Pasar al contenido principal

Humbero García Larralde

La trampa-jaula económica que se construyó el chavismo

Humbero García Larralde

La reciente visita de Delcy Rodríguez a la Asamblea de Fedecámaras, como la de su hermano en enero y la declaración de Maduro de rescatar el Consejo Nacional de Economía --ahora adjetivándola de “Productiva”--, pudieran indicar un cambio de actitud del régimen ante el sector empresarial, otrora ubicado en el campo enemigo. El colapso es tal que sienten la necesidad de ir a hacerle carantoñas, en aras de salir del hueco. Como gusta decir mi esposa, “oyen campanas, pero no saben de dónde vienen”.

Cuando llegó al poder, Chávez no tenía un proyecto económico elaborado, más allá de ciertas alusiones nacionalistas y de justicia social. Tan así, que conservó por año y medio a la ministra de Hacienda del gobierno anterior, Maritza Izaguirre. Es por razones políticas, al toparse con la resistencia de los empleados de PdVSA de ver vulnerada su cultura corporativa y con el hecho de que la agenda del sector privado no tenía por qué coincidir con la suya, que desata su ofensiva contra las instituciones que resguardan la actividad económica. Más pudieron sus ansias por controlarlo todo, impulsadas por ese inmenso ego de creerse heredero genuino de Bolívar, que consideraciones racionales acerca del manejo sano de la economía. Por demás, ahí estaba el petróleo que, creía, daba para todo.

Para ponerle la mano a esta fuente aparentemente inagotable de recursos, tendió la trampa que --confesaría luego—“justificaría” el despido de los gerentes, profesionales y operarios más cualificados de PdVSA, la mitad de su nómina. A pesar de los azarosos sucesos que provocó en abril, 2002, logró finalmente ufanarse ante los suyos de que, “Ahora PdVSA es de todos”. Transmutó la misión corporativa de la empresa por una de naturaleza política: financiar el socialismo de reparto que, a instancias de su mentor, Fidel Castro, debía instaurar. Entre 2003 y 2016 PdVSA desvió más de $ 250 millardos de sus ingresos para financiar misiones y fondos de desarrollo social. Encima, fue atiborrada de empresas de construcción, alimentarias, de servicios y manufactureras. Pero no sólo le creó una carga que terminó drenando sus recursos, sino que se privilegiaron criterios políticos discrecionales para la distribución de sus proventos, instaurando una dinámica que se fue apoderando, no sólo de PdVSA, sino del sector público en general. Precios del crudo en torno a los $ 100 por barril entre 2008 y 2014 (salvo 2009), parecían permitirlo todo. Chávez pudo comprar alianzas internacionales para evitar la aplicación de la Carta Democrática a Venezuela por la OEA y subsidiar a la economía cubana. Pero, como lo atestiguan los escándalos destapados a cada rato en la prensa internacional, hubo destinos aún más turbios.

Maduro carece de la ascendencia, carisma e ideas de Chávez. Supo que su permanencia en el poder dependería de su capacidad de comprar a los mandos militares más corruptibles, haciéndolos cómplices de sus desmanes, traicionando su mandato constitucional. Además de ponerlos al frente de buena parte de las responsabilidades económicas del Estado, contratar con las empresas que ellos creaban, entregarles el control de puertos, aeropuertos y de la minería de Guayana, y otorgarles el monopolio de la importación de alimentos y medicinas, ¿qué mejor premio que entregarles también PdVSA? En 2017, nombró como su presidente al general Quevedo, sin experiencia alguna en la materia, con un resultado tan desastroso que el mismo Maduro, tres años más tarde, se vio en la necesidad de destituirlo.

El viejo John D. Rockefeller, fundador del imperio petrolero de la Standard Oil que, luego de ser desmembrada por la Ley Sherman (Antimonopolio), dio lugar a la Exxon, Socony, Mobil, Chevron y a otras empresas poderosas, solía decir que el mejor negocio del mundo era una empresa petrolera “bien administrada” y que el segundo mejor, una “mal administrada”. No vivió para apreciar la asombrosa capacidad destructiva de Chávez, Maduro y los suyos. ¡Es que hay que echarle bolas!

Lamentablemente, la acción destructiva no terminó ahí. La abundancia petrolera permitió subyugar aún más a la actividad económica privada. Los controles de precio, las expropiaciones y confiscaciones, y la sobrevaluación del bolívar oficial, junto a la ausencia de garantías de propiedad y procesales, acabó con buena parte del parque industrial y agrícola. En su reemplazo, Chávez cuadruplicó, entre 2004 y 2012, las importaciones, muchas exentas del pago de impuestos. Las empresas agrícolas, manufactureras y de servicio que confiscó fueron, en su mayoría, pasto de la depredación de sus nuevos administradores “socialistas”. La renta cubriría los faltantes. Al destruir a PdVSA y achicar la base impositiva doméstica, menguaron los recursos para sostener el gasto público. Se acudió, entonces, a la emisión monetaria del BCV, desatando una dinámica hiperinflacionaria que ha empobrecido brutalmente a los venezolanos.

Como hemos venido insistiendo, la terrible ruina de la economía venezolana no es (sólo) producto de la ignorancia y la incompetencia, aunque de estas ha habido a borbotones. Al desmantelar los resguardos institucionales que amparaban las actividades productivas y comerciales, y al supeditar lo económico a criterios políticos discrecionales --a cuenta de “revolución”-- se terminó asentando un Estado Patrimonial. Se fue conformando un régimen de complicidades, sobre todo con los militares corruptos, para expoliar la riqueza nacional, incluyendo también a bandas criminales, tanto nacionales como extranjeras. Independientemente de que Chávez y/o algunos de sus acompañantes hayan podido al comienzo creer en sus motivaciones justicieras, el “Socialismo del Siglo XXI” fue excusa para la parasitación del país por parte de los más poderosos, inescrupulosos y “vivos”. Con el canto de sirena de redimir al pueblo aboliendo las garantías constitucionales, nos construyeron una trampa-jaula que nos ha llevado a la pobreza más extrema. Lo irónico es que los chavistas se dan cuenta, ahora, que también los incluye.

La reactivación económica sólo será posible con base en la iniciativa privada. Requiere restituir al Estado de Derecho, con sus seguridades y previsibilidades, y sustituir el financiamiento monetario del gasto público con recursos externos para abatir la inflación, sujetos, claro está, a una reforma profunda del Estado para elevar la pertinencia, eficacia y eficiencia del gasto. Pero esto significa desmantelar las bases del régimen de expoliación sobre el cual descansan las alianzas mafiosas que sostienen a Maduro. ¿Cómo retornar al ordenamiento constitucional, reafirmando sus garantías civiles, políticas y económicas, y acceder a reformas que acaben con la discrecionalidad, falta de transparencia y la no rendición de cuentas si, con ello, desaparecen los privilegios que son la razón de ser de la dictadura? ¿Qué posibilidades hay de conservar el poder si la obtención de recursos para su sobrevivencia, ya sean aquellos provenientes del levantamiento de algunas sanciones y/o contratando financiamiento internacional, obliga a desmantelar el régimen de control social y de terror que mantiene sometida a la población y ampara sus desmanes? ¿Cómo sostenerse en un ambiente de medios de comunicación libres que exigen responsabilidades, que se enderecen las cuentas y se encaucen culpabilidades?

Y he ahí el conflicto existencial de Maduro y los suyos: luchar para mantenerse con un arreglo poco sostenible en el tiempo y con el riesgo de ser desalojados eventualmente del poder por cualquier medio, o acceder a las reformas requeridas para dotar a la economía de la estabilidad, confianza y viabilidad deseadas, a sabiendas que marcaría el fin de su cruel autocracia. De tanto destruir la institucionalidad para forjar el régimen de expoliación con el que se lucraron a sus anchas durante años, se encuentran ahora sin opciones. Sin percatarse, se incluyeron en la trampa-jaula que forjaron, y no saben cómo salir.

La Academia Nacional de Ciencias Económicas, como las demás academias, valiosos profesionales de la economía y especialistas de variadas disciplinas, tienen años señalándole al régimen las insuficiencias y errores de sus políticas, e instándole a corregirlas. Pero sus personeros prefirieron refugiarse en la excusa de una “guerra económica” para negar estos cambios y continuar depredando al país.

Todo apunta a la necesidad de una salida política que obligue a este régimen criminal a convencerse de que debe acceder a desmantelar sus privilegios e impunidades. ¿A qué precio?

Economista, profesor (j), Universidad Central de Venezuela

humgarl@gmail.com

El terrible daño de seguir cayéndose a embustes

Humbero García Larralde

Chávez llegó al poder proclamándose heredero legítimo de Simón Bolívar. Inventó la figura de una Cuarta República, dominada, hasta su gobierno, por una oligarquía que había traicionado su legado. Traicionó, así, al pueblo, destinatario de los anhelos de libertad y dicha del Gran Hombre. De ahí –en su imaginario--, la frustración de los venezolanos: sabiéndose amos de una nación rica, sus irradiaciones de bienestar eran apropiadas, en buena parte, por esa oligarquía. El Libertador invocado era, claro está, el militar conductor de batallas y dictador, que centralizaba en sus manos la toma de decisiones y aplastaba a sus contrincantes para asegurar el triunfo de los intereses supremos de la nación. Como su virtual reencarnación, Chávez ofreció “refundar la República” para recuperar el destino glorioso legado por la gesta emancipadora, malogrado posteriormente por las cúpulas políticas que habían gobernado. Con ello, inauguraría una Quinta República; una nueva era pletórica en atributos para el bien común.

Su narrativa grandilocuente, encontró tierra fértil en el culto a Bolívar, tan enraizado en la cultura política del país, la mitificación de supuestas epopeyas de nuestro pasado histórico y la reverencia exhibida ante quienes fueron sus protagonistas: los militares. Armado de una batería de símbolos nacionalistas que tonificaban sensiblerías patrioteras y xenófobas, procedió a desmantelar las instituciones que acotaban su ejercicio del poder y a privar a los venezolanos de los derechos y libertades en ellas consagradas. Pronto entendió, bajo la tutoría de Fidel Castro, que mitologías revolucionarias, construidas en torno al dogma comunista, proveerían pretextos aún más poderosos para proseguir con sus ansias de mando absoluto. Con la figura afortunada (para él) del “Socialismo del Siglo XXI” --acuñada por Heinz Dietrich--, acorraló a la iniciativa privada, expropió empresas sin plan ni concierto, impuso controles de todo tipo y se erigió en conductor supremo de la industria petrolera. Encontró, en la cultura estatista de los gobiernos que le antecedieron, la apología de tales desafueros. La guinda de la torta fue proyectarse como el relevo de Fidel en la “confrontación de la humanidad contra el imperialismo”, para apertrecharse de referencias a la “autodeterminación de los pueblos” que lo exoneraban de cumplir con los compromisos asumidos por Venezuela en la defensa de la democracia y de los derechos humanos.

Chávez forjó su narrativa falseando la historia, nacional y foránea, e inventándose enemigos que estarían amenazando su “revolución” redentora. Edificó para sí y para sus seguidores una “realidad alterna”, llena de referencias y lemas que reafirmaban sus acometidas y exculpaban sus abusos. Como en el fascismo clásico, su prédica populista fue expuesta como Verdad, que exigía la sumisión de la vida en sociedad al Estado. Pero, en vez de pregonar la supremacía de una nación y su destino manifiesto para dominar a otros pueblos, Chávez --inspirado en Fidel-- lo aderezó con categorías propias de la mitología comunista, dando lugar a un menjurje que me atreví a designar en mi libro[1] como fascio-comunismo.

Esa falsa realidad no se elucubró en el vacío. Consiguió sintonía con mitos y expectativas cultivadas por la cultura política venezolana al calor de esperanzas alimentadas por un ingreso petrolero que, creían muchos, todo lo podía. Cándidamente, los venezolanos se cayeron a embuste, confiados en que, con Chávez y sus proclamas, todo iría viento en popa. Y, bendecido por la providencia, el Eterno contó con los mayores ingresos petroleros conocidos por la República para nutrir esa ilusión. Pero, ya para el momento de su muerte, su adefesio mostraba claramente las costuras: inflación, escasez, represión.

El destrozo de catorce años se desnudó brutalmente luego de descender los precios del petróleo desde los niveles extraordinarios que habían alcanzado. Corto de ideas, Maduro se aferró a las políticas de Chávez y a lo que le habían enseñado sus “coachs” cubanos, esperando que las cosas se arreglarían. “Dios proveerá”, afirmó en una alocución. Lamentablemente, como le recordó el genial Laureano Márquez, ya lo había hecho, pero la voracidad de la oligarquía militar y civil que se apoderó del Estado había dejado al país en la inopia. Venezuela entró en caída libre, sin freno ni paracaídas. Siete años después de que asumiera Maduro la presidencia, la economía es apenas la cuarta parte, en tamaño, que la de entonces, la pobreza y la miseria campean por doquier, los servicios públicos están colapsados, se muere en Venezuela de hambre y por la precariedad de los servicios de salud, y millones han tenido que migrar para sobrevivir. El régimen, para mantenerse, terminó de corromper a integrantes de la cúpula militar, convirtiéndolos en cómplices y principales interesados en el sistema de expoliación que implantaba. Con las “armas de la República”, fueron aplastadas protestas, asesinados centenares de manifestantes y sembrado el terror en la población por los aparatos de seguridad del Estado. Maduro montó, sin empacho, sendas farsas electorales para una asamblea constituyente que usurpó funciones de la Asamblea Nacional legítima, en manos democráticas; para reelegirse al margen de la voluntad popular; y, recientemente, para votar una nueva Asamblea Nacional. Todo ello “legitimado” en la burbuja ideológica fascio-comunista que construyeron Chávez y sus socios antillanos.

Pero ya nadie comulga con estas fabulaciones. Los EE.UU., junto a Canadá, países del llamado Grupo de Lima y la UE, han desconocido estas supuestas elecciones. Por violación de derechos humanos y corruptelas con dineros públicos, han impuesto sanciones a unos 200 funcionarios de alto nivel, muchos de ellos militares. Y, buscando debilitar al régimen y forzarlo a negociar con las fuerzas democráticas una salida pacífica a la tragedia del país, han vedado transacciones financieras con papeles del Estado y con petróleo venezolano. Ahora, a través de las ruinas “socialistas”, ha irrumpido una dolarización silvestre y el régimen se ha visto en la necesidad de hacerse el loco con sus controles de precio y de tipo de cambio, totalmente fracasados. No obstante, Maduro sigue aferrado a la retórica de antes.

Reconociendo que va a tener que incrementar las tasas de los servicios, alega que, por ocurrir en “socialismo”, será menor que si el país fuera capitalista. Al anunciar con bombos y platillos una política para raspar el fondo del barril exportando chatarra de la industria petrolera --¿lo que quedó de PdVSA?--, denuncia por enésima vez la “guerra económica” y el “bloqueo” a su “revolución”. En esta veta, huye de nuevo hacia delante de las dificultades, anunciando la inhabilitación para cargos políticos de 28 diputados demócratas, la expulsión de la embajadora de la UE por las nuevas sanciones impuestas por la Unión a funcionarios del régimen y un juicio por “traición a la patria” a un infeliz ingeniero gringo que laboraba para las compañías petroleras. Se inflama con arengas contra España, creyéndose librar otra batalla por la independencia, a cuenta de la visita de la Canciller de ese país a la frontera Colombo-Venezolana en apoyo a los refugiados. Saltan sus reflejos fascistas, en momentos en que se intenta avanzar en la creación de condiciones para una negociación que resulte en comicios confiables.

Al hacerse agua su mundo de fantasías, Maduro continúa cayéndose a embuste, con un terrible costo, para el país. Al rechazar nuevas ideas, ignorar la realidad e inventar conspiraciones para culpar al “imperio” de sus desaciertos, hunde a Venezuela más y más en la descomposición fraguada desde el poder. Sin duda que la ideología sectaria, al cerrarse frente al mundo y limitar las opciones a sopesar, embrutece. Las fuerzas democráticas se enfrentan al reto de cascar un duro nuez en la concertación de una negociación fructífera para acordar una salida pacífica. ¿Cómo lograrlo? A diferencia de mi amigo, Trino Márquez, creo que la UE hizo lo correcto al aumentar la presión al régimen, ampliando las sanciones para incluir a más criminales. Jerarcas de un régimen fascista, enajenados por una falsa realidad que absuelve sus atropellos, no van a negociar su salida de buena fe. Es menester forzarlos a ello, convenciéndolos de que no tienen otra opción. Intentar apaciguarlos solo les da más beligerancia

[1] Venezuela, una nación devastada. Las nefastas consecuencias del populismo redentor, Ediciones Kalathos

Economista, profesor (j), Universidad Central de Venezuela.

humgarl@gmail.com

Negociaciones, sanciones y elecciones. Elementos de una estrategia para recuperar la democracia

Humbero García Larralde

Las fuerzas democráticas venezolanas están obligadas a actualizar su estrategia para desplazar al régimen fascista de Nicolás Maduro. Su permanencia en el poder representa un peligro para la inmensa mayoría de venezolanos. No hay duda que, de continuar, el hambre, la inseguridad y la precariedad de la atención a la salud seguirá agravándose. Su remoción es, para muchos, un asunto de sobrevivencia.

A nivel internacional, las ilusiones sembradas por el anterior presidente de los EE.UU. (“Todas las opciones están sobre la mesa”) parecen dar paso a la idea de una salida negociada. En América Latina, los estragos del COVID-19, más los resultados de las elecciones en Bolivia y, ahora, Ecuador, debilitan la beligerancia del llamado “grupo de Lima” para este propósito. La UE, con dificultades para concertar una posición común entre sus 27 miembros, se enfrenta ahora a una decisión complicada al haberse vencido el período constitucional de la Asamblea Nacional legítima y de su presidente, Juan Guaidó.

Internamente, el desgaste visible del gobierno de facto, no obstante haberse posesionado, en lo formal, de la Asamblea --con la comedia del pasado diciembre, que no le ha servido para ganar legitimidad--, más el continuado deterioro en las condiciones de vida de la población, incrementan la presión por un cambio fundamental. Penosamente, en las filas democráticas, las descalificaciones mutuas, la ausencia de acuerdos prácticos y las apetencias personales, impiden capitalizar la fuerza potencial que anida en las esperanzas de libertad y bienestar de la porción, claramente mayoritaria, de venezolanos.

Las sanciones

En las actuales condiciones, la oposición carece de capacidad, por sí sola, para sacar a Maduro. Es menester armar, entonces, una estrategia coherente para que, junto al necesario apoyo internacional de los países democráticos, se logre la fuerza suficiente para obligarlo a negociar, de verdad, la posibilidad de su salida por medios pacíficos. Para ello, las sanciones pueden ser una carta decisiva.

La condición sine qua non exigida por los fascistas para negociar, en anteriores oportunidades, fue el retiro de las sanciones. Cuando su sostenibilidad en el poder pende de poder depredar la renta y la riqueza creada por otros, ver cortada la llegada de estos recursos provoca las mayores angustias. Las sanciones caen en tres categorías; 1) personales, impuestas tanto por EE.UU., como por otros países y por la UE, a quienes han violado derechos humanos y/o incurrido en corruptelas con recursos públicos; 2) financieras, impuestas por EE.UU. desde 2017, prohibiendo a bancos, instituciones y personas operar con papeles del sector público venezolano a través del sistema financiero estadounidense. Pero, con su irresponsable y dispendiosa política de endeudamiento, ya el régimen había causado su aislamiento de los mercados financieros internacionales: para ese año el Estado venezolano estaba en condición de default, al no poder pagar su abultada deuda externa; y 3) petroleras, bloqueando toda transacción con PdVSA, sea financiera o comercial, en vigencia desde abril, 2019. Cabe señalar que, para ese momento, la producción de crudo había caído a apenas la tercera parte de cuando Maduro asumió la presidencia. Si bien es probable que las sanciones hayan agravado este declive -hoy se produce apenas el 16%-, es evidente que la destrucción de la industria petrolera ya había ocurrido.

¿Negociar el retiro de sanciones?

Las sanciones personales solo afectan a los imputados –a pesar de la alharaca de Maduro de que son “contra Venezuela”--, por lo que no inciden en el bienestar material de la población. Respecto a las sanciones económicas, es probable que hayan contribuido a deteriorar, aún más, las condiciones de vida de los venezolanos. Fueron concebidas como instrumento de presión para desplazarlo, pero, lastimosamente, mostró una insospechada resiliencia para aguantarse en el poder, a pesar del bloqueo de recursos y del rechazo de la población. Por ello, es menester sopesar si tiene sentido mantenerlas en su actual forma o no. Pero, ojo, debemos cuidarnos de pensar que, con levantar algunas sanciones, mejorará la situación de la población. Lo que ansían los que ocupan el poder es ponerles la mano a los recursos librados, no usarlos para aliviar las penurias del pueblo, consecuencia de sus prácticas de expoliación. Teniendo esto en cuenta, levantar la veda petrolera a cambio de que sus proventos sean destinados a la ayuda humanitaria –alimentos y medicinas— bajo administración independiente, no parece viable. A las mafias no les interesa un arreglo en que no puedan controlar los recursos,. De hecho, han rechazado la provisión de ayuda humanitaria bajo fórmulas parecidas. Es iluso pensar, asimismo, que podría acordarse un proceso electoral con todas las garantías –auditoría del registro electoral y de las máquinas de votación, habilitación de todos los dirigentes y partidos democráticos, devolución de símbolos y personería legal usurpada a estos partidos, un CNE confiable y observación internacional por parte de la UE-- usando al retiro de sanciones como carta. Infelizmente, Maduro juega, más bien, a asfixiar toda expresión democrática para las venideras elecciones de gobernadores y municipales, como ocurrió en diciembre, asegurándose de que ninguna de estas condiciones se cumpla.

En artículo recién[1], argumenté que la expoliación de la renta y de la riqueza social ha sido la razón de ser de la oligarquía en el poder. Por tanto, evitará compromisos que menoscaben tal usufructo. ¿Para qué negociar sus opciones de salida, si la oposición no tiene posibilidades de forzarla? ¿Qué beneficios trae?

Retomar la lucha política

El fascismo es la negación de la política, en el buen sentido de la palabra, porque todo lo concibe en términos de una guerra contra un enemigo –“del pueblo”—que debe ser aplastado. Se alimenta de la confrontación y de inventar conspiraciones en su contra, para negar todo entendimiento con las fuerzas democráticas y justificar sus medidas represivas. De ahí su inveterada intransigencia. Ha polarizado al país adrede con el fin de denigrar de opciones distintas a la suya. Ofrecer levantar las sanciones debe colocar, por ende, las reglas del juego en un plano radicalmente distinto. Debe servir para reintroducir la política como ámbito de lucha, desmontando las excusas detrás de las cuales las mafias justifican sus prácticas de expoliación y represión. Para ello, la oferta debe provocar una disyuntiva difícil de rehuir por el régimen fascista, ante la cual estaría conminado a fijar, públicamente, su posición.

Por ejemplo, ¿Qué tal si se permitiese la exportación de petróleo a cambio de las siguientes acciones, todas administradas por entes independientes (agencias de cooperación internacional junto con ONGs, OPS, ONU, etc.), para que el chavo-madurismo no se robe los ingresos generados? La compra masiva de vacunas contra el COVID-19, de forma de poder realizar una ambiciosa campaña de vacunación; la reparación y reconstrucción de servicios públicos –agua, luz, gas—; la importación de equipos y repuestos para el aparato productivo o para suplir el combustible que falta. Es notorio que el gobierno de facto no tiene cómo pagar las vacunas que requiere el país para controlar la pandemia –por más embustes al respecto que profiera Maduro--, por lo que este canje es urgentísimo: las cifras reales de contagios y de muertes causadas están muy por encima de las reconocidas oficialmente. Por otro lado, ingenieros y técnicos que han trabajado en HidroCapital, Edelca, Enelven y empresas similares, tienen propuestas específicas para recuperar y potenciar estos servicios, por lo que un canje con estos fines devolvería algo de calidad de vida a la población. Lo mismo puede decirse de los requerimientos en repuestos y equipos para el aparato productivo, contabilizados por industriales y empresarios del campo.

Se trata de aprovechar las posibilidades de negociar algunas sanciones, en el marco de mecanismos que minimicen el riesgo de corruptelas y de apropiación indebida de recursos, para proyectar un programa de emergencia en torno a necesidades apremiantes de la población, a ser atendidas de inmediato. Esto es lo que menos desea la oligarquía actualmente en el poder, pues no podrá cogerse esos reales. Además, concedería protagonismo a otros: proyectaría a los proponentes como agentes que promueven soluciones concretas para el pueblo y elevaría la visibilidad de las fuerzas democráticas como gobierno alternativo ante los venezolanos y la comunidad internacional. Una política con base en estos lineamientos, bien conducida por una oposición unida y en sintonía con las necesidades más sentidas de la población, habrá de fortalecer el perfil del liderazgo democrático, posicionándolo más asertivamente como interlocutor creíble, en el cual se puede confiar la conducción de una transición.

¿Es posible conquistar elecciones de confianza?

Por las razones expuestas, es de esperar que la oligarquía se oponga a canjes de este tipo con todo tipo de subterfugios y acusaciones, denunciando la presencia de la “mano peluda” del imperio contra la “revolución”. Debe, por tanto, airearse públicamente los aspectos centrales de la negociación, de manera de forzar una toma de posición sobre los problemas asomados y desnudar si el régimen realmente tiene una intención de resolverlos, o no. No se trata de politizar la ayuda humanitaria u otras necesidades, sino de impedir que Maduro las escamotee en beneficio propio, inventando excusas.

Conminarlo a pronunciarse sobre opciones cruciales para el bienestar de los venezolanos, elevando a la política de nuevo como el escenario para que tomen cartas en el asunto, tiene que influir, también, en oportunidades para conquistar condiciones electorales más justas y equilibradas, abiertas al monitoreo democrático internacional. La lucha abierta por concretar programas como los citados arriba tiene que basarse en la movilización de la población para luchar porque estas reivindicaciones se hagan realidad. Es decir, lo planteado debe inscribirse en el marco de un proyecto político para conquistar y ampliar los derechos de los venezolanos, con observación estrecha de la comunidad internacional. Un régimen obligado a regañadientes a aceptar canjes como los señalados arriba --so pena de aislarse todavía más--, no gana nada con limitarse a reeditar, para las elecciones municipales y de gobernadores, una farsa tan notoria como la de diciembre 2020.

Una estrategia de esta naturaleza tiene que jugarse –“cuadro cerrado”—con los gobiernos de aquellos países que apoyan a las fuerzas democráticas. Se esperaría que el gobierno de Biden, por ejemplo, contribuyese disuadiendo a los socios internacionales de Maduro –Cuba, Rusia, Irán, Turquía—de seguir ayudándolo. En términos costo - beneficio debe hacerse evidente la pertinencia de una transición viable hacia la democracia en Venezuela para los intereses de EE,UU, como para la paz y la cooperación entre los países del hemisferio. No olvidemos que Maduro sueña con que se revierta el péndulo político en América Latina, y surja de nuevo una “marea rosada” de gobiernos amigos.

Hay que impedir la permanencia de Maduro en el poder, pues seguirá destruyendo al país. Debe retomarse, por tanto, la ofensiva política para arrinconar a los segmentos más retrógrados en el poder. El agotamiento de posibilidades para la rapiña y la insurgencia de fuerzas que pujan por liberar todavía más los controles, con su pie metido en la puerta de la dolarización, evidencian vulnerabilidades crecientes del régimen que deben saberse explotar. Iniciativas como las asomadas podrían ser propicias. Pero hay que cuidarse de que negociaciones de este tipo caigan en un torneo sobre si se amplían o no ciertas libertades económicas. Ni la dolarización ni el remate de empresas públicas al mejor postor son solución a los terribles problemas que agobian a los venezolanos. Es menester que la carta de las sanciones sea utilizada inteligentemente, para abrir –de verdad—las posibilidades de una transición pacífica a la democracia. El país y la comunidad internacional no pueden dejarse engañar para que los fascistas ganen tiempo de nuevo y alivien las presiones para que entreguen el poder. Al confrontarlos con una negociación de esta naturaleza, debe terminar por despejar las dudas que pudiera haber, todavía, en el extranjero, acerca del gobierno de facto. En absoluto le interesa el bienestar de la población.

Economista, profesor (j), Universidad Central de Venezuela.

humgarl@gmail.com

[1] https://www.elnacional.com/opinion/economia-politica-del-chavo-madurismo.../

El fascismo y la desestabilización del país

Humbero García Larralde

Increíble, pero cierto. El Madurismo sigue en sus cantinelas, impertérrito, mientras el país termina por desmoronarse sobre sus cabezas. Fascismo del subdesarrollo, porque al menos Hitler y Mussolini procuraban que sus países funcionaran, aunque fuese solamente para sostener el esfuerzo de guerra. Pero en la triste y trágica Venezuela de 2020, todavía se le ocurre al mamarracho de Tarek William Saab salir a denunciar que la detención de Roland Carreño –un desafuero más en la larga lista de atropellos a la justicia-- era porque estaba incurso en una conspiración, con Voluntad Popular, ¡para desestabilizar el país! Tan sumergidos en su mundo ficticio de clichés y excusas autocomplacientes están estos capos de mafia --que han chupado al país seco--, que continúan culpando a otros por sus barbaridades, como si nada. ¡Pero si el país lo vienen desestabilizando ustedes desde hace años! Lo desmontaron desde sus cimientos; no queda piedra sobre piedra. Acabaron con PdVSA, con los servicios públicos, con la libertad, la justicia y la autoridad, para dejarnos en una anomia, regida por criminales de cuello blanco, verde oliva o de franela con tatuajes. ¿estabilidad? Se refugian en un callejón sin salida que, más temprano que tarde, les cobrará bien caro. Prefieren cortocircuitar las pocas neuronas que les quedan repitiendo estupideces hace tiempo agotadas.

¿En qué país viven? ¿A quiénes se dirigen?

Tal conducta es expresión de que el combo de pillos y torturadores, con Maduro a la cabeza, ha decidido tirar la toalla en cuanto a “legitimarse” con carantoñas al juego democrático, como aquello de liberar presos políticos –como si fuera una concesión—, cuando el mundo está más que claro que nunca debieron estar presos. El empeño, hasta ahora no abortado, de insistir en las elecciones trampeadas de diciembre, cuando ya se ha cantado por adelantado el fraude a los cuatro vientos, es muestra de que, desde hace tiempo, no saben donde queda el freno en su carrera alocada al precipicio. Pero así es el fascismo. Peor que Jalisco, ni el empate lo satisface. O aplastan al otro o se inmolan. Recordemos a Hitler en su bunker echándole pestes a sus compatriotas por no haber estado a la “altura” de sus designios de grandeza y prefiriendo suicidarse ante su derrota, que negociar una salida.

Quien esto escribe, a pesar de haber insistido siempre en la naturaleza fascista o fascio-comunista del régimen, aboga por su salida pacífica, negociada, en aras de ahorrarle al país mayores sufrimientos. Ya ha sufrido demasiado. Pero su actitud hace cada vez más difícil acordar las bases mínimas de tal negociación. Como Hitler, prefieren atrincherarse en su bunker –no de concreto, sino de fantasías ideológicas—, que enfrentar la realidad. Mientras quede algo por robar –y están raspando con ahínco el fondo del barril—no cederán.

Pero hace tiempo se les acabó la farsa. Su bancarrota se exalta ahora al encargar al esbirro militar, Reverol, ¡de la economía! ¡Ni gasolina son capaces de asegurar! Su monigote “revolucionario” no tiene vida, es absolutamente inviable y su único destino es la muerte. Lamentablemente, no sólo del proyecto en sí, sino de buena parte de venezolanos, si no salimos pronto de él.

Por más difícil que pueda parecer la situación de las fuerzas democráticas en estos momentos, el futuro –y no muy lejos—les pertenece. ¿Hasta cuándo los fascistas van a prolongar el sufrimiento, torpedeando toda posibilidad de una salida que pueda ampararlos en lo inmediato –la justicia tardará, pero eventualmente llegará--, para sumergirse en su burbuja de consignas copiadas, imaginándose “blindados” contra la realidad? ¿Es que realmente creen que así habrán de salvarse? ¿Es que no queda nadie sensato ahí, con los pies en la tierra? ¿Todos son criminales enceguecidos por la rapiña?

Economista, profesor (j), Universidad Central de Venezuela.

humgarl@gmail.com

Los verdugos de Venezuela, y VI: Los “buenotes”

Humbero García Larralde

Venezuela se encuentra devastada, incapaz de proveer condiciones de vida mínimamente satisfactorias y dignas a la inmensa mayoría de su población. Su economía ha sido destruida, su industria petrolera desvalijada y los servicios públicos despojados de los recursos para su mantenimiento. Los venezolanos pasan días enteros –si no semanas—sin agua, con cortes recurrentes de luz y ausencia de gas, con pérdidas cuantiosas para el presupuesto familiar. Estas calamidades se acrecientan por la falta de gasolina, el colapso del transporte, ingresos miserables y la terrible inseguridad personal. Y ahora, con el informe de la Comisión de Verificación de Hechos del Consejo de Derechos Humanos de la ONU se confirma la perpetración de prácticas consideradas crímenes de lesa humanidad contra la población por parte de Maduro y su combo. Denuncias similares se venían haciendo desde hace tiempo por Foro Penal y otras ONG, y por la Oficina de la Alta Comisionada para los Derechos Humanos, Michele Bachelet.

Lo insólito y cruel es que tal tragedia ha sido urdida deliberadamente por quienes ocupan el poder. Una cúpula militar enviciada y una jerarquía política enferma han prohijado un entramado de complicidades con bandas criminales y traficantes de todo tipo para conformar un régimen de expoliación que está acabando con el país, ante la mirada alcahueta de un tribunal supremo vendido. Bajo tutoría cubana, Maduro ha logrado aglutinar en torno suyo a los personajes más perversos, lo peor de la sociedad, asociándolos a este proceso de depredación. Su estructura de poder es propia de una corporación criminal. Pero, sin tal entramado de complicidades no se explica su permanencia frente al Estado.

Los atropellos que ha cometido y la violación abierta de los procedimientos democráticos, ha suscitado el repudio de unos 60 países al régimen, entre los cuales cabe mencionar los latinoamericanos que conforman el Grupo de Lima, EE.UU., Canadá y la Unión Europea. Si bien ello se ha reflejado en sanciones crecientes contra los perpetradores de los crímenes cometidos contra Venezuela y su gente, la resistencia y/o confusión –¿deliberada? -- de algunos actores en esos países, como al frente de terceros, ha logrado paliar otras, más severas, ofreciendo cierta salvaguarda al régimen fascista. Esgrimen, con sinceridad discutible, su oposición a cualquier forma de intervención en Venezuela, la necesidad de buscar una salida negociada, la autodeterminación de los pueblos, la inviolabilidad de la soberanía y otros alegatos “políticamente correctos”. En la medida en que se trata de argumentos, en principio, loables –todo el mundo preferiría una salida pacífica, concertada entre venezolanos-- podemos designar a quienes los esgrimen, como los “buenotes”. Pero en la medida en que sus acciones ofrecen respiro a las mafias que depredan al país, se asocian objetivamente con ellos, como sus verdugos.

Sin duda hay quienes asumen estas posturas de buena fe, convencidos de que es el único camino para superar esta tragedia. En el otro extremo, asquean los que, haciéndose pasar por bien intencionados, se les distingue el cinismo a leguas. Entre éstos pueden señalarse los de la operación alacrán, ´diputados “formalmente” opositores, vendidos para usurpar la directiva de la Asamblea Nacional, y personajes como José Luis Rodríguez Zapatero, de quien no tengo dudas de estar en la nómina del fascismo madurista. Todavía más allá, se asoman los enemigos de la democracia, quienes esconden su afán de acabar con las libertades detrás de la bandera del antiimperialismo y de la defensa de los pueblos oprimidos. Aquí encontramos satrapías como la iraní y gobiernos autocráticos como el de Putin y Erdogán, sin mencionar los despotismos dinásticos de Cuba y Corea del Norte. Pero estos últimos contribuyen bastante poco a vender una imagen positiva de Maduro ante el mundo. Son caimanes del mismo pozo, cómplices abiertos de la destrucción del país. Difícilmente pueden pasar como “buenotes”.

Más preocupante es el vasto espectro intermedio, de cuyas intenciones no siempre puede uno estar seguro, que inciden en la conformación de la opinión pública, tanto nacional como internacional. Ello es así porque sus alegatos invocan valores genéricos que tocan las fibras sensibles de muchos. Los que no estén informados de la situación nacional pueden fácilmente reprimir todo juicio crítico ante estas nociones. Muchos que se consideran “progresistas” se dejan llevar por una retórica profusa en simbolismos de izquierda para absolver atropellos que, sin duda, serían condenados si proviniese de dictaduras de derecha. El neofascismo chavista está muy consciente de ello. Alimenta un imaginario en el que es víctima del imperialismo y de las sanciones internacionales impuestas a sus personeros. Por más gastadas que estén estos clichés, es antipático aparecer convalidando acciones del imperio contra una “revolución” de un país pequeño, que lucha “en beneficio del pueblo”. La burbuja ideológica que se ha construido el Chavo-madurismo proporciona una formidable defensa detrás de la cual agazaparse, sustituyendo el mundo real por una ficción que convierte sus crímenes en logros “revolucionarios”.

Un ejemplo es la “ley constitucional” (¿?) Antibloqueo. Este esperpento jurídico, salpicado con subtítulos altisonantes referidos al “pleno disfrute de los derechos humanos del pueblo venezolano”, el “desarrollo armónico de la economía nacional”, “la plena soberanía sobre todas sus riquezas y recursos naturales”, la “recuperación del ahorro de los trabajadores y trabajadoras” o la “atención prioritaria de planes, programas y proyectos sociales”, constituye, en realidad, una patente de corso para que Maduro obvie el ordenamiento jurídico que regula cualquier tipo de negocios, tanto a nivel nacional como internacional, y alegue reserva y confidencialidad para no presentar cuentas. Este libertinaje normativo, el extremo opuesto al régimen asfixiante que, durante años, se quiso imponer como socialismo, no ofrece, como tampoco aquel, garantía institucional alguna para el desarrollo de la iniciativa privada. Favorece operaciones a discreción con los activos del estado, facilitando aún más, la depredación de las riquezas minerales del país que, en buena parte, terminan en los bolsillos de algún representante de las mafias.

¡Mayor cinismo en el enunciado de sus propósitos, imposible! Mientras más aislado, más se atrinchera Maduro en su mundo de embustes para continuar destruyendo al país. Se le estrecha la mente, como revela la referencia al “bloqueo”, símbolo retórico del antiimperialismo cubano. Contra toda lógica, en sus momentos más difíciles, los maduristas se vuelven más fanáticos e intratables. Este blindaje contra la realidad es propio de todo régimen fascista. Como muestra está el empeño de pasar la aplanadora de unas “elecciones” parlamentarias fraudulentas al costo que sea, que nadie, salvo los cómplices de la corporación criminal internacional que se ha apoderado de Venezuela, van a reconocer.

Difícil objetar la búsqueda de una salida pacífica negociada, aun cediendo posiciones a representantes de la mafia para que puedan escapar. Lamentablemente, la oligarquía militar – civil ha rechazado, una y otra vez, tales propuestas. Es su naturaleza. Es menester, por ende, lograr una posición de fuerza que la haga ver que no tiene otra alternativa, que su salida negociada es la única opción. Para ello debe neutralizarse las confusiones de los “buenotes”. Es menester separar el grano de la paja y hacer aún mayores esfuerzos por desnudar la impostura de los criminales que acaban con Venezuela.

En el pasado, los epígonos de Hitler y Mussolini terminaron siendo reconocidos como lo que fueron: enemigos de la humanidad, superadas las ilusiones que sembró en Munich el Primer Ministro Británico, Chamberlain. Hoy toca situar a los Rodríguez Zapatero y demás cómplices como lo que en verdad son, defensores del fascismo.

Economista, profesor(j) Universidad Central de Venezuela

humgarl@gmail.com