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Ignacio Avalos Gutiérrez

El 1° de Mayo pensé en los robots

Ignacio Avalos Gutiérrez

El Día Internacional del Trabajador se celebra en homenaje al grupo de sindicalistas anarquistas, los "mártires de Chicago", que fueron ejecutados en 1886 por encabezar un reclamo exigiendo la reducción de la jornada laboral a 8 horas, cuando lo normal en ese entonces era trabajar entre 12 y 16 horas.

En Venezuela la conmemoración transcurrió entre discursos oficiales hiperbólicos, un aumento irrisorio del salario mínimo y con algunas protestas frente a una situación que no es menester describir, pues todos los venezolanos la viven. En efecto, nadie ignora que la nuestra es una economía “capitalista de bodegones” (no sé si exista tal concepto entre los académicos), que funciona gracias a las importaciones, que ha acentuado exponencialmente la desigualdad social y cuya moneda de curso legal es el dólar (¡¡). Estas breves líneas las redacto con el único objetivo de reiterar una realidad que no es bueno que se nos vuelva paisaje.

Así las cosas, este primero de mayo preferí reflexionar sobre el Robot, tema que, siendo distinto, es evidente que viene al caso en esta oportunidad

Mano de obra digital

“Ganarás el pan con el sudor de tu frente”, es una frase con la que, según cuentan, se inició la historia de nuestra especie. Expresado de manera muy gruesa, la evolución humana ha estado en buena medida determinada por el propósito de “aliviar la carga” que supone la necesidad de trabajar y, a la vez, por el rechazo de los artefactos y máquinas que, si bien la volvían menos pesada, elevaban, al menos temporalmente, las tasas de desempleo.

En términos generales los diccionarios indican que un Robot es una máquina automática programable capaz de realizar determinadas operaciones de manera autónoma y sustituir a los seres humanos en algunas tareas, en especial las pesadas, repetitivas o peligrosas y puede estar dotada de sensores, que le permiten adaptarse a nuevas situaciones.

Se deduce, por tanto, que la robotización cambia la naturaleza del trabajo, así como las reglas que pautan el mercado laboral, estableciendo la necesidad del desarrollo de nuevos conocimientos y habilidades mediante modificaciones a fondo en el sistema educativo, que, por cierto, adicionalmente deben incluir una preparación en función de la reinterpretación del ocio.

En este sentido cabe recordar que hace casi dos siglos Keynes pronosticó que la jornada laboral no se extendería más allá de las 15 horas semanales a partir del año 2030. Hoy en día Suecia la ha reducido a 6 horas y en otros países ocurre también, a su manera, una disminución de la jornada laboral, en buena parte consecuencia de la robotización. En suma, el uso del tiempo libre pasa a ser un asunto nada menor en la sociedad actual.

Sobre la mesa se encuentra, entonces, una discusión que se desenvuelve dentro del contexto de una sociedad que acelera su proceso de digitalización. Se colocan allí temas tales como la creación de puestos de trabajo que no están cubiertos por la legislación laboral existente (que podría implicar una nueva versión de la informalidad); la caracterización del vínculo entre humanos y robots (que trabajen juntos en vez de convertirse en meros sustitutos del otro); el respeto de los derechos sociales y laborales; el peligro de la vigilancia “altamente intrusiva” sobre los trabajadores, en fin.

A todo lo anterior se suma, desde luego, la cuestión del desempleo, puesta de manifiesto en numerosos estudios que, más allá de no coincidir exactamente en las cifras, determinan que el impacto será enorme, variando de país a país. Los cambios tecnológicos ocurren dentro del marco de un proceso de “destrucción creativa”, concepto popularizado en la primera mitad del siglo pasado por el intelectual austríaco Joseph Shumpeter con el objeto de retratar, a partir de ellos, la confrontación entre lo nuevo y lo viejo, advirtiendo que las transformaciones, a la vez que asoman espacios distintos y oportunidades inéditas, provocan reacomodos y desacomodos significativos en cada sociedad, cuyos beneficios y pérdidas se reparten de manera asimétrica entre los diferentes países, sectores y grupos sociales.

La Roboética

Desde hace cierto tiempo, en diversos organismos internacionales, gobiernos, universidades, etcétera, se vienen adelantando iniciativas orientadas por el propósito de elaborar un marco ético referente al “diseño, producción y uso de los robots”. No se habla de una ética para las máquinas, visto que se estima que los robots no tienen valores ni consciencia, más allá de lo que se les programa.

Sin embargo, con respecto a esta última consideración, algunos científicos advierten que el problema radica en no disponer todavía de algoritmos capaces de introducir en la máquina esos valores, tarea que ya figura en el cronograma de los investigadores y seguramente también en la agenda de los miran las cosas desde el ángulo de la ética.

Iremos viendo, entonces, según cuál diseño continuará desplegándose la robotización.

El Nacional, miércoles 5 de mayo de 2021

Lo leo desde niño

Ignacio Avalos Gutiérrez

Han pasado unos cuantos años desde que Sergio Dahbar me ofreció la oportunidad de ser columnista en El Nacional. Siempre he escrito, antes en papel y ahora en modo digital, conforme al criterio que personalmente tengo sobre el asunto que he decido abordar.

No quiero desaprovechar estas líneas para mostrar mi solidaridad con el periódico y mi protesta ante la última sentencia emitida por las autoridades judiciales, en respuesta a la demanda planteada por un alto personero del oficialismo, demostración palmaria de que en Venezuela el Estado de Derecho semeja cada vez más un elenco de reglas diseñado y aplicado según la conveniencia de los que ejercen el poder.

Si se me permite un toque personal diré que El Nacional es un periódico que he leído regularmente desde los nueve o diez años de edad, al principio sólo en su sección deportiva, énfasis fútbol y un poco más tarde béisbol. Pero luego de cierto tiempo lo empecé a revisar completo y descubrí de a poquito que, como alguna vez dijo Thomas Mann, el responsable de esa obra maravillosa que es la Montaña Mágica, “… en nuestro tiempo el destino del hombre muestra sus significados en términos políticos…”. En sus páginas he ido encontrando, así pues, informaciones y opiniones que, compartidas o no, me han ayudado a descifrar el país que somos, en el que vivo, tarea esencial, sobre todo en estos últimos tiempos en los que se ha pretendido apretujarlo en un relato político simple y maniqueo, construido bajo el esquema del pensamiento sectario, que sataniza la discrepancia e ignora la realidad.

II

La mencionada decisión judicial debe entenderse como una acción más, dirigida a lesionar el tejido democrático y fortalecer el autoritarismo mediante un modelo político sustentado, en buena medida, en el control y censura de los medios de comunicación impresos, a la par que incrementa su dominio interviniendo los medios digitales. De paso, no se sabe a ciencia cierta cuál es el contenido del Proyecto de Ley sobre el Ciberespacio, pero en el actual contexto y viendo apenas por encimita las cosas, resulta prudente ejercer el derecho a la sospecha. El gobierno seguirá en su afán de ignorar y falsear la realidad, escondiéndola tras una épica mustia que se conforma con reiterar que todas las cosas son pensadas en beneficio de “nuestro pueblo” y en su defensa ante las “amenazas imperiales”, señalando, incluso, que vamos bien encaminados hacia la construcción de la Venezuela Potencia, pues para esos sirven las palabras, no importa si hay o no ladrillos.

El país continúa en su proceso de deterioro casi exponencial, sin exceptuar ninguno de sus espacios y permeado por la violencia en varios formatos, sin duda el problema más agobiante en la vida de sus habitantes. Cierto, nuestra sociedad ha incorporado el miedo a sus haberes de cada día, corriendo el riesgo de perder la capacidad de asombro y de indignación. El miedo es una fábrica para producir ciudadanos desconfiados, es la conmoción resultante de una evidente debilidad institucional, que sirve como pretexto para desempolvar la ley de la selva, la del sálvese quien ´pueda.

III.

En suma, la nuestra es una sociedad desacomodada, precaria en muchos sentidos, producto de una crisis política que pareciera eternizarse. Nuestra dirigencia no ha tenido ojos para ver ni oídos para escuchar cómo, en el subsuelo de la vida nacional, viene cobrando forma una gran queja colectiva que pareciera registrarse sólo en las encuestas y que, por ahora, es un reclamo envuelto en la indiferencia, copado por el día a día, en donde la tarea por la mera subsistencia no deja ver ni siquiera un poquito más allá.

Nuestra elite se encuentra distraída en su lucha por el poder. Que vaina, ¿no?

EL Nacional, jueves 29 de mayo 2021

Vistos desde la nube

Ignacio Avalos Gutiérrez

Al Observatorio de los Derechos Humanos de la ULA

Los hechos han ido mostrando como la utopía digital, bordada de esperanzas cuando apareció la internet, ha ido mostrando su cara distópica y poniendo sobre la mesa planetaria un asunto cuya relevancia es difícil de exagerar.

Se desarma la democracia

Distintos organismos internacionales han constatado que el Coronavirus ha infectado también a la democracia, exacerbando tendencias que ya venían de antes. Los índices de autoritarismo se han elevado de manera notable, al punto que pareciera que la democracia ha sido colocada entre paréntesis en algunas naciones, a la par que se ha reforzado el autoritarismo ya existente en otras. La revolución digital (inteligencia artificial, los algoritmos, la robótica, los datos…) reconfigura progresivamente el poder político, expresado en populismos de izquierda y de derecha, despachando la intermediación institucional, propio del sistema democrático y sustituyendo la condición ciudadana por lo que se ha definido como el “dataísmo”.

Nos acercamos a una sociedad trenzada en torno a la vigilancia, en nombre del orden y la seguridad. Lo anterior, de acuerdo a lo expresado recientemente por el filósofo Daniel Inneraity “… aparece como una posible pérdida masiva del control sobre nosotros mismos y una transferencia de nuestro auto gobierno hacia unos algoritmos opacos, unas máquinas irresponsables y una destrucción de nuestro ya precario contrato social.”

Reformular los derechos humanos

En la nube, como se identifica a ese amontonamiento de silicio, cables y metales, es donde se atesoran los millones de datos que permiten observar la vida de los terrícolas, sin la autorización de éstos, por cierto. Desde allí resulta factible auscultar lo que es cada quien, mediante informaciones que antes solo eran accesibles a los propios individuos y que ahora se encuentran a la mano de observadores externos (gobiernos, empresas), que los recogen y clasifican, empleándolos para manipular y predecir la conducta humana.

Por otro lado, la mentira, que, de acuerdo a los historiadores, fue inventada desde los tiempos de Adán y Eva, se ha sofisticado gracias a las innovaciones digitales, abriéndole el paso a la era de la post verdad, en la que se versiona la realidad a fin de que no se parezca a ella misma, dañando seriamente la textura de la democracia, y probando que no hay medio más eficaz de ejercer el poder que contando con la facultad para establecer lo que es cierto. Así, se erosiona la privacidad y se constriñe peligrosamente el libre albedrío.

Emerge, entonces, la necesidad de repensar los derechos humanos, ajustándolos a las nuevas condiciones, que incluyen, cabe mencionarlo, aunque sea de pasada, las perspectivas que afloran desde la evolución del conocimiento sobre el cerebro y de los mecanismos para intervenirlo, colocando en el tapete la defensa de los neuro derechos.

Las elecciones según Xi Jinping

Se dice, pues, que la democracia regida por las matemáticas es más representativa que la tradicional democracia representativa. Que las elecciones no tienen mayor sentido, tal como expresó el Primer Ministro chino, alegando que la opinión ciudadana puede expresarse diariamente y ser procesada desde el poder político, planteando así un debate imprescindible con muchas interrogantes, respecto a las que ya empiezan a aparecer algunas respuestas.

El proceso de transformación descrito en estas cortas líneas está siendo instrumentalizado por empresas y gobiernos. Desde las ciencias sociales y humanas se interroga si bajo la promesa de hacernos la vida más fácil, se está cambiando lo que denota al ser humano. En este sentido, se advierte la posibilidad de “…modificar nuestra conducta a tal punto de cambiar nuestra concepción de la persona. Las criaturas que habitan el planeta se volverían cada vez menos como nosotros”, apreciación que ha generado una discusión que se da en variados ámbitos.

En suma, hay que darle otro rumbo a la revolución tecnológica. La buena noticia es que cada vez hay más conciencia de ello y son más numerosas las iniciativas que marchan en esa dirección.

No esta de más señalar, por último, que todo lo anterior nos concierne a los venezolanos. Hasta nuestro país llegan también los vientos que soplan por otros lados y hay evidencia de ello. Creo que tenemos el derecho a preocuparnos y la obligación de ocuparnos

HARINA DE OTRO COSTAL

El Ejecutivo presento a la Asamblea Nacional un paquete de leyes para su aprobación, en donde figura un proyecto de Ley Orgánica sobre los Derechos de la Madre Tierra. Cabe deducir, a partir del título, que se trata de una iniciativa de corte ecológico, que dispone medidas relativas al cambio climático, al respeto de la biodiversidad, en fin. Si fuera así, resulta complicado imaginar cómo se aplicará con respecto al Arco Minero, por sólo citar un ejemplo.

El Nacional, 15 abril 2021

La crisis en la pequeña historia de cada quien

Ignacio Avalos Gutiérrez

Tenemos un gobierno que no tiene mucho que ofrecer, cuya única idea es gobernar para seguir gobernando, haciéndose para ello, de una institucionalidad diseñada a la medida, vale decir, sin rayas amarillas o semáforos que lo limiten. Y que depositó el Socialismo del Siglo XXI en la caja donde reposan las cosas viejas, refugiándose en la épica revolucionaria, contaminando el lenguaje a fin de que las palabras signifiquen su contrario. Entre tanto, la realidad deja ver en ciertos ejemplos, como se dolariza la economía, se explota - a lo capitalista salvaje - el Arco Minero y emergen los denominados bodegones, exclusivos comercios en donde se vende una gran variedad de productos importados, asequibles sólo para una minoría, pues si bien los bolívares tienen cada vez más ceros, valen cada vez menos.

En el marco de lo anterior, hay un Estado casi ficticio, inerme frente a todos los serios problemas que encara el país, pero que refuerza su autoritarismo mediante la vigilancia, la censura, el asistencialismo y la manipulación política, medios que, en opinión del filósofo Avishai (autor del libro La Sociedad Decente), traen consigo la humillación de las personas y lesionan el respeto que los ciudadanos se tienen así mismos.

Por otro lado, y a pesar de ciertas iniciativas muy importantes provenientes de algunos sectores, la oposición sigue sin puntería, ocupa gran parte de su tiempo en discrepar internamente, se fracciona y, sobre todo, carece de un mensaje capaz de interpretar la angustia de una población, cuya preocupación central es cómo enfrentar el día a día.

La gente no tiene quien le escriba

La difícil situación del país tiene un origen político, escrito en lenguaje de polarización, estructurado en torno a la negación del otro, lo que significa el olvido de la Política, entendida, según lo ha expresado Perogrullo en alguno de sus libros, como la forma de llegar a los consensos básicos y de zanjar pacíficamente los conflictos, aun manteniendo las diferencias. No existe, añade el mencionado autor, otro medio para hacer posible la convivencia y darle otro cauce al país, buscando hacerlo más próspero, más predecible, más seguro, más inclusivo, más estable, en suma, más democrático. Tampoco hay otra vía para plantarle cara a un nuevo ciclo histórico, marcado por la avalancha de cambios tecnológicos que discurren a lo largo del planeta, envueltos en oportunidades, desafíos e incertidumbres que nos conciernen a todos.

Más allá del discurso oficial y de la retórica que lo teje, es constante el deterioro del país, registrado en cifras que espeluznan y se agravan a ojos vista, dibujando un escenario inaguantable para todos, con ribetes dramáticos para los grupos más pobres, esto es la mayoría de la población, cuya cotidianidad ocurre en clave sobrevivencia, dicho sea esto sin pizca de exageración. Veamos: falta de comida y medicinas, inflación, pésimos servicios públicos, precariedad del aparato productivo, corrupción, deterioro del sistema educativo en todos los niveles, (desde el kínder hasta la universidad), violencia en varios formatos y paremos de contar, síntomas, todos, de una crisis general que rotula la pequeña historia de cada quien.

Pareciera, entonces, que en la agenda del liderazgo apenas figura la disputa por el poder. No son muchos (hay excepciones, desde luego), los que se empinan sobre sus talones a fin de calibrar el trance por el que pasa este país convulsionado, metáfora de un callejón sin salida, y si no que lo digan los más jóvenes.

En fin, como podría haber dicho el coronel Buendía, el venezolano de a pie no tiene quien le escriba.

El Nacional, jueves 31 de marzo de 2021

La ciencia entra en la cancha

Ignacio Avalos Gutiérrez

La nuestra es una época definida, en buena medida, por radicales transformaciones tecnológicas, fundamentadas en la vinculación entre lo físico, lo biológico y lo digital. Palabras como la ingeniería genética, el Big Data y la robótica, la neurociencia, la nanotecnología y otras se suman a una larga lista de términos, imprescindible para describir el impacto que causa en todos los escenarios sociales, incluyendo, desde luego, el deportivo.

La Sociedad Deportivizada.

El deporte es un fenómeno colectivo —religión universal, según no poca gente, y me incluyo— cuya trascendencia tiene pocos equivalentes hoy en día, tan es así que se habla de la Sociedad Deportivizada.

Haciendo un poco de historia podría decirse que, originalmente, el deporte fue una práctica elitista de naturaleza “amateur”, basada en un compendio de valores morales (temperamento, fuerza de voluntad, disciplina, respeto a las reglas…), recogidos en la célebre frase del Barón Pierre de Coubertain, aquella de que “lo importante no es ganar, sino competir”, una definición que con el pasar de los años se ha diluido hasta casi desaparecer.

En efecto, al paso en que la sociedad inglesa fue integrando en su cultura conceptos y prácticas surgidas de su ruta hacia la industrialización, varios de esos rasgos fueron impregnando la práctica deportiva, orientándola progresivamente hacia el logro de una eficacia susceptible de probarse estadísticamente (colocó sobre el tapete la caza de los récords), tal como sucedía en el área de la manufactura. Y, si bien es cierto que ha mantenido su formato básico, el mismo ha ido modificando gran parte de su sentido original, disminuyendo su talante lúdico y convirtiéndose en una actividad tejida en torno a la competencia, el negocio y el espectáculo. Como leí en alguna parte, se ha pasado de la noción del “cuerpo sano”, en torno a la que se vertebraba, a la del “cuerpo rendidor”.

El consumo de innovaciones

No resulta muy cuesta arriba imaginar, entonces, que el deporte también haya sido tocado por la varita tecnológica, a veces mágica, a veces tramposa. En el presente no hay disciplina que escape de su poderosa influencia, amoldándose, claro, a sus particularidades, es decir, tomando en cuenta si se practica de manera individual (boxeo, esgrima) o en equipo ( fútbol, volibol), si en su práctica priva la resistencia y la fuerza (ciclismo, natación, atletismo) sobre la habilidad (esgrima, tenis de mesa), si es una mezcla de ambas cosas (fútbol, béisbol, gimnasia) o si concierne a actividades en donde lo preponderante es la manifestación estética (nado sincronizado).

Las innovaciones impactan, conforme a la modalidad de cada disciplina, los implementos utilizados (jabalina, raquetas de tenis, pértigas balones…), el entrenamiento, la vestimenta (calzado, camisetas…), la nutrición y la salud del atleta, el arbitraje, el mejoramiento de estadios (incluyendo medidas de seguridad casi orwellianas), las estrategias para competir. En resumen, en todos sus aspectos, como se verá a continuación.

La inteligencia artificial y el big data se han vuelto elementos casi obligatorios, visto que dan base para preparar y monitorear las competencias, observar el rendimiento de los atletas calculando parámetros fisiológicos, bioquímicos, biomecánicos, radiografiar a los rivales o calibrar la contratación de un jugador, entre otras muchas cosas, convirtiendo al deporte en una actividad en alto grado predictiva.

Otro ejemplo es el dopaje, un dato infaltable en la historia del deporte. En su significado habitual se entendía como el consumo de sustancias que elevan el rendimiento del atleta, violando los límites fijados en los reglamentos. Pero actualmente se ha extendido el uso del término y se habla, entonces, por extensión, de “dopaje tecnológico”, entendiéndose como el uso de ciertos dispositivos tecnológicos incorporados a bicicletas, raquetas, zapatos, etcétera, con respecto a los cuales las prohibiciones no se encuentran tan claras, a pesar de que pueden generar disparidad en la competencia.

Por otro lado, los avances en el área de la genética llevan ya un buen rato tocando las puertas de la actividad deportiva, tan es así que desde los Juegos Olímpicos de Beijing (2008) las autoridades han establecido controles para tratar de evitarlo. La Agencia Mundial de Dopaje (AMA) entiende por dopaje genético “la introducción no terapéutica y consiguiente expresión de un transgén o la modulación de la actividad de un gen existente para lograr una ventaja fisiológica adicional en el deporte. Los que se han ocupado de estudiarlo, identifican dos situaciones, cuyos límites son complicados de precisar: la de la terapia genética, referida a su empleo con propósitos curativos y la de mejora genética mediante, que apunta hacia el incremento de las capacidades del cuerpo, por encima del nivel característico de la especie humana. (1)

Por otra parte, cabe reseñar los implantes de elementos orgánicos y dispositivos mecánicos, electrónicos o robóticos, concebidos con el fin de recuperar las capacidades físicas de las personas discapacitadas, pero que pueden adoptarse orientándolos al mejoramiento de su nivel físico, al punto de que puedan llegar a equipararse con los deportistas “normales”.

En este sentido vale la pena recordar a Oscar Pistorius, famoso atleta a quien los médicos tuvieron que amputar las dos piernas cuando aún era un bebé, lo que no fue óbice para que a partir de 2004, a los 18 años, se hiciera figura destacada en los Juegos Paralímpicos celebrados en Atenas y a partir de allí continuara sumando triunfos y marcas, sobre todo en la carrera de 400 metros planos. En el año 2008 se le negó su participación en las mencionadas olimpiadas de Beijing, considerándolo un ser híbrido que combinaba elementos de carne y hueso con máquinas y aditamentos electrónicos. Tras examinar su caso múltiples veces, y arrojando en cada ocasión conclusiones distintas en cuanto a si las prótesis le daban o no ventaja sobre sus rivales “normales”, finalmente fue autorizado para participar en los juegos celebradas en Londres (2012), llegando a semifinales en la carrera de 400 metros y convirtiéndose en el primer atleta discapacitado en competir contra deportistas no paraolímpicos. Sin embargo, su caso fue otra vez revisado y las nuevas investigaciones determinaron que no podría competir en el siguiente evento, que tendría lugar en Brasil (2016), puesto que sus prótesis significaban una clara diferencia frente a sus rivales. Sin embargo, se produjo un nuevo dictamen autorizándolo a participar en la siguiente competencia olímpica, lo que no pudo hacer dado que para entonces se encontraba preso, acusado de haber matado a su novia. Ciertamente, este caso, digno de una telenovela, pone al aire las restricciones que se presentan para comprender las cosas que están ocurriendo.

Finalmente cabe apuntar que desde las neurociencias se anuncian mejoras emocionales y cognitivas, gracias a importantes investigaciones sobre el funcionamiento del cerebro, haciendo posible el diseño de fármacos y varios dispositivos que optimizan el desempeño deportivo, como lo comprueban, por ejemplo, dos técnicas de estimulación cerebral, la estimulación magnética transcraneal y la estimulación transcraneal con corriente.

¿Compiten los laboratorios?

Nadie debe extrañarse, por tanto, que un estudio (2) enfocado a explorar los últimos Juegos Olímpicos, desde 1992 hasta 2016, deje ver que los resultados se correlacionan en buena medida con los esfuerzos realizados en el ámbito de la generación de conocimientos, calibrados por los indicadores usuales (nivel de la inversión, número de investigadores, de publicaciones científicas, de patentes …).

O sea, que obtienen más medallas los países que mejores indicadores exhiben, una correspondencia que, desde luego, requiere explorarse con más profundidad a fin de determinar en qué proporción las victorias deportivas se dilucidan cada vez más en los laboratorios y hasta qué punto continúa vigente el principio sagrado que debe gobernar la competencia, el de la “igualdad de condiciones”. Es razonable, por tanto, preguntarse si compiten los laboratorios. (3)

Visto todo lo anterior, se comprende por qué se ha suscitado un debate relativo al uso de este nuevo menú de innovaciones (incluidas, obvio, las vinculadas al dopaje), a fin de establecer normas que garanticen un “Fair Play tecnológico”. (4)

¿El Post Deporte?

En los últimos años se ha venido advirtiendo que se encuentra abierta la puerta para que los seres humanos puedan modificarse genéticamente (clonarse, convertirse en seres híbridos o interactuar con ordenadores y otros componentes dentro del propio organismo humano). Se describe, a partir de ello, una civilización calificada de transhumanista en la que los terrícolas no se encuentren limitados a la madre natura y puedan experimentar cualquier cambio físico dirigido a aumentar sus capacidades fisiológicas y mentales.

Ciertos análisis sobre el tema argumentan que se viene fraguando un porvenir mucho mejor para todos, otros que muestran que nos encontramos ante el peor peligro que acecha a la humanidad —un mundo diseñado para otra especie— y unos más que estiman que los enormes cambios pronosticados no son verosímiles caen, debiera entender uno, dentro del perímetro de la ciencia ficción.

Nos encontramos, así, ante un futuro que, dependiendo de cómo se mire, puede parecer esperanzador, terrorífico o absurdo. Un futuro que nos agarra fuera de base en lo que se refiere a la disponibilidad de los esquemas básicos para lidiar con él, esto es entenderlo y medirlo en sus efectos, así como manejarlo desde el punto de vista ético y, desde luego, jurídico.

Regresando a nuestro asunto, ¿habrá, pues, un Post Deporte?

Breve digresión sobre Venezuela (desde fuera de la cancha)

Resulta evidente la manera en que van cambiando su dirección los vientos que soplan hoy por hoy. Preocupa, entonces, pensar a Venezuela como una calle ciega, tal el tamaño y las dimensiones de la crisis que la estremece y que comprensiblemente también permea la situación en que se encuentran sus capacidades en el ámbito de la Ciencia, la Tecnología y la Innovación

Un estudio reciente (5) muestra los factores que configuran un cuadro de precariedad resumiéndolo en la falta de visiones y planes a mediano y largo plazo, la ausencia del Estado con respecto al ámbito tecno científico, la formulación de políticas equivocadas y cambiantes, la inadecuación del sistema institucional, la baja inversión tanto pública como privada, las condiciones que presenta la infraestructura de investigación y desarrollo, el estado de las universidades públicas más importantes y la desactualización de los programas de estudio y la falta de una masa crítica de investigación, disminuida crecientemente por la diáspora de profesionales, cuya proporción ha alcanzado un tamaño preocupante, por decir lo menos. Expone, además, que en el sector productivo venezolano se ha generado un proceso de obsolescencia y de desaprendizaje tecnológicos, cuya gravedad resulta difícil de exagerar.

No hay más remedio que concluir que al país le está pasando por encima el Siglo XXI. Que se quedó anclado, a duras penas, en las aguas del anterior.

Notas

“El Deportistas tecnológicamente modificados ante los desafíos del Deporte” (2015) José Luis Pérez Triviño. Revista Biología y Derecho Numero Extra.

“Tecnociencia, Deporte y Sociedad. La variable tecnocientífica como eje del cambio en los Juegos Olímpicos” (2017). (Luis German Rodríguez, Iván de la Vega e Ignacio Avalos Gutiérrez). Disponible en internet.

¿Compiten los Laboratorios? (Luis German Rodríguez, Iván de la Vega e Ignacio Avalos Gutiérrez). Colombia Digital. Disponible en internet.

“Dopaje genético y la ética del deporte: entre Mejora y posthumanismo” (2011) José Luis Pérez Triviño. Revista Internacional de Ciencias del Deporte, Vol. 1 N º 1.

Estrategias para restaurar la capacidad de Investigación en Venezuela (2020) (Alexis Mercado, Ignacio Avalos Gutiérrez, Isabelle Sánchez-Rose, María Antonia Cervilla, María Sonsiré López y Hebe Vessuri. Global Development Network (GDN) e International Development Research Centre (IDRC).

20 de marzo 2021’

Papel Literario. El Nacional

https://www.elnacional.com/papel-literario/la-ciencia-entra-en-la-cancha/

“En este viaje me cansé mucho más que en otros. Los 84 no llegan solos”

Ignacio Avalos Gutiérrez

Dio una muestra más de que va leyendo bien los “signos de los tiempos”. Los años no le han pasado por encima, los ha sabido driblar, al fin y al cabo es futbolero como todo argentino, lástima que no sea del Boca Junior, mi equipo de por allá. No ha mermado, por tanto, su empeño para terciar en esta época tan complicada. Tampoco lo han logrado las críticas, en no pocas ocasiones lanzadas desde su mismo lado, envueltas en soberbia, con pretensiones de ortodoxia. Y, menos aún, los frecuentes chismes, según se le llamaba antes a los “fake news”. Visto que recientemente se celebró el día internacional de la mujer, cabe mencionar, a título de simple ejemplo de lo que señalo, la forma cómo le han reprochado su inconformidad con la exclusión femenina en diversos ámbitos de la actividad eclesiástica, suerte de veto apuntado desde hace rato en la lista de los “pendiente por pagar” de la institución.

“Fratelli tutti”

La semana anterior, en medio de la pandemia, el Papa Francisco viajó a Irak en donde permaneció tres días y visito seis ciudades. Tomó la decisión, a pesar de que dicho país continúa siendo, según dicen los politólogos, un escenario para el ajuste de cuentas globales y regionales, ubicado en medio de la confrontación entre Estados Unidos e Irán, cuyos enfrentamientos recientes se han desarrollado en suelo iraquí. Y a pesar de que se trata de una sociedad punteada por violentos conflictos cocinados en el sectarismo, a menudo basados en un fundamentalismo que entraba sensiblemente la convivencia entre grupos étnicos y religiosos, con ideas, creencias y culturas diversas.

En el aeropuerto lo recibió una delegación oficial y luego se trasladó al palacio presidencial con el fin de entrevistarse con el jefe de Estado, Barham Salih, En sus palabras de bienvenida éste le indicó que su “…encuentro llevaba un mensaje para el mundo y representaba un paso para la fraternidad, asegurando que “…Oriente no puede imaginarse sin los cristianos…”, y lamentando que “… muchos de ellos se hayan visto forzados a abandonar su territorio por la violencia en las últimas décadas.”

Así mismo, tuvo una reunión con el gran Ayatolá Alí Sistani, la máxima autoridad religiosa del Islam chiita que, se espera, marcará las futuras relaciones entre la Iglesia católica y el Islam chiita.

Los analistas piensan que las conversaciones realizadas a propósito de la breve gira papal significaron un gran respaldo a la institucionalidad de un país que es clave para la estabilidad de una región tan llena de problemas, muchos de ellos generados a raíz de la invasión estadounidense en los días de Sadam Hussein. Por otro lado, tiende importantes puentes con la rama chií del islam y reclama la defensa de todas las minorías, incluyendo, no sólo a la cristiana, sino a todos los iraquíes, cualesquiera sean de sus convicciones.

Nadie debe quedar excluido de la cultura del encuentro y del diálogo, manifestó Francisco. “Hay que aprovechar la ocasión para rezar junto a los creyentes de otras confesiones religiosas, en particular los musulmanes, a fin de reconstruir la concordia más allá de las facciones y las etnias”.

Las religiones, cada una respondiendo a sus fundamentos, van dejando permanentemente mensajes de solidaridad, de respeto, de fraternidad y de perdón. Predican que el otro ser humano es un prójimo, lo que no pocas veces se olvida, incluso entre los que más las practican.

Este viaje es un revés para la intransigencia en sus diversos empaques. Y para la guerra, por supuesto, tal como el Papa lo escribe en su última Encíclica “Hermanos Todos”, calificándola como “…un fracaso de la política y de la humanidad, una rendición vergonzosa, una derrota frente a las fuerzas del mal.”

“La Casa Común”

Esta metáfora, que le dio nombre otra encíclica escrita por Francisco hace algunos años, no solo tiene sentido en el marco de la crisis ecológica (su propósito central), sino que, además, tiene pleno significado en todos los espacios que conciernen a la vida. Su presencia en Irak, además de lo señalado en estas líneas, representa, pues, una apelación que va que más allá de la mera coexistencia mundial. Hay que entenderla como la exigencia de darle al mundo “… un sentido común de humanidad”. Ojalá que este largo viaje desde Roma hasta Bagdad influya para que los terrícolas nos empeñemos más en la faena de examinar y calibrar el modo como nos paramos en un planeta – en la cancha, como seguramente diría Francisco -, cuya suerte nos concierne a todos. En este contexto, el de la Casa Común, las contiendas religiosas son, sobre todo, una estupidez.

El Nacional 10 de febrero de 2021

Cumpleaños del coronavirus

Ignacio Avalos Gutiérrez

En los próximos días el coronavirus estará de aniversario. Cumple un año, con sabor a eternidad, dejando a la gente encerrada en su casa, desconcertada por tanta información que desinforma y sin posibilidades de ver por dónde diablos se encuentra el horizonte.

Ahora el futuro es el pasado

La vuelta a la “normalidad” se nos ha vestido de añoranza, pasando por alto que la pandemia pudo desplegarse porque se topó con un planeta mal acomodado, dibujado en una crisis generalizada, que incluye serios problemas ecológicos que hacen de nosotros una “especie en extinción”, conforme lo argumenta el profesor Jeremy Rifkyn.

La pandemia, reiteró, así pues, los severos reparos que, desde hace rato, se le vienen haciendo al modelo de desarrollo que rige, con sus variantes, en todas partes del mundo, haciéndolos, incluso visibles.

En efecto, la desigualdad se ha acentuado. Las cifras asoman que los pobres se hicieron más pobres, mientras que los ricos, sobre todo los más ricos, aumentaron su fortuna. En el documento publicado con motivo del inicio del más reciente Foro Económico Mundial, llevado a cabo en línea (y no en Davos, como es tradición), se prevé que los pobres “necesitarían más de una década para recuperarse de los impactos económicos del coronavirus”.

Así mismo, con ocasión de la pandemia se ha reforzado el autoritarismo en casi todas partes, La comprensible vigilancia sanitaria se ha convertido con frecuencia en limitaciones significativas a la democracia, entre otras cosas por hacer de los datos de los ciudadanos, uno de los activos estatales más valiosos, de allí que algunos pesimistas vaticinen que es una perversión política que llegó para quedarse

Para algunos sí, para muchos no

Los científicos hicieron su trabajo. Gracias al capital de conocimientos acumulado a lo largo de varios años sobre el área de la virología y a la cooperación entre varios de los centros de investigación más destacados, se consiguió desarrollar la vacuna en relativo corto tiempo. Sin embargo, no se ha logrado producirla en las cantidades necesarias y se ha visto, desde un principio, una gran desigualdad en la distribución de la misma como lo revela la ONU, afirmando que el 75% de las vacunas ha ido a 10 países

Aparte de lo anterior los sectores socialmente más vulnerables han tenido menos oportunidad de acceder a ella. Además de la pobreza, se han atravesado otros factores, tales como la discriminación por motivos raciales y, encima, la idea de ciertos personajes de figuración mundial, conforme a la cual se considera que, en beneficio de los más jóvenes, las personas mayores de edad deben estar de últimos en la cola de espera, dado que “ya vivieron mucho”, argumento que es complementado con la prédica de que los terrícolas somos demasiados, sobran al menos 2.000 millones de ellos y hay quien llega a decir (¿en serio?) que eventualmente Marte podría ser su destino. En fin, cada uno es dueño de su lengua, aunque haga de ella un uso irresponsable y bárbaro.

Todos o nadie, that is the question

Mas allá de los que imaginan como meta el regreso a la normalidad hay, afortunadamente, el discurso contrario, el de la necesidad del cambio, de resetear el planeta, modificando radicalmente la ruta por la que transita.

El diálogo y la cooperación son factores esenciales, declaró hace poco Antonio Guterres, el secretario general de la ONU, añadiendo que “se necesita que la economía mundial tenga un respeto universal por las leyes internacionales” y se debe construir “… un mundo multipolar con fuertes instituciones multilaterales”. Pero fue aún más lejos, expresando que ante las circunstancias actuales “… el nacionalismo no tiene sentido.”

Creo, a propósito de estas declaraciones, que desgraciadamente no terminamos de pensarnos como terrícolas. Las líneas trazadas en los mapas continúan fijando la pauta en el desenvolvimiento del mundo. No debe asombrarnos, entonces, que no se haya alcanzado a diseñar un plan conjunto para controlar la pandemia y, menos que menos, a plantear la creación de un sistema de vigilancia a escala global.

El mundo está al borde de un fracaso moral, oí decir. No lo había pensado de esa manera, pero ojalá no tenga razón quien lo dijo.

El Nacional, 4 de marzo de 2021

Yo soy sociólogo

Ignacio Avalos Gutiérrez

El día del sociólogo fue el martes o el miércoles de la semana pasada. Lo celebré, a pesar de la pandemia pero, sobre todo, de la propuesta del Gobierno, en donde indica que lo que estudié no es útil para el país, que poco o nada tiene que ver con sus necesidades y prioridades, opinión que se extiende, en general, a filósofos, historiadores, psicólogos, en fin, a todo aquel que se le haya ocurrido pisar el territorio académico marcado por las Ciencias Sociales y Humanas.

Tal propuesta ha recibido no pocas críticas, pero en este caso reiterar hasta el fastidio no es pecado, es una obligación. Y yo cumplo con ella, aunque llueva sobre mojado

El Gobierno dice lo que se debe estudiar

Hago, pues, referencia a un documento titulado “Redimensión del Sistema Nacional de Ingreso Universitario” que el gobierno se sacó de la manga, sin que mediara diálogo alguno con las numerosas instituciones involucradas y violando, por cierto, algunos artículos de la Constitución Nacional. En el referido informe se muestra una lista en la que se definen cuales son las Carreras Prioritarias, las Carreras Derivadas y las Carreras Complementarias (en total de ciento cuarenta y cinco) y si bien es cierto que en ninguna de sus páginas deja ver la eliminación de las Ciencias Sociales y Humanas, dentro del contexto de su redacción uno entiende que se trata de disciplinas de las que puede prescindir el país.

La anterior me parece, entonces, una iniciativa que, bajo el propósito de “contribuir a resolver las necesidades del país”, le pasa por encima a las claves que rigen estos tiempos, marcados por numerosos cambios originados primordialmente a partir de un conjunto de nuevas tecnologías que no en balde han sido calificadas como “disruptivas”.

Así las cosas, palabras tales como inteligencia artificial, impresora 3D, robótica, energías renovables, “machine learning”, computación cuántica, internet de las cosas, redes neuronales, big data, pasan a formar parte de una serie interminable de nuevos vocablos, mediante los que se dibuja la época actual, obligando a cambiar los anteojos desde los que se observa y calibra, en todos sus ámbitos, la vida de los terrícolas, inclusive, quizá sea necesario advertirlo por si acaso, la de los venezolanos.

El historiador Yuval Harari llega a preguntarse en uno de sus libros “… qué sucedería si lo humano, tal como lo concebimos, comenzara a tornarse obsoleto y nos encontráramos en la antesala de una redefinición radical de las nociones” de individuo, libertad, mente, conciencia, espíritu, emoción, sentimiento, organismo, vida. En síntesis, una redefinición de la propia condición humana … ”. Vistas las nuevas realidades que están asomando, nadie diría, creo, que esta pregunta no es pertinente.

Se achica el horizonte del país

El ritmo de desarrollo del conocimiento ha llegado a ser exponencial, afectando a todas (subrayo: a todas) las disciplinas. En este sentido, se plantea en varios documentos, una concepción distinta, más realista de la ciencia, a fin de darle respuesta a las múltiples y difíciles interrogantes envuelven a un planeta que transcurre en medio de niveles crecientes de complejidad, incertidumbre y riesgo. Un enfoque, reza en su contenido, que le dé base a una política que permita institucionalizar un diálogo fluido entre especialistas de distinta procedencia académica, que desvanezca la frontera entre humanidad y naturaleza, que coloque el acento en lo complejo, temporal e inestable y que maneje la tensión entre lo universal y lo particular, lo global y lo local.

En virtud de lo arriba indicado se le abre la puerta a intensos procesos de “hibridación”. La interdisciplinariedad se ha vuelto un criterio esencial en la producción de conocimientos, estrechándose los vínculos entre las ingenierías, las ciencias naturales, las ciencias sociales, las humanidades, ampliando de manera antes inimaginable su espectro, pensando y analizando no única ni principalmente lo real, sino también lo posible, buscando mirar cuál civilización es la que presagia.

Obviamente, todas las consideraciones apuntadas a lo largo de estas líneas entrañan la modificación los enfoques que determinan en el presente la organización de los estudios universitarios.

En suma, proyectos como el comentado, le achican el horizonte a la sociedad venezolana. Sobre a todo a sus jóvenes.

El Nacional 17 de febrero de 2021

La profe Gasparini (medio siglo después)

Ignacio Avalos Gutiérrez

A sus hijas, Sylvia, Marina y Sandra

Escribió en uno de sus libros el recordado Marcel Roche, que "la ciencia era mucho mas de lo que el científico hacía en su laboratorio, en su oficina, y que tanto para que la ciencia naciera como para que se aplicara había que mover innumerables hilos en todos los sectores …”, incluso, señalaría yo, los de las ciencias sociales y humanas. Desde su condición de investigador de ciencia básica pudo ver, así pues, que topábamos con un proceso de carácter social

Una historia en muy poquitas palabras

Si se me permite una simplificación, en haras de la brevedad que exige un artículo (y aunque no le hace justicia a investigadores como Gabaldón, Buapertuy y otros cuantos científicos), hace poco mas de medio siglo, en Venezuela la actividad científica era considerada una tarea más o menos insólita. Si cabe una comparación, que tal vez incurra en cierta desmesura, semejaba a la ciencia norteamericana antes de Benjamín Franklin, de acuerdo con la descripción de Isaac Asimov: “…una actividad de caballeros, una sobria inspección sobre la realidad del universo, nacida de la curiosidad intelectual, motivación completamente divorciada de las cosas prácticas de la vida….”

Desde la calle los científicos eran vistos como seres muy inteligentes, pero extraños. Los laboratorios eran recintos casi sagrados, inmunes a los vientos que soplaban desde afuera, vedados a cualquiera que no tuviera una bata blanca, y unos anteojos que delataran el desvelo por el estudio. Eran, así pues, lugares amoblados por aparatos estrambóticos y costosos, en el que se hacían cosas que, se creía, solo interesaban a quienes allí́ trabajaban.

El país se movía dentro de coordenadas que poco tenían que ver con la investigación, esta le importaba muy poco y se entendía, más bien, como asunto de americanos, europeos y un poquito menos, y a su modo, de japoneses. Nuestra relación con el tema se dejaba ver apenas por los lados de la tecnología, expresada exclusivamente en la necesidad de comprar maquinarias y equipos a fin de echar a andar nuestra incipiente industria, mediante actividades llevadas a cabo a cabo sin que, por lo general, mediaran procesos de transferencia, asimilación y aprendizaje de conocimientos. Se explica, entonces, que en ciertas ocasiones importáramos tractores con sistemas de calefacción para emplearlos al sur del país y barredoras de nieve como parte del diseño sueco de un hospital que se edificaría en Maracaibo. Desde luego, nada tienen que ver estos casos que forman parte del anecdotario nacional, con los relevantes esfuerzos que se hicieron más tarde, plasmados en la industria petrolera y algunas empresas básicas, así como en iniciativas de carácter privado, conformando una obra que se ha ido desvaneciendo en los últimos tiempos, lamentablemente.

La ciencia como hecho social

Los Estudios Sociales de la Ciencia y la Tecnología surgieron con la creación del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Tecnológicas (CONICIT), en los inicios de la década de los setentas. Esta circunstancia hizo, según lo apunta un texto de Yajaira Freites, que en un principio, “…su quehacer se subordinase a las consideraciones de inmediatez, aplicación y visibilidad de la información, preferencialmente en forma estadística, derivando en una escasa reflexión conceptual”.

En este marco, resalta aún más el mérito de la obra pionera de Olga Gasparini, una joven socióloga que se encontraba en la mitad de sus treinta años, de cuya muerte ha pasado ya medio siglo. Se trata de un libro escrito en 1969, “La Investigación en Venezuela, Condiciones de su Desarrollo”, seguramente el primer asomo de una fotografía de nuestra ciencia, junto al esbozo de algunas consideraciones que pretendían explicarla. Hace pocos años, el Instituto Venezolano de Investigaciones Científicas (IVIC), a través de su director Eloy Sira, tuvo la buena idea de reeditarlo. Buena idea, creo, porque es una obra importante, que, entre otras cosas, contribuyó a crear una perspectiva que mostraba a la ciencia como una construcción social, influenciada por valores e intereses de diversa índole y de consecuencias tanto negativas como positivas. A insinuar, en fin, que la generación, distribución y utilización de los conocimientos implican procesos marcados por la ideología, la política, la economía, la historia y la cultura, expresión de su estrechísima, complicada y hasta enrevesada conexión con la sociedad, cuyo análisis, desde esta perspectiva, resulta absolutamente imprescindible, más aún en este siglo XXI, rotulado por tan rápidas y “disruptivas” transformaciones en el área del desarrollo tecno científico, ocasionando enormes consecuencias en todos los espacios de la vida humana. Expresado de otra manera, abrió paso al ojo escrutador de las ciencias sociales y humanas, denominadas con cierto desdén “ciencias blandas” recordando, como dije al principio, su condición de hecho social y por supuesto político.

Un crimen de “lesa academia”

A partir de lo anterior, resulta imposible no hacer un paréntesis y advertir sobre el reciente anuncio realizado por las autoridades del gobierno, en el sentido de presionar a nuestras universidades a incluir nuevas carreras, diseñadas en función de las “necesidades del país”, lo que incluye, vaya a Ud. a saber la razón, el relegamiento a un rincón de las carreras de ciencias sociales y humanas. Diría, pues, que de terminar siendo cierta esta ocurrencia (en torno al cual, como es costumbre, hay diversas versiones), nos encontramos frente a un crimen de “lesa academia”, si cabe la expresión.

Una corta referencia personal

Si se me da la licencia para darle un tono personal a estas líneas, diré́ que en las postrimerías de la década de los años sesenta, fui alumno de la querida profe Gasparini en la Escuela de Sociología y Antropología de la Universidad Central de Venezuela (UCV). Por una serie de casualidades y gracias a varias carambolas lubricadas por la buena suerte, que es como se fraguan los acontecimientos importantes de la vida de cada quien, fui, junto a Mariadela Villanueva y Marcel Antonorsi, asistente en el Departamento de Sociología y Estadísticas, dirigido por ella, en el recién fundado CONICIT. Allí́, siendo todavía estudiante, aprendí́ a interesarme en un tema que me resultaba casi absolutamente indiferente, pero que con el paso del tiempo se fue convirtiendo en el eje central de mi vida profesional, haciéndola entretenida y hasta divertida. Se que frases parecidas, las he escrito o dicho unas cuantas veces y que posiblemente volveré a hacerlo. Pero es que el agradecimiento no se agota.

El citado departamento estuvo integrado, además, por la socióloga Dulce Arnao de Uzcátegui, quien con el correr del tiempo seria ministra de Ciencia y Tecnología en el segundo gobierno del presidente Carlos Andrés Pérez, por Jeannete Abohuamad de Hobaica, en calidad de asesora, por el estadístico Raúl Rodríguez, así como por el economista Virgilio Urbina, además delos citados Marcel y Mariadela, todos gente muy entrañable. Su primera tarea fue la de llevar a cabo un estudio sobre la capacidad nacional de investigación y desarrollo. La profe Gasparini murió́ cuando el trabajo se encontraba mas o menos a mitad de camino y no llegó a ver un libro que, sin duda, lleva su impronta, así como la llevan distintas iniciativas que fueron dando lugar a un molde inicial para encauzar el desarrollo científico y, en menor grado, el desarrollo tecnológico en nuestro país.

La época actual: demasiada incertidumbre

El tiempo pasa y las cosas cambian, suele reiterar Perogrullo, y los patrones para pensar la situación de hoy en día son muy disimiles respecto a aquellas que marcaron el tiempo de la profe Gasparini. Actualmente el conocimiento científico y tecnológico es considerado un factor determinante en la estructuración y desenvolvimiento de las sociedades contemporáneas, constituyendo, ciertamente, el sello característico de los tiempos que corren.

Aún faltan herramientas necesarias para identificar el sentido de las transformaciones que están ocurriendo, a fin de comprenderlas, sopesarlas y poder encararlas. Carecemos de respuestas, que en buena medida deben provenir de las Ciencias Sociales y Humanas. Es que, como diría Asimov, la cultura avanza más lento que las trasformaciones tecnológicas. Carecemos, entonces, de libreto para calibrar sus efectos, los buenos y los malos.

Es apremiante, entonces, la necesidad de ir creando otros parámetros con el objeto lidiar con un futuro que empezó́ ya a hacerse presente, recordando que, como dijo alguien, no hay nada mas práctico que una buena teoría. Y esta solo es posible a partir del trabajo sinérgico entre las ciencias sociales, las ciencias humanas y las ciencias naturales. A cincuenta años de su desaparición, me pregunto qué diría la Profe Olga de este planeta tan complejo y enredado, en el que habitamos los terrícolas. No se, pero de lo que estoy seguro es que sería bueno que anduviera por estos lares. Se echa de menos su inteligencia y su afabilidad.

El Nacional, 3 de febrero de 2021

Mandarria contra conocimiento

Ignacio Avalos Gutiérrez

Hace poco Nicolás Maduro rindió su informe ante el parlamento nombrado a principios de diciembre, en medio de serias irregularidades que, obviamente, han socavado su legitimidad. Se trató de un discurso que escondía o falseaba la situación del país, repleto de “verdades alternativas”, como se dice ahora, digno ejemplo de esta época, la de la post verdad. En suma, no dijo lo que debió decir acerca de la situación del país, al tiempo que dio pie a que se miren con justificadas dudas sus planes para su futuro próximo.

Un relato, así pues, que, que buscaba driblar la realidad dibujando una sociedad que pocos venezolanos pueden reconocer como la suya. Y que, encima, difiere abismalmente de la que revelan los estudios llevados a cabo por diversas organizaciones independientes, cuyas conclusiones dejan al aire la pobreza, la desigualdad, la violencia, el miedo, la desinstitucionalización, la incertidumbre, la censura, la violación persistente de los derechos humanos, el maniqueísmo político y por último, aunque no de último, un autoritarismo creciente en donde el Estado de Derecho es sólo una mueca, la libertad de los ciudadanos se achica progresivamente través de diversos mecanismos, algunos de ellos aparentemente benévolos, y la represión se hace más descarada, verbigracia la reciente masacre ocurrida hace poco en La Vega.

Capitalismo salvaje

Así las cosas, imposible no recordar unas declaraciones dadas por el dirigente del PSUV, Elías Jagua, señalando que nuestra sociedad vive dentro de un capitalismo salvaje (en modo Bodegones, añado yo), afirmación insólita que apenas fue atenuada por el señalamiento de que tal perversión ideológica ocurría (cuando no) por culpa de factores ajenos a la gestión gubernamental. E imposible, así mismo, no reflexionar sobre el modelo chino - con sus variantes y la distancia en cuanto al nivel alcanzado por el país asiático -, en donde el capitalismo es administrado por el Partido Comunista (siempre pienso en lo que diría Marx de esto).

En suma, se ensanchan las libertades económicas dentro del marco del absolutismo político.

Mandarriazos en las Universidades

El sector educativo no escapa, por supuesto, del desmadre nacional. En todos los niveles se presenta un decrecimiento de la matrícula, deserción de educadores y deterioro de la infraestructura, lo que en última instancia atenta visiblemente contra la calidad y la cobertura de nuestra educación.

Por otro lado, las universidades venezolanas se han tenido que ver la cara con la violencia. El Observatorio de Derechos Humanos de la Universidad de Los Andes (ODH-ULA) contabilizó un total de 223 hechos delictivos cometidos contra 13 universidades del país entre marzo y diciembre de 2020. Las agresiones se manifiestan en robos, invasiones y otros actos de vandalismo, incluyendo la inexplicable destrucción, sin ton ni son, y a mandarriazos o incendiando, de instalaciones y equipos. Así mismo, durante los primeros 10 días de 2021, otros 10 ataques similares se perpetraron en cinco universidades públicas. Sobra indicar que las pérdidas ocasionadas no podrán ser reparadas, vista su disposición financiera desde hace bastantes años.

Lo insólito es que la mayoría de estos hechos permanecen impunes. Pero no sólo eso, sino que no han merecido ni siquiera una declaración por parte del gobierno. Nadie puede ser acusado de mal pensado, entonces, si cree que a las autoridades no les importa mucho el tema del conocimiento.

¿Para qué sirven las ciencias sociales y humanas?

Por estos días, la única voz oficial que se escuchó con respecto a las universidades, fue la del Ministerio del Poder Popular para la Educación Superior, anunciando que se congelaría la matrícula de las universidades privadas, decisión tomada sin que mediara ninguna consulta y todo sugiere que sin calibrar sus importantes consecuencias. Y para avisar, además, el cambio del menú de las carreras universitarias con el fin de que “respondan a las necesidades del país”, fundamentado en programas nuevos y sentando el fundamento de un modelo que contradice abiertamente los tiempos que corren.

En pocas palabras, y sin que aún se hayan hecho públicos, que uno sepa, los detalles de la propuesta, debe señalarse que, por lo que asoma, dicho modelo ignora a las ciencias sociales y humanas (punto de vista compartido, dicho sea de paso, por Bolsonaro, el derechista presidente brasileño) y pasa por alto la emergencia de un modelo de producción de conocimientos y de docencia que reside cada vez más en los enfoques interdisciplinarios y transdisciplinarios, con transferencia de saberes y competencias de un área a otra a fin de abordar problemas según una lógica que implica la integración las ciencias naturales, las ciencias sociales y las ciencias humanas, entre ellas y dentro de ellas. Se trata, en fin, de un enfoque sistémico, basado en la premisa de que el conocimiento sobre la realidad es siempre incompleto y que asume el tratamiento de los temas y los problemas en términos de sus interconexiones, de las relaciones con su contexto, apartándose de esquemas estáticos, aislacionistas, reduccionistas y simples en los que no hay lugar para la interdependencia y la velocidad que caracterizan hoy en día los procesos de creación y transmisión de conocimientos.

Dicen los ex Rectores de la ULA

En una importante comunicación pública cuatro ex Rectores de la Universidad de los Andes (ULA) opinan que la propia universidad no ha sabido encarar la grave situación en la que se encuentran. En uno de sus párrafos se afirma lo siguiente: “Reconozcamos, de una vez, que los universitarios hemos incurrido en la omisión de asumir integralmente el mandato que subyace en el texto de la norma suprema que elevó al rango constitucional la consagración del principio de autonomía universitaria y que el examen de los grandes problemas, a partir de las dificultades, debe comenzar cuanto antes.” Con sus variaciones, esta declaración es válida, en el marco de sus particularidades, para todas las universidades públicas.

En conclusión, y haciéndome eco del mensaje anterior, nuestras universidades deben asumir, más allá de las trabas que se le interponen, la tarea de su transformación a toda costa, con el propósito sintonizar con la complejidad propia de este siglo XXI que, se dice, está revelando el despertar de una nueva civilización.

El Nacional, 20 de enero de 2021