Pasar al contenido principal

Ismael Pérez Vigil

La negociación, en las cartas

Ismael Pérez Vigil

Está claro que “las cartas” −ya son tres, dos de ellas dirigidas al Presidente Biden y una “a los venezolanos”−, aunque se centran en el tema de las sanciones, en realidad su destinatario somos los venezolanos, opositores y no opositores, que hemos perdido la costumbre de dirigirnos unos a otros, de manera directa y civilizada para dialogar o discutir las cosas que tenemos en común y las que nos apartan y hemos reemplazado esa práctica por el insulto, la descalificación y la diatriba. Pero esa es la realidad con la que nos toca lidiar.

La semana pasada me réferi a las sanciones en general y a las sanciones sobre el negocio petrolero, mencionadas por la carta de los 25; en esta oportunidad lo haré sobre “la negociación”, y un añadido sobre el rechazo popular a las mismas, que contiene dicha carta.

La negociación

El de la reanudación de la “negociación” es otro de los temas medulares de la carta de los 25, que no es mencionado en la carta de los 68, y apenas tocado, sin profundizar en él, en la carta la dirigida “a los venezolanos”, aunque algunos de los firmantes de estas dos últimas se han pronunciado, alternativamente a favor o en contra, de cualquier negociación con el régimen venezolano.

En la carta de los 25, el de la negociación es el tema con el que arranca la misiva, pidiendo al Presidente Biden (?): “…seguir impulsando negociaciones sustantivas y productivas para resolver la crisis venezolana…” (el interrogante se debe a que esa iniciativa en realidad no ha sido nunca muy impulsada por el Gobierno Norteamericano). Pero también, la carta insta: “…al gobierno de Venezuela, a los partidos políticos de oposición y a la Plataforma de Oposición Unitaria, a retomar sin demoras los procesos de negociación…”, que nos parece más apropiado.

Al igual que los firmantes de la carta de los 25, soy partidario de la reanudación de estas o cualquier otra negociación, siempre que sea una negociación política cuyo objetivo fundamental, nuestro, sea lograr la salida de este régimen y el restablecimiento de la democracia y la plena vigencia de los derechos humanos. Pero el tema de la negociación tiene varias aristas; yo me referiré a tres de ellas: ¿Con quién se negocia?, ¿Cuál es la agenda, o qué se negocia? y: ¿Quiénes negocian?

… ¿Con quién se negocia?

Desde luego con quien hay que negociar en Venezuela es con Nicolás Maduro (NM), cabeza del régimen y responsable del oprobio en el que estamos sumidos. NM es la cúspide de un régimen que controla todo el poder y los recursos del Estado, sobre lo que no abundaré, pues todos los conocemos bien, aunque a veces parece que lo olvidamos. Por supuesto, entre ellos controla −o es controlado, en realidad− el “Poder Militar”, que es el verdadero “poder” del país. Por lo tanto, está claro, que cualquier negociación se tiene que dar con NM, que es el “amo del poder” y no solo porque contesta el teléfono en Miraflores.

… ¿Qué se negocia?

Los temas de esa negociación, como bien dice la carta de los 25, “… no pueden limitarse al ámbito económico…” sino que debe incluir áreas “…sustantivas y productivas para resolver la crisis venezolana… colocar los temas humanitarios al centro y avanzar en su solución con la urgencia que ameritan… (y que) … se basen en éxitos incrementales, creando confianza y buena voluntad para nuevos acuerdos.” Pero, no abunda la carta en este tema, como si lo hace en otros, a los cuales ya me referí en mi artículo de la semana pasada, ya mencionado.

Sin embargo, como el centro de la negociación, de su agenda, es la negociación política, eso implica incluir en la agenda: Elecciones democráticas, libres, supervisadas internacionalmente, en las que participen los venezolanos mayores de 18 años, residentes o no en el país; sin candidatos ilegalmente inhabilitados, ni partidos políticos secuestrados por el régimen y entregados a testaferros políticos electoreros; con regreso de los exilados, libertad de los presos políticos; cese de la persecución de dirigentes opositores y levantamiento de los juicios abiertos contra los mismos; y por descontado, plena libertad de expresión, sin persecución a los medios de comunicación y periodistas.

Suena a agenda larga y difícil, sí, pero no puede haber otra, aunque se incluyan más temas, también muy importantes. En otras palabras, la agenda, en realidad, se puede resumir en: Restablecer la plena democracia en Venezuela y los derechos humanos y políticos, hoy severamente conculcados, según consta en diversos informes de organismos internacionales, que todos conocemos y no vale la pena repetir aquí. Restablecer derechos humanos implica garantizar suministros básicos a la población, salud, alimentos y educación.

… ¿Quiénes negocian?

Un punto en el que difiero con los proponentes de la reanudación de la negociación, los firmantes de la carta de los 25, es en la composición de la “mesa negociadora”. La carta habla de tres grupos, dos de ellos claramente identificados −el gobierno de Nicolás Maduro y la Plataforma de Oposición Democrática−, y un tercer grupo, algo vago y genérico, que denomina: “partidos políticos de oposición”.

Como no sé exactamente a que se refieren los firmantes de la carta con eso de “partidos políticos de oposición”, de una vez señalo que creo que en esa negociación, como contraparte del régimen, debe participar, exclusivamente, la oposición democrática, lo que en la carta se denomina Plataforma de Oposición Democrática, porque es la única que tiene alguna legitimidad, aunque sea “residual”, que se desprende de procesos electorales, aunque sean ya de hace varios años, y de la actividad en el país de los partidos políticos y grupos de la sociedad civil, de larga y conocida trayectoria de oposición a este régimen. En otras palabras, no creo que en la negociación deba participar, como “oposición”, esa que es producto de una decisión abusiva e ilegal del régimen, que mediante sus tribunales y organismos electorales despojó de nombres, símbolos, colores, sedes, etc. a los partidos legítimamente constituidos. En todo caso, si estos grupos que se prestaron a esa usurpación van a participar en la negociación, que se sienten en la mesa de negociación del lado del régimen.

Necesidad de apoyo internacional

Este es un aspecto que no podía dejar de mencionar, puesto que aunque la negociación debe ser fundamentalmente interna, pues los problemas del país los debemos resolver en primera instancia los venezolanos −como bien dice “la carta a los venezolanos−; debe ser con apoyo internacional; imprescindible por dos razones: Una, por nuestra debilidad política, interna, actual, pues carecemos de mecanismos de presión para forzar al régimen a aceptar una negociación; y la otra, porque lo que ocurre en el país −especialmente la emigración− afecta la situación económica y social de varios de nuestros vecinos más cercanos y otros de la comunidad internacional.

Afirmación dudosa

Por último, no podía concluir sin referirme a una afirmación de la carta de los 25, que lo menos que se puede decir es que es muy polémica; y se refiere al altísimo porcentaje de la población que está en desacuerdo con las sanciones.

Tras conocerse la carta ha circulado un cuadro de la empresa Datanálisis −como sabemos dos de los firmantes están vinculados con esta empresa− en el que se aprecia que ante la pregunta: “¿Está usted de acuerdo con las sanciones petroleras impuestas por Estados Unidos a Venezuela?”, desde julio de 2020 la respuesta es negativa en más del 60% de los casos y en febrero de 2022, la respuesta del 75,4% es que “No” están de acuerdo con las sanciones.

Lo primero que me vino a la mente es recordarles a los encuestadores eso de: “una encuesta es una fotografía, en un momento determinado”, que muchas veces ellos nos han repetido, seguramente para prevenir que algún resultado en la realidad se contradiga con lo que dice una determinada encuesta. De allí que me sorprenda la categórica afirmación de esa “mayoría” del pueblo venezolano que está en desacuerdo con las sanciones. ¿Es, o no es, una foto?

Pero, lo que no sabemos es si esa encuesta comenzó por averiguar cuántos venezolanos conocen que hay sanciones contra la industria petrolera venezolana y cuáles son esas sanciones; y lo más importante, si los venezolanos encuestados saben cuáles son las causas por las cuales se impusieron las sanciones; porque desde luego que si a cualquier venezolano se le pregunta en la calle, en su casa o por teléfono, si está de acuerdo con que se apliquen sanciones a Venezuela, la respuesta más obvia es que no esté de acuerdo.

Conclusión

Continuar con la discusión sobre las sanciones, por las razones que expliqué en mi artículo de la semana pasada, y que no repetiré ahora, es una discusión estéril. Además, da la impresión que se trata de una toma de posición, una forma de agruparse, de salir en esta foto y no en aquella. Por lo tanto, mi ánimo es que pasemos del tema de las sanciones a otros temas; por ejemplo, este que hoy describo, la “negociación”; que ojalá derive en otros, como: La necesaria renovación de los partidos políticos, la unidad en torno a un programa que ofrecer al país para salir de este oprobio y la selección de un candidato aceptable y con opción válida para los venezolanos, en las elecciones de 2024, que inevitablemente van a ocurrir, a pesar del rechinar de dientes de algunos y aunque los opositores, por decisión política o indiferencia, decidamos no hacerlo.

Politólogo

https://ismaelperezvigil.wordpress.com/

La Carta, de los 25

Ismael Pérez Vigil

Inevitable referirse a la “carta de los 25”, dirigida al Presidente Biden y funcionarios del Gobierno y la Administración Norteamericana, que tuvo al menos la virtud de levantar una aguda −y agria− discusión política, que estaba adormecida. La carta toca varios temas, pero me referiré únicamente a dos: las sanciones generales y las petroleras.

Insultos y representatividad.

Los epítetos y calificativos hacia los firmantes, siempre deplorables por lo amargo y destemplado de algunos; son, sin embargo, algo “característico” de la polarización política, a todo nivel, en el país. Lo lamentable son los que provienen de personas que es obvio que no han leído la carta, la han leído e interpretado a medias o deliberadamente tergiversado.

En verdad los firmantes solo se autocalifican, acertada o desacertadamente, pero hablan en nombre propio, no se atribuyen ninguna “representación” popular; no cometieron ningún delito, al menos no mayor que el que cometen los que piden que se mantengan las sanciones; hacen uso del derecho que tiene cualquier persona de dirigir una carta a alguna autoridad expresando su opinión.

Las sanciones.

El centro de la carta son “las sanciones” económicas y financieras aplicadas al régimen venezolano; y al respecto debo decir:

- Que las sanciones internacionales han demostrado su total ineficacia para lograr los objetivos políticos que persiguen −en eso tiene razón la carta− y la demostración palpable es Cuba, Corea del Norte, Rusia, etc.;

- que por la restricción de recursos que ocasionan al gobierno del país donde se aplican tienen el potencial para terminar afectando a la población más vulnerable y frecuentemente así ocurre, aunque no hay claras pruebas al respeto;

- que por ejemplo en nuestro caso, sirven de excusa al régimen para mantener sus equivocadas políticas y no asumir su responsabilidad en garantizar algunos derechos y servicios básicos −salud, educación, transporte, electricidad, agua, etc.− culpando de ello a las sanciones económicas;

- que lo que está ocurriendo en Ucrania, tras la sangrienta invasión de Putin, nos está demostrando que la aplicación de sanciones no es una simple “medida”, sino la única alternativa que acepta la comunidad internacional y a la que están dispuestos los países que en otro momento moverían sus tropas en apoyo o en contra de alguna causa, aunque sea la democracia o la protección de derechos humanos; y

- que, si queremos apoyo internacional, las “sanciones” es la única opción de fuerza que nos ofrecen.

Por estas razones creo que la discusión acerca de las bondades o maldades de las sanciones es una discusión bizantina, estéril e inútil, pues las mismas no van a ser levantadas por quienes las aplican a menos que desaparezcan las causas que las originaron y en el caso de Venezuela, si queremos apoyo internacional, y lo necesitamos, las “sanciones” es la única opción de fuerza y presión que nos ofrecen para que se restablezca la negociación y el diálogo entre el régimen venezolano y la oposición democrática.

Curiosidades de la carta.

Lo curioso de la carta de los 25 es que, estrictamente hablando, en ninguna parte de ella se pide que se eliminen las sanciones −excepto una de ellas, que tiene que ver con el negocio petrolero, a lo que me referiré más adelante−; no obstante, sería ingenuo pensar que lo de eliminarlas no sea la intención que subyace, sobre todo porque su tercer párrafo, de una sola línea, hace una afirmación de Perogrullo: “Las sanciones económicas y la política de máxima presión no lograron sus objetivos.” Y aunque aclara que las mismas “…no son la raíz de la emergencia humanitaria en Venezuela…”, acto seguido hace otra afirmación que ya es mucho más discutible, pues señala que “… han exacerbado gravemente las condiciones para el venezolano promedio.”, con lo cual justifican la carta.

Carencia de demostraciones.

En ninguna parte la carta aporta demostración o prueba alguna acerca de los efectos negativos de las sanciones; y eso es por una razón muy simple, porque nadie ha podido demostrar fehacientemente que eso sea así. Por ejemplo ¿Hasta dónde las causas de la caída de la producción petrolera son las sanciones y no la propia precariedad de servicios que ha ocasionado la ruina económica del país, producto de 23 años de políticas equivocadas? Tampoco nadie puede demostrar que las sanciones no han tenido ningún efecto o que el empeoramiento de la condición económica y social de los venezolanos −evidente, a pesar de “burbujas y bodegones” − se deba a la aplicación de las sanciones. Es más, me parece hasta curioso que algunos de los firmantes de la carta, en ocasiones recientes han afirmado que en el país está ocurriendo una cierta “recuperación” económica, una cierta “mejoría” de los indicadores económicos, una “apertura” que se debe alentar −hasta sugieren al gobierno las medidas a tomar− y ahora suscriben una carta en la que señalan que se “han exacerbado gravemente las condiciones para el venezolano promedio” ¿Esa “mejoría” no es una demostración de que no es tal el daño que ocasionan las sanciones? ¿En qué quedamos?

La ruina económica y las sanciones.

Estoy seguro que todos los firmantes de la carta comparten la opinión de que el daño, la ruinosa situación económica, la crisis humanitaria severa del país, nuestro mísero estado de vida y el deterioro de las condiciones económicas y sociales, son el producto de erradas y desastrosas medidas económicas aplicadas durante 23 años. A pesar ingentes ingresos petroleros, durante la mayor parte de su mandato, este régimen se las “ingenió” para arruinar al país, a la industria nacional, incluida la petrolera, y en ello nada tienen que ver las sanciones económicas generales, cuyas primeras medidas se dictaron en el año 2014, se empezaron a aplicar en el 2015 y se incrementaron a partir del 2017, cuando ya el país había perdido 2/3 de su PIB.

Observaciones a la carta de los 25.

Aunque nos pronunciemos en favor de sanciones personales y en contra de sanciones económicas generales −yo lo he hecho, (Ver: https://bit.ly/3rGhe9o, Negociación y Sanciones, 27/03/2021)−; tengo, sin embargo, dos observaciones a los 25 proponentes de la carta:

1) sugerir o pedir que se eliminen las sanciones sin negociar nada a cambio, creo que es un error político y el gobierno es el único que va a aprovechar, políticamente, la solicitud o el supuesto negado que se eliminen; y 2) dada la actual situación política del país y la especie de “pasmo” en la que está la oposición democrática, si se eliminan las sanciones, ¿Qué medida de presión o de “contención” tenemos? ¿Cuál sería el elemento que forzaría al gobierno a aceptar una negociación? Y me hago una pregunta, que sé que es meramente retórica, de esas cuya base es una suposición y que no tienen una respuesta: Sabemos dónde está el régimen, pero: ¿Dónde y cómo estaría hoy la oposición si no existieran esas sanciones? Las sanciones no son el único factor de presión política, pero si uno muy importante, ¿Para qué negarlo?

Tema petrolero y cabildeo.

La carta menciona, sin especificar, aspectos económicos, que según sus firmantes se estarían viendo afectados por las sanciones; por ejemplo, estoy seguro que a algunos de los firmantes les preocupa que están afectando la actividad de bancos de inversión e inversionistas que negocian papeles emitidos por la Republica o PDVSA, aunque la carta no lo menciona específicamente. Lo que si menciona, y creo es el meollo de la solicitud, es el levantamiento de sanciones al negocio petrolero, al cual dedica casi la mitad de su contenido y es el único sector al que se refiere en detalle.

Por cierto, eso coincide con lo que se ha denominado la actuación del poderoso cabildeo o “lobby” desarrollado por algunas trasnacionales petroleras, apoyadas por importantes medios de comunicación internacionales y que algunos vinculan con la reciente visita de altos funcionarios norteamericanos a Venezuela y su entrevista con Nicolás Maduro y otros funcionarios de su gobierno. Pero con respecto al tema petrolero, simplemente remito a la opinión de algunos expertos, aparecida en diversos artículos a raíz de la discusión suscitada y dicen que no es cierto lo que se afirma en la carta que “…en unos meses” se podría reactivar la industria petrolera y así “contribuir con la seguridad energética de Occidente”.

El mito del ingreso petrolero.

Caben también algunos interrogantes, igualmente retóricos y de ficción, imposibles de responder: Si los problemas actuales de la industria petrolera se deben a una disminución de los ingresos petroleros por la aplicación de las sanciones, ¿Por qué la actividad de la industria se vio disminuida antes de 2014, cuando se empezaron a aplicar las sanciones? ¿Dónde están los ingentes recursos petroleros recibidos por el país desde 1999? ¿Por qué la industria petrolera esta destruida? ¿Por qué no se invirtieron esos recursos en mejorar la infraestructura del país y la propia industria petrolera? Y las preguntas más importantes, para las que no hay respuesta, ¿Quién garantiza que, de levantarse las sanciones a la industria y a las empresas petroleras, el régimen sí invertiría los recursos en mejorar la situación del país, sí antes de la aplicación de las sanciones no lo hizo?

Se enfatiza −con plena razón− que una reactivación de la industria petrolera y una reactivación económica del país solo es posible con un cambio político a fondo, que comienza por salir de este gobierno de oprobio.

Conclusión.

La carta concluye con un buen deseo general con el que nadie podría estar en desacuerdo: “Poner fin a la crisis en Venezuela y ayudar a construir el nuevo futuro del país, con pleno respeto al estado de derecho, las libertades económicas y la vigencia de los derechos humanos, nos compete −y nos beneficiará− a todos.” Habla también de reanudar negociaciones y de que se han solicitado “reformas” al régimen, pero me parece que no es suficientemente enfática en este punto. Y en el penúltimo párrafo hace un exhorto a “…partes interesadas, en Venezuela y en otros lugares, para que respalden públicamente esta carta”; con respecto a este punto mi conclusión es:

Personalmente creo que hubiera sido sano que la carta pusiera la misma fuerza y el mismo énfasis con el que resaltó la ineficacia de las sanciones y la solicitud de eliminarlas al negocio petrolero, en asignar la responsabilidad de la crisis del país al régimen que hemos tenido durante los últimos 23 años.

Apoyo la revisión y levantamiento de sanciones generales que perjudiquen o puedan perjudicar a la población más vulnerable y sin duda alguna que se mantengan e intensifiquen las sanciones de tipo personal a los altos y medios funcionarios del régimen, sus testaferros y familiares, que bien los conocen las administraciones de los gobiernos internacionales que aplican esas medidas. Por cierto, la carta en ningún momento menciona las sanciones personales o si estas deben mantenerse o levantarse.

Pero no respaldo lo que trasluce como la petición fundamental de la carta, pues no creo que políticamente sea el momento de solicitar el levantamiento de sanciones, sin una “compensación” previa e inmediata por parte del régimen. Hoy por hoy las sanciones que se están aplicando, sin ser efectivas para lograr un cambio político en el país, son nuestra única medida de presión y contención al régimen, que sin duda se ve amenazado por ellas y así lo corrobora su empeño constante en librarse de las mismas.

https://ismaelperezvigil.wordpress.com/

La ilusión económica

Ismael Pérez Vigil

Ciertamente, cómo negar que no se están aplicando los controles de cambio y precios; la profusión de “bodegones” llenos de productos importados; que los anaqueles de los supermercados y bodegas estén más abastecidos; que la hiperinflación esté cediendo; que −según dicen− la economía haya crecido un 4% en 2021 y que se espere un crecimiento de 8% en 2022; que el precio del dólar esté más estable; que haya más dólares circulando en la economía; que el precio del petróleo se ha elevado y con ello los ingresos del Estado; que haya perspectivas de aumento de producción petrolera, que ocurra la devolución de bienes expropiados −El Sambil de La Candelaria, como ejemplo más llamativo− a sus legítimos dueños, etc.

Cómo negar, repito, que todos esos favorables indicadores de mejoras estén influyendo positivamente en la percepción y eventualmente en la condición y calidad de vida de los venezolanos y hasta que esté influyendo en que algunos de los que se habían ido del país estén regresando o consideren hacerlo.

Pero todo esto hay que matizarlo, para evitar que nos pretendan mostrar un país más allá de la realidad, una fantasía económica, o tener una especie de “ilusión de armonía”, de la que hablaba el título del famoso libro del IESA de 1988; veamos unos pocos detalles, solo para ilustrar el punto.

Hechos en contexto…

– Los controles de cambio y precios no se han eliminado, se ha pospuesto o aplazado su aplicación, pero pudieran regresar en cualquier momento, como ya ha ocurrido en el pasado.

– No solo los “bodegones”, en todo el país podemos o podremos ver productos importados, pues se han eliminado restricciones e impuestos a las importaciones, incluyendo el IVA, cosa que en sí no es negativa, pero que está mermando recursos al Estado, que “sacrifica” ingresos fiscales −que de todas maneras no tendría por la caída de las importaciones que veníamos sufriendo−; pero, lo grave es que se está dejando sin protección arancelaria a la producción nacional, que tiene que competir en desventaja con productos importados, terminados, y no tiene condiciones adecuadas de financiamiento para importar sus insumos.

– Por otra parte, si bien la escasez ya no es el tormento de años anteriores, pues los anaqueles de supermercados, mercados populares, abastos y bodegas populares están mejor surtidos, pero de productos a precios a los que no tienen acceso muchos venezolanos, cuyos ingresos no han crecido como lo ha hecho esa producción que abastece los anaqueles.

– Ya no tenemos hiperinflación, pero la inflación en 2021 fue por encima del 600%, la más alta del mundo y aunque este año mejore, seguramente terminaremos nuevamente con el dudoso registro de volver a tener la inflación más alta del mundo.

– Por mucho que la economía haya crecido en 2021 y crezca en 2022, se necesitarán varios años para que ese crecimiento nivele al PIB que teníamos a finales del siglo pasado, cuando comenzó este oprobioso régimen; ni siquiera podrá nivelar al PIB del 2013, cuando se inició el régimen madurista.

– Que haya más dólares circulando es un signo positivo; porque entre otras cosas expresa la solidaridad de los venezolanos en el exterior que no olvidan a familiares y amigos; pero, no podemos ocultar los intentos del régimen de “bancarizar” esos recursos sin ofrecer garantías y de intentar apropiarse de una parte de ellos, limitando las operaciones interbancarias en dólares y con un desafortunado y confuso impuesto, difícil de aplicar, como se está demostrando, ruinoso para la economía y las empresas.

– Que se devuelvan a sus legítimos dueños del sector privado algunos activos de los que el gobierno se apropió ilegalmente con la farsa de las “expropiaciones”, no significa ni mucho menos que se restablecen las garantías a la propiedad privada, sino simplemente que el régimen se deshace de activos que arruinó, no supo manejar, ni poner a producir.

– Que estemos en las puertas de una crisis energética mundial y haya un aumento en los precios del petróleo, no significa que el régimen está en capacidad de aprovecharla e incrementar la producción petrolera de una industria que destruyó, como tantas otras.

Los anteriores son solo ejemplos para poner las cosas en contexto; no pretendo hacer una descripción completa ni detallada de la inadecuada o claramente falsa interpretación de las cifras, sería un insulto a la inteligencia de los lectores, que se dan cuenta perfectamente de lo que ocurre; y de todas maneras, seguramente, no lo voy a hacer mejor que connotados especialistas en la materia, que han opinado al respecto y demostrado la falsedad de la imagen que pretende crear el gobierno. Me interesa más evaluar cuales son las estrategias políticas de los distintos sectores del país, con relación a estos hechos −que innegablemente ocurren− y como, con base en ellos, definen sus estrategias políticas

La estrategia del gobierno

El gobierno, con su mirada puesta en las elecciones presidenciales del 2024, prepara el terreno para mantenerse en el poder, que es lo único que le interesa. De manera que, todo lo bueno que pueda ocurrir, lo atribuye a su “política económica” −hasta risiblemente reclama un premio Nobel− y todo lo malo se lo achaca a las sanciones internacionales y a las medidas económicas en contra suya por parte de los EEUU. Aunque el gobierno va disparado hacia el 2024, si ve que las condiciones empeoran, si el camino se le empieza a torcer y deja de ser favorable, ya tenemos la experiencia, es capaz nuevamente de mover la fecha de la elección, aplazarla o adelantarla a placer, según le sea más conveniente.

La estrategia de otros sectores…

En el sector no oficial −pues ya no se puede decir que todo es oposición−, las estrategias son tan variadas como la imaginación puede permitir. Comencemos por el sector que, según algunas encuestas, es uno de los más favorecido por la opinión pública, o el menos rechazado: los empresarios. (Desde luego excluyo de ese grupo a los llamados “bolichicos” o “enchufados”, que no son empresarios sino oportunistas, creciendo a la sombra y respondiendo a los intereses del régimen, aunque representen ciertas oportunidades de negocios para algunos de los “Amos del Valle”)

… de los empresarios

Los verdaderos empresarios, maestros en la sobrevivencia, tras un aciago “Socialismo del Siglo XXI”, que ya tiene varios años arruinando al país, siempre tratarán de aprovechar los resquicios de apertura que se les brindan y también tratarán siempre −como reprochárselos− de colarse por los intersticios que deja la ineficacia del gobierno, que ni siquiera sus propios controles sabe aplicar, y aprovecharán cualquier oportunidad que se presente. Pero mantendrán en sus gremios y asociaciones la posición crítica contra “el cerco” destructivo que se les ha tendido durante 23 años y contra una política económica y social que ha arruinado a la industria y a todo el país.

… otros empresarios

Pero hay también otros empresarios −y sus asesores−, que tratan de aprovechar, un poco más allá, las ventajas que han percibido de esa supuesta “apertura” e innegables condiciones algo más favorables, tratando de mejorar su producción o la inversión y propugnan por autoconvencerse y convencer a otros, que es necesario o posible “estimular” la economía y la inversión más allá de lo que los indicios permiten asegurar. Sin caer en ningún tipo de descalificación o señalamiento personal, tampoco puedo hablar de “normalidad” económica, de “mejoría” para describir lo que está ocurriendo en el país; creo que hacerlo, como expliqué más arriba, es un despropósito, una completa fantasía o deseo que “las cosas pasen” y que no resiste un análisis serio y formal; hacer de unas pocas “mejoras” el basamento de una actitud o posición política que desconozca la realidad de un país arruinado, con su población sumida en la pobreza, sin servicios básicos −agua, electricidad, salud, educación, transporte público, etc. −, es totalmente una ficción. Me parece además una estrategia políticamente equivocada, aunque económicamente pueda tener algún asidero temporal o prever algún resultado, cuya permanencia nadie puede garantizar. De lo que se trata es de buscar un cambio permanente, no meramente cosmético, táctico, que se puede revertir en cualquier momento y sobre el cual el régimen es quien tiene el control. Se puede hacer política sobre utopías, pero no sobre ficciones o deseos de que las fantasías sean realidad.

…sociedad civil y partidos políticos

En el terreno de la sociedad civil y de los partidos políticos, por supuesto siempre hay un sector muy radical, que le niega el agua y la sal a cualquier acción de gobierno, que dice que todo esto no es más que un espejismo, que no se le puede creer nada al régimen −y no les falta razón, por cierto− y que embarcarse en el camino de los empresarios y analistas “positivos”, no solo es un error, sino que profieren toda clase de epítetos y calificativos, donde lo más suave son los señalamientos de “grave traición”. Sin embargo, se ciegan ante una realidad económica evidente y eso probablemente les resta credibilidad con el pueblo.

Una estrategia más correcta

Sin llegar a los extremos de cegarse y tapar con un dedo lo que ocurre, hay que definir una estrategia para explicar y dar respuestas coherentes a lo que está ocurriendo. Se trata, políticamente hablando, de reconocer que todo cambio que traiga alguna mejoría para el pueblo sufriente del país, es positivo y en consecuencia hay que aprovecharlo; pero, al mismo tiempo no creo que se puedan plantear alternativas intermedias y se debe seguir la estrategia firme: que la crisis humanitaria que vivimos solo se resuelve con un cambio político en la conducción del país; las supuestas “mejoras”, se deben aprovechar siempre, pero cuidarse que no sean más que intentos del régimen para reacomodarse, de “ceder”, siempre y cuando no se afecte lo más mínimo la retención del poder, que es la verdadera clave de la miseria en la que estamos sumidos.

En otras palabras, la estrategia debe ser la de explicar claramente como estamos en esa “ilusión de armonía”, de la que hablé al principio; se trata, sí, de que la gente del pueblo aproveche todas las oportunidades que se presentan, por la demagogia del régimen, pero que no crea que el gobierno ha cambiado de rumbo económico y político, por emprender o tolerar unos pocos cambios; lo que corresponde, por tanto, es continuar el proceso de organización para sacar el mejor partido político a los procesos que se presenten, sean de negociación, sean procesos electorales o sea cualquier otra alternativa; demostrar que aún sin marines, sin ejército y sin una fuerza armada, estamos en la disposición de recuperar la democracia.

Politólogo

https://ismaelperezvigil.wordpress.com/

Unidad

Ismael Pérez Vigil

Al evaluar la situación de la oposición democrática hemos hablado de una mesa con tres patas: el líder, la organización y el programa con su discurso; pero, ¿Cuál es la “tabla” que sostienen esas tres patas? ¿Qué es lo que está en su parte superior, cuál es la plataforma en la que debe “aterrizar” o descansar todo? Sin duda es: la unidad. De eso volveremos a hablar hoy; y digo volveremos, porque ya lo hemos hecho varias veces.

Depende de la vía…

La importancia, o no, de la unidad de los factores políticos, dependerá de cuál sea la vía que se elija para salir de este oprobioso régimen. Si la vía, según algunos, es la insurreccional o la intervención de una fuerza de ocupación, obviamente no tiene ninguna importancia la unidad de los factores políticos internos, basta con la eficacia en la acción.

El problema siempre será la transición; como evitar que quienes cometieron delitos y además apoyaron al régimen depuesto logren imponerse nuevamente por la vía del voto. Como ocurrió en Nicaragua con el sanguinario régimen de Daniel Ortega.

Si la vía es buscar una salida electoral, que es la que aliento, nuevamente tendrá sentido la unidad, por lo menos al momento de un proceso electoral; obviamente solo entre los que crean en esa vía, o los que no la rechazan, pues no se va a lograr la unidad con los que plantean la abstención porque no creen en procesos electorales o con los que creen que la vía es la violencia insurreccional o una intervención externa.

Pero la unidad no solo tiene sentido para confrontar electoralmente al régimen, la tendrá sobre todo para sostener el apoyo interno e internacional, para mantener después al probable endeble gobierno de transición que surja de ese proceso electoral.

La electoral está garantizada…

Para lograr la unidad, en materia electoral, es necesario deponer egos personales y ambiciones, que esto no es muy difícil de lograr; desde el punto de vista electoral, ya hemos dicho que la unidad siempre ha estado garantizada por la actividad política de los partidos, expertos y especializados en alianzas electorales que es básicamente la actividad política a la que se han reducido en los últimos años; y si ellos no lo logran, de todas maneras el electorado lo hará, seleccionando una opción que considere que tiene las mejores posibilidades de derrotar al régimen, desechando las demás; así ha ocurrido en todas las elecciones presidenciales efectuadas en el país desde 1998.

Mas difícil es lograr la unidad en materia de objetivos y planes a más largo plazo, que supone dejar de lado doctrinas, ideologías, principios programáticos, etc. para los que aun los tienen y se miden por esos parámetros.

En este caso tenemos de inestimable valor el ejemplo del Pacto de Punto Fijo, firmado el 31 de octubre de 1958, a los pocos meses del derrocamiento de Pérez Jiménez, entre Acción Democrática, Unión Republicana Democrática y Copei, encabezados por sus lideres más representativos: Rómulo Betancourt, Jóvito Villalba y Rafael Caldera; no fue un pacto electoral, sino político, que le dio sustento a la naciente democracia a partir de 1958. Hoy tendríamos que ir más allá del Pacto de Puto Fijo, eminentemente político, aunque con alcances muy superiores a lo meramente partidista, para lograr uno que abarque también a muchos sectores sociales y factores económicos.

Como precondición…

Sin embargo, algo que abona a favor de superar cualquier dificultad es que la unidad, como concepto, como política, como objetivo, su búsqueda y su concreción, en mi opinión ya no es tema de discusión, es una precondición política. Quien lo olvide, pagará un alto precio, pues para los ciudadanos es el objetivo al cual deben sacrificarse todos los intereses partidistas y personales.

No importa que los partidos políticos cada vez se les vea más ansiosos por demostrar su presencia específica y su potencial propio, sus colores, sus banderas, sus consignas, pues en la práctica −sobre todo en lo electoral− son traspasados, rebasados e infiltrados por la multitud, dejando clara evidencia que somos muchos más los que no pertenecemos a ninguna parcialidad.

Como eje de estrategia…

Pero además, la participación electoral no es el eje de la estrategia, es apenas un medio, una forma de lucha −pues al tipo de régimen como el que nos mal gobierna desde hace 23 años, hay que combatirlo en todos los terrenos−; pero el eje de la estrategia es la unidad, que es la única estrategia de la oposición a la que teme el régimen, porque siempre ha sido lo único que le ha infringido alguna derrota; por eso la combate con todas las armas que puede desplegar, y en eso la “guerra sucia” juega un papel importante, pues el régimen sabe que esa estrategia es frágil en un mundo democrático y diverso, con tantas versiones y fisuras.

Es una verdadera tarea de filigrana armar una unidad opositora, incluso en lo electoral, después que por años se ha predicado la existencia de fraudes, trampas de todo tipo. Nadie niega la existencia de esas trampas y prácticas, pero no son la causa fundamental de las derrotas, como si lo han sido las políticas de abstención. La abstención, apatía o desánimo electoral, se basan en que las actuales condiciones no garantizan una elección libre, justa, imparcial, competitiva, como todos la deseamos… o como si alguna vez hubieran existido plenamente esas condiciones; o como si durante la mayor parte de estos largos 23 años, que hemos participado de diversas maneras en procesos electorales, la mayor parte del tiempo no hubiera sido regidos por CNE nombrados por el régimen.

Como pacto político…

Además, la unidad con meros propósitos electorales no ha sido, no es, suficiente para derrotar a este oprobioso régimen y consolidar el regreso a la democracia; tenemos que comenzar a plantearnos la unidad desde un punto de vista de mayor eficacia política, con mayor alcance; una unidad que nos lleve a un “pacto político” de mayor envergadura, para la reconstrucción de un país derruido.

Garantizada como creo que está la unidad electoral, porque como he dicho siempre se logra, nos quedan las otras áreas en donde lograr transformaciones importantes: en las organizaciones políticas y la unidad de objetivos, estrategias y visión de largo plazo, para transformar el país. Sobre todo, en la articulación de un discurso, con una narrativa que mueva, que impulse, que convenza a las grandes mayorías del país y saque de la apatía a millones de venezolanos que no ven otra salida que la indiferencia frente a la política o huir del país.

El camino largo de la unidad…

No hay alternativa, hay que seguir el camino largo, el de reconstruir los partidos políticos y las organizaciones de la sociedad civil; mejor dicho, iniciar ese camino que no se ha emprendido con verdadero ímpetu y por lo tanto se hace cada vez más largo. Ese, el de la reconstrucción de partidos y sociedad civil, es el camino que siguieron en otras partes: Chile, sin ir muy lejos, España, después de Franco, y un largo etcétera, en lo que todavía muchos están, como Ucrania, Albania y algunos países exsoviéticos y ex yugoeslavos.

¿Es la vía electoral la que va a sacar a este régimen de oprobio del poder? Posiblemente será una mezcla de cosas y presiones, pero lo electoral puede ser la antesala o la coronación del proceso, para la que hay que prepararse y es la única que nos permite, bajo las actuales condiciones políticas, hacer algo para organizar a la gente, para recorrer el país, con una cierta −solo cierta− seguridad. ¿Por qué despreciarla, por qué negarla? ¿Y para hacer, qué?

Politólogo

https://ismaelperezvigil.wordpress.com/

Ucrania resiste

Ismael Pérez Vigil

Regreso al tema de la invasión de Putin a Ucrania −me resisto tercamente a decir que es una invasión rusa− pues se cumplió ya más de un mes que se inició esta triple guerra: militar, económica y de comunicaciones. A esta última, la guerra comunicacional, es a la que me voy a referir de alguna manera.

Sin apartarme de la política

Vuelvo a señalar que el análisis militar del tema, el de las estrategias de cada contrincante, el de las implicaciones de la guerra económica y las medidas económicas sobre Rusia y la forma que tiene y adquirirá el tablero geopolítico del mundo una vez que se produzca un desenlace, el de la profundidad e implicación de las estrategias mediáticas, todo eso, se lo dejo a los excelentes analistas que hemos visto desfilar este mes −y a unos cuantos no tan excelentes, algo repetidores y un tanto superficiales, que también abundan y de cuyo coro no quiero formar parte−. Pero, en esta ocasión, no puedo decir que me aparto del tema político, porque de lo que quiero hablar es de las reacciones de los diferentes grupos o sectores políticos en Venezuela frente a esta situación.

Objetivos, no logrados, de Putin

Lo primero que diré es que tras lamentar los miles de muertos que está dejando esta guerra insensata y la destrucción económica en Ucrania −y en Rusia, pues están sufriendo ya los coletazos− me reconforta pensar que Putin no ha logrado ningún objetivo, al menos los que declaró al principio.

Putin no ha logrado someter a Ucrania, no ha logrado que el gobierno ucraniano renuncie o huya del país y por el contrario ha “logrado” algunas cosas que no lo deben tener muy feliz: que la OTAN, en decadencia, se haya fortalecido; que la UE este más unida que antes y apoyando a Ucrania de diversas maneras, con sanciones económicas, recibiendo refugiados y suministrando armamento a Ucrania; que países como Alemania y Japón −aunque algo más lejos, físicamente− estén aumentando sus presupuestos militares, por recomendación de la OTAN; que países que pertenecieron en algún momento al eje soviético, como los Bálticos, hayan estrechado más sus lazos con Europa; que algunos países tradicionalmente neutrales o poco beligerantes, como Suecia y Finlandia hayan manifestado su deseo de pertenecer o acercarse más a la OTAN, y que hasta la tradicionalmente neutral Suiza esté apoyando las medidas económicas en contra de Putin. Repito, no entro a analizar estos aspectos y sus implicaciones, simplemente me limito a resaltar la resistencia de Ucrania y algunos hechos concretos que todos hemos leído, aun los más legos en la materia, de los análisis de los que si conocen más a fondo el tema.

Los argumentos…

El segundo punto que quiero resaltar es que entre todas las cosas que he leído, en enjundiosos artículos de prensa y largas y candentes discusiones −cuando no− en redes sociales, me llama la atención los argumentos que algunos esgrimen para justificar la invasión; o al menos “atenuar” su horrendo significado e impacto. Y llego así al corazón de este artículo: Muchos se refugian en sus atavismos ideológicos.

… desde la izquierda

Desde la izquierda hay los empeñados en mantener vivos los “ideales” socialistas o izquierdistas de su juventud y por eso tratan de justificar la invasión en términos de comparar lo ocurrido en Ucrania con pasadas invasiones o intervenciones, sobre todo de los EEUU, en otros territorios, en un pasado cercano o lejano; les parece que eso justifica cualquier acción de un individuo como Putin, que algunos aún consideran comunista, socialista o por lo menos de izquierda, pues obviamente no está situado en el mundo occidental del liberalismo y la democracia. Algunos apelan también a conceptos algo más trillados como: el balance de poder mundial, la razón de estado, etc.

… desde la derecha

Desde la derecha la cosa es todavía más extraña, pues ven el problema, la mayoría de los que opinan en redes sociales, en el contexto de la polarización de la política norteamericana, obviamente pro Trump y anti Biden; llegan a la ingeniosa perogrullada de decir que aunque la invasión sea injustificable, tiene causas; y por allí se van, tras haber descubierto esa agua tibia, haciéndose la vista gorda con la matanza del ejército de Putin en Ucrania; en el mejor de los casos simplemente lo ven como un “error” o peor aún, como “falta de decisión” del presidente de los EEUU.

… los republicanos

Todavía podríamos entender la posición de algunos políticos en la Florida −sobre todo republicanos, en perspectiva de la “elección de midterm”, en noviembre−, donde el tema del comunismo, Cuba, Nicaragua o Venezuela es sensible electoralmente hablando y ven oportunistamente una posibilidad de desacreditar las políticas de Biden, sea por su falta de acción o por sus “intentos negociadores” con regímenes como el de Venezuela, y así “desmejorar” las perspectivas electorales de los demócratas.

…los más extremos

Pero, algunos llegan incluso a suscribir los argumentos de Putin: que Ucrania no es ni ha sido nunca un país, que es una creación rusa; que son los ucranianos los que han agredido a los rusos en los territorios ucranianos que reclama Putin; que el presidente ucraniano usa a su población como escudo; que hay un intento de sojuzgamiento y expansión occidental sobre Rusia, apoyado por la OTAN; que en Ucrania lo que hay son grupos nacionalistas, separatistas, neonazis y neofascista, etc.

… y los menos extremos

El drama lo tienen algunos derechistas menos extremos que los mencionados previamente, pero igualmente anticomunistas febriles y también polarizados con relación a la política norteamericana, quienes al ser más racionales, condenan la invasión de Putin pero tratan de explicársela y en su argumentación deslizan conceptos de la jerga “pusinesca” y fustigan al gobierno norteamericano por su “debilidad”.

Comparando con Venezuela

Pero lo que me parece más insólito −y hasta peligroso− son los que se lamentan y se rasgan las vestiduras porque en Venezuela, la oposición venezolana, los lideres venezolanos, no sigan el ejemplo de Ucrania y de su presidente, Volodimir Zelenski, como si fueran comparables las situaciones, los países y los líderes. Algunos llegan a hablar de la “invasión cubana”, −que ciertamente lo es de alguna manera, al menos en su aspecto colonialista y devastador−, y compararla con la del ejército de Putin a Ucrania y esperan por lo tanto que el gobierno interino lance soflamadas proclamas y que Juan Guaidó se vista de militar y con casco de acero ceñido, llame “a las armas” contra el régimen. Y que por no hacer eso, nosotros estamos como estamos.

Reflexión final

Frente a hechos como la invasión a Ucrania, no nos queda sino hacernos las angustiosas preguntas que se hace Moisés Naim (El Dictador en su Ratonera, El Nacional, 21/03/2022): “¿Es aceptable hacer un trato con Vladimir Putin para que retire sus tropas a cambio de acceder a algunas de sus condiciones? Para muchos esto sería inmoral y la única salida aceptable es salir de Putin. Otros mantienen que la prioridad es detener las muertes de inocentes.”

En lo que a mí respecta, sin entrar en profundos análisis ni justificaciones éticas, solo espero que Ucrania −a pesar de las bajas lamentables que ya ha tenido− salga cuanto antes y triunfante de este ignominioso episodio; que Putin pague caro por su insensata aventura y que las democracias occidentales, contra quienes de verdad es la invasión y la guerra de Putin, salgan fortalecidas.

En este último sentido, consciente de que mi aporte en este tema no está en el campo del análisis estratégico y geopolítico, mi ánimo es el de condenar sin ambages, justificaciones o explicaciones la invasión de Ucrania, celebrar −como ya dije− su resistencia al invasor y alentar una reflexión acerca de que la lección que saquemos del desafortunado y sangriento episodio de Ucrania sea el de la necesidad de luchar por restablecer la plena democracia en el país.

Politólogo

https://ismaelperezvigil.wordpress.com/

El mensaje opositor

Ismael Pérez Vigil

A pesar de la crisis en la que sumió a la humanidad la invasión de Putin a Ucrania y la respuesta de Occidente a esa siniestra aventura, debemos volver a ocuparnos de los temas, quizás más modestos, pero igualmente vitales para nosotros: cómo despojarnos de este régimen de oprobio.

Consecuente con la opción que predico −la vía electoral−, lo que se aproxima en el horizonte es la elección presidencial de 2024.

He sostenido que el camino que nos lleva al 2024 es un camino pedregoso, lleno de incertidumbres y obstáculos y que presenta al menos tres dificultades graves −a dos de los cuales ya me he referido en artículos anteriores−: La selección de un candidato único por un mecanismo aceptado por todos; la unidad de los partidos, previa revisión, legitimación o reorganización de los mismos y sus líderes; pero a la tercera dificultad es a la que quiero referirme hoy: la definición de una oferta electoral, propuesta o programa, que entusiasme al país.

Lo primero a aclarar es un malentendido común: eso de que la oposición no ha concretado su triunfo, entre otras cosas, por carecer de una propuesta alternativa al país.

Nada más falso que esa afirmación, pues la oposición a lo largo de estos 22 años de lucha contra la ruina actual, no solo una, sino varias son las propuestas alternativas que ha planteado. Esas propuestas las han divulgado y defendido los candidatos ‒a la presidencia, a gobernaciones, a alcaldías o a diputados‒ y también lo han hecho las organizaciones políticas que componen la hoy vilipendiada MUD, además de grupos de economistas identificados con la oposición, organizaciones empresariales ‒Fedecámaras, Conindustria, cámaras regionales− aun cuando no entren en la disputa por el poder y hasta la Iglesia Católica, que no es propiamente una organización de oposición, aunque en ocasiones ha sido la más contundente opositora a este régimen de oprobio.

Las propuestas alternativas se han presentado en lo político, lo jurídico, lo social, la seguridad personal y pública; en materia agrícola y ganadera, turismo, educación, desarrollo tecnológico, el desarrollo de determinadas regiones, para industrializar y reindustrializar el país, con relación a las empresas del estado −las de Guayana y las estatizadas‒, en materia cambiaria, con relación a la industria petrolera; en fin, se ha cubierto todo el espectro de la vida pública nacional con propuestas alternativas al fracasado socialismo del Siglo XXI.

Esas propuestas han ido desde lo más general −alternativas al sistema socialista, contraponiéndole un sistema de mercado o capitalismo social y humano−; hasta lo más concreto e inmediato, como ya mencioné: alternativas cambiarias, medidas antiinflacionarias o contra la escasez, pasando por la defensa a la propiedad privada, el estado de derecho, la regionalización, la democracia, etc. Más bien el problema por momentos parece ser que son demasiadas propuestas, no es por falta de ellas.

Por tanto, la afirmación de que la oposición no tiene una propuesta parece más bien una estrategia mediática del régimen o de los opositores de la oposición; o, para darles algún crédito, la de algunos voceros opositores, un tanto ingenuos.

¿Qué tanto cala esa afirmación −la oposición no tiene una propuesta− en el pueblo? Hace años dije que era algo que estaba por verse. Hoy, no creo que sea así y debemos lamentar, a juzgar por los resultados, que nuestras propuestas no han calado y lo que si lo ha hecho, es sin duda, el “discurso” del régimen.

El “discurso”, en este caso, es eso que hoy llamamos la “narrativa” y que algunos −como el publicista Aquiles Este, hace ya varios años− lo comparan con un “virus”, que ha sobrevivido varios siglos, que aquí recibió fue bautizado por Hugo Chávez con el pomposo nombre de “Socialismo del Siglo XXI” y que hoy resurge, nuevamente remozado, con su verdadera esencia, como “populismo”, de izquierda y de derecha. Pero hoy, debido a la desgracia del coronavirus, estamos en mejores condiciones de entender y explicar cómo mutan y se adaptan los virus para seguir haciendo estragos, como el perverso y destructivo socialismo del Siglo XXI.

Ese virus del populismo, que ha mutado a lo largo de la historia y se ha convertido en fascismo, socialismo, comunismo, estalinismo, peronismo, velasquismo, castrismo, chavismo y un largo etcétera, sobrevive manteniendo su estructura básica, que aparece y reaparece con líderes mesiánicos, salvadores de turno, pero con un mismo o parecido discurso, que podemos resumir así:

Nosotros somos un país rico, vivíamos felices, teníamos perlas, cueros, ganado, cacao, café, ahora tenemos petróleo, minerales; y vino el imperio ‒el español primero y luego el norteamericano‒ y sus secuaces y nos quitaron nuestra riqueza y nos hicieron pobres; pero yo ‒dice el líder populista‒ voy a salvarte, a devolverte lo que es tuyo, arrebatándoselo a ellos y dándotelo de vuelta a ti, sin que tengas que hacer nada, pues solo por ser venezolano mereces “la mayor suma de felicidad posible”.

Como vemos, es un discurso simple, cerrado, redondo y perfecto. Y ese es el problema a vencer. No se trata simplemente de una propuesta −que como vimos tenemos de sobre−, se trata de vencer ese discurso, que muta, se transforma en boca de los lideres populistas de turno, que tiene profundas raíces, históricas, y que es fácil de tragar y tan difícil de derrotar: ¿Quién no está de acuerdo con un discurso así?, ¿Con una propuesta como esa, según la cual todo lo merezco y nada tengo que hacer, sino esperar a que me restituyan lo que en derecho ya es mío y me fue arrebatado inescrupulosamente?

En efecto, nadie en la humanidad se ha sumado o emprendido grandes luchas y transformaciones por leer unas cuantas cuartillas de propuestas, números y ejemplos. Por ejemplo, ningún obrero en la Europa de finales del siglo XIX abrazó la idea del socialismo por leer los tres tomos de El Capital de Carlos Marx o los tres tomos de “Elementos fundamentales para la crítica de la economía política de 1857-1858”; ningún “proletario” se sumó a la causa bolchevique por leer de Lenin el “¿Qué hacer? o “El imperialismo, fase superior del capitalismo”.

En un contexto distinto, Nelson Mandela nunca explicó en detalle su eslogan de “Una mejor vida para todos”, pero el pueblo sudafricano se sumó masivamente a su campaña para llevarlo a la presidencia de Sudáfrica, guiados por su ejemplo de vida y su sacrificio personal de 27 años de cárcel.

El breve discurso “Yo tengo un sueño” de Martín Luther King y su involucramiento personal en la lucha por eliminar la discriminación y segregación racial en los Estados Unidos, tuvieron más impacto en arrastrar seguidores a su causa, que sus más de 20 libros; todos los que se sumaron a las causas que emprendieron los mencionados, lo hicieron porque se sintieron impulsados por la fogosidad de sus discursos en defensa de los desposeídos, los desclasados o los segregados y discriminados y por la intuición de que allí podrían encontrar una solución a sus penurias y la justicia que de otra forma se les negó.

De manera que es allí donde está el problema de la oposición. No es en la falta de propuestas. Es en no contar con lideres y partidos cuya moral y ejemplo expresen y representen las aspiraciones populares con un “discurso” alternativo, igualmente fogoso. Tenemos un discurso coherente, descriptivo y técnico, pero no emotivo ni entusiasta, que le llegue al pueblo de manera eficiente y eficaz, que articule todas esas propuestas que ya ruedan hace tiempo y las convierta en un discurso simple, tan atractivo y emotivo como el discurso populista del régimen; pero, sin parecerse a él, sin imitarlo, sin pretender sustituirlo por otro discurso igualmente populista.

Yo no tengo una propuesta de mensaje alternativo, y creo que nadie tiene una “fórmula” para entusiasmar al pueblo con unas determinadas líneas. Además del trabajo que se pueda −y deba− hacer de investigación lingüista −del tipo que hacen las empresas publicitarias o de imagen para determinar los contenidos semánticos que mejor expresen una determinada idea o producto−, se trata sobre todo de realizar una tarea sistemática de investigación, a partir de la labor de los dirigentes y militantes de los partidos políticos y de las organizaciones de la sociedad civil dedicadas a la tarea política, en su trabajo cotidiano con la gente, para determinar sus necesidades, la forma de enfrentarlas y sobre todo la manera de explicarse el mundo, el lenguaje que utilizan para ello.

Esa es la tarea difícil, que hay que comenzar a emprender de inmediato, una vez que se cumpla la necesaria revisión interna de los partidos y el liderazgo, de la que tanto se habla.

Politólogo

https://ismaelperezvigil.wordpress.com/

La visita

Ismael Pérez Vigil

Hay cosas de las que es necesario hablar a pesar de que algunas personas no les gusta que se las mencionen. Son temas delicados, dada la polarización política extrema en la que nos desenvolvemos y que ahora también exacerba la visión que tenemos de la política norteamericana.

Al observar la discusión política de esta última semana me viene a la mente una pregunta: ¿Cómo se resolvían las cosas en la “otra” Venezuela? La pregunta no es capciosa, porque aquí hubo otra Venezuela, una Venezuela que probablemente no conocen los menores de 30 años −más del 26% de la población−, que solo han vivido en el bochornoso régimen de oprobio que se instaló en el país desde 1999.

En esa otra Venezuela vivíamos bajo un régimen democrático – imperfecto, pero democrático. Y había las instituciones propias de un régimen democrático; había división de poderes, con un poder ejecutivo encabezado por el Presidente de la República y su gabinete de ministros; había un poder legislativo con un Congreso de dos Cámaras, en donde había control político del gobierno, debates y discusiones políticas sobre todos los aspectos de la vida nacional. Había un poder judicial encabezado por una Corte Suprema de Justicia en donde se controlaba la justicia del país y se tomaban decisiones que algunas veces afectaban a los demás poderes; por ejemplo, se enjuició y propició el allanamiento de la inmunidad parlamentaria a algunos diputados y senadores, e incluso se llegó a tomar la decisión de enjuiciar a un Presidente de la República en ejercicio y se precipitó su renuncia al cargo.

Es decir, existía un régimen imperfecto, que en lo económico trataba de garantizar igualdad de oportunidades y en lo político ofrecía la posibilidad de luchar y alcanzar el poder, desde cualquier posición u opción, como se vio en la alternabilidad de la presidencia y hasta en el triunfo de quien llegó amenazando con destruir todo −y lo hizo−; un sistema que contaba con partidos políticos, aproximadamente los mismos que tenemos hoy en día, pero que llegaban a acuerdos, que pactaban, porque para eso son los partidos políticos, para luchar por el poder y además para defender y negociar los intereses que legítimamente representan, para llevar adelante sus objetivos e intereses de sus seguidores y aceptar que los otros, aunque queden en minoría, también puedan defender los suyos.

Esa es la otra Venezuela; no la sórdida que tenemos ahora y no es que la lloremos, porque como bien señalé tenía sus imperfecciones, algunas muy gruesas, pero funcionaba la política, cumplía su función regulatoria del poder y la de conseguir que se llegara a acuerdos para que todos pudieran expresar y defender sus intereses.

En otras palabras, se negociaba, se establecían pactos entre los partidos políticos, para gobernar, o para regular y controlar a quien gobernaba, se pactaban en el Congreso el presupuesto, las leyes, las políticas, la composición de la Corte Suprema de Justicia, la designación de altos funcionarios, como el Fiscal General, el Contralor o la composición de los organismos electorales, etc.; sí, se pactaba, porque eso es la política: negociar, pactar. Negociar no es sinónimo de corrupción, de arreglo deshonesto, negociar es la esencia del ser humano que acepta sus limitaciones, que sabe que puede estar equivocado y sobre todo, que reconoce los derechos de los otros seres humanos.

Todo este largo rodeo viene a colación por lo que está ocurriendo en este momento en el país, donde todo se convierte en un escándalo y un exabrupto, donde cualquier intento de negociar es satanizado; cualquier intento de ponerse de acuerdo es visto como un acto de suprema corrupción.

Tomemos el caso más reciente, el de un grupo de funcionarios norteamericanos que vinieron a reunirse con diferentes personas en el país, con Nicolás Maduro y algunos de sus funcionarios, con el presidente Guaidó y con representantes de los partidos políticos y obviamente hablaron de diversas cosas, de lo cual no se tiene mayores conocimientos o si se llegó o no a algunos acuerdos que, pues aún no ha trascendido mucho de lo que finalmente se acordó.

Únicamente sabemos que tras la visita fueron liberados uno de los seis gerentes de Citgo, presos injustamente desde hace tiempo, más un turista cubano estadounidenses.

Tras la reunión, se produjo un comunicado del Gobierno Interino, explicando lo ocurrido y una declaración de Nicolás Maduro, en la que tras reconocer la reunión anunció su disposición de reanudar las negociaciones –cosa que por cierto ha dicho en varias oportunidades, sin que haya ocurrido nada− y se supone que en México, aunque eso no está muy claro; lo que sí manifestó fue su deseo de que se amplíe la composición de la delegación opositora en cualquier negociación.

Desde luego, la visita y la negociación que se llevó a cabo y los supuestos acuerdos a los que se llegó, fueron de inmediato satanizados y calificados con todo tipo de epítetos, tanto hacia los miembros de la oposición democrática, como hacia el gobierno de los EEUU.

Algunos han visto lo ocurrido con la visita con bastante recelo. Algunos lo ven con escepticismo, a otros les parece muy bien; pero, otros se han rasgado las vestiduras y algunos claramente han mentido acerca de la naturaleza de esta misión norteamericana, acerca de sus objetivos, acerca de lo que lograron y acerca del precio que tendrá que pagar la oposición venezolana, y el país en general, por los supuestos acuerdos a los que se llegó, aunque nadie sepa exactamente cuáles son. La opinión se ha formado sobre la base de elucubraciones y en algunos casos, sobre medias verdades o claras mentiras, con el objetivo político de desprestigiar más a la oposición democrática, al Gobierno Interino y a Juan Guaidó y en algunos casos al Gobierno de Biden.

Lo peor es que de nada sirve aclarar, pues ya hay una matriz de opinión formada sobre la base de elucubraciones e información parcial. De nada sirve aclarar que quienes vinieron fueron el Embajador James Story; Juan González, director del Consejo de Seguridad Nacional para el Hemisferio Occidental y Asesor Especial de la Casa Blanca para América Latina y Roger Carstens, enviado presidencial especial para asuntos de rehenes.

En todo caso no había funcionarios de empresas petroleras; de nada sirve decir lo que explican los expertos petroleros −que sí conocen de la materia− que el régimen venezolano, ni reuniendo todo el petróleo que le sobra y lo que vende a Cuba, está en capacidad de cubrir esos 300 mil barriles sobre los que se especula, ni en la posibilidad de producirlos de manera inmediata o en el mediano plazo

(Tampoco nadie explica porque los EEUU va a venir a buscar petróleo a un país con un gobierno hostil, enemigo declarado suyo, teniendo un vecino en el norte, Canadá, que le puede ofrecer todo el petróleo que necesite).

De nada sirve decir que hasta el momento lo único concreto que se ha visto es la liberación de dos de seis presos por el caso Citgo (y que son una minucia en comparación con los más de 300 presos políticos que hay en el país) y que el gobierno de Maduro, una vez más, de tantas que lo ha hecho, dice que va a sentarse nuevamente a negociar.

De nada sirve aclarar, como lo hizo la Subsecretaria de Estado, Victoria Nuland en el Congreso de los EEUU, que esta visita se coordinó desde Bogotá con la oposición con cuyos representantes se reunieron primero en Bogotá y luego aquí con Juan Guaidó. De nada sirve decir, como ha dicho el gobierno de Biden que no han comprado petróleo a Venezuela y que no tienen pensado hacerlo próximamente, etc.

Pero la verdad es que me ha parecido muy “característica” −y a la vez deprimente− toda la discusión y argumentación sobre la visita de la delegación norteamericana y que se reuniera con Nicolás Maduro.

Si es verdad lo que se ha especulado −y sobre lo que algunos han mentido− que vinieron a: 1) negociar petróleo, 2) liberar a los presos de Citgo; o/y 3) presionar para que Maduro continúe negociando en México −una de las tres cosas o las tres cosas− ¿Por qué se sorprenden que se hayan reunido con Maduro?, ¿Con quién iban a hablar? ¿Quién les puede vender petróleo? ¿Quién tiene presos a los de Citgo y cientos de presos políticos más? ¿Quién es, sino Maduro, quien no quiere seguir negociando con la oposición?; y por último, de todas maneras, a los que no creen en Guaidó, ni en el Gobierno Interino, ni en el G4, ¿Qué les importa si la delegación norteamericana se reunió o no con ellos?

En resumen, lo que sabemos por fuentes distintas −prensa nacional e internacional, el gobierno de los EEU, el gobierno de Juan Guaidó y el gobierno de Nicolás Maduro− es:

– que un grupo de altos funcionarios norteamericanos hicieron una visita a Venezuela;

– que vinieron a tratar asuntos energéticos y otros temas, como parte del plan del gobierno norteamericano de aislar al gobierno de Putin;

– que la visita fue preparada hace tiempo en Bogotá y consultada con lideres de la oposición democrática, antes de realizarse;

– que se entrevistaron con Nicolás Maduro y funcionarios de su gobierno y con Juan Guaidó y miembros de la oposición venezolana;

– que después de la visita Nicolás Maduro liberó a dos de los seis rehenes o presos de Citgo que tiene en su poder y anunció su disposición a continuar negociando con la Plataforma Unitaria;

– que el Gobierno de Biden, tras la visita, anuncio que únicamente sigue reconociendo a Juan Guaidó como el legítimo Presidente de Venezuela; y

– que no ha comprado ni piensa por lo pronto comprar petróleo a Venezuela y tampoco levantar sanciones si no hay avances en las negociaciones en Venezuela entre el régimen de Maduro y la Plataforma Unitaria.

Claro, se bien que siempre habrá quien diga que nada de esto es cierto y que todo es para disimular.

A lo mejor es una ingenuidad de mi parte pero permítanme pensar fuera de la caja, como dicen los anglosajones. ¿Cabe la posibilidad de tener un pensamiento positivo acerca de la intención de la Administración Biden al reunirse con Nicolás Maduro?

Por ejemplo, conocido el manifiesto interés de Maduro de negociar directo con los EEUU, tratar de reducir las sanciones y dado que fue él quien solicito esta reunión: ¿Es posible pensar que el Gobierno de Biden decidiera aprovechar la coyuntura para rescatar a los presos de Citgo, presionar a Maduro para que aceptara negociar en México, de una manera más flexible y se lograra unas elecciones libres?, ¿O ese pensamiento está negado, pues rinde mejores dividendos políticos, aquí y allá, afirmar que fue una negociación, a espaldas de la oposición? ¿Qué no fue más que una negociación de petróleo por sanciones y que todo lo demás −la liberación de los presos de Citgo, reanudar negociaciones en México, o donde sea, etc.− fue algo colateral o para disimular?

Como quiera que haya sido esta misión norteamericana para mí está claro que vinieron hacer algo que nos hace falta hacer en el país: política. Vinieron a hacer política, vinieron a negociar, vinieron a llegar a acuerdos; el problema es nuestro, pues para nosotros todas esas son malas palabras, más allá de que no se haya conducido la información de la forma más adecuada por los dirigentes opositores, que tenían y tienen el deber de informar.

Politólogo

https://ismaelperezvigil.wordpress.com/

Ucrania

Ismael Pérez Vigil

Obviamente es un deber comentar sobre la criminal invasión de Ucrania por las tropas de Putin, aun cuando sea difícil hacer un aporte original a todo lo ya dicho, pues, de entrada, confieso mi ignorancia en materia de historia rusa y sobre todo ucraniana. Lo único que quiero es rechazar la invasión y mostrar mi indignación por la agresión del ejército de Putin al pueblo ucraniano.

Debo reconocer que −gracias a la erudición de cantidad de personas que no me imaginaba que tenían conocimientos tan prolijos y profundos sobre estos temas− se me han aclarado cantidad de detalles que ignoraba; por ejemplo, sobre Hitler y los orígenes de la segunda guerra mundial −la toma de los Sudetes (?)−; ni que decir de todo eso del origen de Rusia en el Rus Kiev (?), mucho menos la diferencia de la palabra Kiev, de origen ruso, de la Kyiv, de origen ucraniano, que según parece es la forma correcta o “polite”” −disculpen el anglicismo− de llamar a la Capital de Ucrania;

Mis comentarios −ilustrado por la cantidad de informes, artículos, análisis, opiniones, mensajes, videos, etc. que he leído desde que se inició el conflicto−, tienen en verdad su “inspiración” y origen en la indignación que me produjeron unas declaraciones atribuidas a Donald Trump −que hacen hervir la sangre a cualquier desprevenido−, en las que califica a Putin de “genio” y justifica su hazaña invasora.

Si tenía alguna duda −o más bien educada consideración− acerca de la insania mental del expresidente norteamericano, Donald Trump, ya no la tengo. Tampoco dudo ahora que −por supuesto− es verdad eso de que Putin debe ser su socio de negocios, al que trata de ayudar y que para hacerlo, −él y algunos de sus seguidores− no tienen escrúpulos para pasar por encima de su país, porque en realidad personas así no tienen país, ni nacionalidad, ni raíces, ni nada, lo que les importa es su bienestar y su dinero, todo lo demás es fantasía.

Tampoco me sorprende lo que piensan algunos seguidores de Trump, o personajes de la farándula hollywoodense de quienes se sabe bien su apoyo a regímenes como el de Hugo Chávez, como Oliver Stone, cuyas declaraciones justificando la acción de Putin, han circulado por las redes.

Lo extraño es que no hayan aparecido otros, como Sean Penn o el inefable Danny Glover −que aún nos debe una película sobre Haití, por cuya filmación no realizada recibió una jugosa cantidad de dólares del régimen de Hugo Chávez−; pero, más interesante que la opinión de esos conspicuos directores y actores, es saber qué les pasa por la cabeza a quienes defienden y justifican acciones como las de Putin −en Crimea, Bielorrusia y ahora en Ucrania−, porque por ej. “los EEUU son también imperialistas” y han sido “invasores”.

No recuerdo a los que revisten de excusas de este tipo lo ocurrido o apelan a razones “geopolíticas”, haber escuchado esas mismas justificaciones y razones en contra de Rusia o la URSS cuando el invasor o agresor ha sido los EEUU o algún país occidental. Nos queda la satisfacción de saber que a esos que justifican acciones como las de Putin, son a los que se les ven las costuras pro totalitarias.

Pero ya que mencioné más arriba la palabra “fantasía” en el caso de Trump, sin ofender a nadie, debo decir que de todas maneras, no compro eso que dicen algunos, que Trump es un “ruso infiltrado” o un “agente ruso” en la política de los EEUU, por la simple razón que esos individuos no le tienen lealtad a nada, ¿Por qué la habrían de tener a Rusia, si no fuera por negocios? Solo tienen lealtad a su dinero y a sí mismos; pero, en fin, dejemos así lo de Trump y regresemos al otro tema, “al tema”.

Comienzo por decir que tampoco creo que sea rigurosamente válido e histórico comparar a Putin con Hitler, por más que ambos sean sendos locos invasores, pero no dejo de reconocer que me parecen “simpáticas” algunas de las caricaturas y frases que han aparecido haciendo esa comparación; y sobre todo, si a él le molesta, pues bienvenida sea.

Debo confesar que en mi optimismo craso hay dos cosas que no creí que pasarían: La primera es que Putin diera el paso de invadir Ucrania; la verdad es que nunca relacioné este hecho con lo de Crimea, ese criminal abuso lo entendí como una manera de asegurarse su salida al Mediterráneo, “recuperar” algunos espacios geográficos y asegurar otros, como Sebastopol, que en mi ignorancia histórica e imaginario “peliculero”, siempre asocié con Rusia; por lo tanto, ese acto de agresión de la toma de Crimea, no es que lo justifique, pero llegue a explicármelo. Lo que no llegué a explicarme nunca fue la inacción o pasividad europea al respecto.

De aquí viene entonces la segunda cosa que no creí que pasaría: Que los países occidentales, léase los grandes de la UE y los EEUU, tuvieran la reacción que han tenido, de ninguna a una muy lenta, que gracias a Dios −o a los dioses de la guerra− se han ido produciendo reacciones un tanto más enérgicas.

Sí. Es probable que tengan razón los que dicen que el sistema internacional −ONU−, no sirve para nada; el veto de Rusia a la resolución del Consejo de Seguridad de la ONU así lo demuestra; sin duda los que hablan de la inutilidad de esos organismos −OTAN incluida− para enfrentar estas situaciones, o similares, tienen la razón; de esa cuerda tenemos un largo rollo en Venezuela con la OEA, Grupo de Lima, etc. (Y que me perdonen mis amigos internacionalistas, ya me excusé confesándome ignorante en la materia. Espero que estemos en la víspera de un cambio en el orden mundial institucional).

Que a Putin hay que detenerlo no me cabe tampoco ninguna duda y por lo tanto, me estoy aviniendo a pensar que la única manera de parar a personajes como Putin es la fuerza; pero, el problema es que la fuerza −sobre todo en este caso y con orates como Putin− nos puede llevar muy rápidamente al armamento nuclear o químico o biológico, con consecuencias desastrosas para toda la humanidad, y no vale o no nos salva que no consideremos a estos señores como parte de la humanidad.

Lo peligroso de la situación es que a individuos como Putin no les importan las consecuencias de lo que hacen, si con ello obtienen alguna ganancia territorial, de poder o de tiempo; los muertos son, para ellos, estrictamente, números; para los países de Occidente, eso no es así (aunque a veces algunos dudan) … y Putin sabe eso. Sabe ambas cosas, que sabemos que a él no le importan nada las vidas humanas (obviamente tenía que saberlo), pero que a occidente, sí… y esa es su enorme ventaja; por eso, paradójicamente, creo que las sanciones, al menos algunas, sí le podrían afectar, además si se acompañan de una respuesta de fuerza física más contundente, aunque solo sea enviando armas y ayuda militar a Ucrania, como han comenzado a hacer algunos países europeos.

Cuando hablo de sanciones desde luego me refiero sobre todo a las sanciones que se han mencionado estos días, las de sacar a los bancos rusos del sistema financiero internacional, y que las medidas se le apliquen en lo personal a Putin y se hagan extensivas a los “ricachones mafiosos”, socios y amigos suyos y a los militares que los acompañan; y buscar formas de reemplazar el combustible que venden los rusos, sobre todo a Italia y Alemania; en mi ignorancia al respecto, pienso que eso no debería ser problema para los norteamericanos. Ojalá sea así.

En fin, creo que hay cosas que se pueden hacer −evitando llegar al extremo de desatar un conflicto multinacional− para que entren en razón algunos de sus cómplices internos y forzar la caída de Putin y que el conflicto se resuelva favorablemente para el pueblo ucraniano, el ruso −ajeno a las ambiciones de Putin− y desde luego para la democracia occidental, que es una de las probables víctimas de todo esto. Por allí van mis reflexiones.

Politólogo

https://ismaelperezvigil.wordpress.com/

¿Renovación partidista y del liderazgo camino al 2024?

Ismael Pérez Vigil

A la memoria de Américo Martín, político, demócrata y amigo. Descansa en paz, Américo.

El camino hacia las elecciones del 2024, pedregoso, presenta al menos tres dificultades graves. La selección de un candidato único, por un mecanismo aceptado por todos; la unidad de los partidos, previa revisión, legitimación o reorganización de los mismos y sus líderes; y una oferta electoral, propuesta o programa, que entusiasme al país.

Sobre la selección del candidato no hemos tenido nunca mayores dificultades, porque al final, no importa si los partidos se ponen de acuerdo o no para presentar un candidato, o si aparece alguno, que se lanza “porque sí”, porque la polarización y que la gente “juega a ganador”, lo ponen en su sitio y terminamos teniendo un solo candidato opositor, con relativo chance. Otra cosa es la segunda parte de la afirmación: Que ese candidato sea seleccionado “por un mecanismo aceptado por todos”, pues en eso no hemos sido tan asertivos y probablemente ello ha influido −entre otras razones, quizás de mayor peso− para que ese candidato no sea tan exitoso. Pero no voy a repetir lo que ya dije en mi artículo de hace dos semanas.

También dejo para una futura ocasión el tema, nada fácil, de la “oferta electoral, propuesta o programa, que entusiasme al país”, que si bien no nos han faltado propuestas, es evidente que no han cumplido la condición de “entusiasmar al país”, porque si hubiera sido así, estaríamos hablando de otra historia. Por lo tanto, me voy a concentrar ahora en el tema peliagudo de “la unidad de los partidos, previa revisión, legitimación o reorganización de los mismos”.

El tema de la “unidad” no es para mí el centro del problema, pues de nuevo, como la gente “juega a ganador”, el que se sale del guion lo paga caro. Además, vamos a hablar claro, nadie en sus cabales va a oponerse a la unidad; quien lo haga no tiene futuro político; otra cosa es que no sea nada fácil lograr ese “cemento mágico” que una a la mayor cantidad de gente posible; pero al menos, la “unidad”, básica, superficial, de forma, la electoral, ha estado siempre más o menos garantizada; al menos para una elección presidencial, que es la que se nos viene en el 2024; otra cosa es que se logre para otros procesos: regionales, locales o parlamentarias, −aunque para estas últimas en 2010 y 2015 no lo hicimos nada mal−, lo complicado es la unidad en una propuesta para reconstruir el país.

El tema de la reorganización de los partidos, su renovación y la de los líderes, es la otra cosa realmente complicada. En los últimos días, varios líderes han hablado acerca del “envejecido” liderazgo político y varios partidos han anunciado que están en ese proceso de “reorganización interna”, de “elecciones por la base” o proponiendo “rutas de salida”; pero el problema es que lo que está totalmente “enrarecido” es el ambiente político, el del país como un todo, con relación a los partidos, los líderes políticos y la política, e incluyo allí a los seguidores del régimen, que tampoco las tiene todas consigo, según admiten varios de sus “connotados” y conspicuos voceros. ¿Serán suficientes esas reorganizaciones en camino? ¿Servirán, ahora sí, para llenar la fosa que hay entre partidos y sus lideres, con el pueblo venezolano? ¿Se atreverán a romper con los esquemas de partidos de masas y de cuadros, propios de finales del siglo XIX y principios del XX? ¿Darán una respuesta a los miles de militantes de la sociedad civil, que han preferido refugiarse en sus pequeñas organizaciones −limitadas y dispersas como los partidos− para tratar de hacer política? Hay recelo en que éste sea el momento para eso, pero qué duda cabe que sí hay que iniciarlo en algún momento.

Tenemos más de cuarenta años, desde finales de los 70 del siglo pasado, en este proceso de escabechina de líderes y partidos; y francamente, yo no creo que hayamos llegado todavía a un compromiso serio para el proceso de renovación de partidos y líderes −que nadie discute su necesidad− porque si existiera ese compromiso serio por cambiar el medio político o el ambiente político venezolano, muchos de los que los critican hace tiempo que se habrían metido a hacerlo: Militando en organizaciones políticas, creando nuevas organizaciones, actualizando permanentemente las que existen, etc.

El problema es que una de las terribles características de los venezolanos que tenemos algo de instrucción −y no hay nada peor que tener solo “algo” instrucción− es que tenemos la peculiar costumbre de saber que deben hacer los demás, para nosotros hacer lo mínimo o no hacer nada. Siempre ha sido más cómodo dedicarse a los negocios, a la actividad profesional, a la docencia, a militar en organizaciones de la sociedad civil − dispersas y atomizadas, pero manejables− o a disparar desde la cintura cada vez que nos provoque.

Además, quedamos muy bien, porque eso de criticar a los políticos y los partidos siempre ha estado de “moda” y es muy seguro; no hay que probar nada, pues “todo el mundo sabe que eso es así” y además nadie te va a responder ni a desmentir; y si alguien lo hace, no importa, porque en este país a nadie se le ocurre rectificar o pedir disculpas por dar falsa información o difamar.

La desadaptación de los partidos, sus líderes y su inocultable problema de desarraigo con respecto a la población venezolana y sus problemas, es un tema viejo, que se remonta a finales de los años 70 del pasado siglo y tuvo su eclosión en 1993, cuando resultó electo para un segundo periodo presidencial, Rafael Caldera, quien llegó al poder con el 30% de los votos, prescindiendo del partido social cristiano, que él mismo fundara, y a través de una alianza de mini partidos, varios de izquierda, que se autodenominaban el “chiripero”.

Durante su periodo presidencial, 1993-1998, se profundizó la decepción con los partidos tradicionales y surgió una nueva fuerza en el país: el chavismo, que se presentó y triunfó en las elecciones de 1998, en medio de un país totalmente polarizado y dividido en tres frentes bastante simétricos: el chavismo, que obtuvo 3,6 millones de votos, la oposición con 2,8 millones; y sorpresivamente la abstención, como fuerza mayoritaria pues más de 4 millones de venezolanos dejaron de ir a las urnas.

La opción triunfadora, el chavismo, era en ese momento amorfa de contenido ideológico; tras un líder, Hugo Chávez Frías, con una oferta política, mezcla de demagogia y populismo, que un día se presentaba como un Savonarola de la política, que amenazaba a los “corruptos” con freír sus cabezas en aceita; otro día aparecía aliándose con partidos de izquierda; y otro, invocando una especie de “tercera vía”, al estilo Tony Blair; pero, siempre cruzando el rio, bien montado sobre el caballo de la antipolítica.

A ese “fenómeno” los partidos tradicionales, en su momento y aún hoy, no han sabido salirle al paso, tratando de combatirlo electoramente con alianzas tradicionales poco exitosas, que han dejado en el camino muy maltrechos a los partidos tradicionales y a sus líderes. No repetiré lo ya dicho; pero, como quiera que es un tema en el que hay mucha tela que cortar, en la penosa situación de silencio que lo rodea, concentrémonos en un pequeño trozo de esa tela: La “fórmula” para renovar el liderazgo opositor.

En noviembre de 2021 surgió una propuesta para acometer esta renovación de la dirigencia opositora, cuya abanderada fue M.C. Machado: Proceder a una Elección Popular, sin CNE, −obviamente−, para elegir por la base la nueva dirigencia opositora, la que se pondría al frente de una única tarea: Salir de este régimen de oprobio.

Según dicen algunos, aunque confieso no haberlo visto, la propuesta Machado tuvo “gran aceptación”; al menos, debo decir que, salvo contadas excepciones, nadie se pronunció públicamente en contra y las críticas a los términos de la misma han sido bastante tibias; a lo mejor es porque no hay “términos”, que hayan sido expuestos de manera concisa y clara; porque si bien se habló de una “Elección Popular”’, después se ha “matizado” señalando que no se trata de unas “elecciones primarias”, sino de un “proceso popular”, sobre el cual no se han ofrecido mayores detalles: ¿Cómo?; ¿Cuándo?; ¿Características?, ¿Quién lo organiza?; y sobre todo, ¿Quiénes participan?; ¿Podrán participar en el proceso también los partidarios del régimen? Y si eso es así, ¿Cómo evitar que ellos −que obviamente tienen una mejor y demostrada capacidad para organizarse−, no sean los que decidan quienes serán los dirigentes y lideres de la oposición? Obviamente, estoy consciente que mis interrogantes pueden ser triviales, pero no descabelladas y sé que soy “vocero”, sin que nadie me lo haya pedido, de muchas personas en el país, preocupadas por el devenir político opositor.

Lo cierto es que nadie −o muy pocos− se han atrevido a criticar la “propuesta Machado”; probablemente por tres razones; primero, porque creo que todos estamos de acuerdo en que es necesario una renovación total de la dirigencia opositora, pendiente desde hace muchos años; es obvio que la actual no ha sido exitosa en su desempeño político principal: Sumar voluntades para lograr una salida política a la crisis en la que estamos sumidos; segundo, vamos a ser sinceros, porque nadie se enfrenta a MCM; y tercero, porque en mi opinión no se ha predicado con el ejemplo; el primer partido en renovarse de esta forma debió haber sido el partido que fundó, organizó y en el cual milita la proponente; y eso, que yo sepa, no ha ocurrido.

Los proponentes, aunque no mucho, sí han dicho algo: Que eso hay que construirlo entre todos −que es otra forma de decir, que nadie se hace responsable− y que eso no es por casualidad, sino por diseño; que, deliberadamente, la propuesta fue concebida y planteada de esa manera, para que algún grupo, equipo humano o dirección colegiada de gerencia lo asumiera, aunque no sabemos bajo que directriz o inspiración, porque de eso sí es verdad que no se ha hablado. Pero, los que son el objeto de la propuesta, los partidos y los líderes, tampoco han dicho nada. Quizás en el discurrir de los días, asomen algunas propuestas o se aclare más la original.

Mientras tanto, la tan deseada renovación de la dirigencia partidista y la estirpe del liderazgo opositor −como nos recordó García Márquez− parecen condenadas a pasar sus cien años de soledad, de los cuales ya llevamos más de 40; siendo los 23 últimos, los más penosos.

Politólogo

https://ismaelperezvigil.wordpress.com/

El candidato y su selección

Ismael Pérez Vigil

El tema de las elecciones presidenciales de 2024 es motivo de burla por parte del régimen, que parece decir: “…Yo soy tan poderoso, que me doy el lujo de poner en duda cuando habrá un nuevo proceso electoral’, provocación cínica que nos recuerda la letra del tango, “Mano a Mano”: “Como juega el gato maula con el mísero ratón…”.

En todo caso, flota en el ambiente el tema; incluso se asoman ya algunos candidatos opositores−rápidamente desmentidos por los interesados o sus allegados− y es motivo de angustia, desesperación y los consabidos argumentos en contra por parte de los sempiternos partidarios de la no participación, los negacionistas de la vía electoral.

La participación en las elecciones del 2024 implica examinar, por lo menos, tres temas: La selección de un candidato único por un mecanismo aceptado por todos; la unidad de los partidos, previa revisión, legitimación o reorganización de los mismos y sus líderes; y una oferta electoral, propuesta o programa, que entusiasme al país. Imposible por lo complejo y extenso de cada uno de estos temas, tratarlos en conjunto, los abordaré en partes, con la seguridad de que aun así quedarán muchos aspectos por fuera.

Comencemos por el de la unidad y el candidato unitario

La necesidad de la unidad para enfrentar el régimen es algo que muy poca gente discute; por eso sorprendió a algunos mi afirmación −en el artículo de la semana pasada, Camino al 2024, al calificar como mito la falta de unidad, sobre todo en lo que a un candidato único se refiere. En efecto así lo creo. La falta de unidad nos ha perjudicado para ganar referendos, curules en elecciones parlamentarias, o algunos cargos de alcaldes y gobernadores, pero nunca hemos tenido ese problema en lo que a un candidato presidencial se refiere.

Porque en las elecciones presidenciales, bien sea por acuerdo opositor o por polarización política del país, siempre hemos tenido un candidato único, con opción, al menos. Y aunque han surgido algunos que han pretendido disputar esa condición de candidato opositor al candidato “oficial”, por llamarlo de alguna manera, siempre que eso ha ocurrido, el propio pueblo se ha encargado de ponerlos en su sitio, dejándolos con una escasa votación.

Ni siquiera en la muy reñida votación del año 2013 (Maduro-Capriles), la aparición de candidatos distintos al oficialista y al candidato “oficial” de la oposición, privó a este último del triunfo; sumando todos los votos distintos a los del candidato oficial al candidato Capriles, solo se reducía la brecha en 0,24%, que aún no era suficiente para derrotar al candidato del régimen −aun haciendo abstracción que ese haya sido el resultado correcto, que es lo que creo, aunque algunos lo dudan−. Así, en el tema del candidato único, posiblemente hay que evaluar que impacto tiene, en su falta de penetración y profundidad en el pueblo, el tema de la forma en que se ha seleccionado.

En las elecciones presidenciales, desde 1998, se han enfrentado tres fuerzas, bastante simétricas: el oficialismo, que siempre ha salido victorioso; un sector mayoritario de la oposición democrática, que ha logrado oponerse con una cierta fuerza, apoyando a un candidato único; y un sector abstencionista, indiferente, engrosado a veces porque la oposición democrática decide jugarse esa alternativa. Aunque siempre ha sido un solo candidato opositor, con opción, no siempre eso ha ocurrido por decisión política de los partidos opositores, sino como efecto de la presión externa y la polarización. Veamos los casos.

– Para la elección presidencial del 6 de diciembre de 1998, el candidato único de la oposición, por efecto de la “polarización” fue Henrique Salas Römer; su designación como candidato único se logró gracias a un consenso, agónico, in articulo mortis, de los principales partidos políticos democráticos de la época, ante la amenaza del triunfo de Hugo Chávez Frías, que retiraron sus candidatos y apoyaron a Salas Römer. De esta forma obtuvo el 39,9% de los votos, un 16% por debajo de Hugo Chávez Frías. La abstención en ese proceso electoral fue del 36,5%.

– La elección presidencial del 30 de julio del año 2000 fue en realidad una prolongación de la elección presidencial de 1998, del “quino” de la constituyente de 1999 y de la aprobación de la novísima Constitución bolivariana el 15 de diciembre de ese mismo año. La oposición no tuvo un candidato “oficial” para esa elección, pero el electorado opositor se decantó o polarizó en favor de Arias Cárdenas, que logro el 37,5%, 22 puntos por debajo de Chávez Frías, nuevamente candidato oficial, quien obtuvo en esa oportunidad el 59,7% de los votos, su mejor resultado en todos los procesos en los que participó. La abstención fue del 43,6%, una de las más altas de la historia electoral del país, superada solamente en la elección de 2018, que fue del 53,9%, según cifras oficiales.

– En el año 2006, el 3 de diciembre, el candidato opositor fue Manuel Rosales, seleccionado por consenso después que varios otros se retiraran de la contienda, en favor de su candidatura unitaria; Manuel Rosales obtuvo el 36,9% de los votos, la diferencia a favor del régimen fue de 25 puntos, pero se consideró una notable recuperación de la oposición democrática, que salía además de varios años de inútil y dañina abstención electoral y del fracaso del referendo revocatorio de 2004. La abstención en esa oportunidad fue del 25,3%.

– En 2012, en las elecciones presidenciales del 7 de octubre, el candidato opositor fue Henrique Capriles, seleccionado en un proceso de primarias a la que llegaron al final cinco candidatos (Leopoldo López se retiró y declinó su candidatura a favor de Capriles). En esa elección de 2012, con un Chávez explotando la enfermedad que lo llevaría a la tumba, la diferencia con Capriles se redujo a menos de 11 puntos; Chávez Frías obtuvo el 55% de los votos, mientras que Capriles obtuvo el 44,3%. nos comenzamos a recuperar, pues habíamos tenido un buen resultado en las elecciones de la Asamblea Nacional de 2010, en donde la oposición, en realidad, tuvo una votación más alta que la del régimen −más de millón y medio de votos por encima− pero nos arrebataron muchos diputados, por la manipulación de los circuitos electorales.

– En la elección del 14 de abril de 2013, el candidato opositor fue Henrique Capriles, quien se enfrentó a Nicolás Maduro; la selección de Capriles se dio por consenso y por su aceptación del reto de enfrentar la maquinaria del régimen, con apenas un mes de preparación, tras el fallecimiento del Presidente en funciones, Hugo Chávez Frías, quien lo había derrotado seis meses antes; en esa elección, como dije más arriba, la diferencia fue de apenas el 1,49% de los votos. (Todavía hay gente hoy que no acepta ese resultado, empezando por el propio Capriles, quien ahora duda, pero en ese momento no dio el paso de retar a fondo ese resultado).

– El 20 de mayo de 2018, tras la debacle de 2017 −recolección de firmas con las que no se hizo nada, protestas con casi 100 muertos, etc. − la oposición democrática no participó en esa elección, ni en la de Asamblea Nacional de 2020.

Los hechos son claros, inútil negarlos. Hemos tenido un candidato único en todos esos procesos, no nos ha faltado la unidad, pero creo que la abstención nos ha privado de haber obtenido un mejor resultado. ¿Qué hubiera pasado si esos números de la abstención se hubieran sumado al candidato opositor y éste hubiera ganado? ¿Se hubiera respetado ese triunfo? No lo sé. Esa es precisamente la gran incógnita que nunca podremos resolver, al menos no, mirando por el espejo retrovisor. No insistiré nuevamente en el tema, baste recordar que la abstención siempre ha estado por encima del 20%, y ha sido un factor decisivo. Pero no el único.

Eso nos lleva, a la necesidad de evaluar otros factores. Por ejemplo, ¿Por qué en la definición de una política frente al tema electoral no se ha logrado la misma unidad que para definir un candidato? ¿Por qué no hemos dado con un mensaje −propuestas y planes hemos tenido− que haya logrado, por una parte, romper con la coraza de indiferencia de quienes se abstienen y por la otra, convencer de su error a aquellos que tras 23 años de fracasos y miseria continúan votando por el régimen?

En la falta de “penetración” del candidato han jugado seguramente un papel importante los partidos políticos y sus líderes, como “equipo” que acompaña a ese candidato, que tampoco han demostrado tener la penetración y aceptación popular suficiente. De allí que el tema, que muchos claman, de la necesaria reorganización y actualización de partidos y líderes, sea un tema primordial a ser analizado.

Politólogo

https://ismaelperezvigil.wordpress.com/