Cuenta la historia contenida en las escrituras sagradas, que un hombre trabajaba en su hacienda en compañía de sus dos hijos. El tiempo transcurría y ellos se dedicaban a la agricultura y a la cría y les iba económicamente muy bien. Al cabo de cierto tiempo el menor de los hijos le dijo al padre que quería irse a otras tierras a probar suerte y además le pidió la parte de la herencia que a él le correspondía.
El padre muy extrañado y compungido por la actitud del hijo lo aconsejó y le pidió que rectificara, pero el hijo insistió y entonces el padre le dio lo que le correspondía y el hijo se marchó. El joven en otros lares se dedicó a la dulce vida, a disfrutar de todo lo material que se le ofrecía y así pasó un gran tiempo, entre mujeres, vino y juego, hasta que se le acabó la fortuna que el padre le había dado, dormía en la calle desprovisto de todo y en un momento de reflexión decidió regresar con su padre y con su hermano.
Cuando el padre lo vio llegar y después que el hijo le solicitara perdón, lo abrazó y ordenó sacrificar el mejor de los corderos e invitar a los vecinos a una gran fiesta. Cuando el hermano mayor regresa a casa después de la faena diaria se encuentra con la fiesta y pregunta ¿Qué es esto?, le responden que su hermano ha regresado. Se queda afuera con mucho disgusto y el padre cuando se entera va a su encuentro, el hijo le dice, a mí que me porto tan bien nunca me has hecho una fiesta con mis amigos y a mi hermano que nos abandonó sí.
El padre le responde, Dios se contenta cuando la oveja perdida regresa a su rebaño y yo, como creo tú también, debemos estar alegres y felices por el retorno de tu hermano, lo creíamos extraviado y apareció. Vamos a la fiesta a disfrutar el regreso de tu hermano y agradecer a nuestro Señor por su rectificación.
Esta historia la traigo a colación porque tenemos la tendencia de no aceptar y menos recibir a quien rectifica y se viene para nuestro lado, generalmente lo vemos con sospecha y mucho cuidado, cuando no lo rechazamos de plano. Debemos estar contentos y aplaudir la rectificación, equivocarnos es propio de humanos y nadie desea vivir permanentemente, por variadas razones, en el error. Ello nos conduce a la tolerancia, a la aceptación, al recibimiento y al respeto.
Claro, estamos ante un régimen que es capaz de todo y no nos debe extrañar que envíe “quinta columnas”, espías y soplones, gente indigna, a nuestro terreno, por ello debemos estar muy atentos, pero tener como norma la no aceptación no parece lo mejor ni lo adecuado.
Los cristianos, en nuestra oración maestra le rogamos a Dios “perdone nuestras ofensas cono también nosotros perdonamos a los que nos ofenden”, no lo digamos solamente, practiquémoslo.