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Moises Naim

América Latina, ¿quo vadis?

Moises Naim

Colombia acaba de elegir a su próximo presidente, Gustavo Petro, quien a pesar de su larga trayectoria política se presenta como un outsider que va a desalojar del poder a las élites que siempre han gobernado a su país. Eso mismo han prometido Andrés Manuel López Obrador en México, Gabriel Boric en Chile, Pedro Castillo en Perú, Alberto Fernández en la Argentina y varios otros presidentes latinoamericanos. El 2 de octubre habrá elecciones en Brasil y es casi seguro que compitan el actual presidente Jair Bolsonaro y el expresidente Lula da Silva.

Además de enfrentar agresivamente a sus opositores, todos estos líderes prometen radicales cambios institucionales y reformas económicas. Todos ellos también se han comprometido a disminuir fuertemente la pobreza y la desigualdad. ¿Tendrán éxito? No. Desde hace varias décadas, ninguno de la larga lista de predecesores que intentó hacer permanentes e indispensables cambios en su país lo lograron. La excepción a esta tendencia fueron Hugo Chávez y, su sucesor, Nicolas Maduro, quienes sí transformaron drásticamente a Venezuela. La destruyeron.

El nuevo presidente colombiano es el más reciente miembro de este club de líderes políticos que llegan al poder con promesas populistas que no podrán cumplir o las impondrán como sea, sin importarles los costos y otros efectos nefastos. Además, deberán gobernar sociedades con niveles de polarización política y social que con frecuencia hacen imposible lograr acuerdos y compromisos entre grupos políticos o segmentos de la sociedad que rivalizan y no se toleran. Al igual que en muchas otras partes del mundo, en América Latina la toma de importantes decisiones gubernamentales se ve bloqueada por la polarización que se nutre de las identidades grupales: religión, raza, género, región, edad, intereses económicos, ideologías y más. Esta polarización, que siempre ha existido, ahora se ha potenciado por la posverdad: el auge de la desinformación, las noticias falsas y la manipulación y la diseminación de mensajes que crean desconfianza.

Estas son las tres “P” que definen las realidades políticas en estos tiempos: el populismo (divide y vencerás, promete y ganarás), la polarización (el uso y abuso de la discordia) y la posverdad (¿a quién creer?). Gobernar con éxito en este contexto se hace aún más difícil al tomar en cuenta la situación económica de América Latina. La salud de las economías de la región depende críticamente de los precios internacionales de las materias primas que constituyen sus principales rubros de exportación. Cuando la demanda y los precios de estos productos en el mercado mundial suben, los gobiernos latinoamericanos obtienen recursos que alimentan el gasto público y así alivian las fricciones políticas y sociales. Si los precios internacionales caen, la conflictividad política y social arrecia. Es un patrón recurrente.

Todo parece indicar que la economía global va a pasar por una fuerte contracción y que América Latina no podrá evitar el impacto de los shocks externos. La inflación, un fenómeno hasta ahora desconocido por la gran mayoría de los jóvenes de la región, volverá a aparecer después de décadas en las cuales el aumento de precios no era parte de la vida cotidiana. La inflación será una perniciosa fuente de hambre, empobrecimiento, desigualdad, estancamiento económico y conflicto social.

Los efectos políticos de la inflación se combinan ahora con una terrible condición preexistente: la desilusión con la democracia. Millones de latinoamericanos fuertemente afectados por la pandemia, el desempleo, la pésima calidad de los servicios públicos, la inseguridad alimentaria, la corrupción y la criminalidad han perdido la esperanza de que las elecciones y la democracia les darán las oportunidades que los políticos les han largamente prometido.

Este es el contexto en el cual deberá gobernar a Colombia el presidente Gustavo Petro. Tiene tres alternativas. La primera es darle viabilidad política a su ambiciosa agenda de cambios a través de transacciones oportunistas con algunos líderes, partidos de oposición y grupos sociales que lo adversan lo cual, inevitablemente, requerirá que el presidente haga concesiones. Aumentar ese margen de apoyo será indispensable y requerirá tomar muchas decisiones poco virtuosas. La segunda alternativa es que Petro proponga al país un vasto e incluyente acuerdo nacional. Una amplia alianza que permita la toma de importantes decisiones y que sea sincera y creíble, le puede dar el sustento que necesita. De nuevo, esto implica hacer concesiones que pueden ser duras de tragar para el presidente y quienes lo apoyaron en su conquista de la presidencia. La tercera opción que le queda es la de comportarse como lo han hecho en otras partes del mundo los presidentes de las tres “P”: ir furtivamente debilitando las instituciones, normas, pesos y contrapesos que definen la democracia. Ojalá que la democracia colombiana sobreviva las tres “P”.

@moisesnaim

La Nación

27 de junio 2022

https://www.lanacion.com.ar/opinion/america-latina-quo-vadis-nid27062022/

¿‘Bye, bye’, democracia?

Moises Naim

Donald Trump va a ser candidato en 2024. La expectativa de que su influencia se desvanecería es una ilusión sin fundamento

“Estados Unidos va camino a la mayor crisis política y constitucional que ha confrontado desde su guerra civil. Existe una razonable probabilidad de que en los próximos tres o cuatro años ocurran situaciones de violencia masiva… y que el país se fragmente en enclaves rojos y azules en guerra entre sí”.

Así comienza un explosivo artículo recién publicado en The Washington Post de Robert Kagan, quien fue hasta 2016 uno de los más influyentes estrategas en política exterior del Partido Republicano.

Su análisis trata temas que, lamentablemente, asociamos más bien a las endebles democracias de América Latina, con su ya conocida propensión al suicidio. El análisis de Kagan marca un hito en reconocer la latinoamericanización de la política en EE UU.

Su análisis se funda en dos pilares. Primero, que Donald Trump va a ser el candidato republicano a la presidencia de EE UU en las elecciones de 2024. La expectativa de que su visibilidad e influencia se desvanecerían después de que perdiera la elección de 2020 es una ilusión sin fundamento.

Trump tiene el dinero, la maquinaria política y millones de seguidores. Además, en 2024 se enfrentará a contendientes políticamente vulnerables. Trump podría tener problemas legales o de salud que le impidan participar en las próximas elecciones, pero actuar con base en esta suposición es pensamiento mágico, no estrategia política.

Según Kagan, el Partido Republicano, ya no se define por su ideología sino por la lealtad a Donald Trump. Los líderes del partido que no apoyan incondicionalmente al expresidente son sumariamente marginados y ferozmente atacados. El segundo pilar es que Trump y sus aliados están alistándose para garantizar la victoria electoral a través de medios no democráticos, si fuese necesario recurrir a ellos.

Los torpes y fracasados intentos de usar demandas judiciales para darle a Trump los votos que le faltaron para ganarle a Joe Biden, así como los aspavientos mediáticos y políticos para persuadir al país de que a Trump le robaron la elección, ya no serán ni torpes ni improvisados. Está en marcha un sofisticado, aguerrido y muy bien financiado proyecto cuyo objetivo es el control del proceso electoral en Estados claves, del conteo de votos, así como la redefinición de las autoridades estatales que tienen la potestad de declarar quien ganó la elección en su Estado. “El escenario para el caos está montado”, escribe Kagan, y continua: “Imagínese semanas de protestas masivas en múltiples estados en los cuales los legisladores y las autoridades locales de ambos partidos declaran ganador a su candidato y denuncian a sus rivales de estar haciendo esfuerzos inconstitucionales para tomar el poder… Los activistas de ambos partidos estarán mejor armados y más dispuestos a utilizar la violencia física contra sus opositores de lo que estuvieron en las elecciones de 2020″.

Kagan alza su voz ante tendencias que son novedosas en los Estados Unidos, pero no para los latinoamericanos. Tiene el mérito de percibir claramente que los caudillos como Trump no hacen política como los demócratas, sino que se valen sistemáticamente de tácticas asimétricas para lograr sus cometidos.

Veámoslo así: Osama bin Laden le enseñó al mundo qué es la guerra asimétrica mientras que Donald Trump nos mostró qué es la política asimétrica.

La guerra asimétrica es un conflicto armado en el cual una de las partes tiene muchos más recursos y capacidades militares que su contrincante, quien recurre a estrategias, tácticas y reglas no convencionales. En 2015, Donald Trump no tenía un partido dispuesto a llevarlo a la presidencia, pero contaba con la disposición de romper con todas las reglas y esquemas tradicionales de la política, sorprendiendo y desorientando a sus rivales. Zambullirse en la política asimétrica no solo le permitió adueñarse del Partido Republicano sino también de la presidencia de EE UU. Y aunque no logró ser reelegido en 2020, su éxito como líder de un movimiento que se nutre de la asimetría política es indudable.

¿Qué hacer? ¿Cómo fortalecer la democracia estadounidense e impedir que lideres con propensiones antidemocráticas lleguen al poder? Paradójicamente, la mejor manera de enfrentar la política asimétrica que le da ventajas electorales a demagogos, populistas y charlatanes no es imitándolos. Los ataques a la democracia hay que combatirlos con más y mejor democracia. Las democracias del mundo, y la estadounidense de manera urgente, necesitan ser reparadas y reformadas para responder a nuevas realidades como las pandemias o a viejas malignidades como la desigualdad.

Pero antes de discutir iniciativas concretas para defender la democracia y combatir los ataques asimétricos a los que estará sometida es necesario crear un amplio consenso acerca de lo grave que es esta amenaza. El ataque asimétrico a la democracia no es “más de lo mismo”. Es un fenómeno político diferente con muchos aspectos inéditos. Para derrotarlo hay que entenderlo, crear conciencia acerca de su toxicidad y darle la prioridad que merece. Ojalá se pueda.

@moisesnaim

¿Cuál es el lugar más peligroso del mundo? Washington

Moises Naim

Los expertos en seguridad internacional suelen preparar listas de los lugares más peligrosos del mundo. Cachemira, por ejemplo, siempre aparece en esas clasificaciones. Es un territorio fronterizo que se disputan la India, Pakistán y China y que ha sido motivo de conflictos armados. La India y Pakistán cuentan con armas nucleares, lo que aumenta el peligro de un enfrentamiento armado de menor cuantía que va creciendo hasta convertirse en una grave amenaza a la paz mundial. Siria, otro de los lugares peligrosos, también ilustra cómo conflictos locales que arrecian terminan afectando a toda una región y más allá. Estos días, vemos cómo Turquía aprovecha las circunstancias internacionales para conquistar nuevos territorios, alterar fronteras y someter a los kurdos. La península Arábiga, el golfo Pérsico, los países del norte del Cáucaso o la península coreana son algunos de los lugares donde conflictos locales o binacionales tienen el potencial de internacionalizarse.

Pero esta lista de los lugares más peligrosos del mundo hay que actualizarla. Hoy, el epicentro desde el cual se irradian graves amenazas a la estabilidad mundial es… Washington. Y, más precisamente, la Casa Blanca.

El presidente que se nos presentó como un maestro en el arte de negociar y como un perpetuo ganador no ha hecho sino perder y dejar que los dictadores más infames de nuestro tiempo lo manipulen. Su nuevo amigo, el sangriento dictador de Corea del Norte, le hizo creer que estaba dispuesto a desmantelar su arsenal nuclear a cambio de que Washington le quitase las sanciones. Mientras tanto, el tirano coreano ha seguido probando sus bombas nucleares y los misiles de largo alcance que las llevan. El autocrático presidente de Turquía, Recep Tayyip Erdogan, persuadió a Trump de que retirara las tropas estadounidenses de Siria y que dejara que fuerzas turcas invadiesen el norte de ese país y “neutralizaran” a las milicias kurdas. No le importó a Trump el decisivo rol que jugaron los kurdos en la feroz lucha contra el Estado Islámico. La concesión que Trump le hizo a su amigo turco le está costando caro dentro y fuera de su país. De hecho, el haber permitido la aventura bélica de Erdogan logró lo que hasta ahora había sido imposible: que los republicanos en el Congreso votasen abrumadoramente junto con los diputados demócratas criticando una decisión del presidente.

También es evidente que el presidente Trump se siente más cómodo con su otro mejor amigo, Vladímir Putin, que con el Congreso de su país. La última evidencia de esto fue su decisión de vetar una resolución propuesta por la Unión Europea condenando a Turquía por su invasión a Siria. ¿Otro país que vetó la resolución? Rusia. Trump tampoco ha tenido mucho éxito en su guerra comercial contra China, con la decisión de retirar a EE UU del acuerdo nuclear con Irán, en su manejo de la crisis entre Arabia Saudí y sus vecinos, en las negociaciones con los talibanes, en sus relaciones con sus aliados europeos y por supuesto en el intento de poner la política internacional de EE UU al servicio de sus intereses personales, tanto electorales como comerciales. En general, la pérdida de poder e influencia de EE UU en el mundo producida por las actuaciones de Trump pasará a la historia como uno de los más devastadores autogoles geopolíticos. Pero, a pesar de lo grave que es la inestabilidad que Trump ha provocado en el mundo, el mayor peligro que hoy emana de la Casa Blanca no es internacional, es doméstico.

Cada vez con más audacia y agresividad el presidente está poniendo a prueba la Constitución y las normas de las cuales depende la democracia estadounidense. Trump ha retado al Congreso, negándole a los diputados su derecho constitucional a obtener documentos o a ordenar la comparecencia de funcionarios públicos o ciudadanos que tienen información relevante. Los grotescos ataques del presidente a los políticos de la oposición, contra personas que trabajaron con él y terminaron repudiándolo, contra los medios de comunicación y sus periodistas, son constantes y crecientes. Estos no son simples excesos verbales de un político histriónico, son peligrosas conductas antidemocráticas.

Las amenazas que enfrentan las democracias fueron señaladas por un joven político estadounidense en 1838. Abraham Lincoln, con 28 años de edad, explicó que, para contrarrestarlas, la democracia de su país debía cultivar una “religión política” que enfatizase la reverencia por las leyes y la dependencia en la “razón, la fría, desapasionada razón”. Es obvio que Donald Trump no siente mayor reverencia por las leyes o los hechos y que Estados Unidos va a depender de sus instituciones y de sus líderes para preservar su democracia. Es mucho lo que está en juego.

Una fuerte democracia estadounidense no solo beneficia a ese país sino también al resto del mundo. Es por eso que los intentos de minar la democracia que hoy vemos en Washington hacen de esa ciudad el lugar más peligroso del mundo.

20 de octubre 2019

El País

https://elpais.com/elpais/2019/10/19/opinion/1571496513_365404.html

El diálogo político en Venezuela: ¿ingenuo o inevitable?

Moises Naim

Irán quiere que en Venezuela haya diálogo. “El caos no puede ser la solución a las discrepancias políticas en Venezuela”, dijo Abbas Mousavi, portavoz del Ministerio de Relaciones Exteriores de la República islámica. El Gobierno chino también ha expresado su esperanza de que “las partes en conflicto puedan resolver sus diferencias políticas a través del dialogo”. Al igual que Serguéi Lavrov, el ministro de Exteriores ruso, la ONU, e infinidad de otros países, organismos y personalidades.

Así es; todo el mundo quiere un diálogo político en Venezuela. “Todo el mundo” menos los venezolanos, que ya tienen dos décadas de experiencia “dialogando”. Primero participaron en diálogos con Hugo Chávez y luego con Nicolás Maduro.

¿El resultado? Todos los “diálogos” terminaron fortaleciendo al Gobierno y debilitando a la oposición.

Entre octubre de 2002 y mayo de 2003, por ejemplo, César Gaviria, el entonces secretario general de la Organización de Estados Americanos, (OEA) se dedicó casi a tiempo completo a propiciar en Caracas un diálogo entre el Gobierno de Hugo Chávez y las representantes de la oposición. El expresidente de EE UU Jimmy Carter también participó activamente. ¿El resultado? Mientras la oposición negociaba con el Gobierno y todos los medios de comunicación se concentraron en informar sobre “el diálogo”, el régimen cubano consolidó su influencia en Venezuela.

En 2014, el Gobierno de Maduro confrontó fuertes protestas callejeras protagonizadas, principalmente, por estudiantes. El Gobierno respondió con sus dos armas favoritas: represión y… diálogo. Esta vez el diálogo de marras tuvo lugar en el palacio presidencial, fue televisado y algunos líderes de la oposición pudieron ser oídos por el país. Maduro también invitó al cardenal Pietro Parolin como “testigo de buena fe” del diálogo. El cardenal había sido el enviado del Vaticano en Caracas durante cuatro años y el papa Francisco lo acababa de nombrar secretario de Estado, el cargo número dos en la Curia. ¿El resultado? Las protestas callejeras se acallaron, miles de estudiantes fueron arrestados, muchos de ellos, torturados y otros, asesinados. Leopoldo López, el líder político más popular de la oposición, fue encarcelado y condenado a 14 años de prisión. Maduro consolidó su poder.

Dos años después volvió a pasar lo mismo. Sintiéndose débil, Maduro convoca a un diálogo, esta vez en la Republica Dominicana. Fue un caos. Numerosas delegaciones, confusión, divisiones y muchas promesas. El mejor indicador del calibre de esa reunión es que contó con la activa mediación de José Luis Rodríguez Zapatero. No es de extrañar, entonces, que entre quienes se oponen al régimen de Maduro, el diálogo tenga mala fama. Hasta ahora, los diálogos solo han servido para fortalecer al Gobierno, dividir a la oposición y desactivar las protestas populares.

Lo ideal, por lo tanto, sería que no hiciesen falta ni diálogo, ni negociación. Sería fantástico que Maduro y sus secuaces pronto colapsen bajo el peso de su impopularidad, sus rencillas internas, la profundización de la crisis humanitaria, el descontento de grupos militares, la presión internacional, y la consolidación del Gobierno de Juan Guaidó. ¡Ojalá! Pero, como sabemos, a veces, lo ideal no es ni práctico ni realista. Es posible que la situación actual se prolongue y que la única forma de salir de Maduro, avanzar hacia elecciones no amañadas, y dar comienzo a nuevas políticas que atenúen las letales crisis que aniquilan a los venezolanos sea a través de acuerdos negociados entre la oposición y el régimen.

Compresiblemente, esta idea es repugnante para muchos. Pero, lamentablemente, también puede ser inevitable. Un prolongado statu quo significa la muerte de decenas de miles de personas, más millones de refugiados venezolanos en otros países y la profundización de la crisis humanitaria.

La buena noticia es que las sociedades, y sus políticos, aprenden. La sociedad venezolana ya ha aprendido que, hasta ahora, los diálogos han sido una trampa y que no se pueden aceptar ingenuamente. La comunidad internacional democrática tampoco cree en Maduro y exige de su parte hechos concretos que contribuyan a reducir la justificada desconfianza que le tienen.

También es cierto que en los diálogos anteriores, la oposición estaba más débil y desorganizada, no contaba con el apoyo de 54 países y el régimen de Maduro no era tan vulnerable como lo es ahora. El aprendizaje social y la debilidad del régimen permiten que la oposición rehúse cualquier negociación si antes el régimen no da muestras de que tiene la intención de hacer concesiones importantes. Podría, por ejemplo, unilateralmente, y antes de comenzar cualquier diálogo o negociación, anunciar que adelanta la fecha de las elecciones presidenciales, o liberar a los presos políticos o permitir la entrada masiva de ayuda humanitaria.

De nuevo, esto tiene que ocurrir antes de que la oposición se siente a negociar con el régimen.

Suponer que Maduro y los suyos pueden participar en un diálogo sin mentir y sin intentar manipularlo puede ser ingenuo. Pero, quizás, más ingenuo aún es suponer que, en Venezuela, es posible evitar el diálogo político indefinidamente.

19 de mayo de 2019

@moisesnaim

El País

https://elpais.com/elpais/2019/05/18/opinion/1558202401_571471.html

Todo comenzó con la pornografía

Moises Naim

A finales del año pasado comenzaron a circular por Internet videos pornográficos cuyas principales protagonistas eran algunas de las actrices y cantantes más famosas de estos tiempos. Naturalmente, los videos se hicieron virales y fueron vistos por millones de personas en todo el mundo. A los pocos días se supo que Scarlett Johansson, Taylor Swift, Katy Perry y otras artistas de renombre no eran las verdaderas protagonistas de estos videos sino las víctimas de una nueva tecnología que, utilizando inteligencia artificial y otros avanzados instrumentos digitales, permite insertar la imagen facial de cualquier persona en un video.

Ese fue solo el comienzo. Muy pronto Ángela Merkel, Donald Trump y Mauricio Macri también fueron víctimas de lo que se conoce como deepfake o falsificación profunda. Barack Obama fue utilizado, sin su consentimiento, para ejemplificar los posibles usos nefastos de esta tecnología. Vemos a Obama diciendo en un discurso lo que el falsificador quería que él dijera y que el ex presidente jamás había dicho. Pero el resultado es un video muy real.

La manipulación de imágenes no es nada nuevo. Los gobiernos autoritarios tienen una larga historia “desapareciendo” de las fotos oficiales a líderes caídos en desgracia. Y ya desde 1990 PhotoShop permite al usuario alterar fotografías digitales.

Pero deepfake es diferente. Y mucho más peligroso. Diferente porque desde que circularon los videos falsos de las actrices hasta hoy esa tecnología ha mejorado muchísimo. La imagen corporal y la expresión de la cara son hiperrealistas y la imitación de la voz y la gestualidad de la persona son tan exactas que resulta imposible descubrir que es una falsificación, a menos que se cuente con sofisticados programas de verificación digital. Y el peligro de deepfake es que esta tecnología está al alcance de cualquier persona.

Un ex novio despechado y sociópata puede producir y diseminar anónimamente por las redes sociales un video que imita perfectamente la voz, los gestos y la cara de la mujer que lo dejó y en el cual ella aparece haciendo o diciendo las más vergonzosas barbaridades. Las imágenes de policías propinándole una brutal paliza a una anciana que participa en una protesta contra el gobierno pueden provocar violentos enfrentamientos entre la muchedumbre que protesta y los agentes policiales. El respetado líder de un grupo racial o religioso puede instigar a sus seguidores a atacar a miembros de otra raza o religión. Algunos estudiantes pueden producir un comprometedor video de un profesor a quien repudian. Extorsionadores digitales pueden amenazar a una empresa con divulgar un video que dañará su reputación si la empresa no paga lo que le piden.

Los posibles usos de deepfake en la política, la economía o las relaciones internacionales son tanto variados como siniestros. La divulgación de un video mostrando a un candidato a la presidencia de un país diciendo o haciendo cosas reprobables poco antes de los comicios se volverá una treta electoral más comúnmente usada. Aunque el rival de este candidato en la pugna electoral no haya aprobado el uso de esta indecente táctica, sus seguidores más radicales pueden producir el video y distribuirlo sin pedirle permiso a nadie.

El potencial de los videos falsificados para enturbiar las relaciones entre países y exacerbar los conflictos internacionales también es enorme.

Y esto no es hipotético; ya ha ocurrido. El año pasado el emir de Qatar, Tamim bin Hamad al-Thani, apareció en un video elogiando y apoyando a Hamas, Hezbollah, a los Hermanos Musulmanes y a Irán. Esto provocó una furibunda reacción de Arabia Saudita, los Emiratos Árabes Unidos (EAU), Bahréin y Egipto, que ya venían teniendo fricciones con Qatar. Denunciaron el discurso del emir como un apoyo al terrorismo y rompieron relaciones diplomáticas, cerraron las fronteras y le impusieron un bloqueo de aire, mar y tierra. La realidad, sin embargo, es que el emir de Qatar nunca dio ese discurso; el video que escaló el conflicto era falso. Lo que es muy real es el boicot que sigue vigente.

La amenaza que constituye deepfake para la armonía social, la democracia y la seguridad internacional es obvia. Los antídotos contra esta amenaza lo son mucho menos aunque hay algunas propuestas. Todas las organizaciones que producen o distribuyen fotografías o videos deben obligarse a usar bloqueos tecnológicos que hagan que su material visual sea inalterable. Las personas también deben tener acceso a tecnologías que los protejan de ser víctimas de deepfakes. Las leyes deben adaptarse para que quienes difamen o causen daños a otros a través del uso de estas tecnologías tengan que responder ante la justicia. Hay que hacer más difícil el uso del anonimato en la red. Todo esto es necesario pero insuficiente. Habrá que hacer mucho más.

Hemos entrado en una era en que la diferencia entre verdad y mentira, entre hechos y falsedades se ha ido erosionando. Y con ello la confianza en las instituciones y en la democracia. Deepfake no es sino otra arma en el arsenal que tienen a su disposición los mercaderes de la mentira. Hay que enfrentarlos.

@moisesnaim

Lo que sabe Zapatero

Moises Naim

¿Cómo se sentirían los españoles si un Gobierno con propensiones autoritarias convoca unas elecciones adelantadas en las que los partidos opositores están invalidados, sus principales dirigentes están presos o exiliados y el árbitro electoral es un ente controlado por el presidente que busca ser reelecto? Para ser más concreto, ir a unas elecciones que se celebrarán dentro de unas semanas y en las cuales el PSOE está invalidado, Pedro Sánchez está preso y Albert Rivera, en el exilio.

Eso sería inaceptable. Y, seguramente, eso lo sabe el expresidente José Luis Rodríguez Zapatero. Sin embargo, esa es la propuesta que Zapatero quiere que acepte la oposición venezolana.

Cuando decidieron negociar con el régimen de Nicolás Maduro su participación en las próximas elecciones, los grupos opositores tenían unos objetivos muy concretos: que se organizaran unos comicios presidenciales transparentes, libres y competitivos; que se liberara a todos los presos políticos; que se restituyeran los derechos políticos a los candidatos opositores arbitrariamente inhabilitados; que se reconociera la Asamblea Nacional elegida por el pueblo y, lo más importante, que se atendiera la crisis que está diezmando a los venezolanos. Nada de eso resultó aceptable para el Gobierno de Maduro

Y eso lo sabe Zapatero.

Todos los sondeos de opinión muestran que la mayoría de los venezolanos no quiere que Nicolás Maduro siga siendo su presidente. Y la gran mayoría desea que la salida del actual régimen sea democrática y sin violencia. ¡Quieren votar! Pero no en elecciones donde las trampas y los trucos garanticen la continuidad de este Gobierno. El Consejo Nacional Electoral es el árbitro, en teoría independiente, que está a cargo de garantizar la pulcritud de las elecciones. En la práctica es, desde hace casi dos décadas, un desvergonzado y transparente apéndice del Gobierno.

Eso lo sabe Zapatero.

La gran mayoría de los medios de comunicación están controlados directa o indirectamente por el régimen, que los usa como un potente instrumento de propaganda. También son la fuente de constantes e inmisericordes ataques a la oposición, a la cual no se le permite el derecho de réplica o la rectificación de las infamias que diariamente diseminan los órganos del Estado. Eso lo sabe Zapatero.

El Gobierno no ha permitido la presencia de observadores internacionales neutrales y cualificados en ninguna de las elecciones que ha habido y en las que están por venir. Eso también lo sabe Zapatero.

Más aún, los líderes de la oposición más populares, competentes y electoralmente competitivos están presos, han sido inhabilitados por jueces leales al Gobierno o han debido huir al exilio. Y sí, eso lo sabe Zapatero.

A los 28 años, David Smolansky fue electo alcalde de El Hatillo, una zona adyacente a Caracas. El alcalde más joven en la historia de Venezuela llevó a cabo una gestión exitosa y supo sobreponerse a las más burdas maniobras del Gobierno para hacerlo fracasar. La popularidad y el éxito de Smolansky resultaron intolerables para Maduro y sus esbirros. El joven alcalde fue acusado por el Tribunal Supremo de Justicia, otro apéndice del Gobierno, de no reprimir con violencia las protestas pacíficas que ocurrieron en su jurisdicción. Fue inmediatamente destituido y se ordenó su arresto y traslado a una cárcel donde rutinariamente los presos políticos son torturados. Smolansky se negó a entregarse y estuvo 35 días en fuga. Finalmente, se lanzó a un arriesgado periplo por el sur de Venezuela que le permitió entrar a Brasil por la ruta de la selva. En un gesto que les honra, las autoridades brasileñas lo acogieron. Hoy el joven político vive en el exilio y sueña con volver a trabajar por Venezuela. El de Smolansky no es un caso aislado. Otros 12 alcaldes han sido arbitrariamente destituidos, y la mitad de ellos han sido encarcelados y maltratados.

Y, por supuesto, todo esto lo sabe Zapatero.

Hace pocos días, el exjefe del Gobierno español participó junto con Pablo Iglesias, el líder de Podemos, en un acto de apoyo a Evo Morales, el presidente de Bolivia. Morales lleva doce años en el poder y aspira a un cuarto mandato. La Constitución boliviana no contempla esa posibilidad: un presidente solo puede permanecer en el cargo dos periodos consecutivos. En 2016 Morales convocó un referéndum nacional para eliminar esa limitación. Lo perdió. Sin amilanarse, el presidente apeló entonces al Tribunal Constitucional, cuyos magistrados no tuvieron problema alguno en decidir que Morales puede postularse una vez más a la presidencia de Bolivia.

La conducta de Evo Morales no merece el aval y el aplauso de un demócrata.

Y Zapatero lo sabe.

Twitter @moisesnaim

25 feb 2018

El País

https://elpais.com/elpais/2018/02/24/opinion/1519491858_220756.html

Mientras mirábamos hacia otro lado…

Moises Naim

En mi anterior columna reporté que en la reunión anual del Foro Económico Mundial en Davos detecté un raro ambiente que describí como de “euforia angustiada”. Euforia por la recuperación de las principales economías del mundo y, sobre todo, por la enorme alza de los precios de las acciones cotizadas en las bolsas de valores, principalmente en Wall Street. No obstante, también detecté que en todas las conversaciones los eufóricos líderes empresariales denotaban una cierta angustia. Sentían que había muchas cosas que no andaban bien y que las causas de la euforia podían esfumarse de un día para otro.

Y así pasó. Pocos días después de la reunión en Davos, los precios de las acciones en Wall Street sufrieron una caída histórica que generó inmensas pérdidas. Naturalmente, este colapso bursátil ha producido innumerables titulares y comentarios. Pero al mismo tiempo que el derrumbe de la bolsa atraía la atención del mundo, estaban ocurriendo otras dos cosas que, aunque pasaron casi inadvertidas, a la larga podrían tener tantas o más consecuencias que la volatilidad financiera de estos días.

La primera es que el gobierno de Donald Trump anunció una nueva política sobre el uso de armas nucleares que incluye la posibilidad de usarlas en reacción a ataques no nucleares. La segunda es que es que hace pocos días se supo que en noviembre del año pasado Estados Unidos produjo más de 10 millones de barriles de petróleo, un récord que no rompía desde 1970. Veamos.

Al final de la tarde del pasado viernes 2 de febrero, mientras la mayoría de los estadounidenses se preparaba para el descanso del fin de semana, su gobierno hizo público un documento titulado Revisión de la Postura Nuclear (NPR, por sus siglas en inglés). Este es un documento que todos los gobiernos de Estados Unidos producen regularmente para describir cuál es el rol que el presidente de turno le va a dar a las armas nucleares en la seguridad nacional del país y qué tipo de armamento nuclear va a necesitar para apoyar esa postura.

El NPR divulgado por el Ministerio de Defensa de Donald Trump ese viernes rompe drásticamente con la continuidad que en este ámbito habían mantenido todos los presidentes estadounidenses durante casi medio siglo. La posición común había sido la de disminuir el rol y el número de las armas nucleares. En cambio, la nueva postura es que Estados Unidos va a aumentar la importancia de estas armas en la defensa del país, así como la inversión en el arsenal nuclear. También va a diversificar más el tipo de armas de ese tipo.

El cambio más radical de esta NPR es que si bien afirma, como lo habían hecho todos los anteriores presidentes, que las armas nucleares solo serán usadas en “circunstancias extremas”, la postura de Trump amplía la definición de cuáles son las circunstancias extremas que justificarían un ataque nuclear por parte de Estados Unidos. Notablemente, incluye la disposición a usarlas contra quienes hayan perpetrado ataques no nucleares contra Estados Unidos. Un ejemplo sería la retaliación nuclear contra quienes hayan llevado a cabo un masivo ataque cibernético contra la infraestructura física de Estados Unidos –la red eléctrica, el sistema financiero, etc–. Esta nueva postura va a estar sustentada en la creación de nuevas bombas nucleares que serían más pequeñas, más usables y de menor potencia explosiva. En el lenguaje de los expertos estas serían bombas nucleares “tácticas” y no “estratégicas”. El pequeño detalle que no se discute mucho es que estas “más pequeñas” bombas nucleares “tácticas” son tan devastadoras como las que se usaron en Hiroshima y Nagasaki.

La inmensa mayoría de los expertos están alarmados por la adopción de esta nueva postura nuclear. Muchos opinan que aumenta la probabilidad de una guerra nuclear, mientras que otros señalan que esto va a conducir a una nueva carrera armamentista. Naturalmente el costo de esta NPR es inmenso y va a contribuir a aumentar el déficit fiscal de Estados Unidos.

No importa. Ninguna de estas críticas es suficiente para alterar el rumbo nuclear decidido por el presidente Trump.

Por otro lado, la buena noticia para los estadounidenses es que se ha consolidado la tendencia a su creciente independencia energética. Si bien Estados Unidos aún importa crudo desde problemáticos e inestables países del Medio Oriente, su producción doméstica crece a gran velocidad. El boom petrolero de Estados Unidos ha sido extraordinario. Se estima que para 2019 producirá 12 millones de barriles de crudo cada mes. La mitad de los 10 millones de barriles de petróleo producidos en noviembre del año pasado se originó en yacimientos que hasta hace unos años eran inaccesibles –básicamente ahora es posible extraer crudo y gas de las rocas de esquisto (shale) a través de la fragmentación hidráulica de esas rocas (el famoso fracking). Hace 10 años solo 7% del crudo producido venía de esas formaciones.

Obviamente las implicaciones económicas de este auge petrolero estadounidense son enormes. Y las geopolíticas aún más.

Tanto la nueva postura nuclear como la creciente autonomía energética refuerzan el aislacionismo que caracteriza la forma de pensar de Donald Trump.

America alone” o “América sola” no es solo una descripción hipotética de las ideas de este presidente. Es un eslogan que resume bien adónde Trump está llevando a su país.

Twitter @moisesnaim

El huracán político que está cambiando el mundo: la clase media

Moises Naim

Una de las sorpresas que los historiadores estudiarán durante muchos años es la decisión de Estados Unidos de renunciar a su liderazgo mundial. Más aun, tendrán que explicar por qué lo hizo unilateralmente y sin que nadie le arrebatara el inmenso poder que acumuló durante el siglo pasado.

Esta abdicación no fue el resultado de una decisión específica, sino de un complejo y largo proceso. Y si bien la llegada de Donald Trump a la Casa Blanca aceleró las cosas, la cesión de poder ya venía dándose desde hace un tiempo.

¿Qué tienen en común un agricultor de Iowa, un diseñador gráfico de Chile, un jubilado de Reino Unido y un trabajador en una cadena de montaje de China? Dos cosas: son miembros de la clase media de su país y están furiosos con sus gobernantes. Sus desilusiones están transformando la política y provocando acontecimientos sorprendentes, como la elección de Donald Trump, el Brexit, la defenestración de presidentes y una oleada mundial de protestas callejeras.

En muchos países del mundo desarrollado, la clase media está rebelándose contra el estancamiento o incluso el empeoramiento de su nivel de vida. La globalización, la inmigración, la automatización, las desigualdades, los nacionalismos y el racismo abren oportunidades para aventureros de la política que venden malas ideas como si fueran buenas.

Por supuesto que también hubo ricos y pobres que votaron por Trump en Estados Unidos y por el Brexit en Reino Unido, y que muchas personas de clase media votaron en contra en ambos casos. Sin embargo, no cabe duda de que, en los países ricos, y especialmente en EE UU, quienes tienen rentas medias forman el segmento que más perjuicios económicos está sufriendo.

Pero estas convulsiones no solo suceden en los países ricos. La clase media de Brasil, Turquía, China o Chile comparte las angustias que acosan a sus pares de Norteamérica y Europa occidental. La paradoja es que en las últimas tres décadas, cientos de millones de personas en Asia, Latinoamérica y África han salido de la pobreza y hoy forman parte de la clase media más numerosa de la historia. Pero esas personas tampoco están satisfechas y están protestando en las urnas y en las calles. Investigadores y diversas instituciones como el Banco Mundial definen la clase media como una franja con unos límites de ingresos muy amplios por arriba y por abajo, que pueden ir de 11 a 110 dólares diarios. Y las convulsiones en este segmento de población no son nuevas. En 2011 escribí que “la principal causa de los conflictos que se avecinan no será el choque entre civilizaciones, sino la indignación generada por las expectativas frustradas de una clase media que está en declive en los países ricos, y en ascenso en los pobres”. “Es inevitable”, escribí, “que algunos políticos de los países desarrollados achaquen el declive económico de su clase media al despegue de otros países”. Y advertía de que la prosperidad no siempre significa más estabilidad política.

La dimensión y la velocidad de la expansión de las clases medias en el planeta han sido verdaderamente espectaculares. El economista Homi Kharas, experto en la clase media mundial, calcula en un reciente estudio que hoy pertenecen a ella 3.200 millones de personas, es decir, el 42% de la población total. Cada año se incorporan 160 millones más.

Al ritmo actual de crecimiento, de aquí a unos años, la mayor parte de la humanidad vivirá, por primera vez en la historia, en hogares de clase media o superior.

Esa expansión ha tenido distinto alcance en diferentes países. Mientras que en EE UU, Europa, Japón y otras economías avanzadas la clase media crece a un mero 0,5% anual, en China e India ese mercado aumenta a un ritmo anual del 6%. Si bien ha alcanzado una dimensión sin precedentes en países como Nigeria, Senegal, Perú y Chile, la expansión de la clase media es un fenómeno especialmente llamativo en Asia. Según Kharas, los 1.000 millones de personas que se van a incorporar a la clase media en los próximos años vivirán, en su inmensa mayoría (¡un 88%!), en Asia.

Las consecuencias económicas son tremendas. En los países en vías de desarrollo, el consumo está creciendo entre un 6% y un 10% anual, y ya constituye un tercio de la economía mundial.

Las consecuencias políticas pueden ser igual de importantes. En Europa y en Estados Unidos son ya visibles en elecciones y referendos —Francia, Holanda, Reino Unido, Hungría, Polonia—, con la proliferación de candidatos y programas que antes eran impensables. Como escribióhace poco Bill Emmott, antiguo director de The Economist: “Vivimos en una era llena de turbulencias políticas. Sendos partidos con apenas un año de antigüedad se han hecho con el poder en Francia y en la enorme área metropolitana de Tokio. Un partido con menos de cinco años encabeza los sondeos en Italia. La Casa Blanca está ocupada por un neófito político, algo que causa un tremendo malestar entre los republicanos y los demócratas de toda la vida”.

Las turbulencias políticas también se hacen notar en países de rentas bajas y medias que están creciendo muy rápidamente. Cada vez que la clase media aumenta, sus expectativas y demandas lo hacen también. Unos actores sociales que están más conectados, que tienen más poder adquisitivo, tienen más educación e información, y son más conscientes de sus derechos, ejercen unas presiones inmensas sobre sus Gobiernos, que a menudo no tienen los recursos ni la capacidad institucional necesarios para responder a esas demandas.

Dichos países están empezando a mostrar fisuras similares a las de EE UU y Europa. En Chile —cuyos éxitos económicos lo han convertido hace tiempo en modelo para otras naciones y cuenta con una de las sociedades más estables de Latinoamérica— ha habido protestas violentas, abstención masiva en las urnas e incluso un asalto al Congreso porque los ciudadanos quieren expresar su decepción con un Gobierno que sienten que les ha fallado.

En China, los investigadores han observado que entre 2002 y 2011 se produjo una drástica caída de la confianza de la clase media en las instituciones legales, el Gobierno y la policía, a pesar de que fue un periodo de fuerte crecimiento y mejora de los programas sociales. El Gobierno chino está preocupado, sin duda. De hecho, muchos piensan que el vertiginoso crecimiento del país es un pilar fundamental de la estrategia de Pekín para aplacar a la clase media: ya que el Gobierno no te va a ofrecer una democracia constitucional, libertad de expresión y derechos humanos universales, al menos hará que tengas un mejor salario, o incluso que puedas enriquecerte. El riesgo es que una contracción económica prolongada podría desatar la agitación política que las autoridades tanto temen.

Los motivos del descontento en el mundo en desarrollo —a pesar de la mejora de los niveles de vida— son numerosos, pero sin duda el acceso a la información es un factor crucial. Las personas educadas e informadas son más difíciles de controlar. Es más, cuando miles de millones puede ver en su teléfono móvil cómo viven los demás, hay muchas más probabilidades de que se sientan insatisfechos con su situación. Seguramente piensan: “Trabajo tanto como ellos, así que también me lo merezco”. Ese “lo” pueden ser salarios más altos, sanidad más asequible, mejor educación para sus hijos, igualdad, mejores servicios públicos o libertad de expresión. Ahora bien, la “conectividad” barata y generalizada y la revolución de la información no son los dos únicos factores. También cuentan la urbanización, las migraciones, el aumento de las desigualdades, e incluso el nuevo entorno cultural y las expectativas sobre la corrupción, la autoridad y las jerarquías.

¿Qué va a pasar? El rechazo al “más de lo mismo” y los reacomodos políticos están siendo inevitables: Donald Trump y el Brexit no son más que dos manifestaciones, espoleadas en parte por la revuelta de las clases medias en los países ricos. La furia de la clase media en los países pobres y de rentas medias también está en ebullición. Sus consecuencias son imprevisibles.

El País

Septiembre 23, 2017

https://elpais.com/internacional/2017/09/22/actualidad/1506099055_571906...

Traducción de M. Luisa Rodríguez Tapia.

@moisesnaim

Cinco ideas que Trump mató

Moises Naim

Es aún muy temprano para evaluar la presidencia de Donald Trump. No obstante, gracias a su conducta, a los resultados de su gestión y a sus constantes autogoles, algunas cosas ya están claras. Por ejemplo, hay ciertas ideas que antes de la llegada de Trump al poder eran comúnmente aceptadas. Ya no.

► La verdad: Trump, sus voceros y sus aliados en los medios y las redes sociales (incluyendo a Vladímir Putin) han demostrado que para ellos no existen hechos y datos incontrovertibles. No hay tal cosa como “la verdad”. Toda afirmación, dato científico y hasta evidencias visuales como, por ejemplo, fotos que muestran el tamaño de la multitud el día de la toma de posesión del nuevo presidente pueden ser cuestionados. Confrontada en una entrevista con lo que parecía ser una verdad indudable, Kellyann Conway, consejera del presidente Trump, la negó y ofreció en cambio lo que llamó “hechos alternativos”. El entrevistador le respondió que en ese caso los hechos alternativos eran simplemente una falsedad (no se atrevió a llamarlos “mentira”), a lo cual la Conway explicó que esa era la típica reacción de los medios de comunicación críticos del presidente. La idea de que hay verdades verificables a través de la razón y el método científico está bajo ataque. Y, como hemos visto, los políticos que defienden sus mentiras con “hechos alternativos” ahora cuentan con el invalorable recurso de las redes sociales. Es irónico que en esta era donde sobra la información, falte tanto la verdad.

► Dirigir una gran empresa enseña a dirigir un gobierno: Esta es una idea zombi: la creíamos muerta pero cada cierto tiempo revive. Es la creencia de que para ser un buen gobernante ayuda haber sido un empresario exitoso. “Soy muy rico”, “Soy un gran negociador”, “He creado muchos empleos” son algunas de las frases que Trump repite incesantemente y que, según el, garantizan su éxito como presidente.

Pero, tal como lo demuestran otros casos (ver Berlusconi, Silvio), las habilidades y el temperamento que llevan al éxito en el sector privado no aseguran una buena gestión pública. El caos y la ineptitud que hasta ahora caracterizan el Gobierno de Donald Trump son solo superadas por sus reveses en las negociaciones que ha tenido tanto dentro como fuera de Estados Unidos.

La próxima vez que un empresario aspire a liderar un país tendrá que lidiar con la lección que sobre esto casi seguramente nos dejará Donald Trump: El talento empresarial no viaja bien al sector público.

Donald Trump está demostrando que el éxito empresarial no garantiza el éxito en el gobierno

► El presidente de EEUU es el hombre más poderoso del mundo. Trump demostrará que esto no es así. Por supuesto que este presidente tiene a su disposición enormes recursos y miles de funcionarios—incluyendo los militares mejor armados que ha conocido la humanidad. Pero las fuerzas que limitan sus actuaciones son igualmente enormes --si no aún más potentes. Estas limitaciones al poder presidencial son domésticas y foráneas, legales y burocráticas, políticas y económicas. A pesar de ser uno de los presidentes con el temperamento imperial más pronunciado, pocas de sus órdenes se están convirtiendo en realidades. Esto no quiere decir que Trump no pueda tomar decisiones que tendrán enormes consecuencias –como la de sacar a EEUU del Acuerdo de París sobre el clima, por ejemplo--. Pero estas serán muchas menos de las que él supone. Y también está evidenciando que hay muchas iniciativas que desea impedir y no puede. Como la investigación sobre sus vínculos con Rusia, por mencionar una. También está descubriendo que obtener al poder le resultó más fácil que ejercerlo.

Con Trump morirá la idea de que el presidente de Estados Unidos es todopoderoso.

►La longevidad de una democracia la protege de la corrupción y el nepotismo. En las democracias defectuosas, el Congreso, los jueces u otras instituciones del Estado no logran impedir que un presidente venal use las prerrogativas del cargo en beneficio de sus negocios privados. O que nombre a sus familiares en importantes cargos públicos para los que no están calificados. En mayor o menor medida esto sucede en todas partes. En países de África y América Latina estos abusos llegan a ser frecuentes y extremos, mientras que en EEUU o en el Reino Unido son comparativamente menos graves. Hasta ahora.

Como sabemos, Donald Trump ha designado a su hija Ivanka y su yerno Jared Kushner en altísimos cargos. Y 200 congresistas han demandado al presidente acusándolo de violar la Constitución por lucrarse de negocios con gobiernos extranjeros.

Queda por verse si las instituciones estadounidenses son lo suficientemente fuertes como para contener el asalto a las sanas prácticas de control al poder ejecutivo que han imperado allí hasta ahora. En todo caso, Trump también acabó con la idea de que la corrupción y el nepotismo solo florecen en repúblicas bananeras.

La apatía política El Gobierno de Trump dejará dolorosamente claro para millones de estadounidenses que las elecciones tienen consecuencias muy concretas sobre sus vidas. La indiferencia, la desinformación, la falta de curiosidad y de participación en la política o el voto protesta sin mayor reflexión, tienen costos muy altos para los ciudadanos. Gracias a Donald Trump, hoy millones de personas saben esto y se han activado políticamente.

Twitter @moisesnaim