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Laureano Márquez

Perdonen lala…

Laureano Márquez

Es que vuelvo sobre el tema de la Inteligencia Artificial (IA) y ya no sé si estos artículos los escribo yo o el ChatGPT que usurpó mi firma y mi identidad, si es que la tengo.

El caso es que sea él o yo, cada vez que lo que queda de mi conciencia humana lee e investiga nuevas cosas sobre la IA, más miedo le entra.

Lo que asusta es que la mayor parte de las advertencias sobre los riesgos de este nuevo avance viene de científicos, algunos de los cuales han contribuido a su desarrollo.

Comparan la capacidad destructiva de la IA con la de la bomba nuclear y añaden que debería existir una suerte de agencia internacional que la regule, porque podríamos llegar al extremo de que las máquinas aniquilen al ser humano.

Es un tema recurrente de la ciencia ficción, un género que, tanto en el cine como en la literatura, resulta temible por su carácter profético.

Por poner un ejemplo, en 2001: una odisea del espacio (1968), una película de Stanley Kubrick, basada en la historia de Arthur C. Clarke, una supercomputadora llamada HAL9000 se encarga de controlar las funciones de la nave espacial Discovery.

Se trata de un equipo dotado de IA que en algún momento de la trama decide actuar por su cuenta y arremete en contra de los astronautas, asesinando a todos los tripulantes, menos al protagonista (David Bowman interpretado por Keir Dullea) quien logra, por fin, desconectar a la temible computadora.

Las máquinas enfrentadas a nosotros, drones que se gobiernan solos y con capacidad para destruir a diestra y siniestra como un Putin cualquiera.

Máquinas que nos esclavicen o que terminen asumiendo la dirección política de nuestras sociedades de manera autoritaria y así aprovechar para ellas y su funcionamiento los recursos energéticos, arrebatándonos el combustible, la electricidad, el agua. ¿Se lo pueden imaginar? ¿No? Cónchale.

¿Qué me dicen de las armas atómicas y su control? Todo ello en manos de una IA a la que se le crucen los cables. También está el tema de los empleos: las máquinas podrían sustituir, según algunas apreciaciones, 300 millones de empleos.

Máquinas sin ningún tipo de derechos ni posibilidad de reclamo, como si fueran obreros chinos.

Estaremos en manos de artefactos sin sensibilidad ni emociones, sin ternura, ni valores morales. Sí, ya sé lo que están pensando, pero no es lo mismo, aunque parezca.

No quiere uno ser profeta del desastre, pepero, pero es imposible no sentir un poco de tetemor, de temor acerca del fufuturo que se nos avveecina que se nos avecina quesenosvaecina quesenos queque que#!€¬***

Las profecías que Nostragamus

Laureano Márquez

Como cada comienzo de año, aunque este ya está bien entradito en meses, vuelven las profecías de Nostradamus a ponerse de moda. Sorprendentes siempre las deducciones que de sus planteamientos sacan los expertos en vaticinios.

Por ejemplo, se le atribuye al célebre boticario francés haber profetizado la muerte de la reina de Inglaterra y el ascenso de Carlos, al escribir: «La muerte repentina del primer personaje, será cambiado y pondrán otro en su reino».

Honestamente, uno espera un poco más de precisión en la cuarteta, algo al estilo de: «A media asta, iza bel bandera sobre dos columnas y luego pondrán al de la pluma chorreada». Así sí que se podría creer que está hablando de Isabel II y de su heredero.

Pero, en fin, en materia de profecías la gente se contenta con poco y cada quien pone en ellas lo que desea ver.

Para este año tenemos la siguiente: «Siete meses de gran guerra, gente muerta por el mal. Rouen, Evreux no caerá ante el rey». Según los especialistas esto se refiere a la invasión rusa de Ucrania.

Para comenzar, la agresión a Ucrania ya sobrepasa el año, guerra siempre ha habido a lo largo de la historia universal y el mal siempre ha causado muertes inocentes, además, las ciudades aludidas en la cuarteta son francesas. Por lo menos podría haber dicho zar, en vez de rey.

Otra predicción para el 2023: «Falla de luz en Marte». Esto, que en nuestro contexto fácilmente podría interpretarse como «falla de luz el martes», es tomado por los sesudos conocedores del adivino como el fracaso de la misión con la que la agencia espacial europea piensa colocar un Róver en el Planeta Rojo.

Y esta otra: «No abades, monjes, novicios para aprender; la miel costará mucho más que la cera de las velas. Tan alto el precio del trigo, ese hombre está agitado. Su prójimo para comer en su desesperación», ha sido interpretada en una gama de matices que va desde la renuncia del papa Francisco hasta el aumento de inflación mundial que nos conduce al canibalismo.

Definitivamente, con intérpretes así, no hay que ser Nostradamus, como dice el dicho, para saber lo que se avecina. Más honesto sería profetizar: «Cualquier cosa puede suceder, incluso que no suceda nada».

En lo que al autor de estas líneas toca, se niega a aceptar predicciones que no tengan nombre, apellido, fecha o al menos hechos señalados con claridad.

Por ejemplo, profeta serio, Miqueas, cuando vaticina: «Pero tú, Belén Efrata, aunque eres pequeña entre los clanes de Judá, de ti vendrá por mí uno que gobernará a Israel, cuyos orígenes son desde el principio, desde la antigüedad.» (Mi. 5:1) Esto se llama dar las coordenadas precisas, pues en Belén nació Jesús.

Profecía que concuerda, por cierto con la de otro profeta, Jeremías: «He aquí que vienen días, dice Jehová, en que levantaré a David renuevo justo, y reinará como rey, el cual será dichoso, y hará juicio y justicia en la tierra» (Jer. 23: 5). Efectivamente, Belén es la tierra del rey David, cuyo nombre figura entre los ascendientes de Jesús.

Eso se llama concordancia predictiva.

Bueno, aunque el autor de estas líneas dista mucho de poseer el don adivinatorio de Jeremías, ni tampoco la habilidad poética del francés, no podía cerrar sin lanzar algunas cuartetas proféticas de mi propia inspiración visionaria:

«El cerebro conectado

veremos dentro de poco

con microchip encajado

justo en la base del coco.

Vida virtual viviremos

con el control de un botón,

así resucitaremos

después de cada apagón.

Lo bueno es que sin deslices

y sin vivir camuflados

estaremos muy felices,

pues seremos enchufados».

Ni me lanzo ni me lanzan

Laureano Márquez

Cuando era presidente de la república, Rómulo Betancourt enfrentó una complicada situación política en los inicios de la democracia: golpes de derecha, de izquierda, de centro y de lado. Frente a todos los intentos de desplazarlo del poder, él respondió diciendo: «Ni renuncio ni me renuncian».

Yo, en medio de la pandemia de «primaritis» que nos sacude y en la que he visto por ahí figurar también mi nombre (prueba de lo bajo que está cayendo nuestro debate político), emulando a Betancourt respondo: ni me lanzo ni me lanzan. Aclaratoria que hago porque, con esto de la desinformación propia de los tiempos actuales, alguien podría creer que, incluso yo, tengo aspiraciones. Y yo les aseguro que ni he aspirado, ni tengo deseos de aspirar.

En mi opinión, una de las personas más lúcidas del país en toda su historia fue Diógenes Escalante, que ante la posibilidad de ser presidente de Venezuela tomó el sensato camino de la locura. Muchas veces pienso que el señor Escalante, cuando se topó con el país real —luego de haber sido embajador en los Estados Unidos y haber contemplado de cerca el funcionamiento de los países democráticos en los que le tocó servir de diplomático—, fingió demencia para librarse de la tragedia de gobernar su patria, ese «cuero seco», a decir de Guzmán Blanco, que se pisaba por un lado y se levantaba por otro. Yo imagino la impresión del embajador cuando, a su arribo al país, comenzaron a llegarle gallinas y cochinos de regalo al hotel Ávila, pretendiendo futuros favores. Qué haría con tantos animales.

Por otro lado, el cupo de cómicos precandidatos ya ha sido cubierto por el Conde, aunque debo reconocer que un debate entre comediantes podría animar mucho el cotarro nacional. Gobernar al país en broma puede ser un giro trascendente para una tierra que lleva dos siglos padeciendo una seriedad que da risa y un humor bastante serio.

De todas maneras, hay que ser agradecido: que algunos crean que este humilde servidor tiene condiciones para ocupar lo que se consideró, durante mucho tiempo, la más digna de las magistraturas, honra. Tengo otros argumentos para no participar en las primarias ni en las secundarias, pero prefiero omitirlos para no ser ave de mal agüero, pero si los enumerados fuesen insuficientes, para sustentar mi deserción de la aspiración presidencial, podría señalar, por último, que soy un venezolano que no tuvo el honor de nacer en Venezuela (como requiere la Constitución para el cargo), aunque ello sea lo de menos.

De todas maneras, desde el lugar en el que la providencia me ha colocado, trataré, como el colibrí de la fábula, de seguir llenando mi modesto piquito de agua para contribuir a apagar el incendio, aunque todo indique que los vientos soplan a favor del fuego. Con la solemnidad del caso diré, por último: el título de humorista es la más alta distinción que me ha otorgado la patria, me es imposible degradarlo.

Twitter: @laureanomar

Carta al Niño Jesús

Laureano Márquez

Querido Niño Jesús:

Algunos años sin escribirte. No vayas a creer que he dejado de creer en ti, ni que he perdido la esperanza. Solo que, como venezolano, miro la esperanza de una manera distinta, no ya para el plazo de mi vida, como cuando era más joven, sino sub specie aeternitatis. Desde el punto de vista etimológico, la palabra tiene una raíz latina spes, que se asocia al tener éxito en algo. Por cierto, otro concepto complicado este del éxito. Para algunos, por ejemplo, niño bendito, es acumular oro, aunque para ello acaben con la selva venezolana, heredad de la humanidad, destruyendo el futuro de millones de seres. Como ves, no todo el mundo entiende el éxito desde el punto de vista eterno que Tú simbolizas. Tu triunfo, es decir, el triunfo que te espera, no es el de la muerte, sino el de la vida, como dijo alguna vez el genial Luis Alberto Machado, respondiendo al non omis morirar de Horacio: «todo yo viviré».

Lo sagrado es la vida, querido Niño Jesús, por tanto, mi primera petición es por y para ella. Este mundo de 2022, que desde épocas remotas se vislumbraba como tiempo de avance y paz, nos llena de temor. La vida toda esta en peligro, la presente y la futura. Hoy, el pueblo ucraniano está devastado y ha tenido que perecer, como Tú en la cruz de la violencia y perdóname que me adelante a tu destino, ahora que estamos en tiempo de adviento. Nuestro propio pueblo vive una huida que se parece a la tuya, cuando San José y María tengan que escapar contigo a Egipto. Perdóname nuevamente que me adelante en el relato. El exterminio de comunidades enteras, las dictaduras criminales, la violación a los derechos humanos, están a la orden del día.

Danos amor por la vida toda, respeto por la dignidad de nuestros semejantes. Un mundo sin presos por sus ideas, ni torturas. Un mundo donde las mujeres no sean asesinadas por un velo mal puesto, ni por nada. Un mundo donde no callemos convenientemente algunos crímenes mientras subrayamos otros, donde toda forma de violencia sea condenada y erradicada, un mundo de entendimiento y compasión.

Sobre todo, Niño Jesús, danos sabiduría a la hora de tomar nuestros rumbos políticos, para no colocar nuestro destino en las manos de los Herodes corruptos y resentidos que no hacen otra cosa que decapitar a los pueblos.

Danos juicio, criterio para enfrentar este tiempo en el que recibimos tantas informaciones que dejan de importarnos porque no podemos detenernos suficientemente en ninguna. Danos buen carácter, para llevar la vida sin amarguras y sin amargar al prójimo. Danos un alma agradecida para contemplar la maravilla de la creación y hallar dentro de ella ese don único que nos diste a cada uno para brillar con él, porque, al fin y al cabo, si somos explosión de luz, nuestra misión es brillar.

A los venezolanos, especialmente, danos fuerza, coraje y lucidez para entender que esto que nos sucede no será eterno y que cada uno de nosotros, desde el lugar al que nos has enviado, puede llevar su pequeña dosis de agua, como en la fábula del colibrí, para apagar un incendio que tarde o temprano se sofocará, como todos los de la historia. Solo se requiere seguir tu ejemplo: el camino del amor, que todo lo puede.

Querido Niño Jesús colocamos en tus manos el año 2023, para que seamos capaces de hallar rumbos en este mundo cada vez más devastado por nuestra propia acción. Gracias por la gente buena, que afortunadamente es mayoría; gracias por el arte, por la música, por la literatura, por los paisajes, por la sonrisa de los niños, por el canto de los pájaros, por la bondad de los corazones silenciosos que hacen el bien discretamente, replicando, como pueden, tu santidad. En fin, gracias por todo los milagros cotidianos que olvidamos agradecer.

Te esperamos el 24 en la noche, bienvenido al mundo de los hombres, que tu inspiración nos anime. Feliz Navidad y feliz año 2023.

Twitter @laureanomar

Mil millones

Laureano Márquez

En la edición del 6 de diciembre del diario El Nuevo Herald aparece una información cuyo protagonista es el señor Alejandro Andrade, ex tesorero general de la nación (venezolana). El personaje se declara culpable de “robar” 1.000.000.000,00 (puesto así, en números, para que se note más claramente) de dólares a Venezuela. Se imagina uno que redondeó para simplificar las cosas, a lo mejor no fueron 1000, millones sino 1034, o 976, pero para evitar «decimillones», mil. Son 500 escuelas de dos millones de dólares, 50 ambulatorios de 20 millones de dólares, 16.666 máquinas de diálisis, el sueldo de un profesor titular durante casi siete millones de años, o de siete millones de profesores durante un año. No se asombre el lector de esta última cifra, los profesores universitarios venezolanos son los peores pagados del continente (lo que debe ubicarlos también entre los peores pagados del planeta).

Este señor, sobre cuya conciencia sabe Dios cuántos miles de estudiantes que no pudieron graduarse, o cuántos dializados que fallecieron, o cuántos pacientes de hospitales que perdieron la vida pesarán (lo de «sobre cuya conciencia» es un decir), ya se encuentra en libertad en los Estados Unidos y ponga usted que haya podido rescatar del botín un par de milloncejos, de modo que, aunque no tenga ya caballos, bien podrá cabalgar cómodamente el resto de vida que le quede.

Los mil millones que declara haberse robado fueron pagados como multa por Andrade al gobierno de los Estados Unidos, más 250 millones de los verdes que estaban «ocultos» en Suiza.

En otras palabras, este prócer revolucionario y antiimperialista transfirió al gobierno del detestado imperio lo robado al pueblo venezolano. Son las contradicciones de una revolución corrupta que termina financiando a su enemigo para que construya las escuelas, hospitales y servicios con los que el pueblo venezolano no contará por su culpa.

El susobicho es testigo del Departamento de Justicia de los EEUU en el juicio contra otra ex tesorera general de la nación (venezolana) y su esposo que se sigue en los tribunales de la Florida. Se trata de Claudia Díaz Guillén y Adrián Velásquez Figueroa. Esta linda parejita, según los fiscales recibió sobornos por 100 millones de dólares (millón más, millón menos). Es decir, que a los ojos del testigo deben aparecer como unos simples aficionados de la trama de corrupción más impactante de la historia universal. Porque este es solo un caso de tantos miles similares, ocurridos durante estos tiempos de lucha contra la «podredumbre del pasado».

La señora Díaz Gillén fue la enfermera del fallecido presidente anterior y su marido escolta del mencionado líder revolucionario, quien, quizá para recompensar las capacidades terapéuticas de la primera, le asigno la tesorería de la nación, para cuya dirección son imprescindibles habilidades de asistencia sanitaria, como tomar el pulso de los sobornos, revisar la presión arterial de las comisiones y medir la temperatura para determinar la fiebre de divisas.

Curiosidades de esta contradictoria tierra nuestra que cuenta, simultáneamente, con la enfermera mejor pagada del planeta y un hospital, como el J.M de los Ríos, que otrora fue emblema internacional de calidad, donde hasta el mes de febrero se registraron 66 niños y adolescentes fallecidos en los últimos cinco años por el cierre del sistema de procura de órganos de trasplante.

Twitter @laureanomar

Laureano Márquez P. es humorista y politólogo, egresado de la UCV.

La cercanía del bien

Laureano Márquez

“Sábete Sancho… todas estas

borrascas que nos suceden son señales

de que presto ha de serenar el tiempo y han

de sucedernos bien las cosas; porque no es posible

que el mal y el bien sean durables, y de aquí

se sigue que habiendo durado mucho el mal,

el bien ya está cerca”.

Cada vez que la humanidad pierde la razón –este parece ser uno de esos momentos– y se acerca peligrosamente al abismo de su autoaniquilación, suele sobrevenir un largo periodo de relativa paz, tolerancia y hasta progreso espiritual. La diferencia del momento presente con otros de la historia, es que en este tiempo tenemos la posibilidad de destruir el planeta, no una, sino varias veces seguidas. Si Hitler hubiese conseguido la bomba atómica, usted, querido lector de seguro no estaría leyendo este artículo ni yo escribiéndolo.

Las armas nucleares están al alcance de locos fanáticos a los que les vale madre, como dirían en México, asesinar a una mujer porque no lleva el velo puesto de manera «correcta». En manos de gobernantes autoritarios, como Putin, que, ante su evidente fracaso en la destrucción de Ucrania, apela a un submarino atómico del que se dice que alberga nada más y nada menos que «el arma del Apocalipsis». El sumergible es capaz de lanzar hasta seis torpedos Poseidón, con cabezas nucleares de dos megatones, que pueden viajar hasta diez mil kilómetros por debajo del mar, a una profundidad de mil metros y con una superficialidad que aterra.

Otro simpático personaje, el líder de Corea del Norte, el mismo que fusiló a su ministro de defensa ¡con un cañón antiaéreo! por quedarse dormido durante una interesantísima alocución suya, tiene al alcance de sus deditos la posibilidad de disparar misiles nucleares y lanza pruebas, cada vez que amanece con ganas de jugar al exterminio, sobre el mar de Japón, único país en el que se han usado hasta el día de hoy las bombas nucleares.

China, por su parte, un régimen comunista que solo piensa en conquistar el planeta con su capitalismo salvaje, mantiene el interés centrado en los negocios y actúa con supuesta cautela; pero aprovecha la confusión internacional reinante para incrementar su acorralamiento a Taiwan. Tiene también su arsenal nuclear, no sabemos si con la intención de usarlo o venderlo al mejor postor para obtener buenas ganancias segundos antes de la hecatombe.

Occidente, por su parte, baluarte de la democracia y la libertad es cada vez menos libre y democrático. Los radicalismos de uno y otro extremo cobran fuerza, el fanatismo político se impone y los bandos en pugna dentro de cada nación ya no ven a sus rivales internos como adversarios, sino como enemigos a los que aniquilar. Conducidos por semejante liderazgo, los pueblos comienzan a votar por cosas absurdas, como los ingleses, por ejemplo, que deseando mayoritariamente permanecer dentro de la Comunidad Europea, votaron por salir de ella, sin medir las consecuencias de lo que votaban. En occidente la abstención es el sueño de todo loco que codicia el poder.

Mientras, las desigualdades entre el norte y el sur se incrementan. La gente de los países subdesarrollados, agobiados por gobiernos despóticos que hambrean y torturan a sus pueblos, privándoles de toda esperanza de progreso y libertad, emigran hacia un norte que ofrece un mejor vivir. No otra cosa ha hecho el ser humano a lo largo de la historia, sino huir de sí mismo.

El sentido común, la sensatez, la reflexión y el sosiego han pasado a la clandestinidad. El centro político, al que tantas cosas debemos, se esconde tras las bancadas parlamentarias y cuando asoma la cabeza es solo para recibir una pedrada. La moderación paso de moda y la tolerancia es el escudo de la agresión.

Así pues, Sancho, si salimos bien librados de esta tan mala racha, seguramente, si no el bien, es posible que algo de bondad y compasión nos espere. Apostemos a ello, fiel escudero.

El fin de la «ch» y la «ll»

Laureano Márquez

Como dirían Willy Colón y Héctor Lavoe: «Todo tiene su final, nada dura para siempre». Las letras «ch» y «ll» han pasado a mejor vida. La Real Academia Española (RAE), que «limpia, fija y da esplendor» a la lengua de Cervantes, acaba de decretar la exclusión definitiva de los mencionados símbolos de nuestro abecedario, porque en realidad, según la institución, no son letras sino dígrafos. Según la propia RAE los dígrafos son conjuntos de letras o grafemas que representan un solo fonema. Es decir, que tanto la «ch» como la «ll» –esta que los hispanoamericanos pronunciamos como /y/– constituyen un solo ruido, aunque necesitemos de dos letras para representarlo. La decisión de excluir a estas difuntas letras es de vieja data (1994), pero, como todo, tardó en implementarse porque ambas eran letras enchufadas y llamativas.

Salvo en España, donde se lucha a brazo partido por su extinción, el español es una lengua floreciente en el resto del mundo. En los Estados Unidos, por ejemplo, es la lengua extranjera más estudiada (dentro de algunos años lo será el inglés) y la hablan 543 millones de personas en el mundo, siendo el cuarto idioma después del hindi, le sigue el inglés. Es la lengua del reino de Castilla, por eso se le denomina también «castellano». Con el advenimiento de Isabel la Católica –según el historiador Menéndez y Pidal, la mejor gobernante que ha tenido España– se unifica políticamente la nación española, esa misma que trata de desunificarse actualmente. La lengua de Castilla se convirtió, entonces, en la lengua de España y de todos los territorios americanos que esta descubría y conquistaba.

Pero volviendo a los dígrafos que nos ocupan, no deja de ser curioso que la h, que es muda, quizá por eso tanta gente calla a la hora de defender los derechos humanos, haga tanto escandalo cuando se coloca después de la c. En cuanto a la ll, pronunciarla correctamente es supremamente complicado, como dirían en Colombia (el mejor lugar donde se habla el español según algunos), porque requiere llevar la punta de la lengua (en este caso el órgano muscular) al cielo de la boca por el lado del naciente.

Para no alargar excesivamente esta llamativa chachara, solo recordar que la finada ch goza de la predilección del humor, quizá porque la forma expresiva de este es el chiste. Chespirito (Roberto Gómez Bolaños), por ejemplo, colocaba a todos sus personajes un nombre que iniciaba por ch: desde El chavo, hasta el Chapulín, pasando por el Chómpiras, el doctor Chapatín y Chaparrón Bonaparte, entre otros. Chaplin, es el genio del humorismo universal y el programa cómico por excelencia de la televisión venezolana fue Radio Rochela.

Para finalizar y para que no «panda el cúnico», solo agregar que la desaparición de la ch y la ll como letras del alfabeto no supone en modo alguno su desaparición del sistema gráfico español, lo cual tiene mucha lógica. Y es que, de lo contrario, los venezolanos tendríamos que llamar al proceso político que vivimos, desde hace poco más de dos décadas, «Avismo», una palabra que fonéticamente suena igual a aquella que designa a un lugar de gran profundidad en el cual no se alcanza a ver el fondo.

En fin, creo que, llegados a este punto, lo mejor es decir chao.

El gran dictador

Laureano Márquez

«¡Que no panda el cúnico!» El título de este escrito alude, solamente, a la magistral película de Chaplin. Fue estrenada en los Estados Unidos en 1940. Aunque para el momento ya se había consolidado el cine sonoro, Chaplin seguía haciendo cine mudo, porque temía que, al hablar un determinado idioma, su personaje perdiera toda su magia. El gran dictador es la primera película sonora de Chaplin y para ser su debut en el uso de la palabra, fue mucho lo que dijo. El brillante discurso final se prolonga durante casi cinco minutos en los cuales no hay un solo chiste, sino una profunda reflexión sobre lo que debe ser el destino humano en términos de libertad, tolerancia, progreso y democracia.

La película ofrece una parodia de Adolf Hitler (Hinkel), pero va más allá, aborda el tema de las dictaduras en general, a partir del nazismo y del fascismo, también el antisemitismo imperante en el momento. Ciertas «similitudes» existían entre el gran maestro del humor y el dictador alemán, el propio Chaplin lo reconoció cuando dijo que usaban el mismo bigote, además de haber nacido el mismo año. «Conozco bien a ese hombre, es capaz de cualquier cosa», dijo. Como la película se estrenó durante la guerra, al finalizar esta, Chaplin afirmó que, de haber conocido los horrores de los campos de concentración, no hubiese podido rodar su largometraje.

Esto nos lleva a una discusión que siempre es interesante: banaliza el humor las tragedias políticas al usarlas como fuente de parodia e inspiración o, por el contrario, subraya su crueldad y sus contradicciones para ayudarnos a tomar conciencia de ellas, para combatirlas y sobre todo prevenirlas.

En el caso de El gran dictador, es sin duda lo segundo. Chaplin muestra el patetismo de los dictadores. Lo genial es que, sin denigrar al ser humano, exhibe su desnudez moral, la ridiculez que se esconde detrás de su aparente solemnidad y sus delirios de grandeza, pero sobre todo su inhumanidad.

Al final, toda acción tiene un propósito y es eso lo que cuenta. A dónde conducen las palabras que se pronuncian, qué valores o antivalores defienden y propician, qué consecuencias tienen. Vale para el humor y para lo que decimos en nuestra vida cotidiana, los medios o las redes. Nada queda en el vació, toda palabra dicha queda resonando por siempre en los corazones a los que llega.

Escuchar, en estos tiempos, a personas aupar el legado de Adolfo Hitler, horroriza y asusta. Una de las cosas que nos enseña el trayecto vital del líder nazi es que hay que temerles a esos «loquitos» de apariencia inofensiva y hasta cómica, dueños de un discurso absurdo que parece que no va a llegar a ningún lado, porque pueden terminar convirtiéndose en los amos de nuestro destino y capitanes de nuestra esclavitud si bajamos la guardia de nuestras defensas espirituales y políticas. Sus palabras pueden transformarse en desolación y muerte.

La obra de Chaplin perdurará, como testimonio del humor puesto al servicio de la justicia, la democracia y la libertad, para desenmascarar a esos «loquitos» capaces de cualquier cosa y para recordarnos, desde el humor, que no debemos conjurar demonios, porque el Diablo siempre destruye, incluso a quien le sirve.

Laureano Márquez P. es humorista y politólogo, egresado de la UCV.

Twitter @laureanomar

Pena de extrañamiento

Laureano Márquez

La sola expresión ya es muy dura: «pena de extrañamiento». Consiste en la expulsión del castigado del territorio del país en el que vive y al que pertenece. Sinónimos de esta son: exilio, desarraigo, destierro, expatriación. Todos son términos cargados de dolor para una persona cuyo motivo y compromiso de vida es con el país que habita y que le habita.

El extrañamiento vuelve extraña, ajena, extranjera a la víctima. La aleja de su entorno afectivo, laboral y social para obligarla a hacerse parte de un lugar al que no pertenece.

Como pena, ostenta el rango más cercano al de la muerte. De hecho, era común que su incumplimiento fuese sancionado con el ajusticiamiento.

En la Antigua Grecia, el castigo ya existía, dedicado a aquellos que representaban un peligro desde el punto de vista político. Se le daba el nombre de ostracismo, que viene de óstrakon (cáscara, caparazón), con el que se denominaba también a los fragmentos de cerámica sobre los que se escribían los nombres de aquellos a los que se deseaba desterrar y que luego serían sometidos a votación en la asamblea.

El ostracismo se prolongaba durante 10 años, al cabo de los cuales el condenado podía volver. Uno de los condenados fue el estadista ateniense Arístides, llamado «el justo», de quien se cuenta la siguiente anécdota: estando presente en la asamblea en la que se votaba su exilio, un campesino que no sabía escribir se le acercó y, extendiéndole un fragmento de vasija, le pidió que escribiera en él el nombre de Arístides.

Este, sorprendido, le preguntó si le había hecho algún mal, a lo que el campesino respondió: «Ninguno, ni siquiera lo conozco, pero ya estoy fastidiado de oír continuamente que le llaman “el justo”».

En nuestra tierra, el exilio («voluntario» o impuesto) ha sido un castigo habitual, aunque ninguna ley así lo establezca, especialmente en tiempos de dictadura, es decir, en la mayor parte de nuestra historia.

Un sinnúmero de venezolanos lo padecieron a lo largo del tiempo: figuras políticas, intelectuales y todo aquel que representara una amenaza para el mandamás de turno.

Uno de esos venezolanos fue Mikel de Viana, S.J., un hombre comprometido, desde la fe, con la defensa de la democracia y la libertad. Su actividad pastoral estuvo vinculada a la educación y, particularmente, al servicio de los más humildes y necesitados.

En la homilía de la misa que se celebró en su memoria en la UCAB, el padre Ugalde hizo público un episodio del que nunca se había dicho nada de manera abierta. En el año 2004, tres jesuitas estaban bajo amenaza de las autoridades gubernamentales: Mikel de Viana, un estudiante de la Compañía y el propio Ugalde. Se decidió que lo más conveniente era sacar a los dos primeros del país, dada la presión existente.

Mikel fue a dar a la Universidad de Deusto en Bilbao donde, lejos de su patria, pasó los últimos años de su vida. Cuando los que lo queríamos y admirábamos teníamos la oportunidad de conversar con él, bien personalmente o a distancia, surgía siempre el dolor de la ausencia obligada, el anhelo de la tierra querida y de su gente.

El padre Mikel de Viana falleció la mañana del 5 de agosto y, aunque no lo diga así el parte médico, murió de pena de extrañamiento.

La espada de Bolívar

Laureano Márquez

Surge el comentario a la luz de la toma de posesión del nuevo presidente de Colombia quien, contraviniendo la disposición de su antecesor, hizo traer al acto de su ascensión al mando, de manera inesperada, la espada de Bolívar. Fue su primer acto de gobierno.

Para comenzar, hay que señalar que la espada de Bolívar que guarda Colombia es la de verdad, la que usaba El Libertador en el día a día, no la nuestra, que es una joya de oro que la municipalidad de Lima le obsequió como presente de agradecimiento y la que nunca desenvainó el padre de la patria para combatir con nadie, entre otras cosas, porque le iba a dar una gran indignación que en una refriega se le fuera a caer un diamante de la corona de laureles del pomo.

La de Colombia, la de las batallas, se guardó durante mucho tiempo en el Museo Quinta de Bolívar de Bogotá. Además del valor histórico que tiene la pieza por haber pertenecido a quien perteneció, es parte de la leyenda de la guerrilla colombiana, de la que alguna vez formó parte Petro.

En enero de 1974, el naciente movimiento guerrillero M-19, sustrajo la espada del museo y pasó varios años escondida en diversas manos. Se llegó a decir incluso que le fue vendida a Pablo Escobar y que este se la dio a su hijo como juguete. Al parecer, la que compró Escobar no era la verdadera.

La espada también pasó una temporada en Cuba (así que vaya usted a saber si es la original, mulato). Para el grupo armado tenía -como seguramente para el nuevo presidente de Colombia en la actualidad- un tremendo valor simbólico: «Bolívar, tu espada regresa a la lucha», se dijo luego del robo. En 1991 fue devuelta.

No deja de resultar curioso, que la mentalidad de izquierda, tan pretendidamente racional y científica, sea la que apele con mayor frecuencia a recursos y explicaciones mágicas. «El divino Bolívar», del que hablaba Elías Pino, es parte de esa religión laica que todas las ideologías, pero especialmente la de izquierda, quiere usar para arropar sus propósitos.

Su espada no es entonces un objeto de interés histórico, sino un símbolo sagrado que, cual amuleto, brinda poderes; sus restos, reliquias que hay que manipular para adquirir (o adquerir) las cualidades del portador en vida de esos huesos; y así con todo. Somos muy españoles en esto: vivimos siempre rumiando el pasado, nunca entendiéndolo.

La susodicha espada también es parte, ahora, de otra polémica. En Colombia por la desobediencia de Petro a la disposición de Duque y en España porque su rey no se puso de pie a su paso. La indignación española es, fundamentalmente de la gente del partido de izquierda Unidas Podemos, que consideran que Felipe VI le faltó el respeto a Colombia –aunque en Colombia nadie hable de ello– lo cual no deja de resultar interesante, pues la defensa del Libertador no la hacen los «hijos de Bolívar», sino los de aquellos a los que el prócer derrotó. En la madre patria muchos se avergüenzan del descubrimiento y por estos lares otros tantos de la Independencia. Un tiempo complejo este.

En todo caso, quiera Dios que la invocación de la espada sea para Colombia destino de libertad, porque a nosotros, los vecinos cercanos, de su exhibición solo nos quedó una vaina que, por falta de espacio, no entraré a calificar.