Quienes no militamos en una organización política y tenemos la ventaja adicional de que en unos días estaremos celebrando ocho décadas del Día de la Juventud, no estamos sujetos a cortapisas para expresar lo que para algunos puede no ser “políticamente correcto” o poco palatable. Poner fin a la usurpación de Maduro y su combo es el deseo de todos los demócratas. Se nos dificulta alcanzarlo porque cuentan con un Alto Mando militar, jueces y organismos de represión que no tienen escrúpulos y, en mucho menor grado, porque la oposición no se pone de acuerdo en cómo enfrentarlos. Además, una legión bien intencionada de duros del teclado, unas veces con razón, otras sin ella, alimentan el desánimo con descalificaciones a la dirigencia política por no poner fin a la usurpación.
Ante una situación tan atípica como la que vivimos, la rigidez debe tener sus límites. Los árboles flexibles son los que logran permanecer de pie ante los embates del viento, lo cual no debe confundirse con doblegarse y tampoco con las veletas. Nuestra lista de buenos deseos contempla: renuncia o destitución inmediata de Maduro y todo su tren de malhechores, juicio por violar la Constitución y por corrupción, establecimiento de un gobierno de transición sin participación de chavistas -maduristas, y elección presidencial y parlamentaria en el menor tiempo posible.
¿Es posible materializar estos buenos deseos? Contamos con dos herramientas importantes: 1- Un ochenta y cinco por ciento de los venezolanos estamos en contra del régimen y 2- La mayoría de los países democráticos están conscientes de que en Venezuela hay un gobierno que irrespeta la Constitución al no permitir elecciones transparentes y al violar los derechos humanos.
El punto es que esas herramientas son importantes, pero no logran sacar el tornillo que mantiene en su sitio al régimen. Parte de ese ochenta y cinco por ciento de la población ha hecho bastante. Numerosos compatriotas han perdido la vida, han sido encarcelados, torturados o exiliados. Hoy, los que quedan en el país deben lidiar para conseguir el sustento diario y, lógicamente, muchos tienen temor ante los atropellos de los organismos de represión estatales y paraestatales. Es decir, que no parece que están las condiciones para una gran insurrección popular. Demasiado hacen con protestar a diario por la escasez de bienes y servicios.
La otra herramienta nunca había sido utilizada en otros países. Es inédito, en tiempos de paz, el reconocimiento a un presidente interino como Guaidó, mientras hay otro que tiene el poder, así como el desconocimiento a la Asamblea Nacional usurpadora designada el 6 de diciembre. Sin embargo, esa herramienta tampoco es suficiente. Nuestros amigos insisten en que debe haber una negociación. Es decir, tanto el gobierno, como la oposición deben ceder en algo.
En el 2003, gracias al paro cívico, se logró una excelente negociación, en la cual el gobierno de Chávez tuvo que ceder. Acató, por la presión internacional y también porque en ese momento no tenía confianza en la Fuerza Armada. Ganó tiempo para evitar cumplir. Lamentablemente, la OEA, el Centro Carter, el Grupo de Países Amigos no exigieron el cumplimiento y nuestra oposición protestó, pero no pudo hacer mucho.
Lo primero que hay que dilucidar es si el régimen está dispuesto a ceder en aspectos fundamentales y que no apuesta a ganar tiempo con declaraciones de que quiere negociar. Esta es una labor previa para los mediadores de la negociación. Del lado de la oposición, el presidente interino Guaidó debe discutir el punto con esa nueva plataforma que ha anunciado. La misma estará supuestamente integrada por los partidos realmente opositores, y por representantes de la sociedad civil con peso específico, pertenezcan o no a alguna asociación, sea gremial, de la academia o de derechos humanos. Si la gran mayoría decide que negociar no es una opción, el punto queda descartado. Si decide que es conveniente, debe haber una campaña informativa a la población sobre esa necesidad y grupo que no la acepte quedaría descartado de la unidad.
En caso positivo, es necesario ponerse de acuerdo sobre los intermediarios que puedan facilitar la negociación para que llegue a feliz término. Nosotros quisiéramos que fuese la OEA y el régimen preferiría a cualquiera de su combo de izquierdistas trasnochados. Por ello hay que identificar a quienes sean aceptables por las partes, que podrían ser Noruega, el Reino Unido o la Unión Europea.
Es significativo que Jorge Rodríguez, presidente de una Asamblea que nadie reconoce, pero con poder dentro del régimen, solicitara ser recibido en Fedecámaras, organización empresarial satanizada por los rojos. Sin embargo, los empresarios deben estar conscientes de que esas conversaciones no darán resultado, ya que el problema es político y tiene que resolverse a alto nivel, es decir con participación de Maduro y de Guaidó, acompañados de sus equipos. Negociar no es una opción más, sino la única que se visualiza como realista. A menos que sigamos esperando un hecho fortuito o cisne negro.
Como (había) en botica:
El Gocho de los audios era simpático cuando no decía tantas vulgaridades y no se aventuraba a opinar sobre asuntos que no conoce. Ahora, es evidente que su simpatía por los “alacranes” expulsados de AD lo lleva a hablar sin base.
Al régimen le incomoda la presencia de la sociedad civil en labores humanitarias. Por eso apresaron a cinco miembros de Azul Positivo, organización zuliana que ofrece información y acompañamiento en relación a enfermedades trasmisibles.
Nuestro embajador ante Ottawa, Orlando Viera-Blanco, solicitó a ese gobierno protección para nuestros acosados diputados.
A diez años del fallecimiento de doña Alicia Pietri de Caldera, es justo reconocer su obra como Primera Dama: el Museo de los Niños y Un cariño para mi ciudad fueron dos de sus importantes contribuciones.
Lamentamos el fallecimiento de Arnaldo Salazar, quien fuera presidente de Pdv Marina.
¡No más prisioneros políticos, ni exiliados!