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Editorial de El Nacional

El Delcygate y sus implicaciones

Editorial de El Nacional

El “no viaje” —como lo llama Pedro Sánchez— de la vicepresidenta venezolana Delcy Rodríguez a Madrid el 20 de enero de 2020 ha vuelto al debate público en la prensa y las tribunas políticas españolas luego de conocerse el informe de la Unidad Central Operativa (UCO), órgano de la Policía Judicial de la Guardia Civil.

“¿Qué estás haciendo en mi oficina?”

Editorial de El Nacional

Cuando James Story salió de su oficina en enero de 2019 dejó una carta en la que aseguraba que regresaría. Pero no solamente eso, dejó en claro que está convencido de que el pueblo venezolano saldrá victorioso de esta pelea contra un régimen oscuro y delincuencial.

Desde que maneja la oficina de negocios de Estados Unidos desde la capital de Colombia, este diplomático no ha dejado de estar en contacto con los venezolanos que quieren la libertad.

En estos momentos en los que se conoce que el presidente Donald Trump lo propone como embajador para Venezuela poco importa su curriculum como diplomático, que por demás ha sido brillante y al servicio de los intereses de su país, como se espera.

Lo que les importa a los venezolanos es que Story no ha dejado de servir a Estados Unidos, pero con la vista puesta en un pueblo que conoce bien y que sabe que es víctima del peor de los regímenes autoritarios en América Latina.

“¿Qué haces en mi oficina?”, escribió en aquella misiva que dejó sobre su escritorio. Y ese despacho le pertenece, por haber mostrado la mayor de las solidaridades con Venezuela cuando ha necesitado de sus gestiones.

Ha sido pieza importante en lo que se refiere a la ayuda humanitaria. Ha sido una voz de aliento cada vez que los venezolanos sienten que desaparece la esperanza.

https://www.elnacional.com/opinion/que-estas-haciendo-en-mi-oficina/

Rumbo al caos total

Editorial de El Nacional

06 de agosto de 2018

Tres características del caos como fenómeno político y social quiero destacar como preámbulo de este artículo. La primera es que el caos no se anuncia. Su comportamiento es imprevisible. De repente se desata y se expande hacia las direcciones menos pensadas. La segunda es la ausencia de proporción entre causas y efectos: en momentos de caos, pequeños hechos pueden producir grandes y graves consecuencias. La tercera característica, y esto es fundamental para entender la situación de Venezuela ahora mismo, es que el caos se alimenta del caos. Aunque las realidades sean específicas, y tengan cada una su propia historia y su propia trayectoria, en un ambiente de caos pueden solaparse, mezclarse y dar lugar a situaciones simplemente inimaginables.

Sugiero al lector de este artículo que piense en estos factores, uno a uno: las cada vez más frecuentes caídas del sistema eléctrico, producto puro y duro de la falta de mantenimiento y de una gerencia adecuada en la conducción de las empresas eléctricas. La falta de agua que afecta a casi 80% del país. Las recurrentes fallas del servicio de Internet, el más lento y calamitoso de América Latina y que es fundamental para la atención de las emergencias. El colapso de todos los sistemas de transporte del país: el transporte público, los metros, los buses y camionetas, los taxis, los vehículos de los cuerpos de bomberos, el parque automotor privado, los camiones que sirven de perreras, las motos, etcétera. La falta, cada vez más dramática, de efectivo para realizar las más básicas transacciones.

Sume a lo anterior: escuelas donde predomina la deserción y en las que, a diario, entre 40% y 50% de sus docentes no asisten por las más diversas razones: porque no tienen comida, porque se enferman, porque no tienen un par de zapatos que ponerse. Hospitales y ambulatorios colapsados por la demanda, y que carecen de insumos, de medicamentos, de médicos y paramédicos, de instalaciones adecuadas y de las mínimas condiciones de salubridad para el cumplimiento de sus funciones.

Algo que se nos olvida a menudo: la situación de los conglomerados. ¿Acaso la situación de hambre, enfermedad, deterioro de la infraestructura, abandono por parte de los funcionarios, no está golpeando las cárceles, los centros para menores, los geriátricos y otras instituciones donde conviven personas de distinta edad y proveniencia? ¿Y qué decir de los cuarteles? ¿Cree el lector que decenas de miles de soldados y oficiales de baja graduación comen, beben, duermen, se bañan, se asean, se visten y llevan las vidas de reyezuelos, que es el rasgo del ministro de la Defensa y de los miembros del Alto Mando Militar?

Y hay más: si la industria petrolera es una especie de campo cada vez más ruinoso e inseguro, ¿podría acaso producirse una suspensión de las ventas de combustible a nivel nacional? ¿Será cierto lo que dicen algunos expertos, que el gobierno está preparando el terreno –incluido el intento de carnetizar a toda la sociedad para tener un cupo de gasolina– porque sabe que, en poco tiempo, su capacidad para producir combustibles se verá definitivamente impactada?

Podría agregar a este recorrido muchos otros asuntos: las guerras entre bandas de delincuentes; los operativos de ajusticiamiento que los cuerpos armados y paramilitares del gobierno ejecutan con total impunidad; las medidas económicas que se toman, carentes de sentido, como las de la reconversión monetaria, que quedará en la historia venezolana como una de las más insólitas payasadas que haya producido gobierno alguno; la hiperinflación, que apunta a cifras que dejan atrás las peores previsiones al respecto.

Todas estas variables afectan a diario a las familias venezolanas. No son padecimientos aislados. Actúan de forma colectiva, hasta el punto de volver la cotidianidad una pesadilla constante, que no da tregua. Basta comparar el estado de las cosas en Venezuela, entre agosto de 2017 y este agosto, un período de solo un año, para que la conclusión sea evidente: los problemas se están solapando, se están fusionando, se están alimentando los unos a los otros.

En conclusión: las expresiones de caos ya presentes en la escena venezolana, podrían dar un salto cualitativo en cualquier momento. A nadie debe sorprender: en el momento menos pensado, Venezuela habrá ingresado en estado de caos total.

¿Murió la MUD?

Editorial de El Nacional

09 de noviembre de 2017 01:01 AM

Cuando una persona se encierra en su casa durante una larga temporada y no se deja ver, los vecinos comienzan a murmurar. La ausencia de quien antes era callejero y dicharachero provoca comentarios, preguntas sensatas, inquisiciones cargadas de preocupación. Se siente un vacío en el barrio, una notoria falta en la urbanización, una ausencia que aumenta debido a la desaparición de quien fuera antes animador de la rutina y el más generoso anfitrión.

¿Dónde está el amigo de los días llenos de vida? ¿Cuál es ahora el destino de quien fuera repartidor de copas y licores, voz de las tertulias de la esquina? Los vecindarios que se congregan para buscar las razones de una despedida tan inesperada de quien fuera factor fundamental de la rutina cumplen un deber relacionado con las cosas que más importan, los asuntos de la vida cotidiana, los negocios de los cuales dependen temas caros para la gente común.

Más todavía cuando se sienten ruidos en la residencia del ausente. Si el domicilio del amigo extraviado se caracterizó antes por el sosiego, las bullas que sienten de pronto en las estancias del domicilio multiplican las hablillas y los temores. No está muerto, porque levanta la voz entre los suyos. Hay gente que grita en el apartamento, lo que era paz parece es ahora guerra doméstica. De pronto salen del interior unos íntimos mal encarados, unos tipos apurados y desmañados cuya conducta contrasta con la afabilidad que mostraban antes y que hacía las delicias del contorno. Ciertamente no está muerto, porque no deja de gritar entre los suyos, pero ya no forma parte de la comunidad que tanto lo quería, se puede pensar con fundamento. De allí el aumento de un clima de desasosiego y asombro.

Un día llegó la agencia de mudanzas, pero no se llevó nada. Los muebles no salieron de la casa. Ni un pelo se movió. Todo se mantuvo intacto. De pronto aparecieron unos obreros con unas latas de pintura, pero no se ocuparon de retocar el frente, ni tampoco las piezas del interior. No se vio movimiento, con seguridad. Nada importante sucedió. Los pintores estuvieron allí de paso y de balde, porque al final se quedaron esperando en la acera sin ganas de trabajar, o debido a que el dueño no tenía plata para pagarles.

Todo esto aumentó la curiosidad de los ociosos de la cuadra, y aun de los que regresaban afanados de sus trabajos, para que se mantuviera una atmósfera de inquietud que trascendió hacia otros vecindarios que se habían enterado de la curiosa vicisitud y que se interesaban por saber cómo marchaba el asunto.

Un día se estacionó el carro de la funeraria en el frente de la casa del vecino. Los señores de uniforme negro entraron con premura y permanecieron un par de horas en lo que se asumió como una reunión de gran importancia, eso que llamamos cuestión de vida o muerte, pero salieron con las manos vacías. No volvieron con el féretro que se esperaba, pero sembraron la idea de que el vecino había muerto y había sido enterrado en el patio trasero de su hogar, para no molestar más de la cuenta.

A estas horas nadie sabe si hubo sepelio, ni otro episodio digno de atención, en suma, pero un tufo de cementerio se ha apoderado del lugar.

El ejemplo de los estudiantes

Editorial de El Nacional

Desde el comienzo de la república, los estudiantes han dado ejemplos de gallardía ciudadana. No se arredraron antas las dictaduras del siglo XIX y se levantaron contra las tiranías de Juan Vicente Gómez y del general Pérez Jiménez. Hoy se colocan en la vanguardia, de nuevo, para detener los zarpazos del madurismo.

El Tribunal Supremo de Justicia, ¿o de Injusticia? en su servidumbre al servicio del poder Ejecutivo, es decir, como peones del macabro ajedrez orquestado desde Miraflores para cercenar las libertades públicas, ha prohibido la celebración de elecciones para los cuerpos representativos de los estudiantes en la Universidad Central de Venezuela.

Se han valido de cualquier argumento especioso, han propinado una nueva zancadilla a la legalidad y a los hábitos democráticos de nuestra primera casa de estudios, para impedir la renovación de las autoridades que usualmente cambian los jóvenes que allí hacen vida. Los magistrados, siguiendo las instrucciones de la jefatura, quieren imponer el quietismo en una de las fuerzas más activas y prometedoras de la sociedad.

Le temen a la democracia, tiemblan ante la alternabilidad, las conductas autónomas de la ciudadanía les causan pavor. Como su patrón de Miraflores, los manumisos del TSJ pretenden la imposición de una calma chicha que les permita el aumento de la hegemonía del chavismo sobre la sociedad. Mientras más pasividad, mayores alternativas de dominio arbitrario por parte de la dictadura, señalan las cuentas que sacan desde el interior de su caverna. De allí su prohibición de los comicios estudiantiles de la UCV.

Pero los estudiantes harán las elecciones. No habrá forma de evitarlas, afirman sus líderes en una muestra de coraje cívico que nos debe servir de ejemplo a todos. Acuden al principio de la autonomía universitaria para evitar la intromisión de los mandones, la arbitrariedad de los leguleyos de Nicolás Maduro, la barbarie que pretende el regreso de la sombra al alma mater. Estamos en presencia de una conducta enaltecedora, propia de quienes ahora representan la dignidad de memorables luchas pasadas, pero también topamos con la indicación de un camino que podemos y debemos seguir como sociedad ante las tropelías que se vienen multiplicandos por instrucciones del dictador.

Maduro y su dócil TSJ quieren que las cosas sean a su manera porque les da la gana, pero nosotros las haremos a la nuestra de acuerdo con el mandato de la legalidad y la decencia, dicen los estudiantes. Una pretenden los mandones y otra señalan la Constitución, el estatuto universitario y el mandato de razón.

Las autoridades de la UCV deben apoyarlos, por supuesto, pero también la sociedad en pleno, los partidos políticos, la MUD, los gremios y los colegios profesionales que luchan contra la dictadura, no en balde dan luz con su conducta en la medida en que nos indican lo que debemos hacer para salir del atolladero, para abandonar la sumisión y la pasividad, para iniciar la etapa de la historia que se merece el pueblo venezolano.

18 de febrero de 2017 12:01 AM

http://www.el-nacional.com/noticias/editorial/ejemplo-los-estudiantes_81558