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Laureano Márquez

Termópilas

Laureano Márquez

Con mucho tino, el poeta rumano Mircea Cărtărescu (disculpen yo tampoco sé como se pronuncia la «a» eñosa), ha escrito una columna («La guerra de Putin contra mí y contra ti») en la que compara lo que sucede en Ucrania con la legendaria batalla de las Termópilas.

Los persas intentaron invadir Grecia en un episodio que la historia conoce como las guerras médicas, que no eran de los galenos luchando por un justo salario, como uno cabría imaginar. Lo de médicas viene por que a los persas se les denominaba medos, por una de las tribus que habían conquistado y con la que se habían fusionado.

Luego de que los griegos derrotaran a los persas, comandados por Darío, un segundo intento de invasión se produjo 10 años más tarde, en el 480 a.C., dirigido por Jerjes, sucesor de aquel.

En este segundo intento, se desarrolló la batalla de las Termópilas (literalmente «las puertas calientes»). Es un episodio que marca la heroica resistencia de los antiguos griegos.

En un estrecho desfiladero, estos pudieron contener por unos días la invasión del ejército persa, infinitamente mayor en número, dando tiempo a la organización de la defensa en el resto de Grecia.

Entre los combatientes estaban los 300 espartanos comandados por Leónidas, que lucharon hasta morir.

Aunque los griegos fueron vencidos en las Termópilas, la heroicidad de los espartanos infundió a los griegos ánimo para la derrota final de los persas en Salamina y Platea, lo que salvó a la cultura griega de perecer.

En otras palabras, también nosotros estamos en deuda con los espartanos que allí yacen.

Cărtărescu establece algunos paralelismos entre lo que acontece en Ucrania y las Termópilas:

  • Un poderoso ejército es contenido por uno mucho más pequeño, pero con la férrea determinación de defender su patria.
  • Occidente, con discordias similares a las que tenían entre sí las ciudades griegas, se ha unificado frente al invasor.
  • Los soldados de Putin, como los de Jerjes, son esclavos de los caprichos de su señor.
  • Aunque Ucrania sea vencida como lo fueron los espartanos en Termópilas, el heroísmo de su resistencia prevalecerá, como sucedió con el de los antiguos griegos. Zelenski –cuyo nombre nos resulta ahora tan familiar– sería un nuevo Leónidas y como el rey espartano, conocedor de su destino.

Pero pese a las similitudes hay una notable diferencia: Jerjes no tenía ojivas nucleares capaces de borrar al planeta entero.

El poeta griego Constantino Cavafis, dedicó un poema a la legendaria defensa de los espartanos que comandó Leónidas, al que bien podríamos recurrir hoy para honrar a los defensores ucranianos:

«Honor a aquellos que en sus vidas

se dieron por tarea el defender Termópilas.

Que del deber nunca se apartan;

justos y rectos en todas sus acciones,

pero también con piedad y clemencia;

generosos cuando son ricos, y cuando

son pobres, a su vez en lo pequeño generosos,

que ayudan igualmente en lo que pueden;

que siempre dicen la verdad,

aunque sin odio para los que mienten.

Y mayor honor les corresponde

cuando prevén (y muchos prevén)

que Efialtes ha de aparecer al fin,

y que finalmente los medos pasarán».

Honoris pausa

Laureano Márquez

El honor es uno de los atributos más difíciles de definir. La Real Academia asocia el término a una cualidad moral, lo cual complica aún más las cosas, porque la moral tiene que ver con conceptos de engorrosa precisión, como el bien, el mal y el obrar correctamente conforme a la conciencia. Y así, en un par de saltos, ya nos encontramos con Immanuel Kant, su filosofía moral y su imperativo categórico. «Obra sólo según una máxima tal que puedas querer al mismo tiempo que se torne ley universal», nos dice el filósofo.

Es decir: uno debería querer que las propias acciones fuesen leyes universales de comportamiento o dicho más corrientemente: trata a los demás como tú querrías que fuese el trato de todos.

Así pues, con el honor nos pasa lo mismo que a San Agustín con el tiempo: aunque uno no sea capaz de definirlo bien, puede reconocerlo con claridad. Uno sabe de gente de vida honorable y la admira. La historia universal da cuenta de personalidades que han trascendido por su estatura moral. Gente que vive o vivió conforme a principios y valores universales que hemos valorado en todos los tiempos: sabiduría, bondad, honestidad, valor, justicia, compromiso con el prójimo, etc. También uno distingue con claridad aquellos seres en los que el honor está en pausa.

En tanta estima se tiene al honor, que las universidades conceden un grado especial al que denominan «doctor honoris causa», literalmente «a causa del honor». Es la máxima distinción que otorga el claustro a una persona «docta» en el sentido cásico del término: sabia, iluminada y poseedora de unas cualidades y de una trayectoria de brillo intelectual que hacen que a la academia le resulte un honor tener a esa personalidad entre los suyos, asociar su nombre al de la institución.

Así que aquí el honor es doble: tanto para el homenajeado como para la universidad que lo honra. Por eso la concesión del doctorado honoris causa, en los más solemnes actos, está acompañado de un ritual de profundo simbolismo. Se entrega al doctorando el birrete, unos guantes blancos, un anillo y un libro:

  • El birrete: «…para que no solo deslumbres a la gente, sino que además, como con el yelmo de Minerva, estés preparado para la lucha».
  • El anillo: «La Sabiduría con este anillo se te ofrece voluntariamente como cónyuge en perpetua alianza».
  • Los guantes. «Estos guantes blancos, símbolo de la pureza que deben conservar tus manos en tu trabajo y en tu escritura, sean distintivo también de tu singular honor y valía».
  • El libro: «He aquí el libro abierto para que descubras los secretos de la Ciencia (…) he aquí cerrado para que dichos secretos, según convenga, los guardes en lo profundo del corazón».

Este ritual varía de una universidad a otra, llegando incluso algunas a sustituir el birrete por boina («para que tus ideas prevalezcan por encima de las de los demás»), el anillo por manopla («para que convenzas a los que no estén de acuerdo»), los guantes blancos por guantes de boxeo («para que no olvides que la lucha es literalmente a golpes») y el libro por un mazo («porque a veces hay que abrirle el entendimiento a la gente»). En fin, cada institución decide con qué criterios selecciona aquellos a los que quiere asociar su prestigio y destino. Como diría el maestro Pedro León Zapata: hay casos en los que el desprestigio es mutuo.

Twitter @laureanomar

Laureano Márquez P. es humorista y politólogo, egresado de la UCV.

Robar es bueno

Laureano Márquez

De lo sucedido esta semana se desprende que robar en Venezuela es buenísimo, si lo sabes hacer con una buena dosis de cooperación institucional y cinismo. El asunto es que hay que robar mucho, porque al final, estos ladrones antiimperialistas lo que quieren es vivir en el imperio y correr libremente con sus caballos pura sangre por las riberas del río Mehicepipi. El secreto está en robar bastante y luego cooperar con el gobierno norteamericano de manera que este se lleve un altísimo porcentaje de lo robado (que nunca volverá al pueblo venezolano a quien pertenece) y el ladrón, con el repele de milloncejos de dólares que le quede bajo el colchón, pueda vivir una existencia tranquila, al amparo y protección de las autoridades del país del norte.

No se trata solo de ser un corrupto, sino de tener una libretica donde se van anotando nombres y datos de toda la trama de corrupción de la que se es parte. Esas informaciones son las que, suministradas en el momento oportuno, van a permitir al ladrón su liberación en los Estados Unidos con una sentencia reducida.

Con la información que obtienen, los jueces harán nuevas detenciones y embargos de otras fortunas hasta que lleguen al más bolsa (¡mosca bolsas!, que ahora van por ustedes), el que se ha robado apenas una docena de millones de dólares y que, sin la previsión de la libretica, se queda sin posibilidades de negociar y consiguientemente de partir la cochina.

Lo robado por el corrupto también es un negocio, sin duda, para el gobierno norteamericano. Es la transferencia de fondos más brutal que un país haya hecho a otro en toda su historia. Nuestros ladrones de cuello blanco no se roban el 10% de la represa que va a producir la energía hidroeléctrica del país, como hace cualquier corrupto decente del primer mundo. Los nuestros se roban la represa entera y encima, desvían el río en el que se iba a levantar, para robarse también el oro, imposibilitando para siempre la construcción de la represa, causando un daño ecológico irreparable y dejando al final al país a oscuras. En definitiva, el asunto es que el monto de lo robado por estos predios es exorbitante, incalculable, descomunal, inconmensurable, hercúleo. Y lo que se roban nuestros corruptos en nombre de la lucha antiimperialista, va a parar, pues, at the end of the day a las arcas del tesoro de los Yunay Esteys.

Robar es, como hemos dicho, un excelente negocio en Venezuela, pero no para los niños que pierden la vida en el hospital J.M. de los Ríos (que pena con el Dr. José Manuel, un magnífico pediatra) y para todas las personas que mueren de mengua en hospitales mal dotados por carencia de fondos.

Tampoco el robo es negocio para las universidades del país, que deben pagar sueldos miserables a sus profesores y reducir su actividad por la carencia de presupuesto, destruyendo la educación, que es el motor con el que avanza una nación. Robar es bueno, pero no para el que trabaja decentemente, con empeño, durante treinta o cuarenta años y espera, con el fruto de sus ahorros y su merecida jubilación, concluir su existencia con seguridad y paz. Y este, si protesta con justicia por lo que le corresponde, lo meten preso el mismo día en que el otro sale en libertad.

Esta es la conclusión a la que hemos llegado luego de las informaciones aparecidas esta semana. Y eso sin tener en cuenta lo que aún no se saabe.

Twitter @laureanomar

Laureano Márquez P. es humorista y politólogo, egresado de la UCV.

Asamblea de exorcistas

Laureano Márquez

Entre el 15 y el 18 de febrero se celebrará en Venezuela la primera asamblea de exorcistas. Aunque el tema del demonio y el exorcismo se presta a las bromas y esta –supuestamente– es una página de humor, el exorcismo es un tema bastante serio y como tal lo asumimos. El diablo existe y sus acciones tienen consecuencias terribles. Si lo sabremos nosotros los venezolanos. Por eso, el hecho de que se celebre en nuestro país esta primera asamblea es sin duda, para quien esto escribe, una buena noticia.

Los primeros exorcismos fueron realizados por el propio Jesús durante el tiempo en que anduvo entre nosotros. Los evangelios así lo relatan. Luego, dentro de la Iglesia, el exorcismo se fue convirtiendo en una actividad cada vez más especializada, que solo puede ser realizada por las personas debidamente autorizadas para ello y que cuentan con la debida preparación.

Todos los de mi generación asociamos inevitablemente el tema con la película El Exorcista, en la que Linda Blair –cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia– es poseída por el diablo y se requiere de la presencia de sacerdotes especialmente preparados para la actividad de expulsar demonios.

Una de las primeras cosas que según los manuales debe hacer un buen exorcista es distinguir cualquier patología o trastorno psicológico de una posesión satánica. El proceso mismo adolece de algunos rasgos que claramente lo distinguen de otros tipos de males, por ejemplo:

  • El hablar o comprender lenguas desconocidas que la persona no ha podido aprender por cuenta propia.
  • Demostrar más fuerza física de lo normal para las características físicas de la persona poseída.
  • Proferir blasfemias y maledicencias. Es decir, tener aversión por lo sagrado.
  • Descubrir cosas que están ocultas o a mucha distancia.
  • En la posesión demoníaca, el Diablo se instala en el cuerpo de su víctima, haciéndole daño.

El exorcismo tiene dos formas, por así decirlo: el exorcismo simple y el complejo. Un ejemplo del primer caso es cuando durante el rito del bautismo, padres y padrinos –en nuestro nombre– renuncian a Satanás, a sus obras y tentaciones. Como recordaba el papa Francisco, los primeros cristianos, que se bautizaban ya grandes, lo hacían orientados hacia el este, por donde nace el sol porque «no creen en la oscuridad, sino en la claridad del día; no sucumben a la noche, sino que esperan en la aurora; no están derrotados por la muerte, sino anhelan a resurgir; no se arrodillan al mal, porque confían siempre en las infinitas posibilidades del bien».

No cabe duda de que el mal existe y tampoco de que se ha instalado en nuestra tierra de diversas maneras. Debemos luchar en su contra, dentro y fuera de nosotros. Como diría el Santo Padre: no sucumbir a la noche, sino prepararse para el amanecer que algún día tendrá que venir. Por tal razón, saludamos esta asamblea de exorcistas, con la grata noticia, además, de que se celebre en Guanare, lugar de aparición de la patrona de Venezuela, la Virgen de Coromoto.

Así que comenzamos este año diciendo: vade retro Satana +.

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Laureano Márquez P. es humorista y politólogo, egresado de la UCV.

Libre como el viento

Laureano Márquez

(A 32 años de la caída del Muro de Berlín)

No está muerto, Peter está tendido en el suelo junto a la gruesa barrera de concreto que lo separa de la libertad. Bastaría un último esfuerzo, escalar la pared como habían planeado, arrastrarse bajo la alambrada y ya. Pero no termina de entender qué sucede con sus piernas. No responden, como si se hubiesen largado corriendo, dejándolo allí abandonado. Está herido, escuchó el tiro, pero no se dio cuenta de que le habían dado hasta que se desplomó y palpó la humedad espesa de la sangre entre sus piernas. Su compañero, Helmut Kulbeik, sí logró saltar el muro y desde el otro lado le anima desesperado «¡Salta, Peter!, por Dios, ¡salta ya!». Es inútil. Intenta levantarse, pero su cuerpo no responde.

Un soldado de la guardia fronteriza le ha disparado sin odio, le ha disparado porque tenía que hacerlo, porque es la orden proteger a los ciudadanos del fascismo que amenaza desde occidente, porque estamos todos llamados a construir el socialismo que propiciará la verdadera libertad y nadie puede ausentarse de esta tarea. Eso, al menos, le han dicho sus superiores.

En el fondo, él tampoco tuvo opción. Aunque sus compañeros de la guardia nocturna lo palmean en la espalda, como si hubiese hecho algo heroico, él está temblando de miedo. Nunca le había disparado a alguien, es apenas un chico, quizá un par de años menor que él. Quiere ir a levantarlo, solo está herido, todavía puede librarse de ser un asesino, pero sus camaradas lo hacen desistir. Hay que dejarlo ahí para que todos lo vean, para que sirva de escarmiento a los que se les ocurra pensar que pueden hacer lo mismo. Es la primera que vez que alguien intenta saltar el muro desde que, hace hoy exactamente un año, se inició su construcción, dividiendo a Berlín en dos ciudades que separaron a parientes, amigos y vecinos.

Peter es un obrero de la construcción, tiene casi 20 años. Aunque su familia vivía en el lado occidental de Berlín, su trabajo está en el lado este, de modo que cuando la valla comenzó a levantarse se vio obligado a establecerse allí si no quería perder su trabajo. Jamás imaginó que esa pared, que de un día a otro comenzaron a edificar sin avisar a nadie, lo separaría para siempre de sus seres queridos, de sus amigos y, en definitiva, de la libertad.

Justo un par de meses atrás, después de casi un año sin poder visitar el otro lado, Peter y su amigo Helmut, urdieron la idea saltar el muro. Sería tarea fácil si lo planificaban bien. Estudiaron el mejor lugar para saltar y hacerlo lo más cerca posible del punto de control fronterizo norteamericano. Eran jóvenes y fuertes, no sería complicado para ellos brincar. Decidieron que lo harían el 14 de agosto de 1962. La tarde de ese día, después de concluir sus jornadas de trabajo, se escondieron en un taller de carpintería desde cuyas ventanas podían observar el movimiento de los guardias de la RDA y desde allí mismo escapar en el momento de mayor distracción.

Helmut Kulbeik era el cerebro del plan, a él no le movía el deseo de visitar a su familia, como a Peter. Helmut sí que quería huir del comunismo, no soportaba las crecientes restricciones que tenía que padecer, más sabiendo que podía acabar con todo ello solo con un salto. El resto de su vida Helmut lamentaría ese día, así como haber envenenado la cabeza de Peter con tan temeraria idea. El recuerdo de la tragedia que acabó produciendo su mala idea le arruinaría a Helmut la existencia, llevándolo al final al abandono, al alcoholismo y a preguntarse cada día por qué no fue el destinatario de ese disparo.

Pero más allá de las motivaciones, el hecho es que Peter se desangra a la vista de un grupo de ciudadanos berlineses que ha comenzado a congregarse a ambos lados del muro y contempla horrorizado la escena. Algunos quieren acudir en su auxilio, pero saltar equivaldría a suicidarse, por algo llamaban a aquel espacio baldío entre los dos muros paralelos «el corredor de la muerte». Helmut se asoma, le tiende su mano. Si solo pudiera sujetarlo, pero recibe la voz de alerta del guardia que lo apunta desde ese otro lado, que hasta hace cinco minutos era el suyo, así que desiste y se deja caer. Peter grita de dolor y pide ayuda.

Todos lo oyen, también los soldados americanos del Checkpoint Charlie, pero estos solo intervienen para tratar de contener al creciente grupo de personas que se va reuniendo y que vocifera su rabia junto a la pared, tan cerca y a la vez tan lejos de Peter. Los americanos contienen a los que intentan saltar al otro lado. Ellos no pueden intervenir, por más que la gente insista, la «tierra de nadie» se encuentra en el lado este de Berlín. Es imposible.

Luego de casi media hora tendido en el suelo, Peter deja de gritar, ya no tiene fuerzas, se siente mareado, aturdido por pensamientos que se suceden uno tras otro. ¿Por qué todo había cambiado tan drásticamente el último año? Esta era la ciudad en la que había nacido, no entendía por qué ahora era un crimen transitar por ella. Pensó en el dolor que causaría a su madre y su hermana, ojalá pudieran perdonarlo. Se sintió mareado y ya no le quedó duda de que nadie vendría en su auxilio, se iba a morir allí, ante la mirada de todos, ¡qué vergüenza! Su respiración se hizo más fuerte y ya no escuchaba los gritos de la gente, todo se mezclaba en su cabeza de manera desordenada.

De pronto le sobrevino la extraña sensación de que todo aquello no estaba sucediendo, de que quizá se trataba de un sueño del que despertaría dentro poco. Se vio a sí mismo saltando el muro, elevándose cada vez más. Vio a Helmut, a la multitud que lo rodeaba, al soldado que le disparó.

Y siguió subiendo, como si flotara en un mar de destellos luminosos, hasta que pudo ver las calles aledañas al muro, la casa de su familia, la ciudad entera, su ciudad. Vio toda su vida en un instante, incluso la que no fue: la esposa que no tuvo, los hijos que no nacieron. Y entonces Peter voló, libre como el viento.

Casi una hora más tarde, los soldados de la RDA recibieron la orden de acercarse, mientras desde ambos lados se oía el grito de «¡Asesinos, asesinos!». Peter Fechter había muerto a causa de la hemorragia producida por el disparo. Fue la primera víctima de las 79 que se contabilizaron durante el tiempo que se mantuvo en pie esa barrera que como una cicatriz de guerra marcaba el rostro de la ciudad. Algunas fotografías de la época lo muestran tendido junto a la pared mientras agonizaba y luego, ya muerto, sostenido en los brazos de uno de los guardias fronterizos.

Después de casi tres décadas de existencia, el muro de Berlín fue derribado. Un monumento recuerda hoy el lugar en el que fue asesinado Peter Fechter. Debajo de su nombre, una breve frase resume su suplicio: «…él solo quería libertad».

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Zapatero y la mina de oro

Laureano Márquez

Tengo tiempo escuchando el comentario de que Zapatero tiene una mina de oro en Venezuela. Siempre pensé que la afirmación se hacía en sentido metafórico, es decir, que la situación venezolana y la consiguiente viajadera al país de Bolívar constituía una mina de oro para el susodicho porque sacaba de ello provecho colateral, pero nunca imaginé que se estaba hablando en sentido literal, de una mina, de pepitas de oro, pues, con mercurio y destrucción medioambiental. Esta información se desprende (o despluma) de las acusaciones del Pollo (no Brito, sino el otro) y también de unas declaraciones de esa señora que nunca ha tenido Piedad con nosotros.

Particularmente creo que no se debe desprestigiar a nadie, por muy mal que esa persona le caiga a uno, máxime si la persona tiene una extraordinaria capacidad para desprestigiarse a sí misma. Así que hasta no verle la pepita en la mano, no doy por cierta la información.

Me parece que los que tenemos alguna responsabilidad comunicacional, debemos manejar las informaciones con cuidado. Sin embargo (todo tiene un sin embargo), como en el humor la creatividad vuela, es inevitable imaginar toda la “explotación” que la minería del humorismo podría hacer de una noticia así.

Sería un contrasentido que un régimen que le exige una disculpa al rey Felipe VI por la conquista de América, el genocidio de la población aborigen y la expoliación del oro, regalase a un expresidente español –justamente– una mina en la que se roba el oro, se destruye el medio ambiente y se asesina a la población aborigen por la que, por lo visto, se siente mucho menos respeto del que les tenía Isabel la Católica cuando le escribió al almirante Colón reprehendiéndole: “¿quién le ha dicho a usted, señor Colón que mis vasallos son sus esclavos?” Quizá la leyenda de El Dorado a estas alturas algunos todavía están en capacidad de creérsela.

Uno podría imaginarse al personaje en el sótano de su casa en Madrid (caracterizado por el excelente humorista español José Mota) con una bata de cuero en una fragua fundiendo lingotes justo en el momento en que le llama su compañero Pedro Sánchez para sostener un diálogo como el que sigue:

-Hola, ¿Está José Luis Rodríguez Zapatero? Que que se ponga… José Luis, que parece que el Pollo ha hablado.

-Joder, tío, en España cada vez se ven cosas más raras.

-¡El Pollo de Venezuela!, quiero decir.

-Imposible, yo he viajado muchas veces y allí pollo, no hay.

-Por Dios, que no existe, José Luis, el tío este, Carvajal. Ha dicho que tienes una mina de oro allí en América. ¿Qué tienes que decir?

-Oro reluce, plata no es, el que se lo crea muy bobo es. Mira Pedro, esto tenemos que hablarlo, pero hoy no, ¿eh?, ¡Mañana! Es que hoy estoy fundido…

-Solo quiero que me digas la verdad.

-Yacimiento…

-¿Cómo?

-Digo que ya, si miento, él dice la verdad, pero no miento. Todo esto es una aleación de la oposición venezolana. Encima, Mercurio está retrógrado, así que no es un buen momento. Te tengo que colgar, ya sabes que el tiempo es oro. Adiós, hasta luego, Lucas.

Al cierre de esta emisión, hemos conocido que al Pollo se lo llevan también extraditado para los Estados Unidos, al parecer a toda prisa. No sabemos si esto tiene algo que ver con la supuesta mina. Sin embargo, lo que sí es cierto es que cada vez que abre la boca, alguien del oficialismo de allá se hunde.

Quiera Dios que no le toque compartir celda con el otro extraditado y que todo esto termine en riña colectiva en los patios de la prisión.

En todo caso, volviendo a lo de la mina: si es cierto o no, seguramente con tanta gente de braga anaranjada tan bien informada y dispuesta a hablar, se terminará sabiendo, porque al final, la verdad, como el oro, brilla.

Twitter @laureanomar

Laureano Márquez P. es humorista y politólogo, egresado de la UCV.

Entre el dolor y la nada

Laureano Márquez

El cambio de rumbo de la oposición venezolana, de toda ella, desde la que pedía una invasión inmediata de los marines norteamericanos hasta la más cercana al régimen, denominada por algunos «colaboracionista», marcará la orientación de la nación venezolana en los próximos años. No es este un comentario hecho con la intención de malponerlos ni acusarles de debilidad o docilidad frente al régimen totalitario. Por el contrario, hemos visto a lo largo de estos 21 años muestras de valentía, compromiso y lucha que harán historia. Vidas arrebatadas con indolencia, especialmente entre nuestra juventud.

La oposición venezolana ha terminado tomando el derrotero que las circunstancias le permiten. «Nunca es dura la verdad, lo que no tiene es remedio». Entre proclamar una salida mágica y transitarla, como hemos visto, puede mediar un abismo. Si hubiese otro camino más expedito, ya lo habrían tomado, porque supone uno que a ningún opositor le resulta sencillo digerir la idea de la prolongación de esta tragedia, más allá incluso de la fecha en que habían profetizado su caducidad: el 2021. El régimen, pues, se ha anotado una victoria, se ufana de ella y humilla en su mejor estilo.

Por otro lado, lo que acabamos de ver en Afganistán muestra que el mundo democrático no esta dispuesto a asumir los costos que implica llevar la democracia a aquellos países que no están preparados para ella. Las luchas de las naciones por su libertad será una lucha solitaria y lenta, sin mayor apoyo que la retórica hermosa de las proclamas desde los países de tradición democrática. Todas las dictaduras son atroces y las de izquierda lo son más, porque dan la impresión de venir –a diferencia de las otras– sin fecha de caducidad. A pesar de ello, también acaban y aunque uno no vaya a ver su final, debe seguir trabajando para alcanzarlo.

El destino de la oposición en los años venideros será el de operar bajo las reglas y limitaciones que el régimen político establezca. En condiciones desventajosas, de abuso de poder, inequidad y falta de transparencia.

Podría suceder, incluso, que haya algún éxito electoral y puede también que el régimen lo acepte y hasta que lo respete si le parece que su desempeño se realiza bajo ciertos parámetros que le resulten convenientes. La oposición trata de garantizar ahora solo su supervivencia en libertad (es decir, sin prisión) y, sin duda, de frenar lo más que le sea posible el proceso de destrucción del país. Será una lucha larga y difícil. Puede que a muchos les parezca poca cosa o una traición inaceptable, pero las torturas que puedan ahorrarse, las masacres que puedan evitarse, las vidas de presos políticos que puedan salvarse, la población que pueda vacunarse. Cualquier acción que salve vidas será un avance, un magnífico avance.

«Entre el dolor y la nada, prefiero el dolor». Quizá esta frase de William Faulkner es la que mejor define la actual situación de la oposición venezolana.

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Homo ¿sapiens?

Laureano Márquez

En estos días le da a uno por pensar en esa denominación que los paleoantropólogos usan para definir a ese primate evolucionado del que formamos parte los seres humanos modernos. Homo en latín es hombre y sapiens sabio, pues entre todos los animales que habitamos el planeta, nosotros somos los únicos que tenemos eso que se llama sabiduría. Dicho en otras palabras, amable lector, usted es el único animal capaz de leer y comprender este artículo escrito por otra bestia de su misma especie con unos dibujos que usted descifra y que le remiten a objetos y conceptos del mundo real.

El término sabiduría con el que se nos etiqueta es bastante complejo. Si apelamos al Diccionario de la Real Academia de la Lengua, encontramos esta primera definición: «Conjunto de conocimientos amplios y profundos que se adquieren mediante el estudio o la experiencia». Desde este punto de vista, por ejemplo, un talibán es una persona sabia. Para comenzar, la palabra, de origen árabe (talib), significa «estudiante». Pero más allá de esto, alguien que organiza y gana una guerra sin duda tiene «un conjunto de conocimientos amplios y profundos…». La cosa cambia un poco con la segunda acepción que nos ofrece el DRAE: «Facultad de las personas para actuar con sensatez, prudencia o acierto». Las desoladoras imágenes de las acciones de este grupo de milicias no son ejemplo de sensatez, prudencia o acierto, sino más bien de locura, desenfreno y aberración. En tal sentido, pese a ser sapiens (y encima supuestamente estudiantes), con lo que menos cuentan es con sabiduría. De hecho, son enemigos de todo aquello que usualmente se asocia a este concepto: arte, música, teatro, literatura. Son gente de alma fea que aman la fealdad y ocultan o destruyen la belleza.

Pero volviendo al resto de los sapiens, para no referirnos a un grupo en particular, tampoco es que las cosas estén marchando muy bien, no solo en el mundo tradicionalmente considerado como atrasado, sino también en el primer mundo. Nuestra amenaza a la estabilidad climática de nuestro planeta, la existencia de desigualdades extremas, de atroces dictaduras, la creciente y decepcionante aniquilación de ese rasgo tan propio de nuestra especie llamado «sentido común», al que Bergson denominaba «la facultad para orientarse en la vida práctica» que tiene mucho que ver, sin duda, con lo razonable. En fin, toda esta larga lista de cosas y las que faltan a veces nos hacen poner en duda la sabiduría de nuestra especie.

Nuestra evolución ha sido sorprendente en 200 mil años, ese primate que habitaba al sur del rio Zambeze, comenzó a tener ideas y a conectarlas, a fabricar herramientas, a sobrevivir en condiciones adversas. De allí se expandió por el mundo como lo seguimos haciendo hoy, siempre huyendo de las adversidades para encontrar un lugar mejor en el que vivir. De ese viaje de remoto inicio, surgió Mozart, Da Vinci, San Francisco, el Empire State, el Apolo 11 y también Adolfo Hitler, Stalin, los talibanes y –naturalmente– el susobicho.

Después de 200 mil años de tránsito, siente uno que nos falta mucho para alcanzar, como especie, la sabiduría que nos define. No obstante, no debe vencernos el desaliento, porque un soplo de sabiduría divina ha sido lanzado sobre nosotros. No debemos perder la esperanza, algún día logremos que se despliegue en su plenitud. Mientras tanto sigamos trabajando para ello elevando nuestro espíritu hacia el bien. Quizá con un toque de humildad, deberíamos omitir el sapiens y llamarnos simplemente homo, aunque en algunos casos uno sienta que homínido es más que suficiente.

Twitter @laureanomar

https://talcualdigital.com/homo-sapiens-por-laureano-marquez/

El concilio cadavérico

Laureano Márquez

Uno de los hechos más insólitos de la historia del papado es el juicio post mortem realizado al papa Formoso, pontífice entre los años 891 y 896. Lo peculiar de este proceso judicial es que se realizó de manera presencial, es decir, el cadáver del papa fue sacado de su sepultura, vestido con los ornamentos pontificios y sentado en un trono para que escuchara las acusaciones que se hacían en su contra. Al parecer guardó silencio durante todo el proceso, dando pie a que se le aplicara el principio de que «quien calla, otorga» y por tal razón fue condenado.

Formoso se había hecho parte –como otros papas de su tiempo– de las disputas que protagonizaban las familias nobles de Italia por imponer su primacía en la región.

A su muerte, una de las facciones a las que él se había opuesto se hizo con el poder y el control de Roma. Esto propició que el papa Esteban VI, partidario del nuevo bando, accediera realizar tan extraño juicio. Los relatos del hecho son grotescos: el cuerpo de Formoso, que llevaba nueve meses de fallecido y sepultado, fue llevado a la Basílica Constantiniana donde se le amarró a una silla, no tanto por temor a la fuga sino para mantenerle erguido.

Luego de su condena por del sínodo, fue despojado de las sagradas vestiduras y se le amputaron los tres dedos con los que impartía las bendiciones. Su pontificado se anuló y, consiguientemente, todos sus actos como cabeza de la Iglesia. Su cadáver fue lanzado a la «fosa de los condenados y desconocidos» y finalmente a las aguas del Tíber, para que desapareciera para siempre.

Según la leyenda, su cuerpo fue a dar a las redes de un pescador que lo mantuvo oculto. Años más tarde los vientos de la política italiana volvieron a cambiar y Formoso fue restituido y volvió a San Pedro donde reposa aún hasta nueva disposición judicial.

Como parte de su sentencia, Formoso fue sometido a la denominada damnatio memoriae, sanción propia del derecho romano que consistía en borrar todo recuerdo del condenado. Esto incluía la demolición de monumentos, el retiro de inscripciones y, en algunos casos, incluso la prohibición de la mención de su nombre. Esta práctica del Senado romano, de la que Esteban VI echó mano para condenar a su antecesor, no era exclusiva de Roma, también había sido puesta en práctica en el antiguo Egipto. Tampoco es privativa del mundo antiguo y de la temprana Edad Media.

En tiempos mucho más recientes, dictadores como Stalin, el tipo de bigotes que es igualito al Esteban que conocemos, borró de la historia, e incluso de las fotografías, a los compañeros revolucionarios que se le opusieron. Ya se sabe que era un personaje de malas purgas.

Un cuadro del francés Jean-Paul Lauren muestra la escena del papa vivo acusando al difunto. Si más de mil años después podemos hablar de Formoso es porque la damnatio memoriae de Esteban VI no fue tan exitosa. Quien esto escribe es enemigo del olvido.

Ciertamente, no hay que llegar al extremo de desenterrar a ciertos personajes para sentarlos en el banquillo, más aún si uno no sabe exactamente dónde está el cadáver. Lo que sí hay que hacer, cada día que se va al mercado y se padece la inflación galopante, o cuando en la estación de servicio del país con las mayores reservas petroleras del planeta no se puede poner gasolina, es sentar en el banquillo de la conciencia al causante de tantos males, no con el fin de borrar su memoria sino, al contrario, para tenerle muy presente y condenarle con la finalidad de que nunca más algo así vuelva a sucedernos.

Twitter @laureanomar

Laureano Márquez P. es humorista y politólogo, egresado de la UCV.

A doscientos años de Carabobo

Laureano Márquez

El bicentenario de la batalla de Carabobo habría sido una magnífica oportunidad para reflexionar sobre el rumbo del proyecto que allí comenzó el 24 de junio de 1821.

Una ocasión propicia para hacer un balance de la mano de historiadores, intelectuales y personas destacadas del quehacer cultural sobre cómo van marchado las cosas después de dos siglos de vida independiente. Pero para ello se requeriría que un mínimo de decencia y no es el caso.

Aunque quizá sobre nuestro estado de cosas ya la mayoría tiene un juicio claro: el proyecto marcha muy mal, casi que podríamos decir, peor que nunca. Uno de los pocos actos que ha trascendido es el encuentro auspiciado por el «Concejo Nacional Espiritista».

Cuando pensamos en la batalla de Carabobo, nos viene a la mente el cuadro de Tovar y Tovar pintado en la cúpula del Salón Elíptico del Palacio Federal (No sé si se siguen llamando igual o han cambiado a Salón comandante Elíptico y a Palacio Federal María Lionza, por ejemplo). La batalla de Tovar y Tovar es infinita. Por ser elíptica, como la cúpula, no tiene comienzo ni final, lo cual tiene un profundo sentido simbólico. Cada día que el «sol nace en el Esequibo» (que, dicho sea de paso, el régimen venezolano ha entregado con la habitual indolencia que manifiesta para todo lo que es caro al destino nacional) se libra no una, sino muchas batallas de Carabobo y cada día se gana o se pierde, no ya frente al general De la Torre, sino contra los enemigos que desde el 24 de junio de 1821 se le han venido presentando a ese proyecto político al que pertenecemos.

Cuando se destruyen las universidades públicas, se pierde una Batalla de Carabobo. También cuando se incendia una biblioteca; cuando no se vacuna adecuadamente a la gente, sino en función de lealtades políticas; cuando se encarcela, se tortura y asesina al que piensa diferente; cuando no se permite a la gente votar libremente; cuando se mantiene a una población al borde de la inanición; cuando se destruye la industria petrolera, fundamento de la economía; cuando se asesinan indígenas por la ambición de o oro, mientras se derriban estatuas de Colón; también cuando se va la luz y el agua. En cada una de estas circunstancias y en muchas otras, Venezuela pierde cada día una batalla de Carabobo.

El cuadro te Tovar y Tovar nos muestra a unos soldados elegante e impecablemente uniformados. No vemos los horrores de la batalla y no es una crítica al pintor, que tendría que presentar la visión más romántica del hecho. Sin embargo, ese día allí murieron cerca de tres mil personas entre españoles (la mayoría) y patriotas, cuyos huesos deben estar por ahí en algún lugar de aquella sabana. La batalla fue cruenta, seguro la mayor parte de los soldados de Páez estaban medio desnudos y los que tenían uniforme, no lo lucirían planchado con esmero, sino con toda certeza sucio y raído.

¿Por qué luchaba esa gente? Puede que, en primer lugar, por la fuerza de la costumbre. Llevaban diez años peleando, primero con Boves, luego con Bolívar. Tal vez las palabras que más aparecían en la boca de los generales que los animaban al combate eran las de «independencia» y «libertad». Quizá tendríamos que evaluar, a doscientos años de Carabobo, como marcha la patria en términos de independencia y libertad.

La independencia que el ejército libertador consiguió aquel 24 de junio, prácticamente se ha perdido. No solo porque una pequeña isla dirige nuestro destino, sino también porque nuestro futuro esta endosado a China y Rusia. Irán es otro que anda por estos lados pescando en río revuelto. Pero, más allá de los países, todo tipo de organizaciones armadas amenazan nuestra independencia. A estas alturas no se sabe bien si puede decirse que el estado Apure es enteramente parte del país. La guerrilla o, mejor dicho, las guerrillas gobiernan extensiones importantes del territorio nacional. Eso sin entrar a hablar de los feudos que, especialmente en la capital, ha establecido el hampa organizada y, frente a los cuales, el hampa desorganizada no tiene prácticamente ninguna capacidad de acción. Si en 1821, la independencia teníamos que conquistarla solo de España, en 2021 la reconquista de la independencia tiene muchas batallas por delante. Y en lo que respecta al ejército «forjador de libertades» de Carabobo, solo contamos con uno que forja opresión para su propio pueblo, entre otras cosas.

No es prudente opinar por los difuntos, pero como conocimos su opinión en vida y estamos en plan espiritista, es lícito afirmar que el Libertador estaría bastante más decepcionado de lo que lo estuvo a su muerte en Santa Marta. Incluso, seguramente, su indignación sería mayor al conocer que todo lo que se hace negando sus ideas y postulados, tiene, curiosamente, como fundamento su nombre.

No tenemos suerte con los centenarios de Carabobo: el primero también se conmemoró en dictadura, aunque aquella, con todos sus males, al menos construía. Entre otras cosas, en propio monumento dedicado a la memorable batalla en lugar donde transcurrieron los hechos. Del segundo, la noticia que más a circulado es aludido encuentro espiritista. Que yo en su lugar no andaría por ahí conjurando espíritus y menos el de Bolívar.

En todo caso, rindamos nosotros un íntimo homenaje a todos los que en Carabobo dieron su vida por un sueño que, doscientos años después, sigue pendiente de hacerse realidad.