«Todo depende del cristal con que se mira», es un dicho que por lo manido ha llegado ser hasta fastidioso. Pero si lo repensamos, es cierto. Los que vemos casi a diario un thriller en la tele, lo sabemos. En muchos casos los inspectores policiales analizan un video y no logran deducir nada. Pero nunca falta el poli fanático que se queda toda la noche frente a la pantalla y descubre, al ampliar la imagen, que el presunto asesino llevaba la pistola al lado derecho en circunstancias de que es zurdo.
El detalle cambia la trama pues el sospechoso no es el asesino sino alguien que usurpó su lugar, usando la misma indumentaria. Así suele suceder también con nuestros análisis políticos. Ampliando la pantalla de nuestro cerebro podemos advertir el detalle inadvertido que logra cambiar nuestra visión con relación a un tema. En eso pensaba, mientras trataba de indagar acerca de las razones que han llevado a Israel y a Irán a escalar en una guerra que puede convertirse en el apocalipsis bíblico; precisamente en las mismas tierras en donde fue escrito: el Oriente Medio.
Israel en la trampa del Hamás
Todo comenzó el día en que las hordas del Hamás (sus simpatizantes las llaman guerrillas) llevaron a cabo una espantosa matanza que no tiene nada que ver con guerras territoriales o algo parecido. El salvajismo encubierto de ideología religiosa cometido contra jóvenes que «pecaban» al expresar cantando y bailando su alegría de vivir, solo tiene precedentes en las incursiones de las tropas de Putin en Ucrania. Todos los gobiernos civilizados de la tierra solidarizaron con Israel, salvo el del turco Erdogan quien no oculta sus posiciones antisraelíes, o intelectuales ideológicamente intoxicados al estilo de Judith Bluter quienes intentaron incrustar la masacre a los jóvenes israelíes en el corset de «las luchas de liberación nacional del pueblo palestino».
Ningún gobierno del mundo, menos el de Israel, podía dejar sin responder a una agresión tan criminal como la cometida por Hamás, el más grave ataque contra Israel desde la guerra de Yom Kippur, hace 50 años.
Evidentemente, los primeros que sabían que eso iba a suceder, eran los dirigentes de Irán. El crimen colectivo del 7-0, no hay necesidad de pensarlo mucho, fue una provocación meditada, cruelmente calculada, destinada a provocar la reacción militar de Israel, una trampa tendida por Hamás, una en la que ese gobierno israelí estaba obligado a caer. El objetivo estaba claro: convertir la expedición en contra de Hamás en una guerra en Gaza, o sea, en un espacio donde es fácticamente imposible diferenciar entre militares sin uniforme y la población civil. Los destacamentos de Hamás, en efecto, están formados por soldados temporarios, piadosos padres de familia durante un periodo, carniceros asesinos durante otro.
Fue así como la guerra a Hamás se transformaría en la guerra de Gaza y en ella, inevitablemente, los más afectados son los habitantes civiles, incluyendo mujeres y niños. Israel, ante los ojos del mundo, pasó a convertirse de país agredido en país agresor. Los números son catastróficos (más de 30.000 muertos, señalan los informes de la ONU). Frente a ese escenario los aparatos de propaganda del Hamás, así como los del gobierno de Irán y las organizaciones terroristas de la región islámica, ya tenían preparado el libreto. Cientos de organizaciones de «izquierda» europeas y latinoamericanas, gobiernos entre los que se encuentran monstruosos dictadores (Ortega de Nicaragua, por ejemplo) y tuiteros que nunca se conmovieron ante las masacres de Busha o Mariupolis en Ucrania, acusaban a Israel (no a su gobierno) de genocidio.
Hamás logró así, a pesar de (o gracias a), sus innumerables pérdidas, ganar la batalla mediática. Al final casi nadie se acordaba de la matanza del 7-O.
La atención mundial estaba ahora puesta en los muertos del Gaza. La derrota mediática de Israel podía ser su derrota política internacional. Solo faltaba, esos eran probablemente los cálculos de los ayatolas de Irán, la derrota militar. El motivo para obtenerla lo proporcionó el propio gobierno de Israel el que, saliendo de los márgenes en que se encontraba situada la guerra Israel-Hamás, actuaba desde hace tiempo directamente en contra de Irán, matando a generales claves en sus operaciones militares. La gota que colmaría el vaso iraní fue el ataque de Israel a la embajada de Irán en Damasco (01.04.2024), donde fue eliminado nada menos que Mohamed Reza Zahedi, uno de los comandantes de más alto rango de la Guardia Revolucionaria.
Una embajada es territorio del país que representa, alegó el monje dictador Alí Jamenei. Tenía razón. El ataque a la embajada fue formalmente un ataque directo de Israel a Irán. Incluso el mismo Netanyahu no trató de ocultarlo. Al fin y al cabo los ataques de Hamás están dirigidos desde Teherán, debe haber calculado.
El ataque a la embajada de Irán en Siria y el consecutivo ataque de misiles y drones ejecutado por el gobierno iraní a Israel (13.04.2024) han tenido por efecto sincerar fatídicamente a la guerra. La que tiene lugar, más que una guerra Israel-Hamás, siempre había sido una guerra Israel-Irán-Hamás, este último en representación de Irán. Por lo tanto, lo que cambió el ataque a la embajada iraní en Siria, así como el ataque directo de Irán a Israel, fue el reconocimiento explícito por ambos lados de un hecho implícito. El Rubicon ya ha sido cruzado.
Independientemente de los momentos en que cada adversario se reserva para actuar, la guerra directa entre Irán e Israel ya estalló. Ocultar esta realidad, como está haciendo la mayoría de los observadores internacionales, no conduce a nada. Y la guerra estalló porque ambos gobiernos, el de Irán y el de Israel, decidieron que estallara. Este hecho nos obliga a ampliar la imagen y detenernos a pensar acerca de los motivos por los que ambos países optaron por descorrer el velo de la ficción y así pasar desde la guerra indirecta a la guerra directa.
La larga mano de Putin
En imagen ampliada no es difícil comprobar que así como Hamás es una pieza estratégica de Irán, Irán es una pieza estratégica de Rusia en el Oriente Medio. Irán y Rusia constituyen actualmente un eje geopolítico y militar junto a China. Irán, desde el punto de vista militar apoya con sus drones y misiles directamente a Rusia en la guerra de invasión a Ucrania, a diferencias de China que apoya a Rusia de modo indirecto a través de esa fábrica de armas llamada Corea del Norte. Del mismo modo, a diferencias de China que más bien persigue objetivos económicos y geopolíticos con su apoyo a Rusia, Irán y Rusia persiguen objetivos militares en contra del Occidente político: Rusia invadiendo a Ucrania en contra de los Estados Unidos y Europa, por un lado, e Irán atacando a Israel en contra de los Estados Unidos y Europa, por otro.
En ese contexto Irán y Rusia aparecen unidos por una suerte de «comunidad de destino». Tanto la iglesia ortodoxa rusa como el islamismo shií de Irán, han declarado la “guerra santa” a Occidente en nombre de la preservación de las culturas patriarcales que ambas confesiones representan. China, en cambio, no se hace problemas de tipo cultural ni religioso con Occidente. Lo que interesa al país de Xi es la ampliación del área de influencia geopolítica de China así como preservar su interdependencia financiera, tecnológica y científica con el mundo occidental. Eso significa que si bien Rusia tiene a China como su aliado más importante, su aliado más confiable es Irán. Enfocando la imagen de ese modo, es posible ver que tanto en la guerra indirecta como en la directa de Irán a Israel, actúa la mano de Rusia. ¿Cuál sería el interés de Putin en apoyar por debajo de la mesa a Irán en su guerra en contra de Israel?, preguntarán algunos. Difícil contestar si se tiene en cuenta que Israel se ha negado a proporcionar ayuda militar a Ucrania.
Pero si ampliamos nuevamente la imagen podemos entender algo más.
La guerra de Putin, como el mismo ha declarado, es una guerra a Occidente. Israel no solo forma parte de la comunidad occidental, además es aliado directo de Estados Unidos, Alemania, Inglaterra y Francia, que son los principales enemigos objetivos de Putin. En esa perspectiva, la apertura de un nuevo foco de guerra en el Medio Oriente obligaría de hecho, tanto a los Estados Unidos como a las potencias europeas, a diversificar sus apoyos entre Ucrania e Israel a la vez, algo que los gobiernos de esos países no desean ni por nada.
Seguramente Putin pensaba, y con razón, en que Estados Unidos se encuentra, no solo por motivos económicos sino también políticos, con enormes dificultades para apoyar dos guerras a la vez. Para el gobierno de Biden, por ejemplo, sería problemático enfrentar la próxima contienda electoral arrastrando dos guerras a cuestas. Tal vez por eso mismo Biden ha dicho repetidas veces a Netanyahu que solo apoyará a Israel en tareas defensivas pero no ofensivas.
Pero tanto Biden como Netanyahu saben que los límites entre lo defensivo y lo ofensivo en una guerra como la que se da entre Irán e Israel, son muy difusos.
Putin debe haber anotado que el apoyo de Irán a la guerra invasora a Ucrania no es gratis. El precio, hasta ahora conveniente para Putin, es que Rusia apoye a Irán en su guerra en contra de Israel. Luego, no sería especular si imaginamos que antes del ataque directo de Irán a Israel, Putin ya estaba notificado sobre la acción iraní. El gobierno de Irán debe haber hecho saber a Putin que un ataque directo que Irán viene preparando desde años, iba a causar enormes pérdidas materiales, incluyendo miles de vidas a humanas a Israel. Lo que probablemente no imaginaron ni Putin ni Jamenei, pero sí Netanyahu, fue que Israel estaba en condiciones de convertir su defensa en contra del aluvión de drones y misiles iraníes, en una imponente victoria militar. Imponente, porque ha demostrado ante el mundo poseer una barrera defensiva invulnerable de modo que si Israel pasa a la ofensiva, Irán estaría condenado (en 60 días estiman los expertos militares) a perder definitivamente esa guerra.
Los ataques de Irán a Israel tendrán sin duda un efecto parecido al que trajo consigo la guerra de 1967, cuando Israel liquidó todo el complejo aéreo de la República Árabe Unida (Egipto) agregando la derrota militar de Siria, Jordania e Irak, en seis días, sellando por muchos años su supremacía militar en la región. Así nos explicamos por qué, los hasta hace poco iracundos ayatolas anunciaron que no es su propósito reeditar los ataques a Israel. Lo que no lograrán, sin duda, será impedir el ya anunciado contraataque de Israel.
Israel ha sido atacado directamente por un poder de fuego sin parangón en la región. Nunca Israel –esa es su doctrina de estado– ha dejado pasar una agresión externa sin responder con creces a los agresores. El único obstáculo para hacerlo de nuevo sería una implicación aún más ostensible de Rusia en la guerra del Oriente Medio, lo que convertiría un conflicto regional en una guerra mundial. ¿Pero puede Rusia actuar en (o por lo menos financiar a) dos frentes de guerra a la vez si a duras penas puede hacerlo en uno? Desde otro punto de vista cabría la pregunta de si Rusia puede dejar solo Irán a merced de un ataque de una potencia militar muy superior, al precio de perder militarmente a su mejor aliado geopolítico en la región. Ese dilema deberá resolverlo Putin con su único consejero: la almohada. En caso de que Israel pase a la ofensiva, y Rusia se cruce de brazos, significaría para Putin aceptar la derrota no solo de Irán, sino de todo un complejo político militar construido por Rusia en el Oriente Medio.
Siria e Irán son para Putin los pivotes de la nueva Rusia imperial en el Oriente Medio. Si Irán es derrotado, no solo perdería a Irán sino a todo un sistema de alianzas militares que giran como satélites alrededor de Irán. Dicha alianza, la que desde Irán es llamada «el eje de la resistencia», incluye a Hamás, Hezbolah en Líbano, la Yihad islámica palestina, organizaciones militares de Cisjordania, a las organizaciones paramilitares que anidan en Irak, a los hutíes de Yemen y a países como Siria. Todos dependientes de Irán y, más indirectamente, de Rusia. Por eso Putin no tiene más alternativa por ahora que enviar mensajes conciliadores, asumiendo el rol que menos le acomoda, el de ángel de la paz. Afortunadamente los países occidentales ya han aprendido a no creer una sola palabra de las que pronuncia Putin.
La hora de Netanyahu
El hecho más importante es que después de los ataques de Irán a Israel quien tiene tomada a la sartén por el mango no es Putin; Biden tampoco, Jamenei menos. El dueño de la sartén ha pasado a ser, y de la noche a la mañana, Benjamin Netanyahu. De las decisiones que tome el gobernante israelí, digamos sin intentar dramatizar, dependerá si la guerra del Oriente Medio, sumada a la guerra de Putin en Europa, será convertida en una tercera guerra mundial. Sin embargo, a Netanyahu, a pesar de ser en estos momentos la figura clave de la historia mundial, le interesa solamente la posición de Israel frente a Irán.
Quien lo iba a pensar. Por intermediación de Hamás, Irán ha salvado la vida política de Netanyahu.
Antes del 7-O Netanyahu aparecía como un gobernante autoritario, representante de una coalición de extrema derecha, no ausente de fundamentalismos de tipo religioso (el de Israel había pasado a ser, bajo la coalición de Netanyahu, un gobierno muy parecido al del húngaro Orban y al del turco Erdogan). Pero precisamente ese gobierno se encontraba acorralado por uno de los movimientos democráticos más importantes habidos en la reciente historia de Israel. Grandes protestas de masas como las que aparecieron en los comienzos del 2023 en Kaplan (la calle de Tel Aviv que se convirtió en sinónimo contra las reformas judiciales planeadas por Netanyahu) permitían avizorar un pronto término de la ya demasiado larga jefatura del gobernante.
Pero evidentemente, el 7-O afirmó las posiciones políticas de Netanyahu.
Después del 7-O Netanyahu era permanentemente acusado por la izquierda israelí de haber posibilitado la preeminencia de Hamás en Palestina al haber ignorado a la administración civil encabezada por el ahora impotente Abas. Incluso, los evidentes excesos de las tropas israelí en Gaza eran criticadas, no solo desde el exterior, sino con mucha fuerza desde la izquierda e incluso desde sectores democráticos liberales de Israel. Y sin embargo, por segunda vez, la torpeza política de Irán acudió en auxilio de Netanyahu.
No vamos a decir que Netanyahu, al provocar militarmente a Irán, buscaba su fortalecimiento político interno. Sin embargo, la estrategia de provocación a Irán emprendida por el gobierno Netanyahu estaba, si no política, militarmente muy bien pensada. Probablemente los informes que el gobierno israelí tenía a mano indicaban que Israel está en condiciones no solo de soportar una guerra directa con Irán y sus aliados, también de iniciar una ofensiva militar israelí en contra de Irán.
El ataque iraní a Israel, como era previsible para el gobierno de Israel, terminó en un fiasco. La desmoralización del gobierno de Irán parece ahora inocultable. El mejor aliado de Irán, Rusia, tiene las manos atadas en Ucrania. La opinión pública mundial ha virado en varios grados a favor de Israel y, no por último, dos gobiernos islámicos, el de Jordania y el de Arabia Saudita, no han ocultado su apoyo a Israel en contra de las pretensiones expansivas de Irán en la región.
Por si fuera poco, las relaciones económicas entre Israel y China e incluso entre Israel y Rusia, son óptimas. Probablemente ese escenario favorable a Israel no se volverá a repetir, deben pensar muchos miembros del, en ningún caso pacifista, gobierno de Netanyahu. Los generales israelíes deben pensar lo mismo. Las condiciones militares para una fulminante ofensiva israelí están dadas. Pero ¿están dadas las condiciones políticas? Como está dicho, ni Estados Unidos ni Europa desean una escalada militar en la región. Incendiar a todo el Oriente Medio como puede hacerlo Netanyahu, provocaría sin duda una catástrofe mundial.
A través de las imágenes borrosas que nos presenta el futuro próximo, solo podemos ver dos figuraciones nítidas. La primera es la conversión de la guerra indirecta entre Irán e Israel en guerra directa. La segunda es que, de acuerdo a su doctrina estatal, el gobierno de Israel se encuentra en la obligación de responder ofensivamente a Irán. ¿Cómo lo hará? ¿Cuándo lo hará? Las cartas que baraja Netanyahu son diversas. Van desde un ataque directo a Irán a un ataque indirecto (¿aniquilar militarmente a Hezbolah, brazo militar de Irán en el Líbano, por ejemplo?)
Las figuraciones que vemos proyectadas en las imágenes de hoy hacia el futuro inmediato nos permiten además divisar que lo que aguarda, no solo al Oriente Medio, será lo más parecido al infierno.
Fernando Mires es (Prof. Dr.), Historiador y Cientista Político, Escritor, con incursiones en literatura, filosofía y fútbol. Fundador de la revista POLIS.
https://talcualdigital.com/iran-israel-de-la-guerra-indirecta-a-la-guerra-directa-por-fernando-mires/