06 de agosto de 2018
Tres características del caos como fenómeno político y social quiero destacar como preámbulo de este artículo. La primera es que el caos no se anuncia. Su comportamiento es imprevisible. De repente se desata y se expande hacia las direcciones menos pensadas. La segunda es la ausencia de proporción entre causas y efectos: en momentos de caos, pequeños hechos pueden producir grandes y graves consecuencias. La tercera característica, y esto es fundamental para entender la situación de Venezuela ahora mismo, es que el caos se alimenta del caos. Aunque las realidades sean específicas, y tengan cada una su propia historia y su propia trayectoria, en un ambiente de caos pueden solaparse, mezclarse y dar lugar a situaciones simplemente inimaginables.
Sugiero al lector de este artículo que piense en estos factores, uno a uno: las cada vez más frecuentes caídas del sistema eléctrico, producto puro y duro de la falta de mantenimiento y de una gerencia adecuada en la conducción de las empresas eléctricas. La falta de agua que afecta a casi 80% del país. Las recurrentes fallas del servicio de Internet, el más lento y calamitoso de América Latina y que es fundamental para la atención de las emergencias. El colapso de todos los sistemas de transporte del país: el transporte público, los metros, los buses y camionetas, los taxis, los vehículos de los cuerpos de bomberos, el parque automotor privado, los camiones que sirven de perreras, las motos, etcétera. La falta, cada vez más dramática, de efectivo para realizar las más básicas transacciones.
Sume a lo anterior: escuelas donde predomina la deserción y en las que, a diario, entre 40% y 50% de sus docentes no asisten por las más diversas razones: porque no tienen comida, porque se enferman, porque no tienen un par de zapatos que ponerse. Hospitales y ambulatorios colapsados por la demanda, y que carecen de insumos, de medicamentos, de médicos y paramédicos, de instalaciones adecuadas y de las mínimas condiciones de salubridad para el cumplimiento de sus funciones.
Algo que se nos olvida a menudo: la situación de los conglomerados. ¿Acaso la situación de hambre, enfermedad, deterioro de la infraestructura, abandono por parte de los funcionarios, no está golpeando las cárceles, los centros para menores, los geriátricos y otras instituciones donde conviven personas de distinta edad y proveniencia? ¿Y qué decir de los cuarteles? ¿Cree el lector que decenas de miles de soldados y oficiales de baja graduación comen, beben, duermen, se bañan, se asean, se visten y llevan las vidas de reyezuelos, que es el rasgo del ministro de la Defensa y de los miembros del Alto Mando Militar?
Y hay más: si la industria petrolera es una especie de campo cada vez más ruinoso e inseguro, ¿podría acaso producirse una suspensión de las ventas de combustible a nivel nacional? ¿Será cierto lo que dicen algunos expertos, que el gobierno está preparando el terreno –incluido el intento de carnetizar a toda la sociedad para tener un cupo de gasolina– porque sabe que, en poco tiempo, su capacidad para producir combustibles se verá definitivamente impactada?
Podría agregar a este recorrido muchos otros asuntos: las guerras entre bandas de delincuentes; los operativos de ajusticiamiento que los cuerpos armados y paramilitares del gobierno ejecutan con total impunidad; las medidas económicas que se toman, carentes de sentido, como las de la reconversión monetaria, que quedará en la historia venezolana como una de las más insólitas payasadas que haya producido gobierno alguno; la hiperinflación, que apunta a cifras que dejan atrás las peores previsiones al respecto.
Todas estas variables afectan a diario a las familias venezolanas. No son padecimientos aislados. Actúan de forma colectiva, hasta el punto de volver la cotidianidad una pesadilla constante, que no da tregua. Basta comparar el estado de las cosas en Venezuela, entre agosto de 2017 y este agosto, un período de solo un año, para que la conclusión sea evidente: los problemas se están solapando, se están fusionando, se están alimentando los unos a los otros.
En conclusión: las expresiones de caos ya presentes en la escena venezolana, podrían dar un salto cualitativo en cualquier momento. A nadie debe sorprender: en el momento menos pensado, Venezuela habrá ingresado en estado de caos total.