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Ricardo Sucre

El país de "los de arriba y los de abajo"

Ricardo Sucre

El día 6-5-22 la consultora económica Anova presentó un estudio titulado “¿Venezuela se arregló? Tendencias recientes en la distribución del ingreso”, al usar los microdatos de los años 2020 y 2021 del estudio Encovi que realiza la UCAB. El estudio encontró un crecimiento muy grande de la desigualdad. Pensé que estos datos promoverían algún debate o discusión. No hubo. En Venezuela también tenemos nuestra versión de lo que Piketty llama “capitalismo patrimonial” que tampoco es nuevo en la historia del mundo. En un sentido, en Venezuela se había superado no solo por nuestro carácter “igualao” como sociedad sino por la “renta y el reclamo” que permitió la movilidad y ascenso social. Hoy la movilidad y el ascenso son más restringidos. Mi impresión es que nuestro país se configura como uno con ingresos estratificados por grupo, no por clase social. En función de tu grupo, así será tu vida. Con la dolarización, habrá un ingreso para vivir pero “surgir” o progresar ya son otras cosas. No serán para todos. Bienvenidos a la “Venezuela patrimonial” que habíamos superado durante buena parte del Siglo XX

Para estar en política y para llegar al poder político hay que saber de economía política. Sí, esa que estudió David Ricardo, Adam Smith, o Karl Marx. Conocerla es relevante no solo en Venezuela, sino en el mundo. En nuestro país, diría que es una variable más importante que el apoyo de las Fuerzas Armadas a un gobierno determinado.

Conocer la economía política de una nación es garantía de estabilidad en el poder o para llegar al poder político. Rómulo Betancourt tuvo su columna en el diario Ahora que se llamó “Economía y finanzas”. Más conocido es su libro “Venezuela, política y petróleo” (1956) que es nuestra historia a partir del petróleo vista desde la economía política. Un libro escrito con el estilo de Rómulo. Cualquiera que sienta a nuestro país se impactará por la radiografía de la Venezuela gomecista vista por la economía política de Betancourt.

Escribió que, “Operó la presencia avasallante del petróleo, pero indirectamente, como factor deformativo de la economía y de la vida nacionales en su conjunto. Mentalidad minera, de nuevos ricos manirrotos, comenzaron a adquirir los sectores privilegiados de la población. El ininterrumpido fluir de dólares estimuló las importaciones, se hipertrofió el comercio y se configuró, para años, esa fisonomía de nación principalmente consumidora de mercancías extranjeras que por muchos años tuvo Venezuela. Y comenzamos a parecernos demasiado a esa California desarticulada y movediza, paraíso de aventureros y de pícaros de los años de la ‘locura del oro” (pág. 62). Esto fue escrito para hablar de la Venezuela de Gómez, pero pudiera ser la Venezuela de una época más reciente. Ese es el poder de diagnóstico de la economía política.

Chávez también la comprendió. Apenas llegó al gobierno, una de sus primeras acciones fue viajar por los países de la OPEP para buscar acuerdos y levantar el alicaído mercado petrolero. Los esfuerzos del comandante tuvieron éxito. Una nota de la BBC publicada el día 25-2-16 recordó que el precio de la cesta petrolera venezolana en 1999 fue de 16$ el barril y en 2004 llegó a 32 dólares. El precio llegó a 103$ entre 2011 y 2014. Según la nota del medio inglés, Venezuela recibió entre 1999 y 2014 un promedio de casi 58.000 millones de dólares al año ¡15 años continuos con ingresos mensuales de casi 5.000 millones de dólares, quién lo soñaría para hoy!

Una cifra muy importante si se compara con los valores para el segundo gobierno de Caldera el cual en sus 5 años de acuerdo a la BBC, recibió ingresos mensuales por el orden de los 1.300 millones de dólares, cantidad también muy respetable para ese entonces y hoy, si nos atenemos a la situación de Venezuela. Los gobiernos chavistas recibieron hasta 2014 casi 4 veces más entradas en dólares mensuales que los que recibió el segundo gobierno de Caldera cada mes durante 5 años. Plata de verdad. Esa la diferencia de Venezuela con otras sociedades en crisis y muchas veces no se toma en cuenta para los análisis: aquí hay dinero.

Esa alucinante cantidad de “rial” que entró a Venezuela entre 1999-2014, Chávez la usó para construir su “Pacto de los dólares” por medio del cual la sociedad lo aceptó como presidente a cambio de recibir dólares baratos. El símbolo de ese “Pacto de los dólares” fue Cadivi. El comandante permitió la apropiación originaria del capital para “tirios y troyanos” de forma honesta o deshonesta, y por eso fue reconocido y aceptado bien o a regañadientes, pero fue la época de “el presidente Chávez” y no la del “teniente coronel”.

Leí un tuit del economista Manuel Sutherland de fecha 20-5-21 en el cual escribió que en Venezuela la fuga de capitales asciende a 600 mil millones de dólares. En una nota publicada por Provea con fecha 7-2-21, Sutherland opinó que Venezuela fue el país con mayor salida de capitales “del mundo”. Nuestras elites tienen dinero se quiera reconocer o no.

El presidente Maduro ahora aprende la importancia de la economía política. Cuando llegó al poder no la consideró o la vio irrelevante. Su discurso de 2014 fue el “cadivismo”. Su terrible –y trágica- incomprensión de la economía política fue causa del conflicto político que se aceleró a partir de 2014 hasta que en 2018 comenzó su incipiente “Pacto de los dólares” que consiste en permitir la dolarización de la sociedad. Esta trae sus dólares que sacó cuando Chávez y AD-Copei, vive con su propio pulmón, y el Estado recupera ingresos -ahora con el petróleo- para usarlos a discreción, pero a diferencia del pasado, pasan a los fondos del gobierno y no a la sociedad.

El ejecutivo concienció la relevancia de tener ingresos reales. Explica sus anuncios recientes, por ejemplo, de poner en la bolsa acciones de las empresas del Estado o la reactivación de PDVSA, junto a la recaudación de impuestos la que, de acuerdo al Seniat para el mes de marzo de 2022, sumó cerca de 450 millones de dólares solo ese mes. Maduro, también, hace su “Pacto de los dólares” con la sociedad lo que explica, entre otras cosas, el clima de la “pax Maduro”.

En Venezuela, los economistas políticos más famosos en tiempos recientes son Asdrúbal Baptista (su “Teoría económica del capitalismo rentístico” de 1997) y Domingo Maza Zavala (“Venezuela: historia de una frustración” de 1986). Este, al hablar de la Guerra Federal, opinó que tuvo como consecuencia una sociedad más “igualitaria en el sentido que no se reconocen castas(…)En cuanto a la raíz económica, estructural de la sociedad, continuó y quizás se acentuó, la concentración de la riqueza y el ingreso(…)Y tuvimos aquí una situación cuasi servil en el campo hasta hace prácticamente 40 años” (N. R. Es decir, hasta 1946, que no es mucho tiempo si se ve en el tiempo histórico). En la afirmación de Maza está lo que es la economía política.

Otros académicos no se han quedado atrás en este tema. Uno muy relevante es Diego Bautista Urbaneja. Tiene tres fortalezas: es estudioso, escribe sabroso, y es original en sus propuestas. No se limita a repetir.

En el año 2013, Editorial Alfa publicó un extraordinario libro de Urbaneja -pienso de lectura obligatoria para todos los políticos y “aspirantes al poder”- titulado “La renta y el reclamo. Ensayo sobre petróleo y economía política en Venezuela” (Caracas, PP. 462).

El politólogo define la economía política al citar a Alan Drazen, “Si la economía es el estudio del uso óptimo de recursos escasos, la economía política se preocupa de cómo la política afecta las decisiones económicas de una sociedad” (pág. XVIII).

Urbaneja explica una característica de nuestra economía política -que gira alrededor de la “renta y el reclamo”- y que nos describe muy bien como sociedad de “reclamadores de renta”. Dijo, “(…)la sociedad venezolana no busca rentas sino que reclama porciones de una renta que ya está ahí y a la que se tiene -o se cree que se tiene- derecho(…)Como veremos abundantemente, la economía política venezolana, en sus diversas etapas, se va armando en torno a la disponibilidad de la renta petrolera(…)Se trata de la frecuente disposición del Estado y del personal político a privatizar la renta(…) Pareciera que, en largos trechos del Siglo XX, al Estado venezolano le picaran los reales en las manos. No más recibir renta, lo primero que piensa es en cómo diseminarla en manos de los venezolanos particulares(…)Siempre está trasegando grandes cantidades a los bolsillos de los venezolanos” (págs.. XXII, XXIII y XXXVII). Esta fue la situación de la economía política de Venezuela hasta 2014, cuando Maduro llegó con la crítica al “cadivismo”, y lo que explica la gran cantidad de dinero que tiene la sociedad venezolana. También es un recordatorio contra el discurso que se quiere imponer desde redes sociales del “no le debo nada a nadie” de los “self made claimants”.

La introducción anterior porque el día 6-5-22 la consultora económica Anova presentó un estudio titulado “¿Venezuela se arregló? Tendencias recientes en la distribución del ingreso”, al usar los microdatos del estudio Encovi que realiza la UCAB de los años 2020 y 2021.

Como venezolano y socialdemócrata la economía política es fundamental y en ella, el tema de la desigualdad. El portal de la casa, El Cooperante, también le dedica artículos al tema de la economía política. Pensé que los hallazgos del estudio Anova provocarían un debate más ruidoso. Pero no. Hubo alguno que otro comentario. El tuit de la firma que informó el estudio apenas tuvo 13 “me gusta” (revisado el día 21-5-22 a las 6:35pm).

Lo hallado por la firma ofrece elementos para apoyar las conjeturas de mi propia observación cotidiana, las que tampoco son originales: que la profundización de la crisis a partir de 2013 y el posterior “ajuste a lo Maduro”, generaron una distribución del ingreso en Venezuela bastante desigual y que las élites –si se asume que ser élite es tener mejor ingreso y acceso a las fuentes para lograrlo- son las que han mejorado con la “apertura a lo Maduro”. Los sectores populares con menos ingresos no han mejorado su situación entre 2020-2021.

Del estudio Anova lo que más me impactó fue lo siguiente, “Para ponerlo en cifras, en 2020 el ingreso promedio del 20% más rico de la población era 23 veces superior al ingreso promedio del 20% más pobre de la población, mientras que, en 2021, el ingreso del 20% más rico fue 46 veces mayor al del 20% más pobre. En términos de concentración del ingreso, en 2020 la porción del 20% superior de la distribución concentró el 54% del ingreso total del país, mientras que, en 2021, este mismo porcentaje de la población concentró el 61% del ingreso total. Se estima que entre 2020 y 2021, el coeficiente de Gini, el indicador de desigualdad más utilizado aumentó en 7,4 puntos porcentuales, para ubicarse en 65,2%, cifra que pone a Venezuela como uno de los países más desiguales de Latinoamérica, con una diferencia de 18,8 puntos porcentuales respecto al coeficiente promedio de la región” ¡Un Gini de casi 0,7 cuando el máximo es 1, que significa una “desigualdad perfecta” o “desigualdad máxima”! El ingreso del 20% más rico dobló al ingreso del 20% más pobre en un año: entre 2020 y 2021. Como escribí, pensé que este hallazgo movería el piso del debate, pero nada. Habrá que esperar a ver si Dua Lipa lo comenta.

Desde el punto de vista político –a lo mejor está, pero no se mostró en la información pública- al estudio le faltó relacionar los niveles de ingreso con la orientación política. Mi hipótesis es que en los mejores niveles de ingresos están personas de las elites del gobierno y de la oposición. Más del gobierno, porque tiene el poder del Estado y en Venezuela, la riqueza también se define por la posición frente al Estado aunque se idolatre al mundo privado (por eso nuestra frenética búsqueda del poder del Estado, es lo que te convierte en “alguien”). Seguramente la proporción de personas del gobierno será mucho mayor. Pero hay personas de la oposición en el grupo de los más boyantes.

Hace unos días leí una entrevista a Thomas Piketty, quien habló que volvemos al “capitalismo patrimonial”. Con las diferencias del caso y antes de leer a Piketty, algó así veo en Venezuela. La dolarización trajo como un “nivel mínimo” de ingresos para los que están dolarizados. No tienen apremios en el sentido de hacer el mínimo. Lo hacen. A lo mejor con varios trabajos, pero lo logran. A partir del mínimo comienza una estratificación de ingresos que rompe la concepción tradicional de las clases sociales en Venezuela. Es decir, a lo mejor un plomero tiene mejores entradas que un profesional liberal, que en nuestra cultura no se espera. La idea de estudiar es esa desde el punto de vista instrumental: mejorar los ingresos para “surgir”. Nuestro “Venezuelan Dream”. Pero hoy no es así o no en su totalidad.

Lo relevante desde el punto de vista de la economía política es que de ese ingreso mínimo en dólares no se podrá salir o muy pocos tendrán éxito en hacerlo. Hay para cubrir lo básico, pero no para progresar, para moverse en la estructura social. No es pobreza, pero tampoco progreso. Es estático. A nuestra manera vivimos nuestro “capitalismo patrimonial” que las personas asocian para el caso venezolano al “capitalismo de los amigos” o al “capitalismo de los enchufados”. Una persona no estará en la situación crítica de 2015, pero tampoco será la movilidad social de la Venezuela de los 50-70’s.

Es inevitable la siguiente reflexión: si la mejoría se concentra en las elites ¿querrán cambiar la situación actual, aunque no sea de su agrado, en el caso de las elites de la oposición? El incentivo para ésta es acceder al poder del Estado. Fuera de lo anterior, las élites están muy bien con el actual sistema económico. Critican al gobierno, lo denuncian, pero están bien en cuanto a ingresos.

Hay una estratificación que estabiliza desde el punto de vista político: las elites –de todo tipo- controlan los factores de poder y de producción, y el pueblo lo acepta –resignado o no, con conciencia o sin conciencia- y vive como siempre lo ha hecho: “resolviendo” y “echándole un camión de bolas”, pero sus ingresos vienen de los arriba, aunque tiene para vivir. Hay un sistema tipo “los de arriba y los de abajo”. El dinero de las elites circula hacia abajo, junto a las remesas y a lo que el pueblo “se rebusque”. Nuestra versión del “trickle-down”.

Queda ver si nuestro capitalismo patrimonial produce no un sistema de castas, pero sí uno muy diferencial de ingresos y que el status sea también diferenciado. Venezuela es una sociedad que tiende a la igualdad, pero no hay que descartar que en un sistema autoritario en donde el Estado concentra los ingresos y los distribuye a discreción, y la sociedad vive con su propio pulmón, se acepte un sistema desigual que se justifica con el discurso del “talento y del esfuerzo”. Algo como que las diferencias aceptables son las producidas por el esfuerzo y el talento, pero lo que no se dice que estas dos variables están asociadas a un mejor ingreso, al Estado, o a los “contactos”.

Es difícil –no imposible- que una persona de un hogar con hambre pueda competir desde el punto de vista cognitivo con una persona de un hogar boyante, aunque le ponga mucho esfuerzo. Egan Bernal es una excepción, no la norma. Por cada Bernal, habrá 100 que se quedará en el camino. El talento también está socialmente diferenciado. Si, como resultado de la nueva economía política de Venezuela, se acepta una sociedad de desiguales y se justifica con una ideología del “talento y del esfuerzo”, es lo que se verá en el futuro del reacomodo económico venezolano.

Un punto que llama la atención es que la desigualdad como tal no tiene mayor eco en la opinión pública o tiene una representación política. Tal vez porque es un tema más de la izquierda y la sociedad venezolana se ha derechizado, al menos en sus elites y buena parte de la opinión pública “sensata”, aunque no lo reconozca. No pocos pasaron de Alí Primera a Vox o a “los populares”. Son las cosas que las crisis y conflictos politicos producen.

El tema igualdad se relaciona al socialismo, y produce reactancia. No se habla mucho de este asunto, y el discurso se mueve al otro extremo: “no le debo nada a nadie” y “no queremos nada con el Estado”. Los talentosos y esforzados serán premiados con la movilidad social, no así los que no se esfuercen. Es una decisión individual. La gente escoge ser rico o pobre y eso no tiene nada que ver con la economía política de una sociedad. Es su “libertad para elegir”.

Este discurso tiene y toma fuerza en Venezuela. Quizás por eso una desigualdad tan inmensa no produce nada. Pero desde el mundo griego sabemos que la desigualdad es fuente de inestabilidad política, de la caída de imperios como el romano, y, en tiempos más recientes, produce subversión.

El populismo de los 40’s en nuestros países fue una consecuencia de la crisis del modelo oligárquico exportador luego de la crisis de 1929. Los populismos recientes son resultado de la crisis del Estado de bienestar europeo y del “establishment liberal” en los EUA. En este país, Biden trata de revivir el modelo de bienestar y la pregunta es si es posible en el mundo de hoy. En Francia, por ejemplo, personas del mundo obrero con una historia familiar a favor del comunismo y del PC, votaron a Le Pen en la idea que las antiguas fábricas del “Made in France” regresarán a suelo galo. Biden tiene una lógica similar con respecto a los EUA.

En Venezuela este tema no genera mayor debate. Se asume como algo normal o, mejor dicho, no “alborotar el avispero” de la desigualdad no vaya a ser que al gobierno se le ocurra algo o es un asunto “del progresismo mundial” del que no pocos claman “estar hartos”. Entonces no hablar sobre ese tópico.

Pero me luce que tenemos un gustico por la desigualdad, que no ve mal la idea que triunfar significa que muchos se queden en el camino. Especialmente en esta época en donde no hay éxitos colectivos. Los triunfos son individuales y compensan la escasez de éxito que hay en lo social. Para hablar de éxito se necesita el fracaso. Tal vez mi éxito en la nueva realidad de Venezuela es porque puedo hablar de otros que no lo han tenido. En un país en crisis y con un conflicto político, la desigualdad puede reforzar la auto-estima de los que no ven salidas o de quienes están cómodos en el poder. La psicología social norteamericana tiene un término para lo anterior: la psicología de la comparación descendente (la downward comparison psychology).

En el futuro: ¿Nuestras elecciones o modos políticos para relacionarnos serán con un clivaje de la desigualdad y con partidos que representarán los diferentes estratos sociales o seguirá lo que ha sido nuestra historia, la socialización de adecos y copeyanos o chavistas y no chavistas, pero en donde confluyen personas de diferentes vectores sociales?

La cuña de Daniel Ceballos: cómo el abandono de la política se llena con la historia equivocada

Ricardo Sucre

Más que la cuña de Daniel Ceballos que apela a una “identidad política tachirense”, me sorprendió el estupor que causó. No es que no lo ameritara, pero a veces me pregunto si vivo y viví en el mismo país de muchos de los impresionados. Algunos son jóvenes, otros menos. Con los menos jóvenes el asombro es mayor ¿En cuál país vivieron o en cuál país viví yo?

No lo digo en un sentido peyorativo. Aunque la cuña apela a una identidad regional, tiene figuras que simbolizan –y fueron- gobiernos dictatoriales como Gómez y Pérez Jiménez. El autoritarismo es una constante en Venezuela. Por eso me extraña la sorpresa.

De muchacho, escuchaba que había una suerte de peregrinación de “venezolanos respetables” –que seguro hoy formarían parte de la legión de “indignados” en redes sociales y estarían en la “resistencia”- a la tumba del “Benemérito” en Maracay, para llevarle flores y enfurecerse por el deterioro causado “por la democracia”. Pérez Jiménez ganó un puesto como senador en las elecciones de 1968, pero no pudo ejercerlo. Su elección fue motivo para la enmienda Nº 1 de la constitución de 1961, aprobada en mayo de 1973. Su partido Cruzada Cívica Nacionalista sacó 4 senadores en 1968 y 1 en 1973. Luego desapareció del mapa político. También tuvo diputados. Recuerdo uno llamativo llamado Alejandro Gómez Silva, quien tenía un Mercedes Benz que en ese entonces simbolizó para mí el boato de los hombres públicos del perezjimenismo –el dictador tenía un Mercedes Benz de competencia que corría por lo que hoy es la “regional del centro”- frente a la austeridad en el poder de un Gallegos o un Betancourt.

Durante los 90, Venezuela saboreó el gusto por la cultura autoritaria. Célebres los alertas de Manuel Caballero –junto a Luis Castro Leiva por mencionar a dos importantes, con una angustia por la débil para ese entonces, salud de la democracia- y una expresión que el historiador repetía siempre, “el autoritarismo es una actitud, la democracia es una cultura”.

De manera que apelar a Gómez o a Pérez Jiménez no es nuevo. Desde 1993 el aeropuerto de San Antonio se llama “Juan Vicente Gómez”. No tiene el nombre de su hijo Florencio Gómez Núñez, quien tal vez hizo más por la aviación en Venezuela que su padre. Chávez coqueteó con Pérez Jiménez y el desfile del 5-7-2000 tuvo un “aire perezjimenista” con Chávez con su uniforme de gala y Marisabel de Chávez con un aire a lo “Doña Flor Chalbaud de Pérez Jiménez”, pero con sombreros tipo “Lady Di”, seguro recomendados por nuestras nunca bien ponderadas elites, hoy encolerizadas en redes sociales, las que en ese entonces tenían un experimento que fue tratar de cooptar a Chávez al verlo como un “buen muchacho de Sabaneta”.

En tiempos recientes, el conflicto político trajo una camada de “jóvenes perezjimenistas” y algunos no tan jóvenes que lo llevaban guardado durante la democracia AD-Copei. Varios de los chicos pro Pérez Jiménez fueron alumnos en la materia que doy -psicología social- en la Escuela de Estudios Políticos de la UCV.

Si lo veo a partir de lo que escribí en los párrafos anteriores, lo llamativo es lo tarde en que la cuña de Ceballos salió. El autoritarismo tiene por lo menos 30 años levitando en la conciencia nacional. Que ahora se use como mensaje electoral no tiene nada de extraño. Cuando la democracia de 1958 dejó de ser un proyecto nacional –durante los 80’s, abandonado por buena parte de las elites públicas y privadas- y la crisis económica trajo inseguridad en las razones morales para vivir que tiene cualquier pueblo del mundo, el autoritarismo se hizo visible para muchos en Venezuela. La seducción del autoritarismo es que promete seguridad y estabilidad para una vida inestable como la que se vive en una crisis. Y la Venezuela de los años 90’s en adelante es la de la crisis. El autoritarismo no exige mucho como la democracia. Es uno de sus atractivos.

Muchos intelectuales venezolanos –escritores, poetas, dramaturgos, artistas, historiadores, entre otros- lo vieron, pero el país entró en su “borrachera autoritaria” y hoy se levanta con el “ratón” de una cuña que lo sorprende.

La cuña de Ceballos me la tomo en serio porque desde hace tiempo, observo que hay “valores subterráneos” que se desarrollan en la sociedad venezolana. Todavía no procesamos “el trauma” de la crisis que arrancó en 2014, y pasamos de la escasez a una dolarización que ayuda a vivir, pero sin elaborar la experiencia de la crisis previa. No somos una sociedad “resiliente” como se afirma con tanto orgullo, sino una sociedad que vivió y vive una experiencia de crisis, pero sin procesarla, y la “parapetea” porque “pa’lante es pa’llá” y “sufrir no tiene sentido”. Esta negación produce fuerzas que no se ven en la superficie, pero de las que hay indicadores. Uno es apelar a las identidades locales. No diré que Venezuela sea parecida a la “España invertebrada” de Ortega y Gasset (1921), pero sí hay fracturas y clivajes que todavía no comprendemos completamente. Todavía estamos en la Venezuela de 1998 o, como mucho, en la de 2010.

El clivaje regional es uno de ellos. Que la cuña venga de Táchira tampoco debe sorprender. Un estado importante de Venezuela sumamente maltratado e irrespetado por el gobierno de Maduro, pero abandonado por la oposición con el discurso de “Chamberlain, Petain, Vichy” y pamplinadas de esas, junto a la foto trucada en la que aparecieron los gobernadores de la oposición que ganaron en 2017, “arrodillados” ante Delcy Rodríguez, en ese entonces presidenta de la ANC. Una foto de mentira pero que la opinión quiso creer para condenar a los gobernadores de “colaboracionistas” y justificar su incompetencia política frente a Maduro, expresión que hoy se le devuelve a quienes la promovieron. Hoy todos son “colaboracionistas”.

En Táchira, sus votantes sufragaron por la alternancia, al desalojar a Vielma Mora del poder y darlo a Laidy Gómez, quien sacó casi el 70% de los votos. Ojalá esa energía que hoy tienen para rasgarse las vestiduras con la cuña de Ceballos, la hubiesen mostrado para apoyar la decisión de los votantes tachirenses en octubre de 2017. Otra sería la historia. Tal vez la cuña no hubiese sido.

Irrespetados por el gobierno y estigmatizados por la oposición, el discurso político se vació. Ceballos es un político y de un partido muy ambicioso como Voluntad Popular, que cree en el arrojo como forma de hacer política. Ni Ceballos ni los dirigentes nacionales de VP son brillantes en la historia de Venezuela. No tendrían por qué serlo, tampoco, pero al menos exhibir algo de conocimiento. Pero es la lucha por el poder lo que define la política en Venezuela, y no una clase de historia. La generación de Ceballos y las que le siguieron –la famosa “generación de 2007”- fueron aupados por muchos de los hoy indignados por el video, para el “echabolismo” que encanta en la cultura venezolana, en este caso, en “el asfalto” que fue o es el terreno por excelencia de la política para buena parte de la oposición. No invitaron a “los chamos” –como le gusta decir a cierto público de la oposición, que exhibe su “kilometraje en la vida”- a estudiar historia, sino a “echarle un camión de bolas en la calle”.

No hubo un discurso nacional ni un proyecto para Táchira, solo el control, la represión, la censura del gobierno, o el “pobrecito” o los “gochos sí tienen bolas” –durante las protestas de 2014- de la oposición. Cuando no hay discurso político, el vacío también se llena y empleo una tesis algo vetusta; el “inconsciente colectivo” del que escribió LeBon para hablar sobre la “psicología de las masas”. Como el tánatos que emergió en Europa luego de la incompleta y abandonada paz de la Primera Guerra Mundial en 1918, abandono de los ganadores de la guerra que llenó el fascismo y el nacionalsocialismo hasta la destrucción de Italia y Alemania.

El mensaje de Ceballos apela a ese “inconsciente colectivo” no solo tachirense sino nacional en muchos sentidos. Para buena parte de la opinión pública de Venezuela, con Medina se venía en una “sana evolución” que fue truncada por la ambición “de los adecos”, la que abrió la puerta al posterior deterioro de Venezuela. El 18 de octubre de 1945 es como nuestro pecado original. Como la pregunta de Vargas Llosa “¿cuándo se jodió Perú?”, si se hace para Venezuela, un número no despreciable de personas responderá que se “jodió” el 18 de octubre de 1945. Veníamos en una “robusta evolución” muy neopositivista, pero destinada a la democracia. Aquí nace el anti-adequismo arraigado en buena parte de la población venezolana. No es la historia con sus métodos, no es la “verdad fáctica” de los hechos, sino en lo que amplios sectores del país quieren creer para compensar desde el punto de vista psicosocial lo que se considera perdido y arrebatado, “una historia bonita de Venezuela”.

Vengo de una familia que impulsó importantes obras públicas durante la democracia 1958-1998, pero crecí escuchando que “las obras públicas las hizo Pérez Jiménez, la democracia no ha hecho nada, solo llenar los cerros de ranchos” o “Durante Pérez Jiménez, si no te metías en política, podías dormir con la puerta de tu casa abierta”. Esa imagen quedó grabada en la representación social de todas las generaciones de Venezuela. La oí de forma constante de gente que, en teoría, debería saber, durante el boom de la democracia representativa durante los 70’s.

En esos años, Leopoldo Sucre andaba con lo que llamaba “estoraques” para explicar, con números, lo que la democracia había hecho frente a gobiernos no democráticos para mostrar que la modernización con democracia sí era posible, porque nuestra conciencia es que la democracia es bochinche, y la modernización solo es posible sin democracia. Leopoldo comprendió que defender a la democracia era con contenido, no con indignarse frente al perezjimenismo. Sucre Figarella debatió con los perezjimenistas pero también con los demócratas que pensaban que solo una dictadura puede hacer una autopista como la Caracas-La Guaira. No se limitó a responder, como los ofendidos de hoy, “a los perezjimenistas los bloqueo”. La democracia se defiende con argumentación, no con posturas.

El mensaje de Ceballos repite lugares comunes que todo el mundo –joven o viejo- tiene en el “inconsciente colectivo”, junto a otros como “sembrar el petróleo”, la “universidad es de todos o no es de nadie”, o “el mejor cacao –playas, café, o lo que usted quiera agregar- del mundo es el de Venezuela”. No apela a la historia como disciplina con un rigor en sus métodos, sino a un público agotado por el maltrato y que en la identidad puede hallar un motivo para sentirse seguro, a falta de un discurso político de nación que la oposición debería ofrecer, que comunique proyecto, sentido de país, integración, también seguridad, pero de la plenitud de la libertad.

Desde el punto de vista psicosocial, se “come” con la identidad, como mucha gente lo descubre con los atletas venezolanos en Tokio, presencia que despertó un “nacionalismo del mundo feliz de las elites”. Al abasto no se va “con Patria”, pero sí se “come psicosocialmente” con la idea de “Patria”. Las crisis empujan lo simbólico, el mundo ideal, al apelar a un estado de estabilidad que no se tiene pero se quiere

El “crash de 29” tuvo su caras deseadas, “el país que podemos ser”, en rostros como los de Marlene Dietrich, Greta Garbo, o las beldades de ese momento. El hambre identitaria se llena con comida de lo bello o bueno que fuimos o podemos ser. La belleza de la democracia es de otro tipo: no es acabada sino se construye, edificación que nunca termina. Los autoritarismos son para quienes se cansaron. En crisis, estamos cansados.

Venezuela es un laboratorio social en donde veremos manifestaciones algunas esperadas, otras inesperadas, pero que ya edifican el país del futuro, se quiera aceptar o no, con indignación o sin ella. En la negación no hay creación. El mensaje de Ceballos lo asumo como un alerta para comprender por qué aparece y asumo el riesgo del latiguillo de “quien comprende justifica”. También lo tomo como un desafío, como un reto que hace a los valores del poder limitado y de la austeridad republicana en los que creo. Lo interpreto como un desafío para involucrarme en lo público, y no limitarme a crisparme en redes sociales, furia que durará un día y será cambiada por otro tema, mientras los “valores subterráneos” dibujan a la Venezuela del futuro.

Prefiero la angustia de un Manuel Caballero ante manifestaciones de la época como fue “Luces contra el hampa” la que fue señal de ese “inconsciente colectivo autoritario” que es parte de nosotros y que ya daba sus vueltas en la Venezuela de los 90’s, al “sobrao” de hoy que afirma que la cuña de Ceballos no es relevante como manifestación sobre procesos que pasan en Venezuela, que no auguran la democracia liberal soñada por la “Venezuela decente” de las redes sociales que vive molesta, pero sin involucrarse en algo que canalice su crispación, justificada o no. Al menos, el aeropuerto de El Vigía, en Mérida, fue bautizado con el nombre de Juan Pablo Pérez Alfonzo. Referencias hay.

3 de agosto 2021

El Cooperante

https://elcooperante.com/la-cuna-de-daniel-ceballos-como-el-abandono-de-...