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Elecciones y lecciones francesas

Democracia 2
Tiempo de lectura: 10 min.

El resultado de las elecciones francesas del 7 de julio ha sido calificado por los medios especializados como “inesperado”. Cierto, por lo general en todas partes las encuestas yerran, a veces más, a veces menos. Pero en esta ocasión fue mucho más. Ninguna anduvo ni cerca. Pero no solo las encuestas. Los así llamados analistas también fracasaron pues fueron sorprendidos con una situación que ninguno había previsto de modo que cuando llegaba el momento de explicar el desenlace soltaban cualquier disparate. Algunos hasta huyeron hacia adelante, analizando las tendencias hacia el 2027, año de las elecciones presidenciales, un plazo en el que desde hoy hasta allí, puede pasar cualquier cosa.

Los tres tercios de la política francesa

Fue, sin duda, la del 7 de julio una gran lección: las elecciones, no solo en Francia, siguen una lógica que nadie puede predeterminar. Podríamos llamarla, en remembranza a las ya antiguas teorías de Niklas Luhmann, una «lógica autopoiética». En lenguaje cotidiano quiere decir algo así como que los procesos, en este caso los procesos políticos, se inter-determinan en el curso de su propio desarrollo sin detectarse notorias causas externas a ellos.

Una sociedad nacional, en efecto, al estar constituida por ciudadanos pensantes, puede ser imaginada como un organismo viviente que se piensa a sí mismo de acuerdo a interacciones múltiples que se dan y cruzan en su interior. La democracia, es lo que queremos insinuar, se piensa a sí misma de acuerdo a los pensamientos de sus ciudadanos de modo que una opinión mayoritaria puede dejar de serlo en el curso de unos pocos días si sectores organizados de la ciudadanía reaccionan frente a hechos nuevos, con pensamientos que llevan a conductas diferentes a las hasta ahora mantenidas. Lógica discursiva, la llama Habermas.

Mediante esa lógica, el pueblo político (muy distinto al pueblo demográfico), discurre a través de los medios que nos ofrece la comunicación colectiva, respondiendo con su voluntad (en este caso, con su voto) a sucesos nuevos. Paradojalmente, si se tiene en cuenta esta situación, resulta, como hemos advertido en otras ocasiones, que el mirado con cierto desprecio, «elector indeciso», termina siendo un agente político decisivo. Por lo menos en las elecciones de segunda vuelta en Francia, lo fue.

Para decirlo en modo de síntesis: el pueblo ciudadano francés construyó el 30 de junio un contexto político polarizado entre un partido antisistema, la RN de Le Pen-Bardella por un lado, y la agrupación ad hoc llamada Nuevo Frente Popular (NFP) formada con el propósito de constituir un frente de izquierda en contra del avance arrollador de la «ultraderecha». El NFP, más que un Frente Popular (en el sentido «dimitroviano» del término), es un frente de izquierdas que agrupa a cuatro segmentos (el populista, el comunista, el ecologista y el socialista tradicional). En el medio de ambos polos, descendiendo como por un tobogán, el centrismo oficialista del Renacimiento de Macron.

Siete días después, esa misma ciudadanía decidió construir un esquema distinto; uno al que podríamos denominar, «democracia de los tres tercios». El tercio de izquierda, 182 escaños. El tercio centrista, 168 escaños. El tercio nacional-populista, 143 escaños.

El tercio que se pensaba iba a ser vencedor, el primero en las elecciones europeas del 30 de junio, el lepenista, aun aumentando su caudal electoral en la segunda vuelta de las elecciones legislativas, dejó su primer lugar y descendió al tercero, descenso que, más allá de las cifras, tiene un enorme significado simbólico. El tercio centrista macroniano, en cambio, subió algunos escalones para terminar ubicado en un, según sus propias huestes, inesperado segundo lugar. A su vez, el tercio que había sido en junio el número dos, el de las izquierdas, logró ser mayoritario en julio. Y todos esos cambios que en otros países demoran años, en Francia ocurrieron en una sola semana.

Ahora bien, el aquí denominado esquema de los tres tercios puede ser visto como despolarizador y como polarizador a la vez. Todo depende de cómo lo veamos. Despolarizador porque terminó con la bipolaridad (derecha izquierda) reintroduciendo al centro como agente de mediación y de diálogo entre dos grandes (en verdad, grandísimos) polos extremos. Polarizador, porque los resultados dividieron de un solo tajo a dos bloques políticos no solo contrarios sino antagónicos. A un lado RN; al otro lado todos los demás partidos de Francia.

Un elefante solitario

RN se ve como un inmenso elefante, solitario y aislado en la selva política francesa.

La mayoría de la nación francesa, y esta fue la consecuencia más llamativa del 7 de julio, se pronunció –si sumamos el polo de izquierda con el de centro– en contra de RN, partido que pese a su intermitente ascenso numérico no ha logrado salir de su condición de «partido paria». ¿Pero acaso no es partido mayoritario a escala nacional?; nos dirán. Sí: efectivamente; lo es. Pero a la vez también es el partido más aislado del país. Eso significa –así lo demostraron los franceses– que, para conducir el destino de una nación, un partido hegemónico no debe ser necesariamente el más grande sino el con mayor grandeza.

La grandeza numérica de un partido si no va acoplada con una grandeza política (grandeza a la que podríamos definir como capacidad de articulación con otros actores políticos) y no sabe vincular con el resto de los partidos que conforman el paisaje político de una nación, puede servir para gobernar en una dictadura; pero, para competir en democracia, no sirve mucho. Aunque gane –es el caso de RN– siempre va a perder.

Por cierto, RN, como auguran los opinadores numeristas, puede crecer todavía más y es probable que así será; nadie sabe todavía donde está su techo. Pero aun conquistando la mayoría nacional y continúa desvinculado del resto político, RN no podrá nunca construir un verdadero gobierno nacional como fue el de De Gaulle, para usar un ejemplo muy francés, o a menor escala, como fue el de Macron en sus inicios cuando en representación de la nación francesa, monopolizó para sí todo el anti-lepenismo, apabullando en las elecciones del 2017 al partido de los Le Pen (66% contra 34%). Pues bien, esa capacidad de enganche político, que no tiene RN, sí la tenía el NFA

La izquierda no solo es la izquierda

El NFP, el otro polo, surgió en cambio como un conjunto de izquierda en donde podemos encontrar al menos dos partidos, los socialistas tradicionales y los ecologistas, ambos con posibilidades de conectar no solo entre sí, sino además, con el centro.

De este modo, aun siendo mayoría en el interior del frente, la Izquierda Insumisa de Melenchon, si no cuenta con el concurso de sus aliados de izquierda, está condenada a ser minoría y, por lo mismo, a perder ante RN. El NFP, a diferencias de RN, no es un partido; es, menos que un frente, un cuadrado electoral. Ahí está la clave de su éxito.

Melenchon, aunque pareció no darse cuenta, deberá, más temprano que tarde, reconocer una realidad. Esa realidad nos dice que la votación pro-NFP no solo fue de izquierda; fue también un voto emitido por muchos ciudadanos con inteligencia política quienes comprendieron que, bajo las condiciones dadas, la única fuerza que podía detener a RN era en ese momento el NFP.

EL NFP es un producto neto del crecimiento de RN. Dicho con cierta ironía, Melenchon tiene una deuda con Le Pen pues sin Le Pen nunca se habría podido producir el enganche entre Francia Insumisa con sus aliados de izquierda, quienes son a la vez aliados posibles del centro gubernamental. Sin el NFP que no controla, Izquierda Insumisa no podría ser más que lo que hasta ahora ha sido: un partido minoritario tan radical e intransigente como la propia RN. Eso significa simplemente que la izquierda no ganó solo gracias a los votos de izquierda sino, quizás sobre todo, gracias a los votos anti-extrema-derecha. Y eso, aunque Melenchon no lo haya entendido así, no es lo mismo.

En Francia, en fin, están dadas todas las condiciones para que, aunque no sea oficialmente, surja una coalición tácita de centro-izquierda o de izquierda-centro, con o sin Melenchon e, incluso, con o sin Macron (los politólogos llaman a esa posibilidad: política transversal). Esa misma centro- izquierda es la que, unida o desunida, ha salvado hasta el momento a Francia de caer en las manos de Le Pen lo que, desde el punto de vista internacional, significaría caer en el área de influencia de la dictadura de Putin.

Las elecciones y el mundo

Como hemos dicho en otras ocasiones, ningún partido gana o pierde elecciones como consecuencia de su política internacional. Pero a la vez, un voto emitido en contra del sistema de jubilaciones, o a favor de un aumento salarial, podía esta vez cambiar la faz del mundo. No exagero. Lo que estaba en juego en estas elecciones, según la mayoría de los observadores, incluyendo a los franceses, era el destino de Europa en primer lugar, y la configuración política mundial, en segundo lugar.

No es un secreto para nadie: así como Maduro es un candidato de Putin en las elecciones venezolanas, Le Pen (Bardella) era, es, y será la candidata de Putin en Francia. Por lo mismo, la izquierda democrática –dejando de lado el putinismo tercermundista de Melenchon– y el centro oficialista eran los favoritos de la opción europea antiPutin en Francia. Algo demasiado evidente para que los electores no se hubieran dado cuenta de lo que estaba en juego más allá de sus narices. Esa fue la razón por la cual, los que no somos franceses, también seguíamos paso a paso los acontecimientos de Francia. Como si en ellos se nos hubiera ido la vida.

Los dirigentes de los partidos y gobiernos nacional-populistas europeos (unos los llaman ultraderechistas; otros, neo fascistas) ya sabían lo que iba a suceder en caso de un triunfo lepenista. No sin razón el lepenismo es visto como precursor e incluso vanguardia de la fuerte ola antidemocrática que acosa a Europa.

Un triunfo electoral del lepenismo habría sido visto por los nacional-populistas, como el comienzo del triunfo de la revolución nacional-populista europea y tal vez mundial. Putin, que es un criminal, pero no es tonto, ya lo sabía.

No fue casualidad que uno de los aliados objetivos de Putin en Europa, el húngaro Viktor Orban, hubiera tomado la iniciativa, justo en medio de los momentos electorales que vivía Francia, para llamar a la institucionalización continental de las llamadas extremas derechas europeas. El propuesto por los orbanistas del Fidesz en la Eurocámara, nada menos que un «Grupo Patriótico y Soberanista», debería ser una pieza importante en la construcción del edificio antidemocrático global confeccionado a solicitud de Putin y liderado en la Unión Europea por Orbán y, en parte, por el fascista Matteo Salvini, de la Liga Norte italiana. Pues bien, esa fundación está teniendo lugar. Pero sin el triunfo del lepenismo en Francia, al que los nacional-populistas daban por seguro, la internacional antidemocrática europea y anti occidental a la vez, será un fenómeno sin repercusiones, uno más entre tantos esfuerzos surgidos en contra de la democracia a la que sus enemigos llaman «liberal». El poderoso, pero hasta el momento impotente tercer lugar alcanzado por el lepenismo, no ha liquidado, pero sí deteriorado, el bien urdido proyecto Putin-Orbán.

En cierto modo lo ocurrido en las elecciones del 7 de julio en Francia puede ser considerado como una derrota grave infligida a la internacional proautocrática y antidemocrática europea e incluso mundial. No sin razón, desde la Ucrania destrozada, la derrota del lepenismo fue sentida por el gobierno de Zelenzki como un motivo para respirar profundo y con cierto alivio.

Tal vez, en un futuro no lejano, más de algún historiador escribirá que los electores franceses, al arrebatar a Francia del hocico de Putin, salvaron, sin darse cuenta, la existencia de Ucrania. Por lo menos, el triunfo democrático francés ha fortalecido a la gran coalición pro-Ucrania surgida en Europa desde los momentos en que comenzó la invasión de Putin, en el 2022. Si a la victoria democrática francesa sumamos el no menos importante triunfo alcanzado por el laborismo británico y su representante Keir Starmer (en contra de dos populismos, según la acertada formulación de la historiadora Anne Applebaum) Europa podrá contar, después del triunfo democrático francés del 7 de julio, con un eje prodemocrático más sólido que el que imperaba antes de la invasión rusa a Ucrania. Esto no deja de ser un hecho importante, sobre todo si consideramos el peligro que podría traer consigo un eventual triunfo del populismo trumpista en los Estados Unidos.

Si nos atenemos al pasado reciente, nunca, o casi nunca, ha habido muchas coincidencias en la política internacional de Alemania, Francia y Gran Bretaña. Hoy sí, quizás por primera vez, puede haberla. De modo que podríamos decir: así como el avance del nacional populismo lepenista despertó a todas las reservas democráticas francesas, el avance de los nacional populismos europeos puede aglutinar a todos los partidos y gobiernos democráticos de Europa. Construir frentes democráticos en contra del putinismo internacional parece ser una buena alternativa cuando el peligro acosa. Esa es otra gran lección francesa.

No estamos en un momento de avance democrático, hemos dicho otras veces. Todo lo contrario: la democracia lucha por su supervivencia. En esa lucha los franceses hicieron el 7 de julio, aunque no se hubieran dado cuenta, un gran aporte histórico. Gracias Francia.

X: @FernandoMiresOl

Fernando Mires es (Prof. Dr.), Historiador y Cientista Político, Escritor, con incursiones en literatura, filosofía y fútbol. Fundador de la revista POLIS

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