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Laureano Márquez

Zapatero y la mina de oro

Laureano Márquez

Tengo tiempo escuchando el comentario de que Zapatero tiene una mina de oro en Venezuela. Siempre pensé que la afirmación se hacía en sentido metafórico, es decir, que la situación venezolana y la consiguiente viajadera al país de Bolívar constituía una mina de oro para el susodicho porque sacaba de ello provecho colateral, pero nunca imaginé que se estaba hablando en sentido literal, de una mina, de pepitas de oro, pues, con mercurio y destrucción medioambiental. Esta información se desprende (o despluma) de las acusaciones del Pollo (no Brito, sino el otro) y también de unas declaraciones de esa señora que nunca ha tenido Piedad con nosotros.

Particularmente creo que no se debe desprestigiar a nadie, por muy mal que esa persona le caiga a uno, máxime si la persona tiene una extraordinaria capacidad para desprestigiarse a sí misma. Así que hasta no verle la pepita en la mano, no doy por cierta la información.

Me parece que los que tenemos alguna responsabilidad comunicacional, debemos manejar las informaciones con cuidado. Sin embargo (todo tiene un sin embargo), como en el humor la creatividad vuela, es inevitable imaginar toda la “explotación” que la minería del humorismo podría hacer de una noticia así.

Sería un contrasentido que un régimen que le exige una disculpa al rey Felipe VI por la conquista de América, el genocidio de la población aborigen y la expoliación del oro, regalase a un expresidente español –justamente– una mina en la que se roba el oro, se destruye el medio ambiente y se asesina a la población aborigen por la que, por lo visto, se siente mucho menos respeto del que les tenía Isabel la Católica cuando le escribió al almirante Colón reprehendiéndole: “¿quién le ha dicho a usted, señor Colón que mis vasallos son sus esclavos?” Quizá la leyenda de El Dorado a estas alturas algunos todavía están en capacidad de creérsela.

Uno podría imaginarse al personaje en el sótano de su casa en Madrid (caracterizado por el excelente humorista español José Mota) con una bata de cuero en una fragua fundiendo lingotes justo en el momento en que le llama su compañero Pedro Sánchez para sostener un diálogo como el que sigue:

-Hola, ¿Está José Luis Rodríguez Zapatero? Que que se ponga… José Luis, que parece que el Pollo ha hablado.

-Joder, tío, en España cada vez se ven cosas más raras.

-¡El Pollo de Venezuela!, quiero decir.

-Imposible, yo he viajado muchas veces y allí pollo, no hay.

-Por Dios, que no existe, José Luis, el tío este, Carvajal. Ha dicho que tienes una mina de oro allí en América. ¿Qué tienes que decir?

-Oro reluce, plata no es, el que se lo crea muy bobo es. Mira Pedro, esto tenemos que hablarlo, pero hoy no, ¿eh?, ¡Mañana! Es que hoy estoy fundido…

-Solo quiero que me digas la verdad.

-Yacimiento…

-¿Cómo?

-Digo que ya, si miento, él dice la verdad, pero no miento. Todo esto es una aleación de la oposición venezolana. Encima, Mercurio está retrógrado, así que no es un buen momento. Te tengo que colgar, ya sabes que el tiempo es oro. Adiós, hasta luego, Lucas.

Al cierre de esta emisión, hemos conocido que al Pollo se lo llevan también extraditado para los Estados Unidos, al parecer a toda prisa. No sabemos si esto tiene algo que ver con la supuesta mina. Sin embargo, lo que sí es cierto es que cada vez que abre la boca, alguien del oficialismo de allá se hunde.

Quiera Dios que no le toque compartir celda con el otro extraditado y que todo esto termine en riña colectiva en los patios de la prisión.

En todo caso, volviendo a lo de la mina: si es cierto o no, seguramente con tanta gente de braga anaranjada tan bien informada y dispuesta a hablar, se terminará sabiendo, porque al final, la verdad, como el oro, brilla.

Twitter @laureanomar

Laureano Márquez P. es humorista y politólogo, egresado de la UCV.

Entre el dolor y la nada

Laureano Márquez

El cambio de rumbo de la oposición venezolana, de toda ella, desde la que pedía una invasión inmediata de los marines norteamericanos hasta la más cercana al régimen, denominada por algunos «colaboracionista», marcará la orientación de la nación venezolana en los próximos años. No es este un comentario hecho con la intención de malponerlos ni acusarles de debilidad o docilidad frente al régimen totalitario. Por el contrario, hemos visto a lo largo de estos 21 años muestras de valentía, compromiso y lucha que harán historia. Vidas arrebatadas con indolencia, especialmente entre nuestra juventud.

La oposición venezolana ha terminado tomando el derrotero que las circunstancias le permiten. «Nunca es dura la verdad, lo que no tiene es remedio». Entre proclamar una salida mágica y transitarla, como hemos visto, puede mediar un abismo. Si hubiese otro camino más expedito, ya lo habrían tomado, porque supone uno que a ningún opositor le resulta sencillo digerir la idea de la prolongación de esta tragedia, más allá incluso de la fecha en que habían profetizado su caducidad: el 2021. El régimen, pues, se ha anotado una victoria, se ufana de ella y humilla en su mejor estilo.

Por otro lado, lo que acabamos de ver en Afganistán muestra que el mundo democrático no esta dispuesto a asumir los costos que implica llevar la democracia a aquellos países que no están preparados para ella. Las luchas de las naciones por su libertad será una lucha solitaria y lenta, sin mayor apoyo que la retórica hermosa de las proclamas desde los países de tradición democrática. Todas las dictaduras son atroces y las de izquierda lo son más, porque dan la impresión de venir –a diferencia de las otras– sin fecha de caducidad. A pesar de ello, también acaban y aunque uno no vaya a ver su final, debe seguir trabajando para alcanzarlo.

El destino de la oposición en los años venideros será el de operar bajo las reglas y limitaciones que el régimen político establezca. En condiciones desventajosas, de abuso de poder, inequidad y falta de transparencia.

Podría suceder, incluso, que haya algún éxito electoral y puede también que el régimen lo acepte y hasta que lo respete si le parece que su desempeño se realiza bajo ciertos parámetros que le resulten convenientes. La oposición trata de garantizar ahora solo su supervivencia en libertad (es decir, sin prisión) y, sin duda, de frenar lo más que le sea posible el proceso de destrucción del país. Será una lucha larga y difícil. Puede que a muchos les parezca poca cosa o una traición inaceptable, pero las torturas que puedan ahorrarse, las masacres que puedan evitarse, las vidas de presos políticos que puedan salvarse, la población que pueda vacunarse. Cualquier acción que salve vidas será un avance, un magnífico avance.

«Entre el dolor y la nada, prefiero el dolor». Quizá esta frase de William Faulkner es la que mejor define la actual situación de la oposición venezolana.

Twitter @laureanomar

Homo ¿sapiens?

Laureano Márquez

En estos días le da a uno por pensar en esa denominación que los paleoantropólogos usan para definir a ese primate evolucionado del que formamos parte los seres humanos modernos. Homo en latín es hombre y sapiens sabio, pues entre todos los animales que habitamos el planeta, nosotros somos los únicos que tenemos eso que se llama sabiduría. Dicho en otras palabras, amable lector, usted es el único animal capaz de leer y comprender este artículo escrito por otra bestia de su misma especie con unos dibujos que usted descifra y que le remiten a objetos y conceptos del mundo real.

El término sabiduría con el que se nos etiqueta es bastante complejo. Si apelamos al Diccionario de la Real Academia de la Lengua, encontramos esta primera definición: «Conjunto de conocimientos amplios y profundos que se adquieren mediante el estudio o la experiencia». Desde este punto de vista, por ejemplo, un talibán es una persona sabia. Para comenzar, la palabra, de origen árabe (talib), significa «estudiante». Pero más allá de esto, alguien que organiza y gana una guerra sin duda tiene «un conjunto de conocimientos amplios y profundos…». La cosa cambia un poco con la segunda acepción que nos ofrece el DRAE: «Facultad de las personas para actuar con sensatez, prudencia o acierto». Las desoladoras imágenes de las acciones de este grupo de milicias no son ejemplo de sensatez, prudencia o acierto, sino más bien de locura, desenfreno y aberración. En tal sentido, pese a ser sapiens (y encima supuestamente estudiantes), con lo que menos cuentan es con sabiduría. De hecho, son enemigos de todo aquello que usualmente se asocia a este concepto: arte, música, teatro, literatura. Son gente de alma fea que aman la fealdad y ocultan o destruyen la belleza.

Pero volviendo al resto de los sapiens, para no referirnos a un grupo en particular, tampoco es que las cosas estén marchando muy bien, no solo en el mundo tradicionalmente considerado como atrasado, sino también en el primer mundo. Nuestra amenaza a la estabilidad climática de nuestro planeta, la existencia de desigualdades extremas, de atroces dictaduras, la creciente y decepcionante aniquilación de ese rasgo tan propio de nuestra especie llamado «sentido común», al que Bergson denominaba «la facultad para orientarse en la vida práctica» que tiene mucho que ver, sin duda, con lo razonable. En fin, toda esta larga lista de cosas y las que faltan a veces nos hacen poner en duda la sabiduría de nuestra especie.

Nuestra evolución ha sido sorprendente en 200 mil años, ese primate que habitaba al sur del rio Zambeze, comenzó a tener ideas y a conectarlas, a fabricar herramientas, a sobrevivir en condiciones adversas. De allí se expandió por el mundo como lo seguimos haciendo hoy, siempre huyendo de las adversidades para encontrar un lugar mejor en el que vivir. De ese viaje de remoto inicio, surgió Mozart, Da Vinci, San Francisco, el Empire State, el Apolo 11 y también Adolfo Hitler, Stalin, los talibanes y –naturalmente– el susobicho.

Después de 200 mil años de tránsito, siente uno que nos falta mucho para alcanzar, como especie, la sabiduría que nos define. No obstante, no debe vencernos el desaliento, porque un soplo de sabiduría divina ha sido lanzado sobre nosotros. No debemos perder la esperanza, algún día logremos que se despliegue en su plenitud. Mientras tanto sigamos trabajando para ello elevando nuestro espíritu hacia el bien. Quizá con un toque de humildad, deberíamos omitir el sapiens y llamarnos simplemente homo, aunque en algunos casos uno sienta que homínido es más que suficiente.

Twitter @laureanomar

https://talcualdigital.com/homo-sapiens-por-laureano-marquez/

El concilio cadavérico

Laureano Márquez

Uno de los hechos más insólitos de la historia del papado es el juicio post mortem realizado al papa Formoso, pontífice entre los años 891 y 896. Lo peculiar de este proceso judicial es que se realizó de manera presencial, es decir, el cadáver del papa fue sacado de su sepultura, vestido con los ornamentos pontificios y sentado en un trono para que escuchara las acusaciones que se hacían en su contra. Al parecer guardó silencio durante todo el proceso, dando pie a que se le aplicara el principio de que «quien calla, otorga» y por tal razón fue condenado.

Formoso se había hecho parte –como otros papas de su tiempo– de las disputas que protagonizaban las familias nobles de Italia por imponer su primacía en la región.

A su muerte, una de las facciones a las que él se había opuesto se hizo con el poder y el control de Roma. Esto propició que el papa Esteban VI, partidario del nuevo bando, accediera realizar tan extraño juicio. Los relatos del hecho son grotescos: el cuerpo de Formoso, que llevaba nueve meses de fallecido y sepultado, fue llevado a la Basílica Constantiniana donde se le amarró a una silla, no tanto por temor a la fuga sino para mantenerle erguido.

Luego de su condena por del sínodo, fue despojado de las sagradas vestiduras y se le amputaron los tres dedos con los que impartía las bendiciones. Su pontificado se anuló y, consiguientemente, todos sus actos como cabeza de la Iglesia. Su cadáver fue lanzado a la «fosa de los condenados y desconocidos» y finalmente a las aguas del Tíber, para que desapareciera para siempre.

Según la leyenda, su cuerpo fue a dar a las redes de un pescador que lo mantuvo oculto. Años más tarde los vientos de la política italiana volvieron a cambiar y Formoso fue restituido y volvió a San Pedro donde reposa aún hasta nueva disposición judicial.

Como parte de su sentencia, Formoso fue sometido a la denominada damnatio memoriae, sanción propia del derecho romano que consistía en borrar todo recuerdo del condenado. Esto incluía la demolición de monumentos, el retiro de inscripciones y, en algunos casos, incluso la prohibición de la mención de su nombre. Esta práctica del Senado romano, de la que Esteban VI echó mano para condenar a su antecesor, no era exclusiva de Roma, también había sido puesta en práctica en el antiguo Egipto. Tampoco es privativa del mundo antiguo y de la temprana Edad Media.

En tiempos mucho más recientes, dictadores como Stalin, el tipo de bigotes que es igualito al Esteban que conocemos, borró de la historia, e incluso de las fotografías, a los compañeros revolucionarios que se le opusieron. Ya se sabe que era un personaje de malas purgas.

Un cuadro del francés Jean-Paul Lauren muestra la escena del papa vivo acusando al difunto. Si más de mil años después podemos hablar de Formoso es porque la damnatio memoriae de Esteban VI no fue tan exitosa. Quien esto escribe es enemigo del olvido.

Ciertamente, no hay que llegar al extremo de desenterrar a ciertos personajes para sentarlos en el banquillo, más aún si uno no sabe exactamente dónde está el cadáver. Lo que sí hay que hacer, cada día que se va al mercado y se padece la inflación galopante, o cuando en la estación de servicio del país con las mayores reservas petroleras del planeta no se puede poner gasolina, es sentar en el banquillo de la conciencia al causante de tantos males, no con el fin de borrar su memoria sino, al contrario, para tenerle muy presente y condenarle con la finalidad de que nunca más algo así vuelva a sucedernos.

Twitter @laureanomar

Laureano Márquez P. es humorista y politólogo, egresado de la UCV.

A doscientos años de Carabobo

Laureano Márquez

El bicentenario de la batalla de Carabobo habría sido una magnífica oportunidad para reflexionar sobre el rumbo del proyecto que allí comenzó el 24 de junio de 1821.

Una ocasión propicia para hacer un balance de la mano de historiadores, intelectuales y personas destacadas del quehacer cultural sobre cómo van marchado las cosas después de dos siglos de vida independiente. Pero para ello se requeriría que un mínimo de decencia y no es el caso.

Aunque quizá sobre nuestro estado de cosas ya la mayoría tiene un juicio claro: el proyecto marcha muy mal, casi que podríamos decir, peor que nunca. Uno de los pocos actos que ha trascendido es el encuentro auspiciado por el «Concejo Nacional Espiritista».

Cuando pensamos en la batalla de Carabobo, nos viene a la mente el cuadro de Tovar y Tovar pintado en la cúpula del Salón Elíptico del Palacio Federal (No sé si se siguen llamando igual o han cambiado a Salón comandante Elíptico y a Palacio Federal María Lionza, por ejemplo). La batalla de Tovar y Tovar es infinita. Por ser elíptica, como la cúpula, no tiene comienzo ni final, lo cual tiene un profundo sentido simbólico. Cada día que el «sol nace en el Esequibo» (que, dicho sea de paso, el régimen venezolano ha entregado con la habitual indolencia que manifiesta para todo lo que es caro al destino nacional) se libra no una, sino muchas batallas de Carabobo y cada día se gana o se pierde, no ya frente al general De la Torre, sino contra los enemigos que desde el 24 de junio de 1821 se le han venido presentando a ese proyecto político al que pertenecemos.

Cuando se destruyen las universidades públicas, se pierde una Batalla de Carabobo. También cuando se incendia una biblioteca; cuando no se vacuna adecuadamente a la gente, sino en función de lealtades políticas; cuando se encarcela, se tortura y asesina al que piensa diferente; cuando no se permite a la gente votar libremente; cuando se mantiene a una población al borde de la inanición; cuando se destruye la industria petrolera, fundamento de la economía; cuando se asesinan indígenas por la ambición de o oro, mientras se derriban estatuas de Colón; también cuando se va la luz y el agua. En cada una de estas circunstancias y en muchas otras, Venezuela pierde cada día una batalla de Carabobo.

El cuadro te Tovar y Tovar nos muestra a unos soldados elegante e impecablemente uniformados. No vemos los horrores de la batalla y no es una crítica al pintor, que tendría que presentar la visión más romántica del hecho. Sin embargo, ese día allí murieron cerca de tres mil personas entre españoles (la mayoría) y patriotas, cuyos huesos deben estar por ahí en algún lugar de aquella sabana. La batalla fue cruenta, seguro la mayor parte de los soldados de Páez estaban medio desnudos y los que tenían uniforme, no lo lucirían planchado con esmero, sino con toda certeza sucio y raído.

¿Por qué luchaba esa gente? Puede que, en primer lugar, por la fuerza de la costumbre. Llevaban diez años peleando, primero con Boves, luego con Bolívar. Tal vez las palabras que más aparecían en la boca de los generales que los animaban al combate eran las de «independencia» y «libertad». Quizá tendríamos que evaluar, a doscientos años de Carabobo, como marcha la patria en términos de independencia y libertad.

La independencia que el ejército libertador consiguió aquel 24 de junio, prácticamente se ha perdido. No solo porque una pequeña isla dirige nuestro destino, sino también porque nuestro futuro esta endosado a China y Rusia. Irán es otro que anda por estos lados pescando en río revuelto. Pero, más allá de los países, todo tipo de organizaciones armadas amenazan nuestra independencia. A estas alturas no se sabe bien si puede decirse que el estado Apure es enteramente parte del país. La guerrilla o, mejor dicho, las guerrillas gobiernan extensiones importantes del territorio nacional. Eso sin entrar a hablar de los feudos que, especialmente en la capital, ha establecido el hampa organizada y, frente a los cuales, el hampa desorganizada no tiene prácticamente ninguna capacidad de acción. Si en 1821, la independencia teníamos que conquistarla solo de España, en 2021 la reconquista de la independencia tiene muchas batallas por delante. Y en lo que respecta al ejército «forjador de libertades» de Carabobo, solo contamos con uno que forja opresión para su propio pueblo, entre otras cosas.

No es prudente opinar por los difuntos, pero como conocimos su opinión en vida y estamos en plan espiritista, es lícito afirmar que el Libertador estaría bastante más decepcionado de lo que lo estuvo a su muerte en Santa Marta. Incluso, seguramente, su indignación sería mayor al conocer que todo lo que se hace negando sus ideas y postulados, tiene, curiosamente, como fundamento su nombre.

No tenemos suerte con los centenarios de Carabobo: el primero también se conmemoró en dictadura, aunque aquella, con todos sus males, al menos construía. Entre otras cosas, en propio monumento dedicado a la memorable batalla en lugar donde transcurrieron los hechos. Del segundo, la noticia que más a circulado es aludido encuentro espiritista. Que yo en su lugar no andaría por ahí conjurando espíritus y menos el de Bolívar.

En todo caso, rindamos nosotros un íntimo homenaje a todos los que en Carabobo dieron su vida por un sueño que, doscientos años después, sigue pendiente de hacerse realidad.

El Nacional

Laureano Márquez

Ningún periódico como El Nacional ha calado tanto, con perdón de la cacofonía, en el alma nacional de Venezuela. Desde su fundación en 1943 por Henrique Otero Vizcarrondo, este diario se convirtió en emblema del periodismo libre, no solo por su prestigio en el quehacer noticioso e informativo, sino también por ser referencia cultural del periodismo venezolano bajo la conducción de una figura destacada de nuestras letras: Miguel Otero Silva. En las páginas de El Nacional encontraron espacio los mejores representantes del pensamiento y la literatura, tanto de Venezuela como del resto del mundo, y, muy especialmente, los intelectuales latinoamericanos, tantas veces perseguidos e impedidos de publicar en sus respectivos países a causa de las atroces dictaduras que en ellos se padecían. El Nacional era insignia del pensamiento progresista en aquellos lejanos tiempos en los cuales en este latía un auténtico espíritu renovador.

Para quien esto escribe, El Nacional ha formado parte de su vida de la temprana juventud. Crecí en Maracay, hijo de agricultores canarios inmigrantes, dedicados al mayoreo de víveres y frutas importadas. En mi casa, pues, la cultura no formaba parte de nuestra cotidianidad. Ello incluía la ausencia de la prensa diaria. En La calle Páez de Maracay, entre López Aveledo y 5 de Julio, donde transcurrió mi infancia y adolescencia, estábamos rodeados de establecimientos comerciales. Uno de ellos era la Mueblería La Rosa. Por circunstancias de la vida y ante la muerte de su padre, se vio obligado a estar al frente de ella Luis Blanco, entonces recién graduado en Sociología en la UCV. Siempre que pasaba por frente a su mueblería haciendo con mi carretilla los repartos del negocio de mi padre, Luis me detenía e iniciaba conversaciones de naturaleza cultural e intelectual, de temas que yo desconocía. Me preguntaba si había leído a tal o cual articulista, si había oído hablar de un tal Marxienyel. Me regaló un diccionario de filosofía que aún hoy me acompaña. En fin, con sus pláticas Luis iba haciéndome tomar consciencia de la dimensión de mi ignorancia. Creo que él necesitaba con urgencia un interlocutor y quizá vio en mí inquietudes y condiciones –que seguramente yo mismo no alcanzaba a ver– para serlo (es demasiado estimulante cuando alguien es capaz de ver en ti la potencia aristotélica que tú no has visto, que de eso se trata ser un buen maestro). Recuerdo que una vez me dijo muy serio:

–Chico, tú tienes que comprar y leer El Nacional todos los días. Si, sí, claro, es fundamental.

Me explicó la importancia de la lectura del periódico para mi vida intelectual y especialmente lo que significaba El Nacional. Fue entonces cuando comencé a comprarlo en el kiosco de periódicos ubicado frente a la bomba del cruce de la Páez con la Sucre. Especialmente los domingos. En mi casa la lectura del periódico era considerada como un acto de holgazanería de quien no tenia nada mejor que hacer. Entonces lo leía clandestinamente, escondido de la mirada escrutadora de mi papá que cuando me veía leyendo me decía:

–¡Ah! ¿no estás haciendo nada?, ya te voy a buscar trabajo.

Es curioso, porque una de las viejas fotos que de él guardo es justamente leyendo El Nacional. Bueno, para hacerles el “cuento colto”, como dicen los cubanos. Pasaron los años, siempre leyendo este maravilloso diario que, además, los domingos traía un extraordinario Papel Literario; una vez al año, ediciones aniversarias gigantescas; artículos de la gente que había que leer, para luego comentar al día siguiente al inicio de cada mañana que comenzaba con un «¿leíste el artículo de…?». Especialmente en nuestros tiempos universitarios, siempre atentos a las opiniones de la gente que alimentaba la nuestra.

Un día Claudio Nazoa y yo, recién comenzada nuestra indestructible amistad, fuimos a la vieja sede de El Nacional de Puente Nuevo a Puerto Escondido, porque nosotros queríamos escribir allí. Hablamos con Argenis Martínez, recuerdo. Él amable, receptivo, nos dijo que comenzáramos escribiendo cartas. Y así fue, luego comenzamos a escribir artículos de vez en cuando, luego vino la página de humor y el inolvidable Pablo Brassesco, el premio al mejor artículo de humor en 1983 y finalmente, la consagración de la primavera: junto al amado maestro Pedro León Zapata, Mara, Claudio y quien suscribe, alcanzamos la gloria de Bernini humorística: la publicación de una página en El Nacional, que llevaba por título «El librepensador». Y lo dejo ya hasta aquí porque me están entrando muchas ganas de llorar.

Solo decir que el atraco y secuestro –tan propio de los tiempos delictivos que se viven– de que ha sido víctima la sede de El Nacional, no puede dejarnos indiferentes. Forma parte de ese anhelo, tan propio del poder arbitrario a lo largo de nuestra historia, de silenciar la opinión disidente, el pensamiento libre, el espíritu crítico y en definitiva, la libertad. Esos principios que a veces suenan como ideas remotas y cuya importancia se valora de manera particular cuando han sido conculcados, como es el caso de la Venezuela de hoy.

Porque este oficio se lo debo a El Nacional, pero sobre todo porque soy venezolano, elevo, de la manera más contundente, mi protesta por esta nueva agresión a la libertad de la que hoy somos víctima todos los ciudadanos de Venezuela, incluidos los que odian a El Nacional, aunque ellos mismos, en su ignorancia, no alcancen a comprenderlo.

Historia de Maracay. I

Laureano Márquez

La casona colonial de la hacienda Las Delicias, ubicada a siete kilómetros al norte de la ciudad de Maracay, en un entorno campestre sometido a la brisa suave que se desliza desde la cordillera de la costa, era la propiedad favorita de las tantas que había acumulado el general Juan Vicente Gómez en los últimos años. Poco a poco la fue convirtiendo en un zoológico público, con animales emblemáticos del país y algunos más traídos de otras latitudes, gracias a generosos regalos de gobernantes extranjeros.

Esa hacienda era el verdadero centro del poder del país, la capital y el Palacio de Miraflores, habían pasado a un segundo plano. Maracay, antes de que él metiera al país en cintura, era un pueblo grande de vaqueras y añil, no mucho mayor que el que había visitado Humboldt algo más de un siglo atrás, pero estratégicamente ubicado en el corazón del país y en el de «El Benemérito», que así llamaban a Gómez, como si fuera su nombre de pila. Con esmero la había convertido en una ciudad pujante, apoyado en los generosos ingresos que producía la reciente aparición del petróleo.

La elevó a capital del estado, llenándola de obras públicas que la prestigiaban. Entre ellas, un teatro, el Ateneo, al que encontró pequeño el día de su inauguración y plantó reclamo al arquitecto en el instante: «yo no mandé a hacer un teatro solamente para mi familia». Dispuso entonces la construcción de uno nuevo de mayor tamaño, el cual quedará inconcluso a su muerte, siendo primero una gallera y luego un estacionamiento público, hasta que cuarenta años más tarde, por fin, abrió sus puertas el Teatro de la ópera, en tiempos del primer gobierno del Dr. Caldera.

También tenía Maracay, gracias a él, una bella plaza de toros –la que hoy día se conoce como Maestranza César Girón– que copiaba la de Sevilla y en la que siempre se le brindaban toros al general cuando este asistía a las corridas.

Dispuso, además, la construcción de un aeródromo –hoy museo aeronáutico– que sirviera como escuela a la incipiente aviación militar. En él aterrizó Lindbergh con su famoso Spirit of St. Louis y Gómez al recibirle comentó a su hijo: «parece buena gente».

Mandó a edificar igualmente un hospital y un majestuoso hotel, demasiado grande para tan pequeña ciudad: el Hotel Jardín, donde Gardel, en una de sus últimas presentaciones antes de su trágica muerte, cantó para el general el tango «pobre gallo bataraz». Ese día, hubo sobresalto entre público, incluso algunos expresaron en voz baja sus temores de que metieran preso al Morocho del Abasto por el atrevimiento cuando él arrancó a cantar:

“Pobre gallo bataraz,

se te está abriendo el pellejo.

Ya ni pa’ dar un consejo,

como dicen, te encontrás,

porque estás enclenque y viejo,

¡pobre gallo bataraz!”

Un silencio expectante congeló los asistentes en el gran salón del hotel. El anciano presidente sonrió y todos le siguieron aliviados. «Estuvimos a ñinguita de una guerra con la Argentina», comentó con discreción, algún bromista. El general le regaló al Zorzal Criollo diez mil bolívares de plata, que Gardel dejó – en gesto que denota su nobleza– a los exiliados de la dictadura a su paso por Curazao.

Pero lo que más había levantado el anciano dictador en Maracay eran cuarteles, muchos cuarteles. Para acabar con las montoneras y guerras civiles en las que se había desangrado el país desde la Independencia, era esencial la creación de un ejército nacional.

Él lo había logrado y ese ejército lo apuntalaba. Estaba dirigido por un militar brillante: Eleazar López Contreras, general de tres soles.

Humorista y politólogo, egresado de la UCV.

TalCual

6 de mayo 2021

https://talcualdigital.com/historias-de-maracay-por-laureano-marquez/

Las siete palabras

Laureano Márquez

Este escrito se publicó hace algún tiempo, pero así como la Semana Santa vuelve cada año, quiero renovar lo que dije en aquella oportunidad en relación con las últimas palabras de Jesús en la cruz, como manera de meditar en los dolores que padecemos y la resurrección que anhelamos para Venezuela.

«Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen»… no lo saben, no alcanzan a imaginar las dimensiones y alcance de su daño y eso es ignorancia; que nunca el odio nos guíe, ni la venganza.

«Yo te aseguro que hoy estarás conmigo en el Paraíso»… el paraíso del ciudadano es la libertad, la justicia y la democracia. Sé, Padre, que veremos ese paraíso, construido con cada acción de esperanza que brota de nuestros corazones y con la bondadosa inteligencia de nuestra juventud.

«Mujer, ahí tienes a tu hijo»… transitando las calles de Venezuela, recibiendo azotes, crucificado cada día por los centuriones de las lacrimógenas. Siéntete orgullosa, madre, de este tu hijo, porque de las ideas que tú sembraste en él, del amor en que le formaste, de la libertad con que se alimentó en tu vientre, habrá de nacer la nueva Venezuela.

«Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?»… Señor: a veces me invade la angustia de que esta pesadilla no tiene final, de que el malvado se sale con la suya, pero recibimos de ti maravillosos dones, entiendo que no nos has abandonado nunca. El trabajo tuyo ya lo hiciste —y maravillosamente bien—: ayúdame a ser tu aliado para amasarme a mí mismo como un hombre nuevo, creador también, a tu imagen, de la patria que sueño.

«Tengo sed»… y tanta, Padre. Tengo sed de democracia y libertad. Tengo sed de inteligencia, trabajo y honestidad como valores. Tengo sed de vida, de seguridad, de justicia social. Tengo sed de esperanza y de futuro.

«Todo está consumado»…la maldad en nuestra tierra se consumó más allá de los límites que podíamos imaginar, nos han pretendido destruir moralmente, pero sé que las reservas de bondad e inteligencia son nuestra verdadera riqueza. Hemos descendido a los infiernos, pero estoy convencido de que resucitaremos.

«Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu»… cada día en Venezuela, Padre, es una apuesta a la vida. Encomiendo en tus manos mi espíritu, para que sea de libertad y justicia, para que aprenda bien esta dura lección y pueda transitar por llanos bondadosos, sumergirme en cálidas playas de transparencia, contemplar altas cumbres de abundancia y cruzar generosos ríos de justicia y libertad, para llegar -por fin- a la tierra prometida.

@laureanomar

El señorío de la Cota 905

Laureano Márquez

Venezuela marcha, sin duda, como Europa luego de las invasiones bárbaras, hacia una nueva forma política: el feudalismo malandro. Se van perfilando los pequeños reinos que constituye el delito, no solo en el sur del país donde la guerrilla y los narcos ya cuentan con vastos dominios, sino también en la propia capital. Se dice que la caída de Roma no fue una ruptura traumática sino más bien una transformación gradual, hasta que poco a poco los ciudadanos fueron cayendo en cuenta de que el Imperio ya había desaparecido. La destitución del último emperador de Occidente fue una especie de formalidad, algo así como que los bárbaros dijeron: «Ese Rómulo Augústulo ¿qué dice? Mira, chamo, si nos fuéranos dao de cuenta que tú estabas aquí, te fuéranos quebrao antes, así que pírate de una». Claro, todo esto dicho en perfecto latín.

Esta transición feudal que vivimos de una forma política malandra a otra, donde ya el poder no se concentra en uno sino en muchos, va creando sus propias reglas.

Los señores feudales organizan su propio ejército y muy bien armado. Crean su propia corte malandra y si le brindan algún apoyo a un poder central —que termina siendo más simbólico que real— es bajo la vieja fórmula: «Nos, que valemos tanto como vos, y juntos más que vos, os hacemos señor entre iguales». Iremos viendo, poco a poco, complejas formas de vasallaje entre bandas armadas y quien quita que con su propio ceremonial. Alianzas estratégicas entre ellas para mantener su fuerza y ocasionales vínculos con el poder central al que se reconoce formalmente, siempre y cuando este respete el poder del pran sobre su feudo. De hecho, el control hamponil sobre sus señoríos es total, tómese debida nota de que allí no entran esos ejércitos a los que no les falta valor para arremeter en contra de estudiantes desarmados, pero a los que, ni por asomo, se les ocurre plantar cara a otros ejércitos, tan poderosos e inescrupulosos como ellos o incluso más.

Así como el señor feudal tenía derechos sobre todo lo que estaba bajo su dominio, el señor malandro controlará su zona, obtendrá los beneficios de los que en ella trabajen, que terminan convertidos en siervos en una relación de vasallaje. De hecho, podríamos decir que el pranato, que es el territorio bajo el dominio del pran, equivale a lo que en la Edad Media fueron los ducados, condados o marquesados.

El pran tiene derecho a administrar “justicia” en su feudo, a cobrar impuestos de atraco, a secuestrar siervos, a disponer de sus vidas, a imponer las leyes que él considere convenientes y a conquistar otros territorios con su ejército montado en caballos de hierro.

Esta forma política, como sucedió con el feudalismo medieval, irá generando sus propias manifestaciones en el arte y la cultura. Quizá no veamos castillos, pero sí, seguramente, mansiones amuralladas en la Cota 905 de estilo «estrangótico». Una nueva literatura también, tal vez «el rap del mío Coqui», donde se relaten sus hazañas, cantadas por los robadores, perdón quise decir los trovadores. En la pintura predominarán los frescos, de grafiti, claro.

Con el colapso del sistema eléctrico, sí que se podrá catalogar con propiedad a este período de oscurantismo. Puede que algún día nuestra historiografía contemple una edad denominada «la larga noche del chavismo». Pero como toda aberración histórica, terminará siendo solo un mal recuerdo. Así que, en estos tiempos, lo que hay que hacer es prepararse para el renacimiento y evitar en lo posible que el señor pran te baje de la mula.

Twitter: @laureanomar

#UnFondoPorVenezuela

Laureano Márquez

Aquellos que llegaron al poder con la promesa de librarnos de las “cúpulas podridas” se chorearon —para decirlo a la manera criolla— cerca de 300.000 millones de dólares. Escrito con todos sus ceros sería (espero escribirlo bien): 300.000.000.000,00 de dólares. ¿Que de dónde saco esta cifra? Buena pregunta. Son las estimaciones de Héctor Navarro y Jorge Giordani, ambos exministros de Chávez. Sin embargo, otro exministro, Rafael Ramírez, habla de un desfalco de 210.000.000.000,00 de dólares. (sin incluir –naturalmente– los 11.000.000.000,00 de dólares que la Comisión de Contraloría de la Asamblea Nacional le atribuye a él). Es decir, que por este lado serían 221 millones de dólares. Suma y sigue.

Más allá de las propias estimaciones que ofrecen las autoridades anteriores del régimen, se ha investigado el tema en Venezuela con el Corruptómetro, una herramienta interactiva de datos verificados desarrollada por Transparencia Venezuela, la plataforma Connectas y la Alianza Rebelde Investiga (ARI) formada por Runrun.es, El Pitazo y TalCual.

El Corruptómetro, como trabaja con hechos absolutamente comprobables, ofrece cifras mucho más conservadoras que los propios chavistas: entre 1999 y 2020 se identifican 236 casos, pero solo se conocen las cifras de lo choreado en 114 de ellos.

Estamos hablando de 52.098.420.753,00 dólares (no hay información de céntimos). Para brindar una mejor comprensión de esta cantidad, aunque con la inflación reinante ya uno maneja con facilidad cantidades de hasta 20 ceros, mejor descomponemos la cifra en el máximo común múltiplo educativo: con esa cantidad se podrían construir 194.000 escuelas de educación básica. Sacando la raíz cuadrada sanitaria: se habrían podido construir 593 hospitales tipo 4. Por último, elevando la cifra a la potencia eléctrica: 21 represas hidroeléctricas como la de Caruachi.

Dicho esto, surge la pregunta que hace ya tanto tiempo hizo el Dr. Luis Herrera Campíns: “¿Dónde están los reales?”. En distintos lugares, pero, buena parte de ellos, se encuentran en Estados Unidos.

Surge entonces una nueva interrogante: ¿por qué una gente robolucionaria, que detesta al imperialismo que representan los norteamericanos, guarda allí los fondos producto de su rapiña? La respuesta tiene varias facetas: i) los que hunden la economía de un país, destruyendo sus reglas y violando el ordenamiento jurídico que le sirve de base, buscan para sus fondos sustraídos exactamente lo contrario: una economía segura, estable y con garantías de que sus bienes no sean expropiados por el capricho de un tirano; ii) los que acaban con la seguridad personal de un país, demoliendo su sanidad pública y su sistema educativo, guardan los capitales birlados en un país en el que su familia pueda gozar de la seguridad personal, la salud y la educación que ellos han arrebatado a sus conciudadanos (por ello no llevan su dinero a Cuba, Irán o Turquía) y iii) los constructores de dictaduras, prefieren vivir con sus dineros robados en sociedades libres y democráticas, donde puedan disfrutar, a la hora de las chiquitas, de respeto a sus derechos humanos, de cárceles seguras, si fuera el caso y de posibilidades de negociar con las autoridades.

Una última pregunta que ya los lectores se estarán haciendo: ¿es posible recuperar la totalidad o parte de esos fondos? La respuesta es sí. Afortunadamente, el hecho de que esta gente haya escogido un país serio con leyes y Estado de Derecho para esconder su botín, favorece de alguna manera a la colectividad venezolana.

Para conseguirlo, es menester la presión ciudadana a objeto de que los dineros incautados por Estados Unidos a los corruptos venezolanos vayan a algún fondo protegido de acreedores para su rescate cuando retornemos a la democracia y que haya una lista pública de dichos bienes para el escrutinio colectivo.

En las próximas semanas se estará haciendo una campaña #UnFondoPorVenezuela para invitar a los venezolanos residentes en Estados Unidos a contactar a los representantes legislativos de sus lugares de residencia y hacerles la petición para la creación del citado fondo, así que oído al tambor.