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Laureano Márquez

Crimen organizado

Laureano Márquez

Una investigación de Transparencia Venezuela (Economías ilícitas en Venezuela) partiendo de los datos de Ecoanalítica, señala que en nuestro país el 21,74% del PIB proviene de «negocios» ilícitos. Esto viene a confirmar mi tercera ley sobre la situación nacional: «en Venezuela toda situación caótica generará un negocio ilegal que se nutre del caos». Una vez que un ilícito surge es casi imparable, porque muchas personas ganan ingentes cantidades de dinero con ello. La factura de todo, al final, las termina pagando el ciudadano desasistido, con menos educación, salud, seguridad, etc.

Cualquier persona con sentido común, aunque no tenga un HDP en economía, nota con facilidad que hay un montón de situaciones a las que se les percibe lo irregular a simple vista, aunque no se manejen cifras. Sin embargo, con el citado trabajo, ya nos encontramos con data seria y rigurosa.

Según el informe, la mayor parte de este 21,74% del PIB, proviene del narcotráfico con 4.919 millones de dólares. Le sigue el contrabando de gasolina con 1900 millones, haciendo honor a la misma divisa y, como diría Ali Khan, tercero contrabando de oro, cuarto extorsión en puertos. Seguramente, la participación de la actividad ilegal en la constitución del PIB es superior a las cifras señaladas, porque una de las cualidades de las actividades al margen de la ley es la dificultad para evaluarlas estadísticamente. Igualmente, no dejan de ser significativas.

El informe habla de que el delito en Venezuela se encuentra en una categoría que uno no sabe si fue creada especialmente para nosotros: «fase simbiótica». Esto quiere decir que las fronteras entre el crimen organizado y el sistema político se tornan difusas. No deja de ser curioso que, en medio de tanto desorden, el crimen no pierda su condición de «organizado».

Esto nos recuerda una de las frases favoritas que el inolvidable Kiko Mendive solía soltar con su gracia natural cuando las grabaciones de La Rochela se hacían caóticas: «¡caballero, esto es un desorden muy bien organizado, mira pa’eso!».

Algún día, cuando las corrientes de la historia cambien, habrá que revertir la ilegalidad. Sin embargo, según mi punto de vista esto solo podrá hacerse de manera progresiva, gradual, porque si se hace de golpe, los afectados podrían acabar contigo. Expongo mi tesis con un ejemplo sencillo, como el de mi estrategia para lograr se respeten los semáforos:

  • Lo primero seria establecer un horario mínimo de cumplimiento (de 8 a 10 de la mañana, por ejemplo), para que la gente no se sienta demasiado afectada por el cambio y lo asuma.
  • Una vez que esto se logre y la gente se sienta confortable con su nuevo margen de ilegalidad, se amplía el horario de respeto a mañana y tarde (nunca de noche). Mientras se hace esto, paralelamente se mejora la seguridad vial y la honestidad de los policías de tránsito con sueldos y entrenamiento. Superada esta etapa, meses o años después, ya podemos pasar a la siguiente fase.
  • A todo aquel que se coma una luz roja se le impone una multa significativa. Luego de un par de años en esta situación, ya entonces podemos pasar a la fase final y definitiva.
  • Obligar al ciudadano a pagar la multa.

Entiendo que este, que es mi plan de adecentamiento nacional, es sencillo con un semáforo, con el narcotráfico lo veo un poco más complicado; pero, en fin, la seguridad de Nueva York se debe, según dicen, a que comenzaron primero por los pequeños delitos y fueron a más poco a poco.

Sin duda que el informe de Transparencia Venezuela y las cifras de Ecoanalítica inquietan y nos resultan increíbles, alarmantes. Pero cuando uno ve los mencionados datos y porcentajes, surge también la otra cara de la moneda: la de la gran cantidad de compatriotas que, en medio de este desbarajuste, resiste con dignidad y sigue haciendo un trabajo honesto, decente, y que, a pesar de los pesares, constituye esa gran mayoría que honra al gentilicio.

Twitter @laureanomar

Laureano Márquez P. es humorista y politólogo, egresado de la UCV.

Carta de despedida a Serrat

Laureano Márquez

Querido Nano:

A todos nos llega la hora de volver la vista atrás y ver la senda que no se ha de volver a pisar. Tu despedida nos llena de nostalgia, son muchos años de poética amistad y decir amigo se me figura, que decir amigo es decir ternura.

Dicen que vivir es llenar la vida de recuerdos y de tu largo transitar de juglar tenemos tantos, y bien sabes tú que los recuerdos, desnudos de adornos, limpios de nostalgias, cuando solo queda la memoria pura, el olor sin rostro, el color sin nombre, sin encarnadura, son el esqueleto sobre el que construimos todo lo que somos, aquello que fuimos y lo que quisimos y no pudo ser.

Cuántos sueños compartidos contigo a lo largo de tantos años, con tus canciones animando nuestra esperanza de un mundo diferente. Una esperanza que permanece intacta, porque para la libertad aún sangro, lucho, pervivo.

Tu voz cantó anhelos que nos hicieron mejores personas. ¡Ay! Utopía, cabalgadura, que nos vuelve gigantes en miniatura.

Me refiero a aquellas pequeñas cosas que uno se cree que las mató el tiempo y la ausencia, pero su tren vendió boletos de ida y vuelta.

Esas historias personales que pasaron en tu compañía, que como un ladrón nos acechan detrás de la puerta y que, a veces, encontramos en un rincón, en un papel o en un cajón, haciéndonos llorar cuando nadie nos ve.

Celebramos tus andares con emoción, sabemos bien que de vez en cuando la vida afina con el pincel: se nos eriza la piel y faltan palabras para nombrar lo que ofrece a los que saben usarla. Nos pasa contigo.

Por estos rincones lejanos del mundo, se te aprecia, a ti que nunca te conformaste con un solo cielo, porque sabías que existía toda una América del otro lado del mar.

Aquí abajo, cada uno en su escondite hay hombres y mujeres que saben a qué asirse aprovechando el sol y también los eclipses apartando lo inútil y usando lo que sirve.

Con su fe veterana el Sur también existe. Aunque las más de las veces, la gente tierna viva con ganas de escapar, que esta tierra está enferma, y ya no esperamos mañana lo que no se nos dio ayer, que muchas veces no hay nada que hacer sino coger el arreo y seguir el camino del pueblo hebreo.

Porque sabemos que todo pasa y todo queda, pero lo nuestro es pasar, tu despedida es también un poco la nuestra. Es hermoso partir sin decir adiós, serena la mirada, firme la voz. Se nos ha pasado todo tan pronto, que parece que fue ayer cuando nos esperaba un gato peludo, funámbulo y necio a la vuelta del colegio. Se nos ha ido la vida, esa que algunas veces toma con uno café, haciendo caminos, caminos sobre la mar.

Es tiempo de agradecerte a ti, que nunca perseguiste la gloria ni dejar en la memoria de los hombres tu canción y has conseguido ambas cosas.

Gracias Joan Manuel, disfruta de tu gira de despedida, que en la vida todo es ir a lo que el tiempo deshace. Con esta despedida nos dejas como Penélope, sentados en el andén, con los ojos llenitos de ayer, pero qué le vamos a hacer si tú naciste en el Mediterráneo.

Modo avión

Laureano Márquez

El dispositivo inalámbrico al que llamamos comúnmente celular se ha convertido en el símbolo de este tiempo. Es imposible imaginar nuestra existencia sin todas las aplicaciones que nos ofrecen los teléfonos móviles.

En ellos está todo lo que necesitamos para la vida: además de para hablar por teléfono (que es ya casi lo que menos hacemos), el celular es nuestro banco, nuestro dinero, nuestro lugar de trabajo, la máquina de escribir, nuestra biblioteca, la oficina de correos, un estudio de televisión, una cabina de radio, un mapa, un pase de abordaje, el menú de un restaurante, nuestra sala de cine, nuestra sala de reuniones, nuestro templo, nuestra posibilidad de decirle a las personas pesadeces que no le diríamos personalmente, nuestro supermercado, nuestro taxi, nuestra discoteca, nuestra cámara de fotografías, nuestro reloj, nuestro salón de clases…

La lista es tan larga que será mucho más sencillo enumerar todo aquello para lo que el celular no nos sirve: no sirve para ir al baño, tampoco para ducharnos ni vestirnos y no se pude comer (de momento), ya vendrán nuevas aplicaciones.

También el celular sirve para prevenirnos del abuso de su uso. Hasta en eso se nos hace imprescindible. Según una información aparecida en Internet sobre el susodicho artefacto, eso que mientan el always on puede traer graves consecuencias y trastornos que se vinculan a la imposibilidad de desconectarnos de Internet.

Uno de estos trastornos se denomina «fomo» (fear of missing out, es decir: el miedo de perderse alguna vaina), que no es otra cosa que la angustia que causa la sensación de que otros puedan estar teniendo experiencias gratificantes, mientras tú permaneces por ahí, ausente de las redes, ocupándote de intrascendencias, como vivir, por ejemplo.

Si no puedes comer sin el teléfono frente a ti, si no puedes dormirte sin el aparato al lado, o subiendo a las redes todo lo que haces, seguramente te contagiaste de la epidemia del fomo.

Otro trastorno es la llamada «nomofobia» (no mobile pone fobia), un trastorno que consiste en el miedo irracional a no tener el celular a la mano o de quedarte sin Internet, que es como morir, si tu única vida es la virtual. Si estás casado con una venezolana y entras en pánico porque dejaste el celular en la casa, no tienes de qué preocuparte, es decir, sí tienes, pero no de que padezcas nomofobia, es otra cosa: esposafobia.

La lista de patologías es larga, pero mencionemos una más: el «vamping» (de vampire, vampiro, un animal que se activa de noche). Este padecimiento, propio de los denominados millennials, se percibe con facilidad en ese resplandor satánico, como de El exorcista, que brota de los ínferos de sus sabanas cuando uno pasa frente al cuarto del poseso mismo. Estos vampiros humanos pasarán toda la noche literalmente colgados boca abajo del iPhone.

De momento, el teléfono nos controla a nosotros, el gran reto es lograr que nosotros lo controlemos a él.

De allí un movimiento que cada vez cobra más fuerza en Internet, promoviendo las ventajas de la desconexión de Internet (www.practicaelmodoavion.com).

Al colocar el teléfono en modo avión o mejor incluso, al apagarlo durante cortos períodos, podríamos comenzar a percibir progresivamente que existe un mundo detrás de la pantalla de 7 x 13 cm., nuevas antiguas cosas mucho más grandes y reales, de diferentes texturas, como por ejemplo: puestas de sol de verdad, calles con nombres en las esquinas, árboles, pájaros e incluso, otros seres humanos tridimensionales, tan reales que parecen virtuales, cuya respiración, calor y humanidad pueden sentirse con facilidad si te acercas (a no más de metro y medio, claro, puede ser peligroso).

Puede ser un gran descubrimiento, para numerosos usuarios, que la posibilidad de hablar con la gente, en persona, también tiene su gracia.

El modo avión permite conversar más allá del uso de los pulgares, favorece el entrenamiento de las cuerdas vocales para evitar que el desuso las atrofie.

Sin el celular reclamando tu atención, tendrás tiempo para volver a ser una persona creativa, para darte cuenta de que se puede pasar un rato simplemente pensando, asociando ideas como consecuencia de la actividad contemplativa, de la que surgió alguna vez la filosofía, que nos permitió avanzar hasta llegar a Internet.

Puede que nada de lo expuesto logre convencer a los más adictos de ponerle límites al always on, así que apelaremos a un argumento de peso: con el uso del modo avión o apagando el móvil por cortos periodos, la duración de la batería puede prolongarse el doble y hasta el triple, lo cual no es desestimable, especialmente cuando se vive de apagón en apagón.

Minidiccionario de la libertad de prensa

Laureano Márquez

ALLANAMIENTO: Premio de periodismo que, a su manera, otorga la dictadura (la dictadura en general –sea este de brigada o de división–). Viene de la unión de dos términos: «allanar» (entrar ala fuerza a la casa de una persona) y «mentir» (decir algo que no es cierto con intención de implicar).

BULO: Noticia falsa que resulta del cruce de una información yegua con un propalador burro. Es una noticia estéril.

CENSURA: Omitimos esta definición por razones más que obvias.

COLUMNA: Parte del cuerpo por la cual, los funcionarios de la represión suelen expresar su opinión sobre lo que han escrito algunos periodistas en la prensa.

DEBATE: Estos funcionarios suelen ir de bate, también de electricidad y otras veces, cuando hay apagón, de bolsas plásticas.

ENTREVISTA: Conversación en la cual el entrevistador indaga sobre las opiniones del entrevistado, al que se le ha advertido previamente acerca de ciertas opiniones que no puede expresar públicamente.

EDITORIAL: Opinión de un periódico o revista que no esta firmada por nadie en particular, evitando así el debate en la columna.

FUENTE: Lugar de donde brota la información en los jardines de los palacios de gobierno.

LIBERTAD: Cuadro de Delacroix (la libertad guiando al pueblo). «L. Lamarque» actriz y cantante argentina. Estatua ubicada en Nueva York.

MEDIOS: Moneda extinta con la que alguna vez se podía comprar el periódico.

NOTICIERO: Dícese de cuando hay muchas noticias. «Hoy tenemos un noticiero loco».

OBJETIVIDAD: Para los regímenes autoritarios, es la forma de presentar la realidad tal cual no es.

OPINIÓN: Forma de buscarse problemas que consiste en expresar la idea o juicio que una persona tiene sobre algo o alguien. Si te salvas del gobierno, te agarra la oposición.

PRENSA: Cuando no tienen el debate a mano, los funcionarios suelen recurrir a la prensa.

PERIÓDICO: Publicación que antes aparecía de forma regular (periódica), pero le han quitado el papel y la sede. Ahora existe de manera digital, hasta que expropien los dedos.

TITULARES: Tiene dos acepciones: el enunciado que encabeza una información y también el titular del ministerio que impide que esta información se publique.

VERAZ: Dícese de la información que se ajusta peligrosamente a la verdad.

ZAPATAZO: Opinión gráfica del maestro Pedro León Zapata, un hombre que siempre tuvo el valor de decir lo que pensaba porque pensaba lo que decía. Su ejemplo seguirá siendo, por siempre, motivo de inspiración.

Twitter @laureanomar

Laureano Márquez P. es humorista y politólogo, egresado de la UCV.

Del humor y otros demonios

Laureano Márquez

La bofetada que Will Smith ha dado a Chris Rock en la entrega del Oscar, ha dejado de lado acontecimientos de cierta mayor gravedad que amenazan a la humanidad en estos tiempos.

A riesgo de que el lector abandone aquí la lectura de un asunto que ya resulta cansón, se siente uno llamado a opinar sobre el tema por una razón: es que más allá de Smith y Rock, quien ha sido nuevamente sentado en el banquillo de los acusados es el humor.

Nosotros, además de homo sapiens, somos homo ridens. Esta condición de animal que ríe fue precursora de la otra, la del ser pensante.

Seguramente comenzamos a pensar porque el humor nos ayudó en esa tarea. Una de las más hermosas definiciones de humor es la que nos da Aquiles Nazoa cuando dice: «el humor es una manera de pensar sin que el que piensa se dé cuenta de que está pensando». Una suerte de pensamiento de contrabando.

El humor es un relámpago del ingenio. Ese es a la vez su mérito y su riesgo. Cada vez que el desacierto de un humorista pone en cuestión al humor, inevitablemente se entra en la discusión sobre de los límites de este. No cabe duda, los tiene. La pregunta es: quién los establece.

Con el humor sucede igual que con la libertad de expresión, es preferible tenerla, aunque se comentan abusos de ella, que regularla al punto de que deje de existir.

El chiste de Rock fue desafortunado, sin duda, y carente de sensibilidad. El humor suele asociarse a la inteligencia y no es inteligente zaherir a quien padece de una enfermedad que le agobia. Lo que sucede –y no disculpo con esto a Chris Rock o a quien haya escrito el chiste– es que el humor de los grandes eventos de Hollywood busca siempre hacer bromas a costa de los famosos que a ellos asisten.

Algo similar sucede cuando una empresa contrata a un humorista y le proporciona información acerca de sus empleados para que el comediante los «joda» con la aquiescencia de los jefes.

Quizá allí está la raíz del problema: en los tiempos que corren, muchos profesionales del humor olvidan que este no es una forma de agresión, ni está hecho para la burla.

Cuando uno tiene dudas acerca de los fines del humorismo, lo único que tiene que hacer es observar a los grandes maestros: Chaplin, Aquiles Nazoa, Zapata, Pinti y tantos otros. Su humorismo está cargado de sensibilidad, está orientado a la defensa del débil, está lleno de inteligencia e ingenio, es portador de un mensaje luminoso de quien anhela felicidad para todos.

En definitiva, se convierte en una expresión de una conciencia guiada por un profundo amor los semejantes, cuyos defectos morales se subrayan en el anhelo de un mundo mejor. Es lo que los hace inolvidables.

En la entrega del Oscar, el exceso de Chris Rock fue superado con creces por el de Will Smith. Esta bofetada marcará su vida y le perseguirá hasta la reseña de su defunción, además de opacar su momento estelar.

Contrapuso la violencia a la palabra, sin duda un acto primitivo que hace evidente su falta de templanza. Pero más que ser jueces de nuestros semejantes –nadie está exento de cometer desaciertos–, uno lo que debe es sacar enseñanzas de lo sucedido para tratar de ser mejor persona. Si los errores de otros nos ayudan a no cometerlos nosotros, no habrán sucedido en vano.

Mientras escribimos estas líneas, no queremos que los berrinches de Hollywood nos hagan perder de vista que un humorista sigue resistiendo en Ucrania, asumiendo con dignidad la defensa de la integridad de su pueblo. Lleva más de un mes recibiendo a diario bofetadas de Putin.

Termópilas

Laureano Márquez

Con mucho tino, el poeta rumano Mircea Cărtărescu (disculpen yo tampoco sé como se pronuncia la «a» eñosa), ha escrito una columna («La guerra de Putin contra mí y contra ti») en la que compara lo que sucede en Ucrania con la legendaria batalla de las Termópilas.

Los persas intentaron invadir Grecia en un episodio que la historia conoce como las guerras médicas, que no eran de los galenos luchando por un justo salario, como uno cabría imaginar. Lo de médicas viene por que a los persas se les denominaba medos, por una de las tribus que habían conquistado y con la que se habían fusionado.

Luego de que los griegos derrotaran a los persas, comandados por Darío, un segundo intento de invasión se produjo 10 años más tarde, en el 480 a.C., dirigido por Jerjes, sucesor de aquel.

En este segundo intento, se desarrolló la batalla de las Termópilas (literalmente «las puertas calientes»). Es un episodio que marca la heroica resistencia de los antiguos griegos.

En un estrecho desfiladero, estos pudieron contener por unos días la invasión del ejército persa, infinitamente mayor en número, dando tiempo a la organización de la defensa en el resto de Grecia.

Entre los combatientes estaban los 300 espartanos comandados por Leónidas, que lucharon hasta morir.

Aunque los griegos fueron vencidos en las Termópilas, la heroicidad de los espartanos infundió a los griegos ánimo para la derrota final de los persas en Salamina y Platea, lo que salvó a la cultura griega de perecer.

En otras palabras, también nosotros estamos en deuda con los espartanos que allí yacen.

Cărtărescu establece algunos paralelismos entre lo que acontece en Ucrania y las Termópilas:

  • Un poderoso ejército es contenido por uno mucho más pequeño, pero con la férrea determinación de defender su patria.
  • Occidente, con discordias similares a las que tenían entre sí las ciudades griegas, se ha unificado frente al invasor.
  • Los soldados de Putin, como los de Jerjes, son esclavos de los caprichos de su señor.
  • Aunque Ucrania sea vencida como lo fueron los espartanos en Termópilas, el heroísmo de su resistencia prevalecerá, como sucedió con el de los antiguos griegos. Zelenski –cuyo nombre nos resulta ahora tan familiar– sería un nuevo Leónidas y como el rey espartano, conocedor de su destino.

Pero pese a las similitudes hay una notable diferencia: Jerjes no tenía ojivas nucleares capaces de borrar al planeta entero.

El poeta griego Constantino Cavafis, dedicó un poema a la legendaria defensa de los espartanos que comandó Leónidas, al que bien podríamos recurrir hoy para honrar a los defensores ucranianos:

«Honor a aquellos que en sus vidas

se dieron por tarea el defender Termópilas.

Que del deber nunca se apartan;

justos y rectos en todas sus acciones,

pero también con piedad y clemencia;

generosos cuando son ricos, y cuando

son pobres, a su vez en lo pequeño generosos,

que ayudan igualmente en lo que pueden;

que siempre dicen la verdad,

aunque sin odio para los que mienten.

Y mayor honor les corresponde

cuando prevén (y muchos prevén)

que Efialtes ha de aparecer al fin,

y que finalmente los medos pasarán».

Honoris pausa

Laureano Márquez

El honor es uno de los atributos más difíciles de definir. La Real Academia asocia el término a una cualidad moral, lo cual complica aún más las cosas, porque la moral tiene que ver con conceptos de engorrosa precisión, como el bien, el mal y el obrar correctamente conforme a la conciencia. Y así, en un par de saltos, ya nos encontramos con Immanuel Kant, su filosofía moral y su imperativo categórico. «Obra sólo según una máxima tal que puedas querer al mismo tiempo que se torne ley universal», nos dice el filósofo.

Es decir: uno debería querer que las propias acciones fuesen leyes universales de comportamiento o dicho más corrientemente: trata a los demás como tú querrías que fuese el trato de todos.

Así pues, con el honor nos pasa lo mismo que a San Agustín con el tiempo: aunque uno no sea capaz de definirlo bien, puede reconocerlo con claridad. Uno sabe de gente de vida honorable y la admira. La historia universal da cuenta de personalidades que han trascendido por su estatura moral. Gente que vive o vivió conforme a principios y valores universales que hemos valorado en todos los tiempos: sabiduría, bondad, honestidad, valor, justicia, compromiso con el prójimo, etc. También uno distingue con claridad aquellos seres en los que el honor está en pausa.

En tanta estima se tiene al honor, que las universidades conceden un grado especial al que denominan «doctor honoris causa», literalmente «a causa del honor». Es la máxima distinción que otorga el claustro a una persona «docta» en el sentido cásico del término: sabia, iluminada y poseedora de unas cualidades y de una trayectoria de brillo intelectual que hacen que a la academia le resulte un honor tener a esa personalidad entre los suyos, asociar su nombre al de la institución.

Así que aquí el honor es doble: tanto para el homenajeado como para la universidad que lo honra. Por eso la concesión del doctorado honoris causa, en los más solemnes actos, está acompañado de un ritual de profundo simbolismo. Se entrega al doctorando el birrete, unos guantes blancos, un anillo y un libro:

  • El birrete: «…para que no solo deslumbres a la gente, sino que además, como con el yelmo de Minerva, estés preparado para la lucha».
  • El anillo: «La Sabiduría con este anillo se te ofrece voluntariamente como cónyuge en perpetua alianza».
  • Los guantes. «Estos guantes blancos, símbolo de la pureza que deben conservar tus manos en tu trabajo y en tu escritura, sean distintivo también de tu singular honor y valía».
  • El libro: «He aquí el libro abierto para que descubras los secretos de la Ciencia (…) he aquí cerrado para que dichos secretos, según convenga, los guardes en lo profundo del corazón».

Este ritual varía de una universidad a otra, llegando incluso algunas a sustituir el birrete por boina («para que tus ideas prevalezcan por encima de las de los demás»), el anillo por manopla («para que convenzas a los que no estén de acuerdo»), los guantes blancos por guantes de boxeo («para que no olvides que la lucha es literalmente a golpes») y el libro por un mazo («porque a veces hay que abrirle el entendimiento a la gente»). En fin, cada institución decide con qué criterios selecciona aquellos a los que quiere asociar su prestigio y destino. Como diría el maestro Pedro León Zapata: hay casos en los que el desprestigio es mutuo.

Twitter @laureanomar

Laureano Márquez P. es humorista y politólogo, egresado de la UCV.

Robar es bueno

Laureano Márquez

De lo sucedido esta semana se desprende que robar en Venezuela es buenísimo, si lo sabes hacer con una buena dosis de cooperación institucional y cinismo. El asunto es que hay que robar mucho, porque al final, estos ladrones antiimperialistas lo que quieren es vivir en el imperio y correr libremente con sus caballos pura sangre por las riberas del río Mehicepipi. El secreto está en robar bastante y luego cooperar con el gobierno norteamericano de manera que este se lleve un altísimo porcentaje de lo robado (que nunca volverá al pueblo venezolano a quien pertenece) y el ladrón, con el repele de milloncejos de dólares que le quede bajo el colchón, pueda vivir una existencia tranquila, al amparo y protección de las autoridades del país del norte.

No se trata solo de ser un corrupto, sino de tener una libretica donde se van anotando nombres y datos de toda la trama de corrupción de la que se es parte. Esas informaciones son las que, suministradas en el momento oportuno, van a permitir al ladrón su liberación en los Estados Unidos con una sentencia reducida.

Con la información que obtienen, los jueces harán nuevas detenciones y embargos de otras fortunas hasta que lleguen al más bolsa (¡mosca bolsas!, que ahora van por ustedes), el que se ha robado apenas una docena de millones de dólares y que, sin la previsión de la libretica, se queda sin posibilidades de negociar y consiguientemente de partir la cochina.

Lo robado por el corrupto también es un negocio, sin duda, para el gobierno norteamericano. Es la transferencia de fondos más brutal que un país haya hecho a otro en toda su historia. Nuestros ladrones de cuello blanco no se roban el 10% de la represa que va a producir la energía hidroeléctrica del país, como hace cualquier corrupto decente del primer mundo. Los nuestros se roban la represa entera y encima, desvían el río en el que se iba a levantar, para robarse también el oro, imposibilitando para siempre la construcción de la represa, causando un daño ecológico irreparable y dejando al final al país a oscuras. En definitiva, el asunto es que el monto de lo robado por estos predios es exorbitante, incalculable, descomunal, inconmensurable, hercúleo. Y lo que se roban nuestros corruptos en nombre de la lucha antiimperialista, va a parar, pues, at the end of the day a las arcas del tesoro de los Yunay Esteys.

Robar es, como hemos dicho, un excelente negocio en Venezuela, pero no para los niños que pierden la vida en el hospital J.M. de los Ríos (que pena con el Dr. José Manuel, un magnífico pediatra) y para todas las personas que mueren de mengua en hospitales mal dotados por carencia de fondos.

Tampoco el robo es negocio para las universidades del país, que deben pagar sueldos miserables a sus profesores y reducir su actividad por la carencia de presupuesto, destruyendo la educación, que es el motor con el que avanza una nación. Robar es bueno, pero no para el que trabaja decentemente, con empeño, durante treinta o cuarenta años y espera, con el fruto de sus ahorros y su merecida jubilación, concluir su existencia con seguridad y paz. Y este, si protesta con justicia por lo que le corresponde, lo meten preso el mismo día en que el otro sale en libertad.

Esta es la conclusión a la que hemos llegado luego de las informaciones aparecidas esta semana. Y eso sin tener en cuenta lo que aún no se saabe.

Twitter @laureanomar

Laureano Márquez P. es humorista y politólogo, egresado de la UCV.

Asamblea de exorcistas

Laureano Márquez

Entre el 15 y el 18 de febrero se celebrará en Venezuela la primera asamblea de exorcistas. Aunque el tema del demonio y el exorcismo se presta a las bromas y esta –supuestamente– es una página de humor, el exorcismo es un tema bastante serio y como tal lo asumimos. El diablo existe y sus acciones tienen consecuencias terribles. Si lo sabremos nosotros los venezolanos. Por eso, el hecho de que se celebre en nuestro país esta primera asamblea es sin duda, para quien esto escribe, una buena noticia.

Los primeros exorcismos fueron realizados por el propio Jesús durante el tiempo en que anduvo entre nosotros. Los evangelios así lo relatan. Luego, dentro de la Iglesia, el exorcismo se fue convirtiendo en una actividad cada vez más especializada, que solo puede ser realizada por las personas debidamente autorizadas para ello y que cuentan con la debida preparación.

Todos los de mi generación asociamos inevitablemente el tema con la película El Exorcista, en la que Linda Blair –cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia– es poseída por el diablo y se requiere de la presencia de sacerdotes especialmente preparados para la actividad de expulsar demonios.

Una de las primeras cosas que según los manuales debe hacer un buen exorcista es distinguir cualquier patología o trastorno psicológico de una posesión satánica. El proceso mismo adolece de algunos rasgos que claramente lo distinguen de otros tipos de males, por ejemplo:

  • El hablar o comprender lenguas desconocidas que la persona no ha podido aprender por cuenta propia.
  • Demostrar más fuerza física de lo normal para las características físicas de la persona poseída.
  • Proferir blasfemias y maledicencias. Es decir, tener aversión por lo sagrado.
  • Descubrir cosas que están ocultas o a mucha distancia.
  • En la posesión demoníaca, el Diablo se instala en el cuerpo de su víctima, haciéndole daño.

El exorcismo tiene dos formas, por así decirlo: el exorcismo simple y el complejo. Un ejemplo del primer caso es cuando durante el rito del bautismo, padres y padrinos –en nuestro nombre– renuncian a Satanás, a sus obras y tentaciones. Como recordaba el papa Francisco, los primeros cristianos, que se bautizaban ya grandes, lo hacían orientados hacia el este, por donde nace el sol porque «no creen en la oscuridad, sino en la claridad del día; no sucumben a la noche, sino que esperan en la aurora; no están derrotados por la muerte, sino anhelan a resurgir; no se arrodillan al mal, porque confían siempre en las infinitas posibilidades del bien».

No cabe duda de que el mal existe y tampoco de que se ha instalado en nuestra tierra de diversas maneras. Debemos luchar en su contra, dentro y fuera de nosotros. Como diría el Santo Padre: no sucumbir a la noche, sino prepararse para el amanecer que algún día tendrá que venir. Por tal razón, saludamos esta asamblea de exorcistas, con la grata noticia, además, de que se celebre en Guanare, lugar de aparición de la patrona de Venezuela, la Virgen de Coromoto.

Así que comenzamos este año diciendo: vade retro Satana +.

Twitter @laureanomar

Laureano Márquez P. es humorista y politólogo, egresado de la UCV.

Libre como el viento

Laureano Márquez

(A 32 años de la caída del Muro de Berlín)

No está muerto, Peter está tendido en el suelo junto a la gruesa barrera de concreto que lo separa de la libertad. Bastaría un último esfuerzo, escalar la pared como habían planeado, arrastrarse bajo la alambrada y ya. Pero no termina de entender qué sucede con sus piernas. No responden, como si se hubiesen largado corriendo, dejándolo allí abandonado. Está herido, escuchó el tiro, pero no se dio cuenta de que le habían dado hasta que se desplomó y palpó la humedad espesa de la sangre entre sus piernas. Su compañero, Helmut Kulbeik, sí logró saltar el muro y desde el otro lado le anima desesperado «¡Salta, Peter!, por Dios, ¡salta ya!». Es inútil. Intenta levantarse, pero su cuerpo no responde.

Un soldado de la guardia fronteriza le ha disparado sin odio, le ha disparado porque tenía que hacerlo, porque es la orden proteger a los ciudadanos del fascismo que amenaza desde occidente, porque estamos todos llamados a construir el socialismo que propiciará la verdadera libertad y nadie puede ausentarse de esta tarea. Eso, al menos, le han dicho sus superiores.

En el fondo, él tampoco tuvo opción. Aunque sus compañeros de la guardia nocturna lo palmean en la espalda, como si hubiese hecho algo heroico, él está temblando de miedo. Nunca le había disparado a alguien, es apenas un chico, quizá un par de años menor que él. Quiere ir a levantarlo, solo está herido, todavía puede librarse de ser un asesino, pero sus camaradas lo hacen desistir. Hay que dejarlo ahí para que todos lo vean, para que sirva de escarmiento a los que se les ocurra pensar que pueden hacer lo mismo. Es la primera que vez que alguien intenta saltar el muro desde que, hace hoy exactamente un año, se inició su construcción, dividiendo a Berlín en dos ciudades que separaron a parientes, amigos y vecinos.

Peter es un obrero de la construcción, tiene casi 20 años. Aunque su familia vivía en el lado occidental de Berlín, su trabajo está en el lado este, de modo que cuando la valla comenzó a levantarse se vio obligado a establecerse allí si no quería perder su trabajo. Jamás imaginó que esa pared, que de un día a otro comenzaron a edificar sin avisar a nadie, lo separaría para siempre de sus seres queridos, de sus amigos y, en definitiva, de la libertad.

Justo un par de meses atrás, después de casi un año sin poder visitar el otro lado, Peter y su amigo Helmut, urdieron la idea saltar el muro. Sería tarea fácil si lo planificaban bien. Estudiaron el mejor lugar para saltar y hacerlo lo más cerca posible del punto de control fronterizo norteamericano. Eran jóvenes y fuertes, no sería complicado para ellos brincar. Decidieron que lo harían el 14 de agosto de 1962. La tarde de ese día, después de concluir sus jornadas de trabajo, se escondieron en un taller de carpintería desde cuyas ventanas podían observar el movimiento de los guardias de la RDA y desde allí mismo escapar en el momento de mayor distracción.

Helmut Kulbeik era el cerebro del plan, a él no le movía el deseo de visitar a su familia, como a Peter. Helmut sí que quería huir del comunismo, no soportaba las crecientes restricciones que tenía que padecer, más sabiendo que podía acabar con todo ello solo con un salto. El resto de su vida Helmut lamentaría ese día, así como haber envenenado la cabeza de Peter con tan temeraria idea. El recuerdo de la tragedia que acabó produciendo su mala idea le arruinaría a Helmut la existencia, llevándolo al final al abandono, al alcoholismo y a preguntarse cada día por qué no fue el destinatario de ese disparo.

Pero más allá de las motivaciones, el hecho es que Peter se desangra a la vista de un grupo de ciudadanos berlineses que ha comenzado a congregarse a ambos lados del muro y contempla horrorizado la escena. Algunos quieren acudir en su auxilio, pero saltar equivaldría a suicidarse, por algo llamaban a aquel espacio baldío entre los dos muros paralelos «el corredor de la muerte». Helmut se asoma, le tiende su mano. Si solo pudiera sujetarlo, pero recibe la voz de alerta del guardia que lo apunta desde ese otro lado, que hasta hace cinco minutos era el suyo, así que desiste y se deja caer. Peter grita de dolor y pide ayuda.

Todos lo oyen, también los soldados americanos del Checkpoint Charlie, pero estos solo intervienen para tratar de contener al creciente grupo de personas que se va reuniendo y que vocifera su rabia junto a la pared, tan cerca y a la vez tan lejos de Peter. Los americanos contienen a los que intentan saltar al otro lado. Ellos no pueden intervenir, por más que la gente insista, la «tierra de nadie» se encuentra en el lado este de Berlín. Es imposible.

Luego de casi media hora tendido en el suelo, Peter deja de gritar, ya no tiene fuerzas, se siente mareado, aturdido por pensamientos que se suceden uno tras otro. ¿Por qué todo había cambiado tan drásticamente el último año? Esta era la ciudad en la que había nacido, no entendía por qué ahora era un crimen transitar por ella. Pensó en el dolor que causaría a su madre y su hermana, ojalá pudieran perdonarlo. Se sintió mareado y ya no le quedó duda de que nadie vendría en su auxilio, se iba a morir allí, ante la mirada de todos, ¡qué vergüenza! Su respiración se hizo más fuerte y ya no escuchaba los gritos de la gente, todo se mezclaba en su cabeza de manera desordenada.

De pronto le sobrevino la extraña sensación de que todo aquello no estaba sucediendo, de que quizá se trataba de un sueño del que despertaría dentro poco. Se vio a sí mismo saltando el muro, elevándose cada vez más. Vio a Helmut, a la multitud que lo rodeaba, al soldado que le disparó.

Y siguió subiendo, como si flotara en un mar de destellos luminosos, hasta que pudo ver las calles aledañas al muro, la casa de su familia, la ciudad entera, su ciudad. Vio toda su vida en un instante, incluso la que no fue: la esposa que no tuvo, los hijos que no nacieron. Y entonces Peter voló, libre como el viento.

Casi una hora más tarde, los soldados de la RDA recibieron la orden de acercarse, mientras desde ambos lados se oía el grito de «¡Asesinos, asesinos!». Peter Fechter había muerto a causa de la hemorragia producida por el disparo. Fue la primera víctima de las 79 que se contabilizaron durante el tiempo que se mantuvo en pie esa barrera que como una cicatriz de guerra marcaba el rostro de la ciudad. Algunas fotografías de la época lo muestran tendido junto a la pared mientras agonizaba y luego, ya muerto, sostenido en los brazos de uno de los guardias fronterizos.

Después de casi tres décadas de existencia, el muro de Berlín fue derribado. Un monumento recuerda hoy el lugar en el que fue asesinado Peter Fechter. Debajo de su nombre, una breve frase resume su suplicio: «…él solo quería libertad».

Twitter @laureanomar