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Félix Arellano

China: un tema estratégico

Félix Arellano

Las relaciones con China se están transformando en el gran desafío de las relaciones internacionales, en particular para los gobiernos democráticos. La Unión Europea la ha definido como una competencia sistémica y, en los pocos meses de gobierno del presidente Biden en los Estados Unidos, el imperio amarillo se presenta como la mayor amenaza para el liderazgo internacional de su país; adicionalmente, representa un efecto disruptivo para el orden internacional liberal, que privilegia las libertades, la democracia y los derechos humanos.

En el ambiente de conflictividad que está caracterizando las relaciones con China en los últimos años, particularmente desde que Xi Jinping ha asumido una postura más agresiva en el contexto internacional, ha estimulado las más diversas versiones conspirativas, como la conformación de una nueva guerra fría o la posibilidad de avanzar en la ruta planteada en el «trampa de Tucídides» y desembocar en una inevitable conflagración bélica. En términos generales está creciendo un clima de rechazo y satanización del ascenso de China como potencia global.

Las razones para cuestionar la actuación internacional de China son muchas, pero el enfrentamiento que se está cultivando no genera mayores beneficios, pues ni permite establecer los límites necesarios y convenientes frente a su poderosa expansión mundial ni hace posible aprovechar las oportunidades que puede generar su impresionante desarrollo económico y tecnológico.

En este contexto nos encontramos con un gran reto: definir límites sin paralizar las relaciones, el desarrollo económico y el bienestar. La Unión Europea podría representar un interesante ejemplo, pues en el marco de su posición crítica y cautelosa, logró firmar un acuerdo de inversiones con el gigante asiático el 30 de diciembre el 2020, que aún está pendiente de ratificación por el Parlamento Europeo.

En el caso de los Estados Unidos la situación se presenta más compleja, toda vez que desde la administración del presidente Donald Trump se ha generado una matriz de opinión muy crítica sobre la amenaza china a la economía norteamericana, que ha respaldado ampliamente la política de máxima presión, que incluye la guerra arancelaria contra las exportaciones chinas; política que, hasta el presente, ha mantenido el presidente Joe Biden.

Tanto la opinión pública como el Congreso en Estados Unidos apoyan la máxima presión contra China, pero en la práctica los resultados están resultando muy limitados. Por una parte, no modifican el comportamiento del gobierno chino y, por otra, terminan perjudicando a los sectores competitivos de los Estados Unidos que se enfrentan con la reciprocidad de sanciones arancelarias el acceso al mercado chino.

En tal sentido, resulta conveniente una revisión pragmática y creativa de la estrategia frente a China, que permita la coordinación con el mayor número de gobiernos democráticos para la negociación de límites y controles al expansionismo chino y, paralelamente, avanzar en todos los espacios posibles en proyectos beneficiosos para todas las partes.

Una posición pragmática pareciera empezar a explorar la nueva administración de los Estados Unidos, con mucha prudencia y algunas limitaciones, si observamos los recientes acontecimientos en las relaciones bilaterales.

La cautela en la revisión de la estrategia de máxima presión que aún se mantiene se corresponde, en gran medida, con la dura posición tanto de la opinión pública como del Partido Republicano. Ahora bien, que se avance en el diálogo, no obstante la atmosfera tan adversa, constituye una señal positiva.

En ese contexto conviene destacar la fluida comunicación que mantiene el Sr. John Kerry, comisionado presidencial para el cambio climático, con las máximas autoridades del gobierno chino. Por otra parte, las reuniones que sobre temas económicos han sostenido la Sra. Janet Yellen, secretaria del Tesoro de los Estados Unidos y el Sr. Liu He negociador chino en materia económica y uno de los cuatro viceprimeros ministros.

En el ámbito político, cargado de profundas diferencias y luego de la Primera Cumbre de los Cancilleres de ambos países, Anthony Blinken y Wang Yi, efectuada en Alaska en marzo del presente año —marcada por amenazas, reproches y desencuentros—, podría resultar esperanzador la recientemente visita oficial de la vicesecretaria de Estado Wendy Sherman, quien en su periplo por varios países de Asia ha incluido a China, lo que representa la visita de mayor rango diplomático a China de la nueva administración de los Estados Unidos, con una agenda más técnica y un ambiente más sosegado para explorar la posibilidad de definir espacios de convivencia.

Como decíamos, la reacción de las potencias occidentales frente al desafío chino se presenta cautelosa, entre otras, por la complejidad política del tema, pero también limitada y una de las debilidades tiene que ver con la ausencia de los gobiernos democráticos de los países en desarrollo, en particular de la región latinoamericana, en la construcción de la estrategia; pero, más delicado aún, el poco interés y reducida presencia de los países desarrollados —en particular los Estados Unidos— en los países en desarrollo, lo que ha dejado el espacio libre para la creciente penetración de China que se está posicionando como el principal socio comercial e incluso inversionista.

La definición y aplicación de una estrategia que permita determinar límites concretos y efectivos tanto a la expansión económica de China en el planeta como a su subliminal promoción del modelo autoritario frente a la fragilidad de la democracia; requiere de la necesaria y activa participación de los gobiernos democráticos de los países en desarrollo. Al respecto, podría servir de referencia el esquema Quad, plataforma de coordinación que incluye a Estados Unidos, Australia, Japón e India, donde el tema chino ocupa un lugar privilegiado.

La Organización Mundial del Comercio (OMC) constituye otro escenario multilateral de fundamental importancia para la coordinación de reglas que permitan delimitar la actuación de China en el contexto global. Al respecto cabe destacar que la OMC cuenta con la activa participación de la gran mayoría de gobiernos democráticos de los países en desarrollo y, en particular, a todos los países de nuestra región. Por otra parte, en nuestro hemisferio, la Organización de Estados Americanos (OEA), que cuenta con el área de Asuntos Económicos y Comerciales y la membrecía de Canadá, también podría servir de plataforma para la consulta y coordinación de la estrategia frente a las potencias de la geopolítica del autoritarismo.

Adicionalmente, resulta prioritario que los gobiernos de los países desarrollados adopten posiciones más activas y creativas de relacionamiento en diversos ámbitos con los países en desarrollo, en particular con los que mantienen sistemas democráticos, pues la presión de las potencias autoritarias es compleja e intensa y se suma a las amenazas que enfrentan sus débiles instituciones.

Es importante tener presente que en el proceso de expansión de China a escala mundial, desde sus inicios, los países en desarrollo han jugado un papel fundamental, han sido incorporados como actores protagónicos en el ambicioso y emblemático proyecto de la Ruta de la Seda y constituyen el epicentro de la nueva y agresiva política de expansión que conduce Xi Jinping para enfrentar las presiones de que es objeto, producto de la opacidad en el manejo de la pandemia del covid-19 que han sido definidos como la diplomacia de las mascarillas y la diplomacia de las vacunas.

Como se puede apreciar en la expansión global de China, los países en desarrollo ocupan un lugar privilegiado y si bien en los primeros años, bajo el esquema del soft power se evitaban los temas políticos en sus proyectos internacionales, en los últimos años bajo la nueva modalidad del hard power, la política y la defensa del autoritarismo como la opción eficiente para construir gobernabilidad, están adquiriendo mayor protagonismo.

Mail: fgap1749@gmail.com

Félix Arellano es internacionalista y Doctor en Ciencias Políticas-UCV.

¿Sorprendidos con Perú?

Félix Arellano

Sorpresa, confusión, incertidumbre son algunas de las palabras que están dominando las reflexiones sobre los resultados electorales en Perú y, en efecto, el país enfrenta una compleja situación política que tiene años acumulando tensiones; en consecuencia, sorprende la posición de los partidos y, en particular de los políticos, que han estado jugando a la inestabilidad. También impacta la posición de algunos críticos que, sorprendidos por los resultados de la segunda vuelta –objeto de exhaustiva revisión del Jurado Nacional de Elecciones (JNE)– plantean explicaciones simplificadoras o teorías conspirativas, que efectivamente tienen incidencia, pero por sí solas no permiten comprender la compleja situación que enfrenta Perú y la región en su conjunto.

No exageramos al decir que en Perú y, podría ocurrir en otros países de la región, se está presentando un doble voto castigo que combina, tanto el rechazo a la situación de la coyuntura, como la indignación por la profundidad de los problemas estructurales. En la coyuntura se suman varios factores, entre otros, la severa crisis política que enfrenta Perú en los últimos años, y que ha tenido como epicentro al Congreso de la República, una institución que recibe las consecuencias del desprestigio de los políticos y los partidos, y ha servido de marco para prácticas clientelares, negociados oportunistas, corrupción e impunidad.

La creciente desconfianza de la población frente a las organizaciones políticas ha estimulado, entre otras, indiferencia, rechazo y antipolítica.

Todo un conjunto de posiciones que se reflejaron claramente en la primera vuelta del actual proceso electoral, tanto por el sorprendente número de 17 candidatos participantes, que en su mayoría no contaban con mayor respaldo popular y, luego, durante el proceso electoral, con el nivel de la abstención (votos nulos y en blanco) del electorado.

En los últimos años la institucionalidad política peruana se ha deteriorado sensiblemente, situación que se presenta en la mayoría de países de la región, pero no podríamos afirmar que es un fracaso de la democracia, en gran medida tiene que ver con las limitaciones de los actores que participan, la desconexión con la realidad y la concentración en las agendas personales. Ahora bien, la desconexión de los políticos con la sociedad, en particular con los sectores más vulnerables, es un problema que se ha tornado estructural.

En este contexto, sorprende la falta de comprensión sobre la compleja realidad que vive el Perú y, en gran medida, nuestra región. Enfrentamos una crisis multi e intersistémica, que conjuga aspectos económicos, sociales, éticos y todo se proyecta en la política. Son muchos años acumulando exclusión, intolerancia, marginalidad y, para agravar la situación, llegó la pandemia del covid-19, que ha multiplicado exponencialmente los problemas.

Al descontento social frente a los fracasos e indiferencia de los políticos y sus organizaciones, debemos sumar la deficiente administración de la pandemia y sus perversas consecuencias en los sectores más vulnerables. El descontento popular ha crecido, pero debemos tener presente que, en el caso de los sectores más vulnerables, la exclusión e indiferencia se están acumulando desde hace muchos años.

Es evidente que Perú ha logrado importantes niveles de crecimiento económico, situación que no se ha proyectado en todo el país. Conviene recordar que luego de la dictadura de militares de izquierda y su fracaso económico, situación que se arrastró por varios años, el país alcanzó un deterioro tan significativo que algunos llegaron a calificarlo como un país fallido. Luego, la adopción de una disciplina macroeconómica y la apertura comercial permitieron que Perú se transformara en una de las economías prosperas de la región.

Ahora bien, en la medida que el país fue creciendo económicamente, paralelamente se desarrolló otro problema estructural que enfrentan la gran mayoría de países de la región, lo que Fernando Fajnzylber en 1990 resumió como: «El casillero vacío: crecimiento económico, pero sin equidad social». Este problema se ha mantenido en el tiempo, se ha incrementado y con la pandemia del covid-19 se ha multiplicado. Ahora el PNUD, en el Informe de Desarrollo Humano de nuestra región, recientemente publicado, considera que estamos atrapados en una «trampa de alta desigualdad y bajo crecimiento».

Las organizaciones internacionales tienen años alertando que la región enfrenta una marcada desigualdad. Actualmente, también resaltan las graves consecuencias sociales que está generando la pandemia, con mayor rigor en los sectores más vulnerables. En tales condiciones, suficientemente analizadas durante varios años, impacta que no se pueda entender que la población vulnerable ejerza el derecho al voto, que en Perú es obligatorio, como un instrumento de castigo, para expresar su indignación por años de abandono y menosprecio.

Es obvio que los grupos populistas y radicales aprovechan la crisis estructural para manipular y atraer el descontento. La población vulnerable aspira a soluciones urgentes, que los radicales prometen con sus falsos discursos, además de cultivar el enfrentamiento social.

Como lo reconocen muchas organizaciones sociales, gran parte de los sectores vulnerables que están enfrentando hambre, desnutrición, miseria, no están en condiciones para realizar mayores reflexiones de racionalidad política.

Indiscutiblemente que los movimientos populistas y radicales tienen sus apoyos transnacionales, de hecho, el objetivo es lograr el poder y perpetuarse, destruyendo progresivamente la institucionalidad democrática y los derechos humanos. Pero, lo sorprendente es que los partidos democráticos no están haciendo bien su tarea en la mayoría de nuestros países y, en el caso de Perú, lo han hecho muy mal. Recordemos que para la segunda vuelta resultaba un lugar común la expresión: «Votar por el menor mal posible».

En Perú, como en la mayoría de países en la región, tanto la prosperidad económica, como la dinámica política han generado esquemas de burbujas, caracterizadas por la desconexión tanto demográfica como geográfica; pero no se trata de algo nuevo, por el contrario, desde hace varios años se presenta como la reproducción del modelo centro-periferia al interior de cada país. Las zonas que concentran el desarrollo productivo, industrial, modernizado, con altos nivel de competitividad, que absorbe poca mano de obra cada día más especializada; frente al resto del país, como una periferia, con altos niveles de pobreza y exclusión.

En este cuadró debemos agregar la exclusión étnica que experimentan la mayoría de los países andinos. Los sectores más vulnerables se concentran a nivel rural, en la serranía, con la mayor concentración de población indígena. En el caso del Perú esas zonas deprimidas ejercieron el voto castigo, frente al fracaso de los políticos, la ineficiencia del gobierno ante la pandemia y la exclusión ancestral.

Para la población descontenta, el voto a favor de Pedro Castillo representa su expresión de rechazo e indignación. Los movimientos radicales, como Perú Libre, están aprovechando la grave situación, la manipulan, aspiran su voto para lograr el poder, el resto del libreto ya lo conocemos; pero es lamentable que quienes defienden la democracia no asuman sus responsabilidades y, peor aún, que no adopten los cambios que exige las actuales circunstancias.

Asumir que la situación de Perú —en particular los resultados electorales— es producto exclusivamente de las maniobras del radicalismo y sus respaldos transnacionales, implica una visión limitada de la realidad social; confirma la desconexión con la dramática situación que enfrentan los sectores vulnerables y reduce la capacidad de acción para enfrentar de forma efectiva y sostenible los problemas.

Félix Arellano es internacionalista y Doctor en Ciencias Políticas-UCV.

Mail: fgap1749@gmail.com

Joe Biden: un giro pragmático, pero estable.

Félix Arellano

Al avanzar la labor de gobierno, y luego del reciente periplo oficial por Europa, se va definiendo la nueva orientación de la política exterior del presidente Biden, que podríamos definir como un giro internacionalista, en el marco del liberalismo institucional y bajo un pragmatismo estratégico. Una nueva orientación que rompe con la política aislacionista y nacionalista de la administración anterior e incorpora el pragmatismo estratégico como elemento creativo en la tradicional corriente internacionalista americana, que cuenta con el presidente Woodrow Wilson como un exponente representativo.

Podríamos afirmar que nos encontramos frente a un cambio conceptualmente interesante, que abre nuevas oportunidades, tanto para los Estados Unidos como para la comunidad internacional; pero, también genera resistencias, particularmente en el plano interno, lo que plantea dudas sobre su viabilidad y estabilidad.

La visión internacionalista no descarta la relevancia de los asuntos nacionales, que en gran medida fundamentan la formulación de la política exterior, lo novedoso tiene que ver con la importancia que asignan a la comunidad internacional, sus instituciones y su agenda para lograr de forma más eficiente los objetivos nacionales.

El presidente Biden está tratando de construir un difícil equilibrio entre las prioridades y urgencias nacionales y las posibilidades que puede brindar el contexto global; rescatando y resaltando los valores liberales que privilegian las libertades, la democracia y los derechos humanos, sin dogmatismo, de allí el carácter pragmático, pero con firmeza.

En línea con el internacionalismo se pueden destacar un conjunto de decisiones que se han adoptado desde el primer día de gobierno, como la reincorporación en el Acuerdo de París sobre el Cambio Climático, en la Organización Mundial de la Salud (OMS); están pendientes su reincorporación en el Consejo de Derechos Humanos y en la Organización para la Educación la Ciencia y la Cultura (Unesco), ambas instituciones del sistema de Naciones Unidas.

Tales decisiones —importantes tanto para la convivencia y la cooperación internacional como para reforzar el liderazgo internacional de los Estados Unidos— enfrentan serias críticas, en particular, de los grupos que mantienen una visión radical aislacionista en el Partido Republicano. Existen razones que justifican el cuestionamiento del multilateralismo, entre otros, el burocratismo, la lentitud de los procesos y los costos; empero, la crítica tiende a resultar sobredimensionada y, por lo general, no reconoce los beneficios para la construcción de la gobernanza internacional.

El giro al internacionalismo con un pragmatismo estratégico se ha podido apreciar en el reciente viaje oficial a Europa. La intensa agenda que abarcó: las cumbres del Grupo de los 7 y de la OTAN, la reunión con la Unión Europea y diversas reuniones bilaterales, que cerraron con la cumbre con el presidente de Rusia Vladimir Putin en Ginebra, confirman, tanto el nuevo internacionalismo —donde se trata de retomar el liderazgo de los Estados Unidos y los valores del orden liberal— como el pragmatismo estratégico, pues se avanza en una agenda, en coordinación con los aliados, en el marco del diálogo transatlántico renovado que tiene entre sus objetivos fundamentales enfrentar el expansionismo de la geopolítica del autoritarismo, con epicentro en China, el adversario sistémico, pero sin menospreciar las oportunidades que se pueden desarrollar con esos actores.

La visión estratégica está orientada a fortalecer el orden liberal, pero con el pragmatismo de evitar un radicalismo excluyente y aprovechar las oportunidades. Otra de las manifestaciones del pragmatismo estratégico tiene que ver con el desmonte cuidadoso de la política de máxima presión, que en diversos frentes desarrolló el gobierno de Donald Trump. En esta oportunidad la presión máxima se desarrolla de forma reflexiva, coordinada con los aliados y gradualmente, sin desconocer sus beneficios como mecanismo de presión, pero limitando su aplicación por los resultados paradójicos que puede generar, en detrimento de los intereses económicos de los Estados Unidos.

En este contexto, podemos apreciar cómo en el caso de China, epicentro de la estrategia, se aborda desde la perspectiva pragmática, es el adversario sistémico, pero también representa importantes oportunidades; en consecuencia, se podría considerar que salen del escenario, tanto la tesis de la conformación de una nueva guerra fría como las catastróficas especulaciones que se inscriben en la «trampa de Tucídides». Al respecto, y como parte de la estrategia pragmática que se adelanta desde la Washington, se ha anunciado que inician las negociaciones para realizar próximamente una cumbre de los dos jefes de Estado.

Podríamos afirmar que los acercamientos con Irán, Turquía y la cumbre de jefes de Estado con Rusia —que se desarrollaron en el marco de la gira europea— son manifestaciones del nuevo internacionalismo y su giro pragmático estratégico.

Decisiones asertivas, que se trabajan de forma coordinada con los aliados y pueden representar un punto de inflexión frente a los avances de la geopolítica del autoritarismo a escala global.

En el caso de Irán, los países europeos Alemania, Francia y el Reino Unido, miembros del comité de administración del acuerdo sobre el programa nuclear con Irán (Plan de Acción Integral Conjunto), han iniciado un proceso de negociación pendular con Estados Unidos e Irán, para explorar las posibilidades de reincorporación de la potencia americana en el acuerdo, proceso que está avanzando sin desmontar las sanciones que están aplicando contra Irán; por el contrario, juegan como medio de presión para facilitar las negociaciones.

Bajo la perspectiva del internacionalismo pragmático se aspira a establecer límites al expansionismo iraní y, simultáneamente, aprovechar oportunidades en diversas áreas económicas. En términos metafóricos, se trata de utilizar simultáneamente «el garrote y la zanahoria»; empero, los resultados no están garantizados. Debemos tener presente que el acuerdo con Irán enfrenta un fuerte rechazo, tanto de los sectores conservadores del Congreso como de las monarquías sunitas del Medio Oriente y, en particular, de Israel y sus poderosos grupos de presión en los Estados Unidos.

Por otra parte, la revisión de las relaciones con el gobierno de Recep Tayyip Erdogan de Turquía, representa otra de las manifestaciones del pragmatismo en la nueva orientación internacionalista de la política exterior del presidente Biden. En este contexto, en el marco de la cumbre de la OTAN, se realizó una reunión de trabajo entre ambos presidentes, lo que formalmente inicia un nuevo proceso en las relaciones bilaterales, fase que goza del respaldo de la mayoría de países miembros de la UE.

Las diferencias con el gobierno de Erdogan son muchas, empero, para todas las partes resulta conveniente abrir espacios para nuevas oportunidades de comercio e inversiones; sin abandonar los temas sensibles ante la marcada tendencia autoritaria del presidente Erdogan y marcando límites a su expansionismo en la región.

En el contexto del nuevo internacionalismo con pragmatismo estratégico, la cumbre con el presidente Vladimir Putin, constituye un evento relevante.

Al encuentro llegó el presidente Biden fortalecido con el apoyo de los aliados tradicionales, con un mayor poder de negociación y con el objetivo de establecer certidumbre en las relaciones de Rusia con Occidente; definir límites que tienen que ver con el respeto al orden liberal, pero dispuesto a explorar espacios para la convivencia.

La visión estratégica es fundamental, calmar la agresividad rusa, alimentar el ego de liderazgo del presidente Putin y avanzar en la reducción del protagonismo de la geopolítica del autoritarismo, que tiene como epicentro a China. Rusia es un enemigo, pero débil, sin músculo financiero y con serios problemas internos; empero, lucha por un protagonismo internacional.

El solo hecho de realizar la cumbre entre ambos jefes de Estado en Ginebra contribuyó a reducir las tensiones. El presidente ruso asume la cumbre como el reconocimiento de su liderazgo mundial, lo que pudiera contribuir a reducir su acción agresiva en el contexto internacional y a crear espacios para abordar otros temas complejos en los que Rusia ejerce un importante protagonismo, como Siria, Libia, Bielorrusia e incluso en el caso de los gobiernos autoritarios en América Latina, como es el caso de Cuba, Nicaragua y Venezuela que son importantes aliados de Putin.

Frente a nuestra región también avanza una visión internacionalista con un pragmatismo estratégico, con una marcada dosis de prudencia dada la heterogeneidad de nuestra realidad, lo que tiende a reducir el optimismo; ahora bien, por su complejidad e importancia requiere de una reflexión especial.

Los cambios en la política exterior de los Estados Unidos se presenta estimulantes para avanzar en el camino del diálogo, la cooperación y la negociación; empero, la creciente polarización de la sociedad norteamericana y la desconfianza que generó la anterior administración en la comunidad internacional son algunas de las resistencias que hacen más difícil el camino.

Mail: fgap1749@gmail.com

Félix Arellano es internacionalista y Doctor en Ciencias Políticas-UCV.

Región agitada: ¿pero estable?

Félix Arellano

Varios países de la región se presentan convulsionados, bajo una creciente polarización y agitación social; con altos niveles de corrupción y desgaste de los políticos y los partidos; empero, y paradójicamente, en algunos de los casos de mayor tensión, como Perú y Ecuador, la institucionalidad democrática pareciera estable, tanto el poder judicial, como las instituciones electorales, se presentan relativamente autónomos y eficientes, todo lo contrario, al caso venezolano.

Ahora bien, en la medida que la crisis se incremente, pude abrir espacios a los proyectos radicales que, en buena medida, están promoviendo la crisis, para abrirse camino al poder, manipulando a la población y aprovechando las bondades de la institucionalidad democrática.

Los casos recientes de Perú y Ecuador resultan significativos y sorprenden por lo repetitivo de los escenarios. En el caso peruano impacta que todos los Expresidentes vivos son objeto de investigaciones judiciales, algunos en prisión, otros fugitivos e incluso, previó a su detención, se suicidó el veterano aprista Alan García, quien ejerció la Presidencia en dos oportunidades. Pero el poder judicial se mantiene firme, las fuerzas armadas ocupando su lugar y respetando la institucionalidad.

El enfrentamiento entre los poderes ejecutivo y legislativo peruanos no es nuevo, pero ha llegado en estos días a un nivel extremo, al utilizar el Presidente Martin Vizcarra, la atribución constitucional que le permite disolver al Congreso y convocar a elecciones parlamentarias. El Congreso, por su parte, reaccionó de inmediato, suspendiendo al Presidente y designando provisionalmente a la Vicepresidenta, Mercedes Aráoz, como encargada.

Sorprende como se repite el escenario, pues el Presidente Vizcarra llegó al poder, producto de una crisis previa, en la que el Presidente electo, P.P. Kuczynski, se vio obligado a renunciar y se encuentra bajo investigación judicial.

Pareciera que en la esencia del conflicto de poderes en el Perú, destaca la arrogancia del fujimorismo y sus aliados, que controlan el Congreso, y desde allí aspiran controlar del resto de las instituciones, en particular del Tribunal Constitucional. Pero la jugada no está resultando exitosa. La OEA ha declarado de forma adecuada y conveniente y se espera que el orden constitucional se imponga. En consecuencia, el país se debe preparar para nuevas elecciones, un reto complicado, pues la maquinaria fujimorista está bien organizada y el resto de los partidos fraccionados y enfrentados. Lo admirable del caso peruano es que la institucionalidad democrática prevalece, se impone y se consolida.

Ecuador nos evoca un Déjà Vu, pues la protesta social, particularmente indígena, ya ha generado graves crisis políticas y algunas han desembocado en la salida de Presidentes en ejercicio; al respecto, nos podríamos remontar al caso de Abdala Bucaram en 1997, luego la renuncia de Jamil Mahuad, por las protestas debido a la dolarización del país en el 2000 y posteriormente a la “rebelión de los forajidos”, contra Lucio Gutiérrez en el 2005.

Pudiéramos pensar que faltó manejo político y sensibilidad social, para adoptar las necesarias reformas económicas aprobadas por el Presidente Lenin Moreno, lo que a todas luces resulta evidente, es la participación en la protesta de los grupos radicales, fieles intérpretes del Foro de San Pablo. En esta oportunidad la situación se empeora, por la presunta participación de grupos militares favorables al radicalismo. Estos son los típicos grupos que promueven la violencia, aprovechando la democracia y manipulando el discurso, para llegar al poder y, al lograrlo, inician el desmantelamiento de la institucionalidad y la violación de los derechos humanos, para perpetuarse en el poder.

El caso ecuatoriano se pudiera complicar con la participación de apoyos extranjeros para los radicales, de allí la necesidad que la comunidad internacional democrática mantenga su atención y participación preventiva. Es un tema que se debería abordar en la OEA a los fines de proceder bajo el sistema de la alerta temprana y evitar que la situación se desborde.

Para la lucha democrática venezolana, estos dos conflictos son preocupantes, entre otros, en alguna medida debilitan la fortaleza del Grupo de Lima, complican la agenda. Ahora bien, convendría que este mecanismo se reúna de emergencia, para evaluar las posibilidades de su participación, con el objeto de cuidar por la paz, la convivencia y la estabilidad de la democracia.

https://talcualdigital.com/index.php/2019/10/08/region-agitada-pero-esta...

Luchando por la libertad

Félix Arellano

El espíritu libertario es una de las razones fundamentales de nuestra vida y, por consiguiente, de la historia. Este segundo aspecto ha sido ampliamente desarrollado en la vasta y compleja obra de Friedrich Hegel y son varios los filósofos que siguen esa línea. Adicionalmente, nuestra vivencia cotidiana lo está reafirmando constantemente, los venezolanos llevamos varios años tratando de retomar la libertad, restablecer la democracia y lograr el respeto de los derechos humanos y, además, son varios los pueblos del mundo que comparten esta lucha. Con optimismo pudiéramos asumir que al final la libertad se impone, pero el camino para alcanzarla es muy duro y, al creer que hemos llegado al objetivo, su estabilidad es muy frágil.

En estos momentos el espíritu libertario está avanzando con fortaleza en Argelia y Sudan ya han salido Adelaziz Buteflika y Omar al Bashir respectivamente; también está efervescente en Venezuela y Nicaragua y latente en Cuba. En estos países de la región lograr la salida se presenta complicado pues, entre otros, los conflictos se han internacionalizado profundamente, entrando en la geopolítica mundial; por lo tanto, la construcción de las soluciones implica una compleja negociación entre las potencias.

En efecto, en estos momentos, el caso venezolano representa una potencial ficha en las negociaciones entre China y Estados Unidos, que avanzan en la construcción de un gran acuerdo comercial y, como pudimos observar recientemente, ya ha sido objeto de consideración con Rusia, en la reunión efectuada en Roma entre Elliott Abrams y el vicecanciller ruso Sergei Ryabkov. Por otra parte, la Unión Europea ha creado el Grupo de Contacto para trabajar en una salida pacífica y electoral. Por otra parte, una posible sorpresa sería que la dictadura cubana, que ejerce un enorme control en la toma de decisiones venezolanas, también utilice el caso venezolano para negociar con las potencias y evitar un nuevo periodo especial, que en esta oportunidad podría resultar devastador.

Otro elemento que torna compleja la salida en los países de la región, tiene que ver con el impacto de la ideología. El izquierdismo populista y el manipulador culto a la personalidad en estos países, por una parte, cercenan la capacidad de pensar de sus seguidores; pero también le permite ganar apoyos mecánicos irresponsables. Movimientos radicales, como el Foro de San Pablo, se anota un nuevo fracaso al respaldar los procesos autoritarios que violan de los derechos humanos, solo por el hecho de utilizar la franquicia revolucionaria de la “dictadura del proletariado”, cuando en realidad constituyen una élite que busca perpetuarse en el poder, con un falso y manipulador discurso humanista orientado a captar ingenuos.

También se suma en lo intrincado de la salida de los países de la región, la diversidad de negocios no transparentes que sostienen el autoritarismo; en particular, el narcotráfico, pero son diversos los negocios ilícitos que promueven las cúpulas en el poder y contribuyen a radicalizar sus posiciones. En consecuencia, presionar para lograr la salida implica, entre otras, sanciones innovadoras, que puedan incidir directamente en la cúpula en el poder, afectando sus negocios, sus vinculaciones y testaferros; y minimizando las consecuencias sociales. Naturalmente el poder siempre manipulará la situación y presentará las sanciones como “el ataque imperialista contra el pueblo soberano”, más aún si tiene una hegemonía comunicacional y logra repetir mil veces un falso discurso. Adicionalmente, la formulación de incentivos para propiciar la negociación de la salida también exige de creatividad y una dura aceptación. No se trata de promover impunidad, pero lograr la salida es necesaria ante la pesadilla del autoritarismo.

La lucha por la libertad exige de un enorme esfuerzo que incluye, entre otros, mucha coordinación. Resulta fundamental la unidad de las fuerzas que desarrollan el trabajo titánico por la libertad y su articulación con la comunidad democrática mundial, que respalda la libertad, la democracia y los derechos humanos.

Las divisiones, las agendas personales, el protagonismo individual solo benéfica al poder y debilitan la lucha. También conviene tener presente que es estratégico trabajar en varios escenarios, pues “todas las opciones deben estar en la mesa”, pero se debe propiciar su articulación, que todos los escenarios se complementen.

En el caso venezolano resulta conveniente en estos momentos que también trabajemos con la propuesta europea del Grupo de Contacto, que debería articular los esfuerzos del Grupo de Lima, los Estados Unidos, el Vaticano y nuestra oposición democrática. Con este ambicioso grupo bien articulado se puede trabajar con flexibilidad y creatividad, entre otros, en las sanciones, en los incentivos y en el escenario de los países aliados al autoritarismo, específicamente Rusia, China e incluso Cuba, para propiciar respaldos para una salida pacífica y electoral.