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Paulina Gamus

No es país para viejos

Paulina Gamus

Tomo prestado el título de la muy laureada película (cuatro Oscar, dos Globos de Oro y tres Bafta) de los hermanos Joel y Ethan Coen, cuyo argumento nada tiene que ver con lo que escribiré a continuación. La única relación —además del título— es que se trata de un western y es esa, en cierto modo, la vida que hemos tenido los venezolanos en los últimos 23 años con la particularidad de que en los western clásicos siempre ganan los «muchachos» y en el venezolano ganaron los bandidos.

Comenzaré con una pregunta a la que trataré de encontrar respuestas: ¿quién es viejo? Depende del país y del sexo. La primera vez que un conductor, molesto por alguna maniobra que hice con mi vehículo, me gritó ¡Vieja! yo tendría unos 35 años de edad. Luego, en la actividad política, aspiré a la dirección nacional de mi partido Acción Democrática cuando tenía 45 años. Humberto Celli, de AD y Eduardo Fernández, de Copei eran dos años más jóvenes que yo. Para el común, ellos eran la generación de relevo, yo era «la vieja Gamus». Pero mi pregunta aún no tiene respuesta. ¿Quién es viejo?

El expresidente uruguayo José Mujica, por ejemplo, se acaba de declarar no solo anciano sino casi terminal. En el reciente foro «El reto social de América latina», declaró: «No soy otra cosa que un anciano con consciencia de que se va, pertenezco a un tiempo que se va». Mujica tiene 87 año, pero tenía 80 cuando terminó su mandato en 2015.

Rafael Caldera tenía 78 cuando comenzó su segunda presidencia en 1994 y estoy segura de que en ningún momento sintió que su edad era un impedimento para ejercerla. Otra cosa es lo que pensaran los demás y esa es quizá la respuesta a mi pregunta: viejo es aquel que se siente viejo y no aquel a quien los demás ven como tal. Por ejemplo, Joaquín Sabina, el extraordinario cantautor español al cumplir 70 años ha dicho: «Yo no me veo con un corazón ni un cerebro de 70 años». En cambio, Charles de Gaulle debe haberse sentido muy aporreado por el paso del tiempo cuando pronunció la frase que se le atribuye: «La vejez es un naufragio».

Hay países cuya población se va llenando de personas de la tercera y cuarta edad, algunos gobernantes al manifestar lo que eso significa en los presupuestos de sus naciones han sido duramente criticados por insinuar la necesidad de practicar la eutanasia de esos ancianos que son una carga financiera. También lo son en numerosos casos, para sus familias, cuando padecen enfermedades irreversibles.

Pero carga o no, en los países de Europa donde es mayor el envejecimiento de la población, hay respeto por los ancianos y por hacerles la vida más fácil y llevadera. Los autobuses tienen plataformas para que suban las sillas de ruedas, en las calles y edificios hay rampas con el mismo objeto. En los cines, museos y teatros hay descuentos especiales para personas de edad avanzada.

En Venezuela, país gobernado con ficciones, simulación y palabras huecas, existe desde hace 11 años la Gran Misión en Amor Mayor (obsérvese que no es una misión cualquiera sino una muy, pero muy grande). En el décimo aniversario de la misma, Nicolás Maduro declaró: «La Gran Mision en Amor Mayor cumple 10 años protegiendo y reivindicando la lucha de nuestros adultos mayores. Como fiel defensor del legado del comandante Chávez, no descansaré hasta recuperar el estado de bienestar de los abuelos y abuelas, vulnerado por el bloqueo criminal». No podía faltar la culpa «del bloqueo criminal» para justificar que los ancianos deban hacer colas interminables para obtener una pensión miserable que apenas les alcanza para comprar un pollo o un cartón de huevos. Pero allí no queda el desprecio y humillación a los simplemente ancianos y nada de esa hipocresía de «adultos mayores». Muchas de las oficinas públicas, por ejemplo las del Saime, están ubicadas en locales a los que se solo se puede acceder por decenas de escalones que los ancianos no soportan.

Como desde los gobiernos municipales no se da el ejemplo de cumplir con las normas urbanísticas, los más modernos y lujosos edificios carecen de rampas para el acceso no solo de sillas de ruedas sino también de coches de bebés. Muchos arquitectos consideran que colocar pasamanos en las escaleras de acceso a esos edificios, afean el conjunto. Es decir que privilegian la estética frente a la seguridad de las personas. No sé cuántos viejos gozan de la suerte de no tener dolor de rodillas o de espalda y de esa manera no sufrir porque en las mejores clínicas del país y en los más pomposos restaurantes, las pocetas o inodoros sean tan bajitos y de tan molesto uso que parecieran diseñados para jardines de infancia, y que no tengan barandas.

Uno, una o unes (para hacerle una carantoña a la necedad del lenguaje inclusivo) puede ser viejo por partes. Por ejemplo, en mi caso, de la cintura hacia arriba (corazón y cerebro, como Joaquín Sabina) me siento de 40. De lo demás mejor no entrar en detalles. Pero he leído algo que me ha provocado un fresquito: los viejos de siempre lo seguimos siendo y cada año un poco más hasta que llega el final. Pero hay nuevos viejos y son nada menos que los millenialls. Según un artículo de Karelia Vásquez, en El País, los nacidos entre 1980 y 1996 son los nuevos ancianos en las redes, ahora manda la generación Z que será arrasada en unos años por la generación Alfa. Todos somos viejos o lo seremos en el próximo minuto». ¡Que alivio!

Twitter: @Paugamus

Paulina Gamus es abogada, parlamentaria de la democracia.

Sobre la maldad

Paulina Gamus

«Si estudias la historia de los perpetradores descubres que procedían de muy diferentes pasados. No hay una manera típica, un camino único de convertirse en genocida. Todos tenemos la capacidad y el peligro de serlo. Observando a los nazis no puedes identificar un sector de la sociedad del que provenían los asesinos». Jacinto Anton, entrevista a Peter Longerich, biógrafo de Heinrich Himmler.

Heinrich Himmler fue quizá el hombre más poderoso del Tercer Reich, después de Hitler. Jefe de las SS, de la Gestapo y organizador de los campos de exterminio. Después de observar el funcionamiento de las cámaras de gas en Auschwitz, les dijo a sus acompañantes: «Vamos a tomarnos unos vinos». Esa indiferencia hacia el dolor ajeno y la frialdad para perpetrarlo fue lo que Hannah Arendt describió como «la banalidad del mal».

Cuando Venezuela fue refugio de perseguidos por las dictaduras militares de Chile, Uruguay y Argentina, resultaban espeluznantes las narraciones de los sobrevivientes sobre las torturas que practicaban precisamente elementos militares. Su sadismo parecía único e irrepetible.

Confieso que para entonces tenía un concepto bastante elevado de la moral de nuestras fuerzas armadas. Durante la dictadura de Marcos Pérez Jiménez, el centro de torturas por excelencia era la Seguridad Nacional, dirigida y conformada por civiles. Es innegable que durante los primeros gobiernos democráticos también hubo excesos en el trato a los presos políticos. Que fueran los años de la guerrilla castrocomunista que procuraba destruir la democracia y que cometía asesinatos, no hizo excusables esos hechos. Los perpetradores de las torturas también eran civiles.

Al llegar Hugo Chávez al poder, muchos temimos que su mensaje de odio inspirado en el nazismo al dividir a la población en los «buenos», los chavistas y los «malos», las cúpulas podridas, los escuálidos, etcétera; se desatara una ola de violencia contra los adversarios del régimen. Pero el odio quedó en el discurso, la idiosincrasia venezolana fue el freno para no pasar a mayores. De esos años supimos de muchas detenciones arbitrarias, pero el tema tortura no estaba en el tapete de las constantes violaciones legales y constitucionales cometidas por ese gobierno. Y así llegamos al régimen de Nicolás Maduro que ha hecho de la maldad su enseña, su consigna y su razón de ser.

No caeremos en el exceso de comparar a Maduro, Cabello o Padrino López con Heinrich Himmler. Los crímenes que se han cometido con su consenso o bajo su amparo, no llegan a nivel de genocidio. Pero hay maldad implícita en cada una de sus acciones y decisiones. La tortura a los presos de conciencia es ya moneda corriente y esta vez no son civiles los perpetradores. Y cuando esos presos son militares acusados de traición o sedición, la crueldad va in crescendo. Pero allí no queda la maldad, esta se extiende a distintas personas y áreas de la vida nacional.

Hay maldad en el bloqueo, cierre y confiscación de casi todos los medios de comunicación independientes. Privar a un pueblo de estar libremente informado es infamante. Y expoliar a los propietarios de esos medios es inconstitucional.

Ninguna maldad puede compararse a dividir a toda una población en privilegiados, quizá un 10%, y marginados el otro 90% . Para los privilegiados están los bodegones, los restaurantes más caros, los automóviles más costosos, los pozos que han cavado para no sufrir escasez de agua, las plantas eléctricas para no padecer los cortes de luz. A ese 10% le es indiferente si Maduro se queda o se va, si torturan o no y si el 90% de sus compatriotas padece hambre, cortes de electricidad por varios días consecutivos y carencia casi absoluta de agua.

Hay maldad, más bien sevicia, en privar de libertad a unos ancianos que protestan por las ínfimas pensiones. Y hay maldad extrema en la burla a la pobreza que hace Nicolás Maduro cada vez que entre risas, baile de reguetón y chistes de mal gusto, anuncia nuevos bonos con nombres estrafalarios y cantidades irrisorias.

Hay maldad, pero sobre todo cinismo extremo, cuando Jorge Rodríguez anuncia —magnánimo— que dialogará con todos los sectores menos «con los corruptos de los 40 años que arruinaron al país». Nunca, desde que Cristóbal Colón piso la costa de Paria en 1498 y los españoles instalaron su imperio en esta «Tierra de gracia», hubo algún gobierno más corrupto y depredador que los de Chávez y Maduro en estos últimos 23 años. Y hay maldad con humillación, a los parlamentarios de oposición, ya jubilados y casi todos octogenarios y enfermos, a quienes se obliga a hacer colas de ocho o diez horas para recibir las infamantes cajas de alimentos y productos de higiene. Y esto solo a quienes viven en Caracas, los de la provincia ni siquiera eso. Se supone que los parlamentarios jubilados de AD y Copei son los «corruptos de los 40 años» a los que se refirió el impoluto Jorge Rodríguez.

¿Son malísimos en todo sentido esos jerarcas y numerarios del chavo-madurismo que torturan, confiscan, persiguen y humillan? Claro que no, con sus familias son una maravilla: amantísimos padres, excelentes hermanos, deferentes hijos. Como lo eran Goebbels, Eichmann, Fidel Castro, Pinochet y los gorilas argentinos. Claro con las diferencias naturales y sin ánimo de exagerar.

Un saludo solidario para todas las madres venezolanas que celebran su día una vez al año. Los otros a quienes no llamo como lo que son porque no uso palabras obscenas en mis artículos, tienen, para medrar y cometer sus maldades, los otros 364 días.

Twitter: @Paugamus

Paulina Gamus es abogada, parlamentaria de la democracia.

Bienvenido Mr. Marshall

Paulina Gamus

Hace años era muy popular un chiste en el que la manera para que un país económicamente deprimido lograra su recuperación, era declararle la guerra a los Estados Unidos de Norte América. Evidentemente la perderían y entonces los EEUU procederían a ayudar al país vencido y a levantar su economía. El chiste consistía en que el interlocutor preguntaba ¿Y si ganamos? El convencimiento general de ese proceder estadounidense estaba basado en el llamado Plan Marshall (European Recovery Program) que el país del Norte puso en práctica entre los años 1948 y 1952.

Su más entusiasta impulsor fue el General George Marshall, uno de los más destacados oficiales norteamericanos en la Segunda Guerra mundial y Secretario de Estado durante el gobierno de Harry Truman. El propósito fue ayudar a los países devastados por la guerra, incluidos aquellos que habían formado parte del Eje (Alemania e Italia) o colaboracionistas como Francia.

Las ayudas fueron, en millones de dólares: 1.316 Inglaterra, 1.085 Francia, 510 Alemania occidental y 594 Italia. A los economistas correspondería calcular cuánto serían esas cantidades trasladadas a 2022. Si uno se pregunta sobre la animadversión legendaria de los franceses contra los Estados Unidos, recuerda aquella frase: «no sé porque fulano me odia tanto si nunca le hice un favor».

El Plan Marshall inspiró dos clásicos del cine de humor: «Bienvenido Mr. Marshall», del español Luis García Berlanga (1953). La trama se desarrolla en el pequeño pueblo castellano Villar del Río. El alcalde y los habitantes, enterados de que Mr. Marshall va de visita a España y pasará por su pueblo, deciden organizarle un recibimiento con todos los ingredientes del folclore y de la cocina española. El objetivo, obtener la ayuda norteamericana en aquellos años tan aciagos del franquismo pos guerra civil. La caravana de Mr. Marshall pasa por Villar del Rio pero a más de 100 Kms por hora y todo el pueblo queda con los crespos hechos.

La otra gran película «Rugido de Ratón» es de 1959, inglesa y dirigida por Jack Arnold. La trama se inicia en el Ducado de Grand Fenwick , un minúsculo (e imaginario) país europeo cuya única fuente de ingresos es la exportación de su famoso vino pinot. Pero una empresa californiana inventa una copia, llamada «Pinot Grand Enwick», toda la economía del Ducado colapsa. La duquesa Gloria (Peter Sellers) convoca a una sesión del parlamento, donde el primer ministro Rupert Mountjoy (Peter Sellers) señala que todo país que haya declarado la guerra a Estados Unidos recibe después grandes ayudas materiales, por lo que propone declarar la guerra, enviando al Mariscal de Campo Tully Bascombe (Peter Sellers) con 23 hombres del ejército medieval de Grand Fenwick, a invadir Estados Unidos. Desembarcan en Nueva York y por allí sigue el hilarante argumento.

He recordado ambas películas con motivo de la sorprendente visita (al menos para los ciudadanos comunes y corrientes) de una misión de alto nivel del odiado Imperio para entrevistarse con el no menos odiado presidente írrito Nicolás Maduro. Vinieron James Story, embajador en Venezuela con sede en Bogotá; Juan González, asistente especial de la Casa Blanca para asuntos del Hemisferio Occidental; y Roger Carstens, el enviado presidencial especial de Estados Unidos para asuntos de rehenes.

Uno de los temas centrales fue la liberación de trece norteamericanos presos en Venezuela por distintos motivos. El otro, la posibilidad de que Pdvsa vuelva a ser un suplidor de petróleo para EEUU. Por supuesto con todas las complicaciones que significa reactivar una empresa y toda su infraestructura, destruida por décadas de abandono, impericia y corrupción. El efecto inmediato fue la liberación de dos de los ejecutivos de Citgo y el anuncio de Maduro de que reanudarán –con otro esquema– las negociaciones en México.

El primer chillido de indignación fue del senador (republicano) por Florida, Marco Rubio, con anatemas contra el gobierno (demócrata) de Joe Biden por ceder ante la dictadura de Maduro. A esa voz se han unido y se unirán otras de la oposición recalcitrante cuyo argumento es que todo acercamiento al régimen es una traición.

Son los mismos que han considerado que el proceso de negociaciones en México ha sido no solo ceder ante la dictadura sino también inútil.

Vuelvo al Plan Marshall porque, mutatis mutandis, Venezuela es un país devastado, no por una guerra pero si por el paso rasante del Atila que han significado veintidós años de chavismo-madurismo. Las sanciones que los Estados Unidos han aplicado contra Venezuela le han hecho cosquillas al régimen que se las ha arreglado para burlarlas y las ha usado para justificar su política hambreadora del pueblo.

Los verdaderos afectados hemos sido los venezolanos del común. Por supuesto que levantarlas debería tener una contrapartida: liberación de los presos políticos, cese de la represión contra los medios de comunicación y elecciones libres y transparentes en 2024. Las reanudación de negociaciones en México tienen que centrarse en estos temas ineludibles. Pero, aunque no produzca efectos inmediatos, el solo hecho de quitarnos de encima la sumisión al carnicero de Ucrania, Vladimir Putin, hace que el objetivo de la misión norteamericana merezca un voto de confianza.

Paulina Gamus es abogada, parlamentaria de la democracia.

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Qué solos se quedan los muertos

Paulina Gamus

El sentimiento o actitud de los venezolanos ante la muerte ajena, especialmente en el mundo político, puede dividirse en dos tiempos: antes y después de 1999. Recuerdo haber asistido, al igual que otros parlamentarios y dirigentes de distintos partidos, al sepelio de Cruz Villegas, dirigente sindical comunista, padre de Mario, Vladimir y Ernesto, los más conocidos de sus hijos. Cuando murió la madre de Diego Arria, en el velorio estaban desde el presidente de la república Luis Herrera Campíns y sus ministros hasta el liderazgo de todas las organizaciones políticas. Le oí decir a un periodista argentino allí presente que un suceso como ese jamás habría ocurrido en su país. Agregaba que Ricardo Balbín, líder del Partido Radical y Juan Domingo Perón, su principal oponente, jamás se habían encontrado.

Tuvimos que sospechar lo que significaba la muerte ajena para el chavismo desde la tragedia del deslave en el estado Vargas, en diciembre 1999. El odio antimperialista privó sobre la posibilidad de salvar muchas vidas. Fue cuando Hugo Chávez rechazó la ayuda de los Estados Unidos. Pero antes de eso, el referéndum para aprobar la nueva Constitución tuvo prioridad sobre la atención oportuna a las víctimas del desastre. Los intereses políticos primero, la vida después.

Yo no pateo perro muerto. No habrá luto nacional porque hoy murió un corrupto, un dictador. Palabras de Chávez cuando murió Carlos Andrés Pérez en 2010. Antes que Pérez habían muerto los expresidentes Luis Herrera Campíns en 2007 y Rafael Caldera en 2009, sin que se les rindiera el reconocimiento que merecían.

Fue así que cuando Hugo Chávez anunció que tenía cáncer (30/06/ 2011) y cuando murió (supuestamente el 05/03/2013) medio país lloró y la otra mitad celebró. Confieso ignorar cuántas veces antes en nuestra historia contemporánea hubo igual polarización ante una muerte.

Aún tengo el recuerdo de mi niñez cuando los transeúntes hombres se sacaban el sombrero y las mujeres se persignaban ante el paso de cualquier sepelio. Había respeto.

Es en ese escenario de desprecio por la muerte del otro cuando ocurre la décima muerte de un preso venezolano «en custodia» (valga sarcasmo). Pero no un preso cualquiera sino uno que fue general en jefe, ascendido a ese rango por su compañero de armas y de ruta golpista Hugo Chávez Frías. Juntos hicieron el juramento del Samán de Güere, fue su ministro de la Defensa. Pero, ¡la tapa del frasco! fue quien lo rescató y devolvió a la presidencia en abril de 2002 . ¿Por qué tanto ensañamiento en vez de gratitud?

Recordé a un viejo amigo de la familia que vivía en Los Teques en tiempos de Pérez Jiménez y era detestado por el jefe civil, tanto que lo arrestó «por decir groserías en un patio de bolas criollas». Nuestro amigo solía decir: «Yo no sé por qué ese tipo me odia tanto si nunca le hice un favor». ¿Sería por eso que Chávez odió a Baduel? Aceptemos que esa fue la razón, pero ¿el odio de Maduro? ¿Odio hereditario?

Aparentemente, en ese sentimiento estuvo metida la mano de Fidel Castro. Copio al periodista Francisco Olivares, de El Estímulo: «Apenas se iniciaba el gobierno de Hugo Chávez cuando Fidel Castro conoció al general Raúl Isaías Baduel y, según allegados al poder, el líder cubano le habría advertido a Chávez: «Este es del que te tienes que cuidar. Este es el que te puede sacar a ti del gobierno, tienes que tener cuidado con él».

Esa advertencia premonitoria no estuvo tan precisa en la mente del general aliado de la revolución hasta que, en enero de 2008, fue detenido, acusado y sentenciado –en 2010– a 7 años y 11 meses de prisión por un caso de «sustracción de dinero de la FAN, contra el decoro militar y abuso de poder». De allí en adelante comienza un vía crucis para el militar del que no se salva ningún varón que lleve su apellido. Llamarse Baduel ha sido el paso previo para una prisión sin causa ni término.

Vi en persona al general Raúl Isaías Baduel una sola vez. Era ministro de la Defensa y fue invitado por una ONG de la que yo era miembro. Respondió las preguntas con amabilidad. Me llamó la atención su mezcla de misticismo con esoterismo, sin pasar por alto sus repetidas menciones a pasajes bíblicos. Era un personaje singular. Ya había ocurrido el golpe o renuncia o vacío de poder, como se quiera llamar o describir lo sucedido entre el 11 y 13 de abril de 2002. Ya sabíamos que Baduel cargaba con la gloria para unos y el odio para otros, por haber sido el personaje clave en el regreso de Hugo Chávez a la presidencia. Pero nadie le preguntó sobre ese tema.

Ahora que Baduel ha muerto en penosas circunstancias –no lo mataron pero lo dejaron morir– hemos leído desde apologías a su valor para resistir tantas humillaciones y sufrimientos hasta desahogos llenos del veneno del odio, por ser quien nos privó de la posibilidad de liberarnos del chavismo 19 años antes de la catástrofe que hoy padecemos.

Lamentablemente, la historia no se puede devolver, solo las dictaduras se atreven a reescribirla, pero no les dura. Lo que predicó el comunismo soviético durante 74 años se disolvió en unos pocos. Igual pasará en Cuba y mucho más pronto en Venezuela, porque aquí nadie –ni los más jóvenes– ignora la diferencia entre dictadura y democracia.

A la muerte del general Baduel en prisión ha seguido la deportación a los Estados Unidos de Alex Saab, el héroe del chavomadurismo, el único que superó a Hugo Chávez en la devoción de la cúpula dominante. El non plus ultra de una revolución socialista tan sui géneris porque siendo un recontra multimillonario a costa de la pobreza de muchos, logra que algunos de esos muchos clamen por su libertad. ¡Secuestro! gritan desde Miraflores, y secuestro dice entre lágrimas de cocodrilo la esposa italiana, ahora investigada en su país por lavado de dinero. Nadie sabe cómo será el fin de esa cuasi telenovela, pero lo que podemos asegurar es que la justicia de los EE. UU. no dejará morir de mengua a ese hiperladrón como sucedió en Venezuela con el general Raúl Isaías Baduel.

Twitter: @Paugamus

Paulina Gamus es abogada, parlamentaria de la democracia.

La locura está de moda

Paulina Gamus

Nobleza, dignidad, constancia y cierto risueño coraje.
Todo lo que constituye la grandeza sigue siendo esencialmente
lo mismo a través de los siglos».
Hannah Arendt

Hay una tendencia casi universal a creer que todo tiempo pasado fue mejor. En el caso de Venezuela más que tendencia o nostalgia, es casi un dogma. Tan acentuado es ese sentimiento que nunca antes como ahora se han puesto de moda líderes con décadas enterrados como es el caso de Rómulo Betancourt. Sus mayores detractores de antaño son quienes lo han reivindicado y elevado a los altares de la santidad política. En el ámbito mundial hay una gran añoranza por Winston Churchill como si fuera posible resucitarlo. Lamentablemente esos líderes no volverán como no volverá la época que los vio nacer, crecer y desarrollarse. Con los nuevos liderazgos habría que decir como los españoles: “esto es lo que hay”. Caramba, pero que horror con mucho de lo que hay.

Esta última semana ha dado lugar a creer que algunos de quienes están al frente del gobierno de sus países, tienen unos tornillos mal ajustados o han perdido toda vergüenza y respeto por quienes fueron sus electores y por el resto del mundo. Entre estos últimos debemos destacar al ya generalmente reconocido como dictador, Nicolás Maduro y a su alter ego, Jorge Rodríguez .

Confieso que me ha costado un esfuerzo que casi me produce el agotamiento mental que ahora se conoce como “burn-out”, tratar de entender el caso de Alex Saab. Mi capacidad de asombro no es suficiente para analizar y memorizar todas las conexiones turbias, tramas, trapacerías, complicidades y generación mafiosa de miles de millones de dólares de este colombo-venezolano huésped incómodo de Cabo Verde. Pausa para expresar admiración por los periodistas de Armando Info: Roberto Deniz, Joseph Poliszuk, Alfredo Meza y Ewald Scharfenberg hoy perseguidos y obligados a exiliarse del país, por haber revelado la trama de corrupción alrededor de Alex Saab.

Con la mayor desfachatez el psiquiatra del régimen ha pedido la incorporación del delincuente Alex Saab –solicitado por la justicia estadounidense y a punto de ser extraditado a ese país– a la delegación oficialista en la mesa de negociación de México. Gobernantes que podríamos llamar normales se esforzarían por ocultar sus vínculos con alguien de esa calaña. Estos de aquí actúan sin caretas o disimulo. Se les va la vida en impedir que su socio llegue a los Estados Unidos y comience a negociar su sentencia con delaciones.

Pero este de Venezuela no es el único caso de descaro y burla al resto del mundo. Nayib Bukele, el presidente de El Salvador quien recientemente obtuvo el 56% de los votos en las elecciones legislativas y prácticamente aplastó a la oposición, ha decidido violar abiertamente la Constitución de su país. Ante las primeras manifestaciones de repudio a su deriva autoritaria, cambió su biografía en Twitter y escribió: “Dictador de El Salvador”. Y sustituyó su fotografía por la del protagonista de la película de Hollywood, del mismo título.

Del singular presidente peruano Pedro Castillo no es necesario agregar algo a lo que es público notorio. Su atuendo en la reciente conferencia del Celac, en México, y su discurso ininteligible, hablan por sí solos. Y si es el mexicano AMLO, cada día ofrece nuevas muestras de su mezcla de estupidez con descalabro psíquico.

La tapa del frasco es el pleito a cuchillo entre Alberto Fernández presidente tutorado de Argentina y la ex tutora, vicepresidenta Cristina Fernández de Kirchner. Como en aquella laureada película “Kramer vs Kramer,” pero sin laureles, esta tragicomedia es Fernández vs Fernández. Esa confrontación que es realmente dramática para la Argentina sumida en una de sus crónicas crisis, provoca situaciones ridículas como la ocurrida con el ex canciller Felipe Solá. Según el diario El Cronista: ”Felipe Solá ofendido: se bajó de la cumbre de la Celac cuando se enteró que no iba a ser más ministro. El saliente canciller argentino, Felipe Solá, se encontraba en viaje hacia México para apuntalar la presidencia de la Argentina del organismo para el 2022 cuando recibió una llamada de Santiago Cafiero, su reemplazante, quién le anunció su desplazamiento del cargo.”

Según las malas lenguas que por lo general son las mejores, Alberto Fernández ignoraba que Solá había viajado a México. Quizá ignoraba también que a la Argentina le correspondía la presidencia pro tempore del Celac, cargo que ahora continuará ejerciendo México.

“La locura está de moda” fue el título en español de “Bananas”, una de las primeras películas de Woody Allen (1971). Esa película hace mofa de América Latina y de su afición por las dictaduras. Como si nuestra historia fuera absolutamente circular, estamos otra vez en modo “Bananas”.

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Paulina Gamus es abogada, parlamentaria de la democracia.

El difícil ejercicio de creer

Paulina Gamus

Se atribuye a la antipolítica el desprecio y hasta el odio que generan los políticos en general y, con mayor intensidad, algunos en particular. Son innumerables los chistes que ponen a los políticos a nivel del subsuelo. En Italia, por ejemplo, donde después de la Segunda Guerra Mundial los gobiernos cambiaban casi anualmente, había un chiste sobre un diputado al que un admirador saludó, delante de su anciana madre, llamándole justamente diputado. ¡Cállate!, respondió el parlamentario, no me llames diputado delante de mi mamá. Ella cree que yo toco piano en un prostíbulo.

Un meme que recibí la semana pasada por WhatsApp, traía la imagen de un tipo que le decía a una mujer: «Yo soy un político honesto», y ella respondía: «Y yo soy prostituta y soy virgen».

En la Venezuela democrática tardó en aparecer la abominación hacia la clase política. Más allá de lo que cada quien pensara de los líderes que se postulaban a la presidencia, estos lograban —hasta la elección que ganó Carlos Andrés Pérez en 1988— el entusiasmo que genera un redentor, alguien que venía a corregir los entuertos del mandatario anterior y a devolvernos la felicidad extraviada. Saltemos a Caldera II y lleguemos a Hugo Chávez en 1998. Más que por un redentor los electores votaron por un vengador.

En cuanto a los parlamentarios debo reconocer, por retardatario y antidemocrático que parezca, que los mejores fueron los escogidos por los cogollos de los partidos. No es que no se colaran unos cuantos pillos, pero la mayoría era gente calificada. El desbarajuste comenzó cuando se trasladó a las direcciones partidistas regionales la selección de los candidatos, allí empezó el amiguismo y el favor a los financistas.

Algo digno de ser mencionado es la baja autoestima de los parlamentarios de la izquierda. Los venezolanos éramos los congresistas peor pagados de toda América, incluyendo Haití. Cada vez que Acción Democrática y Copei proponían un aumento de la dieta, los del MAS, MIR, PCV y La Causa R protestaban indignados y armaban un escándalo mediático. Pero si el aumento procedía, ellos no vacilaban en cobrarlo.

Tengo por costumbre designar como la fecha en que comenzó la decepción de los venezolanos (especialmente de la clase media, que es la que genera opinión) con sus políticos y con el sistema democrático, el viernes 18 de febrero de 1983, o «viernes negro».

Fue el final abrupto de una fiesta de la que participábamos todos, desde los ricos hasta los asalariados. El Caracazo fue el golpe definitivo a la ilusión democrática. A partir de ese suceso se soltaron los demonios de la antipolítica encabezada por los llamados «notables» y por algunos medios de comunicación. Con el triunfo de Caldera y del «chiripero» en 1993, los parlamentarios adecos y copeyanos comenzamos a ser víctimas de agresiones verbales en nuestro tránsito diario desde el edificio donde estacionábamos nuestros vehículos y funcionaban las comisiones de trabajo, hasta el Palacio Federal Legislativo. Después del triunfo de Chávez las agresiones pasaron de verbales a físicas.

Una nueva clase política saltó a la escena, casi todos desconocidos. El bipartidismo pasó a mejor vida. Aparecieron nuevos rostros opositores que la misma oposición se encargó de ir enterrando uno a uno. Y así llegamos a este año 2021, pandémico y electoral, con un nuevo Consejo Nacional Electoral. Quizá el mejor, o el menos malo, desde que Tibisay Lucena destruyó –con su sola imagen– toda confianza en el valor del voto. Con una dirigencia partidista en parte inhabilitada y, además, enguerrillada. Con acusaciones de colaboracionistas a todos aquellos que se pronuncian por romper –con el voto– este círculo fatídico en el que estamos atrapados. Con exopositores exduros, que se convierten en alacranes para que el régimen les permita competir.

La pregunta es cómo y quiénes pueden convencer a un electorado descreído, escéptico y decepcionado, de la necesidad de votar, aunque sea para rescatar el valor del voto como instrumento de cambio. Que hable la dirigencia hoy dividida, enfrentada y, en algunos casos, muda.

Paulina Gamus es abogada, parlamentaria de la democracia.

Twitter: @Paugamus