Muchos profesores universitarios opinábamos al final de la era democrática, sobre todo a los que nos llegaba la hora de la jubilación y el otoño de nuestras vidas, que había decaído mucho el nivel de esas casas mayores de estudio. A lo mejor una cierta dosis nostálgica tenía lo suyo en esa valoración, la universidad en que nos habíamos formado correspondía a la primavera de nuestras juventudes, veinticinco abriles, y de la democracia misma.