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Arnoldo José Gabaldón

Dos caminos divergentes en el Siglo XXI (*)

Arnoldo José Gabaldón

El 29 de noviembre se conmemoraron tres cuartos de siglo de la aprobación de la Resolución N.º 181 de la Asamblea General de las Naciones Unidas, mediante la cual se acordó en 1948 la partición de Palestina en dos estados. Uno judío, el estado de Israel y otro árabe. Venezuela voto afirmativamente la Resolución a través de su Embajador ante la ONU Sr. Pedro Zuloaga, por instrucciones especiales del Canciller Andrés Eloy Blanco.

Comenzó así la dura jornada de un pueblo antiguo, el hebreo, por edificar un estado moderno.

Las elites venezolanas de la época, habían logrado felizmente consensos sobre algunos temas fundamentales. Uno absolutamente prioritario, era alcanzar progreso social y económico, dentro de un estado de derecho. Otro fue, el de solidarizarse con los pueblos que estaban sometidos al dominio colonial para que alcanzasen su independencia. Ambos sentimientos estaban hermanados. De allí la manifestación alborozada de los más destacados dirigentes e intelectuales venezolanos cuando se estableció en 1946 el Comité Venezolano pro Independencia de la Palestina Hebrea. Y concomitantemente, la votación favorable de Venezuela de la resolución N.º 181 antes mencionada, que precedió a partir de mayo de 1948, la declaración de la independencia de Israel y el inició del gobierno del brillante estadista David Ben Gurion.

Celebrar este acontecimiento cada año para la comunidad hebrea, tiene un propósito cultural y pedagógico. De allí que el Instituto de Cultura Venezolano-Israelí le confiera tanta importancia en su programación y que para mí sea muy honroso escribir estas palabras conmemorativas.

Ahora bien, es conveniente además la ocasión para reflexionar sobre los cursos que tomaron nuestras naciones a partir del tiempo comentado. Cada uno enfrentando sus propias vicisitudes. Las de Israel, formidables: las propias de fundar un país en un erial; el estar rodeado de enemigos mortales y el lidiar con una población heterogénea procedentes de múltiples regiones del mundo. Las vicisitudes de Venezuela, no menos adversas: población mayoritariamente ignorante, pues no había tenido la oportunidad en toda su historia de recibir buena educación; las enfermedades humanas propias del trópico profundo; y el caudillismo militarista y las autocracias heredadas de nuestra guerra de independencia.

A pesar de las diferencias sociológicas ostensibles, las dos trayectorias seguidas por nuestros pueblos tenían algunas semejanzas: empeño en el desarrollo material; consolidación de nuestra independencia política; lucha permanente por establecer una cultura democrática y la aspiración de ser una sociedad avanzada.

Mientras transcurrió la segunda mitad del siglo XX, los dos países bregaron afanosamente con sus propias estrategias, por aproximarse a tales objetivos nacionales. Israel tuvo muy serios obstáculos, en especial lo que represento la amenaza permanente de ser invadidos y aniquilados por sus vecinos. Venezuela, por su parte también tuvo que superar serios retos. Después de 1958, la posibilidad de caer nuevamente en manos de una satrapía militar, o, por el contrario, ser vandalizada por pseudo revolucionarios, que ofrecían el mar de la felicidad; además, el desafío existencial de diversificar la economía, cuando estábamos convencidos de que el modelo petrolero rentista que había sustentado nuestro crecimiento estaba agotado. Mas así, llegamos a finales del siglo y nuestros caminos seguían animados por algunos valores compartidos, orientándose en direcciones muchas veces coincidentes.

El nuevo siglo lo abordamos creyendo, aunque a prudente distancia, que todavía seguiríamos cursos semejantes. Pero por desgracia no fue así. Por eso he titulado estas lineas: “Dos caminos divergentes durante el siglo XXI”

¿Por qué escoger ese tema? Por creer que es conveniente que las actuales y próximas generaciones entiendan los recovecos que nos deparó la historia y saquen lecciones válidas para sus vidas.

Deseo formular algunas reflexiones que van dirigidas tanto a los venezolanos como a los hebreos, que solidariamente han demostrado compartir con nosotros la misma patria, en especial durante las penurias sufridas por ambas comunidades en las pasadas dos décadas.

Para el año 2000, Israel era un país que había salido a flote como potencia en una variedad de dimensiones. En el campo científico y tecnológico, base de su alto crecimiento industrial y agrícola; en su vitalidad económica general; en el desarrollo de su sector agroalimentario, a pesar de sus desfavorables condiciones fisiográficas; en la administración de su recurso más escaso: el agua; en los altos niveles de vida alcanzados por su población en forma bastante equitativa y en la fortaleza de sus instituciones democráticas. Permítanme que me explaye en cada una de estas dimensiones.

La educación a todos los niveles del pueblo israelí, ha sido la clave de su admirable desarrollo humano. Especial atención ha recibido la educación universitaria, estableciéndose instituciones de alto rango internacional. El financiamiento de la investigación científica y tecnológica ha constituido un área prioritaria, hasta el punto de anotarse un monto anual de recursos financieros destinados a esta actividad que ha rondado permanentemente entre el 4 y 5% de su Producto Interno Bruto (PIB), de los mayores registrados a escala mundial. Cientos de empresas transnacionales importantes han establecido centros de investigación y desarrollo en este país. Y los jóvenes formados por el sistema educativo han mostrado tener el carácter y asertividad para acometer agresivamente la creación de cientos de empresas startups, una por cada 1.800 habitantes, siendo la mayor tasa per cápita del mundo, captando la atención de fondos de inversión internacionales.

“Esto ha convertido a Israel en un gran atractivo para el capital extranjero que busca expandirse en el ramo tecnológico, teniendo origen extranjero casi 86% de capital invertido en sectores tecnológicos. Israel se considera como un gran centro de negocios atractivo para la inversión del capital extranjero, no solamente por el apoyo gubernamental, si no también debido a sus tratados internacionales que lo convierten en un puente con otras potencias”. (Jaramillo Vargas et al, 2019)

La economía de Israel ha estado creciendo durante los últimos 21 años a una tasa promedio de alrededor del 4,0 %, lo que constituye un performance notable.

Su sector agrícola, asentado sobre superficies completamente áridas, pero beneficiado por una persistente actividad investigativa; el suministro eficiente de riego y el trabajo de esforzados agricultores, ha permitido al país convertirse en exportador de una serie de rubros alimenticios de demanda creciente en los mercados internacionales. Israel constituye un modelo sobre la más esmerada administración del recurso agua, a través del cual no solo se utilizan al máximo sus limitadas potencialidades, sino que se aprovechan también, por reúso, los excedentes hídricos de todos los demás sectores sociales y productivos.

Los beneficios de su acelerado crecimiento económico, en virtud de sus avanzadas políticas sociales, han sido distribuidos lo más equitativamente posible entre su población, razón por la cual sus índices de pobreza son aceptables.

Por último, deseo referirme a la resiliencia de su sistema democrático. Han establecido un sistema alternativo que funciona. Uno que respeta primeramente los derechos humanos de la población, especialmente la libertad. Podrá tenerse mayor o menor simpatía por los partidos políticos que han gobernado el país, pero han demostrado que pueden alternarse en el poder y ello ha ocurrido sin mayor trauma, ni perder la gobernabilidad, lo que significa un logro muy importante.

Mientras Israel proseguía este curso exitoso de progreso, ¿qué le ocurrió a Venezuela durante el presente siglo? Esos caminos no tenían por qué ser divergentes. Lo que voy a decir es en su mayor parte conocido. Son crudas y tristes realidades. Pero que deben mencionarse reiterativamente para hacer mella en el alma nacional, más que para dolerse de ellas, sí, con vista a corregir rumbos y a sacar provecho en beneficio de una exitosa hazaña de reconstrucción nacional, que habrá que emprender cuando se den las condiciones favorables.

El descalabro que ha tenido el país en estas últimas décadas, pasara a ilustrar la bibliografía sobre el desarrollo de las naciones, como uno de los casos más rotundos de fracaso, sin que hubiese de por medio un conflicto bélico explícito.

Venezuela se encuentra en uno de sus peores tiempos en los últimos 100 años. Esa no es una exageración retorica. Si tal circunstancia fuese el resultado de una situación puntual o coyuntural, podríamos tener la certeza de que ella sería superable tarde o temprano. Pero si lo que estamos padeciendo es el resultado de una tendencia regresiva de carácter general y con ello quiero decir que tiene dimensiones culturales, antropológicas, políticas y económicas, entre otras; superarla exigirá esfuerzos colectivos muy complejos y del más largo aliento.

¿A qué denomino una tendencia histórica de atraso nacional? A un proceso que discurre por tiempo prolongado y dentro del cual un conjunto de parámetros representativos del bienestar espiritual, intelectual y material de una nación, se ven desmejorar progresivamente, conformando así una tendencia.

Me refiero, por ejemplo, cuando se estanca o disminuye por largo tiempo su producción de bienes y servicios.

Se aprecia con congoja como aumenta la pobreza, siendo esta la manifestación más ostensible del atraso de una nación.

Se ha desorganizado y degradado el Estado a los fines del cumplimiento de sus objetivos esenciales, al punto de que algunos lo califican de estado fallido o forajido.

Vemos mermar la producción de artículos científicos y el registro de nuevas patentes.

Surgen masivamente asentamientos humanos en terrenos invadidos y las ciudades se degradan.

Se ve destartalar la infraestructura física, sin que surjan fuerzas sociales capaces de revertir tal situación.

En cuanto a la aplicación de la justicia hemos tenido un tremendo retroceso: no hay estado de derecho.

La seguridad ciudadana se hace cada vez más riesgosa; los servicios públicos se deterioran; los índices de salud y educación se retrotraen a valores alcanzados anteriormente, como es el caso de la mortalidad y morbilidad por algunas enfermedades; la desnutrición infantil inhabilita para siempre a un porcentaje alarmante de población. La disminución de la calidad de la educación a todos los niveles se hace visible, especialmente después de la pandemia; y el deterioro ambiental, es rampante, como se ha constatado con el proyecto Arco Minero del Orinoco.

Pero este proceso no sucedió de la noche a la mañana y ha persistido prolongadamente, como hemos expuesto. Por eso constituye una tendencia al atraso muy preocupante.

Uno de los síntomas más graves de ese fenómeno, es cuando se aprecia que el alma colectiva desfallece, víctima de la desesperanza y la resignación, como acusamos en la actualidad.

No hay que confundir el estancamiento económico, por el cual han pasado muchas naciones en algún momento de su historia, especialmente los que están atados a la volatilidad de un solo producto de exportación, con los síntomas de un descalabro social. Sabemos que los denominados estancamientos o recesiones económicas, obedecen a ciclos que son superables a través de políticas públicas acertadas. Sin embargo, más se asemeja nuestra crisis, con las secuelas de una guerra de grandes proporciones que hubiese azotado al país y que dejó diversas manifestaciones negativas, espirituales y materiales.

Estas son las tristes realidades que a la sociedad venezolana le toca comprender y confrontar en el presente. Y en tal contexto nos cabe plantearnos ¿si existen bases para sustentar algunas esperanzas positivas de revertir ese proceso?

Diría que sí, pero ello debemos abordarlo con prudencia razonable, para no crear falsas expectativas. Veamos.

Recuperar el tamaño de la economía que tuvimos anteriormente demandará como mínimo 2 o 3 décadas continuas de buen gobierno.

Igualmente se necesitará reconstruir institucional y humanamente el Estado, hoy incapacitado para prestar los servicios públicos más elementales.

Un país con tan exuberantes recursos naturales de todo tipo: agua, energía, aceptables extensiones de buenas tierras para la agricultura y clima tropical, entre otros, ¿cómo puede esperar otro destino que no sea mejorar? Lo que nos hará falta dentro de un proceso de reconstrucción nacional, es aprovechar dichos recursos con políticas públicas más inteligentes, creativas y bien instrumentadas.

Un aspecto muy importante, es que todo el talento nacional no se ha fugado a través de la diáspora, que fue provocada. Este es el mayor daño que se nos ha causado. Mas quedan en el país todavía numerosas legiones de inteligentes emprendedores y diligentes trabajadores, existiendo razonables posibilidades de que algunos de los que se fueron regresen a la patria, si son atraídos con estímulos apropiados.

No se ha perdido todavía la propensión social a vivir en democracia y ese es un antídoto invalorable para luchar contra el despotismo imperante.

Aun contamos con un sector privado productivo, que, aunque muy averiado y mal acostumbrado con respecto a las ayudas que debe esperar del gobierno, puede reaccionar favorablemente ante una mejor conducción económica.

Tenemos iglesias más o menos unidas, que pueden coadyuvar al desarrollo espiritual y material de la población.

Existe una buena disposición ciudadana a la participación social, indispensable para mejorar el ejercicio democrático.

Poseemos una infraestructura física que podemos recuperar, e igual hacer con las instalaciones de la industria petrolera y del sector eléctrico, que han sido tan mal operadas y mantenidas en los últimos tiempos.

La industria petrolera nacional, puede volver a ser un coadyuvante importante al desarrollo, si la abrimos al capital privado nacional y foráneo. La transición energética en marcha puede todavía ofrecernos una ventana temporal de oportunidades.

Lo que nos hace falta ahora es recuperar un espíritu nacional positivo. Sacar provecho de las experiencias adversas que hemos sufrido. Y actuar con coraje frente a la autocracia.

De esta crisis tenemos que extraer muchas lecciones útiles. Autocriticar las debilidades de nuestras propias conductas individuales y colectivas, para corregirlas. Y añorar un liderazgo más luminoso que ponga por delante los intereses de Venezuela, ante los propios.

Vendrá, Dios mediante, y de manera irremediable, un cambio político en el futuro. Soy un obsesionado con la elaboración de los planes de reconstrucción que deberemos acometer. Sera el momento de volver a mirar cursos coincidentes en el desarrollo de ambas naciones: Venezuela e Israel. Aunque muy rezagados nosotros, por la tragedia que nos ha sucedido, esa será una oportunidad propicia para volver a mirarnos uno frente al otro, de manera de emular los enfoques para progresar que el pueblo israelita pueda ofrecernos.

(*) Adaptación de las palabras pronunciadas en la Unión Israelita de Caracas, el 29-11-2022 para conmemorar los 75 años de la aprobación de la Resolución 181 de la Asamblea de la Naciones Unidas, mediante la cual se acordó en 1948 la partición de Palestina en dos estados. Uno judío, el estado de Israel y otro árabe.

REFERENCIA

Jaramillo Vargas, J.D., Ortiz Espinosa, C.N., Mora López, A., Negrete Osuna, J.C. (2019). El desarrollo económico de Israel. https://www.gestiopolis.com

La reconstrucción de la industria petrolera

Arnoldo José Gabaldón

No vengo en el papel criollo “de que cada pulpero, alaba su queso”, para ampliar los múltiples aspectos positivos del libro: “Plan de Recuperación de la Industria Petrolera 2018-2022”, que el Grupo Orinoco entregó a la opinión pública el pasado 21 de abril. Lo hicieron con brillo y abundancia de razones en el acto de presentación, los compañeros ingenieros Elizabeth Cruz y Juan Szabo y el economista Francisco Monaldi.

La intención de mi intervención en esa oportunidad, fue formular algunas reflexiones sobre los obstáculos que debe superar la sociedad venezolana para lograr con éxito el objetivo de recuperar la salud de su industria petrolera.

No serán problemas inherentes a la nueva empresa que logremos poner en marcha. Son los cambios en el entorno sociologicopolítico y económico que lucen necesarios y acerca de los cuales es conveniente debatir reiteradamente para crear conciencia, sobre su importancia. Me refiero a ellos seguidamente de manera somera, ya que para la mayoría son suficientemente conocidos.

Primero, la necesaria transformación de mentalidad de las elites, que incluye por supuesto al liderazgo político, pero también al empresarial y sindical, entre otros. De ellos se espera definitivamente una mejor conducción. Que aclaren sus ideas sobre lo que es un genuino desarrollo sostenible. Consideración profunda de los condicionantes históricos que preceden la formación de nuestra actual sociedad. Terminar de una vez por todas con la errónea creencia que somos un país muy rico. Cambio en la acepción de lo que es el nacionalismo petrolero, que en el pasado nos llevó a enorgullecernos falsamente. Renovación en la concepción sobre lo que tradicionalmente se ha interpretado como independencia económica; está en su esencia, es producir localmente una mayor oferta de bienes y servicios más diversificada y competitiva internacionalmente, no importa en cabeza de quien. Modificación de lo que apreciamos es la fortaleza de los gobiernos; estos serán débiles mientras no logren que los ciudadanos cumplan estrictamente con las leyes y tenga capacidad para ofrecer eficientemente los servicios públicos que tiene la obligación de prestar.

Es indispensable lograr un convencimiento mayoritario de que el modelo económico rentista-extractivista, que se llegó a pensar era la mejor respuesta para atender la injusticia social, por haberse agotado, debe ser transformado en un modelo de economía social de mercado. Este ha sido una suerte de ritornelo en el Grupo Orinoco.

Y por si fuese poco, estoy convencido que la recuperación de nuestra industria petrolera solo será viable, en la medida que haya una transición política hacia un sistema democrático.

De esos aspectos va depender en buena parte la generación de un estado de confianza que haga atractivo nuestro país a los inversionistas nacionales y foráneos para que nos traigan sus capitales y conocimientos que hoy más que nunca son indispensables.

Segundo, del cuerpo social se va a requerir además una modificación importante en sus hábitos y conductas. No sabemos exactamente cuáles han sido las alteraciones en la cultura del venezolano medio ocurrida durante los últimos 30 años, que los hagan más o menos refractarios a las reformas necesarias para progresar. Es indispensable generar un país con ciudadanos que piensen diferente a aquellos que fueron víctimas del desastre y que por lo general han perdido sus esperanzas. Vamos a necesitar gente más optimista y revestida de cierto espíritu pionero, pues la empresa que tenemos por delante es de conquista, de domar la mentalidad del subdesarrollo que prevalece en nuestro socioecosistema y de construcción de nuevos porvenires. Y para paliar la enorme tragedia social que se ha causado, requerimos en general de mayor sentido de solidaridad y cooperación ciudadana e institucional para compensar las profundas disparidades que se han ocasionado.

Para salir a flote del abismo al cual nos ha conducido el régimen, se requiere más disciplina social y mejor disposición para cumplir con la Ley. Un liderazgo mucho más sensible ante el dolor humano. Sanción social más explícita a los delitos de corrupción, tanto pública como privada. Adquirir masivamente el hábito de pagar los impuestos y servicios públicos, acorde a sus costos. Requeriremos igualmente una revisión profunda en las políticas de subsidios gubernamentales para coadyuvar a un mayor equilibro social. Relevar el valor de la meritocracia para la adjudicación de los cargos públicos y muchos otros rasgos necesarios para aproximarnos al perfil de una sociedad desarrollada.

Profundas alteraciones sociologicopolíticas y económicas como las mencionadas son posibles. Existen experiencias históricas suficientemente documentadas. Pero ellas no se darán ni espontanea, ni voluntaristamente. Dependerá de que le echemos mano a todo lo afirmativo que el Profesor Augusto Mijares identifico en los venezolanos; que nos empinemos como pueblo; que contemos con modelos de líderes políticos y sociales ejemplares; que concibamos e instrumentemos las políticas más efectivas de formación y orientación de la opinión pública. Si lográsemos esto, pudiese darse en Venezuela un segundo periodo de verdadero renacimiento nacional, después del de 1936. De ese tamaño es el reto que tenemos ahora.

Coordinador del Grupo Orinoco, de energía y ambiente en el contexto del desarrollo sostenible

Algunas reflexiones sobre la calidad de la educación universitaria en Venezuela

Arnoldo José Gabaldón

Resumen

Si bien es complejo establecer la calidad de la educación impartida por un sistema educativo, existen indicios de que la educación superior en Venezuela está atravesando una crisis. En lugar de enfrascarse en una discusión política o teórica, sobre el significado de la calidad de la educación universitaria, resulta más práctico y provechoso considerar cada uno de los aspectos indiciarios de que algo anda mal, tales como: calidad de los profesores, admisión de los estudiantes y prioridad a la investigación, entre otros.

La propuesta es debatir estos aspectos, entre los actores que corresponda, en la búsqueda de los consensos sobre políticas públicas u otras iniciativas que deben auspiciarse, en la prosecución de una mejora de la calidad de la educación universitaria.

Palabras clave Calidad, educación, universidad, excelencia, Venezuela.

Some Thoughts on the Quality of Venezuelan Higher Education

Abstract

Despite the fact that it is complex to measure the quality of the education taught on a specific educational system, there are some hints that point out that higher education in Venezuela is passing through very difficult times. Instead of stalling a proper debate with the same old political and theoretical discussions about the concept of quality in higher education, it is more practical and helpful to consider each of the other aspects that are indicative of wrongdoing, such as: quality of the faculty, admission processes and institutions’ priorities for research and development.

The proposal for this particular case is to perform a thoughtful debate between the entities and stakeholders involved in the matter, in the lookout for consensus about which new initiatives or public policies should be sponsored in order to pursuit the continuous enhancement of the quality of higher education.

Keywords

Quality, Education, University, Excellence, Venezuela.

Quelques réflexions sur la qualité de l’enseignement supérieur au Venezuela

Résumé

Bien qu’il soit difficile d’établir la qualité de l’enseignement dispensé par un système éducatif, il semble que l’enseignement supérieur au Venezuela traverse une crise.

Au lieu d’engager une discussion politique ou théorique sur la signification de la qualité de l’enseignement universitaire, il est plus pratique et utile d’examiner certains indices de ce qui ne va pas, tels la qualité des enseignants, le système d’admission des étudiants et les priorités de la recherche, entre autres. Nous proposons de discuter ces aspects, parmi les acteurs correspondants, dans la recherche d’un consensus sur les politiques publiques ou d’autres initiatives qui devraient être entamées, dans le but d’améliorer la qualité de l’enseignement universitaire.

Mots clés

Qualité, éducation, université, excellence, Venezuela.

Introducción

Se desconoce que exista un estudio global y objetivo, mediante el cual se haya evaluado recientemente la problemática de la calidad de la educación universitaria en Venezuela. No obstante, hay una serie de indicios que hacen pensar que la educación superior está atravesando una crisis muy profunda, cuyas consecuencias son incalculables en términos de atraso científico-tecnológico y cultural, recursos mal empleados, generación de productos que no responden a las exigencias nacionales ni de los mercados globalizados de talento y frustración de ilusiones.

En todo caso se sabe que dichas consecuencias tendrán repercusión a futuro sobre el progreso humano y el desarrollo productivo del país. De aquí la amplia relevancia del tema. Las reflexiones que se exponen seguidamente no provienen de un especialista en educación, ni son el resultado de un proceso de investigación científicamente instrumentado. Constituyen apreciaciones hechas por un profesor universitario preocupado por el desarrollo de su país, basadas en el acopio de elementos de juicio y percepciones generales sobre la situación de la calidad de la educación universitaria.

Se considera que tales opiniones merecen ser constatadas, analizadas y discutidas por los actores involucrados en el tema, para abrirle curso a soluciones, cuando existan en Venezuela circunstancias más propicias.

Estas reflexiones no son en ningún caso exhaustivas, dada la magnitud y gravedad del problema que se aborda. Hablar de la calidad de la educación universitaria significa tratar sobre aspectos muy diversos y complejos, tales como la relevancia, pertinencia, eficiencia, eficacia y equidad del sistema educativo, gobernanza y sistemas de acreditaciones, entre otros factores resaltantes (Toro y Marcano, 2007, p. 44). Todos esos aspectos, en una forma u otra, tienen que ver con la calidad de la educación universitaria, pero no hay consenso sobre la posibilidad de hacer una suerte de síntesis o integración cuantitativa de ellos, que refleje inequívocamente el nivel de calidad alcanzada por un sistema educativo o por una institución en particular.

Es más, hay que aceptar que todavía no se ha logrado un acuerdo concluyente y unánime, sobre la definición misma del término, aunque se admite que la calidad de la educación universitaria es un concepto de naturaleza multidimensional, que debe ser tratado por lo tanto de una manera holística (Stark and Lowther, 1980, p. 286). Por ejemplo, el investigador sobre la educación superior Jamil Salmi (2009, p. 7) vincula las universidades de alta jerarquía a tres factores relacionados: concentración de talento, financiamiento abundante y gobernanza apropiada.

De aquí que, en líneas generales, resulte complicado el abordaje de esta cuestión, debiéndose reconocer además, como señala Albornoz (1998, p. 125), que existe un déficit importante de información empírica sobre la educación universitaria que permita sacar conclusiones bien fundamentadas al respecto.

En algunos países existen organizaciones cuya función es evaluar y hacerle el seguimiento sistemático a la calidad de la educación en las instituciones de educación superior pública y privada. Los sistemas de evaluación aplicados por dichas organizaciones comprueban en qué medida una serie de procesos coadyuvantes a mejorar la calidad de la educación, que son previamente definidos, son cumplidos por las instituciones universitarias; y, a partir del análisis, sacan sus conclusiones y formulan recomendaciones.

Tales sistemas no arrojan, por lo tanto, resultados cuantificados de la calidad de la educación impartida por las instituciones investigadas, ya que no es eso lo que se persigue. La Unión Europea, por ejemplo, considera manuales que sirven de guía para que los diferentes países asociados establezcan sus sistemas de aseguramiento de calidad de la educación universitaria (ENQA, 2009).

Desde otra perspectiva, cabe señalar que la calidad de la educación impartida en una institución puede ser el reflejo de la jerarquía que esta ocupe dentro de un sistema de evaluación basado en diferentes criterios, para apreciar si es igual, mejor o peor, que otras instituciones de su especie.

Consecuencia de este último enfoque es el surgimiento de una serie de clasificaciones que jerarquizan a las instituciones de educación superior a escala mundial o nacional, según diversas metodologías y parámetros: “Times Higher Education Supplement”, THES, de Gran Bretaña; Universidad Jiao Tong de Shanghái; Clasificación de Universia de España y HEEACT de Taiwan, por citar solo algunos ejemplos.

Tabulados algunos de los resultados de diferentes sistemas de clasificación de universidades a los que se hizo referencia, las casas de estudio venezolanas aparecen sumamente rezagadas, y otras ni siquiera han sido clasificadas. Esto se considera una señal preocupante, que debe ser atendida por los responsables de la educación superior a nivel nacional.

De todo lo anterior se desprende la inconveniencia de enfrascarse en una discusión política, filosófica o puramente teórica sobre el significado de la calidad de la educación en el país. Luce preferible y es lo pragmático, la consideración de aquellos aspectos indiciarios de que algo anda mal en nuestras universidades y en su relación con el entorno exterior público y privado.

Se trata de aspectos, si se quiere parciales, dentro de esta problemática, pero que se aprecian como básicos, pues históricamente han tenido incidencia en lo que se acepta comúnmente como calidad de la educación universitaria. En esta proposición va implícita una estrategia de abordaje selectivo a lo que se considera son los punto nodales o críticos del problema, pensando que, al resolverlos, se hace un avance sustantivo y se abre la oportunidad para un tratamiento integral de la situación existente en la educación superior.

En paralelo pueden irse estudiando los progresos que se han hecho en cuanto a sistemas de aseguramiento de calidad que se están instrumentando con destacado ímpetu en otras naciones y que podría ser conveniente adaptarlos progresivamente al país, a pesar de la renuencia natural que se observa en tal sentido en nuestro medio, donde se ha dicho que: “La cultura de la evaluación académica tiene sus dificultades en la sociedad venezolana” (Ruiz Calderón y López de Villarroel, 2007, p. 137).

De una discusión amplia de esos aspectos entre todos los actores que corresponda, deben surgir una serie de políticas y acciones que redunden en un mejoramiento sustancial de la calidad de la educación universitaria en el país.

Entre estos aspectos, se piensa que merecen analizarse y discutirse primordialmente los aspectos críticos que se exponen a continuación.

La calidad de los profesores

En alto grado, la calidad de la educación universitaria sepende del nivel del profesorado; y, por ende, de la preparación del personal docente y de investigación. “El cuerpo profesoral es el elemento que le da vida a la educación universitaria y debe constituir la mayor inversión a realizar” (Lombardi, 2013, p. 2).

Por eso, las instituciones de educación superior que gozan de mayor prestigio en el mundo exigen niveles superiores de preparación al personal académico que entra al escalafón o es contratado: entre esas exigencias, son obligatorios los estudios de postgrado y los doctorados otorgados por instituciones reconocidas, además de la demostración de otras aptitudes académicas.

Por otra parte, son sumamente rigurosos en la selección de candidatos, lo cual tiende a hacerse a través de procesos mayormente competitivos y en ningún caso condicionado por credo político o de otra naturaleza.

Se está consciente de la complejidad implícita en la determinación de la calidad profesoral (Serrano de Moreno, 2007, pp. 41-63; Lizardo, 2007, pp. 67-84), pero se tiene una razonable seguridad de que, cuando existe un estricto proceso de selección de los nuevos profesores y se aplica un sistema justo y sistemático de evaluación de su desempeño académico a lo largo de su carrera, mediante la participación de pares y de los propios estudiantes, se asegura en buena medida la calidad deseable.

Por supuesto que ello implica, también, un esmerado y costoso esfuerzo de cada institución y de la sociedad en general, para el mejoramiento continuo de los planteles profesorales, mediante el otorgamiento de los estímulos académicos y sociales, y la asignación de los recursos suficientes para ello.

En este contexto, es oportuno reconocer que, en algunas casas de estudios superiores venezolanas, se han efectuado encomiables esfuerzos en ese sentido, como es el caso de la Universidad de Los Andes, a través del Programa Andrés Bello (PAB), de estímulo a la calidad del pregrado, establecido en 2006 (Ruiz Calderón y López de Villarroel 2007, p. 135). El PAB es único en Venezuela y busca elevar la calidad de los estudios de pregrado fundamentando su acción en el criterio de autorregulación del trabajo académico.

Sin embargo, resulta particularmente preocupante la situación generada por la creación masiva de nuevas universidades en el país, o la conversión de institutos técnicos universitarios en las llamadas “universidades territoriales”, cosa que ha ocurrido durante los últimos años y que no ha sido precedida de una adecuada fase de planificación, organización y dotación de recursos humanos idóneos.

Se ha pasado por alto la importancia de un cuidadoso proceso de selección de docentes e investigadores, reclutándose estos algunas veces más por motivos ideológicos que por sus credenciales académicas. Se ha conformado así un subsistema de educación superior nuevo, que es mucho mayor que el existente antes de 1998, en cuanto número de universidades, docentes y alumnos.

Si se considera el sistema universitario público como un todo, esto último debe haber contribuido de manera importante en la degradación de su calidad académica. En síntesis, lo que está planteado en Venezuela ahora es la revisión de los procedimientos de evaluación del profesorado que se están aplicando en todas las universidades, para ver en qué medida responden a criterios de excelencia como los anteriormente esbozados, como paso inicial para una reforma en tal sentido.

Admisión de los estudiantes a la educación superior

Todos los venezolanos, de acuerdo con la Constitución, tienen derecho a ser admitidos a la educación superior, “sin más limitaciones que las derivadas de sus aptitudes, vocación y aspiraciones” (Art 103).

Pero es un hecho verificable a través de evaluaciones pedagógicamente diseñadas, que no todos los jóvenes tienen la capacidad o la preparación suficiente para cursar la carrera que aspiran de manera exitosa. De aquí que resulte indispensable aplicar un proceso previo de evaluación, que permita diferenciar entre los que pueden ser admitidos inmediatamente y aquellos susceptibles de recibir una mejor preparación para entrar más adelante a la educación superior o para continuar en carreras técnicas, también indispensables para el desarrollo nacional.

Lo anterior adquiere especial relevancia cuando hay elementos cuantificables que demuestran que la educación primaria y secundaria también ha desmejorado durante los últimos años.

Esto coloca el tema con prelación al de la misma calidad de la educación universitaria, pues se sabe que ésta estará condicionada por la buena preparación del estudiantado que ingrese a las universidades.

Sin embargo, dicha problemática, aunque trascendental, rebasa el alcance de estas reflexiones. A nivel mundial existe consenso acerca de que la calidad de la educación universitaria depende de manera muy importante de la excelencia de sus profesores, pero también de la calidad del estudiantado.

No existen universidades de reconocida calidad donde no haya un proceso cuidadoso de selección de sus estudiantes. En algunos países avanzados la identificación de los estudiantes con mayor potencialidad académica comienza desde la educación primaria y secundaria. Esto se hace para facilitarles el acceso a las instituciones universitarias más apropiadas; y es así, tanto en las economías de mercado como en los países socialistas.

La Oficina de Planificación Universitaria, del Consejo Nacional de Universidades dio un importante paso al respecto en 2002, al aprobar el “Proyecto Alma Mater para el Mejoramiento de la Calidad y Equidad de la Educación Universitaria”, cuyas estrategias para alcanzar sus objetivos consideraban establecer un sistema de evaluación y acreditación institucional, control presupuestario y un sistema que asegurase la equidad en el acceso a la educación superior. Sin embargo, dicho proyecto apenas pudo instrumentarse parcialmente, pues la sustitución de las autoridades ministeriales del sector y diferencias radicales de enfoque de las autoridades entrantes frustró una iniciativa que estaba correctamente orientada (Parra Sandoval, 2010, p. 119).

Consecuentemente, a partir del año 2003, se dio inicio a un curso acelerado de creación de nuevas instituciones de educación superior a las que antes se hizo referencia, y se abrió un proceso masivo de admisión de estudiantes, sin ninguna evaluación previa.

La política de admisión libre a nuestras universidades impuesta como dogma durante los últimos años es absolutamente contraproducente. Esa política no tiene que ver ni con el principio de inclusión, ni con el de equidad del sistema educativo, los cuales son prioritarios. Mantener lo contrario solo se justifica desde un enfoque “demagógico”, en detrimento de las nuevas generaciones de profesionales y del desarrollo del país.

Por lo tanto, se considera que en una agenda para mejorar la calidad de la educación universitaria en Venezuela tiene absoluta prioridad la discusión sobre un sistema integral de admisión y asistencia para los estudiantes que aspiran ingresar a las universidades.

Prioridad académica y financiera a la investigación básica y aplicada y a su divulgación

Las universidades, además de ser instituciones concebidas para transferir conocimientos, deben ser reconocidas por su capacidad para crear nuevos conocimientos y divulgarlos a través de publicaciones y cursos de extensión.

La investigación, por ser el principal producto del cuerpo profesoral y la fuente primigenia de todo lo que se enseña, debe gozar de absoluta prioridad dentro del Claustro (Lombardi, 2013, p. 57).

Además, un principio de la universidad de calidad es que la docencia no puede ni debe estar separada de la investigación. No existen universidades prestigiosas en el mundo que no tengan una buena producción científico-tecnológica y humanística. Pero, además, es de suma importancia que las agendas de enseñanza e investigación estén cada vez más relacionadas con las realidades socioeconómicas nacionales.

A esto es a lo que se denomina la pertinencia social de la enseñanza impartida, aspecto de destacada importancia al tratar sobre la calidad de la educación. De aquí que sea necesario privilegiar una mayor vinculación de las universidades con el Estado y la sociedad en general; pero, especialmente, con sus sectores productivo, laboral y cultural.

Derek Bok, por largo tiempo Presidente de la Universidad de Harvard, ha expuesto: “La prosperidad de los Estados Unidos de América ha sido movida por la investigación y los descubrimientos tecnológicos que frecuentemente se inician en los laboratorios universitarios y las aulas, de donde sus egresados migran a los negocios y al gobierno” (2013, p. 43).

La investigación constituye, en este sentido, una misión clave de las instituciones de educación superior; y ha de constituir un objetivo prioritario y, por ende, recibir estímulos de toda índole, y especialmente financieros.

Fuera de algunas excepciones, las universidades venezolanas dan poca prioridad a la investigación y, por lo tanto, asignan cantidades exiguas de recursos a esta actividad; o sus presupuestos están tan limitados que se hace muy difícil atender apropiadamente este concepto.

Estas carencias trataron de subsanarse en el pasado, aunque fuese tímidamente, a través del Programa de Promoción del Investigador (PPI), establecido en 1990: Prácticamente las únicas iniciativas que lograron consenso y probablemente más por la presión gremial ante el deterioro del salario de los profesores, que por presiones del gobierno o de las propias instituciones, fue la instauración del Programa de Promoción del Investigador (PPI), con el cual se otorgaba reconocimiento monetario a los investigadores, de conformidad con el número de “productos de investigación” presentados, los cuales son evaluados de acuerdo con los indicadores internacionalmente reconocidos para tal fin.

Este programa de corte nacional, a su vez fue replicado internamente por las instituciones para incentivar la producción científica, lo cual a la larga se convirtió en un mecanismo de compensación de los deteriorados salarios de los profesores, sin que ello produjera a su vez procesos de evaluación institucional y de mejoramiento y consolidación de la capacidad de los grupos, centros e institutos de investigación (Parra Sandoval, 2010, p. 115).

Sin embargo, dicho programa fue prácticamente extinguido a partir del 2009, al ser sustituido por el Programa de Estímulo al Investigador (PEI), con características muy diferentes y en cuyo diseño no participó la comunidad académica (García Guadilla, 2012, pp. 1-2).

Según Requena (2015), el cambio no ha sido beneficioso para el desarrollo científico: El resultado de ya varios años de este accionar se hace evidente hoy en día. Hace unos diez años (digamos para el año 2002 para ser precisos) contábamos registrados en el PPI con unos 1.987 investigadores que producían unos 1.681 trabajos de investigación. De estas publicaciones, 1.100 fueron reseñadas en revistas reconocidas y acreditadas como de primera línea.

Hoy en día, el PEI cuenta con 5.981 inscritos que apenas alcanzaron a producir unos 900 artículos el año pasado y que este año van camino de producir mucho menos aún.

Desde el sector privado y con este mismo objetivo, es de relevar el establecimiento de los premios Lorenzo Mendoza Fleury a los investigadores venezolanos más destacados, otorgados por la Fundación Empresas Polar, los cuales suelen recaer en profesores universitarios.

Por otra parte, La Ley Orgánica de Ciencia, Tecnología e Innovación (LOCTI) del 2001 estableció un sistema de apoyo financiero a la investigación que pareció apuntar en la dirección correcta para subsanar la escasez de fondos a escala universitaria; y, en efecto, sirvió para financiar un número importante de proyectos de investigación durante los primeros años de su vigencia.

No obstante, su modificación en el año 2005 centralizó la captación de fondos y alteró algunos de sus procedimientos, de manera negativa al cumplimiento de sus objetivos fundamentales. Requena (2015, 1) señala al respecto: Empero y contraviniendo explícitamente lo que pauta su ley, el dinero de LOCTI ha sido y está siendo usado en otras actividades, muy distintas de la investigación.

Para peor mal, en una altísima proporción, lo poco que está siendo otorgado como financiamiento a la investigación es dado a personas con una clara orientación política o a proyectos sin mayor calidad, trascendencia o relevancia.

Las estadísticas sobre artículos científicos publicados por venezolanos en revistas internacionales indexadas, en lugar de aumentar con el tiempo, muestran una progresiva disminución, como testimonio incontrovertible del fracaso de la política de estímulo a la investigación en nuestras universidades durante los últimos años, ya que en ellas se genera la mayor parte de las investigaciones referidas (De la Vega, Requena y Fernández-Gómez, 2015, pp. 128, 132-133).

Por lo tanto, en la actualidad no se cuenta con un instrumento verdaderamente efectivo para catalizar la investigación en el contexto universitario en la medida requerida; por lo que, entre otras acciones inmediatas para subsanar la situación de retracción del sector científico, debería reformarse nuevamente la Ley mencionada, para regresar a un estatus similar al que existió originalmente, amén de otras políticas que puedan instrumentarse con el mismo objetivo.

La remuneración y seguridad social del personal académico

Para poder asegurar la estabilidad y constante superación de los cuerpos docentes y de investigación, hay que otorgar buenas condiciones salariales, seguridad social y la posibilidad de su mejoramiento académico continuo a través de becas, asistencias a reuniones especializadas a nivel nacional e internacional, subvenciones y otra variedad de opciones existentes en ese campo.

Esta visión deseable de tan importante aspecto contrasta con lo que está ocurriendo en la realidad con las escalas salariales de los profesores universitarios en las instituciones públicas, las cuales han venido disminuyendo en términos reales a niveles que son absolutamente absurdos, lo que ha causado la descapitalización acelerada de los recursos humanos, el capital más importante de las casas de estudio.

El alto éxodo de talentos de las universidades venezolanas a otros países en desarrollo o industrializados, está motivado principalmente por la disparidad de salarios que se ofrecen dentro y fuera de Venezuela.

Por otra parte, esa política de restricción presupuestaria que se está aplicando a las universidades autónomas públicas actúa como un elemento disuasivo para que nuevos y destacados profesionales aspiren a incorporarse al noble oficio de ser formadores de juventudes.

De hecho, constantemente se denuncia que los nuevos concursos de cátedra se declaran desiertos por inexistencia de aspirantes. Se considera que la corrección de esta anómala situación en cuanto a la remuneración integral del profesorado universitario constituye una de las iniciativas que debe acometerse con mayor urgencia, pues sus consecuencias están siendo ruinosas en la actualidad.

Bienestar estudiantil: asistencia económica, servicios de salud, actividades académicas, culturales, sociales y deportivas

Para poder ofrecerle a la población estudiantil un sistema de vida cónsono con sus deberes, el Estado está obligado a implantar un sistema de seguridad social que comprenda asistencia económica directa de acuerdo con el ingreso familiar de cada estudiante, y su complemento, a través de buenos servicios de alimentación, salud, transporte y dotación de textos, entre otros.

Igualmente, no se concibe una educación de calidad que no conlleve el acceso cuasi obligatorio de los futuros profesionales a un conjunto de actividades deportivas, culturales y científicas contribuyentes a una formación integral, para un desarrollo físico y mental equilibrado.

La Ley de Universidades de 1958, modificada en 1970, en su artículo 122 establece el deber de las instituciones de educación superior de establecer un sistema de previsión social para el alumnado.

¿Se puede decir que en Venezuela, al menos en las universidades públicas, se están atendiendo estas necesidades de una manera medianamente satisfactoria? Se desconoce la realización de algún estudio enfocado a evaluar la situación señalada en escala nacional.

Sin embargo, se han efectuado indagaciones parciales sobre sistemas de previsión social del alumnado que han tratado de establecerse en las nuevas universidades públicas (García Martínez, 2010, pp. 81-82). Los resultados obtenidos muestran que los sistemas ensayados son muy deficientes, lo que debe servir para motivar una acción más ordenada y sistemática, de abordar este aspecto tan vinculado con la calidad de la educación universitaria.

Estrictos sistemas de evaluación académica y establecimiento de códigos de ética estudiantil

Los avances pedagógicos han permitido diseñar diferentes maneras y técnicas para evaluar de la forma más objetiva y eficaz posible el rendimiento académico de los candidatos a ser profesionales. La universidad de calidad debe prestarle atención muy seria al cumplimiento de los sistemas de evaluación del rendimiento estudiantil que se consideren apropiados, porque ellos permiten medir la asimilación de los conocimientos enseñados e inducen a la constante superación de los alumnos.

No se concibe una educación universitaria sin evaluación continua y justa. Dentro de la Unión Europea se ha establecido como pauta que los estudiantes universitarios deben ser evaluados empleando criterios que se hayan hecho previamente públicos y mediante regulaciones y procedimientos que se apliquen consistentemente (ENQA, 2009, p. 17).

Por supuesto, ello conlleva al establecimiento de códigos de comportamiento estudiantil durante las evaluaciones que deben ser acatados con rigurosidad, so pena de las sanciones previstas.

La infraestructura educativa: edificios de aulas, laboratorios, hardware y software, bibliotecas y residencias

La educación universitaria de calidad resulta costosa, entre otras razones, porque demanda una infraestructura física que, sin ser ostentosa, pueda cumplir con los estándares de funcionalidad y confort apropiados.

Desde esta perspectiva, aunque constituye un elemento puramente instrumental para la educación universitaria, no deja de tener alta importancia desde la perspectiva de la calidad de la educación.

Asimismo, son importantes las características y tipo del entorno ambiental en que estén localizadas las infraestructuras universitarias. De las numerosas nuevas universidades que se han decretado recientemente en Venezuela, algunas han ocupado instalaciones antes construidas para otros propósitos, y que han tenido por lo tanto que ser refaccionadas para adaptarse a su nueva función.

¿Pero cuántas nuevas y modernas edificaciones se han levantado para las instituciones creadas? ¿Cuántos edificios adaptados a las exigencias de las bibliotecas modernas, llamadas a constituirse en los centros del acontecer universitario han sido construidos durante la última década? ¿Cuántas residencias estudiantiles se han erigido, siendo este déficit de equipamiento una muestra de la escasa atención que tan importante aspecto del bienestar estudiantil significa?

Muchas de nuestras universidades carecen de instalaciones adecuadas para laboratorios; y es muy frecuente que estos, cuando existen, no estén dotados de los equipos y materiales indispensables.

De igual modo, cuando se vocea que se ha entrado en la sociedad del conocimiento hay que preguntarse si se mantiene actualizada la dotación de hardware y software a nuestras universidades, indispensable para poder asegurar un flujo de conocimientos apropiado y oportuno, así como la realización de la investigación con el instrumental más avanzado.

Las llamadas Aldeas Universitarias de la Venezuela contemporánea, son conceptos puramente virtuales que generan justificadas críticas. Y entre sus fallas está el hecho de que no cuentan con sus propias edificaciones.

La gobernanza de las instituciones de educación superior y la libertad de cátedra

La experiencia acumulada a través del estudio comparado de los sistemas de gobierno universitario a nivel mundial indica que este factor, dependiendo de lo acertado de los arreglos que se adopten para designar las autoridades y otras instancias de dirección y asesoría, además de su integración con los sistemas de aseguramiento de la calidad, constituye un elemento clave para el mejoramiento de la educación del tercer nivel (Henard y Mitterle, 2010, p. 15).

En la gobernanza exitosa participan integrantes de diversas colectividades, los miembros del cuerpo docente y de investigación y, con diferente peso, la representación estudiantil. Los empleados administrativos suelen tener una participación limitada en dichos procesos; pero es inconcebible que, en nombre de una mayor democratización del proceso educativo, el personal obrero tenga influencia en la integración del gobierno universitario y mucho menos que puedan tener calidad paritaria a las del cuerpo académico, como se pretende en Venezuela.

Tampoco, en las instituciones de gran prestigio académico está presente el factor político partidista en la selección de las autoridades universitarias. Una tendencia que se aprecia cada vez con mayor intensidad a nivel internacional es la incorporación a los organismos de asesoría del gobierno universitario de representantes de la sociedad civil y de distintos sectores interesados en la suerte de la educación superior.

Se persigue una relación cada vez mas cercana y fluida con el entorno público y privado, quienes son a la postre los beneficiarios de recursos humanos mejor formados.

Con la llamada reforma universitaria de Córdoba, a principios del siglo XX, surgió la propuesta de la autonomía de las instituciones de educación superior para administrarse y establecer sus carreras y programas de estudios; y, por ende, la libertad de cátedra. Ambas conquistas están asociadas al concepto de calidad de la educación de tercer nivel y quedaron por lo tanto reflejadas en la Ley de Universidades de Venezuela de 1958, modificada en 1970.

No obstante, esta Ley, al establecer un régimen uniforme para todas las universidades, dio paso a un sistema de gobierno inflexible que en muchos casos no se adecua a las exigencias y características de cada una de las nuevas instituciones creadas en el país.

Por lo tanto, es hora de que dicha Ley sea reformada para actualizarla, dando paso a la posibilidad de establecer diversos esquemas de gobernanza, según sea más conveniente en cada caso.

Por supuesto, ningún actor social se atreve a poner en discusión la libertad de cátedra, que significa libertad de enseñanza, de investigación y de aprender, aunque se tenga conciencia de las limitaciones derivadas del entorno social e institucional prevaleciente.

Resulta paradójico, sin embargo, que mientras el Gobierno venezolano propicia reformas para modificar el régimen de integración de las autoridades en las universidades autónomas, a ninguna de las nuevas instituciones creadas después de 1999 por el Gobierno Nacional se les haya otorgado autonomía, de manera que éste continúa designando sus autoridades, manteniéndose de esa forma el control político-ideológico sobre dichos establecimientos.

Garantía de un financiamiento seguro y apropiado

En la actualidad, posiblemente no exista un problema más serio en Venezuela, con relación a la calidad de la educación universitaria, que la política de limitación del financiamiento a la cual están sometidas desde hace varios años las universidades públicas autónomas por parte del Gobierno Nacional.

Ello está generando consecuencias devastadoras en las principales casas de estudio del país. Hay coincidencias en que la mejor calidad de la educación universitaria está asociada a un financiamiento apropiado.

Por supuesto, una educación de calidad es más costosa. Lo cual no significa que un presupuesto mayor asegure una buena calidad del desempeño académico de las instituciones.

De lo que sí se tiene certeza, sin embargo, es de que con un financiamiento escaso e injustamente distribuido, difícilmente puede haber mejoramiento de la calidad de la educación que se imparte.

Por lo tanto, en una sociedad moderna, el financiamiento de la educación superior suele ser un tema que demanda atención preferente en la agenda socio-política y por eso ha de estar sometido al debate público.

Se debe tener conciencia de que las decisiones que se tomen al respecto comprometen el desarrollo futuro de todo el país, ya que si los recursos son inadecuados, puede estarse comprometiendo la capacidad de los profesionales y dirigentes que harán que el país funcione de manera apropiada en el mediano y largo plazo, al no estar a la altura de los retos que plantea el progreso del país.

Por el contrario, si los recursos asignados son abundantes, pero no son administrados con eficiencia, estamos mermando las capacidades de inversión en otras áreas que también pueden ser importantes para el desarrollo.

Para tratar el tema del financiamiento de la educación superior, hay que tomar conciencia de que el país está obligado a alejarse cada vez más de la cultura rentista-petrolera.

En Venezuela la responsabilidad de financiar a la educación universitaria corresponde tanto al estado como al sector privado. En cuanto el aporte público, es deseable que se asigne una cuota presupuestaria predecible y cónsona con la prioridad del sector; pero, asimismo, es importante que se establezcan los sistemas adecuados para medir la eficacia y efectividad con que se aplican dichos recursos y se les exija rendición de cuentas a los gerentes que administran las universidades.

De igual modo, es indispensable que dichos montos, en lo posible, estén protegidos de las oscilaciones de los ingresos fiscales y del factor inflacionario.

Por supuesto, debe constituir también un objetivo de las universidades públicas, la generación y venta cada vez mayor de servicios que, a la vez de satisfacer la demanda social o del sector productivo, contribuyan a fortalecer la hacienda universitaria.

En cuanto a las aportaciones del sector privado a la educación superior, que es deseable sean cada vez mayores, se aprecian dos vertientes. En primer lugar, contribuciones del sector privado al financiamiento de la educación superior pública a través de donaciones y compra de servicios. Y segundo, el financiamiento de instituciones universitarias privadas, a través del pago de matrículas que cancelan los estudiantes, donaciones y compra de servicios.

En este último caso, es conveniente que el mercado determine la cuantía de dichas aportaciones.

En tal sentido, resulta contraproducente cualquier intento del Gobierno por imponerle regulaciones a las tarifas que se cobren en estas instituciones.

Acreditaciones y bench marking entre las instituciones de educación superior

En la medida en que nuestras instituciones universitarias sean evaluadas, se asegurará su mejoramiento.

Existen para estos menesteres los procesos de acreditación o certificación, que constituyen evaluaciones por grupos colegiados externos conformados por pares, con base a criterios preestablecidos, conducentes a establecer si un determinado programa académico satisface y en qué grado, los objetivos que se ha planteado.

Los procesos de acreditación pueden utilizarse como requisito para la obtención de subvenciones financieras provenientes de diferentes fondos a los cuales se accede de manera competitiva.

No obstante, se tienen noticias de que, como política oficial, tales procesos se están empleando cada vez menos en Venezuela, cuando debería ser todo lo contrario.

Otra forma de lograr la evaluación es sometiendo a las instituciones a procesos de comparación reglada, con otras similares, nacionales o foráneas, de reconocido prestigio, por los logros alcanzados.

Esto último es lo que se denomina estudios de bench marking, a los cuales cada vez se recurre más en la escena internacional, pues permiten identificar los aspectos débiles que deben ser reforzados o modificados para elevar la calidad de los estudios.

Reflexiones finales

A lo largo del presente trabajo, se han hecho una serie de afirmaciones sobre aspectos que se consideran claves, para aproximarse al complejo y escabroso tema de la calidad de la educación del tercer y cuarto nivel en Venezuela.

Dentro de esta problemática, se ha identificado como asunto crítico en Venezuela la conformación durante los últimos años de dos subsistemas de educación pública superior, claramente diferenciados.

Uno, tradicional, integrado en su mayor parte por universidades públicas autónomas que abogan con variada intensidad por el mejoramiento de la calidad de la educación y que están sometidas a fuertes limitaciones en su financiamiento.

Y otro, segundo, conformado por anteriores y nuevas universidades experimentales y la Misión Rivas, dirigida a atender la población que no había logrado culminar la educación secundaria.

Este segundo subsistema, en el cual por encima de los conceptos tradicionales de calidad de la educación, prevalece el factor político-ideológico, goza del favoritismo del Gobierno Nacional, a través de las asignaciones presupuestarias y otras ventajas que reciben de manera exclusiva.

Una situación tan anómala tendrá que abordarla el país serenamente cuando sea oportuno, a fin de encontrar una solución que sea conveniente de cara al funcionamiento y producción óptima del sistema de educación universitaria.

Es importante que se reconozca, en este sentido, que son las instituciones universitarias de más alta calidad las que mayores beneficios económicos y sociales generan a sus países.

Hay que tomar en consideración, asimismo, que la población estudiantil universitaria será cada vez más numerosa y los egresados están expuestos a la competencia profesional a nivel nacional o a escala internacional, dentro del proceso de mundialización en marcha.

Ante esta situación, la profesora García Guadilla ha expuesto: Frente a la alta concentración de conocimiento en universidades de clase mundial existe preocupación porque se observan asimetrías que muestran tendencia a profundizarse en un contexto de alta competitividad como está sucediendo con los flujos globales de conocimiento.

Cada vez existe más distancia entre países con mayor concentración de conocimientos y países que tienen menos; entre países que son capaces de utilizar al máximo sus propios talentos, y además absorber los talentos de afuera; y los países, que ni siquiera son capaces de retener sus propios talentos, ni tienen políticas a través de las cuales participar en el conocimiento global.

Se estima que un tercio de los científicos e ingenieros formados en los países menos avanzados económicamente, dejan sus países para trabajar en países avanzados (2012a, p. 27).

Las anteriores opiniones han sido expuestas con el propósito de contribuir a un debate nacional pendiente. Es deseable que en tal oportunidad, ideas de este tenor sean sometidas al análisis de los actores públicos y privados correspondientes, con el propósito de verificar su validez y relevancia, para pasar luego a construir consensos sobre las políticas públicas o diversos tipos de iniciativas, que conviene promover en la prosecución de una mejora de la calidad de la educación universitaria.

En otras palabras, se aprecia la urgencia de construir una agenda nacional sobre la calidad de la educación universitaria, que marque de manera irrebatible la hoja de ruta que el país debe seguir durante los próximos lustros, para subsanar una situación donde hay sólidos indicios de que nos estamos quedando atrasados.

Toda sociedad debe estar intelectual y espiritualmente preparada para hacer los cambios de rumbo apropiados; y, en esa circunstancia, mientras haya mayor claridad de ideas y mejor sepamos lo que debe hacerse, es más probable que se tenga éxito en la empresa propuesta.

Ese es el mejor camino para poder alcanzar una sociedad más democrática, justa, permeable, inclusiva y con mayor equidad.

Notas

1. La profesora Carmen García-Guadilla (2012b, p. 3) ha caracterizado el nuevo subsistema de educación superior de esta manera: “En el año 2000, Venezuela tenía una matrícula de pregrado alrededor de ochocientos mil estudiantes; para el 2010 tiene más de dos millones. Las nuevas universidades y programas que fueron consolidando una “nueva institucionalidad”, están conformadas por la gigantesca expansión de la Universidad Nacional Experimental Politécnica de la Fuerza Armada Nacional (UNEFA), la Universidad Bolivariana, la Misión Sucre, y expresiones de esta última como los Fundos Zamoranos Universitarios y las Aldeas Universitarias”.

Durante la primera década de los 2000, la UNEFA emprendió un gigantesco proceso de expansión matricular sin precedentes, pues de 2.800 inscritos en octubre de 2003, pasó a 235.000 en 2009, contando con 61 sedes en casi todos los estados del país.

Según cifras oficiales en 2008 se contaba con educación superior en 335 municipios del país, a través de 1915 Aldeas Universitarias (Ministerio del Poder Popular para la Educación Superior, 2008).

2. Una definición de gobernanza: “La gobernanza encuadra las estructuras, relaciones y procesos a través de los cuales a nivel nacional o institucional se desarrollan, instrumentan y revisan, políticas para la educación del tercer nivel. La gobernanza comprende una compleja red que incluye el marco legal, las características de las instituciones y cómo ellas se relacionan con el sistema en su totalidad; cómo se asigna el dinero a las instituciones y cómo ellas se hacen responsables por la forma en que se gaste, así como estructuras y relaciones menos formales que guían e influencian el comportamiento” (OECD, 2008, p. 68).

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Universidad Simón Bolívar

Artículo publicado en Argos Vol. 34 Nº 66-67. 2017 / pp. 133-152

De una a otra dictadura

Arnoldo José Gabaldón

Discurso al recibir el Doctorado Honoris Causa de la Universidad Católica Andrés Bello. Caracas, 6 de junio de 2017

Empiezo por confesar que a lo largo de mi ya larga vida, no he recibido un galardón que me haya generado tanta alegría y honda emoción, como el que nos congrega hoy. Es el más alto reconocimiento que me hace la Universidad, a quien tanto le adeudo: mi formación profesional básica, el inicio de mi ejercicio docente y una relación permanente y fructífera de más de medio siglo.

Me hubiese gustado mucho estar acompañado en esta ocasión por mis padres, modelos en mi vida, pero ambos están muertos. También hubiese disfrutado inmensamente estar acompañado por todos mis hijos, mas solo ha sido posible que una de seis este presente, Sonia y sus dos hijos, ya que los restantes son integrantes de la triste diáspora, a que están forzados los venezolanos. Me siento muy feliz de que me acompañe mi esposa Graciela Flores, quien han sido mi estimulo permanente y constante colaboradora. Igualmente, todos mis familiares y amigos que están hoy presentes.

Estoy profundamente agradecido al Rector Padre José Virtuoso y al Consejo Universitario, quienes aprobaron otorgarme este Doctorado Honoris Causa. Mi agradecimiento, igualmente, a la Decana de la Facultad de Ingeniería Ing. Susana García y al grupo de profesores encabezado por el Ing. Joaquín Benítez Maal, quienes promovieron el que se me otorgase esta altísima distinción. Muchas gracias, además, al Profesor Benítez por la muy generosa y bien elaborada semblanza que ha hecho de mi persona y que me ha dejado conmovido.

Considero que en ocasiones tan solemnes, hay que abordar temas que sean relevantes para una audiencia amplia, pero que además forzosamente, tengan un significado personal. Mis palabras en esta oportunidad estarán enhebradas por: Un itinerario entre dos dictaduras. Es un poco el curso que ha seguido el país durante mi vida y del cual he sido testigo; recorrido existencial entre lo negativo y positivo, que me ha dejado satisfacciones e inquietudes; lecciones aprovechables, especialmente para los más jóvenes y algunas reflexiones que deseo compartir. En ese itinerario iré tejiendo comentarios y me toparé con diversas situaciones.

I

Nací en un hogar en que se hablaba mucho de política. Mis dos abuelos habían padecido la dictadura del General Juan Vicente Gómez. Oía de las tribulaciones de las abuelas por ver libres a sus esposos. Se hablaba de esos tiempos sombríos y muy tristes, para terminar siempre por ensalzar el valor de la libertad y el compromiso de trabajar por el país, pensando en el interés público. Los temas de conversación en mi hogar eran siempre los serios problemas nacionales y como superarlos. El paludismo era uno de ellos y mi Madre solía decir que en mi casa no se hablaba sino de la malaria, de cómo exterminar más eficientemente los zancudos transmisores de esa terrible enfermedad. No podía haber espacio para el pesimismo, ni el egoísmo.

A los 12 años tuve que sepárame del hogar paterno, en Maracay, pues mi Padre muy preocupado siempre por la buena educación de sushijos, había decidido que yo debía ingresar al mejor Colegio de Caracas, el San Ignacio de Loyola. ¡Tamaño cambio para un joven de provincia!

En la dictadura del General Marcos Pérez Jiménez, me correspondió estudiar todo el bachillerato en ese Colegio y comenzar mi carrera universitaria de ingeniería en la Universidad Católica Andrés Bello.

Desde adolecente y seguramente por lo que oía en mi hogar, sentía fuertes pasiones en contra de los gobernantes déspotas y deshonestos. Y debo reconocer también, que veía con mucha antipatía las expresiones favorables al régimen de algunos de mis profesores y compañeros, tanto en el Colegio como en la Universidad. Pero para compensar, fui beneficiario de una excelente educación jesuítica, cuyo objetivo primario era crearles a los jóvenes valores y buenos hábitos. En primer lugar, el de la autoexigencia: cada vez estar impulsados a exigirnos más. A no quedarnos conformes con lo que podemos dar. Inoculado ese virus en cada ser, no hay reto insuperable, ya que siempre estamos movidos a exprimirnos las mayores energías, aprovechando mejor el potencial de cada quien. La educación que logra sembrar ese hábito en los jóvenes, les asegura el éxito permanentemente.

En ese tiempo se le tenía terror por su perversidad, a la Seguridad Nacional, la policía política del régimen. Muchos jóvenes conocidos y algunos familiares, fueron sus víctimas. No obstante, pude vencer el miedo y salir alguna madrugada a distribuir propaganda subversiva en barrios humildes del oeste, durante los últimos años de la Dictadura. Por ello admiro tanto, a esa legión de valientes jóvenes que en la actualidad arriesgan gravemente sus vidas, protestando en las calles contra el régimen.

Cuando era estudiante de ingeniería me llegue a plantear, que al graduarme no podría vivir bajo un régimen de oprobio como el que sentía gobernaba a Venezuela. Dado que tenía una vocación temprana por la especialización en ingeniería hidráulica, fije mis ojos en México para migrar al graduarme y trabajar allá, porque en ese país había libertad y se le concedía mucha importancia a las obras de regadío, que por razones climáticas eran indispensables para la agricultura y poder alimentar la población.

Por mi propia experiencia, entiendo perfectamente la migración masiva que ha ocurrido durante los últimos años. A los jóvenes llenos de ideales y aspiraciones de progreso personal, se les hace insoportable un ambiente como el que afecta a Venezuela en el presente. De niño recuerdo mucho oír hablar con admiración a mis padres, de la pléyade de profesionales republicanos españoles, que huyendo de la dictadura Franquista migró a Venezuela a trabajar infatigablemente por su nueva patria. Aportaron junto a otros inmigrantes europeos, principalmente italianos y portugueses, que vinieron después de la Segunda Guerra Mundial, un talento extraordinario para mejorar las condiciones de vida de los venezolanos. Ojala el día de mañana se hable con la misma simpatía y respeto, del crecido contingente de admirables venezolanos que fueron a contribuir con su trabajo al desarrollo de otros países. Eso compensaría nuestra pena de verlos aventados a otras latitudes.

El 21 de noviembre de 1957 me toco protestar en la Universidad como estudiante contra el despotismo. ¡Qué soberbia imagen guardo del esbelto Rector Padre Pedro Pablo Barnola, quien observaba de lejos la protesta con ojos alertas y cuando pudo apreciar la infiltración de los esbirros de la Seguridad Nacional, los increpo a abandonar el patio de la Universidad, exponiéndose personalmente como todo un valeroso caballero, que lo era!

II

Felizmente el 23 de enero de 1958, uno de los días de los cuales guardo recuerdos indelebles, cayó la Dictadura y de la noche a la mañana cambió mi panorama familiar, cuando todavía no me había graduado de ingeniero, profesión de la cual me siento orgullosísimo. Al hacerlo en 1960, como integrante de la Promoción Santiago Vera Izquierdo, excelso Decano fundador de la Facultad de Ingeniería, tenía muy claro que mi ruta era estudiar aún más, crecer profesionalmente y trabajar para el Estado, como lo hacía mi padre y otras personas a quienes admiraba mucho. Otros de mis compañeros adoptaron el camino del ejercicio privado de la profesión, dedicación también muy respetable y otros menos ingresaron a la política partidista. En ese tiempo nunca paso por mi mente que el país podría volver atrás y adoptar un camino de regresión nacional.

En esta etapa de la vida, estoy obligado a comentar mi experiencia como docente en las universidades Católica Andrés Bello, Central de Venezuela y Simón Bolívar, a la cual dedique el más largo tiempo y tuve el honor de haber sido designado Profesor Honorario. ¿Qué buscaba? ¿Qué encontré, que me ha generado tanta satisfacción? Tomo prestadas palabras del Dr. Pedro Grases (*)(1989): “enseñanza, que no se limita a transmitir conocimientos, sino que aspira a algo más profundo y transcendente: compartir con otras personas la devoción hacia lo que hemos dedicado nuestros afanes de todos los días: descifrar la verdad y comprender la belleza de las ideas y los goces en la creación intelectual” Esa constituye la motivación que algunos sentimos para dedicar valioso tiempo de nuestras vidas a la educación de jóvenes, que aspiramos lleguen a ser ciudadanos completos y buenos profesionales. A esos jóvenes les decimos, “no se alejen de su universidad, nunca dejen de amarla”, como exhorto en una ocasión, el distinguido científico y rector de la Universidad Autónoma de México, Dr. José Sarukhan.A la Universidad le corresponde formar profesionales preparados para que los países se desarrollen en todos los sentidos; para satisfacer las demandas de gente capacitada proveniente de los diferentes sectores sociales y económicos. Pero una Casa de Estudios que se limita a eso, no está cumpliendo con las exigencias de un mundo globalizado, cuyo desarrollo científico tecnológico y complejidad social, marchan cada vez más aceleradamente. En la actualidad, la Universidad debe ser la quilla de una armadura orientada a enseñar y a explorar mediante la investigación las nuevas fronteras del conocimiento, tanto en el área técnica, como en la social, pues es la conjunción de ambas las que pueden generar un genuino progreso en democracia. No deseamos la formación de robots altamente productivos, sino de ciudadanos integrales, que además de generar riqueza, se preocupen por su distribución, para que no exista tanta pobreza y sean cada vez más útiles a sus sociedades crecientemente confrontadas por nuevos problemas. Por eso esperamos los egresados de nuestra Universidad, que esa sea su orientación pedagógica. Esta es la esencia de la educación para el desarrollo sustentable.

En este tiempo que vengo relatando, después de superar la que consideraba sería la última dictadura, Venezuela contrariando un largo pasado de gobiernos militares y autocráticos, adoptó con alto consenso social el duro camino de desarrollar una cultura democrática y establecer gobiernos alternativos a través de procesos electorales libres. Cuando vemos retrospectivamente, apreciamos que complejo y difícil era el camino que intentábamos emprender, sobre todo con tan negativos antecedentes históricos.

No obstante, desde 1958 y hasta 1998, Venezuela se desarrolló económicamente, se creó gran movilidad social, se avanzó en la educación y en la salud y se construyó la mayor parte de la infraestructura física que hoy disponemos; se crearon nuevas ciudades de verdad, como el caso de Ciudad Guayana; se estableció un sistema nacional de orquestas juveniles, que sigue siendo motivo de orgullo nacional; con Funda Ayacucho quiso creársele al Estado la obligación de mantener un programa permanente de formación masiva de jóvenes en el exterior; Arabia Saudita, con un población similar a la nuestra, envía anualmente al extranjero 200.000 becarios. Creamos el primer ministerio que se ocupase del medio ambiente en América Latina. Todo esto además de otros muchos logros relevantes que sería prolijo mencionar.

¿Pero qué ocurrió al mismo tiempo con la mayoría de los estratos dirigentes de la sociedad? Se habituaron al progreso económico y al confort y descuidaron las instituciones y los valores éticos.

Cuando me designaron para integrar primero, y luego para presidir la Comisión Presidencial para la Reforma del Estado (COPRE) en 1986, vi en aquello la oportunidad máxima para alimentar la pasión de construir una Venezuela institucionalmente mejor. Soñamos mucho. Y, disponíamos de buenos elementos de juicio y la experiencia de un conjunto de venezolanos distinguidos y de posiciones políticas y académicas muy diversas, pero todos comprometidos con lograr un Estado más eficiente y democrático. Propusimos muchas reformas. Más, allí nos topamos con un serio obstáculo societal: el propio gobierno que nos había designado y las elites del país, se habían hecho mayormente refractarias al cambio. Tuve la percepción que el grueso de la capa dirigente no estaba preparada para continuar un camino de ascenso como el que habíamos recorrido desde 1958 .¿Qué difícil es lograr consenso, para acompasar el progreso con reformas institucionales, al ritmo que exige una colectividad? En eso consiste precisamente el proceso de modernización.

III

Unos años después de 1999, encontramos que el país en su discurrir histórico, ha seguido una trayectoria parabólica. Nos elevamos cuando adoptamos la senda de vivir en democracia, para después de llegar al vértice, descender en caída libre y terminar en manos de caudillos déspotas y atrabiliarios, que nos condujeron a una segunda dictadura. Hemos vuelto así al inicio del itinerario descrito y por eso he titulado este discurso: De una a otra dictadura.

Cuando suponía que había concluido para mi una vida productiva muy variada, pues aunque la mayor parte de ella estuvo dedicada al sector público y a la docencia universitaria, fui asimismo empresario privado de la consultoría ambiental y funcionario internacional, me he visto muy afectado espiritualmente durante las dos últimas décadas, al apreciar el grave retroceso de Venezuela, en todos los órdenes. No se trata de una crisis política o económica exclusivamente, sino de una caída que tiene múltiples y preocupantes dimensiones.

No hay que confundir el estancamiento económico, por el cual han pasado muchos países en algún momento de su historia, especialmente los que están atados a la volatilidad de un mono producto de exportación, con los síntomas de un retroceso societal. Sabemos que los primeros obedecen a ciclos económicos que son superables a través de políticas públicas acertadas; los segundos exigen por lo general cambios culturales y de conducta y un intenso esfuerzo colectivo, orientado sostenidamente en una dirección predeterminada.

Ahora bien, ese proceso de declinación no se inició con el presente régimen. Éste es un síndrome de él, como han expuesto diversos analistas. Las horrendas verrugas de ineficiencia, irresponsabilidad, corrupción, despotismo, insensibilidad social y el violento ensañamiento de sus fuerzas de orden público, que han aflorado como sus características más conspicuas hoy, se venían gestando desde antes. Pero han llegado ahora a su clímax y por eso nos resultan

intolerables, siendo urgente por lo tanto conducir un profundo cambio político. Pero hay que alertar: ese cambio aspirado por las grandes mayorías, no arrojará resultados positivos, si al mismo tiempo no se actúa sobre las causas del fenómeno esbozado.

Estas son las tristes realidades y dilemas que a la sociedad venezolana le toca confrontar en el presente. Y en tal contexto nos cabe plantearnos ¿si acaso existen bases para sustentar algunas esperanzas de cambio positivo?

Después de reflexionar mucho, diría que sí, pero ello debemos abordarlo con razonable prudencia, para no crear falsas expectativas o inducir a pensar que la hazaña será fácil. En 1968, estalló la revolución juvenil del mayo francés y sus ambiciosas aspiraciones de cambio atropellado eran recogidas en el slogan: “seamos realistas, pidamos lo imposible”. Esa figura sigue transitando por el mundo. Pero a nosotros, más entrados en años y experiencia, nos corresponde ahora proclamar: “seamos realistas, pidamos lo posible”.

¿Cuáles son las bases para decir que si hacemos un gran esfuerzo colectivo podremos salir adelante? Veamos.

Tenemos una sociedad civil que comienza a dar signos de querer movilizarse para tiempos de cambio. Los testimonios que nos están dando los adultos y jóvenes rebeldes, son además de admirables, inconfundibles. Una Sociedad Civil, a quien Vaclav Havel llama “el poder de los sin poder,” para indicar su enorme potencial de cambio, cuando llega a forjar amplios consensos sobre objetivos relevantes y es orientada por verdaderos líderes, puede lograr transformaciones realmente extraordinarias.

Pareciese además, que en esa sociedad civil tiene aceptación la necesidad de adoptar reformas económicas importantes, que apuntan a corregir los insostenibles desbalances que el régimen ha causado con su obsoleto modelo. Pero hay que tener conciencia que construir una economía social de mercado como es deseable, chocará frontalmente con la cultura rentista tan arraigada en los venezolanos en todas sus clases sociales. Este será otro obstáculo singular que como sociedad tenemos que vencer. Como factor muy positivo a nuestro favor tenemos el que no se ha perdido todavía la propensión social a vivir en libertad y en un sistema democrático, y ese es un antídoto muy importante para luchar contra el despotismo imperante.

¿Cómo puede esperarle un destino lamentable a un país con tan exuberantes recursos naturales de todo tipo: agua, energía, aceptables extensiones de buenas tierras para la agricultura y clima tropical, entro otros? Lo que nos hará falta dentro de un proceso de reconstrucción nacional, es aprovecharlos con políticas públicas más inteligentes, creativas y bien instrumentadas.

Aun contamos con un sector privado productivo, que aunque muy averiado, puede reaccionar favorablemente ante una mejor conducción política y ser protagonista de un verdadero proceso de recuperación económica.

Tenemos una iglesia unida y bien liderada que puede coadyuvar mucho al desarrollo espiritual y material de la población.

Existe una buena disposición ciudadana a la participación social, indispensable para mejorar el desarrollo humano. Poseemos una infraestructura física que podemos rescatar, e igual hacer con las instalaciones de la industria petrolera, que han sido tan mal manejadas y mantenidas en los últimos tiempos. La industria petrolera nacional, puede volver a ser una importante palanca de desarrollo, si la abrimos decididamente al capital privado nacional y foráneo.Y lo que es más importante, seguimos teniendo buen talento nacional, ya que no todo se nos ha fugado y hay razonable posibilidades de que algunos de los que se han ido regresen a su patria, si son atraídos con estímulos apropiados.

Señoras y señores: Lo que nos hace falta ahora es recuperar el espíritu nacional. Sacar provecho de las experiencias adversas que hemos sufrido. De esta crisis tan profunda, tenemos que extraer lecciones útiles. Replantearnos nuestras propias conductas individuales y colectivas. Apartar los malos hábitos creados por la cultura rentista. Y añorar un liderazgo luminoso y unido que ponga por delante los intereses de Venezuela, ante los propios.

Reitero mi gratitud a las autoridades de la Universidad Católica Andrés Bello, quienes han hecho posible este magnífico acto, que me ha llenado de felicidad.

Muchas gracias.

(*) Discurso del Dr. Pedro Grases con ocasión de recibir el Doctorado Honoris Causa en la Universidad Metropolitana, Caracas, febrero 1989.

¿Estamos ante una tendencia de regresión nacional?

Arnoldo José Gabaldón

Venezuela se encuentra en uno de sus peores momentos en los últimos 100 años. Si esa situación fuese el resultado de circunstancias puntuales o coyunturales, podríamos tener la certeza de que ella sería superable tarde o temprano. Pero si lo que estamos padeciendo constituye una tendencia regresiva de su sociedad, con dimensiones culturales, antropológicas, políticas y económicas, entre otras, rebasarla exigirá esfuerzos colectivos muy complejos y de más largo aliento.

¿A qué denomino una tendencia regresiva de atraso nacional? A un proceso que discurre por tiempo prolongado y dentro del cual un conjunto de parámetros representativos del bienestar y evolución: espiritual, intelectual y material, de una nación, se ven desmejorar constantemente, conformando así una tendencia. Me refiero por ejemplo, cuando se estanca o disminuye su producción de bienes y servicios. Al registrar una disminución constante de la productividad nacional. Al apreciar como aumenta la pobreza, siendo esta la manifestación más ostensible del atraso de una nación. Vemos mermar la producción de artículos científicos y el registro de nuevas patentes. Se destartala la infraestructura física, sin que surjan fuerzas sociales capaces de impedir tal situación. Las instituciones se degradan y especialmente hemos tenido un tremendo retroceso en la aplicación de la justicia. La seguridad ciudadana se hace cada vez más aleatoria. Los servicios públicos se desmejoran. Los índices de salud se retrotraen a valores alcanzados anteriormente, como es el caso de la mortalidad y morbilidad por algunas enfermedades. La desnutrición infantil aumenta y marca para siempre a un porcentaje alarmante de población. El deterioro de la calidad de la educación a todos los niveles, se hace visible y la degradación ambiental, es también rampante.

Por ejemplo, ¿qué le viene ocurriendo paulatinamente a nuestra principal Casa de Estudios, la Universidad Central de Venezuela? cuando percibimos una erosión continua de sus cuadros profesorales, por el éxodo de talentos que está ocurriendo en el país, pero además se deterioran por escaso o nulo mantenimiento sus edificaciones y urbanismo que son patrimonio de la Humanidad.

Deseo llamar la atención sobre la tendencia al atraso nacional que estamos observando en las últimas tres o cuatro décadas, después de haber logrado anteriormente niveles de progreso superiores en América Latina, como puede fácilmente documentarse. Cuando una tendencia de esa naturaleza persiste durante largos años es que puede calificarse de verdadero periodo de retrogradación histórica nacional. ¿Y puede alguien negar que eso no sea lo que hemos presenciado las últimas décadas en Venezuela? Uno de los síntomas más graves de ese proceso, es cuando el alma colectiva desfallece víctima de la desesperanza, como acusamos en la actualidad. ¿La grave fuga de cerebros que estamos sufriendo, no es una reacción social condicionada a ese fenómeno?

Lo que más perturba es que ese tipo de procesos no tienen duración anticipable. Axel Capriles (2017), cita al historiador E.R. Dodds, quien expone en su libro: Paganos y Cristianos en una Era de Ansiedad, “cuando Marco Aurelio subió al poder, ninguna campana sonó para alertar al mundo que la pax Romana estaba a punto de terminar y ser sucedida por una era de invasiones bárbaras, guerras civiles sangrientas, epidemias recurrentes, inflación galopante e inseguridad personal extrema.” ¿Quién puede negar que el Imperio Romano había entrado a partir de ese tiempo en una tendencia profunda de regresión?

¿Por qué estamos detenidos o en pleno retroceso? Debe ser preocupación de nuestros científicos sociales, historiadores, sociólogos y economistas, entre otros, indagar a fondo sobre las posibles causas del fenómeno que estamos constatando, para que se facilite encontrar los factores que puedan reversarlas. ¿Cuáles pueden ser algunas hipótesis a examinar? ¿Son acaso causas entroncadas con nuestro desarrollo sociohistorico más remoto? ¿Fueron factores geopolíticos o geoeconómicos, los que han contribuido a este desfalco de monstruosa magnitud a nuestra sociedad? ¿Fue la cultura rentista que se anidó en nuestro cuerpo social a lo largo de décadas después de 1920, la responsable de esta situación? ¿Hay un proceso de involución cultural que a su vez fue inducido por los hábitos rentistas? ¿Ha sido la mala calidad política-administrativa de los últimos gobiernos la responsable de la regresión nacional que se observa? A lo mejor es una conjunción de tales causas. Son por lo tanto diversas las líneas de investigación que hay que adelantar.

Alberto Adriani, uno de nuestros más preclaros intelectuales estudiosos del desarrollo, apuntando en esa dirección, había dicho antes de la muerte del Dictador Juan Vicente Gómez, que los estilos de vida de una sociedad podían ser adversos o propiciatorios del progreso; y que la austeridad y la vida sobria eran hábitos favorables en ese sentido. En tal contexto, se declaraba contrario a los patrones de consumo suntuarios y exagerados, que ya empezaban a manifestarse en Venezuela, apenas iniciado el modelo económico rentista en los años treinta del siglo pasado. En 1931 Adriani alertaba: “Muchos de los beneficiados por los años de prosperidad y otros por seguir su ejemplo, fueron los constructores de lujosas mansiones, los pródigos viajeros de los viajes de placer, los consumidores de automóviles, victrolas, licores, sedas, perfumes y otros artículos de lujo” (Adriani, 1998)

Esos estilos de vida y otros mucho más nocivos que se fueron engendrando con el tiempo, como la baja propensión al ahorro, el incumplimiento laboral que incide tan seriamente sobre la productividad, el despilfarro de los dineros públicos, la improvisación, la corrupción administrativa a todos los niveles en los sectores público y privado, el irrespeto a las instituciones y a las leyes, características entre otras, de nuestra población, fueron constituyendo la matriz dentro de la cual se ha gestado la sociedad venezolana que ha tenido actuación durante el último medio siglo.

No hay que confundir el estancamiento económico, por el cual han pasado muchos países en algún momento de su historia, especialmente los que están atados a la volatilidad de un mono producto de exportación, con los síntomas de un retroceso societal. Sabemos que los primeros obedecen a ciclos económicos que son superables a través de políticas públicas acertadas. Sin embargo, más se asemeja nuestra crisis por sus secuelas a las de una guerra de grandes proporciones que hubiese azotado al país y que tuvo diversas manifestaciones negativas, espirituales y materiales.

Ahora bien, ese proceso no se inició con el presente régimen. Éste es un síndrome de él, como han expuesto diversos analistas. Las horrendas verrugas de ineficiencia, irresponsabilidad, corrupción, despotismo, insensibilidad social, que han aflorado como sus características más conspicuas hoy, se venían gestando desde antes. Pero han llegado ahora a su clímax y por eso nos resultan intolerables, siendo urgente por lo tanto conducir un profundo cambio político. Pero hay que alertar: ese cambio aspirado por las grandes mayorías, no arrojará resultados positivos, si al mismo tiempo no se actúa sobre las causales del fenómeno esbozado.

Estas son las tristes realidades y dilemas que a la sociedad venezolana le toca confrontar en el presente. Y en tal contexto nos cabe plantearnos ¿si acaso existen bases para sustentar algunas esperanzas de cambio positivo? Diría que sí, pero ello debemos abordarlo con prudencia razonable, para no crear falsas expectativas o inducir a pensar que la hazaña es fácil. Veamos.

No se ha perdido todavía la propensión social a vivir en democracia y ese es un antídoto muy importante para luchar contra el despotismo imperante.

¿Cómo puede esperar un destino lamentable a un país con tan exuberantes recursos naturales de todo tipo: agua, energía, aceptables extensiones de buenas tierras para la agricultura y clima tropical, entro otros? Lo que nos hará falta dentro de un proceso de reconstrucción nacional, es aprovecharlos con políticas públicas más inteligentes, creativas y bien instrumentadas.

Aun contamos con un sector privado productivo, que aunque muy averiado, puede reaccionar favorablemente ante una mejor conducción política y ser protagonista de un proceso de recuperación económica.

Tenemos una iglesia unida que puede coadyuvar mucho al desarrollo espiritual y material de la población.

Existe una buena disposición ciudadana a la participación social, indispensable para mejorar el desarrollo humano.

Y lo que es más importante, no todo el talento nacional se nos ha fugado y hay razonable posibilidades de que algunos de los que se han ido regresen a su patria, si son atraídos con estímulos apropiados.

Poseemos una infraestructura física que podemos recuperar, e igual hacer con las instalaciones de la industria petrolera, que han sido tan mal manejadas y mantenidas en los últimos tiempos. La industria petrolera nacional, puede volver a ser una importante palanca del desarrollo, si la abrimos al capital privado nacional y foráneo.

Lo que nos hace falta ahora es recuperar el espíritu nacional. Sacar provecho de las experiencias adversas que hemos sufrido. De esta crisis tenemos que sacar lecciones útiles. Replantearnos nuestras propias conductas individuales y colectivas. Apartar los malos hábitos creados por la cultura rentista. Y añorar un liderazgo luminoso que ponga por delante los intereses de Venezuela, ante los propios

BIBLIOGRAFIA

Adriani, A. (1998). Textos Escogidos. Biblioteca Ayacucho. Caracas. p. 230

Capriles, A. La Gran Regresión. El Estímulo, 4 de febrero del 2017.

http://prodavinci.com/blogs/estamos-ante-una-tendencia-de-regresion-naci...

Las empresas de servicios públicos: lo que ocurre cuando se destruye su institucionalidad

Arnoldo José Gabaldón

Comienzo por agradecer a la organización de la sociedad civil Aragua en Red, por servir de anfitrión en Maracay al Grupo Orinoco de Energía y Ambiente, para la realización de este foro sobre la catástrofe de los servicios públicos en Venezuela.

En Venezuela han hecho crisis todos los servicios públicos. Habíamos tenido a lo largo del tiempo momentos críticos en algunos de ellos, pero nunca llegamos a presenciar un colapso sistémico, como el que ocurre en la actualidad. Son todos los servicios públicos los que han fallado. Estamos viviendo momentos verdaderamente caóticos.

Ante esta situación debemos plantearnos: ¿Es eso un hecho fortuito? ¿Ha sido esto, solamente la consecuencia de fenómenos naturales adversos? ¿O ha sido una situación provocada en su mayor parte por políticas inconvenientes y prácticas administrativas infames?

Durante las dos últimas décadas hemos estado ensayando un modelo de gobierno, el llamado Socialismo del Siglo XXI. Si evaluamos objetivamente las consecuencias de las políticas públicas y prácticas administrativas aplicadas, se encuentra que en su mayoría han resultado adversas al progreso material y espiritual de los venezolanos.

Cuando hablamos de servicios públicos estamos tratando de la esencia de lo que es gobernar. La función primaria del estado moderno es prestar servicios públicos para el beneficio de toda la población. No existe un instrumento más idóneo para alcanzar la sustentabilidad social del desarrollo y mitigar la pobreza, que la prestación de buenos servicios públicos. Una de las características del estado fallido, en cuya dirección lamentablemente marchamos, es la dejación de su obligación principal de prestar servicios públicos eficientes, bien sea directa o indirectamente.

De aquí que para el Grupo Orinoco, organización no gubernamental, cuya misión es promover el desarrollo sustentable de nuestro país, incidiendo en la formulación de políticas públicas apropiadas en energía y ambiente, patrocinar este foro sobre la catástrofe de los servicios públicos: agua y electricidad y otros, constituye una tarea prioritaria.

Sería una perdida que la oportunidad que se ha dado para analizar esta compleja situación, quede solamente reducida a una revisión de los síntomas de la crisis, a criticar lo que está ocurriendo o a formular un cuerpo de propuestas puramente tecnocráticas o lista de obras para su superación. Para el cambio de gobierno que ahora luce indispensable, deseamos que quede como mensaje central, el que la prestación de buenos servicios públicos exige un cambio profundo en la cultura administrativa de los gobernantes. Es necesario una visión empresarial moderna y no clientelar de los servicios públicos. Y un comportamiento de los ciudadanos frente a esos servicios, alejado de los hábitos rentísticos a los cuales nos hemos acostumbrado.

Concluyo dándoles a todos nuestra bienvenida, agradeciéndoles por haber atendido la invitación que les formulamos. Especialmente deseo manifestar nuestras expresiones de gratitud a Aragua en Red y a su equipo de colaboradores, a los conferencistas Ing José María de Viana, y al Abogado Carlos Romero Mendoza.