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Ignacio Avalos Gutiérrez

Yo soy sociólogo

Ignacio Avalos Gutiérrez

El día del sociólogo fue el martes o el miércoles de la semana pasada. Lo celebré, a pesar de la pandemia pero, sobre todo, de la propuesta del Gobierno, en donde indica que lo que estudié no es útil para el país, que poco o nada tiene que ver con sus necesidades y prioridades, opinión que se extiende, en general, a filósofos, historiadores, psicólogos, en fin, a todo aquel que se le haya ocurrido pisar el territorio académico marcado por las Ciencias Sociales y Humanas.

Tal propuesta ha recibido no pocas críticas, pero en este caso reiterar hasta el fastidio no es pecado, es una obligación. Y yo cumplo con ella, aunque llueva sobre mojado

El Gobierno dice lo que se debe estudiar

Hago, pues, referencia a un documento titulado “Redimensión del Sistema Nacional de Ingreso Universitario” que el gobierno se sacó de la manga, sin que mediara diálogo alguno con las numerosas instituciones involucradas y violando, por cierto, algunos artículos de la Constitución Nacional. En el referido informe se muestra una lista en la que se definen cuales son las Carreras Prioritarias, las Carreras Derivadas y las Carreras Complementarias (en total de ciento cuarenta y cinco) y si bien es cierto que en ninguna de sus páginas deja ver la eliminación de las Ciencias Sociales y Humanas, dentro del contexto de su redacción uno entiende que se trata de disciplinas de las que puede prescindir el país.

La anterior me parece, entonces, una iniciativa que, bajo el propósito de “contribuir a resolver las necesidades del país”, le pasa por encima a las claves que rigen estos tiempos, marcados por numerosos cambios originados primordialmente a partir de un conjunto de nuevas tecnologías que no en balde han sido calificadas como “disruptivas”.

Así las cosas, palabras tales como inteligencia artificial, impresora 3D, robótica, energías renovables, “machine learning”, computación cuántica, internet de las cosas, redes neuronales, big data, pasan a formar parte de una serie interminable de nuevos vocablos, mediante los que se dibuja la época actual, obligando a cambiar los anteojos desde los que se observa y calibra, en todos sus ámbitos, la vida de los terrícolas, inclusive, quizá sea necesario advertirlo por si acaso, la de los venezolanos.

El historiador Yuval Harari llega a preguntarse en uno de sus libros “… qué sucedería si lo humano, tal como lo concebimos, comenzara a tornarse obsoleto y nos encontráramos en la antesala de una redefinición radical de las nociones” de individuo, libertad, mente, conciencia, espíritu, emoción, sentimiento, organismo, vida. En síntesis, una redefinición de la propia condición humana … ”. Vistas las nuevas realidades que están asomando, nadie diría, creo, que esta pregunta no es pertinente.

Se achica el horizonte del país

El ritmo de desarrollo del conocimiento ha llegado a ser exponencial, afectando a todas (subrayo: a todas) las disciplinas. En este sentido, se plantea en varios documentos, una concepción distinta, más realista de la ciencia, a fin de darle respuesta a las múltiples y difíciles interrogantes envuelven a un planeta que transcurre en medio de niveles crecientes de complejidad, incertidumbre y riesgo. Un enfoque, reza en su contenido, que le dé base a una política que permita institucionalizar un diálogo fluido entre especialistas de distinta procedencia académica, que desvanezca la frontera entre humanidad y naturaleza, que coloque el acento en lo complejo, temporal e inestable y que maneje la tensión entre lo universal y lo particular, lo global y lo local.

En virtud de lo arriba indicado se le abre la puerta a intensos procesos de “hibridación”. La interdisciplinariedad se ha vuelto un criterio esencial en la producción de conocimientos, estrechándose los vínculos entre las ingenierías, las ciencias naturales, las ciencias sociales, las humanidades, ampliando de manera antes inimaginable su espectro, pensando y analizando no única ni principalmente lo real, sino también lo posible, buscando mirar cuál civilización es la que presagia.

Obviamente, todas las consideraciones apuntadas a lo largo de estas líneas entrañan la modificación los enfoques que determinan en el presente la organización de los estudios universitarios.

En suma, proyectos como el comentado, le achican el horizonte a la sociedad venezolana. Sobre a todo a sus jóvenes.

El Nacional 17 de febrero de 2021

La profe Gasparini (medio siglo después)

Ignacio Avalos Gutiérrez

A sus hijas, Sylvia, Marina y Sandra

Escribió en uno de sus libros el recordado Marcel Roche, que "la ciencia era mucho mas de lo que el científico hacía en su laboratorio, en su oficina, y que tanto para que la ciencia naciera como para que se aplicara había que mover innumerables hilos en todos los sectores …”, incluso, señalaría yo, los de las ciencias sociales y humanas. Desde su condición de investigador de ciencia básica pudo ver, así pues, que topábamos con un proceso de carácter social

Una historia en muy poquitas palabras

Si se me permite una simplificación, en haras de la brevedad que exige un artículo (y aunque no le hace justicia a investigadores como Gabaldón, Buapertuy y otros cuantos científicos), hace poco mas de medio siglo, en Venezuela la actividad científica era considerada una tarea más o menos insólita. Si cabe una comparación, que tal vez incurra en cierta desmesura, semejaba a la ciencia norteamericana antes de Benjamín Franklin, de acuerdo con la descripción de Isaac Asimov: “…una actividad de caballeros, una sobria inspección sobre la realidad del universo, nacida de la curiosidad intelectual, motivación completamente divorciada de las cosas prácticas de la vida….”

Desde la calle los científicos eran vistos como seres muy inteligentes, pero extraños. Los laboratorios eran recintos casi sagrados, inmunes a los vientos que soplaban desde afuera, vedados a cualquiera que no tuviera una bata blanca, y unos anteojos que delataran el desvelo por el estudio. Eran, así pues, lugares amoblados por aparatos estrambóticos y costosos, en el que se hacían cosas que, se creía, solo interesaban a quienes allí́ trabajaban.

El país se movía dentro de coordenadas que poco tenían que ver con la investigación, esta le importaba muy poco y se entendía, más bien, como asunto de americanos, europeos y un poquito menos, y a su modo, de japoneses. Nuestra relación con el tema se dejaba ver apenas por los lados de la tecnología, expresada exclusivamente en la necesidad de comprar maquinarias y equipos a fin de echar a andar nuestra incipiente industria, mediante actividades llevadas a cabo a cabo sin que, por lo general, mediaran procesos de transferencia, asimilación y aprendizaje de conocimientos. Se explica, entonces, que en ciertas ocasiones importáramos tractores con sistemas de calefacción para emplearlos al sur del país y barredoras de nieve como parte del diseño sueco de un hospital que se edificaría en Maracaibo. Desde luego, nada tienen que ver estos casos que forman parte del anecdotario nacional, con los relevantes esfuerzos que se hicieron más tarde, plasmados en la industria petrolera y algunas empresas básicas, así como en iniciativas de carácter privado, conformando una obra que se ha ido desvaneciendo en los últimos tiempos, lamentablemente.

La ciencia como hecho social

Los Estudios Sociales de la Ciencia y la Tecnología surgieron con la creación del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Tecnológicas (CONICIT), en los inicios de la década de los setentas. Esta circunstancia hizo, según lo apunta un texto de Yajaira Freites, que en un principio, “…su quehacer se subordinase a las consideraciones de inmediatez, aplicación y visibilidad de la información, preferencialmente en forma estadística, derivando en una escasa reflexión conceptual”.

En este marco, resalta aún más el mérito de la obra pionera de Olga Gasparini, una joven socióloga que se encontraba en la mitad de sus treinta años, de cuya muerte ha pasado ya medio siglo. Se trata de un libro escrito en 1969, “La Investigación en Venezuela, Condiciones de su Desarrollo”, seguramente el primer asomo de una fotografía de nuestra ciencia, junto al esbozo de algunas consideraciones que pretendían explicarla. Hace pocos años, el Instituto Venezolano de Investigaciones Científicas (IVIC), a través de su director Eloy Sira, tuvo la buena idea de reeditarlo. Buena idea, creo, porque es una obra importante, que, entre otras cosas, contribuyó a crear una perspectiva que mostraba a la ciencia como una construcción social, influenciada por valores e intereses de diversa índole y de consecuencias tanto negativas como positivas. A insinuar, en fin, que la generación, distribución y utilización de los conocimientos implican procesos marcados por la ideología, la política, la economía, la historia y la cultura, expresión de su estrechísima, complicada y hasta enrevesada conexión con la sociedad, cuyo análisis, desde esta perspectiva, resulta absolutamente imprescindible, más aún en este siglo XXI, rotulado por tan rápidas y “disruptivas” transformaciones en el área del desarrollo tecno científico, ocasionando enormes consecuencias en todos los espacios de la vida humana. Expresado de otra manera, abrió paso al ojo escrutador de las ciencias sociales y humanas, denominadas con cierto desdén “ciencias blandas” recordando, como dije al principio, su condición de hecho social y por supuesto político.

Un crimen de “lesa academia”

A partir de lo anterior, resulta imposible no hacer un paréntesis y advertir sobre el reciente anuncio realizado por las autoridades del gobierno, en el sentido de presionar a nuestras universidades a incluir nuevas carreras, diseñadas en función de las “necesidades del país”, lo que incluye, vaya a Ud. a saber la razón, el relegamiento a un rincón de las carreras de ciencias sociales y humanas. Diría, pues, que de terminar siendo cierta esta ocurrencia (en torno al cual, como es costumbre, hay diversas versiones), nos encontramos frente a un crimen de “lesa academia”, si cabe la expresión.

Una corta referencia personal

Si se me da la licencia para darle un tono personal a estas líneas, diré́ que en las postrimerías de la década de los años sesenta, fui alumno de la querida profe Gasparini en la Escuela de Sociología y Antropología de la Universidad Central de Venezuela (UCV). Por una serie de casualidades y gracias a varias carambolas lubricadas por la buena suerte, que es como se fraguan los acontecimientos importantes de la vida de cada quien, fui, junto a Mariadela Villanueva y Marcel Antonorsi, asistente en el Departamento de Sociología y Estadísticas, dirigido por ella, en el recién fundado CONICIT. Allí́, siendo todavía estudiante, aprendí́ a interesarme en un tema que me resultaba casi absolutamente indiferente, pero que con el paso del tiempo se fue convirtiendo en el eje central de mi vida profesional, haciéndola entretenida y hasta divertida. Se que frases parecidas, las he escrito o dicho unas cuantas veces y que posiblemente volveré a hacerlo. Pero es que el agradecimiento no se agota.

El citado departamento estuvo integrado, además, por la socióloga Dulce Arnao de Uzcátegui, quien con el correr del tiempo seria ministra de Ciencia y Tecnología en el segundo gobierno del presidente Carlos Andrés Pérez, por Jeannete Abohuamad de Hobaica, en calidad de asesora, por el estadístico Raúl Rodríguez, así como por el economista Virgilio Urbina, además delos citados Marcel y Mariadela, todos gente muy entrañable. Su primera tarea fue la de llevar a cabo un estudio sobre la capacidad nacional de investigación y desarrollo. La profe Gasparini murió́ cuando el trabajo se encontraba mas o menos a mitad de camino y no llegó a ver un libro que, sin duda, lleva su impronta, así como la llevan distintas iniciativas que fueron dando lugar a un molde inicial para encauzar el desarrollo científico y, en menor grado, el desarrollo tecnológico en nuestro país.

La época actual: demasiada incertidumbre

El tiempo pasa y las cosas cambian, suele reiterar Perogrullo, y los patrones para pensar la situación de hoy en día son muy disimiles respecto a aquellas que marcaron el tiempo de la profe Gasparini. Actualmente el conocimiento científico y tecnológico es considerado un factor determinante en la estructuración y desenvolvimiento de las sociedades contemporáneas, constituyendo, ciertamente, el sello característico de los tiempos que corren.

Aún faltan herramientas necesarias para identificar el sentido de las transformaciones que están ocurriendo, a fin de comprenderlas, sopesarlas y poder encararlas. Carecemos de respuestas, que en buena medida deben provenir de las Ciencias Sociales y Humanas. Es que, como diría Asimov, la cultura avanza más lento que las trasformaciones tecnológicas. Carecemos, entonces, de libreto para calibrar sus efectos, los buenos y los malos.

Es apremiante, entonces, la necesidad de ir creando otros parámetros con el objeto lidiar con un futuro que empezó́ ya a hacerse presente, recordando que, como dijo alguien, no hay nada mas práctico que una buena teoría. Y esta solo es posible a partir del trabajo sinérgico entre las ciencias sociales, las ciencias humanas y las ciencias naturales. A cincuenta años de su desaparición, me pregunto qué diría la Profe Olga de este planeta tan complejo y enredado, en el que habitamos los terrícolas. No se, pero de lo que estoy seguro es que sería bueno que anduviera por estos lares. Se echa de menos su inteligencia y su afabilidad.

El Nacional, 3 de febrero de 2021

Mandarria contra conocimiento

Ignacio Avalos Gutiérrez

Hace poco Nicolás Maduro rindió su informe ante el parlamento nombrado a principios de diciembre, en medio de serias irregularidades que, obviamente, han socavado su legitimidad. Se trató de un discurso que escondía o falseaba la situación del país, repleto de “verdades alternativas”, como se dice ahora, digno ejemplo de esta época, la de la post verdad. En suma, no dijo lo que debió decir acerca de la situación del país, al tiempo que dio pie a que se miren con justificadas dudas sus planes para su futuro próximo.

Un relato, así pues, que, que buscaba driblar la realidad dibujando una sociedad que pocos venezolanos pueden reconocer como la suya. Y que, encima, difiere abismalmente de la que revelan los estudios llevados a cabo por diversas organizaciones independientes, cuyas conclusiones dejan al aire la pobreza, la desigualdad, la violencia, el miedo, la desinstitucionalización, la incertidumbre, la censura, la violación persistente de los derechos humanos, el maniqueísmo político y por último, aunque no de último, un autoritarismo creciente en donde el Estado de Derecho es sólo una mueca, la libertad de los ciudadanos se achica progresivamente través de diversos mecanismos, algunos de ellos aparentemente benévolos, y la represión se hace más descarada, verbigracia la reciente masacre ocurrida hace poco en La Vega.

Capitalismo salvaje

Así las cosas, imposible no recordar unas declaraciones dadas por el dirigente del PSUV, Elías Jagua, señalando que nuestra sociedad vive dentro de un capitalismo salvaje (en modo Bodegones, añado yo), afirmación insólita que apenas fue atenuada por el señalamiento de que tal perversión ideológica ocurría (cuando no) por culpa de factores ajenos a la gestión gubernamental. E imposible, así mismo, no reflexionar sobre el modelo chino - con sus variantes y la distancia en cuanto al nivel alcanzado por el país asiático -, en donde el capitalismo es administrado por el Partido Comunista (siempre pienso en lo que diría Marx de esto).

En suma, se ensanchan las libertades económicas dentro del marco del absolutismo político.

Mandarriazos en las Universidades

El sector educativo no escapa, por supuesto, del desmadre nacional. En todos los niveles se presenta un decrecimiento de la matrícula, deserción de educadores y deterioro de la infraestructura, lo que en última instancia atenta visiblemente contra la calidad y la cobertura de nuestra educación.

Por otro lado, las universidades venezolanas se han tenido que ver la cara con la violencia. El Observatorio de Derechos Humanos de la Universidad de Los Andes (ODH-ULA) contabilizó un total de 223 hechos delictivos cometidos contra 13 universidades del país entre marzo y diciembre de 2020. Las agresiones se manifiestan en robos, invasiones y otros actos de vandalismo, incluyendo la inexplicable destrucción, sin ton ni son, y a mandarriazos o incendiando, de instalaciones y equipos. Así mismo, durante los primeros 10 días de 2021, otros 10 ataques similares se perpetraron en cinco universidades públicas. Sobra indicar que las pérdidas ocasionadas no podrán ser reparadas, vista su disposición financiera desde hace bastantes años.

Lo insólito es que la mayoría de estos hechos permanecen impunes. Pero no sólo eso, sino que no han merecido ni siquiera una declaración por parte del gobierno. Nadie puede ser acusado de mal pensado, entonces, si cree que a las autoridades no les importa mucho el tema del conocimiento.

¿Para qué sirven las ciencias sociales y humanas?

Por estos días, la única voz oficial que se escuchó con respecto a las universidades, fue la del Ministerio del Poder Popular para la Educación Superior, anunciando que se congelaría la matrícula de las universidades privadas, decisión tomada sin que mediara ninguna consulta y todo sugiere que sin calibrar sus importantes consecuencias. Y para avisar, además, el cambio del menú de las carreras universitarias con el fin de que “respondan a las necesidades del país”, fundamentado en programas nuevos y sentando el fundamento de un modelo que contradice abiertamente los tiempos que corren.

En pocas palabras, y sin que aún se hayan hecho públicos, que uno sepa, los detalles de la propuesta, debe señalarse que, por lo que asoma, dicho modelo ignora a las ciencias sociales y humanas (punto de vista compartido, dicho sea de paso, por Bolsonaro, el derechista presidente brasileño) y pasa por alto la emergencia de un modelo de producción de conocimientos y de docencia que reside cada vez más en los enfoques interdisciplinarios y transdisciplinarios, con transferencia de saberes y competencias de un área a otra a fin de abordar problemas según una lógica que implica la integración las ciencias naturales, las ciencias sociales y las ciencias humanas, entre ellas y dentro de ellas. Se trata, en fin, de un enfoque sistémico, basado en la premisa de que el conocimiento sobre la realidad es siempre incompleto y que asume el tratamiento de los temas y los problemas en términos de sus interconexiones, de las relaciones con su contexto, apartándose de esquemas estáticos, aislacionistas, reduccionistas y simples en los que no hay lugar para la interdependencia y la velocidad que caracterizan hoy en día los procesos de creación y transmisión de conocimientos.

Dicen los ex Rectores de la ULA

En una importante comunicación pública cuatro ex Rectores de la Universidad de los Andes (ULA) opinan que la propia universidad no ha sabido encarar la grave situación en la que se encuentran. En uno de sus párrafos se afirma lo siguiente: “Reconozcamos, de una vez, que los universitarios hemos incurrido en la omisión de asumir integralmente el mandato que subyace en el texto de la norma suprema que elevó al rango constitucional la consagración del principio de autonomía universitaria y que el examen de los grandes problemas, a partir de las dificultades, debe comenzar cuanto antes.” Con sus variaciones, esta declaración es válida, en el marco de sus particularidades, para todas las universidades públicas.

En conclusión, y haciéndome eco del mensaje anterior, nuestras universidades deben asumir, más allá de las trabas que se le interponen, la tarea de su transformación a toda costa, con el propósito sintonizar con la complejidad propia de este siglo XXI que, se dice, está revelando el despertar de una nueva civilización.

El Nacional, 20 de enero de 2021

Cavilaciones de un profe de la UCV (La Universidad 4.0)

Ignacio Avalos Gutiérrez

Cierto, de la pandemia que nos agobia desde hace casi un año, se derivan serios obstáculos que no son fáciles de encarar para nuestras universidades y en algunas de ellas, pues también hay que decirlo, se observan ciertas facultades y escuelas, duele señalarlo, que pareciera que hubiesen tirado la toalla, al contrario de otras que dan demostraciones casi épicas por hacer mejor lo más que se pueda, echando mano, incluso de ciertos avances tecnológicos, como nuevas herramientas web, programas de código abierto, sistemas, plataformas y aplicaciones móviles diseñadas para enfrentar el aislamiento físico

Pero, claro, ojalá solo fueran las andanzas del coronavirus. La ya larga crisis venezolana ha tenido, seguramente, mayor impacto que la pandemia. El deterioro de nuestra sociedad, resultado del conflicto político, ha ido perfilando, en efecto, un escenario de muchas aristas y de enormes dificultades que, obviamente, no deja ilesas a las universidades

Universidades venidas a menos

Se que estoy lloviendo sobre mojado, pero estas cosas hay que tenerlas siempre presentes, para impedir que se nos vuelvan costumbre. Además del desacomodo a nivel nacional, desde hace unos cuantos años persiste un cerco a las universidades públicas por parte del gobierno, claramente visible en una abierta intromisión política, en el propósito de acabar con su autonomía y de colocarlas “al servicio de la revolución”, vaya Ud. a saber lo que significa eso actualmente.

Así las cosas, no debe sorprender a nadie, por ejemplo, que desde el año 2006 el presupuesto sea deficitario y se destine casi exclusivamente al pago de nómina, que las becas estudiantiles se hayan visto perjudicadas (2 dólares mensuales) y no hablemos del sueldo de un profesor titular a dedicación exclusiva, equivalente a 25 dólares, con el que a duras penas cubre la alimentación de su familia.

No debe asombrar tampoco la enorme cantidad de profesores que ha abandonado sus cargos (muchos yéndose fuera del país), la disminución ostensible de estudiantes, el deterioro de la infraestructura y el notable debilitamiento de las actividades de investigación, de todo lo cual existen estudios que prueban como nuestras universidades van “empeorando satisfactoriamente”, de acuerdo a una frase que suele utilizar en muchas ocasiones, refiriéndose a otros asuntos, el Profesor Victor Rago.

La Universidad 4.0

Mirando la fotografía anterior se suele hablar de la necesidad de reconstruir la universidad. La desgraciada coyuntura que viven sugiere en muchos la idea de que la tarea consiste en regresarla a una cierta normalidad que se nos ha convertido en nostalgia. En otras palabras, convertirla en la buena universidad que fue antes. Pero el tema no es que la universidad sea buena como en sus buenos tiempos, sino que sea buena en la época que nos está llegando. Me explico.

A los grandes dificultades mencionadas hay que señalar, además, que las universidades están confrontando la necesidad de realizar un conjunto de transformaciones radicales que derivan, para decirlo en breve, del surgimiento de la llamada sociedad del conocimiento, caracterizada por la enorme rapidez con la que se crean y se hacen obsoletos los conocimientos, así como por la ubicuidad y diversidad de los actores que los generan y difunden.

Y, dentro de este contexto, me refiero, igualmente, a la pérdida progresiva, por parte de la universidad pública, del monopolio en la generación de conocimientos e, incluso en la función docente, y a su necesidad de actuar de otra manera en medio de un nuevo ecosistema institucional. Me refiero también a la emergencia de un modelo de producción de conocimientos y de formación de recursos humanos que reside cada vez más en los enfoques interdisciplinarios y transdisciplinarios, modelo que se contraviene con las mecánicas funcionales de la universidad que seguimos teniendo.

Me refiero, también - por último y sin pretender ser exhaustivo -, al determinante papel del conocimiento en la economía contemporánea (se habla de la emergencia de “tecnologías disruptivas”) y a su creciente privatización, hecho que también ha permeado, con sus ventajas y desventajas, al trabajo académico.

Estamos, así pues, haciendo alusión a la denominada Universidad 4.0, que se corresponde, por decirlo así, con la Cuarta Revolución Industrial, reconociendo el ambiente de cambio, pero simultáneamente la necesidad de preservar los valores universales de ser universidad, esto es, respondiendo desde su propia identidad y propósitos.

Devolverles el futuro a los estudiantes

Digo estas cosas a propósito de la celebración, la semana pasada, del día del Profesor Universitario. Y también porque desde hace muchos años tengo el privilegio de “dar clase” en la UCV, una expresión que, por cierto, deberíamos excluir porque no rima con los días que corren. Pero, por encima de todo, lista de estos asuntos teniendo en mente los estudiantes, tan desconectados de un futuro que asoma conforme a códigos que tienen muy poco que ver con la manera como en el presente les transcurre la vida académica.

Yo confío en el cambio radical de nuestras universidades públicas, aunque por ahora las señales que se observan sean más bien débiles. Confío, porque constato importantes focos de resiliencia, pero sobre todo por una razón por una muy importante: porque son instituciones que tienen un muy buen pasado por delante.

El Nacional, jueves 10 de diciembre de 2020

El ideólogo de la pereza

Ignacio Avalos Gutiérrez

Por estos días desconcertantes de la pandemia en los que uno se debate entre el ocio y el trabajo, sin saber a ciencia cierta si se encuentra en un mundo o en el otro – al menos así me ocurre a mi -, por pura casualidad me topé con algunos escritos de y sobre Paul La Fargue médico nacido en el siglo XIX y dedicado por completo a la política hasta el día de su muerte, ocurrida a principios del siglo XX. Sin saber muy bien por qué, casi sin darme cuenta, decidí leer algunos (además de consultar al Profesor Google) y escribir estas líneas que aún hoy en día tienen, me parece, cierto sentido

Yerno de Marx

Siendo muy joven, Paul La Fargue, un cubano, nieto de franceses, se volvió discípulo de Marx, convirtiéndose en uno de los principales difusores de sus ideas y también, su yerno, según reza la biografía escrita por Leslie Derfler.

Fue autor del ensayo “Elogio a la Pereza”, obra en la que, entre otras cosas, indicaba que los obreros no debían aspirar a mejorar las condiciones de trabajo, ni a la apropiación del mismo (conforme reza la ortodoxia marxista), sino a la mejora de las condiciones de descanso y a trabajar lo menos posible. Así, contradiciendo, a su suegro, a quien por cierto no le caía bien, La Fargue reivindicaba el derecho a la holganza y a del tiempo libre como opción vital e, incluso, política. ¡Trabajadores del mundo, relajaos! debía ser, más bien, la consigna, según lo propuso alguno de sus seguidores.

En su libro propone que “una sociedad emancipada no es aquella en la que se debate el derecho al trabajo, sino aquella donde se discute el derecho a la pereza, entendida en el sentido del ejercicio libre del culto a la ciencia, al arte y al entretenimiento", de acuerdo a lo que explica la mencionada investigadora, quien sostiene que tal escrito es uno de los primeros intentos de “…criticar el énfasis en el trabajo como un valor y reconocer en su antónimo la verdadera virtud.”

Su tesis principal contradice, según algunos estudiosos, los objetivos del marxismo. Los obreros no deben aspirar a la mejora de las condiciones de trabajo ni a la apropiación del mismo sino a la mejora de las condiciones de descanso y al derecho a trabajar lo menos posible. La Fargue va más allá que Marx y considera que no son las relaciones de producción la causa de la explotación del trabajador sino la propia imposición del trabajo.

Breve digresión sobre la siesta

Las ideas del esposo de Laurita Marx encajan dentro de la vieja pretensión de recuperar la vida para la gente, sacarla de un estilo que pone los énfasis equivocados, esto es, en la economía, en su lógica y sus urgencias. Se da la mano, así pues, con aquel movimiento que enarbola la vida tranquila y lenta, representación de una lucha contra la rapidez y el ajetreo inyectados en la cotidianidad de los terrícolas, no sólo los de esta época. No pocos sostienen que por allí deben transcurrir las grandes transformaciones sociales que se requieren hoy en día

Hay que darle permiso a la gente de reconectarse con su tortuga interior, ha dicho uno de los profetas actuales de esta antigua filosofía enemiga de la prisa, buscando, por expresarlo de alguna manera, ralentizar la existencia. Dentro de este marco de ideas figura la siesta, el yoga ibérico, como la llamó el escritor Camilo José Cela, una costumbre estigmatizada, nítida expresión del subdesarrollo, según ciertos estudiosos de la competitividad, el crecimiento industrial y esas cosas que, por lo general, vienen dentro del combo de la velocidad de la vida.

Sin embargo, últimamente la siesta ha sido en cierto grado redimida gracias a diversas investigaciones que muestran sus múltiples bondades. En el Reino Unido se ha elaborado hasta un manual para dormir la siesta: «Encontrar un lugar tranquilo y sin ruido, tumbarse lo más plano posible, desconectar el móvil y el ordenador, apagar la luz, correr las cortinas y abrir la ventana si hace calor». Así las cosas, en diversos países en los que antes hubiera sido casi impensable, se ha consagrado (o están a punto de hacerlo) el derecho a la siesta,

En tono casi anecdótico cabe decir que Winston Churchill era un incondicional de la siesta, que Leonardo da Vinci estableció que existe una relación directa entre la siesta y la lucidez, que Bill Clinton ha señalado que, a medio día, le gusta más una siesta que un buen recital de saxo y, por citar un último caso, Albert Einstein descubrió antes los misterios de la siesta que los de la relatividad. Lejos de mi compararme con los personajes mencionados, pero he de confesar que yo también me echo mi camaroncito.

Imposible no recordar a Francis Bacon

Mucho tiempo después de La Fargue, Francis Bacon, intelectual inglés, escribió que “la naturaleza debe ser acosada en sus vagabundeos, sometida y obligada a servir, esclavizada, reprimida con fuerza, torturada hasta arrancarle sus secretos”. Consideraba a la naturaleza como una prostituta, una mera cosa mercantil que debía ser puesta en condiciones de producir, mediante una mano de obra sometida a la misma cosificación.

Pienso en estas cuestiones observando la manera como asomaba en los tiempos de La Fargue la crisis del modelo de desarrollo. Y miro los reparos que se le hacen al modelo implantado en casi todo el planeta, economistas de la talla de Stiglitz, Krugman y otros cuantos expertos en otras muchas disciplinas, quienes, encaran con poderosas razones este esquema de desarrollo, organizado principalmente en torno al progreso cuantitativo, haciendo que los recursos escaseen y los residuos aumenten exponencialmente.

El filósofo Jorge Riechmann indica que La Fargue no tenía en mente una “vuelta a las cavernas”, según lo han acusado sus críticos, sino que reivindicaba la recuperación de muchas prácticas primitivas y culturas locales, que mantengan una relación respetuosa con el medio natural y la diversidad regional, siempre esquivando el culto al crecimiento material. Bajo este prisma, anteponemos la idea de aldea, que favorece los lazos de sociabilidad en el seno de una comunidad de iguales, al de ciudad industrial, tremendamente “energívora e insostenible, y que ignora las necesidades y aspiraciones reales del ser humano en aras de la lógica del capital”.

La Fargue se suicidó con su esposa

A comienzos de 1911, Paul La Fargue murió junto a su esposa Laura. En una carta dejada al lado de la cama escribió, poco antes de inyectarse ácido cianhídrico, que “estando sano de cuerpo y de espíritu, me doy la muerte antes de que la implacable vejez me haya quitado, uno tras otro, los placeres y el goce de la existencia”. Su muerte, fue congruente con las ideas expuestas en 1880 en el libro por el cual es recordado, todavía vigente en su crítica a una sociedad industrial que había hecho del trabajo la razón de su existencia, en la que quedaban proscritas, incluso dentro del sistema socialista, las actividades que se consideraban no productiva. La holganza quedó entendida como perversión individual, de relevantes y negativas consecuencias sociales.

Tal vez la grave crisis del cambio climático, además de otras razones que no cabe enumerar en este espacio, meta en cintura a los terrícolas y los aleje de este patrón de desarrollo que, con sus lógicas variantes, ha privado en la organización de la vida en el mundo. No hay que olvidar, como nota de esperanza, la critica a la que esta sometida el PIB, entendido como termómetro esencial del bienestar humano.

25-11-2020

La emblemática ASOVAC

Ignacio Avalos Gutiérrez

Las transformaciones estructurales que se han producido en los últimos tres decenios y las que asoma próximamente lo que va corriendo del siglo XXI, han producido notables mutaciones ideológicas, aunque se diga en algunos círculos intelectuales que las ideologías se encuentran muertas y sepultadas para siempre jamás. Han cambiando, por ende, las concepciones políticas y como cabía esperar, han desaparecido temas de la agenda y aparecido otros nuevos. El desarrollo tecnocientífico se encuentra de manera relevante detrás de los cambios que se vienen operando

La obra de Thomas Kuhn, en particular su libro “La Estructura de las Revoluciones Científicas”, cuestionó duramente el positivismo científico y le dio piso a otro punto de vista teórico, a partir del cual y en virtud de una extensa y variada tradición de estudio, resulta imposible ignorar los aspectos históricos y sociales de la ciencia. Desde esta perspectiva, y en medio de diferencias de criterio, casi podría afirmarse que la naturaleza social y política de la ciencia es parte ya del sentido común., aunque algunos sectores estén reacios a aceptarlo.

Cambio de época

En efecto, durante el último cuarto de siglo la ciencia – quiero decir más bien la tecnociencia a fin de evidenciar el nuevo formato de los vínculos conforme al que se dan los nexos entre la ciencia, la tecnología y la innovación. Así lo pone de manifiesto un conjunto impresionante de cifras, referido a investigadores, inversiones, cantidad de nuevos productos y servicios y las tasas que marcan su rápida obsolescencia. Así como los cambios radicales vinculados a la cultura, esto es el conjunto de las formas de vida, los entornos tanto materiales como interpretativos y valorativos, las cosmovisiones, las formas de organización social, la relación con el medio ambiente. El conocimiento científico y tecnológico se ha convertido, en la práctica, así pues, en un mecanismo constitutivo de la sociedad, desplazando, transformando o reforzando, según los casos, a los mecanismos clásicos en la caracterización de la estructura y la dinámica social.

“Tecnologías disruptivas”

La llamada Cuarta Revolución Industrial, que condensa lo que he querido decir anteriormente. se ha venido desarrollando a partir de un nuevo paradigma (neurociencias, nanotecnología, tecnologías de la información, biotecnología), que genera conocimientos que producen cambios radicales, muy rápidos y con repercusiones en todos los espacios de la sociedad. En otras palabras, es la difusión, a través de la socialización masiva de la información, lo que marca la diferencia con el pasado reciente o para decirlo en otra forma, esa ubicua presencia del conocimiento, la celeridad con la que se produce, se divulga, se usa y se hace obsoleto, allí está el punto crucial. Se trata, así pues, de “tecnologías disruptivas” que suponen la integración de lo físico, lo biológico y lo digital, desde donde se empieza a dejar ver lo que los que estudiosos de distintas disciplinas han calificado, en medio de ciertas polémicas, como de trans humanismo.

La tecno ciencia se ha convertido, entonces, en un ingrediente de mucha gravitación en la vida social y con ello se ha ido abriendo un espacio en la ciencia política. Uno de los efectos esenciales es que ya no son separables la verdad y la justicia, los juicios de hecho y los juicios de valor, los problemas técnicos y los problemas éticos y no se da por supuesto que la mera innovación técnica sea en si misma valiosa y conlleve a una mejor vida. Así las cosas, están emergiendo transformaciones tecnocientíficas que han resuelto cuestiones antes no comprendidas, pero también han sembrado incertidumbres y dudas en torno a asuntos provocados por ellas mismas, dando como resultado una enorme complejidad, con la consiguiente incertidumbre

Ya lo dijo el poeta Octavio Paz al referirse la aparición de la “conciencia ecológica”, la gran novedad histórica de finales del siglo XX y a la obvia necesidad de restablecer la “fraternidad cósmica”, rota con el advenimiento de la era moderna, en la cual “la naturaleza dejo de ser un teatro de prodigios para convertirse en un campo de experimentación, o sea un laboratorio” (Paz, 2000). Cierto, un laboratorio que incluye, además, a la sociedad.

Por tanto, en su tratamiento, esto es, en la escogencia de sus fines y prioridades, en las preguntas que se hace y contesta, el cálculo de los recursos que se le asignan, el modo de organizarse o, por decir un último aspecto, en el ritmo y el patrón que determinan la difusión y aplicación de sus resultados derivados de las investigaciones, debe estar cada vez más presente, la mirada desde “afuera”, conforme a la cual se calibra a la ciencia en el plano social, político, económico, ecológico, ético.

Este Siglo XXI, tal como ha sido descrito en las líneas precedentes, Venezuela lo encara desde condiciones muy precarias, puestas en evidencia por varios estudios recientes que examinan y calibran la diáspora de científicos e ingenieros, la situación de las universidades y centros de investigación (financiamiento, infra estructura, profesores, alumnos …), todo ello sin mencionar el ambiente creado por la pandemia, durante casi ocho meses. A lo anterior sumémosle así mismo el diseño de políticas y conceptos desacertados, una institucionalidad inadecuada y, por si fuera poco, un gran desinterés que apenas se barniza con una cierta épica revolucionaria.

La tarea pendiente

No hay quien dude que la institucionalidad sobre la que descansa el desarrollo tecnocientífico en nuestro país requiere modificarse para ponerse a tono con la época que corre, en función de circunstancias inéditas que como ya apunte, en buena medida derivan del volumen y rapidez con la que hoy en día se generan y difunden los conocimientos; del espectacular acortamiento de los ciclos que van desde la creación del conocimiento hasta su aplicación; de la aparición de nuevas disciplinas y sub disciplinas y de su inter relación, haciendo parte de los llamados sistemas de innovación, constituidos por diversos actores sociales, en función de intereses tanto públicos como privados. Nuevas circunstancias, digo, que se desprenden, así mismo, de la globalización del conocimiento; de las posibilidades que abre la digitalización y, por citar un último aspecto, entre otros muchos, de las tensiones que plantean alrededor de la propiedad del conocimiento

La ASOVAC

Digo lo que digo porque en los próximos días cumple 70 años de fundada la Asociación Venezolana para el Avance de la Ciencia (ASOVAC), hecho que, por cierto, no es frecuente ver en Venezuela en donde somos más dados a crear organizaciones que a criarlas.

Es una institución cuya historia no se puede contar sin hacer referencia a Francisco de Venenzi, liderando a un pequeño grupo de creyentes, más bien pocos, convencidos, ya entonces – hablamos del año 1950- de la trascendencia de las actividades científicas y tecnológicas en un país que las tenía muy lejos del epicentro de sus objetivos y preocupaciones.

La semana que viene y como siempre, llueve, tiempo o relampaguee, tendrá lugar su reunión anual, la numero 70. Un encuentro que, como es usual, será útil para reflexionar sobre la manera como debemos entonarnos con un futuro que viene andando a paso rápido y en el que, adicionalmente, se darán cita investigadores que llevan a cabo trabajos de gran relieve, no obstante la crisis que agobia al país. Reconozco en gran medida el esfuerzo realizado por varios grupos para que este encuentro pueda ocurrir una vez más, Pero no puedo dejar de nombrar a los profesores Humberto Calderón Ruiz y Yajaira Freites, quienes, desde hace unos cuantos años, se han echado sobre sus espaldas esta convocatoria tan relevante y emblemática.

El Nacional, 18 de noviembre de 2020

Joe Biden: ¿el presidente verde ?

Ignacio Avalos Gutiérrez

Las de la semana pasada fueron elecciones muy importantes, tanto para Estados Unidos, como para todo el planeta. Tuvieron un lugar en un ambiente de conflicto, que no es lo propio a lo largo de la historia norteamericana. Para muchos analistas, el triunfo de Joe Biden resultó en gran medida una sorpresa, y Donald Trump no ha terminado de aceptarla, alegando junto a otras irregularidades, que el voto postal, justificado por la pandemia, es posible que esconda las pruebas de un fraude relevante. Como vemos en todos los procesos electorales se cuecen habas.

Un proceso enredado

Además fue, como también ha sido dicho repetidamente, un proceso que transcurrió en medio de muchas complicaciones que se juntaron a lo largo de los últimos años, hasta provocar una crisis de respetables magnitudes originada desde el conflicto político y que tuvo consecuencias importantes en varios ámbito de la vida económica y social norteamericana, poniendo en evidencia que Estados Unidos necesita cambios relevantes en su armazón

Por si fuera poco, y como igualmente se ha señalado, las elecciones tuvieron lugar en un complicado escenario internacional, muy marcado por el America First del Presidente Trump que llevo incluso al debilitamientos de las organizaciones ideadas para procurar la gobernabilidad del planeta.

Como lo ha escrito la periodista española Marta Peirano “… muy probablemente, el fin de la era Trump no significará el fin del trumpismo, que es el nombre que en esta época y en ese país ha adoptado la mezcla históricamente añeja de racismo, misoginia, discurso de odio, xenofobia y anticiencia.” Será preciso seguir, así pues, sus pasos con atención, buscando desentrañar sus causas, cuyo escenario es en gran parte el extremo nivel de polarización política, que pareciera haber llegado para quedarse por un buen tiempo, al igual que como ha ocurrido en otros países.

Paul Krugman lo dice sin pelos en la lengua. Dado el grado de disfunción política de Estados Unidos no es exagerado decir que “… se encuentra al borde de convertirse en un Estado fallido, es decir, un Estado cuyo gobierno ya no es capaz de ejercer un control efectivo.”

El regreso al Acuerdo de París

Habiendo sido elegido, en sus primeras palabras Biden señalo que “… Estados Unidos liderarán con el ejemplo y reunirán al mundo para enfrentar nuestros desafíos comunes que ninguna nación puede enfrentar por sí sola, desde el cambio climático hasta la proliferación nuclear, desde la gran agresión de poder hasta el terrorismo transnacional, desde la guerra cibernética hasta la migración masiva. Las políticas erráticas de Donald Trump y el fracaso al no defender los principios democráticos básicos han entregado nuestra posición en el mundo, han socavado nuestras alianzas democráticas, han debilitado nuestra capacidad de movilizar a otros para enfrentar estos desafíos y han amenazado nuestra seguridad y nuestro futuro.”

Como es sabido hace algunos años se prendieron las alarmas, cuando la ONU, a partir de un sólido basamento científico, señaló que las emisiones del calentamiento global se estaban acelerando y que nos encontrábamos próximos a desórdenes climáticos que comprometerían gravemente la vida en el planeta, dado que la economía actual se deslindaba del ciclo de vida de la naturaleza y chocaba contra el crecimiento sostenible. No obstante, ha pasado el tiempo sin que haya habido una reacción con la profundidad y celeridad requeridas. Los países, en general, pareciera que se han tomado a la ligera el asunto y, por otro lado, las instancias internacionales han dejado en evidencia que, en general, les resulta cuesta arriba garantizar la gobernanza del mundo y, como en este caso, darle la cara a un asunto como el cambio climático

"Es el problema número uno que enfrenta la humanidad. Y es el tema número uno para mí", "El cambio climático es una amenaza existencial para la humanidad", declaró Biden. "Si no se controla, va a hornear este planeta. Esto no es una hipérbole. Es real. Y tenemos una obligación moral", añadió. En consecuencia con lo señalado ha prometido un plan de US$ 2.000 millones que invertirá en energía limpia en transporte, electricidad, y la industria de la construcción que reduzca las emisiones y mejore la infraestructura.

"Nadie va a construir otra planta eléctrica de petróleo o gas. Van a construir una que sea alimentada por energía renovable", tenemos que invertir miles de millones de dólares para asegurarnos de que somos capaces de transmitir a través de nuestras líneas."

Cierto que al momento de escribir estas líneas, el panorama electoral norteamericano esta todo menos claro. Trump insiste en sus reclamos y abre paso a procesos que, además, pueden durar más tiempo, ocasionando serios prejuicios.

Pero, por encima de ello, me parecía relevante subrayar que si finalmente el Presidente es Joe Biden lo que pareciera, de parte suya, una profunda convicción política, relativa al problema del cambio climático, es determinante, no exagero, para el destino de los terrícolas. Significa, lo han escritos expertos conocedores del tema, el quiebre de un modelo de desarrollo que, por decirlo de manera simple, se ha medido por el termómetro que se emplea para medir el PIB y desconoce los límites que impone el planeta.

¿Los terrícolas podremos estar un poco más tranquilos?

Lo anterior significa, nada menos, que asomar un nuevo modelo socio-económico que transforme en su esencia las relaciones de poder, las instituciones sociales, la convivencia colectiva, las reglas éticas, las actitudes hacia el entorno natural, y, en última instancia, nuestra conciencia como humanidad. Que Estados Unidos muestre esa ruta no es un dato menor.

El nombramiento de Biden puede ser, así pues, una buena noticia. No pretendo decir con lo escrito no que haya cientos de problemas graves que enredan y zarandean la vida aquí en la tierra, pero si que su elección puede entenderse, ojalá, como la señal de que la pandemia no ha pasado en vano y nos ha puesto a pensar que la pretensión de volver a la “normalidad” es, dicho cono todo respeto, una estupidez con rasgos “auto suicidas”.

El Nacional, 12 noviembre 2020

El beisbol: el derecho a la evasión

Ignacio Avalos Gutiérrez

El 22 de octubre del año 1941, hace tres cuartos de siglo, el “Chino” Daniel Canónico, un dios negro, grandote y robusto que se disfrazó de picher, derrotó a la novena cubana tres carreras por una para que, contra el vaticinio de entendidos y profanos, e inclusive de brujos y astrólogos, Venezuela ganara el Campeonato Mundial de Béisbol.

El Presidente Isaías Medina Angarita declaró ese día como fiesta y el béisbol tomó, para siempre, el titulo de pasatiempo nacional, quedando así en los libros de historia, pero sobre todo en la cultura vernácula, convirtiéndose, incluso, en una suerte de cédula de identidad que nos registra como fanáticos de algún equipo, no importa que no sepamos lo que es un pisicorre o creamos que el robo de base es un evento que se sanciona con prisión y la bola ensalivada un gesto de mala educación.

Es el deporte, que nos abastece de palabras y frases que en muchas ocasiones resultan imprescindibles para contarnos y explicarnos la vida. En suma, los venezolanos estamos hechos de beisbol, de acuerdo al excelente resumen sociológico expresado hace varios años en la cuña de un refresco.

Dicho sea de paso y como simple curiosidad, Jorge Luis Borges, el gran escritor argentino, el mismo que sentenció al futbol como cosa de estúpidos, señalo que el beisbol tenía un valor estético, “que era una suerte de libro raro escrito a la vista de los espectadores”.

El derecho a la evasión

Desde unos cuantos años, las condiciones del país, marcadas severamente por la política, pusieron en duda la realización de los campeonatos beisbol, aunque finalmente pudieron llevarse a cabo a duras penas, dando como resultado un espectáculo bastante venido a menos. Y de nuevo este año, la posibilidad de que se realice pareciera enfrentar obstáculos todavía mas difíciles, aunque Nicolas Maduro anunció que en los próximos días tendremos el primer juego.

Aún no me acostumbro del todo a este béisbol en tiempos de crisis nacional. No me acostumbro al escaso público, sobre todo en las gradas, que por lo general están completamente vacías. No me acostumbro a un estadio demasiado silencioso. No me acostumbro tampoco a que casi no haya colas para entrar, para ir al baño o para tomar cerveza. Ni al consumo organizado en torno a los puntos de cuenta, acercados hasta el asiento del fanático, ni a ver a algunos otros que pagaban con un fajo de billetes (cuando el bolívar circulaba como moneda nacional), agarrados con una liguita, contándolos fastidiados y desesperados durante largo rato, luego de varias equivocaciones.

No me imagino como será en esta temporada, un beisbol dolarizado, ni quiero imaginarme como serán los precios actuales, ni a la manía de calcular en cuánto me salen los nueve innings, en comparación con la canasta básica o con el sueldo de un profesor universitario. No me acostumbro a no ver los borrachitos de siempre, dado que el dinero no da para excederse en materia de caña. No me acostumbro, así pues, a ver que muchos abandonan el lugar apenas oscurece, pues vivir en una de las ciudades más violentas impone precauciones ilimitadas. En fin, es éste, como digo, el béisbol a tono con los apuros y sinsabores que pasamos en las mas recientes temporadas, tono que también pareciera alcanzar a los propios peloteros.

Estos ultimos tiempos tan convulsos que nos han tocado, los venezolanos tratamos de refugiarnos en el beisbol para eludir al país desencuadernado y hostil en el que discurre nuestra existencia. Lo hacemos con la pretensión de guarecernos un rato, un rato que dura nueve innings, bien sea en el estadio o frente al televisor e, incluso, junto al radio. Nos cobijamos bajo esa extraña y sabrosa sensación de normalidad y certezas, muestra de que el país también tiene escenarios amables, libres de la desazón que domina la vida nuestra de cada día. Ejercemos, así pues, el derecho constitucional a la evasión (no me acuerdo en que articulo esta establecido), a sabiendas de que el exceso de realidad es nocivo para la salud, mucho más que el cigarro, la comida rápida o el sedentarismo.

Yo feligrés

Perdone, pues, que por enésima vez reitere por esta época en estas mismas páginas, que desde que tengo uso de razón beisbolística, hable de los Tiburones de la Guaira, equipo que he apoyado siempre, mediante adhesión que no necesitó de ninguna razón para ser, ni para transformarse, luego, en fidelidad vitalicia y a ultranza, sin condiciones que la sometan, se gane o se pierda, jugando bien o mal, con errores o sin ellos, bateando mucho o poco, sin importar, siquiera, que, en los últimos tiempos, el equipo parezca instalado en la derrota. Es la devoción en la alegría, en la angustia, el suspenso, la desesperación, el temor, el miedo, la zozobra, la tristeza, en la rabia de cada partido.

A los Tiburones les debo mucho de lo mas grato de mi vida. Les debo la ocasión para el entretenimiento y la diversión. El motivo para una fe. El arraigo a una causa. El argumento de un sectarismo “light”. La razón basada en un fanatismo inocuo. El asidero para una ilusión anual. La vuelta a la infancia durante nueve innings. La renovación de la esperanza cada octubre. El resguardo de mi sentimentalidad. La identificación con una historia. La solidaridad con una fanaticada anónima, digna, entrañable e imprescindible.

Así las cosas, en las próximas semanas espero estar sentado en el universitario, el bar más grande de Caracas, como lo describiera el Maestro Cabrujas, quien aún con sus dudas y traspiés (siempre se los perdonamos) fue también fanático escualo. Aspiro, desde luego, a que el bar cuente con todas las medidas de precaución que exige la pandemia que nos azota, similares a las que sean adoptado en otros países y en otros deportes.

Prometo, no obstante, echar de vez en cuando una miradita mas allá del juego para ver qué pasa en el otro país, pidiéndole al cielo que pronto los venezolanos tengamos una sociedad mas tranquila, armoniosa, amable. Menos épica, mas normalita, pues, incluso con algunas certezas, como, por ejemplo, saber cuándo será la tradicional temporada de beisbol.

Concluyo, en síntesis, que como feligrés que soy de los Tiburones de la Guaira, les debo parte de la memoria de mi mismo. Pero, por encima de todo, la salvación del horrible dilema de tener que ser caraquista o magallanero.

El Nacional, miércoles 4 de noviembre de 2020

Garrincha

Ignacio Avalos Gutiérrez

A veces dan ganas de hablar de otras cosas. Abrir un paréntesis para interrumpir la crisis venezolana que nos agobia de manera grave en todos los espacios de la vida y, lo peor, parece empeñada en achicarnos la esperanza. Es bueno el regatear el conflicto que nos ha tocado vivir, lo dicen los psicólogos y también, a su manera, el sentido común. Eludirlo a ratos, cuando se hace irrespirable.

Para hoy tenía una agenda larga de posibles temas, los que habitualmente que formatean el país tan poco amable en el que hoy vivimos. Asuntos todos de origen político, de los que se encargan lideres en su mayoría incompetentes, que se guardan en el bolsillo sus propios intereses, y piensan poco en la suerte de nosotros, la gente de a pie.

Decidí, pues, escondérmele a la pandemia y dedicarle estas líneas a un gran jugador de futbol que dentro de pocos días conmemora un nuevo aniversario de su nacimiento. Unas notas que encontré, escritas cuando la mayoría de los lectores seguramente no habían nacido, y que se refieren a la vida del jugador más espectacular que yo he visto (cuantos habré visto), en mi larga vida de futbolero. Reescribiéndolas espero darme un respirito y espero que a ustedes también.

Borracho, parrandero y jugador

Fue un hombre pequeño, descendiente de antepasados africanos e indígenas, de piernas torcidas y cómicas, una seis centímetros más larga que la otra y eso que se las operaron de niño, haciendo inevitable la pregunta de quien habría sido el cirujano que logro el milagro que después llego a ser. Por si fuera poco, le dio poliomelitis y quedo con la columna vertebral torcida. Y, para redondear el cuadro, apenas pudo ir a la escuela, apenitas sabia leer y escribir, y se hizo adicto al cigarro a partir de los diez años de edad.

De poca estatura, como dije, pero fuerte y compacto, de permanente mirada de azoro y de muy poco hablar, fue uno de los mejores futbolistas que ha habido, casi sin duda el más espectacular. Según la manía de los apodos, en vez de llamarse Manuel Dos Santos, como rezaba en su partida de bautizo, tomó la identidad de Garrincha, un pajarito del nordeste del Brasil. Borracho, parrandero y jugador, como Juan Charrasqueado, el de la ranchera mexicana mas conocida de Jorge Negrete, fue estrella a finales de la década de los cincuenta y hasta mediados de la siguiente y, para que su historia quedase redonda y completa, tanto en su gloria como en su tragedia, murió pobre y olvidado, muy tempranito, a los 48 años. Según los médicos falleció porque el cuerpo se le anarquizo, resultado de su alcoholismo crónico. Días antes de morir, un Garrincha admitió emocionado: "Me convertí en un símbolo de lo que no se debe ser en la vida".

Ya muerto, se le hizo justicia: el velatorio se realizó nada manos que en el estadio Maracaná, repleto como en los grandes partidos, y su ataúd fue cubierto con una bandera de su club de siempre, el Botafogo.

Formo parte de la selección de su país en los mundiales del 58 y del 66, siendo Brasil campeón en ambas ocasiones. Cuentan los que lo vieron en la cancha, hay algunos películas y videos prehistóricos que lo atestiguan por si acaso, que fue travieso y divertido, infinitamente hábil con el balón, de gambeta indescifrable, nunca nadie sabía que iba a hacer con la pelota, muchos creen que ni él tampoco. Fue emblema de un fútbol vistoso, casi de circo, que últimamente es artículo más bien escaso en los anaqueles del balompié actual. Y cosas de la vida, el psicólogo del seleccionado brasileño, el profesor Joao de Carvalahaes, consideraba que Garrincha era "un débil mental no apto para desenvolverse en un juego colectivo". A veces hay que cuidarse de lo que dice la ciencia, ¡uf¡

"Señor, ¿pero los rusos no juegan?"

A propósito de esta versión de Garrincha vale la pena referir una historia muy reveladora de su personalidad. Durante el Campeonato Mundial de 1958, celebrado en Suecia, Vicente Feola, entrenador de la selección brasileña, reunió al equipo horas antes de un partido decisivo contra la Unión Soviética, en el que si no recuerdo mal se disputaba la semi final, y durante largo rato explicó lo que había que hacer para derrotar al contrario.

Queda fácil imaginar al Gordo Feola desplegando sobre una modesta pizarra, tiza en mano. los planes del partido, tal como él lo anticipaba, pensándose a sí mismo, como el general que ordena sus tropas y las manda al asalto de posiciones enemigas, trazando la estrategia del movimiento de sus hombres, como si le diera su guión a cada quien. El asunto rezaba más o menos así, de acuerdo a como lo describia un periódico brasileño : “Gilmar saca de portería y se la pasa a Nilton Santos o a , Bellini, éste la lleva hasta el mediocampo y se la entrega a Zagallo, quien debe pasarla a Didí o a Vavá y se la triangula a Zozimo, quien se la pasa a Garrincha, y Garrincha la envia al área soviética para que la Pelé cabecee y la meta en el arco …

Terminando la charla que los hacía obviamente victoriosos, Feola preguntó si alguien tenía algo que comentar, si requería alguna aclaración sobre lo expuesto. Garrincha, que usualmente no hablaba en estas reuniones, tomó de primero la palabra y dijo:

Todo esto me parece del carajo, Feola, pero “¿los rusos no juegan?”

Si resucitara, muchos se preguntan qué habría dicho Garrincha, al ver a algunas de las selecciones ultimas de su país, fabricadas por jugadores tan atléticos, ninguno gambeto como él, pero incapaces de una sutileza o de un adorno y limitándose a tratar de seguir el libreto del entrenador de turno, últimamente prescribiendo indicaciones ultraconservadoras y fundamentadas en algoritmos. Sin duda se habría sentido abochornado. Alguien, me parece, debería ir al cielo para pedirle perdón en nombre del “jogo bonito” que, en el equipo brasileño, alguna vez fue. Como diría Mafalda, hay partidos que no se juegan, sino que se perpetran.

Breve digresión política

Si se me permite un paréntesis político, esta pregunta de Garrincha nos vienen muy bien en estos tiempos venezolanos en los que nos ha ganado la convicción de que la realidad es tan maleable como la plastilina. Que las historias no pesan, que las rutinas y los hábitos no gravitan y el tejido social no opone resistencias. Como si en la política no hubiera adversarios, aunque aquí, los rusos si juegan.

Es el voluntarismo político que no imagina obstáculos que se atraviesen en la consecución de los objetivos. En fin, se suele ignorar a los rusos, es decir, al equipo contrario, como lo advirtió, en su momento, Garrincha. Este punto ciego en la mirada al contexto, pesa mucho en el país, sobretodo entre los sectores de la oposición.

El Nacional, 20 de octubre de 2020

Bloqueo contra Bloqueo

Ignacio Avalos Gutiérrez

Por falta de sorpresas en Venezuela no nos podemos quejar. La última es la recientemente aprobada Ley Antibloqueo y la Garantía de los Derechos Humanos, aprobada por la Asamblea Nacional Constituyente (institución nombrada ilegalmente, favor no olvidarlo), y bajo el reclamo, por cierto, de algunos diputados que ni siquiera fueron enterados de la iniciativa que suscribió Nicolás Maduro. Se dice, además -cosa que nadie puede asegurar en estos tiempos de “verdades alternativas”- que fueron apenas tres o cuatro diputados los que intervinieron en la discusión del proyecto.

Comienzo por aclarar, con el fin de evitar malos entendidos, que soy absolutamente contrario a las sanciones como instrumento político, convicción de la que he dejado constancia escrita en diversos artículos anteriores, publicados en El Nacional.

La Ley Antibloqueo

Visto desde el punto de vista del Estado de Derecho, el proyecto de Ley Antibloqueo es un despropósito, según lo han calificado algunos especialistas, debido, entre otros motivos, a que establece como su eje central que toda ley puede ser desconocida. Así las cosas, el jefe de gobierno tiene poderes para “desaplicar” el ordenamiento jurídico, tarea que incluye suspender las normas jurídicas, incluso aquellas que tienen un carácter constitucional. Hasta donde se ha podido saber, con esta Ley se pretende despejar el terreno, incluidas leyes orgánicas y hasta legislaciones específicas sobre ciertas materias, abarcando la posibilidad de tomar medidas contrarias o negadoras de la Constitución y del marco legal vigente. Esa “desaplicación”, serviría, sobre todo, según se argumenta, para reconstruir el funcionamiento de la economía, esa economía que se ha venido al suelo a lo largo de la gestión del propio gobierno y que ahora, dicho sea de paso, se piensa en medidas “neoliberales”, conforme las han llamado ciertos sectores del propio chavismo, colocando como ejemplo de ello la suspensión del control de cambio y del control de precios.

Además de lo anterior me interesa poner de relieve la gravedad que representa la capacidad de desaplicar en secreto, la totalidad del ordenamiento jurídico. Significa concederle al Ejecutivo Nacional la posibilidad de anular la vigencia de cualquier norma cuando lo estime necesario y, por si fuera poco, hacerlo de espaldas a los ciudadanos, no importa cuán importante sea para sus vidas y la de sus familias. Así las cosas, cualquier acto de difusión de las medidas podría ser sancionado legalmente.

Conforme a lo que piensan diversos especialistas, mediante ese instrumento se podrán entregar las riquezas venezolanas a China, a Rusia y a Irán por citar los ejemplos que primero me vienen a la cabeza, lo cual incluye zonas enteras del territorio, ejecutado de forma inconsulta, en negociaciones secretas, opacas y corruptas.

En el chavismo también se cuecen habas

La Asamblea Nacional Constituyente (ANC) aprobó de mala manera la ley mencionada. No asistieron todos los parlamentarios, algunos de ellos ni siquiera conocían la iniciativa y solo tres o cuatro abogados, dicen las mala lenguas, fueron los que intervinieron en el diseño del proyecto, el cual puede entenderse que equivale a la entrega de la soberanía nacional a cambio del levantamiento de las sanciones.

Como cabe esperar la medida tomada por Maduro, provocó desavenencias serias dentro del chavismo al resucitar un debate ideológico, tal y como lo expresa el profesor Nicmer Evans. Después de haber pasado 21 años del desmantelamiento de la industria privada, las autoridades gubernamentales se convencen, por solo citar un caso, de que las expropiaciones de Chávez fueron un error que hay que enmendar estableciendo las condicione en las que se podrían devolver las empresas a sus propietarios. En materia muy diferente a la anterior, la ley podría autorizar, por ejemplo, que se desaplicara al narcotráfico como delito, considerándose su legalización como una forma de generar ingresos más allá del bloqueo.

Pareciera tener razón el dirigente del PSUV, Telémaco Figueroa, representante del Estado Sucre, cuando señaló que “no hay ninguna justificación por parte del bloqueo para que lo que hagas en lucha contra ese bloqueo sea entregar el Estado a otros países.”. Por otra parte, el Partido Comunista de Venezuela no ha deja de mostrar su desacuerdo con la mayoría de las disposiciones y el sentido final de la ley.

El Estado del Disimulo

Me acuerdo a propósito de todo esto del célebre ensayo de Cabrujas, publicado hace al menos dos décadas y media, en el que calificaba al nuestro como “El Estado del Disimulo”. Decía en una memorable entrevista que le hicieron, que entre nosotros El concepto de Estado es simplemente un «truco legal» que justifica formalmente apetencias, arbitrariedades y demás formas del «me da la gana». Estado es lo que yo, como caudillo, como simple hombre de poder, determino que sea Estado. Ley es lo que yo determino que es Ley”. En palabras menos brillantes, yo diría que por tiempos nuestro Estado se desempeña en formato “caimanera”, evento deportivo que tiene lugar con reglas cambiantes de acuerdo a las circunstancias, un árbitro parcial, en terreno irregular lleno de huecos, en fin …

Cuando entenderemos los venezolanos -me preguntaba con el Profesor Victor Rago, de la UCV, con quien conversé varias de las ideas aquí expuestas - que nuestra crisis económica, y en general la que nos agobia en todos los ámbitos dentro de los que se desenvuelve nuestra vida colectiva, se resuelve en el terreno político. Las elecciones del próximo 6 de diciembre podrían abrir un horizonte que nos saque de esta calle ciega en la que estamos metidos.

Ojalá puedan serlo. Como he señalado en otras ocasiones, citando a Daniel Innerarty, el optimismo no es una opción, es una obligación.

El Nacional, 13 octubre 2020