Editorial
En 1957 correspondían elecciones presidenciales en Venezuela. El general Marcos Pérez Jiménez, ante la evidente impopularidad de su Gobierno, toma la decisión de no acudir a esa consulta, sino más bien llamar a un plebiscito sobre su permanencia por 5 años más en el cargo. De aprobarse no solo se ratificaría al presidente, sino a todos sus candidatos al Congreso Nacional, asambleas legislativas estadales y concejos municipales.
En aquel escenario y ante una convocatoria no prevista en la Constitución, la oposición llama a la abstención. El ente electoral bajo el control oficial –al igual que el resto de los poderes- declara el triunfo del continuismo. El desánimo se apodera de los sectores políticos de oposición que no ven salida a la crisis, pues al bloquear la elección y con el supuesto apoyo monolítico de la Fuerza Armada, de la cual se jactaba Pérez Jiménez, parecía que habría dictadura para rato.
Pompeyo Márquez, líder clave de la oposición venezolana de aquel momento bajo el alias de Santos Yorme, comentó a sus 94 años en una entrevista sus reflexiones sobre ese proceso histórico:“La experiencia me dice que toda crisis tiene salidas inéditas. Si a mí me hubieran preguntado en 1957 si Pérez Jiménez sería derrocado en enero del 58 yo hubiera dicho que era imposible, pero después del alzamiento militar (del primero de enero) supimos que sí era posible y después del cambio de gabinete, cuando sale Pedro Estrada y Vallenilla (Lanz), que dirigía la policía política y el Ministerio de Interior, dijimos ahora vamos a la ofensiva y esto llevó al 23 de enero del 58 y al derrocamiento”, refirió.
El aprendizaje es que los procesos políticos suelen ser complejos. A veces una chispa enciende la pradera y se cambia el rumbo de los acontecimientos.
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