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Dos caminos divergentes en el Siglo XXI (*)

Tiempo de lectura: 11 min.

El 29 de noviembre se conmemoraron tres cuartos de siglo de la aprobación de la Resolución N.º 181 de la Asamblea General de las Naciones Unidas, mediante la cual se acordó en 1948 la partición de Palestina en dos estados. Uno judío, el estado de Israel y otro árabe. Venezuela voto afirmativamente la Resolución a través de su Embajador ante la ONU Sr. Pedro Zuloaga, por instrucciones especiales del Canciller Andrés Eloy Blanco.

Comenzó así la dura jornada de un pueblo antiguo, el hebreo, por edificar un estado moderno.

Las elites venezolanas de la época, habían logrado felizmente consensos sobre algunos temas fundamentales. Uno absolutamente prioritario, era alcanzar progreso social y económico, dentro de un estado de derecho. Otro fue, el de solidarizarse con los pueblos que estaban sometidos al dominio colonial para que alcanzasen su independencia. Ambos sentimientos estaban hermanados. De allí la manifestación alborozada de los más destacados dirigentes e intelectuales venezolanos cuando se estableció en 1946 el Comité Venezolano pro Independencia de la Palestina Hebrea. Y concomitantemente, la votación favorable de Venezuela de la resolución N.º 181 antes mencionada, que precedió a partir de mayo de 1948, la declaración de la independencia de Israel y el inició del gobierno del brillante estadista David Ben Gurion.

Celebrar este acontecimiento cada año para la comunidad hebrea, tiene un propósito cultural y pedagógico. De allí que el Instituto de Cultura Venezolano-Israelí le confiera tanta importancia en su programación y que para mí sea muy honroso escribir estas palabras conmemorativas.

Ahora bien, es conveniente además la ocasión para reflexionar sobre los cursos que tomaron nuestras naciones a partir del tiempo comentado. Cada uno enfrentando sus propias vicisitudes. Las de Israel, formidables: las propias de fundar un país en un erial; el estar rodeado de enemigos mortales y el lidiar con una población heterogénea procedentes de múltiples regiones del mundo. Las vicisitudes de Venezuela, no menos adversas: población mayoritariamente ignorante, pues no había tenido la oportunidad en toda su historia de recibir buena educación; las enfermedades humanas propias del trópico profundo; y el caudillismo militarista y las autocracias heredadas de nuestra guerra de independencia.

A pesar de las diferencias sociológicas ostensibles, las dos trayectorias seguidas por nuestros pueblos tenían algunas semejanzas: empeño en el desarrollo material; consolidación de nuestra independencia política; lucha permanente por establecer una cultura democrática y la aspiración de ser una sociedad avanzada.

Mientras transcurrió la segunda mitad del siglo XX, los dos países bregaron afanosamente con sus propias estrategias, por aproximarse a tales objetivos nacionales. Israel tuvo muy serios obstáculos, en especial lo que represento la amenaza permanente de ser invadidos y aniquilados por sus vecinos. Venezuela, por su parte también tuvo que superar serios retos. Después de 1958, la posibilidad de caer nuevamente en manos de una satrapía militar, o, por el contrario, ser vandalizada por pseudo revolucionarios, que ofrecían el mar de la felicidad; además, el desafío existencial de diversificar la economía, cuando estábamos convencidos de que el modelo petrolero rentista que había sustentado nuestro crecimiento estaba agotado. Mas así, llegamos a finales del siglo y nuestros caminos seguían animados por algunos valores compartidos, orientándose en direcciones muchas veces coincidentes.

El nuevo siglo lo abordamos creyendo, aunque a prudente distancia, que todavía seguiríamos cursos semejantes. Pero por desgracia no fue así. Por eso he titulado estas lineas: “Dos caminos divergentes durante el siglo XXI”

¿Por qué escoger ese tema? Por creer que es conveniente que las actuales y próximas generaciones entiendan los recovecos que nos deparó la historia y saquen lecciones válidas para sus vidas.

Deseo formular algunas reflexiones que van dirigidas tanto a los venezolanos como a los hebreos, que solidariamente han demostrado compartir con nosotros la misma patria, en especial durante las penurias sufridas por ambas comunidades en las pasadas dos décadas.

Para el año 2000, Israel era un país que había salido a flote como potencia en una variedad de dimensiones. En el campo científico y tecnológico, base de su alto crecimiento industrial y agrícola; en su vitalidad económica general; en el desarrollo de su sector agroalimentario, a pesar de sus desfavorables condiciones fisiográficas; en la administración de su recurso más escaso: el agua; en los altos niveles de vida alcanzados por su población en forma bastante equitativa y en la fortaleza de sus instituciones democráticas. Permítanme que me explaye en cada una de estas dimensiones.

La educación a todos los niveles del pueblo israelí, ha sido la clave de su admirable desarrollo humano. Especial atención ha recibido la educación universitaria, estableciéndose instituciones de alto rango internacional. El financiamiento de la investigación científica y tecnológica ha constituido un área prioritaria, hasta el punto de anotarse un monto anual de recursos financieros destinados a esta actividad que ha rondado permanentemente entre el 4 y 5% de su Producto Interno Bruto (PIB), de los mayores registrados a escala mundial. Cientos de empresas transnacionales importantes han establecido centros de investigación y desarrollo en este país. Y los jóvenes formados por el sistema educativo han mostrado tener el carácter y asertividad para acometer agresivamente la creación de cientos de empresas startups, una por cada 1.800 habitantes, siendo la mayor tasa per cápita del mundo, captando la atención de fondos de inversión internacionales.

“Esto ha convertido a Israel en un gran atractivo para el capital extranjero que busca expandirse en el ramo tecnológico, teniendo origen extranjero casi 86% de capital invertido en sectores tecnológicos. Israel se considera como un gran centro de negocios atractivo para la inversión del capital extranjero, no solamente por el apoyo gubernamental, si no también debido a sus tratados internacionales que lo convierten en un puente con otras potencias”. (Jaramillo Vargas et al, 2019)

La economía de Israel ha estado creciendo durante los últimos 21 años a una tasa promedio de alrededor del 4,0 %, lo que constituye un performance notable.

Su sector agrícola, asentado sobre superficies completamente áridas, pero beneficiado por una persistente actividad investigativa; el suministro eficiente de riego y el trabajo de esforzados agricultores, ha permitido al país convertirse en exportador de una serie de rubros alimenticios de demanda creciente en los mercados internacionales. Israel constituye un modelo sobre la más esmerada administración del recurso agua, a través del cual no solo se utilizan al máximo sus limitadas potencialidades, sino que se aprovechan también, por reúso, los excedentes hídricos de todos los demás sectores sociales y productivos.

Los beneficios de su acelerado crecimiento económico, en virtud de sus avanzadas políticas sociales, han sido distribuidos lo más equitativamente posible entre su población, razón por la cual sus índices de pobreza son aceptables.

Por último, deseo referirme a la resiliencia de su sistema democrático. Han establecido un sistema alternativo que funciona. Uno que respeta primeramente los derechos humanos de la población, especialmente la libertad. Podrá tenerse mayor o menor simpatía por los partidos políticos que han gobernado el país, pero han demostrado que pueden alternarse en el poder y ello ha ocurrido sin mayor trauma, ni perder la gobernabilidad, lo que significa un logro muy importante.

Mientras Israel proseguía este curso exitoso de progreso, ¿qué le ocurrió a Venezuela durante el presente siglo? Esos caminos no tenían por qué ser divergentes. Lo que voy a decir es en su mayor parte conocido. Son crudas y tristes realidades. Pero que deben mencionarse reiterativamente para hacer mella en el alma nacional, más que para dolerse de ellas, sí, con vista a corregir rumbos y a sacar provecho en beneficio de una exitosa hazaña de reconstrucción nacional, que habrá que emprender cuando se den las condiciones favorables.

El descalabro que ha tenido el país en estas últimas décadas, pasara a ilustrar la bibliografía sobre el desarrollo de las naciones, como uno de los casos más rotundos de fracaso, sin que hubiese de por medio un conflicto bélico explícito.

Venezuela se encuentra en uno de sus peores tiempos en los últimos 100 años. Esa no es una exageración retorica. Si tal circunstancia fuese el resultado de una situación puntual o coyuntural, podríamos tener la certeza de que ella sería superable tarde o temprano. Pero si lo que estamos padeciendo es el resultado de una tendencia regresiva de carácter general y con ello quiero decir que tiene dimensiones culturales, antropológicas, políticas y económicas, entre otras; superarla exigirá esfuerzos colectivos muy complejos y del más largo aliento.

¿A qué denomino una tendencia histórica de atraso nacional? A un proceso que discurre por tiempo prolongado y dentro del cual un conjunto de parámetros representativos del bienestar espiritual, intelectual y material de una nación, se ven desmejorar progresivamente, conformando así una tendencia.

Me refiero, por ejemplo, cuando se estanca o disminuye por largo tiempo su producción de bienes y servicios.

Se aprecia con congoja como aumenta la pobreza, siendo esta la manifestación más ostensible del atraso de una nación.

Se ha desorganizado y degradado el Estado a los fines del cumplimiento de sus objetivos esenciales, al punto de que algunos lo califican de estado fallido o forajido.

Vemos mermar la producción de artículos científicos y el registro de nuevas patentes.

Surgen masivamente asentamientos humanos en terrenos invadidos y las ciudades se degradan.

Se ve destartalar la infraestructura física, sin que surjan fuerzas sociales capaces de revertir tal situación.

En cuanto a la aplicación de la justicia hemos tenido un tremendo retroceso: no hay estado de derecho.

La seguridad ciudadana se hace cada vez más riesgosa; los servicios públicos se deterioran; los índices de salud y educación se retrotraen a valores alcanzados anteriormente, como es el caso de la mortalidad y morbilidad por algunas enfermedades; la desnutrición infantil inhabilita para siempre a un porcentaje alarmante de población. La disminución de la calidad de la educación a todos los niveles se hace visible, especialmente después de la pandemia; y el deterioro ambiental, es rampante, como se ha constatado con el proyecto Arco Minero del Orinoco.

Pero este proceso no sucedió de la noche a la mañana y ha persistido prolongadamente, como hemos expuesto. Por eso constituye una tendencia al atraso muy preocupante.

Uno de los síntomas más graves de ese fenómeno, es cuando se aprecia que el alma colectiva desfallece, víctima de la desesperanza y la resignación, como acusamos en la actualidad.

No hay que confundir el estancamiento económico, por el cual han pasado muchas naciones en algún momento de su historia, especialmente los que están atados a la volatilidad de un solo producto de exportación, con los síntomas de un descalabro social. Sabemos que los denominados estancamientos o recesiones económicas, obedecen a ciclos que son superables a través de políticas públicas acertadas. Sin embargo, más se asemeja nuestra crisis, con las secuelas de una guerra de grandes proporciones que hubiese azotado al país y que dejó diversas manifestaciones negativas, espirituales y materiales.

Estas son las tristes realidades que a la sociedad venezolana le toca comprender y confrontar en el presente. Y en tal contexto nos cabe plantearnos ¿si existen bases para sustentar algunas esperanzas positivas de revertir ese proceso?

Diría que sí, pero ello debemos abordarlo con prudencia razonable, para no crear falsas expectativas. Veamos.

Recuperar el tamaño de la economía que tuvimos anteriormente demandará como mínimo 2 o 3 décadas continuas de buen gobierno.

Igualmente se necesitará reconstruir institucional y humanamente el Estado, hoy incapacitado para prestar los servicios públicos más elementales.

Un país con tan exuberantes recursos naturales de todo tipo: agua, energía, aceptables extensiones de buenas tierras para la agricultura y clima tropical, entre otros, ¿cómo puede esperar otro destino que no sea mejorar? Lo que nos hará falta dentro de un proceso de reconstrucción nacional, es aprovechar dichos recursos con políticas públicas más inteligentes, creativas y bien instrumentadas.

Un aspecto muy importante, es que todo el talento nacional no se ha fugado a través de la diáspora, que fue provocada. Este es el mayor daño que se nos ha causado. Mas quedan en el país todavía numerosas legiones de inteligentes emprendedores y diligentes trabajadores, existiendo razonables posibilidades de que algunos de los que se fueron regresen a la patria, si son atraídos con estímulos apropiados.

No se ha perdido todavía la propensión social a vivir en democracia y ese es un antídoto invalorable para luchar contra el despotismo imperante.

Aun contamos con un sector privado productivo, que, aunque muy averiado y mal acostumbrado con respecto a las ayudas que debe esperar del gobierno, puede reaccionar favorablemente ante una mejor conducción económica.

Tenemos iglesias más o menos unidas, que pueden coadyuvar al desarrollo espiritual y material de la población.

Existe una buena disposición ciudadana a la participación social, indispensable para mejorar el ejercicio democrático.

Poseemos una infraestructura física que podemos recuperar, e igual hacer con las instalaciones de la industria petrolera y del sector eléctrico, que han sido tan mal operadas y mantenidas en los últimos tiempos.

La industria petrolera nacional, puede volver a ser un coadyuvante importante al desarrollo, si la abrimos al capital privado nacional y foráneo. La transición energética en marcha puede todavía ofrecernos una ventana temporal de oportunidades.

Lo que nos hace falta ahora es recuperar un espíritu nacional positivo. Sacar provecho de las experiencias adversas que hemos sufrido. Y actuar con coraje frente a la autocracia.

De esta crisis tenemos que extraer muchas lecciones útiles. Autocriticar las debilidades de nuestras propias conductas individuales y colectivas, para corregirlas. Y añorar un liderazgo más luminoso que ponga por delante los intereses de Venezuela, ante los propios.

Vendrá, Dios mediante, y de manera irremediable, un cambio político en el futuro. Soy un obsesionado con la elaboración de los planes de reconstrucción que deberemos acometer. Sera el momento de volver a mirar cursos coincidentes en el desarrollo de ambas naciones: Venezuela e Israel. Aunque muy rezagados nosotros, por la tragedia que nos ha sucedido, esa será una oportunidad propicia para volver a mirarnos uno frente al otro, de manera de emular los enfoques para progresar que el pueblo israelita pueda ofrecernos.

(*) Adaptación de las palabras pronunciadas en la Unión Israelita de Caracas, el 29-11-2022 para conmemorar los 75 años de la aprobación de la Resolución 181 de la Asamblea de la Naciones Unidas, mediante la cual se acordó en 1948 la partición de Palestina en dos estados. Uno judío, el estado de Israel y otro árabe.

REFERENCIA

Jaramillo Vargas, J.D., Ortiz Espinosa, C.N., Mora López, A., Negrete Osuna, J.C. (2019). El desarrollo económico de Israel. https://www.gestiopolis.com