Se atribuye a la antipolítica el desprecio y hasta el odio que generan los políticos en general y, con mayor intensidad, algunos en particular. Son innumerables los chistes que ponen a los políticos a nivel del subsuelo. En Italia, por ejemplo, donde después de la Segunda Guerra Mundial los gobiernos cambiaban casi anualmente, había un chiste sobre un diputado al que un admirador saludó, delante de su anciana madre, llamándole justamente diputado. ¡Cállate!, respondió el parlamentario, no me llames diputado delante de mi mamá. Ella cree que yo toco piano en un prostíbulo.
Un meme que recibí la semana pasada por WhatsApp, traía la imagen de un tipo que le decía a una mujer: «Yo soy un político honesto», y ella respondía: «Y yo soy prostituta y soy virgen».
En la Venezuela democrática tardó en aparecer la abominación hacia la clase política. Más allá de lo que cada quien pensara de los líderes que se postulaban a la presidencia, estos lograban —hasta la elección que ganó Carlos Andrés Pérez en 1988— el entusiasmo que genera un redentor, alguien que venía a corregir los entuertos del mandatario anterior y a devolvernos la felicidad extraviada. Saltemos a Caldera II y lleguemos a Hugo Chávez en 1998. Más que por un redentor los electores votaron por un vengador.
En cuanto a los parlamentarios debo reconocer, por retardatario y antidemocrático que parezca, que los mejores fueron los escogidos por los cogollos de los partidos. No es que no se colaran unos cuantos pillos, pero la mayoría era gente calificada. El desbarajuste comenzó cuando se trasladó a las direcciones partidistas regionales la selección de los candidatos, allí empezó el amiguismo y el favor a los financistas.
Algo digno de ser mencionado es la baja autoestima de los parlamentarios de la izquierda. Los venezolanos éramos los congresistas peor pagados de toda América, incluyendo Haití. Cada vez que Acción Democrática y Copei proponían un aumento de la dieta, los del MAS, MIR, PCV y La Causa R protestaban indignados y armaban un escándalo mediático. Pero si el aumento procedía, ellos no vacilaban en cobrarlo.
Tengo por costumbre designar como la fecha en que comenzó la decepción de los venezolanos (especialmente de la clase media, que es la que genera opinión) con sus políticos y con el sistema democrático, el viernes 18 de febrero de 1983, o «viernes negro».
Fue el final abrupto de una fiesta de la que participábamos todos, desde los ricos hasta los asalariados. El Caracazo fue el golpe definitivo a la ilusión democrática. A partir de ese suceso se soltaron los demonios de la antipolítica encabezada por los llamados «notables» y por algunos medios de comunicación. Con el triunfo de Caldera y del «chiripero» en 1993, los parlamentarios adecos y copeyanos comenzamos a ser víctimas de agresiones verbales en nuestro tránsito diario desde el edificio donde estacionábamos nuestros vehículos y funcionaban las comisiones de trabajo, hasta el Palacio Federal Legislativo. Después del triunfo de Chávez las agresiones pasaron de verbales a físicas.
Una nueva clase política saltó a la escena, casi todos desconocidos. El bipartidismo pasó a mejor vida. Aparecieron nuevos rostros opositores que la misma oposición se encargó de ir enterrando uno a uno. Y así llegamos a este año 2021, pandémico y electoral, con un nuevo Consejo Nacional Electoral. Quizá el mejor, o el menos malo, desde que Tibisay Lucena destruyó –con su sola imagen– toda confianza en el valor del voto. Con una dirigencia partidista en parte inhabilitada y, además, enguerrillada. Con acusaciones de colaboracionistas a todos aquellos que se pronuncian por romper –con el voto– este círculo fatídico en el que estamos atrapados. Con exopositores exduros, que se convierten en alacranes para que el régimen les permita competir.
La pregunta es cómo y quiénes pueden convencer a un electorado descreído, escéptico y decepcionado, de la necesidad de votar, aunque sea para rescatar el valor del voto como instrumento de cambio. Que hable la dirigencia hoy dividida, enfrentada y, en algunos casos, muda.
Paulina Gamus es abogada, parlamentaria de la democracia.
Twitter: @Paugamus