácito, el hecho de que en la MUD, los responsables de la conformación alianzas, con sectores que realmente desean superar el estado de nuestra situación política actual, no hallan “mordido el anzuelo” de la supuesta contribución de estos despolarizados, cuando en el fondo, al lanzar las propuestas de distanciarse del madurismo, lo único que persiguen es relanzar al chavismo con miras a la toma del poder bajo cualquier modalidad, sea ésta, la de participar, de seguro en condiciones por demás ventajosas y favorables, en un gobierno conjunto de transición o en un gobierno netamente chavista. Teniendo lo anterior, una intencionalidad nuevamente contraria a los más legítimos intereses de la porción mayoritaria de la población venezolana en la actualidad.

Como evidente muestra de lo anterior, tenemos que hasta el presente, en ningún momento ésta corriente despolarizada ha dado señales concretas de estar enfrentada al régimen dictatorial, tal como sí lo ha demostrado una parte muy importante de la MUD, aparte de la diaria demostración de los ciudadanos venezolanos, de claro enfrentamiento a un gobierno: nefasto, brutal y destructor del presente y peor aún destructor del futuro del país. A lo más que ha llegado ésta corriente como tal, es a ciertas declaraciones públicas, las cuales por su naturaleza, en el momento político actual es muy poco cuanto contribuyen a la superación de todas las desgracias que nos ha deparado el chavismo.

En este infausto período de descomposición y destrucción de nuestras posibilidades de construir el gran país que nuestros hijos y nietos merecen y que es nuestro deber luchar por su reconstrucción, sin que medien posiciones que alienten la posibilidad de reediciones de lo más nefasto del régimen militarista dictatorial chavista, un régimen empobrecedor a gran escala de la población en general, generador de miserias por doquier, y represor de los más elementales derechos civiles y políticos de la ciudadanía, llegando al vil asesinato de jóvenes, en plaza, calles y avenidas, jóvenes sin armas, que manifiestan su legítimo derecho por la construcción de un futuro de porvenir, jóvenes que luchan por su legítimo derecho de vivir en libertad y desarrollarse en democracia. Ante tales intenciones de relanzar el chavismo hacia su continuación en el ejercicio del poder. Elevamos al cielo la petición contenida en el adagio español, que reza: Líbranos, Dios de las aguas mansas, que de la brava me libro yo.

Sí alguna gran verdad muestra nuestro sistema político actual, ella es la de la gran polarización que nos ha tocado vivir, tan grande es dicha polarización, que bien iluso resulta pasearse por posibilidades de construcción de una supuesta tercera vía, construir terceras opciones políticas, en estos casos, siempre ha sido sumamente difícil. Pero en la actual situación política nacional ello pasa de ser difícil a ser verdaderamente casi que imposible. Decimos esto por el gran rechazo, que cualquier propuesta de conducción política chavista, ha cosechado entre la ciudadanía, incluso entre quienes hasta hace algún tiempo fueron sus circunstanciales seguidores.

Con las reflexiones anteriores, no se pretende bloquear el necesario esfuerzo por incorporar a la lucha contra ésta dictadura cruel y feroz a quienes venidos desde el chavismo, de manera franca y decidida deseen sumarse a la auténtica reconstrucción del país, dentro de las propuestas de orden democrático que se impulsan desde el ámbito de la oposición, lo cual es diametralmente opuesto a quienes sólo con un ardid y no menos astucia, pretenden reeditar y volver a poner en práctica, políticas propias del castro - chavismo, utilizando para ello, un aparente chavismo maquillado, pretendiendo proponer soluciones a los problemas del país que en 18 años de gobierno chavista, jamás contribuyeron a resolver. La mayoría de sus actores son parte de los artífices de todas las calamidades por las cuales está transitando nuestra población, en ésta hora de desdichas, las cuales con mucho tesón y empeño, estamos próximos a superar.

A propósito de todo lo antes dicho. Sólo nos resta, recordar los versos del Gran Poeta Hispanoamericano. César Vallejo, cuando al advertirnos magistralmente de los riesgos a los que podemos estar expuestos, nos decía:

“¡Cuídate del que, antes de que cante el gallo,

negárate tres veces,

y del que te negó, después, tres veces!”

“¡Cuídate del futuro!…”

rafmujica@yahoo.es

24 de junio de 2017.

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Carlos Raúl Hernández

(A Eglée González)

La Constitución es un conjunto de normas que la Humanidad inventó específicamente para proteger los seres humanos frente al Estado, el más temible depredador cuando anda por la libre. Georg Jellinek escribió que era la jaula que encerraba a la fiera del poder. Esas mismas normas generalmente establecen la anatomía y la fisiología de las instituciones, cuáles son sus órganos y cómo han de funcionar. Fijan límites hasta donde Leviatán no debe dar un paso más porque peligran los derechos a la vida, la privacidad, la propiedad y la libertad. Así el término “dictadura constitucional” de los años cincuenta es un contrasentido y los gobiernos son dictaduras precisamente cuando pueden disponer de la vida, libertad y propiedad de la gente, porque no hay Constitución. Las constituciones son reglas que las sociedades sanas no deben implantar por mayoría sino por consenso.

La mejor Constitución que tuvo Venezuela, la de 1961, asesorada y escrita por brillantes juristas españoles asilados aquí para la época, fue producto del consenso entre las fuerzas políticas y sociales. Con el mismo fin las constituciones de las grandes democracias solo se pueden aprobar, reformar y enmendar a través de un complicado mecanismo que incorpora mayorías calificadas de los parlamentos, las legislaturas regionales y los municipios –así era la de 1961– un amplio acuerdo horizontal y vertical. El sentido es claro: impedir que un demagogo mayoritario pueda pasar por encima de las minorías y aplastarlas. Incluso, autores tan diferentes como Montesquieu, Hayek y Rawls no contemplan que los derechos esenciales se sometan a mayorías electorales, sino al acuerdo entre mayorías y minorías.

El demagogo peligroso
Hitler, con su facultad para enloquecer a los alemanes, podía hacer la Constitución que le diera la gana, hasta el extremo de que un pensador de la talla de Karl Schmith no tuvo pudor para escribir que el poder constituyente en Alemania era el fuhrer que encarnaba la voluntad del pueblo, –como Fidel la de Cuba. La de EEUU elaborada en la Convención de Filadelfia, concilió intereses antagónicos del Estado Federal naciente contra los estados, los estados grandes contra los pequeños; y los choques multidireccionales entre el Estado Federal, los estados, los municipios, y el corazón de la sociedad libre: los derechos de los seres humanos individuales. Así creó la obra de ingeniería política más admirable de la Humanidad. Fue la obra cumbre de un hombre cumbre, George Washington, y suya la creación del Senado en sentido actual. En la Convención se presentó una crisis que casi hundió el proyecto constitucional.

Varios estados estuvieron a punto de retirarse porque según el diseño presentado, para integrar la Cámara de Representantes cada estado escogería un número de diputados correspondiente al volumen poblacional, lo que aplastaría los estados pequeños: Virginia elegiría veinticinco, por ejemplo, mientras Rhode Island tendría uno solo. Washington ideó entonces la Cámara Federal, el Senado, en la que todos tendrían por igual dos senadores, y que sería política y administrativamente la instancia superior. Controlaría la gestión de la Cámara de Representantes y daría el visto bueno o no a las leyes que vinieran de ella. Los senadores se elegirían por ocho años mientras los representantes lo serían por cuatro años. Así superó el impase, pese a que nunca disertó en las plenarias –habló diez minutos en la clausura– desayunaba con las delegaciones por separado para discutir con ellas.

La amenaza Constituyente
De allí su conocida anécdota. Vertió café hirviendo en el plato, mientras comentaba “…el café viene caliente de los representantes. El Senado lo enfría”. Un siglo después el poder constituyente recorrió el mundo para devorar el orden anterior y crear una nueva sociedad. En el XX el golpismo latinoamericano lo descubrió y más reciente, los marxistas. Antonio Negri, el teórico terrorista italiano de Brigadas Rojas –huésped bolivariano– descubrió que “el poder constituyente es la revolución”, y tuvimos el proceso en Venezuela, Bolivia y Ecuador. El espantajo constituyente se convirtió en una amenaza democrática a la democracia y al orden establecido, tal como lo vivimos, y por eso ninguna Constitución decente contiene semejante sífilis política que pone de nuevo en manos de mayorías momentáneas caudillos el destino de los Derechos Fundamentales. Pero los demagogos embriagados de popularidad dejan colar un error.

Desde la Edad Media se acepta el derecho a la rebelión, como reza en la Declaración de Independencia de EEUU y en las constituciones francesa y alemana entre muchas otras, aquí llamado 350: todo ciudadano, civil o militar está obligado a restablecer por la fuerza la Constitución si el Estado la viola. Es un principio que desprevenidos confunden con la realidad, y que en la práctica sirve solo para legitimar una acción, pero no la realiza, ni otorga la fuerza para hacerlo (algunos creían que al “aplicarlo” el gobierno “se iba”). Lo imaginan como una trompeta de Jericó cuyo solo sonido derrumba las murallas, una invocación sobrenatural. Incluso, una vez que la fuerza actúa, los políticos son los que califican: para la OEA de entonces, las caídas de Zelaya en Honduras y Lugo en Paraguay fueron golpes de Estado, pero hoy seguramente las evaluarían como rebeliones constitucionales.

@CarlosRaulHer

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Lester L. López O.

Apreciación de la situación política # 110

El asesinato de un joven estudiante por parte de un efectivo de la policía aérea de la base Francisco de Miranda con un arma larga y prácticamente a quema ropa lo justificó el ministro de relaciones interiores que fue como consecuencia del asedio a la que está sometida la base aérea por estos estudiantes desde hace algunos días. Es lamentable que este señor general no tenga claro, al menos en términos militares, lo que significa asedio, según la RAE: Cercar un lugar fortificado, para impedir que salga quienes están en el o que reciban socorro de fuera. Como podemos apreciar, difícilmente estos jóvenes estaban, ni están, en la capacidad de realizar semejante acción y la razón es muy sencilla: se carece de un mínimo de control, dirección y planificación previa para realizarla.

El puro voluntarismo y la valentía demostrada por estos jóvenes, no será suficiente para doblegar al régimen, sí para incrementar las víctimas, que nadie desea. El plan propuesto por la dirigencia nacional el pasado lunes 19 habla “de calle y más calle” hasta lograr el objetivo que es sacar el gobierno e impedir la fraudulenta constituyente, pero es evidente que estas acciones tienden a anarquizarse cada día más, precisamente por falta de control y dirección.

No se puede convocar a un plantón o trancazo para el siguiente día a las 10 pm de la noche previa y a través del Twitter, como está ocurriendo hasta ahora. Aspirar un paro general exitoso con este tipo de deficiencias de planificación y de control de los participantes es una quimera y principalmente, desmotivante para algunos participantes que aún no están convencidos de participar. La dirigencia opositora, la situación del país y las amenazas del régimen, que si tienen dirección y control, no están para seguir cayendo en estas carencias.

Es urgente, si se quiere impedir la constituyente fraudulenta y cambiar al régimen, establecer, crear, desarrollar o hasta comprar (pagar por) un órgano único capaz de planificar un cronograma coherente de acciones que incluya un sistema de comunicaciones eficiente (cada día el internet está más lento e intervenido y las redes sociales más colapsadas) que permita transmitir las instrucciones y verificar en tiempo real que las acciones planificadas se están ejecutando. Eso, entre otras muchas cosas.

Concentrarse todos los días en el mismo sitio, a la misma hora, para “asediar” una base aérea que no tiene mayor valor como objetivo político, no tiene mucho sentido y como hasta ahora lo ha demostrado, poca eficacia política.

Si se quiere impedir que se materialice la fraudulenta constituyente y cambiar al régimen, es necesario comenzar a jugar en serio al asedio desde ahora, aún hay tiempo. Lo otro es esperar que algo fortuito acontezca y se produzcan los cambios, pero eso es para los creyentes de míster popo celestial y eso no garantiza nada.

@lesterllopezo

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Jess Márquez Gaspar

Es sólo natural que pensemos en los inicios cuando nos encontramos ante un final. Desde el instante en la madrugada del miércoles en que mi papá, Iván Márquez, me avisó que mi abuelo Pompeyo había fallecido, los recuerdos han llovido sobre mí. El luto ha sido una tormenta, un huracán de memorias que duelen inmensamente por la consciencia, aún no plena, de que esos momentos no volverán repetirse. Esto, mis amigos, es un homenaje y un adiós.

Sobre el seibó de la casa donde crecí estuvo siempre una foto. Es la inmortalización de mi primer recuerdo con mi abuelo. Tengo cinco años. Papá me lleva de la mano y entramos en un edificio inmenso: Palacio Blanco. Nos piden la identificación. Vamos a ver al Ministro Márquez. Subimos unas escaleras enormes, y caminamos por un corredor de pulidos pisos. Me escapo y logro deslizarme por ellos, en mis jeans, y luego corro y entro por la puerta entreabierta del despacho del Ministerio de Fronteras. Luego, vamos a otra sala y ahí nos toman la foto: mi abuelo, alto, imponente, mi papá con lentes, mi hermano menor, más pequeño que yo, y cuatro tortas de crema con fresas. Su favorita… y la mía también. Era su cumpleaños.

Durante mi infancia me era imposible comprender, a ciencia cierta, quién era mi abuelo. Sí sentía que era diferente a otros. A veces era un Marco Polo moderno, que visitaba constantemente a países exóticos, y regresaba con regalos increíbles como una sombrilla china o una caja de creyones de miles de colores. Otras, era un explorador como Robinson Crusoe o Gulliver, que viajaba a los rincones más recónditos de Venezuela, y volvía cargado de piedras de cuarzo que brillaban o de sombreros de los Guajiros de colores brillantes.

Pocas sensaciones de esa época se comparaban a la emoción de saber que el abuelo había llegado. Lo encontrábamos en su hermosa pero modesta casa de San Bernardino, con sus maletas de tesoros, sus historias de viajes extraordinarios -por las que había que pagar con una “rascadita de cabeza” (de la calva)-, y un abrazo dulce y cálido siempre listo.

Las Navidades de esos tiempos eran fiestas de la familia y amigos, llenas de regalos, pero nunca de opulencia y sobre todo de amor. En ellas había muchos rostros que, luego, comprendería eran los de grandes hombres como él.
El final de la infancia supone siempre el comprender el mundo más allá de la inocencia. A mis 12 años encontré su nombre en los libros de historia y entendí que no era sólo mi abuelo. Cumplió 80 años en el 2002 y le hicimos un homenaje en la Biblioteca Nacional, en cuyo primer piso se exhibía una exposición de objetos de su vida, los cuales, sin embargo, no podían resumir su historia.

Él estaba feliz pero nervioso. Preocupado porque haber abandonado el partido que había creado, el MAS (Movimiento al Socialismo) y haber pasado a ser uno de los líderes de la oposición en contra de Hugo Chávez no había sido suficiente para evitar que sus terribles vaticinios empezaran a hacerse realidad.

Un quijote de pobladas cejas

Mi abuelo era un Quijote, cuyas banderas fueron siempre la Libertad, la Democracia y la Justicia Social. Y mi querido papá fue siempre su Sancho Panza, acompañándolo en cada proeza. Cuando aquel terrible 11 de abril del 2002, ambos desaparecieron por varios días, sin saber qué sucedería, temimos por sus vidas y por las nuestras. Los teléfonos de la casa estaban intervenidos: al levantar el auricular podía escuchar estornudos, toses, cuchicheos, y siempre parecía que alguien había dejado otro descolgado. Papá llamó de un número desconocido y yo atendí, me dijo que estaban bien. Fue entonces que comprendí el rol tan importante que jugaba en la política de aquel entonces.

Los siguientes años son una sucesión de contrastes. Pompeyo Márquez daba declaraciones en televisión, dirigía la Coordinadora Democrática, era mencionado con respeto por la oposición, y amenazado e insultado por el gobierno, incluso por el mismo Chávez.

Mi abuelo, encontraba tiempo en su apretada agenda de reuniones y actividades para asistir a los cumpleaños y a las reuniones familiares de los domingos, y encontrarse con sus hijos, nietos y bisnietos. Se sentaba en la cabecera de la mesa, y mientras comía nos iba preguntando a todos cómo estábamos, cómo iban nuestros estudios o el trabajo, y luego, inevitablemente, alguien le preguntaba: “¿Cómo ves la situación del país?”.

Era entonces que fruncía las cejas, enormes y pobladas, hasta que se juntaban, sus ojos oscuros se llenaban de llamas, y juntaba las manos, encontrando las yemas de sus dedos, para explicar con absoluta seriedad y una capacidad de expresión oral pasmosa su perspectiva sobre el escenario político, las circunstancias económicas o los cambios sociales y culturales.

Terminada su respuesta, bajaba las manos, y se dedicaba a jugar con los más pequeños de la familia, sonriendo feliz. Luego, ellos se volvían sus cómplices porque, al ser los primeros en comer, tenían que esperar a que los demás lo hiciéramos por turnos, pero él era impaciente y, usando los cubiertos, comenzaba a golpear la mesa bajo la consigna “¡Queremos postre, queremos postre!”. La protesta funcionaba y él y sus secuaces celebraban cuando veían los platos acercarse, hasta que descubría que no podía comer torta o helado o gelatina, porque era diabético, y sus postres no tenían azúcar, y muchas veces eran frutas con yogurt. No lo despreciaba, pero comía refunfuñando por debajo del poblado bigote, hasta el punto que era imposible diferenciarlo de los niños que le rodeaban.

Cada cumpleaños mío, él y yo teníamos nuestra tradición. Con mi papá, y muchas veces mi tía Tania Márquez, me recogían del colegio para llevarme a almorzar. Entrar a un restaurante con él es lo más cerca que he estado de acompañar a una celebridad. Nos tomaba diez minutos llegar a la mesa por el recibimiento y, durante toda la comida, llegarían personas a felicitarlo con orgullo y admiración. Uno de sus favoritos fue siempre la Pensión Ana, en Maripérez, donde era siempre recibido como un VIP.

Antes o después, en mis últimos años del colegio, empezamos a complementar esta tradición con asistir a la reunión del Día del Periodista: causalmente, nací el 27 de junio. Él era miembro honorario porque, aunque nunca estudió Comunicación Social, fue director de múltiples medios, en especial de Tribuna Popular, el órgano informativo del Partido Comunista de Venezuela (PCV), trabajó en El Nacional, en el Departamento de Distribución, y fue articulista hasta casi su último aliento.

Fueron su ejemplo y el de mi papá, como amantes del periodismo, las artes gráficas, la producción audiovisual y las palabras, que me llevaron a seguir sus pasos y estudiar Comunicación Social en la Universidad Central de Venezuela (UCV).

Mis años en la universidad fueron convulsos. Desde el primer semestre hubo grupos de choque que producían tiroteos, lanzaban bombas lacrimógenas, y explotaban niples. En algún momento se corrió el rumor de que el nieto de Pompeyo Márquez había entrado en la Escuela y me pidieron que me uniera al Centro de Estudiantes, junto a Miguel Pizarro, ahora Diputado, y Carlos Julio Rojas.

Varios semestres después acepté y se lo conté a mi abuelo. Sentados en su apartamento de Santa Fe, me habló de sus luchas estudiantiles. Tenía sólo 14 años cuando comenzó a repartir volantes contra la dictadura de Pérez Jiménez, y fue arrestado por hacerlo. La política como lucha se convirtió desde ese instante en su pasión, y también en su batalla mientras ascendía en el Partido Comunista. De pronto, también era la mía. Una vez lo descubrí hablando de mí con amigos suyos, diciendo orgulloso “¡mi nieto es Presidente Adjunto del Centro de Estudiantes de Comunicación Social!”.

Ocupé ese, y otros cargos, siempre pensando en lo que me había enseñado: como él, yo era un servidor público, alguien que se debía a quiénes le habían elegido y tenía la responsabilidad de hacer todo lo que estuviera en sus manos para resolver sus problemas y mejorar su vida. Siendo ministro creó un poblado, Ciudad Sucre (llamada cariñosamente Ciudad Pompeyo), yo atendí a mis compañeros estudiantes, defendí nuestros votos, huí de motorizados que nos disparaban y creé el grupo de Teatro. En mi pequeño mundo, éramos iguales.

La guerrilla y el Pacto de Punto Fijo

Para Historia de Venezuela me tocó hacer una exposición y, casualmente, fue sobre la Guerrilla. Comencé mi investigación sentándome horas con él en su despacho de la Fundación Gual y España, que fundó y presidió durante más de 25 años. Me narró cómo, luego de haber asumido la dirección del Partido Comunista ante su ilegalización, tuvo que luchar para acabar con la dictadura de Marcos Pérez Jiménez desde la clandestinidad. Fue entonces que se transformó en aquel personaje: Santos Yorme.

Comiendo galletas a escondidas me explicó que, luego de asumir el poder Rómulo Betancourt, sucedió el Pacto de Punto Fijo en el que no se incluyó al PCV. Fue entonces que tomaron la decisión de imitar a Fidel Castro y comenzar una lucha armada. Él se mantenía en la política pública, mientras dirigía las acciones de los grupos en las montañas y en las ciudades. Fue Senador de la República hasta que, un día, su inmunidad parlamentaria fue allanada y no le quedó otra opción sino esconderse. Una llamada telefónica a la persona incorrecta alertó a la Seguridad Nacional, lo encontraron en la casa de la familia, en Los Chorros, y se lo llevaron preso.

No tuvo que narrarme la historia de su famosa huida porque mi papá me la contó desde mi más tierna infancia. Al dormirme, habían dos opciones de historias: el Gato con Botas, y cómo se escapó mi abuelo del Cuartel San Carlos. Siempre preferí la segunda.

Fue también en la UCV donde nos encontramos por otras razones. Solía decir que era un graduado de la Universidad de las Prisiones y la Vida. Había estado preso o en la clandestinidad más veces de las que podía contar por su disidencia política, y había aprovechado cada época para leer, escribir y hablar con grandes pensadores que compartieron la falta de libertad con él, pero nunca pudo ir a la Universidad. A sus 80 y pico de años, decidió que quería hacer un Diplomado en la Casa que vence las Sombras y se inscribió. Salíamos entonces ambos de clases y nos encontrábamos bajo el reloj, donde compartíamos una chicha y conversábamos.

Desde que comencé a hacer periodismo me leía. Le preguntaba a mi papá por mis textos y luego me llamaba para darme sus impresiones. Para mí era un abuelo orgulloso, pero cuando entré como Pasante en El Nacional, ya no con Miguel Otero Silva, como él, sino con su hijo, le contó a Javier Conde que yo era su nieto. Casi muero del susto cuando él, entonces Jefe de Cierre, llegó a buscarme a mi pequeño puesto en la sección de Escenas para saludarme. Ahí comprendí que era además un hombre brillante que me hacía correcciones de estilo.

A corazón abierto

Estos años vi el país deteriorarse, a él estar cada vez más cansado y angustiado por nuestro futuro, y también poco a poco más enfermo. Terminé las materias en la universidad y, cuando me disponía a hacer la tesis, recibí una llamada de mi papá que me paralizó. Habían intentado operar al abuelo y no había salido bien. Tenía una arteria tapada y su corazón estaba en peligro. Corrí a la Clínica Ávila y lo encontré en su habitación, aún bajo los efectos de la anestesia. Aquella noche nos reunimos como familia porque teníamos que tomar la difícil decisión de si le haríamos una operación a corazón abierto. Agotados, finalmente todos fueron regresando a sus casas pero yo decidí quedarme para hacerle compañía a mi papá, que sería su cuidador esa noche. Él era Sancho Panza y yo su fiel escudero.

Papá fue a cenar y yo me quedé acompañándolo. Tenía los ojos abiertos y me tomó mi pequeña mano con las suyas enormes pero delicadas, con la mirada perdida. De pronto, me miró a los ojos y vi la sombra y el miedo en su mirada: le estaba dando un paro respiratorio, que le causó un infarto. Corrí gritando hasta la puerta de la habitación, llegaron simultáneamente las enfermeras y mi papá, que me escuchó desde el final del pasillo.

Esa noche no lo perdimos, pero pasamos los siguientes dos meses batallando a su lado, mientras entraba y salía de Terapia Intensiva, sobreviviendo un segundo infarto y varios paros respiratorios. Hubo un momento en que se hizo público lo que le había sucedido. Recordé entonces que Pompeyo Márquez también estaba en el hospital, y me dediqué a coordinar las declaraciones a Globovisión y a otros medios sobre su salud, y a recopilar lo que la prensa escribía sobre él. Durante el día, dormía, trabajaba en la tesis, y cumplía con mi trabajo como Representante Estudiantil, durante la noche hacía las guardias para vigilar que no le diera un Paro mientras dormía.

Aunque fue una época terrible nos dio la oportunidad de reencontrarnos, ya como el nieto adulto y el Abuelo. Las horas se pasan infinitas, en el insomnio de ambos por el miedo a la muerte. Me sentaba a su lado con un libro y luego de tomar varias tazas de café yo creía que dormía, pero siempre abría los ojos y empezaba a hablarme, me dictaba sus artículos de opinión, me contaba de su vida. Fue en aquella época que me habló de su infancia en el Estado Bolívar, la muerte de su papá, que lo marcó para siempre, y su llegada a Caracas con su mamá y su hermana, Luz Márquez, a vivir en una habitación de vecindad en el Guarataro.

Le hicimos una operación a corazón abierto que sobrevivió, y lo acompañamos en su recuperación. Su primer día de vuelta en casa, fuimos todos a visitarlo. Reíamos a su alrededor, felices de tenerlo aún con nosotros, y me hizo acercarme para decirme algo. Fue entonces que me dio la lección más importante de mi vida, al decirme: “Esto es lo más importante: ustedes, mi familia, son mi mayor tesoro”, afirmó mientras sus ojos se llenaban de lágrimas. Celebramos sus 90 años con una fiesta sin precedentes, por la enorme alegría que nos llenaba.

Helados, hamaca y odalisca

Terminé mi tesis y con ella mi carrera, mientras compartía con él en su lenta recuperación. Desde entonces, empecé a visitarlo con frecuencia, y me sentaba a su lado para leerle los periódicos o el libro de turno, usando mi mejor voz de locución. En un momento a solas me hizo una confesión: “Mi mayor pena es haberme pasado la vida para darles un mejor país y no haberlo logrado”.

Afortunadamente se fortaleció y en noviembre de ese año pudo estar presente en mi graduación, sentadito de primero frente al escenario, me vio recibir mi título bajo las Nubes de Calder. En medio de un Aula Magna llena a reventar, yo sólo busqué la mirada de mi papá y mi Tía Tania, y luego la suya, acompañada de una sonrisa enorme.

Durante el siguiente año me hice aún más la mano derecha de mi papá en su lucha quijotesca. Empecé a colaborar editando sus artículos de opinión, y también sus prólogos y otros textos. Además, fui embajador para que muchos compañeros, y luego estudiantes, cuando empecé a dar clases en la UCV, fueran a visitarlo y entrevistarlo.

En 2014 diversas circunstancias me trajeron a Costa Rica, mi plan no era quedarme pero al final así sucedió. Durante aquel año, hablé con él por teléfono y Skype, y lo extrañé horrores. En diciembre, tras muchos esfuerzos, pude ir a pasar Navidad en Caracas. Recuerdo haber llegado a su apartamento, donde parecía que el tiempo no había pasado. Los libros, el cuadro de Zapata y el de la Odalisca con Pantalón Rojo de Matisse, su hamaca en el balcón, su perro Mafia, un schnauzer de bigotes tan poblados como el suyo, estaban ahí, y en el medio estaba él en su butaca, leyendo. Sus ojos se abrieron y su rostro se iluminó al verme.

Me quedé casi tres semanas en que lo visité muchas veces. Pasamos el 24 y el 31 de diciembre juntos, y lo vi robarse una copa de vino mientras celebrábamos el año nuevo. El 4 de enero fui a verlo para despedirme. Aguantando las lágrimas, le leí como siempre, hablé con él, lo abracé, y me fui luego de varias horas. Sabiendo que me iba al día siguiente, sintió miedo y me dijo “¿Ya te vas? ¿Cuándo te veo de nuevo?”. Y yo le dije: “Me voy mañana, pero vengo primero a despedirme, no te preocupes”, lo tranquilicé. Lo vi a los ojos, y me dio un beso en la cabeza. No lo hice, pero al menos no tuvo la angustia de la despedida.

Durante el largo viaje de regreso a Costa Rica, primero en avión a Ciudad de Panamá, y luego por tierra en autobús hasta San José, repetí esa escena en mi mente mil veces, y lloré mucho, con esta terrible certeza de que no volvería a verlo en persona.

Conversé con él muchas veces en sus últimos años, cuando asumí la dirección de el periódico El Venezolano de Costa Rica, se emocionó mucho y comencé a publicar sus artículos en él. Conseguía cómo enviarle los ejemplares para que me leyera, y él, como había hecho siempre, me felicitaba por cada número que salía.
Dimos como familia una dura lucha para brindarle una buena calidad de vida mientras su salud, deteriorada desde el episodio del 2012, se hacía cada vez más precaria. Buscamos medicinas por el planeta completo, yo mismo envíe paquetes por courier y con amigos, y una vez hice viajar a un colega con insulina refrigerada en un cooler con hielo. Sufrí cada vez que tuvo recaídas y fue al hospital, y empecé a vivir con el miedo de que muriera sin volvernos a ver.

Él escribía sus artículos de opinión, recibía homenajes, iba a la diálisis y leía como fuera, aunque tuviera que usar una lupa, daba entrevistas y recibía a personalidades en su apartamento. Decía que no podía morirse todavía porque tenía que ver el final de esta época tan oscura para el país.

El Día del Padre de este año, 2017, hablé con él por Skype. Aunque su visión y su audición estaban muy deterioradas, logramos conversar, le conté de mi trabajo y mis proyectos, le dije que estaba bien.

No tuve nunca el valor de decirle que soy un hombre trans, y que había dejado de ser su nieta para ser su nieto, pero no importó. Años antes, salí del closet por primera vez como una mujer lesbiana y, cuando lo supo, me invitó a su casa, me miró a los ojos y me dijo “Yo te amo y te acepto por quién eres”. Con esa frase me dio paz.

De pronto, mientras me remordía la consciencia por mi cobardía, le desee feliz Día del Padre y él, en un momento de claridad absoluta, me miró a los ojos y me dijo: “yo estoy muy cansado y no estoy bien, me queda poco tiempo. Tengo muchos recuerdos bellos contigo y los recuerdo con mucho cariño, te extraño, te quiero mucho y estoy orgulloso de ti”. Conteniendo las lágrimas, le respondí: “Yo también te quiero y te extraño mucho, y te recuerdo y te recordaré siempre”.

Cuando sonó la llamada de WhatsApp 24 horas después, a las 11 pm, y mi papá me dio la noticia de su fallecimiento, sentí un golpe inmenso en el pecho. Llorando, reviví esa conversación y comprendí que había sido su despedida. Esa madrugada escribí el Comunicado con el que anunciamos públicamente su partida a la mañana siguiente.

Estos días no he dejado un instante de llorar, junto a todos ustedes Venezuela, a Santos Yorme, pero en la intimidad reproduzco estos recuerdos una y otra vez, rememoro su gusto por el helado, su sonrisa cálida, su voz dulce, y reconozco que fue un pilar fundamental en mi vida, una persona que dejó una huella imborrable, me dio un legado y me dejó una misión: ser un hombre digno de llevar su apellido y a la altura de su trascendencia.

Hoy y por mucho tiempo, estaré haciendo dos lutos. Lloraré por la leyenda, pero sobre todo por el hombre, porque mi abuelo fue Pompeyo Márquez. Y a ambos los extrañaré y los recordaré siempre.

http://efectococuyo.com/principales/mi-abuelo-es-pompeyo-marquez

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Mucho se habla de la gran cantidad de superficie que tiene Venezuela para dedicarla a la agricultura, pero es conveniente señalar que sobre la base de la información edafológica nacional, 32% del territorio tiene como primera limitante para la agricultura una baja fertilidad. En este caso se refiere básicamente a una pobre fertilidad química, dentro de la cual podemos incluir la capacidad de los suelos para suministrar nutrientes esenciales, así como dos propiedades físico químicas que influyen profundamente en la fertilidad del suelo como son el pH y la capacidad de intercambio catiónico.

Los mejores suelos del país ya están incorporados a la producción agrícola o han sido inutilizados al ser ocupados por desarrollos urbanos, viales o industriales. Ésta es una superficie estimada originalmente en cuatro millones de hectáreas, las cuales al principio eran suficientemente fértiles pero al explotarlas permanentemente, extrayéndoles los nutrientes con sucesivas cosechas, en la actualidad requieren de la aplicación de fertilizantes para restituirles su riqueza. Los suelos adicionales a ésos, que se incorporen a la agricultura, tienen limitaciones en su capacidad para suministrar nutrientes a las plantas cultivadas, por lo que es imprescindible aplicar fertilizantes.

Supongamos que para mejorar la seguridad alimentaria de la población venezolana debemos sembrar cuatro millones de hectáreas entre cereales, caña de azúcar y oleaginosas, y estimemos que debemos aplicar en promedio unos 120 kg de nitrógeno (N)/ha, unos 100 kg de fósforo (P) como P2O5/ha y unos 120 kg de potasio (K) como K2O/ha. Esto representa un requerimiento de 480.000 toneladas de N, 400.000 toneladas de P y 480.000 toneladas de K; los cuales llevados a los fertilizantes más comunes representan 1.043.478 toneladas de urea, 800.000 toneladas de DAP y 800.000 toneladas de KCl, para un total de 2.643.478 toneladas de fertilizantes en estos rubros.

Si a los rubros anteriores le adicionamos 500.000 hectáreas de hortalizas a las cuales debemos aplicar un promedio de 200 kg de N/ha, más 200 kg de P/ha, más 300 kg de K/ha, resulta en un requerimiento de 100.000 toneladas de N, 100.000 toneladas de P y 150.000 toneladas de K; que llevados a los fertilizantes más comunes representan 217.391 toneladas de urea, 200.00 toneladas de DAP y 300.000 toneladas de K2SO4, para un total de 717.391 toneladas de fertilizantes en estos rubros. Haciendo las mismas operaciones para fertilizar unas 2.000.000 de hectáreas de pastizales, aplicando 120 kg de N/ha, más 60 kg de P/ha, más 60 kg de K/ha, resulta en 521.739 toneladas de urea, 240.000 toneladas de DAP y 200.000 toneladas de KCl; para un total de 961.739 toneladas de fertilizantes.

Sin incluir frutales, textiles, café, cacao, raíces y tubérculos y otros, y sin incluir la necesidad de otros nutrientes más allá de N-P-K, para mejorar el suministro de alimentos a la población con producción interna, necesitamos unas 4.300.000 toneladas de fertilizantes.

Quizás se puede aseverar que en los pasados cinco años, en Venezuela se ha comercializado aproximadamente 800.000 toneladas de fertilizantes por año, de los cuales se ha importado el 40%, es decir se ha producido 480.000 toneladas en la industria nacional de fertilizantes. Aceptando que esa es la capacidad operativa de nuestra industria, tendríamos que importar 3.820.000 toneladas de fertilizantes anualmente. Ésa es una inmensa cantidad de fertilizantes, que requiere de una planificación a tiempo y una gran organización para que ese fertilizante llegue a tiempo a las unidades de producción, dispersas en todo el territorio nacional.

Por supuesto, con la incuria y la ignorancia con que este régimen socialista del siglo XXI ha tratado a la agricultura durante tantos años, no se puede esperar que aseguren un adecuado suministro de fertilizantes a nuestros agricultores. Por eso el reclamo constante por la falta de insumos en general, por eso lo poco que se ha sembrado muestra signos severos de deficiencias nutritivas y consecuentemente resultará en pobres rendimientos, y quizás la quiebra de muchos productores. Por eso nos embarga una profunda ira cuando algún representante del gobierno habla de que vamos a exportar tal o cual producto agrícola. Qué desfachatez cuando la población de nuestro país muere o se muestra desnutrida por la falta de alimentos.

Sin fertilizantes es imposible producir la cantidad de alimentos que necesitamos para satisfacer los requerimientos de la población.

Junio de 2017

pedroraulsolorzano@yahoo.com

www.pedroraulsolorzanoperaza.blogspot.com

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